- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario350 años / Los libros antiguos del Rosario: El arduo camino de una joya |
Los libros antiguos del Rosario: El arduo camino de una joya

Emblemata Regio-politica. Juan de Solórzano Pereira, Madrid, 1653.
Emblemata Regio-politica. Juan de Solórzano Pereira, Madrid, 1653.
De Historia Italicae provintiae ac romanorum gestis in decem libros. Eutropio, París, 1512.
Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.
Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.
Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.
Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.
Gramática de la lengua mosca. Fray Bernardo de Lugo, Madrid, 1619.
Gramática de la lengua mosca. Fray Bernardo de Lugo, Madrid, 1619.
Gramática de la lengua mosca. Fray Bernardo de Lugo, Madrid, 1619.
De Monstris et prodigris. Ambrosius Pareus, Frankfurt, 1610.
De Monstris et prodigris. Ambrosius Pareus, Frankfurt, 1610.
De Monstris et prodigris. Ambrosius Pareus, Frankfurt, 1610.
Chirurgia. Galeni, Venecia, 1556.
Chirurgia. Galeni, Venecia, 1556.
Chirurgia. Galeni, Venecia, 1556.
Cubierta del libro Paris de puteo, 1540.
Grabado del Hierogliphicorum Liber, 1612.
Grabado del Hierogliphicorum Liber, 1612.
Fray Cristóbal de Torres. Ilustración en Constituciones, 1654.
Texto de: Juan Esteban Constaín Croce
La historia desdeña los exabruptos de las ideologías. Con ironía de vieja maestra, tolera las necedades cometidas en su nombre: ya vendrá la tradición a poner orden en medio de ideas escandalosas y versiones terribles sobre el recorrido del hombre por la tierra después de la expulsión del paraíso. Atrás han quedado ya esos cuadros sin justicia, donde se pintaba el rostro de una España feroz que descubrió a América (la idea misma de “descubrimiento” ya no es igual) para robarle sus riquezas y para aniquilar y esclavizar a sus culturas milenarias; atrás quedó también la pintura idílica, bucólica, de una Conquista hecha sólo con el soplo de Dios y amparada en los más caritativos valores cristianos. La leyenda negra y la leyenda rosa se fueron para darle paso a la sensatez.
Cuando llegan los soldados cristianos a poblar lo que vendría a ser el “Nuevo Mundo” (para usar el nombre que le dio el sabio Pedro Mártir de Anglería en sus célebres epístolas) y su alma, un eco de la reconquista española, se diluye perpleja en ese escenario inmenso que hoy llamamos América, un proceso complejísimo empieza a caminar por entre las contradicciones inevitables de la condición humana. Un proceso en el que se dan cita, de manera simultánea, las fuerzas más desgarradoras y difíciles que quepa imaginarse: el heroísmo, la codicia, la caridad, la sevicia, la perplejidad frente a la disolución que alcanzan a sentir los pobladores precolombinos de las tierras recién descubiertas, etcétera.
Pretender comprender ese proceso es el destino de cada americano, y para hacerlo no bastan los esquemas simples de una historia sin matices ni seres humanos. No podemos desconocer nuestro pasado ni pretender encontrar nuestra identidad por fuera de lo que somos; no podemos tampoco vivir como una promesa inconclusa. Nuestra cultura, la única que tenemos, es nuestra carta de navegación para seguir aferrados al mundo. Esa es la mejor razón para valorarla y para sentirnos orgullosos de ella.
En el largo periplo de la penetración española en América, el libro viene a ser una bandera más para la tarea evangelizadora que se ha puesto en sus espaldas el Imperio cristiano español. No hay que olvidar que el conocimiento de la verdadera fe estaba ligado al acto lógico en el sentido griego del término, es decir a la apropiación del mundo a partir de la palabra, del discurso, del logos. Para conocer a Dios había que conocer también las lenguas en las que el misterio se había revelado a los hombres, y el libro era una piedra que permitía asentar la fe en los nuevos adeptos.
La carrera brillante de los libros en América, sin embargo, excedió con mucho su intención inicial, y pronto el nuevo continente estaba inundado por millares de volúmenes que obedecían muy poco a esa necesidad piadosa de sembrar el Evangelio entre los aborígenes americanos. Los soldados españoles que vienen a la empresa ultramarina, son todos hombres que han quedado cesantes de la reconquista, y en tal condición son lectores impenitentes de las viejas historias de caballería que tanto habían contribuido en la construcción de la Europa medieval y que habían sido proscritas por considerárselas nocivas para la moral de los jóvenes y dañosas para la pureza de la doctrina de Jesús. Leer historias de ficción (“las fabulaciones perversas” como las llamaba la legislación española, legislación violada sistemáticamente) era un paliativo para los conquistadores. Sólo así soportaban esos viajes malsanos que tenían que hacer desde Palos o Cádiz hasta Cartagena de Indias, encerrados en naves destartaladas malviviendo en medio de las peores condiciones.
