- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
El Bosque Húmedo y los impactos
Colono con piel de tigre. bahía Tebada, Chocó.
Yacaré, o caimán negro. Río Amazonas.
Caimán. Río Cahuinarí, Amazonia
Cópula de Anolis sp.
La propiedad de camuflarse con el ambiente que los rodea es característica de varias especies de la berpetofauna selvática. Entre estas, los Anolis, página opuesta, y el Enyialoidos sp. (lguanidae), adoptan colocaciones crípticas para confundirse, ya sea con las hojas muertas del piso o con la corteza y follage de los árboles.
Puercoespín arborícola, Coendu prehensilis
Rata espinosa, hophomys gymnurus.
El cusumbo o coatí, Nassua nassua, explota varios tipos de recursos alimenticios que se localizan en los diferente estratos del bosque. Desentierra tubérculos, insectos y pequeños vertebrados del suelo, y trepa por las ramas en busca frutas o de huevos y polluelos que encuentra en el nido de algún ave.
Libélula. serranía del Darién, Chocó.
Mariposa azul Morpho spp. Amazonia.
Morrocoy. Serranía del Darién, Chocó.
Huevos de tortuga charapa. Río Caquetá.
Tortuga charapa, Río Caquetá.
Regreso de la caza de un zaino, Tayassu sp. Caquetá, Amazonia colombiana.
Campamento de mineros orfebres y "garimpeiros". Río Traira. Amazonia colombiana.
Texto de: Carlos Castaño Uribe
“Desde la prehistoria, el progreso humano ha avanzado sobre las cenizas de los bosques. Sólo cuando experimentemos los efectos de esta destrucción, nos ocuparemos de protegerlos, aunque para entonces, será ya demasiado tarde”.
–Norman Myers.
El impacto ambiental sobre los ecosistemas de bosque húmedo, es uno de los más complejos e irreversibles que existen. La diversidad de vida que caracteriza a la “selva siempre verde” es, a la vez, su fuerza y su debilidad. Como bioma, es el más intrincado, productivo y eficiente de los que existen sobre la faz de la tierra, ya que alberga la mitad de las especies animales y plantas del orbe, la gran mayoría de ellas altamente especializadas y con funciones únicas, que de llegar a extinguirse, no sería posible reemplazar.
El mundo del bosque húmedo se extiende, aproximadamente, desde un metro bajo tierra, hasta sesenta metros sobre ella, donde se encuentra el dosel del gran “Manto Verde”, y las copas de sus árboles emergentes.
Cualquier impacto antrópico que se genere sobre este sistema, tiende a ser inconmensurable por los efectos directos e indirectos que genera. De allí, precisamente, que sea indispensable un proceso de planificación sistemático y coherente, de carácter duradero, para lograr un ordenamiento territorial armónico entre su vocación de uso y la demanda potencial de recursos naturales.
En el caso de Colombia, como en tantos otros países del Neotrópico, es necesario decir, lamentablemente, que los procesos de planificación continúan, sin que la mayoría de ellos tenga en cuenta la dimensión ambiental. El enfoque apresurado y a corto plazo del “progreso”, ha mostrado con creces los resultados de una política incoherente e inapropiada.
Si se analizan los factores ambientales activos (abióticos y bióticos), y los componentes socioeconómicos y culturales con los que cuenta el país, y se contraponen a la capacidad de uso de la tierra (uso actual, uso potencial y/o vocación de uso), será fácil comprender la razón de los conflictos ambientales que sufre el territorio, y las consecuencias sociales y económicas que se derivan de ellos en el contexto histórico de la Nación.
En Colombia, por ejemplo, un reciente estudio demuestra que aunque la vocación agrícola de su territorio es del 12.7%, sólo se está utilizando el 4.66% de éste para la agricultura. En cambio, la ganadería, que tan sólo tiene en el país un 16.80% del territorio apto para su establecimiento, el uso actual ocupa casi el doble de esta cifra, un 35.11% de la distribución territorial. Por último, aunque la vocación forestal de Colombia es del 68.50% y que hasta el arribo de los europeos el territorio estaba cubierto de bosques en más de un 80%, hoy su cobertura es inferior al 18% (1).
Estas estadísticas contundentes, nos demuestran a cabalidad la gravedad de la situación, y los enormes conflictos y contradiciones existentes. Cuando se revisan los datos a nivel de las especificidades, se puede comprobar, entre muchas cosas, que no todos los usos actuales, por más que se salgan del uso potencial, se están realizando en tierras que tengan siquiera una vocación apropiada.
En otras palabras, la ganadería que se realiza en el país, fuera de exceder en más del doble la potenciabilidad real del uso de la tierra, no cobija siquiera el total de las zonas en las que potencialmente se puede permitir este uso; por el contrario, esta actividad se realiza en gran parte, en áreas de eminente vocación forestal. Sobre el particular, vale la pena tener en cuenta que en el proceso de expansión de la frontera agrícola, que en el país no es sino un paso previo, transitorio e inequitativo, ante el incontenible movimiento latifundista ganadero, los ecosistemas naturales que se ven más afectados son, precisamente, los de selva húmeda tropical de tierras bajas, el bosque nublado y el páramo, es decir, los últimos relictos del bosque primario climax que aún quedan en el país.
El enorme conflicto entre la vocación productiva y la tenencia de la tierra, es otro de los grandes antagonismos territoriales, ya que existe una tradicional tendencia de la clase dirigente a considerar la tierra como un activo de acumulación de riqueza, más que como un activo de producción de la misma (2). Los datos anteriores son, entre otras cosas, los que explican el agudo problema de la colonización del bosque húmedo tropical, y los que, al mismo tiempo, lo caracterizan, como uno de los problemas de mayor impacto ambiental del país, que hoy está generando una desforestación superior a las 600.000 hectáreas por año.
La desforestación apenas empieza a estudiarse en el mundo, pese a los reiterados esfuerzos en los últimos 10 años, por dar una adecuada solución a este flagelo de carácter global. No se trata, simplemente, de considerar la pérdida de unos cuantos árboles, ni siquiera de unos cuantos miles de millones de hectáreas de recurso forestal, que, de hecho, tienen un valor incalculable desde el punto de vista económico; el verdadero problema y su gravedad, radica en perder, conjuntamente con este recurso forestal, unas cuantas miles de especies biológicas de flora y fauna, que dependen enteramente de la estabilidad de aquél. Esto equivale a perder la diversidad biológica, el más grande de nuestros legados, y a perder, así mismo, la de cientos de seres humanos que día a día presencian, absortos e impotentes, como se extinguen su raza y su cultura, como resultado directo del retroceso del bosque húmedo.
El espejismo de la colonización
Desde comienzos de este siglo, la capa boscosa de las zonas templadas se ha mantenido relativamente estable, mientras que en los trópicos, el bosque se ha reducido a menos de la mitad. Así, la mayoría de las calamidades ambientales de los países tropicales -inundaciones, sequías, hambre, incendios y desertificación- está, directa o indirectamente, relacionada con la pérdida del bosque, a lo que debe sumarse el hecho de que la mayoría de especies que viven en los bosques tropicales, no han sido aún descritas o catalogadas por los científicos, a pesar de que muchas de ellas son conocidas por la población aborigen local, como se señaló en un capítulo anterior.
