- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
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- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
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- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
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- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Selvas y sabanas
Una inflorescencia de Arizá explaya su redondez, del tamaño de un gran melón, a un metro del suelo. Así, este enjambre de pistilos y estambres se dispone a recibir los de abejas y otros insectos en las selvas del Chocó. Aldo Brando.
Unicornio en miniatura y solitario, un saltamontes ramonea sobre la alfombra de musgos, en los bosques del Guainía en la Amazonia. Aldo Brando.
Para confundir a algún depredador en potencia, una mariposa del sotobosque del Vaupés exhibe su transparencia alada, con el ojo falso que confronta la mortal mirada de aquel que pretenda atacarla por la espalda. Aldo Brando.
Suspendidas entre la vegetación de sus respectivos entornos, una Pasiflora del Vaupés en la Amazonia, expone todo su atractivo para ofrecer el néctar a insectos y aves, y de paso recibir los favores de la polinización. Aldo Brando.
Suspendidas entre la vegetación de sus respectivos entornos, una Herrania del Meta en los Llanos, expone todo su atractivo para ofrecer el néctar a insectos y aves, y de paso recibir los favores de la polinización. Aldo Brando.
Ante la alarma extendida en la colonia, una hormiga conga sale con una larva de su nido, localizado entre las raíces de un árbol, en las selvas del Vaupés. Aldo Brando.
Posada sobre su antiguo esqueleto, una chicharra despliega las alas mientras se adapta a la nueva forma de vida al salir de la crisálida, en los bosques del Amazonas. Aldo Brando.
Sólo un colorido y desnudo penacho queda de la inflorescencia de la palma de milpesos, después que los frutos se han desprendido del todo en las sabanas del Orinoco. Aldo Brando.
Reflejos del atardecer iluminan el suelo sobre el que se levanta la Estrellita del sur, una flor adaptada a las sabanas de la Amazonia, como las del Inírida, donde es la flor emblemática. Aldo Brando.
Agazapado entre las rocas de la escarpa de Araracuara, en el Caquetá, un sapo recurre al camuflaje para alimentarse de cucarrones, mariposas y otros insectos, mientras su defensa es reforzada por toxinas que expele en caso de ser perturbado. Aldo Brando.
De hábitos nocturnos, una serpiente cazadora se mimetiza entre las ramas de la selva chocoana para sorprender a sus presas, entre las cuales incluye serpientes venenosas. Aldo Brando.
Abrigando a su presa, un águila blanqui-negra explaya su capa de plumas mientras se alimenta durante su rehabilitación. A pesar de encontrarse en todo el neotrópico, es una de las rapaces más difíciles de observar en estado silvestre. Aldo Brando.
Con su cría aferrada a la espalda, una hembra de oso melero descansa durante el día en la copa de un árbol, en los llanos del Casanare, para iniciar su actividad al anochecer, recorriendo bosques y sabanas. Aldo Brando.
Dunas de arena emergen con el descenso de las aguas, a comienzos del verano, en las márgenes del río Vichada. Aldo Brando.
Mitad playón y mitad selva, una isla se transforma con las arenas que se descubren en el río Vichada durante el verano. Aldo Brando.
Reflejos del sol se funden en la corriente en receso del río Vichada, antes que el nivel de las aguas termine por ceder al lecho de arena que avanza al ritmo de la sequía en la Orinoquia. Aldo Brando.
Iluminada por un parche de sol que se disputan los árboles más altos de la selva, al norte de Antioquia, la densa vegetación forma toda una llanura, cuya actividad biológica tiene su clímax en las copas que escapan al mundo de las sombras. Aldo Brando.
El esplendor vegetal del Darién rodea la majestad de la cascada de Tilupo, en el parque natural Los Catíos, que forma parte del área de transición entre especies de las Américas. Una zona prioritaria en la conservación de la diversidad biológica del planeta. Aldo Brando.
