- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
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- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
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- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
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- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
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- Jacanamijoy (2003)
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- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
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- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
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- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
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- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
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- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
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- Duque, su presidencia (2022)
Patrón oro y prosperidad al debe
Inmovilismo de la administración Abadía, plasmado en esta caricatura de Rendón.
Edificio “Pedro A. López”, Viñeta de billete de 5 pesos de 1953.
Caricatura del Banco de la República, devorando los bancos pequeños. La banca privada temió que el Banco de la República pudiera dedicarse al crédito privado en detrimento de su mercado.
Pedro Nel Ospina. Óleo de León Cano, 1926. Además de impulsar la creación del Banco de la República, las reformas desarrolladas por su gobierno incluyeron la creación de la Superintendencia Bancaria y la Contraloría General de la República.
Cola de desempleados durante la Gran Depresión de 1930, que tuvo efectos devastadores a nivel mundial. Colombia, por supuesto, no fue la excepción.
Con ocasión de la crisis de los años 30 una nueva misión extranjera liderada por Kemmerer visitó al país, pero su influencia en el diseño de la política económica fue mucho menos decisiva que la que lideró en 1923.
Esteban Jaramillo en la miseria, caricatura. Fantoches, 1930. Imagen de la crisis económica que sacudió al país a comienzos de la década de 1930. Cuatro veces ministro de Hacienda entre 1918 y 1934. Fue el más importante hacendista de Colombia tanto durante el auge de los años 20 como durante la crisis de los años 30.
Caricatura de Rendón sobre la actitud del Presidente Abadía para enfrentar la crisis económica nacional a fines de los años 20.
El Presidente Enrique Olaya Herrera (1930-1934). Al inicio de su gobierno Olaya intentó mantener el patrón oro, pero el desarrollo de los acontecimientos internacionales y la fuerte recesión interna lo obligaron a abandonar la ortodoxia monetaria y emprender una vigorosa política anticíclica. Aquí en la boda del hijo de Esteban Jaramillo, lo acompaña Miguel Abadía Méndez.
Billete de 1 peso. Primera edición del Banco de la República, 20 de julio de 1923, firmada por José Joaquín Pérez, Gerente, y Gustavo Michelsen, secretario. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1974.
Billete del Banco de la República de 2 pesos. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1977.
Billete de 10 pesos, emisión de 1923. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1980.
Billete del Banco de la República de 1 peso.
Billete de 5 pesos, emisión de 1923. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1981.
Billetes de 50 pesos. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1986.
Billete de 10 pesos, emisión de 1927. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1980.
Billetes de 20 pesos. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1983.
Texto de: Antonio Hernández Gamarra
En desarrollo de la ley 25 de 1923, los primeros años de funcionamiento del Banco de la República se enmarcaron dentro de los principios teóricos del patrón oro, que le otorgaban a los bancos centrales la responsabilidad de regular la moneda, el crédito y los cambios.
La regulación de la moneda le aseguró al Banco de la República, en la práctica, el ejercicio del monopolio de la emisión de los billetes representativos de oro que le otorgó la ley; para la regulación del crédito era necesario que el Banco de la República cumpliera sus funciones de prestamista de última instancia de los bancos privados de una manera eficaz, tanto desde el punto de vista del monto del circulante como de la defensa de sus reservas de oro; la intervención cambiaria buscaba mantener estable la tasa de cambio y asegurar la convertibilidad en oro de los billetes.
En ejercicio de esos principios, el Banco de la República encaminó sus actividades iniciales a unificar y sanear el numerario en circulación, como prerrequisito necesario para ejercer el monopolio de la emisión; a fijar las normas operativas para el otorgamiento de sus créditos y la tasa de interés que cobraría por ellos; y a procurar la estabilidad del cambio internacional, mediante la definición de los criterios para fijar los precios a los cuales compraría o vendería letras de cambio o giros sobre el exterior.
Unificar y sanear el medio circulante requería retirar de la circulación las disímiles y múltiples especies monetarias que circulaban hacia 1923, de tal manera que solamente el billete convertible por oro del Banco de la República hiciera las veces de moneda. Esa tarea la cumplió el Banco de la República, casi a cabalidad, en muy corto tiempo, con notorio beneficio para la transparencia en el proceso de formación de los precios, para la eliminación de errores y aprovechamientos indebidos en algunas transacciones y, sobre todo, para darle confiabilidad plena al cumplimiento de los contratos.
Como puede verse en las cifras de la Tabla 3, hacia junio de 1927 prácticamente habían salido de circulación las Cédulas de la Tesorería, los Bonos del Tesoro, y los Bonos y Cédulas Bancarias, quedando, por lo tanto, el circulante reducido a tres especies: los billetes del Banco de la República, la moneda metálica y los billetes nacionales representativos de oro.
Desde 1923 hasta 1931 los billetes del Banco de la República tuvieron la naturaleza propia de las especies fiduciarias respaldadas por el oro que el Banco mantenía en sus cajas, o en valores pagaderos en oro, y se cumplió a cabalidad la convertibilidad entre el oro y los billetes. Estos últimos fueron impresos y emitidos en denominaciones de uno, dos, cinco, diez, veinte, cincuenta, cien y quinientos pesos. Tales denominaciones dominaron la circulación monetaria en el país hasta bien entrado el siglo XX cuando, debido al proceso inflacionario que se inició hacia 1973, fueron reemplazadas por billetes de más altas denominaciones y por monedas metálicas, como se explica más adelante.