América tropical posee el 57% del total del bosque lluvioso del planeta, seguida por Asia con el 25% y por Africa con el 18% restante; en otras palabras, del bosque húmedo que en la actualidad existe (3.6 millones de millas cuadradas en 70 países), más del 80% se encuentra en 8 países: Brasil, Bolivia, Colombia, Gabón, Indonesia, Malasia, Perú y Zaire. En todos ellos, las principales causas de la deforestación son, sin duda, la presión demográfica, el desempleo y la desigualdad en la tenencia de la tierra, cuyo resultado conjunto, es conocido, generalmente, con el nombre de “colonización”.
En el mundo hay más de 600 millones de campesinos pobres que carecen de tierras, o de un acceso seguro a ellas. Por lo general, estas familias pobres emigran por su propia cuenta, aunque a veces son motivadas por proyectos gubernamentales. Así, las carreteras de acceso a las áreas forestales -que redundan en una rápida extracción de maderas y en un fuerte proceso de colonización, aun cuando el proyecto vial sea de índole minera, petrolera, etc.- con frecuencia conducen a un supuesto desarrollo agrícola espontáneo, y después al establecimiento de la ganadería extensiva.
Este proceso ocurre de manera similar en Java, Tailandia, Colombia o el Congo, y presenta un mismo patrón de desarrollo. Los colonos se establecen en el límite de la frontera agrícola, generalmente en tierras de vocación netamente forestal, donde son característicos los suelos ácidos con saturaciones de aluminio insuficientes, y niveles bajos de fósforo (menores del 30% y de 30 ppm.), ubicándose allí por un período de tiempo que varía entre dos y cuatro años después de la tala inicial. A partir de este lapso, la tierra ha perdido ya, totalmente, sus escasos nutrientes, y los predios se encuentran plagados de maleza y de insectos, y con una fertilidad declinante. En esta etapa, la tierra es, a menudo, comprada por ganaderos o intermediarios que, poco a poco, reúnen la totalidad de las parcelas compradas a los colonos, y fundan sus hatos vacunos. A medida que el tiempo pasa (5-10 años), y cuando el suelo ha alcanzado su último nivel de capacidad, la ganadería se hace más extensiva -más hectáreas para menos cabezas-, o los pastos son, inevitablemente, invadidos por la maleza y el lugar termina abandonado. Los procesos posteriores dependerán de factores muy particulares, algunos de éstos pueden tener, como resultado final, la desertificación, la erosión o la sabanización permanente.
El comienzo del presente siglo, tomó a Colombia, como al resto de los nuevos países republicanos del Neotrópico, con grandes extensiones de su territorio deshabitadas. La conquista y la colonia sólo habían poblado los sitios estratégicos de la geografía continental, y las principales ciudades de abolengo hidalgo apenas empezaron, después de 100 años de independencia, a servir de soporte cultural, político e ideológico al resto de nacionales asentados a lo largo de los principales valles interandinos, o en las costas oceánicas, en un mundo que apenas podía diferenciarse del feudal.
No obstante, distintas coyunturas económicas, políticas y sociales, dieron como resultado un comportamiento diferente en cada uno de estos grupos, aun dentro de sus propios territorios, e incidieron en una ocupación del espacio nacional con componentes muy particulares.
En Colombia, como en el resto del Neotrópico, la colonización de las tierras ubicadas en el bioma de bosque húmedo es reciente, produciéndose durante la mayor parte del siglo XX, en un proceso espontáneo, discontinuo, conflictivo y colmado de episodios trágicos.
El dominio de las áreas en la periferia de los centros poblados por el Estado, en diferentes países, empieza, indirectamente, desde mediados del siglo pasado a través de misioneros y destacamentos militares. Fue sólo, ya bien entrado el primer decenio del presente siglo, cuando la legislación facilitó la consolidación de la colonización del territorio, en contra, aparentemente, de la estructura monopolística monopólica de la hacienda señorial.
Hoy, igual que ayer, el éxodo continúa y estos pioneros, sin importar de donde vienen o a donde van, siguen repitiendo un mismo esquema, un solo criterio de búsqueda, que cada día empuja más la “frontera” de un bosque que retrocede a medida que ellos avanzan. Son portadores de incipientes elementos de trabajo, de un escaso capital y de un enorme deseo de iniciar una nueva vida, que, como un espejismo, los anima a ver en el entorno húmedo o lluvioso, el sitio más feraz y abundante de la tierra. No ocurre esto casualmente: es lo que han oído de los gamonales, de algunos políticos y de otras personas con ciertos intereses, que los incitan a avanzar más alla del límite de la frontera selvática. Al llegar, finalmente, al que suponen su nuevo hogar, se encuentran con un hecho incuestionable: la mentira de la fertilidad del suelo selvático. Pero una vez allí, es imposible retroceder. Para ellos, la única opción es seguir con su intrépida obstinación de ser propietarios, esforzándose por garantizar la seguridad y el sustento familiar. Lo único que tienen a disposición son sus manos, la ayuda de sus mujeres e hijos, y muy limitados conocimientos de cómo enfrentar ese agreste mundo selvático que consideran, equivocadamente, su principal enemigo. Los apremios de sus anteriores situaciones como jornaleros o aparceros, no les dió oportunidad de escuchar sabios consejos. Irremediablemente, deben cumplir con los requisitos del “Gobierno” para hacerse a un pequeño terruño, para lo cuál necesitan talar a ras toda esa selva que tienen al frente, como única barrera que se opone al anhelado progreso.
Cargados de enormes deudas causadas por el esfuerzo infructuoso de sacar rendimiento a unos suelos infértiles, con unas técnicas agrícolas de ladera y cordillera, a las que han estado acostumbrados desde siempre, y un traumático cambio de entorno que no se ajusta a su esquema conceptual, puesto que la emigración a la selva lluviosa les impone una ruptura con los patrones sociales andinos que se traduce en serias modificaciones en los habitos de alimentación, vivienda y salud, los colonos se ven abocados a un fracaso seguro, y a sólo dos caminos posibles: en el mejor de los casos, vender, a precios irrisorios al terrateniente o gamonal local, o, simplemente, ceder sus predios como parte de pago al agiotista que les ha suministrado los insumos necesarios durante uno o dos años. Les queda a también la opción de regresar al interior del país, exhibiéndo su fracaso, o seguir hacia adelante, selva adentro, y volver a empezar sin ninguna posibilidad de éxito (3).
Con la desesperanza que les ocasiona esta interminable peregrinación, frustrados y empobrecidos, terminan por aferrarse a cualquier tipo de alternativa económica, política o espiritual que les brinde la ilusión de una eventual salida. Son éstas las alternativas que el colono encuentra a su disposición por doquier, en estas zonas marginales de frontera.