Abrigando a su presa, un águila blanqui-negra explaya su capa de plumas mientras se alimenta durante su rehabilitación. A pesar de encontrarse en todo el neotrópico, es una de las rapaces más difíciles de observar en estado silvestre. Aldo Brando.
Hábiles tejedores de nidos colgantes, las oropéndolas o pájaros mochileros desafían a sus enemigos naturales, con una construcción suspendida que limita vertiginosamente las posibilidades de ataque en las selvas del Huila. Aldo Brando.
Plantas acuáticas crecen como melenas, al estar favorecidas por la oxigenación de las aguas, con los raudales del cañón de Araracuara en el río Caquetá. Aldo Brando.
Bordeando un curso de agua que sobrevive gracias a la vegetación, el bosque de galería aparece como un oasis en las sabanas del Orinoco. Aldo Brando.
Bordeando un curso de agua que sobrevive gracias a la vegetación, el bosque de galería aparece como un oasis en las sabanas del Orinoco. Aldo Brando.
Abrigando a su presa, un águila blanqui-negra explaya su capa de plumas mientras se alimenta durante su rehabilitación. A pesar de encontrarse en todo el neotrópico, es una de las rapaces más difíciles de observar en estado silvestre. Aldo Brando.
Texto de: Arturo Guerrero
Es la noche precámbrica. Rocas cristalinas, granitos y lavas ácidas bullen en los primeros calderos de la creación. Se está forjando entre vapores y pavores el basamento de un futuro continente. Dos escudos monumentales, el Guyanés y el Brasileño, van conformando el zócalo de la embrionaria Suramérica. Ni un alma recuerda aquellos cataclismos de hace mil y mil quinientos millones de años. Es la era proterozoica, cuando la vida es apenas un ensayo.
Ruedan los milenios de milenios, la naturaleza furiosa se toma su tiempo sin reloj para cocinar las obras y preparar los escenarios. La Pangea, el único continente originario, se estremece entre glaciaciones y tectonismos diversos. Más adelante, por los riscos del Cretáceo de hace cien millones de años, retumban los dinosaurios. Es Laurasia, la porción del norte donde están en semilla Europa, Asia y Norteamérica. Es también Gondwana, la porción del sur que se separa del norte, trayéndose los dos escudos continentales mencionados y que se convierte en un arca de Noé comenzando a desarrollar sus endemismos.
Corre ahora el mediodía del período Terciario. El territorio que más tarde llegaría a componer las selvas y llanuras del oriente colombiano, es un mar abierto al océano Pacífico y separado del Atlántico por los mismos dos escudos de rocas precámbricas. Pero sucesivos acontecimientos tectónicos, iniciados hace seis millones de años y prolongados por milenios, arrugan la faz del suelo y levantan la cordillera de los Andes. Las definitivas montañas hacen retroceder al océano e inauguran para el joven continente las condiciones de dos nuevos ecosistemas. Las aguas del oriente, desesperadas, buscan salida hacia el Atlántico y fracturan la barrera que unía los escudos Guyanés y Brasileño. Por la hendidura nace disparado un monstruo de seis mil kilómetros, cuyas furias albergan la quinta parte de todas las aguas fluviales del mundo. He aquí al Amazonas, el único río con merecidas pretensiones de mar en el planeta.
Desde las cordilleras, arrastrados por las aguas, bajan sedimentos que van configurando varios estratos de tierra firme escalonados. Las lluvias van endulzando las aguas. La fauna de mar se adapta sin perder su genio y su figura. Delfines, tiburones, rayas y otras criaturas, antes exclusivas del océano, cambian de casa y se hacen marineros de agua dulce. La extraña combinación da pie para el surgimiento de unas setecientas especies ícticas del Amazonas, superiores en cantidad a las de cualquier otro río del mundo. Medra el arca de Noé.
Dos millones de años atrás, ya en el Cuaternario, desproporcionados herbívoros azotan las sedimentadas tierras. Gliptodontes, mastodontes, tigres de diente de sable, grandes camélidos y équidos ejercen un reino fugaz, ya que sucesivas extinciones los reducen a elementos de leyenda en la memoria arcaica de los posteriores dibujantes de historietas.