Una vez en tierra, los europeos necesitaban un vínculo profundo con su mundo, y la literatura les servía para recordar a los suyos y para estimular su vocación heroica; casi todos, parados en el territorio americano, pretendían emular con los héroes de sus historias favoritas y añadían a sus acciones el tono épico de las leyendas que poblaban su alma. No en vano la toponimia americana es un mapa de alusiones mitológicas y poéticas, pues cada guerrero occidental se sentía un Amadís de Gaula o un Oliveros de Castilla, por no hacer la alusión típica al Quijote, tan válida sin embargo. No en vano, también, la poesía fue el vehículo que utilizaron casi todos los cronistas de Indias para cantar los hechos de España en América.
El libro es un testimonio de cultura en nuestro mundo. Su conservación, su presencia, son la evidencia de una vocación universal que quiso prosperar en medio de las adversidades ambientales. Los cargamentos bibliográficos (con libros buenos y malos, ese no es el punto) que llegaban de Europa hasta el Darién, por poner un ejemplo, se recibían con alegría, con una fiesta verdadera. Ver las pastas de cuero horneadas en Salamanca o los pergaminos de Venecia y de Amsterdam, era suficiente para los hombres que estaban construyendo lentamente la sociedad hispanoamericana. Sin los libros nuestra historia sería un cuadro mutilado.
Como lo han demostrado las más serias investigaciones al respecto, no todos los españoles que vinieron a América eran terribles, violentos o iletrados. Por el contrario, hay muchísimos casos de gente con sensibilidad y formación, con una idea del mundo, no ciertamente tolerante –cada época define la tolerancia de acuerdo con sus cánones particulares, y en los siglos xvi o xvii quién podía serlo para un hombre de hoy–, pero sí ilustrada y lúcida.
Fray Cristóbal de Torres, fundador del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, representa sin duda esa veta humanística de lo español en nuestro suelo. Podrían mencionarse muchos datos –desde su formación y su vida en la corte de España hasta sus intenciones cuando funda el Colegio, pasando incluso por su amistad con don Francisco de Quevedo y Villegas– pero sólo con ver sus libros ese hecho se hace irrefutable. El catálogo de los libros que hacen parte de la Biblioteca Antigua de la Universidad del Rosario es, sin vanagloria, impresionante. Hay libros obvios y hermosos, como los muchos tratados teológicos y políticos de la usanza colonial; libros médicos, de cirugía, patología y etiología; libros de historia y ensayos bíblicos, además de toda la panoplia patrológica por la que discurren con igual fervor Agustín, Orígenes y Clemente.
Pero además de los textos más convencionales, hay una gran cantidad de ejemplares únicos que se ocupan de dar luces sobre los temas más curiosos e interesantes y que demuestran un refinamiento espiritual y una formación intelectual excepcionales. Al hacer una revisión de los títulos bibliográficos de la Biblioteca Antigua impresos en los siglos xvi y xvii –los del siglo xviii son igualmente valiosos–, se encuentra la presencia de verdaderas joyas que abarcan tópicos tan sigilosos como la astrología, el urbanismo, la encriptación y los jeroglíficos, la emblemática, la magia, la mística de la Alta Edad Media, la historia antigua, la filología, la física, la literatura, y un larguísimo etcétera que bien podría asumirse como la más cabal definición de lo que es el humanismo. La mayoría está en latín, pero también el griego hace su aporte, así como el francés y el alemán; hay algunos volúmenes italianos, y uno de principios del siglo xviii que resulta particularmente interesante: una miscelánea que recoge, para la posteridad, las polémicas que durante dos décadas sostuvieron en Venecia algunas sectas dedicadas a la magia negra.