El monto en circulación de la moneda de cobre níquel y de la moneda de plata permaneció invariable entre los años 1923 y 1930. Debido a que el Gobierno utilizó el dividendo que le pagó el Banco de la República para retirar monedas de plata de la circulación, en 1931 su monto se redujo y otro tanto ocurrió en 1933 cuando se emitieron billetes representativos de ese metal, conocidos con el nombre de Certificados de Plata. La emisión de esta última especie monetaria respondió a la baja en el circulante provocada por la crisis de principio de los años treinta. Entonces se hizo notorio que en manos del público había un exceso de moneda metálica y por ello el Banco de la República empezó a acumular en sus cajas monedas de plata en cantidades apreciables.
Con el fin de devolverle al público esas monedas se retiró de la circulación parte de los billetes de a peso, reemplazándolos con otros de mayor denominación. Esta decisión aumentó la demanda por monedas de plata y provocó la baja de las que tenía en su poder el Emisor, pero causó molestias a la ciudadanía que consideraba su manejo demasiado engorroso.
Esto último hizo que, al expedirse la ley 82 de 1931, se autorizara al Banco de la República emitir Certificados de Plata, con un encaje del cien por ciento en ese metal. La emisión de esos Certificados de Plata, en las denominaciones de uno y cinco pesos, tuvo aceptación plena por parte del público, pues al circular sin distinción con los billetes del Banco obvió los inconvenientes que presentaba la circulación de monedas de ese metal. Sin embargo, el Banco de la República, fiel al principio de unificar el numerario, mostró su preocupación por la circulación de esos Certificados, por cuanto temía que su emisión se convirtiera en aliciente para recurrir a emisiones de plata que pudieran llevar a un bimetalismo de hecho. Temor que no se cumplió pues, luego de una leve alza en su circulación a mediados de los años cuarenta, los Certificados de Plata dejaron de circular a fines de esa misma década, ya que después de los años cincuenta de ellos sólo figuraron en el balance del Banco de la República 122.000 pesos.
En cuanto a los billetes nacionales, su monto en circulación descendió de 10.360.000 pesos en junio de 1923 a 7.931.000 pesos en junio de 1930, merced a que en ese período, semestre tras semestre, el Gobierno cumplió con lo estipulado en la ley 25 y destinó los dividendos recibidos del Banco de la República a retirarlos de la circulación. A partir de 1931 el Congreso destinó a otros fines esos dividendos y los billetes nacionales representativos de oro, puestos en circulación para retirar los emitidos durante la Guerra de los Mil Días, sólo vinieron a ser parcialmente amortizados por el Gobierno en 1975.
No obstante, sobre los billetes nacionales vale la pena anotar lo siguiente. Como hacia 1928 muchos de ellos se encontraban en franco deterioro el gobierno contrató con American Bank Note, en febrero de ese año, la fabricación y edición de dos millones de billetes, un millón seiscientos mil de 5 pesos (serie F) y cuatrocientos mil de 10 pesos (serie D), destinados a sustituir los deteriorados. El señalado contrato suscitó temores y dio lugar a la intervención del Consejo de Estado, el cual terminó impartiéndole su aprobación, luego de asegurarse que el gobierno imprimiría esos billetes solamente para sustituir los deteriorados. Para ese fin se previó que los billetes tuvieran la misma leyenda y fecha de impresión de los originalmente mandados a fabricar por la Junta de Conversión.
Como resultado de ese procedimiento, a partir de 1929, billetes nacionales impresos en ese año circularon con fecha del 20 de julio de 1915. Además, en 1938, mediante la ley 33, se autorizó al gobierno para contratar una edición de billetes nacionales, con denominaciones de 5 pesos y 10 pesos, destinada a recoger los impresos en 1928, proceso que se cumplió con éxito, dado que para fines de los años cuarenta sólo quedaban circulando 369.075 pesos de los impresos en 1928. Finalmente el decreto 122 de 1948 ordenó una edición de billetes nacionales de medio peso para recoger los de 5 pesos y 10 pesos en circulación desde 1938. Son estos billetes los que los numismáticos conocen con el nombre de “Lleritas”, de los cuales se hizo una última edición en 1953. Con el tiempo el Banco de la República retiró de circulación esos billetes de medio peso y los conservó en sus cajas hasta 1975 cuando el gobierno, con las utilidades que el Banco de la República le repartió en ese año, amortizó 6.000.000 de pesos de los 7.931.000 pesos que existían en circulación desde 1930.
Además de unificar y sanear el numerario, el Banco de la República dirigió sus actividades al establecimiento de reglas operativas claras sobre la expansión y contracción del dinero circulante, encaminadas, según puede leerse en el primer informe del gerente a la Junta Directiva, a darle elasticidad al mismo, es decir “que haya en todo momento la cantidad de moneda necesaria para los cambios, sin que ocurran plétoras que produzcan inflaciones perjudiciales, ni contracciones excesivas que lleven a desastrosas crisis. Es, pues, necesario que haya una entidad reguladora de la circulación monetaria, que, sin peligro alguno para la estabilidad en el valor de la moneda, de a la circulación signos de cambio en la cantidad que requieren las transacciones y retire del mercado, al llegar el caso, las sumas excedentes”. [Salazar (1924), p. 18].