En Colombia, Perú o Bolivia, el auge de la marihuana y la coca, su cultivo y procesamiento proporcionan abundantes ingresos, y por ello, una opción adicional permanente, además de ser un argumento constante contra las instituciones y la clase dirigente, identificadas con terratenientes y autoridades, a quienes sólo interesa el adoctrinamiento político, y que son de común ocurrencia, tanto en estos países como en Centroamérica. Lo más frecuente en la región, sin embargo, es terminar como adeptos de una de tantas doctrinas pentecostales o adventistas, que sirven de amparo al colono, ante la ausencia de cualquier otro apoyo que se solidarice con su desgracia y su miseria (4).
Como si esto no fuera suficiente, es posible identificar otra serie de serios atentados contra el medio selvático, que de una u otra manera, están relacionados con la acción del colono y con la expansión de su frontera de devastación. Son ellos: el desmonte con fines industriales; la minería; la agricultura de plantación; la construcción de carreteras; la explotación petrolera y la construcción de embalses e hidroeléctricas.
Con respecto al sistema económico internacional, al cuál Colombia y los demás países del tercer mundo no sólo no son ajenos, sino que, por el contrario, cada día los constriñe más el cumplimiento de los compromisos económicos, como empréstitos bancarios bajo condiciones onerosas que implican, generalmente, drásticas restricciones sociales. Todo ello desemboca en una amenaza inminente para los bosques naturales, ya que la única fuente de posibles ingresos, son los recursos naturales renovables. La madera industrial, por ejemplo, representa el 20% del volúmen total maderero extraído de los bosques tropicales. El 70% de todas las exportaciones de maderas duras van al Japón; el resto a los EE.UU. y a Europa, habiéndose multiplicado su demanda cerca de 25 veces, entre 1950 y 1980, es decir, que ha pasado de 42 millones de metros cúbicos, a más de 80 millones.
La tala, como industria, es altamente selectiva y se interesa sólo por algunas pocas especies arbóreas de una calidad y tamaño determinados. Entre las miles de especies de árboles que existen en la cuenca del Amazonas, o en el andén Pacífico, de las cuáles más de 400 tienen un valor comprobado, sólo se explotan unas 40. Este hecho, que aparentemente podría ser benéfico para la conservación del bosque, resulta realmente nefasto para los ecosistemas y sus pobladores. En Colombia, los bosques naturales se vienen utilizando de tiempo atrás, para la explotación de productos mederables. Sinembargo, su rendimiento está lejos de ser óptimo, debido, principalmente, a los cánones de la demanda y a la utilización de sistemas rudimentarios de tipo manual y semimanual, que ocasionan pérdidas considerables en la obtención de los productos finales. El rendimiento, tomando el volumen neto aserrado, comparado con el volumen en pie, se calcula en un 25%, apenas lo que significa que el desperdicio de madera entre el bosque y los aserraderos es superior al 70%.
Con referencia a este punto, es necesario, por otra parte, tener en cuenta las estadísticas relacionadas con la demanda de pulpa para la elaboración de papel. Entre 1950 y 1970, el consumo mundial de papel aumentó de 40 a 130 millones de toneladas, y las últimas estadísticas indican que en la actualidad, la demanda es de 240 millones de toneladas (210 utilizadas por los países desarrollados, y 30 por los que están en vías se desarrollo). En los primeros, el consumo per capita es de más de 180 kg. de productos de papel al año (excepto Estados Unidos que requiere 325 kg.), mientras que en los últimos, éste no es superior a 1 kg. por año. Esta demanda de papel, cada día en aumento, podría ser convenientemente racionalizada, si los Estados Unidos, por ejemplo, reciclaran sólo el 20% de los 48 millones de toneladas anuales de desechos de papel; esta economía significaría que ningún bosque tropical tendría que ser deforestado para la elaboración de papel. (Cultural Survival. 1983).
Hasta la década de 1980, se desconocía la velocidad a que estaban desapareciendo los bosques tropicales; los cálculos variaban entre 5 y 20 millones de hectáreas por año. El esfuerzo realizado en 1980 y 1981 por FAO/PNUMA, permitió conocer que el ritmo de deforestación era de 11.3 millones de hectáreas (7.5 hectáreas para bosques tupidos y 3.8 para bosques ralos), en un total de 76 países que cobijó la investigación. Para este estudio se elaboró un sistema único de clasificación de los recursos forestales a escala mundial. De él se concluye que el índice de destrucción del bosque tropical mundial, equivale a unas 22 hectáreas por minuto (8 hectáreas de bosque húmedo por minuto, para ser exactos).
El Inagotable Patrimonio Natural de Ayer
El impacto de las actividades humanas sobre el ambiente es tan fuerte, que resulta difícil descifrar las fuerzas a las que la especie humana está adaptándose en la actualidad. El incremento de las poblaciones humanas, en términos demográficos, impone hoy un acelerado agotamiento de los recursos naturales.
La declinante fertilidad del suelo; el agotamiento de las reservas de agua; la mengua en la abundancia de cubiertas vegetales; las, cada vez más difíciles asociaciones de la fauna silvestre y la extinción de comunidades aborígenes, son problemas a los que la sociedad moderna, pese a su tecnicismo, no ha podido dar un tratamiento adecuado. Como diría Norman Newell (5), “en la actualidad, somos testigos del desastre que sobre el mundo orgánico causa la explosiva difusión de la especie humana, con su eficaz tecnología de la destrucción”.
Los hábitos predatorios del hombre, junto con la destrucción de los hábitats, han sido los factores de la extinción de varios cientos de especies biológicas, pero, así mismo, somos responsables de la polución de las aguas; de la contaminación intensiva de la tierra con defoliantes, insecticidas y agroquímicos; de la parcelación y reducción de la biota silvestre, y lo que es más preocupante a corto plazo, de una pérdida considerable de la variabilidad de los bancos genéticos. Este último punto es vital, si se tiene en cuenta que la población humana de nuestro planeta se ha duplicado en menos de 50 años, en tanto que el aumento de la producción de artículos alimenticios se sostiene, penosamente, a la par del incremento demográfico del planeta. Hace 10.000 años la población mundial, era de unos 5 millones de habitantes, que utilizaba 5 mil tipos de plantas alimenticias; hoy, tan sólo existen 150 especies de amplio consumo comercial, para una población que supera ya la cifra de 5’600’000.000 seres humanos.
