- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
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- Manzur. Homenaje (2005)
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- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
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- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Mares
Alcatraces. Costa Atlántica. Aldo Brando.
Sobre la falda de una montaña de octocorales, esponjas iridiscentes, rodeadas de lirios anaranjados, iluminan el trayecto de la saltona contra el cielo del arrecife en la isla de San Andrés, mar Caribe. Páginas siguientes: Cortinas de burbujas se descuelgan desde la superficie, en el contorno sumergido de la isla de Malpelo, cuando la cabalgata de olas oceánicas se derrumba en sus acantilados, a más de 300 millas de la costa Pacífica colombia Aldo Brando.
Cortinas de burbujas se descuelgan desde la superficie, en el contorno sumergido de la isla de Malpelo, cuando la cabalgata de olas oceánicas se derrumba en sus acantilados, a más de 300 millas de la costa Pacífica colombia Aldo Brando.
Con la imponencia del rey de las profundidades visitando inesperadamente el antejardín de sus dominios, un tiburón tigre, de dos metros de musculatura y cartílago, se asoma a la superficie, por encima de los corales cuerno de alce en los cayos de Quitasueño, mar Caribe. Aldo Brando.
En el límite de dos profundidades que se marcan en el azul intenso de la isla de Providencia, una isabelita blanca despliega su refinado borde de aletas, que le permite maniobrar tanto en las aguas abiertas del Caribe como entre las cavernas y corales de los fondos del arrecife. Aldo Brando.
Nómadas inmemoriales de épicas travesías, los quelonios, como esta tortuga negra en el océano Pacífico, han desarrollado un sistema de navegación que les permite “leer” el campo magnético de la Tierra para llegar a desovar en la misma playa donde nacieron. Aldo Brando.
En el espejo de agua, como se conoce al techo del mar desde la profundidad, una isabelita negra es observada por su pareja, que deambula con inusitada curiosidad por las aguas del cayo Roncador, en el mar Caribe. Aldo Brando.
En el espejo de agua, como se conoce al techo del mar desde la profundidad, una isabelita negra es observada por su pareja, que deambula con inusitada curiosidad por las aguas del cayo Roncador, en el mar Caribe. Aldo Brando.
Oponiéndose a las fuertes corrientes sin mayor esfuerzo, una legión de tiburones martillo llega con las aguas frías de Semana Santa a Malpelo, en busca de los cardúmenes que se concentran alrededor de la isla. Aldo Brando.
Aldo Brando.
Al inflarse como un balón cubierto de espinas, lejos de corales o rocas donde puedan refugiarse, los peces tamborero evitan ser presa fácil en las aguas del Pacífico. A pesar de la marcada diferencia de color que presenta aquí una misma especie, se trata de dos fases en su crecimiento. Aldo Brando.
Al inflarse como un balón cubierto de espinas, lejos de corales o rocas donde puedan refugiarse, los peces tamborero evitan ser presa fácil en las aguas del Pacífico. A pesar de la marcada diferencia de color que presenta aquí una misma especie, se trata de dos fases en su crecimiento. Aldo Brando.
Dos aguamalas flotan en una laguna arrecifal de la isla de Providencia. Al posarse boca-arriba, sobre fondos arenosos, expondrán a la luz los racimos de algas asociadas en sus tentáculos. La especie fue clasificada bajo un género que evoca en la mitología a la hermosa Cassiopeia, castigada por su vanidad a ser una constelación que se ve invertida parte del año. Aldo Brando.
Dos aguamalas flotan en una laguna arrecifal de la isla de Providencia. Al posarse boca-arriba, sobre fondos arenosos, expondrán a la luz los racimos de algas asociadas en sus tentáculos. La especie fue clasificada bajo un género que evoca en la mitología a la hermosa Cassiopeia, castigada por su vanidad a ser una constelación que se ve invertida parte del año. Aldo Brando.
Con su penacho en forma de helecho, un lirio de mar se desplaza hasta el extremo de una esponja en Isla Fuerte, mar Caribe, para captar mejor las aguas que arrastran su alimento planctónico. Aldo Brando.
Al vaivén de las aguas, un abanico de mar despliega la ramificada red de su esqueleto, para filtrar su alimento de las fuertes corrientes del área de Taganga, en Santa Marta. Aldo Brando.
Sin alejarse de su escondite eventual, entre las chimeneas de la esponja tubular, una saltona permanece alerta en la isla de San Andrés, mar Caribe. Aldo Brando.
Una biosfera de valles y cordilleras aparece en el curso de los peces vieja, que surcan el espacio del coral cerebro en las islas del Rosario, mar Caribe. Aldo Brando.
En una travesía de alto riesgo, un cardumen de sardinas se agrupa para confundir a potenciales depredadores, destellando como relámpago en las aguas del Caribe, frente a La Guajira. Aldo Brando.