¿Cuáles son los dos nuevos ecosistemas propiciados por estos estropicios naturales? Son la selva y la sabana. Las lluvias, la temperatura y la calidad de los suelos determinaron qué porciones de tierra fueran de una o de otra. Los bosques húmedos del neotrópico colombiano elevaron hasta sesenta metros sus doseles en las zonas de mayor precipitación. Las sabanas cubrieron con su barba verde y amarilla aquellos territorios estacionales donde las sequías prolongadas alternan con lluvias bíblicas, donde la temperatura es alta todo el año y los suelos pobres. Selvas y sabanas han jugado al rompecabezas a lo largo de milenios, desplazándose continuamente unas y otras. Cuando el clima es seco, las selvas se contraen y son reemplazadas por sabanas. El postrer episodio de esta índole ocurrió hace veinte mil años, durante el último período de frío o peniglacial, cuando las selvas se refugiaron en los sitios de clima menos drástico, mientras las sabanas ondearon en todas las tierras bajas. Al calentarse el clima, la operación se invirtió.
Las sabanas no son selvas deforestadas por el hombre ni bosques devastados por las quemas. La fauna y la flora respectivas le pertenecen a cada una de manera diferenciada y cada especie se ha adaptado sorprendentemente a ellas desde mucho antes de la llegada del hombre a esos lugares. Hace dos millones de años ya los bosques alternaban con los pastos en enormes extensiones perfectamente identificadas consigo mismas. La rueda de los tiempos ha determinado que actualmente la Amazonia selvática colombiana abarque cuatrocientos mil kilómetros cuadrados, mientras que la Orinoquia sabanera tenga doscientos cincuenta mil. En conjunto, más de la mitad del territorio nacional.
La porción colombiana de la selva amazónica es menor si se la compara con la gigantesca tajada del Brasil. Pero esta inferioridad aritmética ha sido compensada con proporciones geométricas de biodiversidad. Gracias a su compleja estructura geológica, dada por la proximidad a la cordillera de los Andes, la Amazonia colombiana tiene la mayor multiplicidad de especies vegetales nativas de toda la Amazonia americana. En una hectárea de la Amazonia colombiana hay tantas especies arbóreas como en todos los bosques de la zona templada de Estados Unidos, hay igual número de aves, y una vez y media más de mariposas que en Estados Unidos y Canadá juntos.
Aquí está la cuarta parte de las especies de plantas leñosas del planeta. La combinación de suelos mal nutridos normales en la selva, con los relativamente fértiles del piedemonte andino, ha hecho de estos bosques los más diversificados del globo y los poseedores del más rico endemismo local. Ninguna área cultural del mundo se compara en existencia y dominio de hierbas medicinales y de drogas sicotrópicas, factor que puede desencadenar una revolución médica y agrícola en el próximo milenio. Además de arca de Noé, la Amazonia colombiana es la última página no escrita del Génesis, el archivo de la evolución del planeta y el escenario de privilegio que permite viajar por el tiempo para encontrar viva la prehistoria.
A contracorriente de la apariencia homogénea que proporciona la selva –desde el aire, un tapiz de brócoli; desde adentro, un umbrío enjambre de lianas y de árboles–, la vida en ella ocurre con la variedad y estratificación de un edificio urbano de cinco pisos. Arriba, sobre las copas arbóreas abiertas al cielo, las rapaces mayores, águilas, gavilanes, gallinazos, disputan su reino inaccesible con los monos frugívoros. En el dosel, cuyas hojas interceptan entre la mitad y las dos terceras partes de la lluvia, los tucanes y el colibrí hacen su trabajo de hélices y de colores. Los troncos, atenazados por múltiples bejucos trepadores de tallos con arquitecturas inverosímiles, son el espacio de los pájaros carpinteros, de los quetzales y de los micos aulladores.