En otras palabras, a través del ejercicio de la política de redescuento el Banco de la República pudo hacer frente a la expansión o reducción de la demanda por crédito y por dinero según el volumen de los negocios, como se puso de presente con ocasión de la muy larga sequía de 1926 que retardó la cumplida amortización de los créditos a los bancos comerciales, por parte de los deudores, obligando a estos entes crediticios a acudir al Banco de la República en busca de recursos del redescuento.
En relación con la estabilización de la tasa de cambio es preciso señalar que para la época en que se fundó el Banco de la República los bienes exportados e importados se pagaban con letras de cambio o giros cablegráficos sobre el exterior.
En principio un exceso de letras sobre el exterior significaba una balanza comercial favorable y por lo tanto una sobre oferta que tendía a revaluar el tipo de cambio. Situación contraria se presentaba cuando escaseaban las letras. Pero además, en el caso colombiano, dada la estacionalidad de la producción y exportación cafetera, la tasa de cambio fluctuaba de acuerdo con esa circunstancia. Para controlar las fluctuaciones en el valor de las letras el Banco de la República quedó facultado para comprarlas o venderlas, según la evolución del tipo de cambio.
En cumplimiento de esa función, inicialmente el Banco de la República fijó como precio de venta de los giros el precio de exportación del oro que equivalía a 1,0435 pesos por dólar, valor que se deducía a partir de la paridad intrínseca entre el peso colombiano y el dólar de los Estados Unidos (1,0275 pesos colombianos por dólar) más el costo del envío del oro a Nueva York que equivalía a 1,6 centavos por dólar. Como precio de compra fijó el precio de importación, esto es 1,0115 pesos por dólar, equivalente a la paridad intrínseca menos el costo de importación del oro. Si el dólar se cotizaba por encima del precio de exportación del oro, el Banco de la República vendía giros o letras, y si bajaba por debajo del costo de importación los compraba. Operaba entonces una banda cambiaria cuyo ancho equivalía al doble del costo de exportar o importar el oro.
En un todo de acuerdo con esos principios, en 1923 el Banco abrió ventas a 1,045 pesos por dólar, logrando que bajara la cotización que entonces andaba por 1,0615 pesos por dólar. Entre junio 1924 y junio de 1925 el Banco actuó como vendedor en el mercado de giros pues la cotización bordeaba el precio de exportación del oro; por el contrario, entre julio de 1925 y junio de 1926 compró giros pues la divisa se cotizaba cerca del precio de importación del oro.
Después de 1927 el ancho de la banda cambiaria fue cuestionado porque los importadores estimaban demasiado alto el precio de venta del Banco de la República y los exportadores demasiado bajo el de compra. Ello llevó a fijar el precio de venta en 1,0275 pesos por dólar y el de compra entre 1,0150 pesos y 1,0175 pesos. Al fijar esos precios en la práctica el Banco de la República asumió, contra sus utilidades, el costo del envío del oro al exterior o parcialmente el costo de su traída al país, para de esa manera favorecer a los importadores cuando vendía letras y a los exportadores cuando las compraba. Dentro de esos límites más estrechos se mantuvo el tipo de cambio desde 1927 hasta 1932, lo que en la práctica condujo a una revaluación de la tasa real de cambio dada la mayor inflación colombiana en ese período en relación con la de los socios comerciales.
En lo concerniente a la tasa de interés el Banco de la República, en consideración al exceso de demanda por sus recursos proveniente de la crisis de liquidez al momento de su fundación, estableció en 12% la tasa anual de redescuento, la que bajó sucesivamente a 10%, 9% y 7%. Tasa esta última que se sostuvo sin modificación entre mayo de 1924 y marzo de 1929. Esa significativa reducción inicial de la tasa de redescuento fue juzgada como “artificial” por el entonces gerente del Banco de la República Félix Salazar, quien empezó a ejercer ese cargo en enero de 1924 y estuvo al frente de la gerencia hasta 1927.
La baja en la tasa de redescuento se reflejó en las tasas de interés de los bancos comerciales, aun cuando no en la proporción esperada porque ellos siguieron captando del público recursos de elevado costo y porque el sector público colocaba papeles entre el 10% y el 12% anual en cuantías considerables, pues su monto equivalía a casi el 40% del crédito bancario privado.
Este último, que a fines de 1923 ascendió a sólo 30,5 millones de pesos, en 1928 alcanzó un pico de 95,4 millones de pesos, con una tasa de crecimiento promedio anual, en esos cinco años, equivalente al 21%. Expansión a la que, sin duda, coadyuvó el Banco de la República al regularizar las operaciones de descuento y redescuento, al abaratar los costos de la compensación bancaria, al centralizar las reservas de los bancos y por lo tanto sentar las bases para la creación de un mercado interbancario y, sobre todo, al nuclear a los bancos en torno a su política.
En efecto, para junio 30 de 1927 existían en el país 26 bancos de los cuales 23, con más del 98% del capital y las reservas del sistema, eran socios del Banco de la República. Los recursos para financiar el rápido crecimiento del crédito bancario provinieron de aumentos en las cuentas corrientes, que pasaron de 14,2 millones de pesos en 1923 a 39,4 millones de pesos en 1929, y del aumento en el crédito del Banco de la República cuyo saldo pasó de 2.516.000 pesos en 1923 a 18.134.000 pesos a fines de 1929.
