- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
La sala de arte de Suramericana
Exposición El arte en Suramericana, mayo de 1994. Vista del vestíbulo principal del edificio, entrada a la Sala de Arte. Es evidente la vinculación de la Compañía con las manifestaciones artísticas. La sede se encuentra rodeada de un parque de esculturas, el vestíbulo sirve de entrada a la galería y por todo el edificio y en otras sedes se encuentran exhibidas las piezas de arte de la Colección.
Inauguración de una muestra en la Galería de Arte Nacional. Fundada por Jorge Marín Vieco en 1952, aspiraba a convertirse en un centro de enseñanza artística.
Afiche de la exposición Autorretratos de 1975 en la Galería de La Oficina. A partir de la década de los sesenta, Medellín verá surgir una serie de nuevas salas de arte patrocinadas por las grandes industrias o de iniciativa privada como la Galería Contemporánea, Galería Nacional, El Retablo, Picasso, y en los setenta la Galería Arkas, El Parque o la Galería de la Oficina.
Exposición “Nulla dies sine linea” de José Antonio Suárez Londoño, en la Sala de Arte de Suramericana, en mayo-junio de 1999.
Exposición de artistas seleccionados para el XXXVIII. Salón Nacional, febrero de 2002. En primer plano, Bandeja dorada, de Jorge Ortiz. Al fondo, Sin título, de la serie “Paisajes”, de Adriana María Duque.
Superficies al carbón Exposición de la obra de Óscar Muñoz en agosto de 1990.
Muestra El arte en Suramericana, con que se celebraron los 50 años de la fundación de la Compañía en mayo de 1994.
Exposición de Rafael Sáenz, La estética de la región, celebrada en los meses de marzo y abril de 2001.
Visita de un grupo de niños a la exposición de Eugène Boudin, en agosto de 1998.
Carlos Uribe Maíz / 1992 / Acumulación de granos de maíz / 180 x 400 x 400 cm / Exposición Paisaje Producido, agosto de 1994 / Posteriormente se realizó la pieza en una escala más pequeña para la muestra Horizontes: Otros paisajes, 1950-2001 / Fotografía de Juan Manuel Montoya.
Texto de: Carlos Arturo Fernández Uribe
Seguramente, el testimonio más patente de la relación de Suramericana con el mundo del arte y, a través de éste, con la cultura ciudadana, se presenta en la Sala de Arte de su sede central, en la zona de Otrabanda en Medellín. Esta Sala desarrolla una actividad permanente como galería de arte pero, al mismo tiempo, es un espacio abierto al público que posibilita, además, la socialización de la amplia Colección de Arte de la Compañía. Después de un trabajo de muchos años, serio y constante, la Sala de Arte de Suramericana goza de un reconocimiento indiscutible en los ámbitos local y nacional. Además, el trabajo de la Sala de Arte se ha desligado progresivamente de su espacio habitual en Medellín y en la actualidad programa actividades en las diferentes ciudades que albergan sedes de la empresa.
Por otra parte, la existencia de una galería de arte está relacionada con ciertas circunstancias que no podrían pasarse por alto. La galería es una institución relativamente nueva dentro del sistema de las artes plásticas, con características que la vinculan, de manera esencial, con la visión del arte y del artista que heredamos del mundo de la Ilustración y de su pensamiento estético.
Una aproximación a la historia de las galerías de arte
Ante todo, vale la pena destacar que la galería es posterior al desarrollo del museo y se diferencia de él y de la antecesora de éste, la colección de arte; sin embargo, entre todas esas instancias se puede percibir un aire de familia, un parentesco, que, por lo demás, se ha venido reforzando a lo largo del último siglo, lo que se hace patente en el caso de la Sala de Arte de Suramericana.
En realidad, casi al mismo tiempo que la apertura del Museo del Louvre en 1794, encontramos el primer desarrollo de la galería de arte como espacio para la exposición temporal de las obras. Y seguir este proceso puede ser interesante para nosotros, porque quizá aclararía algunos conceptos cuando observamos el caso de Suramericana, con una Colección de Arte que, sin ser privada en el sentido tradicional, no es un museo, y con una sala de exposiciones que tiene características particulares.
El proceso de las galerías de arte se inicia de manera bastante curiosa. Jacques-Louis David, el más importante artista neoclásico, líder estético y político de talla nacional en el período de la Revolución francesa, es detenido dentro de los procesos que se desencadenan tras la caída de Robespierre y durante su permanencia en prisión concibe una pintura de gran formato que solo concluirá en 1799. La obra, que en la actualidad se expone en el Louvre, representa una escena que se remite a los comienzos legendarios de la historia romana. Ya Nicolás Poussin había pintado El rapto de las sabinas, entre 1637 y 1638; David decide representar un momento distinto, cargado de sentimiento, en el cual las mujeres sabinas junto con sus hijos se interponen en la batalla que enfrenta a romanos y sabinos. Impactados por el coraje de las mujeres, los dos pueblos deciden hacer la paz y unirse como hermanos, haciendo posible la historia de Roma.
Las sabinas, de David (óleo sobre tela, 3,85 x 5,22 m, Louvre), es un cuadro gigantesco que nadie le encargó ni estaba destinado a ser ubicado en ningún sitio concreto, como había sido habitual hasta entonces (al menos si se exceptúa la pintura del siglo xvii en la Holanda de Rembrandt, Hals o Vermeer). David lo pintó, sencillamente, como desarrollo de sus propias ideas estéticas y al terminarlo tenía en su poder un cuadro que seguía siendo de su propiedad. Entonces Jacques-Louis David, que era reconocido públicamente como el más grande artista de su tiempo, pensó que valdría la pena exponerlo a la consideración del público, el mismo que comenzaba a visitar entonces el recién abierto Museo del Louvre. Para hacerlo, alquiló un local adecuado para ubicar su cuadro y durante unos tres años cobró un tiquete de ingreso a todas las personas que quisieron conocerlo. Valga la pena agregar, como demostración de que la nueva propuesta funcionaba bien, que David obtuvo una significativa ganancia económica; más adelante, tras la caída de Napoleón y de su propia salida de Francia por motivos políticos, David pudo vivir con cierta holgura sus últimos años en Bélgica, precisamente con los dineros obtenidos de aquella exposición, que había tenido la precaución de ahorrar y de invertir fuera de Francia.
Por supuesto, el de David fue apenas un comienzo esporádico, pero paulatinamente el recurso se fue volviendo más frecuente. Este tipo de exposiciones transitorias se produjo muchas veces como rechazo a los excesos reglamentarios del Salón oficial que no posibilitaba la presentación de nuevas propuestas estéticas. Por este motivo, Gustave Courbet y, más tarde, Edouard Manet expusieron sus obras de manera independiente; y en la misma dirección se produjeron los sucesivos salones de los artistas impresionistas, entre 1874 y 1886. También Paul Gauguin y sus amigos presentaron sus obras en el café Volpini de París, en 1889, en una muestra que permitió percibir que existía una respuesta “simbolista sintetista”, contraria al cientifismo analítico de los neoimpresionistas puntillistas. En todos los casos citados se trataba de exposiciones de extraordinaria importancia histórica y estética, desarrolladas en condiciones que hoy definiríamos como extremadamente precarias.