Más abajo, entre la maraña del sotobosque, un enjambre de pájaros atrapamoscas, fruteros, hormigueros y saltarines juegan cabriolas con los perros de monte y los cuzumbos. En el suelo, en el primer piso, las pavas de monte, las palomitas de piso, los paujiles y los cucaracheros se resignan a una vida casi privada de luz, en este universo cuajado de follaje donde la lucha vegetal por la luz es más fuerte que la lucha por el sustento, ya que de la luz, gracias a la fotosíntesis, arranca el proceso de producción alimentaria.
Al norte de la selva, se abre sin horizonte la llanura orinocense, hendida de ríos que son hilachas de numerosos brazos y que nunca acostumbran a guardar cauces ortodoxos. Los pastos de los Llanos Orientales tienen un atuendo para los interminables meses de lluvia y otro para la estación de la sequía. El primero es verde y lleno de una vida intrincada. El otro, amarillo, gris, ceniza. Con una frecuencia de hasta dos veces al año, los rayos solares hacen lupa sobre la hierba en sequía y se enciende un fuego que mineraliza la materia orgánica. Son las quemas periódicas, que caracterizan este ecosistema. También el hombre ayuda a incrementar con sus fósforos el lamido de las llamas.
Para burlarse del infierno, las especies sabaneras entierran sus semillas de renuevo, sus esporas, sus huevos y sus larvas, en un mecanismo de subterranización de la biomasa. El fuego apenas entibia la superficie del suelo, acariciando aquella vida en espera que se refugia centímetros abajo. Las plantas y animales sincronizan sus períodos de actividad o de reposo biológico en dependencia con la ocurrencia de las quemas, y en virtud de esta sincronización hay algunas incapaces de reproducirse si no son quemadas con la regularidad acostumbrada. De esta forma, sólo unos días después de la devastación del fuego, sucede el rebrote de la hierba, nubes de insectos reinfestan el espacio, hasta que pocas semanas más tarde la vida se manifiesta en praderas de brillantes tonalidades verdes.
#AmorPorColombia
Selvas y sabanas
Una inflorescencia de Arizá explaya su redondez, del tamaño de un gran melón, a un metro del suelo. Así, este enjambre de pistilos y estambres se dispone a recibir los de abejas y otros insectos en las selvas del Chocó. Aldo Brando.
Unicornio en miniatura y solitario, un saltamontes ramonea sobre la alfombra de musgos, en los bosques del Guainía en la Amazonia. Aldo Brando.
Para confundir a algún depredador en potencia, una mariposa del sotobosque del Vaupés exhibe su transparencia alada, con el ojo falso que confronta la mortal mirada de aquel que pretenda atacarla por la espalda. Aldo Brando.
Suspendidas entre la vegetación de sus respectivos entornos, una Pasiflora del Vaupés en la Amazonia, expone todo su atractivo para ofrecer el néctar a insectos y aves, y de paso recibir los favores de la polinización. Aldo Brando.
Suspendidas entre la vegetación de sus respectivos entornos, una Herrania del Meta en los Llanos, expone todo su atractivo para ofrecer el néctar a insectos y aves, y de paso recibir los favores de la polinización. Aldo Brando.
Ante la alarma extendida en la colonia, una hormiga conga sale con una larva de su nido, localizado entre las raíces de un árbol, en las selvas del Vaupés. Aldo Brando.
Posada sobre su antiguo esqueleto, una chicharra despliega las alas mientras se adapta a la nueva forma de vida al salir de la crisálida, en los bosques del Amazonas. Aldo Brando.
Sólo un colorido y desnudo penacho queda de la inflorescencia de la palma de milpesos, después que los frutos se han desprendido del todo en las sabanas del Orinoco. Aldo Brando.
Reflejos del atardecer iluminan el suelo sobre el que se levanta la Estrellita del sur, una flor adaptada a las sabanas de la Amazonia, como las del Inírida, donde es la flor emblemática. Aldo Brando.