Esa rápida expansión del crédito bancario se presentó al tiempo con un auge económico sostenido entre 1925 y 1929 que, en promedio en ese período, elevó el producto por habitante en 5,2% anual, amplió notoriamente los flujos del comercio exterior, se manifestó en un muy rápido aumento del gasto público y provocó un alza en el nivel general de los precios.
En relación con el flujo de comercio exterior, las cantidades importadas más que se duplicaron entre 1923 y 1929 destinándose casi por mitades al consumo, de una parte, y a materias primas y bienes de capital, de otra. Las importaciones de bienes de consumo se concentraron en la compra de textiles y alimentos. Estas últimas tuvieron como propósito esencial contrarrestar las presiones inflacionarias del período. Las importaciones de materias primas se dirigieron principalmente al ensanche del sector textil y a la industria metalmecánica, en tanto que los bienes de capital crecieron como consecuencia del aumento en el material de transporte.
El notorio crecimiento en la capacidad importadora del país fue posible gracias al crecimiento de las exportaciones y a un flujo de capitales, como consecuencia de la indemnización por la separación de Panamá y del rápido crecimiento del endeudamiento externo, tanto público como privado.
Las exportaciones que fueron en promedio anual un poco más de 44 millones de dólares en 1915 – 1919 pasaron a casi 64 millones de dólares anuales en 1922 – 1924 y alcanzaron, en promedio, 112 millones de dólares anuales entre 1925 y 1929. Esa muy rápida expansión se originó tanto por incrementos en el volumen exportado del café, como por aumentos en el precio internacional del grano. Como resultado del aumento en la cantidad exportada Colombia, que en 1915 produjo un 3,5% de la producción mundial de café, hacia 1930 exportó un poco más del 11% de la misma. Por su parte los precios internacionales subieron de 15,4 centavos por libra en 1922 a 26,6 centavos por libra en 1928. Además, también se presentó un rápido aumento en la cantidad global de las exportaciones.
A los veinticinco millones de dólares que el país recibió por la indemnización del Canal de Panamá, que se recibieron en cuantías anuales de cinco millones de dólares entre 1922 y 1926, se sumó la entrada al país de un importante flujo de divisas a consecuencia del aumento del endeudamiento externo que se facilitó, entre otras razones, por la confianza que les inspiró a los prestamistas extranjeros las reformas financieras llevadas a cabo en 1923. Así, la deuda externa del país que era de veinticuatro millones de dólares en ese último año pasó a 203,1 millones de dólares en 1928 y se irrigó al gobierno nacional, a los departamentos, a los municipios y al sistema bancario.
Ese rápido endeudamiento provocó la crítica de los opositores del gobierno conservador de la época que, con Alfonso López Pumarejo a la cabeza, empezaron a hablar de la prosperidad al debe y de los dañinos efectos que ese endeudamiento desbordado provocaba sobre la inflación y el despilfarro de los fondos públicos.
En lo referente al gasto público este pasó de 38,9 millones de pesos en 1923 a 115 millones de pesos en 1928 y su financiamiento se sustentó en el endeudamiento, pero también en la ampliación de las rentas públicas.
En suma, los mayores ingresos cafeteros, y en general el auge exportador, aunados a la expansión del gasto público y al incremento del circulante y del crédito bancario, provocaron aumentos en la demanda que se reflejaron en aumentos en el nivel general de los precios.
Como era de esperarse, esa inflación dio origen a una polémica sobre su naturaleza y por lo tanto sobre la responsabilidad que cabía al Banco de la República por el manejo de la política monetaria. Los sostenedores de la tesis sobre el origen monetario de la inflación subrayaban el papel pasivo de la política, y en particular el hecho de que la tasa de redescuento hubiese permanecido inmodificada desde 1924 hasta 1929, cuando de acuerdo a los postulados teóricos ese instrumento era el único que tenía el Banco para intentar esterilizar la creación de dinero que provocó el incremento de las reservas internacionales, que pasaron de 7,5 millones de dólares a fines de 1923 a 64,7 millones de dólares a fines de 1928, a consecuencia del incremento en el flujo de divisas atrás comentado.
Quienes no compartían la explicación sobre el origen monetario de la inflación atribuyeron este fenómeno a la baja elasticidad precio de la oferta de alimentos y a la escasez de mano de obra rural, pues muchos campesinos fueron contratados para ir a trabajar en los programas de obras públicas del gobierno lo que repercutió negativamente sobre la oferta de alimentos y elevó el costo de la mano de obra.
De este breve recuento es posible concluir que durante el período de auge de los años veinte el Banco de la República operó, en lo esencial, en concordancia con las reglas establecidas en sus principios fundadores, ya que fue fiel a la libre convertibilidad de sus billetes por oro, mantuvo el tipo de cambio del peso frente al dólar estable en torno a los niveles de paridad, prosiguió una política de crédito al gobierno ajustada a los estatutos originales y, por razones de prudencia, se abstuvo de extender crédito a los particulares. Fue, eso sí, menos exitoso en contraer el circulante cuando se presentaron las presiones inflacionarias, debido en parte a la precariedad del instrumental con que contaba para ese propósito, dentro de las reglas del patrón oro.