En el túnel conocido como La Catedral, producto de la erosión natural en la isla de Malpelo, una aglomeración de pargos refuerza en la penumbra su abrigo temporal, a las puertas del mar voraz. Aldo Brando.
Con disposición de guardabosques ante una selva de coral en Providencia, el pez castañuela resulta un defensor de inesperado coraje. A pesar de su condición de solitario, se enfrenta a todo transgresor de su huerto de algas. Aldo Brando.
Alerta y al acecho, una estrella serpiente sale en la noche a recorrer el arrecife de Isla Fuerte en el Caribe. Sus largos brazos le permiten desplazarse con gran agilidad sobre presas que incluyen larvas coralinas liberadas en la oscuridad. Aldo Brando.
Aferrada mientras proyecta el estómago sobre su presa, una estrella del golfo es acompañada por un pez halcón de coral en la Bahía Cupica, costa Pacífica. Aldo Brando.
De hábitos nocturnos, un grupo de peces soldado permanece oculto entre cavernas donde no penetra la luz del día, en la isla de Malpelo, y en donde poco parece importarles el sentido de orientación respecto de la superficie. Aldo Brando.
Depredadores con actitud de presa, cinco tiburones aletiblancos juveniles intentan ocultarse en el fondo de la isla de Gorgona, mientras sus colas los delatan ante la mirada sorprendida de un grupo de peces cardenal invadidos en su refugio. Aldo Brando.
En un crepúsculo bajo el mar se diluyen los trazos de luz esmeralda que roza la superficie al sumergirse el sol. Entrada la noche, el coral cuerno de venado (izquierda) será protagonista de la actividad oculta a la luz del día en las islas de San Bernardo del Viento. Aldo Brando.
En un crepúsculo bajo el mar se diluyen los trazos de luz esmeralda que roza la superficie al sumergirse el sol. Entrada la noche, la esponja tubular será protagonistas de la actividad oculta a la luz del día en las islas de San Bernardo del Viento. Aldo Brando.
Saliendo con cautela de su escondite diurno, en el interior de una esponja en las Islas de San Bernardo del Viento, una estrella serpiente se descuelga luego por las paredes de su huésped en busca de sedimentos adheridos a la superficie iridiscente. Aldo Brando.
Saliendo con cautela de su escondite diurno, en el interior de una esponja en las Islas de San Bernardo del Viento, una estrella serpiente se descuelga luego por las paredes de su huésped en busca de sedimentos adheridos a la superficie iridiscente. Aldo Brando.
De la profundidad en la noche un calamar emerge solitario, extendiendo su penacho de diez tentáculos casi hasta rozar con la superficie del mar de La Guajira, en la costa Atlántica. Aldo Brando.
En la boca de una esponja en Cartagena, el camarón barbero espera la llegada de algún pez que requiera la limpieza de la piel, los dientes o las branquias. Este servicio es “anunciado” por señales de las pinzas y las antenas, que refuerzan sus bandas rojas y blancas. Aldo Brando.
Para el camarón limpiador, existe otra oportunidad de alimentarse, aprovechando los restos de comida que se dispersan entre los tentáculos de la anémona donde habita. Aldo Brando.
Dotado con un arsenal de defensa, propio del más inteligente de los invertebrados, un pulpo se dispone a cambiar de color para camuflarse. Mientras cuestiona la seguridad del entorno con su ojo avizor, expone el sifón a modo de válvula, en caso de tener que escapar a propulsión, no sin antes arrojar una cortina de tinta para desaparecer tras ella, como cerrando su acto de magia. La Guajira. Aldo Brando.
Desde su diminuta guarida en un coral cerebro, donde se oculta velozmente o se arroja sobre distraídas presas, el pez perro advierte la actividad del arrecife en compañía de un gusano espiral. San Bernardo del Viento, mar Caribe. Aldo Brando.
Los penachos extendidos de una colonia de gusanos plumeros filtran las partículas de arena suspendidas sobre el arrecife, con las cuales forman un tubo de protección. Allí se ocultan ante el súbito cambio del sonido o de la luz entorno, y de allí emergen con suma prudencia. Capurganá, costa Atlántica. Aldo Brando.
Con el manto del rey de la selva de coral, extendido sobre su pálida concha, un caracol leopardo deja entrever el diseño enmascarado de su pie, mientras ataca a los pólipos de un coral blando. Zapzurro, costa Atlántica. Aldo Brando.
Montañas de espinas se levantan sobre la superficie porosa de una estrella del golfo, que se mantiene inmaculada gracias a las estructuras diminutas en forma de labios, con las que repele a cualquier extraño. Bahía Solano, costa Pacífica. Aldo Brando.
Entre las ramas desnudas de un octocoral, los pólipos que forman este arbusto submarino esperan la llegada de la noche para emerger de su esqueleto externo en Bahía Octavia, costa Pacífica. Aldo Brando.
