- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
La aceptación del destino
Plenilunio / 1936 / Óleo sobre lienzo / 60 x 76 cm
San Sebastián / 1950 / Óleo sobre lienzo / 180,5 x 121 cm
San Sebastián en las trincheras / 1941 / Fresco / 300 x 120 cm
Idilio / 1937 / Óleo sobre lienzo / 79 x 63 cm
Autorretrato / 1938 / Óleo sobre lienzo / 93 x 78 cm
Texto de Juan Gustavo Cobo Borda
En este repaso de la pintura de Gómez Jaramillo hasta 1944, otros cuadros parecían seguir los avatares de la pintura de la época, desde el neoclasicismo mediterráneo de Picasso, en Maternidad (1936), con su estatuario volumen en la playa con gaviotas, hasta un cierto reconocimiento de Giorgio de Chirico y su pintura metafísica, en Plenilunio (1936) con esa conjunción de sueño y juego. De toques nai'fs, en el tren y en el perro, y de silencio sugerente en la muchacha dormida. Algo lunar en medio de esa topografía precisa, con sus flores campesinas y sus postes de luz.
Pero otros cuadros de ese primer periodo aluden a su compromiso político mediante una suerte de realismo que busca interpretar y transmitir su solidaridad de liberal de izquierda, desde el bucolismo sosegado de El poeta comunista (1932) con su suave gradación de campos y colinas al fondo, que curiosamente cuando fue exhibido en la Exposición Mundial de Nueva York llevaba el más inocuo título de El poeta del campo, según lo registró la revista Zig-Zag de Chile: el hombre que sueña frente al paisaje. O el retrato del Proletario (1932), del mismo año, que bien podemos asociar con todo aquel arte pacifista de entreguerras, de tintes brechtianos y esforzadas utopías sociales. De presencia creciente del sindicalismo en la vida pública colombiana, de industrialización y de crecimiento innegable de las ciudades, como lo registró, en el caso de Bogotá, la novelística de Osorio Lizarazo(1).
Solo que ese testimonio de un cambio hacia la modernidad, tenía también un reverso nostálgico y pasatista, que alcanzaría su más alta representación en una de las pinturas emblemáticas de la obra de Gómez Jaramillo y, sin lugar a dudas, uno de sus mayores logros: La madre del artista (1939). Primer premio en el Primer Salón Anual de Artistas Colombianos, de 1940.
El cuadro muestra a la madre, recia y nudosa, con la sobriedad formal que por entonces debía caracterizar a la mujer, circunscrita a la órbita de su hogar.
Costura y lectura: entre estos dos polos domésticos transcurre su existencia, tan hacendosa como frugal. El libro son Los pueblos, de Azorín, un libro de 1905 donde el autor Intenta apresar el silencioso tono de esas villas castellanas, pobres y vencidas. Lo hace a través de detalles específicos de la vida cotidiana que sacan a la luz esas gentes, tan orgullosas de un pasado ya ¡do como sometidas a la penuria de un presente precario. Todo ello en medio de esas raídas casas y esas yermas llanuras, donde reside, según Azorín, la grandeza española: "la simplicidad, la fortaleza, el sufrimiento largo y silencioso bajo serenas apariencias; esta es una de las raíces de la patria que ya se van secando" (p. 90).
El peinado de la madre, con la raya en medio de la cabeza, y el pañolón que la recubre, acentúan la grlsura decente de todo el conjunto, del pelo a la blusa. La cara es severa y canas y arrugas subrayan la dignidad de esa figura bíblica transplantada a la montaña antioqueña y casada con el general Slgifredo Gómez Jiménez, quien participó en la Guerra de los Mil Días y fue el jefe civil y militar de Bogotá. Encarnación Jaramillo, natural de Santa Rosa de Osos, asumía en sí ese pasado legendario, de gestas truncas, y le oponía su recia y desvelada ternura.
Buscaremos en vano aretes en las orejas o anillos en las manos. Es apenas un bloque de firme permanencia en medio de las ondulaciones de las telas que la ciñen y enmarcan. Es el eje en torno al cual gira el mundo. Solo sus ojos, negros y expresivos, se vuelcan hada un interior meditabundo. Son ellos los que humanizan, con su chispa de vida, ese retrato a la vieja usanza. El poeta Luis Vidales, quien había estado en París y conocía las vanguardias artísticas, analizó este Primer Salón Anual de Artistas, en la Revista de las Indias (No. 21, septiembre de 1940) y al referirse a Gómez Jaramillo escribió: "La tendencia a suprimir lo accesorio, sin caer en lo sumario y la unidad o síntesis cromática, son las cualidades pictóricas de su técnica”.