#AmorPorColombia
Patrón oro y prosperidad al debe
Inmovilismo de la administración Abadía, plasmado en esta caricatura de Rendón.
Edificio “Pedro A. López”, Viñeta de billete de 5 pesos de 1953.
Caricatura del Banco de la República, devorando los bancos pequeños. La banca privada temió que el Banco de la República pudiera dedicarse al crédito privado en detrimento de su mercado.
Pedro Nel Ospina. Óleo de León Cano, 1926. Además de impulsar la creación del Banco de la República, las reformas desarrolladas por su gobierno incluyeron la creación de la Superintendencia Bancaria y la Contraloría General de la República.
Cola de desempleados durante la Gran Depresión de 1930, que tuvo efectos devastadores a nivel mundial. Colombia, por supuesto, no fue la excepción.
Con ocasión de la crisis de los años 30 una nueva misión extranjera liderada por Kemmerer visitó al país, pero su influencia en el diseño de la política económica fue mucho menos decisiva que la que lideró en 1923.
Esteban Jaramillo en la miseria, caricatura. Fantoches, 1930. Imagen de la crisis económica que sacudió al país a comienzos de la década de 1930. Cuatro veces ministro de Hacienda entre 1918 y 1934. Fue el más importante hacendista de Colombia tanto durante el auge de los años 20 como durante la crisis de los años 30.
Caricatura de Rendón sobre la actitud del Presidente Abadía para enfrentar la crisis económica nacional a fines de los años 20.
El Presidente Enrique Olaya Herrera (1930-1934). Al inicio de su gobierno Olaya intentó mantener el patrón oro, pero el desarrollo de los acontecimientos internacionales y la fuerte recesión interna lo obligaron a abandonar la ortodoxia monetaria y emprender una vigorosa política anticíclica. Aquí en la boda del hijo de Esteban Jaramillo, lo acompaña Miguel Abadía Méndez.
Billete de 1 peso. Primera edición del Banco de la República, 20 de julio de 1923, firmada por José Joaquín Pérez, Gerente, y Gustavo Michelsen, secretario. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1974.
Billete del Banco de la República de 2 pesos. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1977.
Billete de 10 pesos, emisión de 1923. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1980.
Billete del Banco de la República de 1 peso.
Billete de 5 pesos, emisión de 1923. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1981.
Billetes de 50 pesos. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1986.
Billete de 10 pesos, emisión de 1927. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1980.
Billetes de 20 pesos. Los billetes de esta denominación circularon entre 1923 y 1983.
Texto de: Antonio Hernández Gamarra
En desarrollo de la ley 25 de 1923, los primeros años de funcionamiento del Banco de la República se enmarcaron dentro de los principios teóricos del patrón oro, que le otorgaban a los bancos centrales la responsabilidad de regular la moneda, el crédito y los cambios.
La regulación de la moneda le aseguró al Banco de la República, en la práctica, el ejercicio del monopolio de la emisión de los billetes representativos de oro que le otorgó la ley; para la regulación del crédito era necesario que el Banco de la República cumpliera sus funciones de prestamista de última instancia de los bancos privados de una manera eficaz, tanto desde el punto de vista del monto del circulante como de la defensa de sus reservas de oro; la intervención cambiaria buscaba mantener estable la tasa de cambio y asegurar la convertibilidad en oro de los billetes.
En ejercicio de esos principios, el Banco de la República encaminó sus actividades iniciales a unificar y sanear el numerario en circulación, como prerrequisito necesario para ejercer el monopolio de la emisión; a fijar las normas operativas para el otorgamiento de sus créditos y la tasa de interés que cobraría por ellos; y a procurar la estabilidad del cambio internacional, mediante la definición de los criterios para fijar los precios a los cuales compraría o vendería letras de cambio o giros sobre el exterior.
Unificar y sanear el medio circulante requería retirar de la circulación las disímiles y múltiples especies monetarias que circulaban hacia 1923, de tal manera que solamente el billete convertible por oro del Banco de la República hiciera las veces de moneda. Esa tarea la cumplió el Banco de la República, casi a cabalidad, en muy corto tiempo, con notorio beneficio para la transparencia en el proceso de formación de los precios, para la eliminación de errores y aprovechamientos indebidos en algunas transacciones y, sobre todo, para darle confiabilidad plena al cumplimiento de los contratos.
Como puede verse en las cifras de la Tabla 3, hacia junio de 1927 prácticamente habían salido de circulación las Cédulas de la Tesorería, los Bonos del Tesoro, y los Bonos y Cédulas Bancarias, quedando, por lo tanto, el circulante reducido a tres especies: los billetes del Banco de la República, la moneda metálica y los billetes nacionales representativos de oro.
Desde 1923 hasta 1931 los billetes del Banco de la República tuvieron la naturaleza propia de las especies fiduciarias respaldadas por el oro que el Banco mantenía en sus cajas, o en valores pagaderos en oro, y se cumplió a cabalidad la convertibilidad entre el oro y los billetes. Estos últimos fueron impresos y emitidos en denominaciones de uno, dos, cinco, diez, veinte, cincuenta, cien y quinientos pesos. Tales denominaciones dominaron la circulación monetaria en el país hasta bien entrado el siglo XX cuando, debido al proceso inflacionario que se inició hacia 1973, fueron reemplazadas por billetes de más altas denominaciones y por monedas metálicas, como se explica más adelante.
