Pequeño Teatro

Texto de: Carolina Jaramillo Seligmann

Entre la carrera Córdoba y la avenida La Playa, en color trigo, amaranto y basalto, sobresale una casa de 1 140 metros cuadrados, una de las últimas edificaciones de estilo republicano que se conservan en Medellín. Es la sede del Pequeño Teatro, que —con una sala de cámara para 80 espectadores y otra para 500— ha cambiado la historia del teatro en Medellín. La entrada a los eventos es gratuita. A la salida de las presentaciones se recibe un aporte voluntario de los asistentes.

Con este sencillo sistema, el Pequeño Teatro ha logrado reunir bajo un mismo techo en una sola noche —y todas las noches— a hombres y mujeres de toda edad y condición, a estudiantes universitarios, a obreros, a profesionales de distintos sectores y a jubilados, entre otros. Su impulso al teatro ha sido asombroso.

Su historia comenzó a finales de la década de los sesenta, cuando el escritor Jairo Aníbal Niño creó en la Universidad Nacional de Medellín un grupo de teatro, al que se unió, entre otros, el estudiante de arquitectura Rodrigo Saldarriaga.

Tras un par de montajes y luego de una serie de problemas de índole estudiantil, expulsiones de la universidad y debates ideológicos, propios de la época —cuando el teatro universitario se asumió, entre otras, como medio de protesta y denuncia política— el grupo se disolvió.

En 1974, Saldarriaga, el otrora estudiante de arquitectura, regresó a Medellín. Entusiasmado con las maravillosas posibilidades del teatro, propuso en enero del siguiente año, 1975, realizar una versión teatral de “Anacleto Morones”, el cuento de Juan Rulfo. En el proceso, junto con Eduardo Cárdenas, Jorge Villa, Efraín Hincapié y Óscar Muñoz, fundó el Pequeño Teatro de Medellín. Posteriormente se realizó el montaje de los cuentos “Diles que no me maten” y “Nos han dado la tierra”, también de Rulfo.

El nombre de Pequeño Teatro fue pensado como un homenaje a Constantin Stanislavsky, quien fundó el Teatro de Arte de Moscú —Pequeño Teatro— para las representaciones dramatúrgicas, con el fin de diferenciarlo del Gran Teatro, dedicado a la ópera.

En 1982, el grupo estrenó su primera sede, cerca al Teatro Pablo Tobón Uribe. Para su adecuación, el violinista Carlos Villa y el pianista Harold Martina donaron un recital en el Museo El Castillo, en El Poblado. El evento tuvo lleno total, con su recaudo se pagó el alquiler y se acondicionó la primera sala con cupo para 50 espectadores.

Jalonado por esta iniciativa, el mundo artístico aportó para la consolidación del Pequeño Teatro. Pintores y escultores de la talla de Luis Caballero, Alejandro Obregón, Édgar Negret, Rodrigo Arenas Betancourt, Eduardo Ramírez Villamizar, entre otros, donaron obras para ser subastadas y recoger fondos para el proyecto.

Su popularidad no se hizo esperar y su crecimiento fue evidente. En 1987 Saldarriaga compró la bella casa republicana de Córdoba con La Playa, que desde ese entonces ha sido su sede permanente y su símbolo inconfundible.

Con el tiempo la casa ha sido sometida a una serie de modificaciones. En 1987, estrenó la pequeña e íntima Sala de Cámara —diseño del arquitecto Samuel Ricardo Vélez—, y siete años más tarde abrió, con bombos y platillos, el Nuevo Teatro —proyecto de Juan José Escobar—, que acomoda en su espacio 500 espectadores.

En 2003 se creó la Escuela de Formación de Actores y un año más tarde se inauguró la sede para dicha institución. Diseñado por Laureano Forero, el edificio de seis pisos, que cuenta con cuatro amplios salones de 100 metros cuadrados cada uno y una biblioteca especializada, satisface los requerimientos específicos de este tipo de trabajo académico.