Agazapado entre las rocas de la escarpa de Araracuara, en el Caquetá, un sapo recurre al camuflaje para alimentarse de cucarrones, mariposas y otros insectos, mientras su defensa es reforzada por toxinas que expele en caso de ser perturbado. Aldo Brando.
De hábitos nocturnos, una serpiente cazadora se mimetiza entre las ramas de la selva chocoana para sorprender a sus presas, entre las cuales incluye serpientes venenosas. Aldo Brando.
Abrigando a su presa, un águila blanqui-negra explaya su capa de plumas mientras se alimenta durante su rehabilitación. A pesar de encontrarse en todo el neotrópico, es una de las rapaces más difíciles de observar en estado silvestre. Aldo Brando.
Con su cría aferrada a la espalda, una hembra de oso melero descansa durante el día en la copa de un árbol, en los llanos del Casanare, para iniciar su actividad al anochecer, recorriendo bosques y sabanas. Aldo Brando.
Dunas de arena emergen con el descenso de las aguas, a comienzos del verano, en las márgenes del río Vichada. Aldo Brando.
Mitad playón y mitad selva, una isla se transforma con las arenas que se descubren en el río Vichada durante el verano. Aldo Brando.
Reflejos del sol se funden en la corriente en receso del río Vichada, antes que el nivel de las aguas termine por ceder al lecho de arena que avanza al ritmo de la sequía en la Orinoquia. Aldo Brando.
Iluminada por un parche de sol que se disputan los árboles más altos de la selva, al norte de Antioquia, la densa vegetación forma toda una llanura, cuya actividad biológica tiene su clímax en las copas que escapan al mundo de las sombras. Aldo Brando.
El esplendor vegetal del Darién rodea la majestad de la cascada de Tilupo, en el parque natural Los Catíos, que forma parte del área de transición entre especies de las Américas. Una zona prioritaria en la conservación de la diversidad biológica del planeta. Aldo Brando.
Abrigando a su presa, un águila blanqui-negra explaya su capa de plumas mientras se alimenta durante su rehabilitación. A pesar de encontrarse en todo el neotrópico, es una de las rapaces más difíciles de observar en estado silvestre. Aldo Brando.
Hábiles tejedores de nidos colgantes, las oropéndolas o pájaros mochileros desafían a sus enemigos naturales, con una construcción suspendida que limita vertiginosamente las posibilidades de ataque en las selvas del Huila. Aldo Brando.
Plantas acuáticas crecen como melenas, al estar favorecidas por la oxigenación de las aguas, con los raudales del cañón de Araracuara en el río Caquetá. Aldo Brando.
Bordeando un curso de agua que sobrevive gracias a la vegetación, el bosque de galería aparece como un oasis en las sabanas del Orinoco. Aldo Brando.
Bordeando un curso de agua que sobrevive gracias a la vegetación, el bosque de galería aparece como un oasis en las sabanas del Orinoco. Aldo Brando.
Abrigando a su presa, un águila blanqui-negra explaya su capa de plumas mientras se alimenta durante su rehabilitación. A pesar de encontrarse en todo el neotrópico, es una de las rapaces más difíciles de observar en estado silvestre. Aldo Brando.
Texto de: Arturo Guerrero
Es la noche precámbrica. Rocas cristalinas, granitos y lavas ácidas bullen en los primeros calderos de la creación. Se está forjando entre vapores y pavores el basamento de un futuro continente. Dos escudos monumentales, el Guyanés y el Brasileño, van conformando el zócalo de la embrionaria Suramérica. Ni un alma recuerda aquellos cataclismos de hace mil y mil quinientos millones de años. Es la era proterozoica, cuando la vida es apenas un ensayo.
Ruedan los milenios de milenios, la naturaleza furiosa se toma su tiempo sin reloj para cocinar las obras y preparar los escenarios. La Pangea, el único continente originario, se estremece entre glaciaciones y tectonismos diversos. Más adelante, por los riscos del Cretáceo de hace cien millones de años, retumban los dinosaurios. Es Laurasia, la porción del norte donde están en semilla Europa, Asia y Norteamérica. Es también Gondwana, la porción del sur que se separa del norte, trayéndose los dos escudos continentales mencionados y que se convierte en un arca de Noé comenzando a desarrollar sus endemismos.