A través de la red que forma el abanico de mar, dos caracoles leopardo pasan casi desapercibidos, mientras se desplazan con su manto camuflado en busca de los pólipos de su huésped. Isla de Providencia, mar Caribe. Aldo Brando.
Con una armadura infranqueable, el pez erizo se infla para desplegar su defensa de espinas, que deja apenas al descubierto el contorno de su boca y de sus ojos. Bahía de Humboldt, costa Pacífica. Aldo Brando.
Camuflado con un color equivocado, el pez lenguado trata de pasar desapercibido, mientras su cola inmóvil lo delata en la arena. Isla Tierra Bomba, costa Atlántica. Aldo Brando.
Sobre la textura aterciopelada que le imprimen las algas asociadas al coral en San Andrés, un pez gobi sobresale anunciando su “estación de limpieza” ante otros peces. Estos, al permanecer suspendidos encima del coral, indican su disposición para que el limpiador se eleve, como si levitara, a emprender su labor. Aldo Brando.
Un gesto de asombro, o de apetito descomunal, parece dibujarse en una esponja tubular, que vista desde arriba en las islas del Rosario, se convierte en un personaje de ciencia ficción. Aldo Brando.
Texto de: Arturo Guerrero
Las ondas verdeazules que conforman el millón de kilómetros cuadrados de los dos mares de Colombia son apenas el telón de superficie que difícilmente deja adivinar el vasto océano de posibilidades vivientes en el seno de las aguas. Un centímetro debajo de este espejo vacilante se abre un país diferente, una realidad apenas rasguñada por la ciencia y acariciada por la aventura.
Algunos asombros de abreboca preparan la mente para la inmersión en el enigma: bajo las aguas de los océanos Atlántico y Pacífico fluyen los organismos con vida más antiguos de la Tierra, algunos de los cuales, óigase bien, son inmortales. Desde el pez perro que circunda la isla de Malpelo en el Pacífico, con sus dos centímetros de longitud, hasta el tiburón ballena de profundidades pelágicas, que pasa por Isla Fuerte en el Caribe con sus quince metros colosales, la zoología vertebrada de estas aguas muestra una gama de tallas y potencias sin par y sin réplica sobre la fracción seca de la esquina superior de Suramérica.
Aquí, en las condiciones únicas del neotrópico, en estratos submarinos poco profundos de entre diez y setenta metros, y con temperaturas de entre veinticinco y treinta y un grados centígrados, crecen desde hace quinientos millones de años los únicos organismos del planeta que fabrican su propio ecosistema. Y estos ecosistemas son hoy los más complejos y diversos del mundo. Son los corales constructores de arrecifes, con sus pólipos y sus algas asociadas.
En la noche de los tiempos, los mares Pacífico y Caribe eran una misma mole líquida. Sucesivas conmociones tectónicas levantaron hace siete millones de años el istmo de Centroamérica, que dividió las aguas de las aguas. El prolongado proceso de acomodamiento terminó hace dos millones y medio de años, época desde la cual los dos mares de Colombia se estabilizaron en su forma actual. Surgieron las islas: unas, reminiscencias de volcanes; otras, emergencia de arrecifes. Unas alejadas, otras formando cadenas que separaron al Caribe del océano padre, el Atlántico. Se diferenciaron las floras y las faunas. Reinó bajo las aguas la diversidad.
Con todo, los dos mares guardan similitud de hermanos. Semejantes profundidades de hasta cuatro mil metros. Parejos arrecifes que ofrecen barreras protectoras contra el embate de los siglos y que explican la sobrevivencia de islas y peñascos de otra manera devorados por las olas. Fauna que parece flora y que crece en intervalos de mil años, en un derrotero de centímetros arrancados a la voracidad de los elementos.
¿Cuál es la inmortalidad de aquellos organismos anunciados en la lista inicial de los asombros? Es la de los pólipos coralinos, individuos de pocos milímetros de cuerpo, que llegan hasta formar conglomerados de colonias con cuatro metros de diámetro, y que son maestros en el arte de sobrevivir. Asociados por simbiosis con algas microscópicas, han levantado una civilización de constructores que supera a las hormigas, a las abejas y a cualquier especie similar del mar y de la tierra. Los arrecifes, que conforman bancos, barreras, islas y moles calcáreas, han sido elevados desde sustratos resistentes, a razón de entre uno a cinco metros por milenio, en un proceso sistemático de florescencia mineral, vegetal y zoológica.
Para que alcanzaran una inmortalidad que por lo menos es teórica, es decir pensable, la naturaleza dotó a los pólipos de un doble sistema de reproducción, asexual y sexual. La reproducción asexual consiste en la capacidad de subdividirse indefinidamente una y otra vez los pólipos, sin ninguna clase de límites, hasta llegar a convertirse en los organismos de mayor edad de la naturaleza, con cientos y cientos de años de vida. En caso de bloquearse este sistema reproductor maravilloso, y aun sin que ello suceda, los pólipos pueden formar en su interior gametos masculinos y femeninos, que dan lugar a variadas recombinaciones genéticas y a pasos adelante en la evolución de esta especie. Esta fecunda marcha genealógica ha posibilitado la emergencia de largas cadenas de galerías de corales arrecifales, en cuyas sinuosidades viven tres mil especies diferentes. El zoológico bullente más rico del mundo.