Estar en el archivo histórico del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (lugar en el que hoy se encuentra la Biblioteca Antigua) es una experiencia sobrecogedora, producida por la fuerza de la tradición y por el semblante muy digno de las estanterías que hacen ver las pilas de libros antiguos, muchos de ellos con su pasta original de pergamino, y otros tantos con el férreo vestido del cuero oscuro español. Cada uno de esos libros es el testimonio de una historia, la puerta de acceso a conjeturas que nos permiten enlazarnos con el destino de nuestra universidad; sus páginas siempre tienen glosas, anotaciones al margen (las del fundador son de suyo un objeto estético), y en cada resquicio de esos tomos hay el trasunto de muchas vidas dedicadas al mismo esfuerzo de tratar de comprender el universo.
Hemos seleccionado acá la reseña de algunos libros –unos poquísimos ejemplares; una gota entre tantas que hay en el mar– de la Biblioteca Antigua, libros que por su importancia y carácter excepcional bien merecen ser conocidos y exaltados por todos los amigos de la causa rosarista.
Oratio de laudibus astrologiae. Bartholomeus Vespucius, Venecia, 1508.
Este es, sin duda, uno de los libros más bellos y valiosos de la Biblioteca Antigua del Colegio del Rosario. Es un tratado en el que, desde diversas ciencias –la astronomía, la astrología, la geometría, etc.–, se discuten temas relacionados con la medición de la tierra. El apellido Vespucio no se lleva en vano, y este libro, por su erudición, es una prueba de ello. La edición tiene el esquema típico de los libros impresos durante las primeras dos décadas del siglo xvi, y su aspecto físico es bastante similar al de la primera edición, en St. Dié, de las cartas del propio Américo Vespucio; la tipografía deja de ser gótica aunque sigue muy apretada, y el texto se dispone con corolarios en el centro de la página y comentarios al margen.
Históricamente la obra resulta reveladora, pues hace parte de los muchos libros que durante el Renacimiento se escribieron para rescatar ideas que sobre la forma de la tierra y la naturaleza del universo se tenían en la Antigüedad. El autor, con un conocimiento sin fisuras sobre el tema, hace un recuento omnicomprensivo de diversas teorías astronómicas (sus juicios sobre Tolomeo son en muchos casos desobligantes e irónicos, por no decir que decididamente implacables) y con ejemplos va exponiendo su idea central, según la cual la redondez de la tierra nunca fue un asunto verdaderamente refutado.
Además de argumentos físicos, hay también en el libro la presencia de tablas zodiacales, diagramas, e ilustraciones muchísimas que lo convierten en toda una rareza. Tiene la firma de fray Cristóbal de Torres, quien hizo una lectura muy completa del texto, pues sus glosas (en latín, con una caligrafía impecable y con ilustraciones que le dan todavía más belleza a la impresión) van de principio a fin, y son todas muy sabias y lúcidas. El libro se conserva en excelente estado; no tiene portada (sí un poema que debía de venir después de ésta) y su pasta es la original, de madera recubierta en cuero y con broches de protección (y de seguridad, pues el tema hacía que el libro no fuese accesible para cualquiera). Un libro muy importante que, hasta donde se sabe, está también en la Biblioteca Vaticana.
De Historia Italicae provintiae ac romanorum gestis in decem libros. Eutropio, París, 1512.
Eutropio es uno de los historiadores más interesantes dentro del grupo de escritores que narraron las vidas de los reyes romanos. No es muy audaz en sus juicios, pero sus relatos sí son todos de una minuciosidad muy provechosa. Sus biografías sobre los Emperadores son quizá muy obsecuentes, y omiten detalles que permitirían una comprensión mejor del ejercicio del poder imperial en Roma.
Hay que aclarar, sin embargo, que Eutropio –sobre quien hay poquísimos datos, casi todos ellos autobiográficos y por lo mismo dignos de un sano recelo– fue empleado del Estado durante el gobierno de Juliano el Apóstata, razón que explicaría en muchos casos su exagerada benevolencia hacia el régimen. Esta es una de las primeras grandes ediciones europeas de la obra del historiador romano, y por eso resulta de un altísimo valor para la Biblioteca Antigua. El libro es en verdad una miscelánea, pues aparece también la continuación que de la historia de Eutropio hiciera Pablo Diacono, además de algunos otros tratadillos filosóficos de este mismo escritor medieval (sobre cuya vida siempre ha habido muchos datos, pero todos difíciles de comprobar).
El libro tiene ilustraciones bellísimas, y está empastado en pergamino. Su capítulo sobre Claudio es magistral; también el dedicado a Adriano y a Marco Aurelio.
Emblemata Regio-politica. Juan de Solórzano Pereira, Madrid, 1653.