El reciente informe entregado por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y el Desarrollo, constituída por la Asamblea General de las Naciones Unidas para que elabore, con prontitud, un “programa global para el cambio”, señaló, entre otros problemas, que hoy, a las puertas del siglo XXI, hay en el mundo más gente hambrienta que nunca antes (85% de la población); que cada año se convierten en desierto 6 millones de hectáreas de tierra productiva; que se está produciendo un severo calentamiento de la atmósfera, y un aumento de la lluvia ácida; que la pobreza se ha convertido en la peor amenaza contra los recursos naturales; que existe una enorme desigualdad entre países ricos y pobres; que hay una persona en el campo por cada 10 viviendo en las ciudades, en contraste con la situación imperante en 1940 cuando esta relación era de 1 a 100; que en la actualidad se calcula en cinco mil seiscientos millones la población humana, pero que para finales del siglo habrá entre 8 y 14 mil millones de seres humanos, el 90% de los cuáles habrá nacido en los países pobres (CMMD, 1988). Tan preocupante y aterrador panorama se ensombrece aún más, con el aumento de la destrucción de la selva húmeda tropical, en que Colombia participa con el 13.5%, con consecuencias negativas irreversibles que se adicionan a las anteriormente anotadas.
Muchos científicos creen, que el desequilibrio entre el oxígeno y el gas carbónico en la atmósfera, causará grandes problemas al planeta, y que el papel que desempeñan las selvas húmedas en todo esto, es esencial, ya que son responsables de la producción de una buena parte del balance térmico y de la composición química de la biósfera.
Desde el punto de vista de la producción de agua, se sabe que la cuenca Amazónica es uno de los aportes hídricos más importantes del planeta (más de 1000 tributarios equivalentes a la quinta parte del total de agua dulce mundial, con una descarga superior a los 120.000 mt.3/seg.), que genera un reciclaje de vapor de agua del 15 al 75%. De no existir el bosque, más del 50% del agua de precipitación se perdería por escorrentía no reinvirtiéndose en la circulación atmosférica, con serias consecuencias meteorológicas para el continente, y, muy seguramente, para el resto del globo.
En cuanto a la estructura y dinámica del ecosistema forestal, es necesario señalar el problema que ya ha empezado a surgir y que afecta las cadenas alimenticias, la diversidad biológica, la fragmentación y aislamiento del bosque, el ritmo de regeneración natural en zonas perturbadas, y, lo más grave de todo, la pérdida de la diversidad cultural aborigen y su irremediable extinción (6). Pero, sobre todo es, la carencia de una real capacidad para establecer actividades diferentes a la forestal y al modelo de aprovechamiento indígena tradicional (silvicultura), lo que origina la más variada y compleja gama de problemas, algunos de los cuáles han sido ya señalados. Desde este punto de vista, basta resaltar que, en el Amazonas, el Chocó y otros sitios de selva lluviosa, las tierras adolecen de limitaciones extremadamente severas, debido a las características de su suelo, su topografía, su drenaje y su clima, que afectan y restringen seriamente su uso, ya sea debido a las pendientes suaves o fuertes, a su poca profundidad y alta propensión al encharcamiento y a su elevado contenido de sales.
El tipo de utilización que sería necesario dar a este intrincado entorno, debería estar más acorde con su caracterización ecológica y su vocación de uso. El suelo tropical se degenera tan pronto como se le despoja de su cubierta vegetal.
El sol, el agua y los vientos, así como las altas temperaturas que aceleran su oxidación, terminan por conducirlo, irreversiblemente, a la erosión, que para el andén pacífico se considera de riesgo y probabilidad “muy altos”. Este grado de exposición a las fuerzas erosivas está determinado por la duración en horas, la intensidad y la cantidad de lluvia; la topografía; el tipo de cubierta vegetal y el uso dado a la tierra.
Como si fuera poco, la deforestación no es hoy la única amenaza que se cierne sobre la Amazonia y el Chocó biogeográfico colombiano. Aparecen otros tipos de actividades eminentemente extractivas o especulativas, como la caza ilícita, con serias repercusiones para especies tales como el manatí (Trichechus inunguis), la tortuga charapa (Podocnemis expansa), el caimán negro o yacaré (Melanosuchus niger) y otros tantos animales del Amazonas; así como la extracción ilegal de recursos forestales, ícticos y minerales.
Sobre esta última, ya desde la propia conquista, la minería del oro ha penetrado fuertemente en gran parte del territorio nacional, y, además de la tradición aurífera del Chocó, que fué, parcialmente, responsable de muchas de las características culturales e ideológicas que motivaron la supervivencia y la adaptación de numerosos grupos humanos, el Amazonas no quedó tampoco excluído de este desbocado flagelo colonial.
Pero la fiebre extractiva tradicional, a cualquier costo, da, nuevamente, la voz de alerta sobre los peligros que pueden derivarse de esta contaminante industria, que hoy golpea al Brasil con uno de los impactos ambientales más severos que han afectado al continente. Así, en la región de Sierra Pelada, miles de hombres cubiertos de polvo y lodo, han venido explotando uno de los yacimientos auríferos más grandes de la historia, por medio de un foso de más de 80 metros de profundidad y varios centenares de metros de longitud.
Recientemente, los Kayapós denunciaron, en la reunión de Altamira, algunos de los efectos que han venido sufriendo las comunidades indígenas, y los ecosistemas en general, como consecuencia de la explotación aurífera de Sierra Pelada. Investigaciones realizadas en esta zona, han detectado una contaminación mercurial 14 veces superior a los índices admitidos por la O.M.S., y los efectos derivados de la contaminación por el mercurio en ríos, peces y seres humanos, después de la utilización, desde 1980, de una cantidad superior a las 1.800 toneladas métricas de este metal pesado, son eminentemente dañinos, para la salud genética de las poblaciones del área.
En la Amazonia colombiana, la fiebre del oro se inicia en forma artesanal, pero no por ello excenta de los mismos peligros presentes en Sierra Pelada o Sierra Carajas.
En 1973, sobre algunos afluentes del Guainía, esta actividad se acrecienta considerablemente, después de la exploración minera realizada por Ingeominas en la Serranía del Naquén hace dos años (1988-1989). Para entonces, el Cuyarí, afluente del Isana, y, sobre todo el Taraira (Serranía del Taraira) y el Mimachí, se ven invadidos espontánea y desordenadamente por mineros, “garimpeiros” y aventureros, en número superior a las 20.000 almas, que desencadenan un estado sicológico de búsqueda y explotación aurífera regional, de alarmantes consecuencias para las comunidades indígenas y para la región misma, sin que el Gobierno haya intervenido para organizar y canalizar tan agudo y perjudicial proceso.
De todo lo anterior, la única conclusión clara, es que el patrón general de utilización de los recursos naturales, no ha dejado nunca de adolecer de una mentalidad extractiva, característica de los tiempos en que el continente y el país, se manejaban como una colonia de ultramar. Es ya hora de que los esquemas de aprovechamiento de los recursos naturales de la nación se modifiquen profundamente, y se comprenda, que con las tecnologías actuales, se producen serios riesgos en cuanto a la integridad y a la administración de las áreas selváticas; en relación con las cuáles, la mejor inversión sería, por el momento, conservar su integridad para el inmediato futuro, en el que, seguramente, pasarán de ser zonas donantes de frontera, a constituir promisorias áreas de reinversión de los bienes que ellas mismas están en capacidad de generar.
