Residencia Privada Manhattan, Nueva York

El comedor, visto aquí desde las paredes de espejos del corredor de distribución. En la foto se aprecia uno de los cuatro nichos que contienen urnas precolombinas. La mesa de comedor en laca, diseñada por Montoya, está rodeada de sillas inglesas estilo Regency. 

En la sala, una mampara plegable entre el largo sofá y un fondo en espejos produce sombras dramáticas cuando se ilumina desde abajo. Las poltronas tapizadas en cuero son piezas francesas del siglo XVIII. La escultura del fondo es Eterna Juventud, de Rodin. La maceta en cobre del árbol es una pieza china Ming del siglo XVII. El cuadro de la derecha es de Franco Ciarlo. La escultura precolombina en terracota que reposa sobre la consola proviene del Perú.  

Montoya eliminó parte de una pared existente entre la sala y el comedor para intensificar la sensación de un espacio unificado y fluido.  

El dormitorio de huéspedes es nítido y flexible. El dibujo que cuelga de la pared es de Peter Lobello.  

Puertas corredizas separan el dormitorio principal de la sala. Una mampara en rejilla sirve de barrera entre los dos espacios cuando las puertas corredizas están abiertas. 

Texto de: Margaret Cottom Winslow

Este pied-à-terre de un diplomático suramericano le presentó a Montoya un gran desafío de diseño. El diplomático y su esposa lo escogieron a él para que transformara el oscuro y reducido apartamento en un espacio elegante y cómodo que los hiciera sentirse en su hogar, a ellos, a sus hijos ya mayores y a sus amigos que, en cualquier momento, podían pasar por Nueva York. Necesitaban intimidad, flexibilidad y, en su carácter de residencia secundaria, debía producir la afable sensación de tener un hogar lejos del hogar.

El cliente definió muy claramente sus requerimientos espaciales, y luego le dio a Montoya carta blanca para ejecutar su diseño. El primer objetivo del diseñador fue lograr darle al espacio la mayor sensación de amplitud, a través del flujo de luz y movimiento. Su mayor preocupación era que el dormitorio principal y la sala, lado a lado y con una hermosa vista sobre el parque, eran pequeños cuartos separados y asfixiantes. Decidió entonces combinarlos y crear un solo espacio continuo y fluido. Al hacer esto, la atractiva vista sobre el Central Park, con las copas de los árboles casi al alcance de las ventanas de este segundo piso, pudo apreciarse en todo su esplendor. Para proporcionarle intimidad al dormitorio instaló puertas corredizas que al abrirse le aportaban una sensación de profundidad al cuarto. Este flujo de espacio está definido por la rejilla laqueada que va del suelo al cielo raso al pie de la cama y cuyas cualidades esculturales, al ser vista desde la sala, son notables.

Para el cuarto de los hijos, que a menudo sirve como cuarto de huéspedes, Montoya usó graciosas telas de algodón en tonos claros, enfatizando así la flexibilidad y sofisticación sin sacrificar, en manera alguna, una hermosa decoración en aras de la funcionalidad.

La sala incluye un segmento de pared de espejos y un amplio sofá amparado por un biombo plegable. La iluminación entre el sofá y el biombo crea un dibujo cambiante de luz sobre el plafón, que dirige la atención hacia el área de comedor contigua. Los espejos producen un sinnúmero de reflejos sin que la sensación de elegante moderación se vea afectada. Las zonas sociales están unidas por colores tenues, tan sutiles que muchas de sus variaciones son sólo resultado del cuidadoso estudio de Montoya de la intensidad naturalmente cambiante de la luz.

Para adaptarse a los extensos y variados intereses del cliente, Montoya amplió su hasta entonces minimalista vocabulario de diseño e incorporó más riqueza y profundidad, así como un contexto más complejo de referencias. Eligió un rango más sofisticado de alternativas en arte y objetos, que incluía el art deco, el arte chino y el precolombino. Este elegante y excitante espacio, tan coherente como confortable, situado justo encima de los árboles de Central Park, proporciona comodidad e integración con el ambiente exterior.