Golfo de Cariaco

Texto de: Alexander von Humboldt

Continuamos al día siguiente nuestro trayecto, y quedamos sorprendidos de la profundidad de los canales existentes entre las islas Caracas, donde la corbeta maniobró casi rozando las rocas. ¡Cuánto difieren estos islotes calcáreos, cuya dirección y formas recuerdan la gran catástrofe que los ha separado de la Tierra Firme, del aspecto del archipiélago volcánico que está al norte de Lanzarote, cuyos hitos de basalto parecen salir de la mar por efecto de un levantamiento! La frecuencia de los alcatraces, que son más grandes que nuestros cisnes; la de los flamencos, que pescan alrededor del barco o persiguen los pelícanos para arrancarles su presa, nos anuncian la cercanía de las costas de Cumaná. Es curioso ver cómo, al salir el sol, los pájaros de mar aparecen de un golpe y animan el paisaje. Esto recuerda, en los lugares más solitarios, la actividad de nuestras ciudades a la hora del alba. Hacia las nueve de la mañana, nos encontramos ante el golfo de Cariaco que sirve de rada a la ciudad de Cumaná. La colina que corona el castillo de San Antonio se destaca en blanco sobre la cortina sombría de montañas del interior. Reconocimos con interés la playa donde habíamos recolectado las primeras plantas de la América, y donde algunos meses más tarde, el señor Bonpland había corrido tan grandes peligros. A través de los cactus que se elevan en columnas y en forma de candelabros de veinte pies de altura, aparecen las cabañas indias de los Guaiqueríes. Cada parte del paisaje nos era conocida, la selva de cactus, las cabañas esparcidas, y la enorme ceiba bajo la cual nos gustaba bañarnos a la entrada de la noche. Nuestros amigos de Cumaná vinieron a encontrarnos; hombres de todas las castas, que nuestras frecuentes herborizaciones habían puesto en contacto con nosotros, expresaban una alegría tanto más viva cuanto que la noticia de nuestra muerte en las riberas del Orinoco se había divulgado desde hacía algunos meses. Estos rumores siniestros habían tenido por causa o la muy grave enfermedad del señor Bonpland o el hecho de haber estado nuestra canoa a pique de naufragar tras un fuerte viento huracanado más allá de la misión de Uruana. […]