Pero es necesario reconocer que eran eventos puntuales y por lo general sin continuidad, pues respondían básicamente a los exclusivos intereses del artista por hacer conocer su obra. De la misma manera expondrán sus trabajos los expresionistas alemanes de El Puente y de El Jinete Azul, antes de la primera guerra mundial. De paso, para atraer al público y lograr el propósito de darse a conocer, las exposiciones de artistas debieron abandonar muy pronto la idea de cobrar el ingreso y tener las esperanzas puestas, exclusivamente, en la venta de las obras expuestas.
Sin embargo, ya desde la segunda mitad del siglo xix encontramos marchantes de arte cuyos proyectos superan la simple venta de un inventario de cuadros, como era normal en los siglos anteriores. Entre muchos otros, se puede recordar, por ejemplo, a Goupil y Compañía, de París, donde Theo Van Gogh, el hermano de Vincent, está encargado de buscar y promover la obra de los pintores jóvenes y firma con Paul Gauguin un contrato de respaldo económico a cambio de obras y de la exposición de las mismas; o se puede traer a Paul Durand-Ruel que logra hacer populares a los impresionistas en Estados Unidos, inclusive antes de que lo fueran en Francia; e inclusive cabe pensar en La Maison del’Art Nouveau, el almacén de objetos decorativos que el alemán Sigfrido Bing abre en París en 1895, y que dio su nombre a toda una época del arte, la arquitectura y la decoración. Estos ya no eran esfuerzos puntuales sino que estaban respaldados por una actitud, un respeto y un trabajo profesionales, que van a definir la forma como, de manera cada vez más universal, se entiende la operación del arte en las últimas décadas.
También entre nosotros se puede describir un proceso similar que está bien ejemplificado con la figura de Pedro Nel Gómez, después de los populares salones de artes, artesanías e industrias del siglo xix. Pedro Nel afirma que realizó con su obra la primera exposición de acuarelas en Medellín; la exposición, que incluso mereció ser comentada en la Revista Sábado del 9 de julio de 1921 por alguien que se firma A. G., quizá Agustín Goovaerts, consistió, en realidad, en la presentación de una serie de acuarelas en la vitrina de un almacén. Sin embargo, convendría no restarle importancia a este tipo de manifestaciones: se puede recordar que Claude Monet conoció la obra de Eugène-Louis Boudin, en Le Havre, en circunstancias similares, en una vitrina de almacén, y que a partir de entonces lo consideró siempre como su mejor maestro.
Más adelante, en 1922, junto a un grupo de sus amigos, entre los que se destacan Eladio Vélez, Humberto Chaves, Luis Eduardo Vieco, Pepe Mexía y Ricardo Rendón, Pedro Nel expone su obra en las habitaciones de su propia residencia; después, puede recordarse una exposición de Eladio Vélez en el Hotel Regina de Bogotá en 1924 y, finalmente, la más importante, una verdadera consagración a nivel nacional, la amplia muestra de más de cien obras de Pedro Nel Gómez en el salón central del Capitolio Nacional, en 1934. En julio de 1937 expondrá junto con sus alumnas en una casa alquilada en el centro de Medellín.
Otras exposiciones importantes en nuestra historia artística se realizaron en clubes sociales; en concreto, el Club Unión de Medellín albergó la Exposición de Pintura Francesa, en 1922, comentada en la Revista Sábado, en noviembre del mismo año, por Adelfa Arango Jaramillo, quizá la primera mujer que ejerció la crítica de arte en nuestro medio. En la misma sede se cumplió la exposición de pintura de 1939, en la cual resultó premiada una obra de Débora Arango que dará lugar a uno de los más violentos escándalos artísticos de nuestra historia. En definitiva, se expone en los clubes sociales, en los teatros, en los edificios públicos, en residencias, pero no es normal la existencia de un espacio dedicado expresamente a ese propósito.
Por eso, resulta tan significativa para nuestra propia historia artística la aparición de galerías dirigidas profesionalmente. En el caso de Medellín, donde todavía está por estudiarse la historia de estas instituciones, cabe destacar, a partir de 1952, la Galería de Arte Nacional fundada por Jorge Marín Vieco con el objetivo de fomentar los eventos culturales locales de música, literatura y pintura, desde un ámbito diferente al entonces Museo de Zea. La Galería se preocupa por la difusión y proyección de las artes plásticas, con la aspiración de llegar a convertirse en un museo que integre todas las manifestaciones, desde las artesanías y artes populares hasta las artes plásticas más cultas; pero es también un centro de enseñanza artística. Incluso, en 1955, su fundador lanza la idea de que el gobierno departamental cree una Facultad de Artes Plásticas. En la misma época funciona la Casa de la Cultura de Medellín que, a través de distintas transformaciones, da origen al actual Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Antioquia.
En la década siguiente surge la Galería Contemporánea, que se inaugura en 1965 con los ganadores del XVII Salón Nacional, además de otras como la Galería El Retablo, la Galería El Parque y la Galería Picasso.
Sin embargo, el trabajo que, en definitiva, resultará más trascendental en este campo es el de Leonel Estrada Jaramillo en el Club de Profesionales de Medellín, a partir de 1955. Allí se establece una verdadera galería de arte contemporáneo, definida desde una perspectiva institucional pero que cuenta al mismo tiempo con un respaldo profesional representado por Leonel Estrada como gestor cultural y crítico de arte. A través del Club de Profesionales, la ciudad conoció la obra de Justo Arosemena, Alejandro Obregón, Fernando Botero, Armando Villegas, Omar Rayo, Antonio Seguí, Carlos Rojas, Lucy Tejada, Judith Márquez, Alicia Tafur y Julio Castillo, entre otros.
Pero, además, este caso del Club de Profesionales tiene para nosotros el interés de constituir una galería de arte de tipo institucional, con propósitos de carácter cultural y promocional, antes que comerciales, características que pueden reconocerse en la Sala de Arte de Suramericana.
Más adelante se producirá la explosión a todo nivel del arte colombiano, en buena medida impulsado por las Bienales de Medellín de 1968, 1970 y 1972. Y, de nuevo, Suramericana de Seguros estará presente en ese proceso, al contribuir al desarrollo de la Cuarta Bienal de Arte de Medellín, en 1981, la más completa y audaz de todas las realizadas, que abre las perspectivas del arte colombiano más allá de las vanguardias, hacia el ámbito “posmoderno” o “poshistórico” que caracteriza las últimas décadas.
También las galerías de arte se desarrollan más rápidamente a partir de las Bienales, promovidas desde los más diversos ámbitos; encontramos entonces galerías privadas, públicas, empresariales, institucionales, universitarias, de centros sociales, de entidades culturales, etc.:
Los años setenta incentivan la creación de galerías de arte en la ciudad. Surgen la Galería Arkas, El Parque y La Oficina, que es la única que aún subsiste. Estos nuevos espacios fueron de vital importancia como medio para impulsar el arte en Medellín. Se realizaron exposiciones colectivas e individuales de los artistas de la “Generación Urbana”, se exhibieron obras representativas de otras partes del país, logrando con ello un intercambio sobre los distintos puntos de vista en concepciones y técnicas. Otros espacios importantes fueron la Cámara de Comercio, la Biblioteca Pública Piloto y Suramericana de Seguros, que en sus Salas de Arte exhibieron obras de importantes artistas nacionales y extranjeros.8?