La obra jurídica y política de Solórzano Pereira no necesita mayor exaltación, pues todos sus libros, tanto los exegéticos como los muchos otros de índole histórica y doctrinaria, fueron un referente obligado en su tiempo y siguieron siendo una de las fuentes más elocuentes del derecho indiano. Profesor en Salamanca y miembro de varios consejos estatales, Solórzano es quizá el paradigma del jurista hispánico colonial.
Esta es una obra hermosa, tanto por el tema mismo que la impulsa como por su edición impecable –hecha además justo en 1653, año de la fundación del Colegio Mayor del Rosario–, llena de ilustraciones conmovedoras por su factura maestra. La Emblemata de Solórzano es una de las obras capitales de la tradición bibliográfica de emblemas, y siempre es tenida como uno de los modelos más valiosos de ese género editorial que tanto interesó a los humanistas durante el Renacimiento y que después siguió ejerciendo un poderoso atractivo sobre los sabios y los bibliófilos.
Cada emblema tiene un sentido político relacionado con el gobierno de Felipe IV –el monarca Austria bajo cuyo reinado pasaron tantas cosas: la fundación de este colegio, la presencia del conde duque de Olivares, la prolijidad literaria de escritores como Quevedo y Góngora, la rebelión del condado de Cataluña, la sublevación del sedicioso Masanielo en Nápoles, etc.– y el autor reseña, en latín aunque con algunas interpolaciones en español, cada figura, haciendo tratados políticos que muestran la filosofía política de Felipe y que buscan aleccionar al hombre poderoso para conducirlo por el camino de la virtud. Hay que repetirlo: la belleza gráfica del texto justifica su valor, y que un libro así esté en la Biblioteca Antigua es una muestra de humanismo.
Opus de conscribendis epistolis. Erasmus Roterdodamus, Amsterdam, 1522.
Erasmo de Rotterdam: el gran humanista, el crítico implacable de la estulticia, el traductor de la Biblia que por falta de fuentes inventó algunos pedazos en su interpretación del célebre libro de libros, en fin… Un hombre que decidió hacer del universo su objeto de estudio, y un ser para el que ningún problema de la condición humana resultaba indigno.
Según el profesor Gerlo en su erudito ensayo sobre esta obra que se reseña (Classical influences on european culture, Cambridge, 1971, Cambridge University Press.), este es el tratado de Erasmo más depurado y en el que mejor se aprecia su conocimiento profundo del mundo antiguo. Desde el punto de vista histórico y bibliográfico, además, la presencia del libro en la Biblioteca Antigua es muy interesante, pues la edición de la obra (Gerlo, Op. Cit. Pp. 103 a 114) pasó por mil avatares y el propio Erasmo, por motivos políticos y casi hasta estéticos, tuvo que desautorizarla en varias ocasiones, lo que la convierte en toda una rareza, y más si se la imagina dentro del ambiente hispanoamericano.
Es un tratado de retórica epistolar a la vieja usanza, tomando modelos de los grandes escritores latinos y siguiendo las admoniciones canónicas que en la temática dieron Cicerón y Quintiliano. El libro conserva su pasta original.
Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.
Uno de los libros más curiosos de la Biblioteca Antigua. Si bien se trata de un ejemplar del siglo xviii –lo que desde el punto de vista histórico lo pone en desventaja con las obras de los siglos xv, xvi y xvii–, el tema que lo inspira, y su presencia entre nosotros, es sin duda algo maravilloso.
Una recopilación crítica sobre los congresos de brujas y hechiceras que se celebraban en Italia después de 1680 hasta 1745; mitad en italiano y mitad en latín, los varios autores y polemistas que participan en la redacción de la obra despliegan una erudición total sobre los diversos temas que discuten, temas que incluyen la nigromancia, el satanismo, la hechicería y un variado abanico de los más escabrosos tópicos.
El título es muy elocuente, y no hay que recordar que las lamias (lammie en este caso de la escritura italiana) son las figuras de la mitología clásica que encarnan a una peligrosa y perversa bruja que devora a los niños para vivir eternamente.
No hay muchos datos con respecto al libro mismo ni con respecto a su edición o a su presencia en otras bibliotecas o fondos de libros antiguos, hecho que realza aún más la importancia de que tan curioso volumen (con la pasta de pergamino intacta) esté en el archivo histórico de nuestra universidad.
Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario |
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Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario 350 años / Los libros antiguos del Rosario: El arduo camino de una joya
Los libros antiguos del Rosario: El arduo camino de una joya