El monto en circulación de la moneda de cobre níquel y de la moneda de plata permaneció invariable entre los años 1923 y 1930. Debido a que el Gobierno utilizó el dividendo que le pagó el Banco de la República para retirar monedas de plata de la circulación, en 1931 su monto se redujo y otro tanto ocurrió en 1933 cuando se emitieron billetes representativos de ese metal, conocidos con el nombre de Certificados de Plata. La emisión de esta última especie monetaria respondió a la baja en el circulante provocada por la crisis de principio de los años treinta. Entonces se hizo notorio que en manos del público había un exceso de moneda metálica y por ello el Banco de la República empezó a acumular en sus cajas monedas de plata en cantidades apreciables.
Con el fin de devolverle al público esas monedas se retiró de la circulación parte de los billetes de a peso, reemplazándolos con otros de mayor denominación. Esta decisión aumentó la demanda por monedas de plata y provocó la baja de las que tenía en su poder el Emisor, pero causó molestias a la ciudadanía que consideraba su manejo demasiado engorroso.
Esto último hizo que, al expedirse la ley 82 de 1931, se autorizara al Banco de la República emitir Certificados de Plata, con un encaje del cien por ciento en ese metal. La emisión de esos Certificados de Plata, en las denominaciones de uno y cinco pesos, tuvo aceptación plena por parte del público, pues al circular sin distinción con los billetes del Banco obvió los inconvenientes que presentaba la circulación de monedas de ese metal. Sin embargo, el Banco de la República, fiel al principio de unificar el numerario, mostró su preocupación por la circulación de esos Certificados, por cuanto temía que su emisión se convirtiera en aliciente para recurrir a emisiones de plata que pudieran llevar a un bimetalismo de hecho. Temor que no se cumplió pues, luego de una leve alza en su circulación a mediados de los años cuarenta, los Certificados de Plata dejaron de circular a fines de esa misma década, ya que después de los años cincuenta de ellos sólo figuraron en el balance del Banco de la República 122.000 pesos.
En cuanto a los billetes nacionales, su monto en circulación descendió de 10.360.000 pesos en junio de 1923 a 7.931.000 pesos en junio de 1930, merced a que en ese período, semestre tras semestre, el Gobierno cumplió con lo estipulado en la ley 25 y destinó los dividendos recibidos del Banco de la República a retirarlos de la circulación. A partir de 1931 el Congreso destinó a otros fines esos dividendos y los billetes nacionales representativos de oro, puestos en circulación para retirar los emitidos durante la Guerra de los Mil Días, sólo vinieron a ser parcialmente amortizados por el Gobierno en 1975.
No obstante, sobre los billetes nacionales vale la pena anotar lo siguiente. Como hacia 1928 muchos de ellos se encontraban en franco deterioro el gobierno contrató con American Bank Note, en febrero de ese año, la fabricación y edición de dos millones de billetes, un millón seiscientos mil de 5 pesos (serie F) y cuatrocientos mil de 10 pesos (serie D), destinados a sustituir los deteriorados. El señalado contrato suscitó temores y dio lugar a la intervención del Consejo de Estado, el cual terminó impartiéndole su aprobación, luego de asegurarse que el gobierno imprimiría esos billetes solamente para sustituir los deteriorados. Para ese fin se previó que los billetes tuvieran la misma leyenda y fecha de impresión de los originalmente mandados a fabricar por la Junta de Conversión.
Como resultado de ese procedimiento, a partir de 1929, billetes nacionales impresos en ese año circularon con fecha del 20 de julio de 1915. Además, en 1938, mediante la ley 33, se autorizó al gobierno para contratar una edición de billetes nacionales, con denominaciones de 5 pesos y 10 pesos, destinada a recoger los impresos en 1928, proceso que se cumplió con éxito, dado que para fines de los años cuarenta sólo quedaban circulando 369.075 pesos de los impresos en 1928. Finalmente el decreto 122 de 1948 ordenó una edición de billetes nacionales de medio peso para recoger los de 5 pesos y 10 pesos en circulación desde 1938. Son estos billetes los que los numismáticos conocen con el nombre de “Lleritas”, de los cuales se hizo una última edición en 1953. Con el tiempo el Banco de la República retiró de circulación esos billetes de medio peso y los conservó en sus cajas hasta 1975 cuando el gobierno, con las utilidades que el Banco de la República le repartió en ese año, amortizó 6.000.000 de pesos de los 7.931.000 pesos que existían en circulación desde 1930.
Además de unificar y sanear el numerario, el Banco de la República dirigió sus actividades al establecimiento de reglas operativas claras sobre la expansión y contracción del dinero circulante, encaminadas, según puede leerse en el primer informe del gerente a la Junta Directiva, a darle elasticidad al mismo, es decir “que haya en todo momento la cantidad de moneda necesaria para los cambios, sin que ocurran plétoras que produzcan inflaciones perjudiciales, ni contracciones excesivas que lleven a desastrosas crisis. Es, pues, necesario que haya una entidad reguladora de la circulación monetaria, que, sin peligro alguno para la estabilidad en el valor de la moneda, de a la circulación signos de cambio en la cantidad que requieren las transacciones y retire del mercado, al llegar el caso, las sumas excedentes”. [Salazar (1924), p. 18].