#AmorPorColombia
El Bosque Húmedo y los impactos
Colono con piel de tigre. bahía Tebada, Chocó.
Yacaré, o caimán negro. Río Amazonas.
Caimán. Río Cahuinarí, Amazonia
Cópula de Anolis sp.
La propiedad de camuflarse con el ambiente que los rodea es característica de varias especies de la berpetofauna selvática. Entre estas, los Anolis, página opuesta, y el Enyialoidos sp. (lguanidae), adoptan colocaciones crípticas para confundirse, ya sea con las hojas muertas del piso o con la corteza y follage de los árboles.
Puercoespín arborícola, Coendu prehensilis
Rata espinosa, hophomys gymnurus.
El cusumbo o coatí, Nassua nassua, explota varios tipos de recursos alimenticios que se localizan en los diferente estratos del bosque. Desentierra tubérculos, insectos y pequeños vertebrados del suelo, y trepa por las ramas en busca frutas o de huevos y polluelos que encuentra en el nido de algún ave.
Libélula. serranía del Darién, Chocó.
Mariposa azul Morpho spp. Amazonia.
Morrocoy. Serranía del Darién, Chocó.
Huevos de tortuga charapa. Río Caquetá.
Tortuga charapa, Río Caquetá.
Regreso de la caza de un zaino, Tayassu sp. Caquetá, Amazonia colombiana.
Campamento de mineros orfebres y "garimpeiros". Río Traira. Amazonia colombiana.
Texto de: Carlos Castaño Uribe
“Desde la prehistoria, el progreso humano ha avanzado sobre las cenizas de los bosques. Sólo cuando experimentemos los efectos de esta destrucción, nos ocuparemos de protegerlos, aunque para entonces, será ya demasiado tarde”.
–Norman Myers.
El impacto ambiental sobre los ecosistemas de bosque húmedo, es uno de los más complejos e irreversibles que existen. La diversidad de vida que caracteriza a la “selva siempre verde” es, a la vez, su fuerza y su debilidad. Como bioma, es el más intrincado, productivo y eficiente de los que existen sobre la faz de la tierra, ya que alberga la mitad de las especies animales y plantas del orbe, la gran mayoría de ellas altamente especializadas y con funciones únicas, que de llegar a extinguirse, no sería posible reemplazar.
El mundo del bosque húmedo se extiende, aproximadamente, desde un metro bajo tierra, hasta sesenta metros sobre ella, donde se encuentra el dosel del gran “Manto Verde”, y las copas de sus árboles emergentes.
Cualquier impacto antrópico que se genere sobre este sistema, tiende a ser inconmensurable por los efectos directos e indirectos que genera. De allí, precisamente, que sea indispensable un proceso de planificación sistemático y coherente, de carácter duradero, para lograr un ordenamiento territorial armónico entre su vocación de uso y la demanda potencial de recursos naturales.
En el caso de Colombia, como en tantos otros países del Neotrópico, es necesario decir, lamentablemente, que los procesos de planificación continúan, sin que la mayoría de ellos tenga en cuenta la dimensión ambiental. El enfoque apresurado y a corto plazo del “progreso”, ha mostrado con creces los resultados de una política incoherente e inapropiada.
Si se analizan los factores ambientales activos (abióticos y bióticos), y los componentes socioeconómicos y culturales con los que cuenta el país, y se contraponen a la capacidad de uso de la tierra (uso actual, uso potencial y/o vocación de uso), será fácil comprender la razón de los conflictos ambientales que sufre el territorio, y las consecuencias sociales y económicas que se derivan de ellos en el contexto histórico de la Nación.
En Colombia, por ejemplo, un reciente estudio demuestra que aunque la vocación agrícola de su territorio es del 12.7%, sólo se está utilizando el 4.66% de éste para la agricultura. En cambio, la ganadería, que tan sólo tiene en el país un 16.80% del territorio apto para su establecimiento, el uso actual ocupa casi el doble de esta cifra, un 35.11% de la distribución territorial. Por último, aunque la vocación forestal de Colombia es del 68.50% y que hasta el arribo de los europeos el territorio estaba cubierto de bosques en más de un 80%, hoy su cobertura es inferior al 18% (1).
Estas estadísticas contundentes, nos demuestran a cabalidad la gravedad de la situación, y los enormes conflictos y contradiciones existentes. Cuando se revisan los datos a nivel de las especificidades, se puede comprobar, entre muchas cosas, que no todos los usos actuales, por más que se salgan del uso potencial, se están realizando en tierras que tengan siquiera una vocación apropiada.
En otras palabras, la ganadería que se realiza en el país, fuera de exceder en más del doble la potenciabilidad real del uso de la tierra, no cobija siquiera el total de las zonas en las que potencialmente se puede permitir este uso; por el contrario, esta actividad se realiza en gran parte, en áreas de eminente vocación forestal. Sobre el particular, vale la pena tener en cuenta que en el proceso de expansión de la frontera agrícola, que en el país no es sino un paso previo, transitorio e inequitativo, ante el incontenible movimiento latifundista ganadero, los ecosistemas naturales que se ven más afectados son, precisamente, los de selva húmeda tropical de tierras bajas, el bosque nublado y el páramo, es decir, los últimos relictos del bosque primario climax que aún quedan en el país.
El enorme conflicto entre la vocación productiva y la tenencia de la tierra, es otro de los grandes antagonismos territoriales, ya que existe una tradicional tendencia de la clase dirigente a considerar la tierra como un activo de acumulación de riqueza, más que como un activo de producción de la misma (2). Los datos anteriores son, entre otras cosas, los que explican el agudo problema de la colonización del bosque húmedo tropical, y los que, al mismo tiempo, lo caracterizan, como uno de los problemas de mayor impacto ambiental del país, que hoy está generando una desforestación superior a las 600.000 hectáreas por año.
La desforestación apenas empieza a estudiarse en el mundo, pese a los reiterados esfuerzos en los últimos 10 años, por dar una adecuada solución a este flagelo de carácter global. No se trata, simplemente, de considerar la pérdida de unos cuantos árboles, ni siquiera de unos cuantos miles de millones de hectáreas de recurso forestal, que, de hecho, tienen un valor incalculable desde el punto de vista económico; el verdadero problema y su gravedad, radica en perder, conjuntamente con este recurso forestal, unas cuantas miles de especies biológicas de flora y fauna, que dependen enteramente de la estabilidad de aquél. Esto equivale a perder la diversidad biológica, el más grande de nuestros legados, y a perder, así mismo, la de cientos de seres humanos que día a día presencian, absortos e impotentes, como se extinguen su raza y su cultura, como resultado directo del retroceso del bosque húmedo.
El espejismo de la colonización
Desde comienzos de este siglo, la capa boscosa de las zonas templadas se ha mantenido relativamente estable, mientras que en los trópicos, el bosque se ha reducido a menos de la mitad. Así, la mayoría de las calamidades ambientales de los países tropicales -inundaciones, sequías, hambre, incendios y desertificación- está, directa o indirectamente, relacionada con la pérdida del bosque, a lo que debe sumarse el hecho de que la mayoría de especies que viven en los bosques tropicales, no han sido aún descritas o catalogadas por los científicos, a pesar de que muchas de ellas son conocidas por la población aborigen local, como se señaló en un capítulo anterior.