A las anteriores, en distintos momentos, deben agregarse otras como la Galería Sintéticos, la de Almacenes Sears, la Sala Coltejer, y las del Club Campestre, el Club Unión, el Banco de la República, Turantioquia, el Instituto de Integración Cultural, el Centro Colombo Americano, la Cámara de Comercio, la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos, la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, etc., además de salas especiales en los diversos museos.
Casi todas estas galerías cuentan con una programación más o menos estable de exposiciones, resultado de una labor que, en algunos casos, responde ya a criterios curatoriales serios; además, muchas de ellas desarrollan eventos especiales o “salones” anuales de diferente tipo, organizados a través de convocatorias abiertas a las cuales se asocian jurados independientes para garantizar una mayor seriedad.
Estos largos antecedentes históricos tienen la finalidad de demostrar que la galería de arte es una institución propia de la época moderna y contemporánea, con características que la hacen diferente a las demás entidades –colecciones, marchantes, museos, salones–, desarrolladas por el sistema artístico, pero que se relaciona de manera cada vez más profunda con ellas, sobre todo en una situación como la presente en la cual puede afirmarse, con razón, que en el campo del arte todo es posible.
Estos análisis pretenden ofrecer un espacio de reflexión estético e histórico, que resulte pertinente al momento de considerar los valores culturales que encarna la Sala de Arte de Suramericana.
Como el museo o los salones, la galería de arte es una institución esencialmente abierta al público, en la cual el objetivo básico que sirve de fundamento a toda su actividad es el desarrollo de una experiencia estética de ese público con las obras. A partir de allí se pueden diversificar las intenciones: la galería puede tener propósitos promocionales, comerciales, culturales, educativos, etc., todos ellos válidos; pero ninguno de ellos será posible si no se logra el desarrollo de una experiencia estética. Se trata, seguramente, del resultado de un proceso formativo y de la consistencia y constancia en la presentación de las propuestas estéticas. Por eso, la galería se distingue de los eventos y espectáculos puntuales y despliega una actividad propia y permanente.
En este orden de ideas, la Sala de Arte de Suramericana definió como prioridad una programación sistemática y permanente de exposiciones, en la cual se reconoce un proyecto cultural propio, dejando de lado el auxilio esporádico a eventos culturales de carácter más circunstancial. Ya desde la época de la Bienal de 1981, en una de sus primeras programaciones como galería estable y plenamente abierta al público, la Sala de Arte de Suramericana organizó el salón Viven y trabajan en Medellín que, con la curaduría de Walter Correa, se presentó en ocho versiones a lo largo de los años siguientes, seis de ellas en esta galería y las dos restantes en la sede de la Biblioteca Pública Piloto.
Por supuesto, una programación como la que se pretende desarrollar implica una reflexión permanente que, en este caso, corre a cargo de un Comité Cultural. A lo largo de los años, el Comité Cultural de Suramericana ha contado entre sus miembros con Luis Roberto Escobar Isaza, Beatriz Barrera de Velasco, José Alberto Vélez, Rodrigo Saldarriaga, Constanza Díez, Martha Elena Bravo de Hermelín, Juan Luis Mejía Arango y Alberto Sierra Maya.
Al mismo tiempo, se define de manera clara que la actividad de la Sala de Arte se desarrolla en el nivel de la gestión cultural y no en el de la mera programación y, por eso, solo conserva un compromiso con tres eventos periódicos externos: el Salón de los Limitados Físicos, el Salón Colombiano de Fotografía y la Subasta de Cariño –Corporación de amor al niño.
La programación de exposiciones en la Sala de Arte se estructura a partir de tres objetivos básicos que se han respetado de manera rigurosa: el rescate de sucesos o de figuras olvidadas de nuestra historia artística; el reconocimiento y homenaje a maestros vivos o más recientes; y la promoción de valores jóvenes con talento y claro sentido artístico.
Pero, a diferencia del museo, los programas de la galería de arte se caracterizan por su transitoriedad. En efecto, su misión es la de presentar ante el público nuevos terrenos de experiencia y reflexión, que, por lo mismo, se encuentran totalmente abiertos a la discusión crítica. Por el contrario, el museo tiene un sentido más permanente, representado inclusive en la estabilidad de sus montajes. Allí está lo que, de alguna manera, aparece como consagrado y que sería motivo de estudio más que de discusión. En este sentido, hasta hace algún tiempo se afirmaba que las obras del museo eran el material propio de la historia del arte, mientras que las de la galería alimentaban la crítica de arte. Esta diferencia ha sido casi abandonada en la actualidad, en la medida en la cual ahora es claro que lo esencial no es el nombre o el terreno cerrado de cada una de esas disciplinas sino la actitud del pensamiento crítico que las hace posibles. Sin embargo, sería interesante recordarla para hacer presente que, por su misma naturaleza, la exposición en la galería de arte es un evento que convoca a la crítica y al debate y que, por ello, al mismo tiempo, está más comprometida con la apertura de nuevas propuestas estéticas que con la celebración de las ya establecidas.
Pero, precisamente en esta necesidad de un pensamiento crítico, se reencuentran los vínculos más profundos entre la galería de arte y el museo. En ninguno de los dos campos es posible en la actualidad postular el predominio del mero capricho personal o del éxito de los eventos espectaculares. La galería y el museo son el resultado de un proyecto consciente, conceptualmente fundamentado y desarrollado de manera profesional, en un esquema que reconoce su papel a cada uno de los sujetos del proyecto. Y lo mismo se puede decir hoy de las colecciones de arte.
Por otra parte, si aceptamos que el arte es uno de los medios básicos a través de los cuales el hombre se analiza a sí mismo y entiende la realidad y su relación con ella, es decir, si aceptamos que el arte es una forma de conocimiento, deberemos aceptar al mismo tiempo que, al menos en principio, la exposición de arte es un proceso de investigación y un medio de producción de conocimiento. En este nivel del arte como investigación, que define la situación estética contemporánea, se desdibujan los límites precisos entre la galería y el museo, y los de estos con la realidad social y cultural. Ahora cobra especial significación el grupo de reflexión y de trabajo que lo desarrolla y la decisión institucional –política, empresarial, cultural– que lo hace viable.
En este sentido, la Sala de Arte de Suramericana privilegia las exposiciones que son el resultado de un serio trabajo de investigación, desarrollado en grupos interdisciplinarios, con la coordinación del Comité Cultural, algunas de las cuales –que se presentan más adelante– pueden considerarse entre las más logradas del país en las últimas décadas, desde los puntos de vista estético y conceptual. Aquí se reconoce la autoridad profesional de los investigadores, de la misma manera que éstas y todas las demás exposiciones cuentan con una curaduría profesional, en la mayoría de los casos confiada a Alberto Sierra Maya; en otras oportunidades, la curaduría ha corrido a cargo de profesionales como Luis Fernando Valencia Restrepo, Juan Alberto Gaviria, Jesús Gaviria Gutiérrez, Walter Correa, Libe de Zulategui y Mejía y Luis Fernando Peláez. De la misma manera, cabría anotar que, si bien en los momentos iniciales de la Colección predominó el punto de vista de los directivos de la Compañía, en la actualidad todas las decisiones están confiadas al criterio de los expertos del Comité Cultural.
