Corporación de Diseño Juan Montoya Manhattan

En el vestíbulo del ascensor se introduce el tema de las paredes inclinadas. Los marcos de las puertas fueron pintados en un falso acabado de cobre.  

Distintas tomas de la galería, donde se exhibe la colección de sillas antiguas de Montoya. 

Texto de: Margarret Cotton Wilson

En las oficinas originales de Juan Montoya en la Octava Avenida, el diseñador evitó diestramente los extremos comunes del frío aspecto corporativo o el aspecto casero en exceso casual, creando un espacio balanceado que complace y divierte a quien entra en él. “Si mis clientes van a hacer el viaje hasta mi oficina, debo hacer que valga la pena”, dijo Montoya alguna vez. Montoya quería que su oficina fuera una extensión de sí mismo y de su hogar, además de ser un lugar amable para atender a sus clientes, exhibir antigüedades y acomodar a su personal. Los clientes que las visitaban invariablemente quedaban sorprendidos por su sentido del estilo, un simple preludio a los diseños que crea para ellos. Se trata de un espacio de 930 metros cuadrados que incluye una sala de exhibición, una galería, un salón de conferencias, áreas abiertas de trabajo y una sorprendente, aunque sencilla, oficina para él.

La aptitud de Montoya para el drama se nota desde la entrada. El vestíbulo de los ascensores ostenta paredes inclinadas, resultado de su fascinación por las pirámides mayas, que acentúan la sensación del visitante de estarse embarcando en un viaje de descubrimiento. Terminados al fresco en suaves tonalidades de habano y salmón complementan las paredes inclinadas, aplicados con palustre en vez de brocha para lograr el aspecto tosco y primitivo preferido por el diseñador después de abandonar los terminados lisos y brillantes. El área de recepción, inundada de luz, recuerda un inesperado cuarto de recibo al estilo de los que se encuentran en antiguas e imponentes residencias.

La oscura galería contigua, en contraste, está iluminada con tenues proyectores de luz orientados hacia una inusual serie de sillas antiguas, notables por sus líneas esculturales y exhibidas en nichos individuales. Mas allá de la galería se encuentra un amplio salón, dividido por una estructura que reproduce la forma de las paredes inclinadas de la entrada. En este espacio de trabajo se aprovecha la luz natural y se evitan los espacios separados por divisiones tan comunes en el mundo corporativo moderno. Objetos únicos, cuidadosamente iluminados desde arriba, acentúan las sencillas y fluidas líneas del espacio y crean una síntesis inherente. Caballos de mármol sobre ornamentadas mesas italianas, urnas de cerámica sobre troncos de madera y esculturas de animales que adornan el antepecho de las ventanas se codean en este ambiente, que hace honor al ojo de Montoya para encontrar piezas extraordinarias y a su talento para unirlas en combinaciones sorprendentes.

Aunque Montoya abandonó estas oficinas en 1996 por una versión más eficiente y reducida en su escala, estas capturan su espíritu inventivo y muestran todas las posibilidades de las cuales él es capaz.