Y el trópico colombiano es el escenario de este esplendor de vida, por sus tibias aguas, por sus desiertos azules submarinos de pocos nutrientes, por la luz de completa generosidad en este cinturón de sol que dora la Tierra. Gracias a los arrecifes coralinos, el solo Caribe produce diez toneladas de biomasa por kilómetro cuadrado.
Las cadenas de arrecifes, quietas, cortantes, porosas, corrugadas, simulan ser entes inertes, muertos. Sus formas crípticas y laberínticas parecen grafías caprichosas labradas por las corrientes marinas sobre rocas sin memoria. Nada más falso. Las colonias de corales son una abigarrada aglomeración de vida, entre la cual navegan cardúmenes de peces de colores, únicos que llaman la atención del ojo humano por su movimiento y gracia. Pero estos animales vertebrados son escasamente el tres por ciento del total de las especies que pueblan las galerías de arrecifes. El otro noventa y siete por ciento está constituido por enigmáticos invertebrados, de escaso tamaño y de cuerpo irregular. Son las esponjas, los octocorales, los caballitos de mar, las anémonas, los gusanos, los caracoles, los moluscos bivalvos, los camarones, los cangrejos, los calamares, las babosas, las aguamalas o medusas, las estrellas de mar, los erizos, los pepinos, los balanos.
Este enjambre de seres, algunos de ellos ciento cincuenta millones de años anteriores a los peces, ejecutan una danza de intercambio elocuente en los abismos. Han elaborado entretenidos lenguajes químicos, corporales y miméticos, merced a los cuales se defienden de los monstruos, se enamoran, se camuflan, se aparean. Así, las hembras en celo de los crustáceos diluyen en las aguas feromonas que son arrastradas por las corrientes y que avisan a los machos que es tiempo del cortejo y la fecundación. Así, la coloración del cuerpo de los calamares les permite huir. Así, los camarones limpiadores avisan sobre la prestación de sus servicios mediante elaboradas señales y despliegue de colores.
Todo es esfuerzo por la vida, todo es conquista del espacio, todo es tensión evolutiva en este submundo viscoso y colorido, donde los reinos naturales pierden los linderos de la lógica y donde el tiempo es un artesano de piedra que trabaja con golpes de mil años. A partir de las mínimas algas que arrancan del sol el alimento, y de los ínfimos pólipos que captan las partículas nutrientes en suspenso, hay una cadena trófica infinita, incesante y cundida de jerarquía. El fitoplancton, ese cúmulo de organismos microscópicos con origen en la fotosíntesis, errante en la pradera marina a merced de corrientes superficiales, es absorbido por larvas, huevos y pequeños animales que conforman el zooplancton. Este es atrapado por los invertebrados carnívoros de los arrecifes, que sin moverse de sus puestos fijos esperan el paso del nutriente y lo fijan a sus tentáculos o superficies voraces. Luego viene el turno de los peces.
Conformando una minoría dentro de la espesa sopa vital submarina, estos vertebrados, que sólo aparecieron hace quinientos millones de años, escalan sucesivos niveles tróficos. Los hay que se alimentan directamente del coral, unos herbívoros sorbiendo las algas microscópicas, otros carnívoros festejándose de pólipos gracias a trompas alargadas que les permiten hozar a toda gula. También despliegan mecanismos de defensa, también se comunican caprichosamente. El lenguado imita el fondo coralino o arenoso para pasar desapercibido frente al enemigo o a la presa. El pez trompeta se yergue verticalmente para ser confundido con las estructuras similares de los octocorales. El pez mariposa se raya de bandas claras y oscuras copiando el juego de la luz al atravesar la hierba.
En estas aguas abiertas de las profundidades pelágicas tiene escenario la parte terminal de las cadenas o redes alimenticias marinas. Allí cruzan comunidades populosísimas que cubren la luz del sol formando nubes febriles por debajo de la superficie acuática. Y allí queda el reino de los gigantes, perseguidos por su leyenda de riqueza y de propiedades curativas, y temidos por su también leyenda de ferocidad y dientes. Son masas de músculo y cartílago, como el tiburón martillo, con sus proyecciones laterales en el cráneo coronadas por ojos en los extremos, que tiene un idioma de posturas corporales para el cortejo y la reproducción. O como el tiburón ballena, el pez más grande del planeta y el más inofensivo ya que sólo se alimenta de plancton, el cual lleva adheridos a su piel peces rémoras que lo limpian, en una simbiosis comparable a la de las algas microscópicas y los pólipos, allá, en el remoto inicio de la cadena trófica, donde también el plancton flota como un primer ofrecimiento de la vida en el trópico colombiano.