La sala de arte de Suramericana como proyecto cultural
La Sala de Arte de Suramericana surge del mismo concepto de empresa que fundamenta la Compañía y es el resultado de una política consciente y sistemática de compromiso social y cultural.
Con mucha frecuencia, en la consideración del arte ha prevalecido la idea de que se trata de problemas agregados o accesorios, que solo pueden interesar a la sociedad en la medida en la cual el hombre ha satisfecho todas sus necesidades básicas y se puede dedicar al ocio. Aunque, seguramente, es indispensable un mínimo de satisfacción para que las comunidades humanas puedan abrirse a otras dimensiones existenciales, aquélla es una visión que contrasta con un concepto actual del arte como medio esencial de relación del hombre con el mundo, presente a lo largo de toda la historia, en todos los pueblos y culturas.
Pero, más allá de esta perspectiva antropológica fundamental, es también evidente que los niveles de vinculación con las actividades artísticas corresponden a desarrollos históricos particulares: la Florencia del Renacimiento valoraba el arte con unos criterios distintos a los de Milán o Nápoles en la misma época, y los intereses artísticos de los Médicis respondían a concepciones no necesariamente universalizables entre las familias financistas de su época, ni siquiera dentro de la misma ciudad.
Una reflexión similar puede ser válida en el presente. El arte tiene un valor especial para Suramericana, en un sentido que no corresponde a una mera condición generalizable de este momento histórico y cultural sino que, en definitiva, configura uno de los rasgos básicos de su identidad corporativa. En efecto, no sería exagerado afirmar que su compromiso con el arte y la cultura identifica socialmente a Suramericana. En otras palabras, aquí se presenta una coherencia muy significativa entre las dimensiones del ser, del hacer y del aparecer de la Compañía. La continuidad de su compromiso, la profundidad de sus acciones, la reflexión sobre sus alcances y el sentido simbólico que puede descubrirse en todo el proceso, permiten percibir que este compromiso con el arte forma parte vital de su cultura organizacional.
La Sala de Arte de Suramericana no existe solo como concreción práctica de esos intereses sino que se presenta también como símbolo de los mismos, como una realidad que permite su desarrollo en el plano de los imaginarios colectivos. En efecto, la misma ubicación de la Sala está cargada de sentido. No es un espacio separado ni con divisiones artificiales, no está segregado, no es “sagrado”. Por el contrario, ocupa el lugar del encuentro entre la empresa y la sociedad dentro de la cual desarrolla su trabajo. Así, este hall de Suramericana es uno de los espacios de más rico movimiento cultural en la ciudad, en cuyo interior sería posible discernir por lo menos tres procesos simultáneos y convergentes.
En primer lugar, a través de la Sala de Arte, Suramericana acoge al visitante, se presenta ante él y le ofrece la imagen de la compañía. Para comprender la significación profunda de este gesto, podemos imaginar que el mismo espacio, con la misma función básica de recibir a la ciudad, podría estar ocupado con una serie de pendones que proclamaran la misión, la visión y los valores corporativos, con cuadros estadísticos que demostraran la solidez económica del grupo empresarial, o con los retratos de los directivos. Pero no es así. Suramericana se abre a la ciudad por medio del arte y confía a esa imagen su relación inmediata con la comunidad.
En segunda instancia, y de una manera que responde al proceso anterior y demuestra su eficacia, la sociedad se vincula con Suramericana por medio de su Sala de Arte: casi siempre que vamos a Suramericana, vamos a conocer y disfrutar el arte, a desarrollar una experiencia estética. Indiscutiblemente es paradójico que el objetivo fundamental de gran parte de los contactos que el público establece con una institución financiera sean de carácter estético.
Y en tercer lugar, como consecuencia de los dos procesos anteriores, puede afirmarse que la Sala de Arte es, ante todo, un punto de encuentro que posibilita la comunicación entre Suramericana y el público. Allí establecen relaciones a partir de su interés común por el arte. Aunque pertenece a la naturaleza de las cosas que, por ejemplo, las obras que forman parte de la colección tengan también un valor económico, no es eso lo que expone la Sala (de nuevo, para ello sería más eficaz presentar los balances financieros) ni es lo que busca el visitante. Aquí lo que interesa es que el arte posibilita una forma de experiencia colectiva que conduce al descubrimiento y valoración de nuestras realidades humanas y culturales fundamentales y que, por eso, refuerza los vínculos que crean comunidad. El arte se entiende, pues, como una posibilidad de consolidar los lazos sociales y civiles.
En este orden de ideas, es significativo que, aunque toda la ciudadanía tiene claro que Suramericana es un grupo empresarial que desarrolla su actividad económica en los sectores de inversiones y seguros, en el esquema cívico se reconoce, sobre todo, su trabajo artístico y cultural. En definitiva, más que un uso inteligente, desde lo económico, del hall del edificio, esta Sala de Arte es la manifestación de un proyecto que ha logrado ubicarse sólidamente en el imaginario colectivo de la ciudad, e inclusive ha llegado a redefinir nuestros mapas mentales para constituir un hito urbano fundamental: una especie de “centro” de carácter cultural.
Y el desarrollo de esta condición de centro es asumido por Suramericana dentro de su compromiso ético con la comunidad que la hace posible como empresa: como ya se ha dicho, para todas las partes es de importancia sobresaliente que en el imaginario colectivo de Medellín, Suramericana sea, ante todo, un centro cultural.
Por lo demás, la decisión de establecer una Sala de Arte y de apoyar su actividad de manera estable implica, por supuesto, que el proyecto cultural de Suramericana se enriquece con las características que hemos encontrado como básicas en una auténtica galería de arte: posibilidad de diálogo y crítica, actualidad, experiencia comunitaria, apertura, reflexión, flexibilidad. En síntesis, se trata de un proyecto formativo que tiene como perspectiva el desarrollo cultural a través del arte, a partir del presupuesto de que la supervivencia y desarrollo de cualquier sociedad moderna se basa en la formación permanente de sus miembros y de que todas las organizaciones que la componen tienen el deber ético de actuar como formadoras.
En este caso concreto se puede reconocer, además, la reivindicación de valores como la solidaridad, la participación, el disfrute comunitario, la extensión del conocimiento, el carácter público de la cultura, la construcción colectiva, la posibilidad del disenso.
Visto de esta manera, parecería que se trata de un asunto que supera ampliamente una visión tradicional del problema artístico. Pero, en realidad, esta Sala de Arte es un proyecto de construcción de ciudadanía que ha tenido la inteligencia y sensibilidad de reconocer que esa es, precisamente, una de las funciones de aquella actividad humana esencial que es el arte.