Emblemata Regio-politica. Juan de Solórzano Pereira, Madrid, 1653.

Emblemata Regio-politica. Juan de Solórzano Pereira, Madrid, 1653.

De Historia Italicae provintiae ac romanorum gestis in decem libros. Eutropio, París, 1512.

Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.

Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.

Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.

Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.

Gramática de la lengua mosca. Fray Bernardo de Lugo, Madrid, 1619.

Gramática de la lengua mosca. Fray Bernardo de Lugo, Madrid, 1619.

Gramática de la lengua mosca. Fray Bernardo de Lugo, Madrid, 1619.

De Monstris et prodigris. Ambrosius Pareus, Frankfurt, 1610.

De Monstris et prodigris. Ambrosius Pareus, Frankfurt, 1610.

De Monstris et prodigris. Ambrosius Pareus, Frankfurt, 1610.

Chirurgia. Galeni, Venecia, 1556.

Chirurgia. Galeni, Venecia, 1556.

Chirurgia. Galeni, Venecia, 1556.

Cubierta del libro Paris de puteo, 1540.

Grabado del Hierogliphicorum Liber, 1612.

Grabado del Hierogliphicorum Liber, 1612.

Fray Cristóbal de Torres. Ilustración en Constituciones, 1654.
Texto de: Juan Esteban Constaín Croce
La historia desdeña los exabruptos de las ideologías. Con ironía de vieja maestra, tolera las necedades cometidas en su nombre: ya vendrá la tradición a poner orden en medio de ideas escandalosas y versiones terribles sobre el recorrido del hombre por la tierra después de la expulsión del paraíso. Atrás han quedado ya esos cuadros sin justicia, donde se pintaba el rostro de una España feroz que descubrió a América (la idea misma de “descubrimiento” ya no es igual) para robarle sus riquezas y para aniquilar y esclavizar a sus culturas milenarias; atrás quedó también la pintura idílica, bucólica, de una Conquista hecha sólo con el soplo de Dios y amparada en los más caritativos valores cristianos. La leyenda negra y la leyenda rosa se fueron para darle paso a la sensatez.
Cuando llegan los soldados cristianos a poblar lo que vendría a ser el “Nuevo Mundo” (para usar el nombre que le dio el sabio Pedro Mártir de Anglería en sus célebres epístolas) y su alma, un eco de la reconquista española, se diluye perpleja en ese escenario inmenso que hoy llamamos América, un proceso complejísimo empieza a caminar por entre las contradicciones inevitables de la condición humana. Un proceso en el que se dan cita, de manera simultánea, las fuerzas más desgarradoras y difíciles que quepa imaginarse: el heroísmo, la codicia, la caridad, la sevicia, la perplejidad frente a la disolución que alcanzan a sentir los pobladores precolombinos de las tierras recién descubiertas, etcétera.
Pretender comprender ese proceso es el destino de cada americano, y para hacerlo no bastan los esquemas simples de una historia sin matices ni seres humanos. No podemos desconocer nuestro pasado ni pretender encontrar nuestra identidad por fuera de lo que somos; no podemos tampoco vivir como una promesa inconclusa. Nuestra cultura, la única que tenemos, es nuestra carta de navegación para seguir aferrados al mundo. Esa es la mejor razón para valorarla y para sentirnos orgullosos de ella.
En el largo periplo de la penetración española en América, el libro viene a ser una bandera más para la tarea evangelizadora que se ha puesto en sus espaldas el Imperio cristiano español. No hay que olvidar que el conocimiento de la verdadera fe estaba ligado al acto lógico en el sentido griego del término, es decir a la apropiación del mundo a partir de la palabra, del discurso, del logos. Para conocer a Dios había que conocer también las lenguas en las que el misterio se había revelado a los hombres, y el libro era una piedra que permitía asentar la fe en los nuevos adeptos.
La carrera brillante de los libros en América, sin embargo, excedió con mucho su intención inicial, y pronto el nuevo continente estaba inundado por millares de volúmenes que obedecían muy poco a esa necesidad piadosa de sembrar el Evangelio entre los aborígenes americanos. Los soldados españoles que vienen a la empresa ultramarina, son todos hombres que han quedado cesantes de la reconquista, y en tal condición son lectores impenitentes de las viejas historias de caballería que tanto habían contribuido en la construcción de la Europa medieval y que habían sido proscritas por considerárselas nocivas para la moral de los jóvenes y dañosas para la pureza de la doctrina de Jesús. Leer historias de ficción (“las fabulaciones perversas” como las llamaba la legislación española, legislación violada sistemáticamente) era un paliativo para los conquistadores. Sólo así soportaban esos viajes malsanos que tenían que hacer desde Palos o Cádiz hasta Cartagena de Indias, encerrados en naves destartaladas malviviendo en medio de las peores condiciones.