#AmorPorColombia
Mares
Alcatraces. Costa Atlántica. Aldo Brando.
Sobre la falda de una montaña de octocorales, esponjas iridiscentes, rodeadas de lirios anaranjados, iluminan el trayecto de la saltona contra el cielo del arrecife en la isla de San Andrés, mar Caribe. Páginas siguientes: Cortinas de burbujas se descuelgan desde la superficie, en el contorno sumergido de la isla de Malpelo, cuando la cabalgata de olas oceánicas se derrumba en sus acantilados, a más de 300 millas de la costa Pacífica colombia Aldo Brando.
Cortinas de burbujas se descuelgan desde la superficie, en el contorno sumergido de la isla de Malpelo, cuando la cabalgata de olas oceánicas se derrumba en sus acantilados, a más de 300 millas de la costa Pacífica colombia Aldo Brando.
Con la imponencia del rey de las profundidades visitando inesperadamente el antejardín de sus dominios, un tiburón tigre, de dos metros de musculatura y cartílago, se asoma a la superficie, por encima de los corales cuerno de alce en los cayos de Quitasueño, mar Caribe. Aldo Brando.
En el límite de dos profundidades que se marcan en el azul intenso de la isla de Providencia, una isabelita blanca despliega su refinado borde de aletas, que le permite maniobrar tanto en las aguas abiertas del Caribe como entre las cavernas y corales de los fondos del arrecife. Aldo Brando.
Nómadas inmemoriales de épicas travesías, los quelonios, como esta tortuga negra en el océano Pacífico, han desarrollado un sistema de navegación que les permite “leer” el campo magnético de la Tierra para llegar a desovar en la misma playa donde nacieron. Aldo Brando.
En el espejo de agua, como se conoce al techo del mar desde la profundidad, una isabelita negra es observada por su pareja, que deambula con inusitada curiosidad por las aguas del cayo Roncador, en el mar Caribe. Aldo Brando.
En el espejo de agua, como se conoce al techo del mar desde la profundidad, una isabelita negra es observada por su pareja, que deambula con inusitada curiosidad por las aguas del cayo Roncador, en el mar Caribe. Aldo Brando.
Oponiéndose a las fuertes corrientes sin mayor esfuerzo, una legión de tiburones martillo llega con las aguas frías de Semana Santa a Malpelo, en busca de los cardúmenes que se concentran alrededor de la isla. Aldo Brando.
Aldo Brando.
Al inflarse como un balón cubierto de espinas, lejos de corales o rocas donde puedan refugiarse, los peces tamborero evitan ser presa fácil en las aguas del Pacífico. A pesar de la marcada diferencia de color que presenta aquí una misma especie, se trata de dos fases en su crecimiento. Aldo Brando.
Al inflarse como un balón cubierto de espinas, lejos de corales o rocas donde puedan refugiarse, los peces tamborero evitan ser presa fácil en las aguas del Pacífico. A pesar de la marcada diferencia de color que presenta aquí una misma especie, se trata de dos fases en su crecimiento. Aldo Brando.
Dos aguamalas flotan en una laguna arrecifal de la isla de Providencia. Al posarse boca-arriba, sobre fondos arenosos, expondrán a la luz los racimos de algas asociadas en sus tentáculos. La especie fue clasificada bajo un género que evoca en la mitología a la hermosa Cassiopeia, castigada por su vanidad a ser una constelación que se ve invertida parte del año. Aldo Brando.
Dos aguamalas flotan en una laguna arrecifal de la isla de Providencia. Al posarse boca-arriba, sobre fondos arenosos, expondrán a la luz los racimos de algas asociadas en sus tentáculos. La especie fue clasificada bajo un género que evoca en la mitología a la hermosa Cassiopeia, castigada por su vanidad a ser una constelación que se ve invertida parte del año. Aldo Brando.
Con su penacho en forma de helecho, un lirio de mar se desplaza hasta el extremo de una esponja en Isla Fuerte, mar Caribe, para captar mejor las aguas que arrastran su alimento planctónico. Aldo Brando.
Al vaivén de las aguas, un abanico de mar despliega la ramificada red de su esqueleto, para filtrar su alimento de las fuertes corrientes del área de Taganga, en Santa Marta. Aldo Brando.
Sin alejarse de su escondite eventual, entre las chimeneas de la esponja tubular, una saltona permanece alerta en la isla de San Andrés, mar Caribe. Aldo Brando.
Una biosfera de valles y cordilleras aparece en el curso de los peces vieja, que surcan el espacio del coral cerebro en las islas del Rosario, mar Caribe. Aldo Brando.
En una travesía de alto riesgo, un cardumen de sardinas se agrupa para confundir a potenciales depredadores, destellando como relámpago en las aguas del Caribe, frente a La Guajira. Aldo Brando.