#AmorPorColombia
La sala de arte de Suramericana
Exposición El arte en Suramericana, mayo de 1994. Vista del vestíbulo principal del edificio, entrada a la Sala de Arte. Es evidente la vinculación de la Compañía con las manifestaciones artísticas. La sede se encuentra rodeada de un parque de esculturas, el vestíbulo sirve de entrada a la galería y por todo el edificio y en otras sedes se encuentran exhibidas las piezas de arte de la Colección.
Inauguración de una muestra en la Galería de Arte Nacional. Fundada por Jorge Marín Vieco en 1952, aspiraba a convertirse en un centro de enseñanza artística.
Afiche de la exposición Autorretratos de 1975 en la Galería de La Oficina. A partir de la década de los sesenta, Medellín verá surgir una serie de nuevas salas de arte patrocinadas por las grandes industrias o de iniciativa privada como la Galería Contemporánea, Galería Nacional, El Retablo, Picasso, y en los setenta la Galería Arkas, El Parque o la Galería de la Oficina.
Exposición “Nulla dies sine linea” de José Antonio Suárez Londoño, en la Sala de Arte de Suramericana, en mayo-junio de 1999.
Exposición de artistas seleccionados para el XXXVIII. Salón Nacional, febrero de 2002. En primer plano, Bandeja dorada, de Jorge Ortiz. Al fondo, Sin título, de la serie “Paisajes”, de Adriana María Duque.
Superficies al carbón Exposición de la obra de Óscar Muñoz en agosto de 1990.
Muestra El arte en Suramericana, con que se celebraron los 50 años de la fundación de la Compañía en mayo de 1994.
Exposición de Rafael Sáenz, La estética de la región, celebrada en los meses de marzo y abril de 2001.
Visita de un grupo de niños a la exposición de Eugène Boudin, en agosto de 1998.
Carlos Uribe Maíz / 1992 / Acumulación de granos de maíz / 180 x 400 x 400 cm / Exposición Paisaje Producido, agosto de 1994 / Posteriormente se realizó la pieza en una escala más pequeña para la muestra Horizontes: Otros paisajes, 1950-2001 / Fotografía de Juan Manuel Montoya.
Texto de: Carlos Arturo Fernández Uribe
Seguramente, el testimonio más patente de la relación de Suramericana con el mundo del arte y, a través de éste, con la cultura ciudadana, se presenta en la Sala de Arte de su sede central, en la zona de Otrabanda en Medellín. Esta Sala desarrolla una actividad permanente como galería de arte pero, al mismo tiempo, es un espacio abierto al público que posibilita, además, la socialización de la amplia Colección de Arte de la Compañía. Después de un trabajo de muchos años, serio y constante, la Sala de Arte de Suramericana goza de un reconocimiento indiscutible en los ámbitos local y nacional. Además, el trabajo de la Sala de Arte se ha desligado progresivamente de su espacio habitual en Medellín y en la actualidad programa actividades en las diferentes ciudades que albergan sedes de la empresa.
Por otra parte, la existencia de una galería de arte está relacionada con ciertas circunstancias que no podrían pasarse por alto. La galería es una institución relativamente nueva dentro del sistema de las artes plásticas, con características que la vinculan, de manera esencial, con la visión del arte y del artista que heredamos del mundo de la Ilustración y de su pensamiento estético.
Una aproximación a la historia de las galerías de arte
Ante todo, vale la pena destacar que la galería es posterior al desarrollo del museo y se diferencia de él y de la antecesora de éste, la colección de arte; sin embargo, entre todas esas instancias se puede percibir un aire de familia, un parentesco, que, por lo demás, se ha venido reforzando a lo largo del último siglo, lo que se hace patente en el caso de la Sala de Arte de Suramericana.
En realidad, casi al mismo tiempo que la apertura del Museo del Louvre en 1794, encontramos el primer desarrollo de la galería de arte como espacio para la exposición temporal de las obras. Y seguir este proceso puede ser interesante para nosotros, porque quizá aclararía algunos conceptos cuando observamos el caso de Suramericana, con una Colección de Arte que, sin ser privada en el sentido tradicional, no es un museo, y con una sala de exposiciones que tiene características particulares.
El proceso de las galerías de arte se inicia de manera bastante curiosa. Jacques-Louis David, el más importante artista neoclásico, líder estético y político de talla nacional en el período de la Revolución francesa, es detenido dentro de los procesos que se desencadenan tras la caída de Robespierre y durante su permanencia en prisión concibe una pintura de gran formato que solo concluirá en 1799. La obra, que en la actualidad se expone en el Louvre, representa una escena que se remite a los comienzos legendarios de la historia romana. Ya Nicolás Poussin había pintado El rapto de las sabinas, entre 1637 y 1638; David decide representar un momento distinto, cargado de sentimiento, en el cual las mujeres sabinas junto con sus hijos se interponen en la batalla que enfrenta a romanos y sabinos. Impactados por el coraje de las mujeres, los dos pueblos deciden hacer la paz y unirse como hermanos, haciendo posible la historia de Roma.
Las sabinas, de David (óleo sobre tela, 3,85 x 5,22 m, Louvre), es un cuadro gigantesco que nadie le encargó ni estaba destinado a ser ubicado en ningún sitio concreto, como había sido habitual hasta entonces (al menos si se exceptúa la pintura del siglo xvii en la Holanda de Rembrandt, Hals o Vermeer). David lo pintó, sencillamente, como desarrollo de sus propias ideas estéticas y al terminarlo tenía en su poder un cuadro que seguía siendo de su propiedad. Entonces Jacques-Louis David, que era reconocido públicamente como el más grande artista de su tiempo, pensó que valdría la pena exponerlo a la consideración del público, el mismo que comenzaba a visitar entonces el recién abierto Museo del Louvre. Para hacerlo, alquiló un local adecuado para ubicar su cuadro y durante unos tres años cobró un tiquete de ingreso a todas las personas que quisieron conocerlo. Valga la pena agregar, como demostración de que la nueva propuesta funcionaba bien, que David obtuvo una significativa ganancia económica; más adelante, tras la caída de Napoleón y de su propia salida de Francia por motivos políticos, David pudo vivir con cierta holgura sus últimos años en Bélgica, precisamente con los dineros obtenidos de aquella exposición, que había tenido la precaución de ahorrar y de invertir fuera de Francia.
Por supuesto, el de David fue apenas un comienzo esporádico, pero paulatinamente el recurso se fue volviendo más frecuente. Este tipo de exposiciones transitorias se produjo muchas veces como rechazo a los excesos reglamentarios del Salón oficial que no posibilitaba la presentación de nuevas propuestas estéticas. Por este motivo, Gustave Courbet y, más tarde, Edouard Manet expusieron sus obras de manera independiente; y en la misma dirección se produjeron los sucesivos salones de los artistas impresionistas, entre 1874 y 1886. También Paul Gauguin y sus amigos presentaron sus obras en el café Volpini de París, en 1889, en una muestra que permitió percibir que existía una respuesta “simbolista sintetista”, contraria al cientifismo analítico de los neoimpresionistas puntillistas. En todos los casos citados se trataba de exposiciones de extraordinaria importancia histórica y estética, desarrolladas en condiciones que hoy definiríamos como extremadamente precarias.