Una vez en tierra, los europeos necesitaban un vínculo profundo con su mundo, y la literatura les servía para recordar a los suyos y para estimular su vocación heroica; casi todos, parados en el territorio americano, pretendían emular con los héroes de sus historias favoritas y añadían a sus acciones el tono épico de las leyendas que poblaban su alma. No en vano la toponimia americana es un mapa de alusiones mitológicas y poéticas, pues cada guerrero occidental se sentía un Amadís de Gaula o un Oliveros de Castilla, por no hacer la alusión típica al Quijote, tan válida sin embargo. No en vano, también, la poesía fue el vehículo que utilizaron casi todos los cronistas de Indias para cantar los hechos de España en América.
El libro es un testimonio de cultura en nuestro mundo. Su conservación, su presencia, son la evidencia de una vocación universal que quiso prosperar en medio de las adversidades ambientales. Los cargamentos bibliográficos (con libros buenos y malos, ese no es el punto) que llegaban de Europa hasta el Darién, por poner un ejemplo, se recibían con alegría, con una fiesta verdadera. Ver las pastas de cuero horneadas en Salamanca o los pergaminos de Venecia y de Amsterdam, era suficiente para los hombres que estaban construyendo lentamente la sociedad hispanoamericana. Sin los libros nuestra historia sería un cuadro mutilado.
Como lo han demostrado las más serias investigaciones al respecto, no todos los españoles que vinieron a América eran terribles, violentos o iletrados. Por el contrario, hay muchísimos casos de gente con sensibilidad y formación, con una idea del mundo, no ciertamente tolerante –cada época define la tolerancia de acuerdo con sus cánones particulares, y en los siglos xvi o xvii quién podía serlo para un hombre de hoy–, pero sí ilustrada y lúcida.
Fray Cristóbal de Torres, fundador del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, representa sin duda esa veta humanística de lo español en nuestro suelo. Podrían mencionarse muchos datos –desde su formación y su vida en la corte de España hasta sus intenciones cuando funda el Colegio, pasando incluso por su amistad con don Francisco de Quevedo y Villegas– pero sólo con ver sus libros ese hecho se hace irrefutable. El catálogo de los libros que hacen parte de la Biblioteca Antigua de la Universidad del Rosario es, sin vanagloria, impresionante. Hay libros obvios y hermosos, como los muchos tratados teológicos y políticos de la usanza colonial; libros médicos, de cirugía, patología y etiología; libros de historia y ensayos bíblicos, además de toda la panoplia patrológica por la que discurren con igual fervor Agustín, Orígenes y Clemente.
Pero además de los textos más convencionales, hay una gran cantidad de ejemplares únicos que se ocupan de dar luces sobre los temas más curiosos e interesantes y que demuestran un refinamiento espiritual y una formación intelectual excepcionales. Al hacer una revisión de los títulos bibliográficos de la Biblioteca Antigua impresos en los siglos xvi y xvii –los del siglo xviii son igualmente valiosos–, se encuentra la presencia de verdaderas joyas que abarcan tópicos tan sigilosos como la astrología, el urbanismo, la encriptación y los jeroglíficos, la emblemática, la magia, la mística de la Alta Edad Media, la historia antigua, la filología, la física, la literatura, y un larguísimo etcétera que bien podría asumirse como la más cabal definición de lo que es el humanismo. La mayoría está en latín, pero también el griego hace su aporte, así como el francés y el alemán; hay algunos volúmenes italianos, y uno de principios del siglo xviii que resulta particularmente interesante: una miscelánea que recoge, para la posteridad, las polémicas que durante dos décadas sostuvieron en Venecia algunas sectas dedicadas a la magia negra.