América tropical posee el 57% del total del bosque lluvioso del planeta, seguida por Asia con el 25% y por Africa con el 18% restante; en otras palabras, del bosque húmedo que en la actualidad existe (3.6 millones de millas cuadradas en 70 países), más del 80% se encuentra en 8 países: Brasil, Bolivia, Colombia, Gabón, Indonesia, Malasia, Perú y Zaire. En todos ellos, las principales causas de la deforestación son, sin duda, la presión demográfica, el desempleo y la desigualdad en la tenencia de la tierra, cuyo resultado conjunto, es conocido, generalmente, con el nombre de “colonización”.
En el mundo hay más de 600 millones de campesinos pobres que carecen de tierras, o de un acceso seguro a ellas. Por lo general, estas familias pobres emigran por su propia cuenta, aunque a veces son motivadas por proyectos gubernamentales. Así, las carreteras de acceso a las áreas forestales -que redundan en una rápida extracción de maderas y en un fuerte proceso de colonización, aun cuando el proyecto vial sea de índole minera, petrolera, etc.- con frecuencia conducen a un supuesto desarrollo agrícola espontáneo, y después al establecimiento de la ganadería extensiva.
Este proceso ocurre de manera similar en Java, Tailandia, Colombia o el Congo, y presenta un mismo patrón de desarrollo. Los colonos se establecen en el límite de la frontera agrícola, generalmente en tierras de vocación netamente forestal, donde son característicos los suelos ácidos con saturaciones de aluminio insuficientes, y niveles bajos de fósforo (menores del 30% y de 30 ppm.), ubicándose allí por un período de tiempo que varía entre dos y cuatro años después de la tala inicial. A partir de este lapso, la tierra ha perdido ya, totalmente, sus escasos nutrientes, y los predios se encuentran plagados de maleza y de insectos, y con una fertilidad declinante. En esta etapa, la tierra es, a menudo, comprada por ganaderos o intermediarios que, poco a poco, reúnen la totalidad de las parcelas compradas a los colonos, y fundan sus hatos vacunos. A medida que el tiempo pasa (5-10 años), y cuando el suelo ha alcanzado su último nivel de capacidad, la ganadería se hace más extensiva -más hectáreas para menos cabezas-, o los pastos son, inevitablemente, invadidos por la maleza y el lugar termina abandonado. Los procesos posteriores dependerán de factores muy particulares, algunos de éstos pueden tener, como resultado final, la desertificación, la erosión o la sabanización permanente.
El comienzo del presente siglo, tomó a Colombia, como al resto de los nuevos países republicanos del Neotrópico, con grandes extensiones de su territorio deshabitadas. La conquista y la colonia sólo habían poblado los sitios estratégicos de la geografía continental, y las principales ciudades de abolengo hidalgo apenas empezaron, después de 100 años de independencia, a servir de soporte cultural, político e ideológico al resto de nacionales asentados a lo largo de los principales valles interandinos, o en las costas oceánicas, en un mundo que apenas podía diferenciarse del feudal.
No obstante, distintas coyunturas económicas, políticas y sociales, dieron como resultado un comportamiento diferente en cada uno de estos grupos, aun dentro de sus propios territorios, e incidieron en una ocupación del espacio nacional con componentes muy particulares.
En Colombia, como en el resto del Neotrópico, la colonización de las tierras ubicadas en el bioma de bosque húmedo es reciente, produciéndose durante la mayor parte del siglo XX, en un proceso espontáneo, discontinuo, conflictivo y colmado de episodios trágicos.
El dominio de las áreas en la periferia de los centros poblados por el Estado, en diferentes países, empieza, indirectamente, desde mediados del siglo pasado a través de misioneros y destacamentos militares. Fue sólo, ya bien entrado el primer decenio del presente siglo, cuando la legislación facilitó la consolidación de la colonización del territorio, en contra, aparentemente, de la estructura monopolística monopólica de la hacienda señorial.
Hoy, igual que ayer, el éxodo continúa y estos pioneros, sin importar de donde vienen o a donde van, siguen repitiendo un mismo esquema, un solo criterio de búsqueda, que cada día empuja más la “frontera” de un bosque que retrocede a medida que ellos avanzan. Son portadores de incipientes elementos de trabajo, de un escaso capital y de un enorme deseo de iniciar una nueva vida, que, como un espejismo, los anima a ver en el entorno húmedo o lluvioso, el sitio más feraz y abundante de la tierra. No ocurre esto casualmente: es lo que han oído de los gamonales, de algunos políticos y de otras personas con ciertos intereses, que los incitan a avanzar más alla del límite de la frontera selvática. Al llegar, finalmente, al que suponen su nuevo hogar, se encuentran con un hecho incuestionable: la mentira de la fertilidad del suelo selvático. Pero una vez allí, es imposible retroceder. Para ellos, la única opción es seguir con su intrépida obstinación de ser propietarios, esforzándose por garantizar la seguridad y el sustento familiar. Lo único que tienen a disposición son sus manos, la ayuda de sus mujeres e hijos, y muy limitados conocimientos de cómo enfrentar ese agreste mundo selvático que consideran, equivocadamente, su principal enemigo. Los apremios de sus anteriores situaciones como jornaleros o aparceros, no les dió oportunidad de escuchar sabios consejos. Irremediablemente, deben cumplir con los requisitos del “Gobierno” para hacerse a un pequeño terruño, para lo cuál necesitan talar a ras toda esa selva que tienen al frente, como única barrera que se opone al anhelado progreso.
Cargados de enormes deudas causadas por el esfuerzo infructuoso de sacar rendimiento a unos suelos infértiles, con unas técnicas agrícolas de ladera y cordillera, a las que han estado acostumbrados desde siempre, y un traumático cambio de entorno que no se ajusta a su esquema conceptual, puesto que la emigración a la selva lluviosa les impone una ruptura con los patrones sociales andinos que se traduce en serias modificaciones en los habitos de alimentación, vivienda y salud, los colonos se ven abocados a un fracaso seguro, y a sólo dos caminos posibles: en el mejor de los casos, vender, a precios irrisorios al terrateniente o gamonal local, o, simplemente, ceder sus predios como parte de pago al agiotista que les ha suministrado los insumos necesarios durante uno o dos años. Les queda a también la opción de regresar al interior del país, exhibiéndo su fracaso, o seguir hacia adelante, selva adentro, y volver a empezar sin ninguna posibilidad de éxito (3).
Con la desesperanza que les ocasiona esta interminable peregrinación, frustrados y empobrecidos, terminan por aferrarse a cualquier tipo de alternativa económica, política o espiritual que les brinde la ilusión de una eventual salida. Son éstas las alternativas que el colono encuentra a su disposición por doquier, en estas zonas marginales de frontera.