Corre ahora el mediodía del período Terciario. El territorio que más tarde llegaría a componer las selvas y llanuras del oriente colombiano, es un mar abierto al océano Pacífico y separado del Atlántico por los mismos dos escudos de rocas precámbricas. Pero sucesivos acontecimientos tectónicos, iniciados hace seis millones de años y prolongados por milenios, arrugan la faz del suelo y levantan la cordillera de los Andes. Las definitivas montañas hacen retroceder al océano e inauguran para el joven continente las condiciones de dos nuevos ecosistemas. Las aguas del oriente, desesperadas, buscan salida hacia el Atlántico y fracturan la barrera que unía los escudos Guyanés y Brasileño. Por la hendidura nace disparado un monstruo de seis mil kilómetros, cuyas furias albergan la quinta parte de todas las aguas fluviales del mundo. He aquí al Amazonas, el único río con merecidas pretensiones de mar en el planeta.
Desde las cordilleras, arrastrados por las aguas, bajan sedimentos que van configurando varios estratos de tierra firme escalonados. Las lluvias van endulzando las aguas. La fauna de mar se adapta sin perder su genio y su figura. Delfines, tiburones, rayas y otras criaturas, antes exclusivas del océano, cambian de casa y se hacen marineros de agua dulce. La extraña combinación da pie para el surgimiento de unas setecientas especies ícticas del Amazonas, superiores en cantidad a las de cualquier otro río del mundo. Medra el arca de Noé.
Dos millones de años atrás, ya en el Cuaternario, desproporcionados herbívoros azotan las sedimentadas tierras. Gliptodontes, mastodontes, tigres de diente de sable, grandes camélidos y équidos ejercen un reino fugaz, ya que sucesivas extinciones los reducen a elementos de leyenda en la memoria arcaica de los posteriores dibujantes de historietas.
¿Cuáles son los dos nuevos ecosistemas propiciados por estos estropicios naturales? Son la selva y la sabana. Las lluvias, la temperatura y la calidad de los suelos determinaron qué porciones de tierra fueran de una o de otra. Los bosques húmedos del neotrópico colombiano elevaron hasta sesenta metros sus doseles en las zonas de mayor precipitación. Las sabanas cubrieron con su barba verde y amarilla aquellos territorios estacionales donde las sequías prolongadas alternan con lluvias bíblicas, donde la temperatura es alta todo el año y los suelos pobres. Selvas y sabanas han jugado al rompecabezas a lo largo de milenios, desplazándose continuamente unas y otras. Cuando el clima es seco, las selvas se contraen y son reemplazadas por sabanas. El postrer episodio de esta índole ocurrió hace veinte mil años, durante el último período de frío o peniglacial, cuando las selvas se refugiaron en los sitios de clima menos drástico, mientras las sabanas ondearon en todas las tierras bajas. Al calentarse el clima, la operación se invirtió.
Las sabanas no son selvas deforestadas por el hombre ni bosques devastados por las quemas. La fauna y la flora respectivas le pertenecen a cada una de manera diferenciada y cada especie se ha adaptado sorprendentemente a ellas desde mucho antes de la llegada del hombre a esos lugares. Hace dos millones de años ya los bosques alternaban con los pastos en enormes extensiones perfectamente identificadas consigo mismas. La rueda de los tiempos ha determinado que actualmente la Amazonia selvática colombiana abarque cuatrocientos mil kilómetros cuadrados, mientras que la Orinoquia sabanera tenga doscientos cincuenta mil. En conjunto, más de la mitad del territorio nacional.