Estar en el archivo histórico del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (lugar en el que hoy se encuentra la Biblioteca Antigua) es una experiencia sobrecogedora, producida por la fuerza de la tradición y por el semblante muy digno de las estanterías que hacen ver las pilas de libros antiguos, muchos de ellos con su pasta original de pergamino, y otros tantos con el férreo vestido del cuero oscuro español. Cada uno de esos libros es el testimonio de una historia, la puerta de acceso a conjeturas que nos permiten enlazarnos con el destino de nuestra universidad; sus páginas siempre tienen glosas, anotaciones al margen (las del fundador son de suyo un objeto estético), y en cada resquicio de esos tomos hay el trasunto de muchas vidas dedicadas al mismo esfuerzo de tratar de comprender el universo.
Hemos seleccionado acá la reseña de algunos libros –unos poquísimos ejemplares; una gota entre tantas que hay en el mar– de la Biblioteca Antigua, libros que por su importancia y carácter excepcional bien merecen ser conocidos y exaltados por todos los amigos de la causa rosarista.
Oratio de laudibus astrologiae. Bartholomeus Vespucius, Venecia, 1508.
Este es, sin duda, uno de los libros más bellos y valiosos de la Biblioteca Antigua del Colegio del Rosario. Es un tratado en el que, desde diversas ciencias –la astronomía, la astrología, la geometría, etc.–, se discuten temas relacionados con la medición de la tierra. El apellido Vespucio no se lleva en vano, y este libro, por su erudición, es una prueba de ello. La edición tiene el esquema típico de los libros impresos durante las primeras dos décadas del siglo xvi, y su aspecto físico es bastante similar al de la primera edición, en St. Dié, de las cartas del propio Américo Vespucio; la tipografía deja de ser gótica aunque sigue muy apretada, y el texto se dispone con corolarios en el centro de la página y comentarios al margen.
Históricamente la obra resulta reveladora, pues hace parte de los muchos libros que durante el Renacimiento se escribieron para rescatar ideas que sobre la forma de la tierra y la naturaleza del universo se tenían en la Antigüedad. El autor, con un conocimiento sin fisuras sobre el tema, hace un recuento omnicomprensivo de diversas teorías astronómicas (sus juicios sobre Tolomeo son en muchos casos desobligantes e irónicos, por no decir que decididamente implacables) y con ejemplos va exponiendo su idea central, según la cual la redondez de la tierra nunca fue un asunto verdaderamente refutado.
Además de argumentos físicos, hay también en el libro la presencia de tablas zodiacales, diagramas, e ilustraciones muchísimas que lo convierten en toda una rareza. Tiene la firma de fray Cristóbal de Torres, quien hizo una lectura muy completa del texto, pues sus glosas (en latín, con una caligrafía impecable y con ilustraciones que le dan todavía más belleza a la impresión) van de principio a fin, y son todas muy sabias y lúcidas. El libro se conserva en excelente estado; no tiene portada (sí un poema que debía de venir después de ésta) y su pasta es la original, de madera recubierta en cuero y con broches de protección (y de seguridad, pues el tema hacía que el libro no fuese accesible para cualquiera). Un libro muy importante que, hasta donde se sabe, está también en la Biblioteca Vaticana.
De Historia Italicae provintiae ac romanorum gestis in decem libros. Eutropio, París, 1512.
Eutropio es uno de los historiadores más interesantes dentro del grupo de escritores que narraron las vidas de los reyes romanos. No es muy audaz en sus juicios, pero sus relatos sí son todos de una minuciosidad muy provechosa. Sus biografías sobre los Emperadores son quizá muy obsecuentes, y omiten detalles que permitirían una comprensión mejor del ejercicio del poder imperial en Roma.
Hay que aclarar, sin embargo, que Eutropio –sobre quien hay poquísimos datos, casi todos ellos autobiográficos y por lo mismo dignos de un sano recelo– fue empleado del Estado durante el gobierno de Juliano el Apóstata, razón que explicaría en muchos casos su exagerada benevolencia hacia el régimen. Esta es una de las primeras grandes ediciones europeas de la obra del historiador romano, y por eso resulta de un altísimo valor para la Biblioteca Antigua. El libro es en verdad una miscelánea, pues aparece también la continuación que de la historia de Eutropio hiciera Pablo Diacono, además de algunos otros tratadillos filosóficos de este mismo escritor medieval (sobre cuya vida siempre ha habido muchos datos, pero todos difíciles de comprobar).
El libro tiene ilustraciones bellísimas, y está empastado en pergamino. Su capítulo sobre Claudio es magistral; también el dedicado a Adriano y a Marco Aurelio.
Emblemata Regio-politica. Juan de Solórzano Pereira, Madrid, 1653.