Pero es necesario reconocer que eran eventos puntuales y por lo general sin continuidad, pues respondían básicamente a los exclusivos intereses del artista por hacer conocer su obra. De la misma manera expondrán sus trabajos los expresionistas alemanes de El Puente y de El Jinete Azul, antes de la primera guerra mundial. De paso, para atraer al público y lograr el propósito de darse a conocer, las exposiciones de artistas debieron abandonar muy pronto la idea de cobrar el ingreso y tener las esperanzas puestas, exclusivamente, en la venta de las obras expuestas.
Sin embargo, ya desde la segunda mitad del siglo xix encontramos marchantes de arte cuyos proyectos superan la simple venta de un inventario de cuadros, como era normal en los siglos anteriores. Entre muchos otros, se puede recordar, por ejemplo, a Goupil y Compañía, de París, donde Theo Van Gogh, el hermano de Vincent, está encargado de buscar y promover la obra de los pintores jóvenes y firma con Paul Gauguin un contrato de respaldo económico a cambio de obras y de la exposición de las mismas; o se puede traer a Paul Durand-Ruel que logra hacer populares a los impresionistas en Estados Unidos, inclusive antes de que lo fueran en Francia; e inclusive cabe pensar en La Maison del’Art Nouveau, el almacén de objetos decorativos que el alemán Sigfrido Bing abre en París en 1895, y que dio su nombre a toda una época del arte, la arquitectura y la decoración. Estos ya no eran esfuerzos puntuales sino que estaban respaldados por una actitud, un respeto y un trabajo profesionales, que van a definir la forma como, de manera cada vez más universal, se entiende la operación del arte en las últimas décadas.
También entre nosotros se puede describir un proceso similar que está bien ejemplificado con la figura de Pedro Nel Gómez, después de los populares salones de artes, artesanías e industrias del siglo xix. Pedro Nel afirma que realizó con su obra la primera exposición de acuarelas en Medellín; la exposición, que incluso mereció ser comentada en la Revista Sábado del 9 de julio de 1921 por alguien que se firma A. G., quizá Agustín Goovaerts, consistió, en realidad, en la presentación de una serie de acuarelas en la vitrina de un almacén. Sin embargo, convendría no restarle importancia a este tipo de manifestaciones: se puede recordar que Claude Monet conoció la obra de Eugène-Louis Boudin, en Le Havre, en circunstancias similares, en una vitrina de almacén, y que a partir de entonces lo consideró siempre como su mejor maestro.
Más adelante, en 1922, junto a un grupo de sus amigos, entre los que se destacan Eladio Vélez, Humberto Chaves, Luis Eduardo Vieco, Pepe Mexía y Ricardo Rendón, Pedro Nel expone su obra en las habitaciones de su propia residencia; después, puede recordarse una exposición de Eladio Vélez en el Hotel Regina de Bogotá en 1924 y, finalmente, la más importante, una verdadera consagración a nivel nacional, la amplia muestra de más de cien obras de Pedro Nel Gómez en el salón central del Capitolio Nacional, en 1934. En julio de 1937 expondrá junto con sus alumnas en una casa alquilada en el centro de Medellín.
Otras exposiciones importantes en nuestra historia artística se realizaron en clubes sociales; en concreto, el Club Unión de Medellín albergó la Exposición de Pintura Francesa, en 1922, comentada en la Revista Sábado, en noviembre del mismo año, por Adelfa Arango Jaramillo, quizá la primera mujer que ejerció la crítica de arte en nuestro medio. En la misma sede se cumplió la exposición de pintura de 1939, en la cual resultó premiada una obra de Débora Arango que dará lugar a uno de los más violentos escándalos artísticos de nuestra historia. En definitiva, se expone en los clubes sociales, en los teatros, en los edificios públicos, en residencias, pero no es normal la existencia de un espacio dedicado expresamente a ese propósito.
Por eso, resulta tan significativa para nuestra propia historia artística la aparición de galerías dirigidas profesionalmente. En el caso de Medellín, donde todavía está por estudiarse la historia de estas instituciones, cabe destacar, a partir de 1952, la Galería de Arte Nacional fundada por Jorge Marín Vieco con el objetivo de fomentar los eventos culturales locales de música, literatura y pintura, desde un ámbito diferente al entonces Museo de Zea. La Galería se preocupa por la difusión y proyección de las artes plásticas, con la aspiración de llegar a convertirse en un museo que integre todas las manifestaciones, desde las artesanías y artes populares hasta las artes plásticas más cultas; pero es también un centro de enseñanza artística. Incluso, en 1955, su fundador lanza la idea de que el gobierno departamental cree una Facultad de Artes Plásticas. En la misma época funciona la Casa de la Cultura de Medellín que, a través de distintas transformaciones, da origen al actual Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Antioquia.
En la década siguiente surge la Galería Contemporánea, que se inaugura en 1965 con los ganadores del XVII Salón Nacional, además de otras como la Galería El Retablo, la Galería El Parque y la Galería Picasso.
Sin embargo, el trabajo que, en definitiva, resultará más trascendental en este campo es el de Leonel Estrada Jaramillo en el Club de Profesionales de Medellín, a partir de 1955. Allí se establece una verdadera galería de arte contemporáneo, definida desde una perspectiva institucional pero que cuenta al mismo tiempo con un respaldo profesional representado por Leonel Estrada como gestor cultural y crítico de arte. A través del Club de Profesionales, la ciudad conoció la obra de Justo Arosemena, Alejandro Obregón, Fernando Botero, Armando Villegas, Omar Rayo, Antonio Seguí, Carlos Rojas, Lucy Tejada, Judith Márquez, Alicia Tafur y Julio Castillo, entre otros.
Pero, además, este caso del Club de Profesionales tiene para nosotros el interés de constituir una galería de arte de tipo institucional, con propósitos de carácter cultural y promocional, antes que comerciales, características que pueden reconocerse en la Sala de Arte de Suramericana.
Más adelante se producirá la explosión a todo nivel del arte colombiano, en buena medida impulsado por las Bienales de Medellín de 1968, 1970 y 1972. Y, de nuevo, Suramericana de Seguros estará presente en ese proceso, al contribuir al desarrollo de la Cuarta Bienal de Arte de Medellín, en 1981, la más completa y audaz de todas las realizadas, que abre las perspectivas del arte colombiano más allá de las vanguardias, hacia el ámbito “posmoderno” o “poshistórico” que caracteriza las últimas décadas.
También las galerías de arte se desarrollan más rápidamente a partir de las Bienales, promovidas desde los más diversos ámbitos; encontramos entonces galerías privadas, públicas, empresariales, institucionales, universitarias, de centros sociales, de entidades culturales, etc.:
Los años setenta incentivan la creación de galerías de arte en la ciudad. Surgen la Galería Arkas, El Parque y La Oficina, que es la única que aún subsiste. Estos nuevos espacios fueron de vital importancia como medio para impulsar el arte en Medellín. Se realizaron exposiciones colectivas e individuales de los artistas de la “Generación Urbana”, se exhibieron obras representativas de otras partes del país, logrando con ello un intercambio sobre los distintos puntos de vista en concepciones y técnicas. Otros espacios importantes fueron la Cámara de Comercio, la Biblioteca Pública Piloto y Suramericana de Seguros, que en sus Salas de Arte exhibieron obras de importantes artistas nacionales y extranjeros.8?