En otras palabras, a través del ejercicio de la política de redescuento el Banco de la República pudo hacer frente a la expansión o reducción de la demanda por crédito y por dinero según el volumen de los negocios, como se puso de presente con ocasión de la muy larga sequía de 1926 que retardó la cumplida amortización de los créditos a los bancos comerciales, por parte de los deudores, obligando a estos entes crediticios a acudir al Banco de la República en busca de recursos del redescuento.
En relación con la estabilización de la tasa de cambio es preciso señalar que para la época en que se fundó el Banco de la República los bienes exportados e importados se pagaban con letras de cambio o giros cablegráficos sobre el exterior.
En principio un exceso de letras sobre el exterior significaba una balanza comercial favorable y por lo tanto una sobre oferta que tendía a revaluar el tipo de cambio. Situación contraria se presentaba cuando escaseaban las letras. Pero además, en el caso colombiano, dada la estacionalidad de la producción y exportación cafetera, la tasa de cambio fluctuaba de acuerdo con esa circunstancia. Para controlar las fluctuaciones en el valor de las letras el Banco de la República quedó facultado para comprarlas o venderlas, según la evolución del tipo de cambio.
En cumplimiento de esa función, inicialmente el Banco de la República fijó como precio de venta de los giros el precio de exportación del oro que equivalía a 1,0435 pesos por dólar, valor que se deducía a partir de la paridad intrínseca entre el peso colombiano y el dólar de los Estados Unidos (1,0275 pesos colombianos por dólar) más el costo del envío del oro a Nueva York que equivalía a 1,6 centavos por dólar. Como precio de compra fijó el precio de importación, esto es 1,0115 pesos por dólar, equivalente a la paridad intrínseca menos el costo de importación del oro. Si el dólar se cotizaba por encima del precio de exportación del oro, el Banco de la República vendía giros o letras, y si bajaba por debajo del costo de importación los compraba. Operaba entonces una banda cambiaria cuyo ancho equivalía al doble del costo de exportar o importar el oro.
En un todo de acuerdo con esos principios, en 1923 el Banco abrió ventas a 1,045 pesos por dólar, logrando que bajara la cotización que entonces andaba por 1,0615 pesos por dólar. Entre junio 1924 y junio de 1925 el Banco actuó como vendedor en el mercado de giros pues la cotización bordeaba el precio de exportación del oro; por el contrario, entre julio de 1925 y junio de 1926 compró giros pues la divisa se cotizaba cerca del precio de importación del oro.
Después de 1927 el ancho de la banda cambiaria fue cuestionado porque los importadores estimaban demasiado alto el precio de venta del Banco de la República y los exportadores demasiado bajo el de compra. Ello llevó a fijar el precio de venta en 1,0275 pesos por dólar y el de compra entre 1,0150 pesos y 1,0175 pesos. Al fijar esos precios en la práctica el Banco de la República asumió, contra sus utilidades, el costo del envío del oro al exterior o parcialmente el costo de su traída al país, para de esa manera favorecer a los importadores cuando vendía letras y a los exportadores cuando las compraba. Dentro de esos límites más estrechos se mantuvo el tipo de cambio desde 1927 hasta 1932, lo que en la práctica condujo a una revaluación de la tasa real de cambio dada la mayor inflación colombiana en ese período en relación con la de los socios comerciales.
En lo concerniente a la tasa de interés el Banco de la República, en consideración al exceso de demanda por sus recursos proveniente de la crisis de liquidez al momento de su fundación, estableció en 12% la tasa anual de redescuento, la que bajó sucesivamente a 10%, 9% y 7%. Tasa esta última que se sostuvo sin modificación entre mayo de 1924 y marzo de 1929. Esa significativa reducción inicial de la tasa de redescuento fue juzgada como “artificial” por el entonces gerente del Banco de la República Félix Salazar, quien empezó a ejercer ese cargo en enero de 1924 y estuvo al frente de la gerencia hasta 1927.
La baja en la tasa de redescuento se reflejó en las tasas de interés de los bancos comerciales, aun cuando no en la proporción esperada porque ellos siguieron captando del público recursos de elevado costo y porque el sector público colocaba papeles entre el 10% y el 12% anual en cuantías considerables, pues su monto equivalía a casi el 40% del crédito bancario privado.
Este último, que a fines de 1923 ascendió a sólo 30,5 millones de pesos, en 1928 alcanzó un pico de 95,4 millones de pesos, con una tasa de crecimiento promedio anual, en esos cinco años, equivalente al 21%. Expansión a la que, sin duda, coadyuvó el Banco de la República al regularizar las operaciones de descuento y redescuento, al abaratar los costos de la compensación bancaria, al centralizar las reservas de los bancos y por lo tanto sentar las bases para la creación de un mercado interbancario y, sobre todo, al nuclear a los bancos en torno a su política.
En efecto, para junio 30 de 1927 existían en el país 26 bancos de los cuales 23, con más del 98% del capital y las reservas del sistema, eran socios del Banco de la República. Los recursos para financiar el rápido crecimiento del crédito bancario provinieron de aumentos en las cuentas corrientes, que pasaron de 14,2 millones de pesos en 1923 a 39,4 millones de pesos en 1929, y del aumento en el crédito del Banco de la República cuyo saldo pasó de 2.516.000 pesos en 1923 a 18.134.000 pesos a fines de 1929.