La porción colombiana de la selva amazónica es menor si se la compara con la gigantesca tajada del Brasil. Pero esta inferioridad aritmética ha sido compensada con proporciones geométricas de biodiversidad. Gracias a su compleja estructura geológica, dada por la proximidad a la cordillera de los Andes, la Amazonia colombiana tiene la mayor multiplicidad de especies vegetales nativas de toda la Amazonia americana. En una hectárea de la Amazonia colombiana hay tantas especies arbóreas como en todos los bosques de la zona templada de Estados Unidos, hay igual número de aves, y una vez y media más de mariposas que en Estados Unidos y Canadá juntos.
Aquí está la cuarta parte de las especies de plantas leñosas del planeta. La combinación de suelos mal nutridos normales en la selva, con los relativamente fértiles del piedemonte andino, ha hecho de estos bosques los más diversificados del globo y los poseedores del más rico endemismo local. Ninguna área cultural del mundo se compara en existencia y dominio de hierbas medicinales y de drogas sicotrópicas, factor que puede desencadenar una revolución médica y agrícola en el próximo milenio. Además de arca de Noé, la Amazonia colombiana es la última página no escrita del Génesis, el archivo de la evolución del planeta y el escenario de privilegio que permite viajar por el tiempo para encontrar viva la prehistoria.
A contracorriente de la apariencia homogénea que proporciona la selva –desde el aire, un tapiz de brócoli; desde adentro, un umbrío enjambre de lianas y de árboles–, la vida en ella ocurre con la variedad y estratificación de un edificio urbano de cinco pisos. Arriba, sobre las copas arbóreas abiertas al cielo, las rapaces mayores, águilas, gavilanes, gallinazos, disputan su reino inaccesible con los monos frugívoros. En el dosel, cuyas hojas interceptan entre la mitad y las dos terceras partes de la lluvia, los tucanes y el colibrí hacen su trabajo de hélices y de colores. Los troncos, atenazados por múltiples bejucos trepadores de tallos con arquitecturas inverosímiles, son el espacio de los pájaros carpinteros, de los quetzales y de los micos aulladores.
Más abajo, entre la maraña del sotobosque, un enjambre de pájaros atrapamoscas, fruteros, hormigueros y saltarines juegan cabriolas con los perros de monte y los cuzumbos. En el suelo, en el primer piso, las pavas de monte, las palomitas de piso, los paujiles y los cucaracheros se resignan a una vida casi privada de luz, en este universo cuajado de follaje donde la lucha vegetal por la luz es más fuerte que la lucha por el sustento, ya que de la luz, gracias a la fotosíntesis, arranca el proceso de producción alimentaria.
Al norte de la selva, se abre sin horizonte la llanura orinocense, hendida de ríos que son hilachas de numerosos brazos y que nunca acostumbran a guardar cauces ortodoxos. Los pastos de los Llanos Orientales tienen un atuendo para los interminables meses de lluvia y otro para la estación de la sequía. El primero es verde y lleno de una vida intrincada. El otro, amarillo, gris, ceniza. Con una frecuencia de hasta dos veces al año, los rayos solares hacen lupa sobre la hierba en sequía y se enciende un fuego que mineraliza la materia orgánica. Son las quemas periódicas, que caracterizan este ecosistema. También el hombre ayuda a incrementar con sus fósforos el lamido de las llamas.
Para burlarse del infierno, las especies sabaneras entierran sus semillas de renuevo, sus esporas, sus huevos y sus larvas, en un mecanismo de subterranización de la biomasa. El fuego apenas entibia la superficie del suelo, acariciando aquella vida en espera que se refugia centímetros abajo. Las plantas y animales sincronizan sus períodos de actividad o de reposo biológico en dependencia con la ocurrencia de las quemas, y en virtud de esta sincronización hay algunas incapaces de reproducirse si no son quemadas con la regularidad acostumbrada. De esta forma, sólo unos días después de la devastación del fuego, sucede el rebrote de la hierba, nubes de insectos reinfestan el espacio, hasta que pocas semanas más tarde la vida se manifiesta en praderas de brillantes tonalidades verdes.