El comienzo de nuestra transición

Giuliana Scalaberni frente al espejo. Óleo. 1942-1944 

Descenso cósmico de la vida a la tierra. Acuarela. 1972 

Los guerreros boyacences se despiertan. Acuarela. 1948 

Dibujo a lápiz 

Recuerdo de la vida en Florencia. Dibujo a lápiz 

Dibujo a lápiz 

Recuerdo de la vida en Florencia. Dibujo a lápiz 

Dibujo a lápiz 

Recuerdo de la vida en Florencia. Dibujo a lápiz 

La mesa vacía del niño hambriento (Proyecto ejecutado al fresco en el Palacio Municipal). Acuarela. 1933 

Dibujo a lápiz 

La nigua. Dibujo a lápiz 

Estudio para fresco. Palacio Municipal de Medellín. Dibujo a lápiz 

Vendedora callejera. Acuarela 

Vendedora de pollos. Acuarela 

Los gamines. Dibujo a lápiz 

Viajera. Dibujo a lápiz 

Un recuerdo de Galán. Acuarela. 1948 

La familia en la esquina de una ciudad. Óleo. 1945 

Texto de Pedro Nel Gómez

Toda, la primera época de mi regreso a Colombia fue muy difícil para mí. Estaba necesitando muros qué pintar y el País no tenía la sensibilidad que requería esta clase de audacias. La sociedad colombiana empezaba a agitarse al impulso de una serie muy compleja de conflictos hasta entonces latentes, pero que fueron, uno a uno, aflorando para desencadenar una crisis generalizada de grandes proporciones. Era la modernización incipiente, que daba sus primeros coletazos sobre el edificio de nuestro orden antiguo. Pobreza, proletarización, migraciones campesinas e interurbanas, urbanización, desempleo, violencia, huelgas, lucha por la tierra, asomos amargos de renovación cultural y cambio de valores, todo ello se daba sobre el fondo de una depresión económica mundial y de una serie de importantes fenómenos ideológicos y políticos de carácter internacional, pero también al calor de una gran fe en el País, en su pueblo, en su futuro, en las posibilidades de mejoramiento y de progreso de la sociedad que habíamos recibido casi incontaminada como herencia de nuestro siglo XIX. En Colombia creo más todos los días. Dígase lo que se diga y pase lo que pase, éste es indudablemente un gran País. Hoy nuestro pueblo está pobre y hambreado, pero sigo creyendo en sus grandes virtudes, que son las que han edificado nuestra historia. Fue, de todas maneras, un momento bellísimo ése del arranque de nuestra transición, pero de lucha terca, de incomprensión y de obstáculos.

Y ello en la literatura, en las costumbres, en las artes, en la política y en todos los órdenes de la vida. Una hora verdaderamente germinal fue aquélla, que podemos situar hacia el comienzo de los años treinta de nuestro siglo. Buen número de los pintores jóvenes de entonces acabábamos de desembarcar de Europa y traíamos nuestro equipaje lleno de lecciones y de sueños para el futuro. Pero debimos empezar por la protesta social, por la solidaridad con el nuevo país, que comenzaba a enderezarse de su postración centenaria. En esto del gritó de la rebelión la pintura fue en Colombia pionera y abanderada. Suya fue la vanguardia en el vaticinio.