Museo Casa Gardeliana

Texto de: Carolina Jaramillo Seligmann

El 24 de junio de 1935 un accidente aéreo en el Aeropuerto Olaya Herrera de Medellín cobró la vida del cantante y compositor de tango Carlos Gardel, legándole a la ciudad una especial devoción por él y su música. El trimotor Ford de la Sociedad Aeronáutica Colombiana —Saco—, donde viajaban Gardel y sus músicos, intentó abortar el despegue y, al virar, se estrelló con el F-31Manizales, de Scadta, que esperaba su turno para decolar.

Años más tarde, a fines de 1960, el también argentino Leonardo Nieto Jardón llegó a Medellín con su esposa, a fin de conocer el lugar donde —según algunos historiadores— murió el hombre y nació el mito, en referencia a la muerte de su compatriota, símbolo mundial del tango.

Aunque en principio el viaje de Nieto Jardón era de turismo, se quedó a vivir en la ciudad y se convirtió en impulsador del mencionado género musical. El epicentro de esta afición, para muchos una religión, es precisamente una casa sencilla, colgada en un área empinada del tradicional barrio Manrique: la Casa Gardeliana, inaugurada por Nieto Jardón en febrero de 1973, como respuesta al creciente interés despertado por Gardel a raíz de su muerte. Nieto Jardón encontró además en Medellín una gran similitud con el sentir argentino: “Existe una extraña empatía entre nosotros y los paisas, al fin y al cabo somos inmigrantes y aventureros”, señaló.

Medellín era por aquella época un puerto seco, de donde salían y a donde llegaban campesinos y comerciantes de todas las regiones de Antioquia y el país. El barrio Guayaquil, con el mercado de El Pedrero y la estación del ferrocarril, era el sitio de encuentro. En sus bares y pensiones se escenificaba una activa vida nocturna, en la que viajeros y visitantes oían las historias y relatos de los inmigrantes del Río de la Plata, con el tango como fondo musical.

Guardadas las proporciones, la Casa Gardeliana, que se ubica sobre la avenida Carlos Gardel, conocida sencillamente como La 45, se asemeja en su construcción a las del barrio La Boca, en Buenos Aires. Sólo que a su lado, fundida en bronce, se yergue la estatua del inefable músico.

Por la Casa, Patrimonio Cultural y Monumento Histórico desde 2002, han pasado las grandes figuras internacionales del tango: Hugo del Carril, Alberto Echagüe, Oswaldo Pugliese, Agustín Irusta. Los recuerdos de Gardel allí desplegados —fotografías, acetatos, notas periodísticas de la época y demás— son legado insustituible para sus admiradores.

En 1992, la Casa Gardeliana cerró sus puertas como restaurante y bar y pasó a convertirse en Museo. Allí se celebra un festival anual del tango, y en sus alrededores la Tangovía. En este populoso sector, tan arrabalero como cualquier rincón de Buenos Aires, todos los meses de febrero, mayo y noviembre se cierran las calles para que milonga, tango, bandoneón y bailarines, se tomen el barrio Manrique. Porque como lo indica el fundador de la Casa: “Siempre se va a escuchar un tango que nos haga temblar la barbilla”.

Se considera que, después de Buenos Aires, Medellín es una de las ciudades donde más se oye, conoce y vive este género musical. Dentro del marco de las actividades culturales que allí se celebran anualmente, está el Festival Internacional de Tango Ciudad de Medellín que, al ritmo del bandoneón, la convierte en un gran escenario de este género.

Así, el tango es imprescindible como elemento y eslabón de la cultura citadina. Miles de turistas buscan expresamente esta Casa para contagiarse de su espíritu. Por todas estas historias, no pocos en Argentina se refieren a la ciudad como a la “legendaria Medellín”.