En el túnel conocido como La Catedral, producto de la erosión natural en la isla de Malpelo, una aglomeración de pargos refuerza en la penumbra su abrigo temporal, a las puertas del mar voraz. Aldo Brando.
Con disposición de guardabosques ante una selva de coral en Providencia, el pez castañuela resulta un defensor de inesperado coraje. A pesar de su condición de solitario, se enfrenta a todo transgresor de su huerto de algas. Aldo Brando.
Alerta y al acecho, una estrella serpiente sale en la noche a recorrer el arrecife de Isla Fuerte en el Caribe. Sus largos brazos le permiten desplazarse con gran agilidad sobre presas que incluyen larvas coralinas liberadas en la oscuridad. Aldo Brando.
Aferrada mientras proyecta el estómago sobre su presa, una estrella del golfo es acompañada por un pez halcón de coral en la Bahía Cupica, costa Pacífica. Aldo Brando.
De hábitos nocturnos, un grupo de peces soldado permanece oculto entre cavernas donde no penetra la luz del día, en la isla de Malpelo, y en donde poco parece importarles el sentido de orientación respecto de la superficie. Aldo Brando.
Depredadores con actitud de presa, cinco tiburones aletiblancos juveniles intentan ocultarse en el fondo de la isla de Gorgona, mientras sus colas los delatan ante la mirada sorprendida de un grupo de peces cardenal invadidos en su refugio. Aldo Brando.
En un crepúsculo bajo el mar se diluyen los trazos de luz esmeralda que roza la superficie al sumergirse el sol. Entrada la noche, el coral cuerno de venado (izquierda) será protagonista de la actividad oculta a la luz del día en las islas de San Bernardo del Viento. Aldo Brando.
En un crepúsculo bajo el mar se diluyen los trazos de luz esmeralda que roza la superficie al sumergirse el sol. Entrada la noche, la esponja tubular será protagonistas de la actividad oculta a la luz del día en las islas de San Bernardo del Viento. Aldo Brando.
Saliendo con cautela de su escondite diurno, en el interior de una esponja en las Islas de San Bernardo del Viento, una estrella serpiente se descuelga luego por las paredes de su huésped en busca de sedimentos adheridos a la superficie iridiscente. Aldo Brando.
Saliendo con cautela de su escondite diurno, en el interior de una esponja en las Islas de San Bernardo del Viento, una estrella serpiente se descuelga luego por las paredes de su huésped en busca de sedimentos adheridos a la superficie iridiscente. Aldo Brando.
De la profundidad en la noche un calamar emerge solitario, extendiendo su penacho de diez tentáculos casi hasta rozar con la superficie del mar de La Guajira, en la costa Atlántica. Aldo Brando.
En la boca de una esponja en Cartagena, el camarón barbero espera la llegada de algún pez que requiera la limpieza de la piel, los dientes o las branquias. Este servicio es “anunciado” por señales de las pinzas y las antenas, que refuerzan sus bandas rojas y blancas. Aldo Brando.
Para el camarón limpiador, existe otra oportunidad de alimentarse, aprovechando los restos de comida que se dispersan entre los tentáculos de la anémona donde habita. Aldo Brando.
Dotado con un arsenal de defensa, propio del más inteligente de los invertebrados, un pulpo se dispone a cambiar de color para camuflarse. Mientras cuestiona la seguridad del entorno con su ojo avizor, expone el sifón a modo de válvula, en caso de tener que escapar a propulsión, no sin antes arrojar una cortina de tinta para desaparecer tras ella, como cerrando su acto de magia. La Guajira. Aldo Brando.
Desde su diminuta guarida en un coral cerebro, donde se oculta velozmente o se arroja sobre distraídas presas, el pez perro advierte la actividad del arrecife en compañía de un gusano espiral. San Bernardo del Viento, mar Caribe. Aldo Brando.
Los penachos extendidos de una colonia de gusanos plumeros filtran las partículas de arena suspendidas sobre el arrecife, con las cuales forman un tubo de protección. Allí se ocultan ante el súbito cambio del sonido o de la luz entorno, y de allí emergen con suma prudencia. Capurganá, costa Atlántica. Aldo Brando.
Con el manto del rey de la selva de coral, extendido sobre su pálida concha, un caracol leopardo deja entrever el diseño enmascarado de su pie, mientras ataca a los pólipos de un coral blando. Zapzurro, costa Atlántica. Aldo Brando.
Montañas de espinas se levantan sobre la superficie porosa de una estrella del golfo, que se mantiene inmaculada gracias a las estructuras diminutas en forma de labios, con las que repele a cualquier extraño. Bahía Solano, costa Pacífica. Aldo Brando.
Entre las ramas desnudas de un octocoral, los pólipos que forman este arbusto submarino esperan la llegada de la noche para emerger de su esqueleto externo en Bahía Octavia, costa Pacífica. Aldo Brando.
A través de la red que forma el abanico de mar, dos caracoles leopardo pasan casi desapercibidos, mientras se desplazan con su manto camuflado en busca de los pólipos de su huésped. Isla de Providencia, mar Caribe. Aldo Brando.