A las anteriores, en distintos momentos, deben agregarse otras como la Galería Sintéticos, la de Almacenes Sears, la Sala Coltejer, y las del Club Campestre, el Club Unión, el Banco de la República, Turantioquia, el Instituto de Integración Cultural, el Centro Colombo Americano, la Cámara de Comercio, la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos, la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia, etc., además de salas especiales en los diversos museos.
Casi todas estas galerías cuentan con una programación más o menos estable de exposiciones, resultado de una labor que, en algunos casos, responde ya a criterios curatoriales serios; además, muchas de ellas desarrollan eventos especiales o “salones” anuales de diferente tipo, organizados a través de convocatorias abiertas a las cuales se asocian jurados independientes para garantizar una mayor seriedad.
Estos largos antecedentes históricos tienen la finalidad de demostrar que la galería de arte es una institución propia de la época moderna y contemporánea, con características que la hacen diferente a las demás entidades –colecciones, marchantes, museos, salones–, desarrolladas por el sistema artístico, pero que se relaciona de manera cada vez más profunda con ellas, sobre todo en una situación como la presente en la cual puede afirmarse, con razón, que en el campo del arte todo es posible.
Estos análisis pretenden ofrecer un espacio de reflexión estético e histórico, que resulte pertinente al momento de considerar los valores culturales que encarna la Sala de Arte de Suramericana.
Como el museo o los salones, la galería de arte es una institución esencialmente abierta al público, en la cual el objetivo básico que sirve de fundamento a toda su actividad es el desarrollo de una experiencia estética de ese público con las obras. A partir de allí se pueden diversificar las intenciones: la galería puede tener propósitos promocionales, comerciales, culturales, educativos, etc., todos ellos válidos; pero ninguno de ellos será posible si no se logra el desarrollo de una experiencia estética. Se trata, seguramente, del resultado de un proceso formativo y de la consistencia y constancia en la presentación de las propuestas estéticas. Por eso, la galería se distingue de los eventos y espectáculos puntuales y despliega una actividad propia y permanente.
En este orden de ideas, la Sala de Arte de Suramericana definió como prioridad una programación sistemática y permanente de exposiciones, en la cual se reconoce un proyecto cultural propio, dejando de lado el auxilio esporádico a eventos culturales de carácter más circunstancial. Ya desde la época de la Bienal de 1981, en una de sus primeras programaciones como galería estable y plenamente abierta al público, la Sala de Arte de Suramericana organizó el salón Viven y trabajan en Medellín que, con la curaduría de Walter Correa, se presentó en ocho versiones a lo largo de los años siguientes, seis de ellas en esta galería y las dos restantes en la sede de la Biblioteca Pública Piloto.
Por supuesto, una programación como la que se pretende desarrollar implica una reflexión permanente que, en este caso, corre a cargo de un Comité Cultural. A lo largo de los años, el Comité Cultural de Suramericana ha contado entre sus miembros con Luis Roberto Escobar Isaza, Beatriz Barrera de Velasco, José Alberto Vélez, Rodrigo Saldarriaga, Constanza Díez, Martha Elena Bravo de Hermelín, Juan Luis Mejía Arango y Alberto Sierra Maya.
Al mismo tiempo, se define de manera clara que la actividad de la Sala de Arte se desarrolla en el nivel de la gestión cultural y no en el de la mera programación y, por eso, solo conserva un compromiso con tres eventos periódicos externos: el Salón de los Limitados Físicos, el Salón Colombiano de Fotografía y la Subasta de Cariño –Corporación de amor al niño.
La programación de exposiciones en la Sala de Arte se estructura a partir de tres objetivos básicos que se han respetado de manera rigurosa: el rescate de sucesos o de figuras olvidadas de nuestra historia artística; el reconocimiento y homenaje a maestros vivos o más recientes; y la promoción de valores jóvenes con talento y claro sentido artístico.
Pero, a diferencia del museo, los programas de la galería de arte se caracterizan por su transitoriedad. En efecto, su misión es la de presentar ante el público nuevos terrenos de experiencia y reflexión, que, por lo mismo, se encuentran totalmente abiertos a la discusión crítica. Por el contrario, el museo tiene un sentido más permanente, representado inclusive en la estabilidad de sus montajes. Allí está lo que, de alguna manera, aparece como consagrado y que sería motivo de estudio más que de discusión. En este sentido, hasta hace algún tiempo se afirmaba que las obras del museo eran el material propio de la historia del arte, mientras que las de la galería alimentaban la crítica de arte. Esta diferencia ha sido casi abandonada en la actualidad, en la medida en la cual ahora es claro que lo esencial no es el nombre o el terreno cerrado de cada una de esas disciplinas sino la actitud del pensamiento crítico que las hace posibles. Sin embargo, sería interesante recordarla para hacer presente que, por su misma naturaleza, la exposición en la galería de arte es un evento que convoca a la crítica y al debate y que, por ello, al mismo tiempo, está más comprometida con la apertura de nuevas propuestas estéticas que con la celebración de las ya establecidas.
Pero, precisamente en esta necesidad de un pensamiento crítico, se reencuentran los vínculos más profundos entre la galería de arte y el museo. En ninguno de los dos campos es posible en la actualidad postular el predominio del mero capricho personal o del éxito de los eventos espectaculares. La galería y el museo son el resultado de un proyecto consciente, conceptualmente fundamentado y desarrollado de manera profesional, en un esquema que reconoce su papel a cada uno de los sujetos del proyecto. Y lo mismo se puede decir hoy de las colecciones de arte.
Por otra parte, si aceptamos que el arte es uno de los medios básicos a través de los cuales el hombre se analiza a sí mismo y entiende la realidad y su relación con ella, es decir, si aceptamos que el arte es una forma de conocimiento, deberemos aceptar al mismo tiempo que, al menos en principio, la exposición de arte es un proceso de investigación y un medio de producción de conocimiento. En este nivel del arte como investigación, que define la situación estética contemporánea, se desdibujan los límites precisos entre la galería y el museo, y los de estos con la realidad social y cultural. Ahora cobra especial significación el grupo de reflexión y de trabajo que lo desarrolla y la decisión institucional –política, empresarial, cultural– que lo hace viable.
En este sentido, la Sala de Arte de Suramericana privilegia las exposiciones que son el resultado de un serio trabajo de investigación, desarrollado en grupos interdisciplinarios, con la coordinación del Comité Cultural, algunas de las cuales –que se presentan más adelante– pueden considerarse entre las más logradas del país en las últimas décadas, desde los puntos de vista estético y conceptual. Aquí se reconoce la autoridad profesional de los investigadores, de la misma manera que éstas y todas las demás exposiciones cuentan con una curaduría profesional, en la mayoría de los casos confiada a Alberto Sierra Maya; en otras oportunidades, la curaduría ha corrido a cargo de profesionales como Luis Fernando Valencia Restrepo, Juan Alberto Gaviria, Jesús Gaviria Gutiérrez, Walter Correa, Libe de Zulategui y Mejía y Luis Fernando Peláez. De la misma manera, cabría anotar que, si bien en los momentos iniciales de la Colección predominó el punto de vista de los directivos de la Compañía, en la actualidad todas las decisiones están confiadas al criterio de los expertos del Comité Cultural.