En Colombia, Perú o Bolivia, el auge de la marihuana y la coca, su cultivo y procesamiento proporcionan abundantes ingresos, y por ello, una opción adicional permanente, además de ser un argumento constante contra las instituciones y la clase dirigente, identificadas con terratenientes y autoridades, a quienes sólo interesa el adoctrinamiento político, y que son de común ocurrencia, tanto en estos países como en Centroamérica. Lo más frecuente en la región, sin embargo, es terminar como adeptos de una de tantas doctrinas pentecostales o adventistas, que sirven de amparo al colono, ante la ausencia de cualquier otro apoyo que se solidarice con su desgracia y su miseria (4).
Como si esto no fuera suficiente, es posible identificar otra serie de serios atentados contra el medio selvático, que de una u otra manera, están relacionados con la acción del colono y con la expansión de su frontera de devastación. Son ellos: el desmonte con fines industriales; la minería; la agricultura de plantación; la construcción de carreteras; la explotación petrolera y la construcción de embalses e hidroeléctricas.
Con respecto al sistema económico internacional, al cuál Colombia y los demás países del tercer mundo no sólo no son ajenos, sino que, por el contrario, cada día los constriñe más el cumplimiento de los compromisos económicos, como empréstitos bancarios bajo condiciones onerosas que implican, generalmente, drásticas restricciones sociales. Todo ello desemboca en una amenaza inminente para los bosques naturales, ya que la única fuente de posibles ingresos, son los recursos naturales renovables. La madera industrial, por ejemplo, representa el 20% del volúmen total maderero extraído de los bosques tropicales. El 70% de todas las exportaciones de maderas duras van al Japón; el resto a los EE.UU. y a Europa, habiéndose multiplicado su demanda cerca de 25 veces, entre 1950 y 1980, es decir, que ha pasado de 42 millones de metros cúbicos, a más de 80 millones.
La tala, como industria, es altamente selectiva y se interesa sólo por algunas pocas especies arbóreas de una calidad y tamaño determinados. Entre las miles de especies de árboles que existen en la cuenca del Amazonas, o en el andén Pacífico, de las cuáles más de 400 tienen un valor comprobado, sólo se explotan unas 40. Este hecho, que aparentemente podría ser benéfico para la conservación del bosque, resulta realmente nefasto para los ecosistemas y sus pobladores. En Colombia, los bosques naturales se vienen utilizando de tiempo atrás, para la explotación de productos mederables. Sinembargo, su rendimiento está lejos de ser óptimo, debido, principalmente, a los cánones de la demanda y a la utilización de sistemas rudimentarios de tipo manual y semimanual, que ocasionan pérdidas considerables en la obtención de los productos finales. El rendimiento, tomando el volumen neto aserrado, comparado con el volumen en pie, se calcula en un 25%, apenas lo que significa que el desperdicio de madera entre el bosque y los aserraderos es superior al 70%.
Con referencia a este punto, es necesario, por otra parte, tener en cuenta las estadísticas relacionadas con la demanda de pulpa para la elaboración de papel. Entre 1950 y 1970, el consumo mundial de papel aumentó de 40 a 130 millones de toneladas, y las últimas estadísticas indican que en la actualidad, la demanda es de 240 millones de toneladas (210 utilizadas por los países desarrollados, y 30 por los que están en vías se desarrollo). En los primeros, el consumo per capita es de más de 180 kg. de productos de papel al año (excepto Estados Unidos que requiere 325 kg.), mientras que en los últimos, éste no es superior a 1 kg. por año. Esta demanda de papel, cada día en aumento, podría ser convenientemente racionalizada, si los Estados Unidos, por ejemplo, reciclaran sólo el 20% de los 48 millones de toneladas anuales de desechos de papel; esta economía significaría que ningún bosque tropical tendría que ser deforestado para la elaboración de papel. (Cultural Survival. 1983).
Hasta la década de 1980, se desconocía la velocidad a que estaban desapareciendo los bosques tropicales; los cálculos variaban entre 5 y 20 millones de hectáreas por año. El esfuerzo realizado en 1980 y 1981 por FAO/PNUMA, permitió conocer que el ritmo de deforestación era de 11.3 millones de hectáreas (7.5 hectáreas para bosques tupidos y 3.8 para bosques ralos), en un total de 76 países que cobijó la investigación. Para este estudio se elaboró un sistema único de clasificación de los recursos forestales a escala mundial. De él se concluye que el índice de destrucción del bosque tropical mundial, equivale a unas 22 hectáreas por minuto (8 hectáreas de bosque húmedo por minuto, para ser exactos).
El Inagotable Patrimonio Natural de Ayer
El impacto de las actividades humanas sobre el ambiente es tan fuerte, que resulta difícil descifrar las fuerzas a las que la especie humana está adaptándose en la actualidad. El incremento de las poblaciones humanas, en términos demográficos, impone hoy un acelerado agotamiento de los recursos naturales.
La declinante fertilidad del suelo; el agotamiento de las reservas de agua; la mengua en la abundancia de cubiertas vegetales; las, cada vez más difíciles asociaciones de la fauna silvestre y la extinción de comunidades aborígenes, son problemas a los que la sociedad moderna, pese a su tecnicismo, no ha podido dar un tratamiento adecuado. Como diría Norman Newell (5), “en la actualidad, somos testigos del desastre que sobre el mundo orgánico causa la explosiva difusión de la especie humana, con su eficaz tecnología de la destrucción”.
Los hábitos predatorios del hombre, junto con la destrucción de los hábitats, han sido los factores de la extinción de varios cientos de especies biológicas, pero, así mismo, somos responsables de la polución de las aguas; de la contaminación intensiva de la tierra con defoliantes, insecticidas y agroquímicos; de la parcelación y reducción de la biota silvestre, y lo que es más preocupante a corto plazo, de una pérdida considerable de la variabilidad de los bancos genéticos. Este último punto es vital, si se tiene en cuenta que la población humana de nuestro planeta se ha duplicado en menos de 50 años, en tanto que el aumento de la producción de artículos alimenticios se sostiene, penosamente, a la par del incremento demográfico del planeta. Hace 10.000 años la población mundial, era de unos 5 millones de habitantes, que utilizaba 5 mil tipos de plantas alimenticias; hoy, tan sólo existen 150 especies de amplio consumo comercial, para una población que supera ya la cifra de 5’600’000.000 seres humanos.