La obra jurídica y política de Solórzano Pereira no necesita mayor exaltación, pues todos sus libros, tanto los exegéticos como los muchos otros de índole histórica y doctrinaria, fueron un referente obligado en su tiempo y siguieron siendo una de las fuentes más elocuentes del derecho indiano. Profesor en Salamanca y miembro de varios consejos estatales, Solórzano es quizá el paradigma del jurista hispánico colonial.
Esta es una obra hermosa, tanto por el tema mismo que la impulsa como por su edición impecable –hecha además justo en 1653, año de la fundación del Colegio Mayor del Rosario–, llena de ilustraciones conmovedoras por su factura maestra. La Emblemata de Solórzano es una de las obras capitales de la tradición bibliográfica de emblemas, y siempre es tenida como uno de los modelos más valiosos de ese género editorial que tanto interesó a los humanistas durante el Renacimiento y que después siguió ejerciendo un poderoso atractivo sobre los sabios y los bibliófilos.
Cada emblema tiene un sentido político relacionado con el gobierno de Felipe IV –el monarca Austria bajo cuyo reinado pasaron tantas cosas: la fundación de este colegio, la presencia del conde duque de Olivares, la prolijidad literaria de escritores como Quevedo y Góngora, la rebelión del condado de Cataluña, la sublevación del sedicioso Masanielo en Nápoles, etc.– y el autor reseña, en latín aunque con algunas interpolaciones en español, cada figura, haciendo tratados políticos que muestran la filosofía política de Felipe y que buscan aleccionar al hombre poderoso para conducirlo por el camino de la virtud. Hay que repetirlo: la belleza gráfica del texto justifica su valor, y que un libro así esté en la Biblioteca Antigua es una muestra de humanismo.
Opus de conscribendis epistolis. Erasmus Roterdodamus, Amsterdam, 1522.
Erasmo de Rotterdam: el gran humanista, el crítico implacable de la estulticia, el traductor de la Biblia que por falta de fuentes inventó algunos pedazos en su interpretación del célebre libro de libros, en fin… Un hombre que decidió hacer del universo su objeto de estudio, y un ser para el que ningún problema de la condición humana resultaba indigno.
Según el profesor Gerlo en su erudito ensayo sobre esta obra que se reseña (Classical influences on european culture, Cambridge, 1971, Cambridge University Press.), este es el tratado de Erasmo más depurado y en el que mejor se aprecia su conocimiento profundo del mundo antiguo. Desde el punto de vista histórico y bibliográfico, además, la presencia del libro en la Biblioteca Antigua es muy interesante, pues la edición de la obra (Gerlo, Op. Cit. Pp. 103 a 114) pasó por mil avatares y el propio Erasmo, por motivos políticos y casi hasta estéticos, tuvo que desautorizarla en varias ocasiones, lo que la convierte en toda una rareza, y más si se la imagina dentro del ambiente hispanoamericano.
Es un tratado de retórica epistolar a la vieja usanza, tomando modelos de los grandes escritores latinos y siguiendo las admoniciones canónicas que en la temática dieron Cicerón y Quintiliano. El libro conserva su pasta original.
Animavversionni critiche sopra il notturno congresso delle lammie. Varios, Venecia, 1751.
Uno de los libros más curiosos de la Biblioteca Antigua. Si bien se trata de un ejemplar del siglo xviii –lo que desde el punto de vista histórico lo pone en desventaja con las obras de los siglos xv, xvi y xvii–, el tema que lo inspira, y su presencia entre nosotros, es sin duda algo maravilloso.
Una recopilación crítica sobre los congresos de brujas y hechiceras que se celebraban en Italia después de 1680 hasta 1745; mitad en italiano y mitad en latín, los varios autores y polemistas que participan en la redacción de la obra despliegan una erudición total sobre los diversos temas que discuten, temas que incluyen la nigromancia, el satanismo, la hechicería y un variado abanico de los más escabrosos tópicos.
El título es muy elocuente, y no hay que recordar que las lamias (lammie en este caso de la escritura italiana) son las figuras de la mitología clásica que encarnan a una peligrosa y perversa bruja que devora a los niños para vivir eternamente.
No hay muchos datos con respecto al libro mismo ni con respecto a su edición o a su presencia en otras bibliotecas o fondos de libros antiguos, hecho que realza aún más la importancia de que tan curioso volumen (con la pasta de pergamino intacta) esté en el archivo histórico de nuestra universidad.