La sala de arte de Suramericana como proyecto cultural
La Sala de Arte de Suramericana surge del mismo concepto de empresa que fundamenta la Compañía y es el resultado de una política consciente y sistemática de compromiso social y cultural.
Con mucha frecuencia, en la consideración del arte ha prevalecido la idea de que se trata de problemas agregados o accesorios, que solo pueden interesar a la sociedad en la medida en la cual el hombre ha satisfecho todas sus necesidades básicas y se puede dedicar al ocio. Aunque, seguramente, es indispensable un mínimo de satisfacción para que las comunidades humanas puedan abrirse a otras dimensiones existenciales, aquélla es una visión que contrasta con un concepto actual del arte como medio esencial de relación del hombre con el mundo, presente a lo largo de toda la historia, en todos los pueblos y culturas.
Pero, más allá de esta perspectiva antropológica fundamental, es también evidente que los niveles de vinculación con las actividades artísticas corresponden a desarrollos históricos particulares: la Florencia del Renacimiento valoraba el arte con unos criterios distintos a los de Milán o Nápoles en la misma época, y los intereses artísticos de los Médicis respondían a concepciones no necesariamente universalizables entre las familias financistas de su época, ni siquiera dentro de la misma ciudad.
Una reflexión similar puede ser válida en el presente. El arte tiene un valor especial para Suramericana, en un sentido que no corresponde a una mera condición generalizable de este momento histórico y cultural sino que, en definitiva, configura uno de los rasgos básicos de su identidad corporativa. En efecto, no sería exagerado afirmar que su compromiso con el arte y la cultura identifica socialmente a Suramericana. En otras palabras, aquí se presenta una coherencia muy significativa entre las dimensiones del ser, del hacer y del aparecer de la Compañía. La continuidad de su compromiso, la profundidad de sus acciones, la reflexión sobre sus alcances y el sentido simbólico que puede descubrirse en todo el proceso, permiten percibir que este compromiso con el arte forma parte vital de su cultura organizacional.
La Sala de Arte de Suramericana no existe solo como concreción práctica de esos intereses sino que se presenta también como símbolo de los mismos, como una realidad que permite su desarrollo en el plano de los imaginarios colectivos. En efecto, la misma ubicación de la Sala está cargada de sentido. No es un espacio separado ni con divisiones artificiales, no está segregado, no es “sagrado”. Por el contrario, ocupa el lugar del encuentro entre la empresa y la sociedad dentro de la cual desarrolla su trabajo. Así, este hall de Suramericana es uno de los espacios de más rico movimiento cultural en la ciudad, en cuyo interior sería posible discernir por lo menos tres procesos simultáneos y convergentes.
En primer lugar, a través de la Sala de Arte, Suramericana acoge al visitante, se presenta ante él y le ofrece la imagen de la compañía. Para comprender la significación profunda de este gesto, podemos imaginar que el mismo espacio, con la misma función básica de recibir a la ciudad, podría estar ocupado con una serie de pendones que proclamaran la misión, la visión y los valores corporativos, con cuadros estadísticos que demostraran la solidez económica del grupo empresarial, o con los retratos de los directivos. Pero no es así. Suramericana se abre a la ciudad por medio del arte y confía a esa imagen su relación inmediata con la comunidad.
En segunda instancia, y de una manera que responde al proceso anterior y demuestra su eficacia, la sociedad se vincula con Suramericana por medio de su Sala de Arte: casi siempre que vamos a Suramericana, vamos a conocer y disfrutar el arte, a desarrollar una experiencia estética. Indiscutiblemente es paradójico que el objetivo fundamental de gran parte de los contactos que el público establece con una institución financiera sean de carácter estético.
Y en tercer lugar, como consecuencia de los dos procesos anteriores, puede afirmarse que la Sala de Arte es, ante todo, un punto de encuentro que posibilita la comunicación entre Suramericana y el público. Allí establecen relaciones a partir de su interés común por el arte. Aunque pertenece a la naturaleza de las cosas que, por ejemplo, las obras que forman parte de la colección tengan también un valor económico, no es eso lo que expone la Sala (de nuevo, para ello sería más eficaz presentar los balances financieros) ni es lo que busca el visitante. Aquí lo que interesa es que el arte posibilita una forma de experiencia colectiva que conduce al descubrimiento y valoración de nuestras realidades humanas y culturales fundamentales y que, por eso, refuerza los vínculos que crean comunidad. El arte se entiende, pues, como una posibilidad de consolidar los lazos sociales y civiles.
En este orden de ideas, es significativo que, aunque toda la ciudadanía tiene claro que Suramericana es un grupo empresarial que desarrolla su actividad económica en los sectores de inversiones y seguros, en el esquema cívico se reconoce, sobre todo, su trabajo artístico y cultural. En definitiva, más que un uso inteligente, desde lo económico, del hall del edificio, esta Sala de Arte es la manifestación de un proyecto que ha logrado ubicarse sólidamente en el imaginario colectivo de la ciudad, e inclusive ha llegado a redefinir nuestros mapas mentales para constituir un hito urbano fundamental: una especie de “centro” de carácter cultural.
Y el desarrollo de esta condición de centro es asumido por Suramericana dentro de su compromiso ético con la comunidad que la hace posible como empresa: como ya se ha dicho, para todas las partes es de importancia sobresaliente que en el imaginario colectivo de Medellín, Suramericana sea, ante todo, un centro cultural.
Por lo demás, la decisión de establecer una Sala de Arte y de apoyar su actividad de manera estable implica, por supuesto, que el proyecto cultural de Suramericana se enriquece con las características que hemos encontrado como básicas en una auténtica galería de arte: posibilidad de diálogo y crítica, actualidad, experiencia comunitaria, apertura, reflexión, flexibilidad. En síntesis, se trata de un proyecto formativo que tiene como perspectiva el desarrollo cultural a través del arte, a partir del presupuesto de que la supervivencia y desarrollo de cualquier sociedad moderna se basa en la formación permanente de sus miembros y de que todas las organizaciones que la componen tienen el deber ético de actuar como formadoras.
En este caso concreto se puede reconocer, además, la reivindicación de valores como la solidaridad, la participación, el disfrute comunitario, la extensión del conocimiento, el carácter público de la cultura, la construcción colectiva, la posibilidad del disenso.
Visto de esta manera, parecería que se trata de un asunto que supera ampliamente una visión tradicional del problema artístico. Pero, en realidad, esta Sala de Arte es un proyecto de construcción de ciudadanía que ha tenido la inteligencia y sensibilidad de reconocer que esa es, precisamente, una de las funciones de aquella actividad humana esencial que es el arte.