El reciente informe entregado por la Comisión Mundial del Medio Ambiente y el Desarrollo, constituída por la Asamblea General de las Naciones Unidas para que elabore, con prontitud, un “programa global para el cambio”, señaló, entre otros problemas, que hoy, a las puertas del siglo XXI, hay en el mundo más gente hambrienta que nunca antes (85% de la población); que cada año se convierten en desierto 6 millones de hectáreas de tierra productiva; que se está produciendo un severo calentamiento de la atmósfera, y un aumento de la lluvia ácida; que la pobreza se ha convertido en la peor amenaza contra los recursos naturales; que existe una enorme desigualdad entre países ricos y pobres; que hay una persona en el campo por cada 10 viviendo en las ciudades, en contraste con la situación imperante en 1940 cuando esta relación era de 1 a 100; que en la actualidad se calcula en cinco mil seiscientos millones la población humana, pero que para finales del siglo habrá entre 8 y 14 mil millones de seres humanos, el 90% de los cuáles habrá nacido en los países pobres (CMMD, 1988). Tan preocupante y aterrador panorama se ensombrece aún más, con el aumento de la destrucción de la selva húmeda tropical, en que Colombia participa con el 13.5%, con consecuencias negativas irreversibles que se adicionan a las anteriormente anotadas.
Muchos científicos creen, que el desequilibrio entre el oxígeno y el gas carbónico en la atmósfera, causará grandes problemas al planeta, y que el papel que desempeñan las selvas húmedas en todo esto, es esencial, ya que son responsables de la producción de una buena parte del balance térmico y de la composición química de la biósfera.
Desde el punto de vista de la producción de agua, se sabe que la cuenca Amazónica es uno de los aportes hídricos más importantes del planeta (más de 1000 tributarios equivalentes a la quinta parte del total de agua dulce mundial, con una descarga superior a los 120.000 mt.3/seg.), que genera un reciclaje de vapor de agua del 15 al 75%. De no existir el bosque, más del 50% del agua de precipitación se perdería por escorrentía no reinvirtiéndose en la circulación atmosférica, con serias consecuencias meteorológicas para el continente, y, muy seguramente, para el resto del globo.
En cuanto a la estructura y dinámica del ecosistema forestal, es necesario señalar el problema que ya ha empezado a surgir y que afecta las cadenas alimenticias, la diversidad biológica, la fragmentación y aislamiento del bosque, el ritmo de regeneración natural en zonas perturbadas, y, lo más grave de todo, la pérdida de la diversidad cultural aborigen y su irremediable extinción (6). Pero, sobre todo es, la carencia de una real capacidad para establecer actividades diferentes a la forestal y al modelo de aprovechamiento indígena tradicional (silvicultura), lo que origina la más variada y compleja gama de problemas, algunos de los cuáles han sido ya señalados. Desde este punto de vista, basta resaltar que, en el Amazonas, el Chocó y otros sitios de selva lluviosa, las tierras adolecen de limitaciones extremadamente severas, debido a las características de su suelo, su topografía, su drenaje y su clima, que afectan y restringen seriamente su uso, ya sea debido a las pendientes suaves o fuertes, a su poca profundidad y alta propensión al encharcamiento y a su elevado contenido de sales.
El tipo de utilización que sería necesario dar a este intrincado entorno, debería estar más acorde con su caracterización ecológica y su vocación de uso. El suelo tropical se degenera tan pronto como se le despoja de su cubierta vegetal.
El sol, el agua y los vientos, así como las altas temperaturas que aceleran su oxidación, terminan por conducirlo, irreversiblemente, a la erosión, que para el andén pacífico se considera de riesgo y probabilidad “muy altos”. Este grado de exposición a las fuerzas erosivas está determinado por la duración en horas, la intensidad y la cantidad de lluvia; la topografía; el tipo de cubierta vegetal y el uso dado a la tierra.
Como si fuera poco, la deforestación no es hoy la única amenaza que se cierne sobre la Amazonia y el Chocó biogeográfico colombiano. Aparecen otros tipos de actividades eminentemente extractivas o especulativas, como la caza ilícita, con serias repercusiones para especies tales como el manatí (Trichechus inunguis), la tortuga charapa (Podocnemis expansa), el caimán negro o yacaré (Melanosuchus niger) y otros tantos animales del Amazonas; así como la extracción ilegal de recursos forestales, ícticos y minerales.
Sobre esta última, ya desde la propia conquista, la minería del oro ha penetrado fuertemente en gran parte del territorio nacional, y, además de la tradición aurífera del Chocó, que fué, parcialmente, responsable de muchas de las características culturales e ideológicas que motivaron la supervivencia y la adaptación de numerosos grupos humanos, el Amazonas no quedó tampoco excluído de este desbocado flagelo colonial.
Pero la fiebre extractiva tradicional, a cualquier costo, da, nuevamente, la voz de alerta sobre los peligros que pueden derivarse de esta contaminante industria, que hoy golpea al Brasil con uno de los impactos ambientales más severos que han afectado al continente. Así, en la región de Sierra Pelada, miles de hombres cubiertos de polvo y lodo, han venido explotando uno de los yacimientos auríferos más grandes de la historia, por medio de un foso de más de 80 metros de profundidad y varios centenares de metros de longitud.
Recientemente, los Kayapós denunciaron, en la reunión de Altamira, algunos de los efectos que han venido sufriendo las comunidades indígenas, y los ecosistemas en general, como consecuencia de la explotación aurífera de Sierra Pelada. Investigaciones realizadas en esta zona, han detectado una contaminación mercurial 14 veces superior a los índices admitidos por la O.M.S., y los efectos derivados de la contaminación por el mercurio en ríos, peces y seres humanos, después de la utilización, desde 1980, de una cantidad superior a las 1.800 toneladas métricas de este metal pesado, son eminentemente dañinos, para la salud genética de las poblaciones del área.
En la Amazonia colombiana, la fiebre del oro se inicia en forma artesanal, pero no por ello excenta de los mismos peligros presentes en Sierra Pelada o Sierra Carajas.
En 1973, sobre algunos afluentes del Guainía, esta actividad se acrecienta considerablemente, después de la exploración minera realizada por Ingeominas en la Serranía del Naquén hace dos años (1988-1989). Para entonces, el Cuyarí, afluente del Isana, y, sobre todo el Taraira (Serranía del Taraira) y el Mimachí, se ven invadidos espontánea y desordenadamente por mineros, “garimpeiros” y aventureros, en número superior a las 20.000 almas, que desencadenan un estado sicológico de búsqueda y explotación aurífera regional, de alarmantes consecuencias para las comunidades indígenas y para la región misma, sin que el Gobierno haya intervenido para organizar y canalizar tan agudo y perjudicial proceso.
De todo lo anterior, la única conclusión clara, es que el patrón general de utilización de los recursos naturales, no ha dejado nunca de adolecer de una mentalidad extractiva, característica de los tiempos en que el continente y el país, se manejaban como una colonia de ultramar. Es ya hora de que los esquemas de aprovechamiento de los recursos naturales de la nación se modifiquen profundamente, y se comprenda, que con las tecnologías actuales, se producen serios riesgos en cuanto a la integridad y a la administración de las áreas selváticas; en relación con las cuáles, la mejor inversión sería, por el momento, conservar su integridad para el inmediato futuro, en el que, seguramente, pasarán de ser zonas donantes de frontera, a constituir promisorias áreas de reinversión de los bienes que ellas mismas están en capacidad de generar.