Esa rápida expansión del crédito bancario se presentó al tiempo con un auge económico sostenido entre 1925 y 1929 que, en promedio en ese período, elevó el producto por habitante en 5,2% anual, amplió notoriamente los flujos del comercio exterior, se manifestó en un muy rápido aumento del gasto público y provocó un alza en el nivel general de los precios.
En relación con el flujo de comercio exterior, las cantidades importadas más que se duplicaron entre 1923 y 1929 destinándose casi por mitades al consumo, de una parte, y a materias primas y bienes de capital, de otra. Las importaciones de bienes de consumo se concentraron en la compra de textiles y alimentos. Estas últimas tuvieron como propósito esencial contrarrestar las presiones inflacionarias del período. Las importaciones de materias primas se dirigieron principalmente al ensanche del sector textil y a la industria metalmecánica, en tanto que los bienes de capital crecieron como consecuencia del aumento en el material de transporte.
El notorio crecimiento en la capacidad importadora del país fue posible gracias al crecimiento de las exportaciones y a un flujo de capitales, como consecuencia de la indemnización por la separación de Panamá y del rápido crecimiento del endeudamiento externo, tanto público como privado.
Las exportaciones que fueron en promedio anual un poco más de 44 millones de dólares en 1915 – 1919 pasaron a casi 64 millones de dólares anuales en 1922 – 1924 y alcanzaron, en promedio, 112 millones de dólares anuales entre 1925 y 1929. Esa muy rápida expansión se originó tanto por incrementos en el volumen exportado del café, como por aumentos en el precio internacional del grano. Como resultado del aumento en la cantidad exportada Colombia, que en 1915 produjo un 3,5% de la producción mundial de café, hacia 1930 exportó un poco más del 11% de la misma. Por su parte los precios internacionales subieron de 15,4 centavos por libra en 1922 a 26,6 centavos por libra en 1928. Además, también se presentó un rápido aumento en la cantidad global de las exportaciones.
A los veinticinco millones de dólares que el país recibió por la indemnización del Canal de Panamá, que se recibieron en cuantías anuales de cinco millones de dólares entre 1922 y 1926, se sumó la entrada al país de un importante flujo de divisas a consecuencia del aumento del endeudamiento externo que se facilitó, entre otras razones, por la confianza que les inspiró a los prestamistas extranjeros las reformas financieras llevadas a cabo en 1923. Así, la deuda externa del país que era de veinticuatro millones de dólares en ese último año pasó a 203,1 millones de dólares en 1928 y se irrigó al gobierno nacional, a los departamentos, a los municipios y al sistema bancario.
Ese rápido endeudamiento provocó la crítica de los opositores del gobierno conservador de la época que, con Alfonso López Pumarejo a la cabeza, empezaron a hablar de la prosperidad al debe y de los dañinos efectos que ese endeudamiento desbordado provocaba sobre la inflación y el despilfarro de los fondos públicos.
En lo referente al gasto público este pasó de 38,9 millones de pesos en 1923 a 115 millones de pesos en 1928 y su financiamiento se sustentó en el endeudamiento, pero también en la ampliación de las rentas públicas.
En suma, los mayores ingresos cafeteros, y en general el auge exportador, aunados a la expansión del gasto público y al incremento del circulante y del crédito bancario, provocaron aumentos en la demanda que se reflejaron en aumentos en el nivel general de los precios.
Como era de esperarse, esa inflación dio origen a una polémica sobre su naturaleza y por lo tanto sobre la responsabilidad que cabía al Banco de la República por el manejo de la política monetaria. Los sostenedores de la tesis sobre el origen monetario de la inflación subrayaban el papel pasivo de la política, y en particular el hecho de que la tasa de redescuento hubiese permanecido inmodificada desde 1924 hasta 1929, cuando de acuerdo a los postulados teóricos ese instrumento era el único que tenía el Banco para intentar esterilizar la creación de dinero que provocó el incremento de las reservas internacionales, que pasaron de 7,5 millones de dólares a fines de 1923 a 64,7 millones de dólares a fines de 1928, a consecuencia del incremento en el flujo de divisas atrás comentado.
Quienes no compartían la explicación sobre el origen monetario de la inflación atribuyeron este fenómeno a la baja elasticidad precio de la oferta de alimentos y a la escasez de mano de obra rural, pues muchos campesinos fueron contratados para ir a trabajar en los programas de obras públicas del gobierno lo que repercutió negativamente sobre la oferta de alimentos y elevó el costo de la mano de obra.
De este breve recuento es posible concluir que durante el período de auge de los años veinte el Banco de la República operó, en lo esencial, en concordancia con las reglas establecidas en sus principios fundadores, ya que fue fiel a la libre convertibilidad de sus billetes por oro, mantuvo el tipo de cambio del peso frente al dólar estable en torno a los niveles de paridad, prosiguió una política de crédito al gobierno ajustada a los estatutos originales y, por razones de prudencia, se abstuvo de extender crédito a los particulares. Fue, eso sí, menos exitoso en contraer el circulante cuando se presentaron las presiones inflacionarias, debido en parte a la precariedad del instrumental con que contaba para ese propósito, dentro de las reglas del patrón oro.