Con una armadura infranqueable, el pez erizo se infla para desplegar su defensa de espinas, que deja apenas al descubierto el contorno de su boca y de sus ojos. Bahía de Humboldt, costa Pacífica. Aldo Brando.
Camuflado con un color equivocado, el pez lenguado trata de pasar desapercibido, mientras su cola inmóvil lo delata en la arena. Isla Tierra Bomba, costa Atlántica. Aldo Brando.
Sobre la textura aterciopelada que le imprimen las algas asociadas al coral en San Andrés, un pez gobi sobresale anunciando su “estación de limpieza” ante otros peces. Estos, al permanecer suspendidos encima del coral, indican su disposición para que el limpiador se eleve, como si levitara, a emprender su labor. Aldo Brando.
Un gesto de asombro, o de apetito descomunal, parece dibujarse en una esponja tubular, que vista desde arriba en las islas del Rosario, se convierte en un personaje de ciencia ficción. Aldo Brando.
Texto de: Arturo Guerrero
Las ondas verdeazules que conforman el millón de kilómetros cuadrados de los dos mares de Colombia son apenas el telón de superficie que difícilmente deja adivinar el vasto océano de posibilidades vivientes en el seno de las aguas. Un centímetro debajo de este espejo vacilante se abre un país diferente, una realidad apenas rasguñada por la ciencia y acariciada por la aventura.
Algunos asombros de abreboca preparan la mente para la inmersión en el enigma: bajo las aguas de los océanos Atlántico y Pacífico fluyen los organismos con vida más antiguos de la Tierra, algunos de los cuales, óigase bien, son inmortales. Desde el pez perro que circunda la isla de Malpelo en el Pacífico, con sus dos centímetros de longitud, hasta el tiburón ballena de profundidades pelágicas, que pasa por Isla Fuerte en el Caribe con sus quince metros colosales, la zoología vertebrada de estas aguas muestra una gama de tallas y potencias sin par y sin réplica sobre la fracción seca de la esquina superior de Suramérica.
Aquí, en las condiciones únicas del neotrópico, en estratos submarinos poco profundos de entre diez y setenta metros, y con temperaturas de entre veinticinco y treinta y un grados centígrados, crecen desde hace quinientos millones de años los únicos organismos del planeta que fabrican su propio ecosistema. Y estos ecosistemas son hoy los más complejos y diversos del mundo. Son los corales constructores de arrecifes, con sus pólipos y sus algas asociadas.
En la noche de los tiempos, los mares Pacífico y Caribe eran una misma mole líquida. Sucesivas conmociones tectónicas levantaron hace siete millones de años el istmo de Centroamérica, que dividió las aguas de las aguas. El prolongado proceso de acomodamiento terminó hace dos millones y medio de años, época desde la cual los dos mares de Colombia se estabilizaron en su forma actual. Surgieron las islas: unas, reminiscencias de volcanes; otras, emergencia de arrecifes. Unas alejadas, otras formando cadenas que separaron al Caribe del océano padre, el Atlántico. Se diferenciaron las floras y las faunas. Reinó bajo las aguas la diversidad.
Con todo, los dos mares guardan similitud de hermanos. Semejantes profundidades de hasta cuatro mil metros. Parejos arrecifes que ofrecen barreras protectoras contra el embate de los siglos y que explican la sobrevivencia de islas y peñascos de otra manera devorados por las olas. Fauna que parece flora y que crece en intervalos de mil años, en un derrotero de centímetros arrancados a la voracidad de los elementos.
¿Cuál es la inmortalidad de aquellos organismos anunciados en la lista inicial de los asombros? Es la de los pólipos coralinos, individuos de pocos milímetros de cuerpo, que llegan hasta formar conglomerados de colonias con cuatro metros de diámetro, y que son maestros en el arte de sobrevivir. Asociados por simbiosis con algas microscópicas, han levantado una civilización de constructores que supera a las hormigas, a las abejas y a cualquier especie similar del mar y de la tierra. Los arrecifes, que conforman bancos, barreras, islas y moles calcáreas, han sido elevados desde sustratos resistentes, a razón de entre uno a cinco metros por milenio, en un proceso sistemático de florescencia mineral, vegetal y zoológica.
Para que alcanzaran una inmortalidad que por lo menos es teórica, es decir pensable, la naturaleza dotó a los pólipos de un doble sistema de reproducción, asexual y sexual. La reproducción asexual consiste en la capacidad de subdividirse indefinidamente una y otra vez los pólipos, sin ninguna clase de límites, hasta llegar a convertirse en los organismos de mayor edad de la naturaleza, con cientos y cientos de años de vida. En caso de bloquearse este sistema reproductor maravilloso, y aun sin que ello suceda, los pólipos pueden formar en su interior gametos masculinos y femeninos, que dan lugar a variadas recombinaciones genéticas y a pasos adelante en la evolución de esta especie. Esta fecunda marcha genealógica ha posibilitado la emergencia de largas cadenas de galerías de corales arrecifales, en cuyas sinuosidades viven tres mil especies diferentes. El zoológico bullente más rico del mundo.
