Retiro campestre Garrison Nueva York

Vista exterior de la casa. Montoya hizo recubrir las paredes exteriores con piedra, amplió las ventanas existentes y agregó el balcón y la terraza. 

La sala, con su combinación ecléctica de mobiliario americano, francés, inglés y africano. El uso que Montoya hace de cielos rasos en bambú con vigas en madera oscura le da a la casa un aire tanto rústico como japonés. La figura en hierro forjado sobre la chimenea es diseño de Montoya. 

En la biblioteca, dos sillas Arts and Crafts cubiertas de suaves cojines y telas. La de la izquierda es americana; la otra es vienesa.  

Los pisos en granito del comedor se extienden hasta la cocina. Un gabinete de arce separa los dos espacios. 

Texto de : Margaret Cottom Winslow

Después de trasladarse a Manhattan y convertirse en un exitoso diseñador, Montoya buscó un retiro campestre que le recordara la casa de campo de su niñez en las verdes montañas de las afueras de Bogotá. Eventualmente encontró el lugar perfecto: casi cincuenta hectáreas en las onduladas colinas del valle del río Hudson, una casa en granito con vista a un lago y a hermosos bosques de robles y castaños a la cual se accede por un largo camino sinuoso. “Aun cuando el granito de la estructura me pareció atractivo, la casa en sí era oscura y excesivamente convencional”, dice Montoya. “Era un gran desafío que, a su vez, creaba grandes oportunidades de diseño”.

Casi nada queda de la casa original; él modificó todo a excepción de la gran chimenea, que permaneció intacta. Lo que fuera el garaje es ahora la cocina y el comedor, el cuarto principal se encuentra en la vieja buhardilla y demolió el cielo raso de la sala para dejar al descubierto las vigas de madera. Montoya eliminó paredes, añadió ventanas y abrió toda la casa, para que todos los cuartos principales tuvieran vista y así integrar el paisaje bucólico a su interior. “En la reconstrucción de la casa, quería capturar la sensibilidad de una casa de campo japonesa”, dice Montoya. Desafiando los conceptos occidentales, la entrada principal no sólo está en el costado de atrás, sino además en el tercer piso, accesible por una escalera externa que nace en un patio adoquinado.

La sensibilidad japonesa es evidente también en el uso de esteras para cubrir los pisos y de paneles de bambú que revisten el cielo raso. En contraste, abundan los muebles en cuero mullido y las mantas de alpaca que invitan al reposo y completan el juego de contraste entre texturas. Los elementos naturales, combinados con las oscuras vigas y el blanco de las paredes, emanan una equilibrada serenidad y una sensación de calma. Serenamente occidental, esta residencia campestre está lejos de ser un solemne refugio Zen. Como lo hace con frecuencia, Montoya abandona el convencionalismo e introduce abundantes elementos sorpresa, característicos de su estilo ecléctico. El arte tribal africano, una de las culturas favoritas del diseñador, realza el espacio, a través de máscaras, banquetas Ashanti o elaboradas puertas en madera.

La cuidadosa atención que Montoya les presta a todos y cada uno de los detalles es evidente en toda la casa. Por ejemplo, los escalones que conducen al aposento principal están cubiertos individualmente por trozos de kilims individualmente seleccionados; incluso los pernos que soportan el cielo raso fueron diseñados especialmente. En este ambiente bucólico, Montoya creó un apacible y elegante retiro para alejarse de su atareada vida en Manhattan y en el exterior, sacando provecho para sí mismo de su extraordinario talento.