Y el trópico colombiano es el escenario de este esplendor de vida, por sus tibias aguas, por sus desiertos azules submarinos de pocos nutrientes, por la luz de completa generosidad en este cinturón de sol que dora la Tierra. Gracias a los arrecifes coralinos, el solo Caribe produce diez toneladas de biomasa por kilómetro cuadrado.
Las cadenas de arrecifes, quietas, cortantes, porosas, corrugadas, simulan ser entes inertes, muertos. Sus formas crípticas y laberínticas parecen grafías caprichosas labradas por las corrientes marinas sobre rocas sin memoria. Nada más falso. Las colonias de corales son una abigarrada aglomeración de vida, entre la cual navegan cardúmenes de peces de colores, únicos que llaman la atención del ojo humano por su movimiento y gracia. Pero estos animales vertebrados son escasamente el tres por ciento del total de las especies que pueblan las galerías de arrecifes. El otro noventa y siete por ciento está constituido por enigmáticos invertebrados, de escaso tamaño y de cuerpo irregular. Son las esponjas, los octocorales, los caballitos de mar, las anémonas, los gusanos, los caracoles, los moluscos bivalvos, los camarones, los cangrejos, los calamares, las babosas, las aguamalas o medusas, las estrellas de mar, los erizos, los pepinos, los balanos.
Este enjambre de seres, algunos de ellos ciento cincuenta millones de años anteriores a los peces, ejecutan una danza de intercambio elocuente en los abismos. Han elaborado entretenidos lenguajes químicos, corporales y miméticos, merced a los cuales se defienden de los monstruos, se enamoran, se camuflan, se aparean. Así, las hembras en celo de los crustáceos diluyen en las aguas feromonas que son arrastradas por las corrientes y que avisan a los machos que es tiempo del cortejo y la fecundación. Así, la coloración del cuerpo de los calamares les permite huir. Así, los camarones limpiadores avisan sobre la prestación de sus servicios mediante elaboradas señales y despliegue de colores.
Todo es esfuerzo por la vida, todo es conquista del espacio, todo es tensión evolutiva en este submundo viscoso y colorido, donde los reinos naturales pierden los linderos de la lógica y donde el tiempo es un artesano de piedra que trabaja con golpes de mil años. A partir de las mínimas algas que arrancan del sol el alimento, y de los ínfimos pólipos que captan las partículas nutrientes en suspenso, hay una cadena trófica infinita, incesante y cundida de jerarquía. El fitoplancton, ese cúmulo de organismos microscópicos con origen en la fotosíntesis, errante en la pradera marina a merced de corrientes superficiales, es absorbido por larvas, huevos y pequeños animales que conforman el zooplancton. Este es atrapado por los invertebrados carnívoros de los arrecifes, que sin moverse de sus puestos fijos esperan el paso del nutriente y lo fijan a sus tentáculos o superficies voraces. Luego viene el turno de los peces.
Conformando una minoría dentro de la espesa sopa vital submarina, estos vertebrados, que sólo aparecieron hace quinientos millones de años, escalan sucesivos niveles tróficos. Los hay que se alimentan directamente del coral, unos herbívoros sorbiendo las algas microscópicas, otros carnívoros festejándose de pólipos gracias a trompas alargadas que les permiten hozar a toda gula. También despliegan mecanismos de defensa, también se comunican caprichosamente. El lenguado imita el fondo coralino o arenoso para pasar desapercibido frente al enemigo o a la presa. El pez trompeta se yergue verticalmente para ser confundido con las estructuras similares de los octocorales. El pez mariposa se raya de bandas claras y oscuras copiando el juego de la luz al atravesar la hierba.
En estas aguas abiertas de las profundidades pelágicas tiene escenario la parte terminal de las cadenas o redes alimenticias marinas. Allí cruzan comunidades populosísimas que cubren la luz del sol formando nubes febriles por debajo de la superficie acuática. Y allí queda el reino de los gigantes, perseguidos por su leyenda de riqueza y de propiedades curativas, y temidos por su también leyenda de ferocidad y dientes. Son masas de músculo y cartílago, como el tiburón martillo, con sus proyecciones laterales en el cráneo coronadas por ojos en los extremos, que tiene un idioma de posturas corporales para el cortejo y la reproducción. O como el tiburón ballena, el pez más grande del planeta y el más inofensivo ya que sólo se alimenta de plancton, el cual lleva adheridos a su piel peces rémoras que lo limpian, en una simbiosis comparable a la de las algas microscópicas y los pólipos, allá, en el remoto inicio de la cadena trófica, donde también el plancton flota como un primer ofrecimiento de la vida en el trópico colombiano.