No se trata de un clasicismo que espiritualice sino más bien de un seco realismo que la afianza a tierra. Una matrona antioqueña, ducha en el manejo de la casa. En la moral y en el centavo para la compra. Pero también una lectora y una dibujante que para incitar al hijo, demorado al hablar, le trazó sobre el papel la silueta de los objetos cotidianos, motivándolo así a una pronunciación correcta. La madre, con el lápiz, crea el mundo.
Por todo ello el pintor la ha retratado con precisa agudeza y sobrio efecto. No hay ningún desborde sentimental. A pesar de la cercanía humana, el artista se concentra en su motivo plástico. Sin patetismo, el dolor asoma con fatigada resignación. No la altera ni engrandece: profundiza en su carácter. En su temple recio, y la recrea, con distancia plástica, en medio de su mundo.
En este excepcional momento de reposo, el tráfago de las nunca concluidas tareas cotidianas, queda suspendido por un momento. Estamos ante una pausa esdarecedora: aquella mediante la cual el artista se desliza adentro del alma que lo ha engendrado. Aquella mediante la cual la pintura detiene por un momento al tiempo inclemente y voraz. Cerrado el libro y quietas las agujas en la cesta de coser. Gravedad y silencio: posar es también un deber para complacer al hijo artista. De esta raíz ha surgido también el arriscado carácter del pintor. Su férrea determinación de entregarse de lleno al arte, cueste lo que cueste. Citemos de nuevo a Azorín, en Los pueblos:
¿No veis el eterno y doloroso contraste, tan duradero como el mundo, entre la realidad y el espíritu, entre los trabajos prosaicos, sin los cuales no hay vida, y el ideal, sin el cual tampoco es posible la vida?(2) (p. 86)
Esta "conformidad noble con el destino" es la que esta pintura ha fijado, para siempre. Pero si la pintura es aquiescencia ante el mundo, también puede llegar a ser rebelión contra la injusticia. De la madre sosegada pasamos, como reelaboración de un tópico, al detonante y agresivo San Sebastián en las trincheras, pintura al fresco de 1941, donde la máscara antigás, tanques, cañones, y las líneas de fortificaciones en concreto, mencionadas en el título, quedan como un testimonio anti-militarista de época.
Aquí no importa tanto el clásico desnudo asaeteado, amarrado al árbol, y que desde Mantegna y Perugino hasta David Manzur y Alvaro Barrios, en nuestros días, tantas variaciones ha experimentado. Variaciones homoeróticas, en algunos casos, pero emblema también de una inocencia profanada. De una peste ennegreciendo el cuerpo Impoluto y atractivo. En esta ocasión se trata del imperativo mensaje que un pintor quería dar como crítica yprotesta. Un símbolo clásico resume una tragedia contemporánea, en agorera recreación sombría. Las flechas son balas y el mártir soldados gaseados o campesinos mutilados. No solo la guerra civil española, o la segunda guerra mundial, sino la recurrente violencia colombiana era así aludida como ocurría con los poemas de Carlos Castro Saavedra y como era fácil deducirlo del propio Autorretrato de 1938-un género que cultivaría a todo lo largo de su vida- donde Gómez Jaramillo con el pincel erguido como un arma ya no asoma velazqueñamente detrás del cuadro sino que invade todo el primer plano, en tono admonitorio. Atrás la montaña arde, una mujer desnuda señala con el brazo a otra tendida (¿muerta?) en el campo y los postes de electricidad nos señalan la transición de un mundo rural inmóvil hacia una modernidad no menos dramática. El pintor- testigo no puede callar su desafecto con esta situación que lo envuelve en sus duras contradicciones.
Sin embargo, otros cuadros fechados en 1937: Diálogo, Idilio y La siesta abordan parejas en diversas posturas pero emparentadas todas ellas por un común y reposado clima amoroso donde la Intensidad y la placidez, la contemplación ardiente y el reposo ensimismado, les confieren un cierto aire atemporal. Son, no hay duda, pintura pero tienen también algo de escultura, en sus macizos volúmenes y el modelado de sus repliegues.
Alcanzan una silenciosa gravedad arquetípica cuando el pintor coloca en cielo o paisaje esos animales -paloma o caballo- que no dejan de emitir simbólicas referencias al amor o al deseo.
Imágenes metafóricas de un instinto desbocado. Lo que hay de estatuario en estas figuras de anchos pies y sólidas manos, se hace más explícito al advertir la columna trunca de Diálogo como si las dos figuras -el hombre de frente, la mujer de perfil- fueran encarnaciones de un coloquio que se renueva, una y otra vez desde el origen del tiempo. Máscaras que emiten el mismo discurso milenario, en el teatro de la pasión: ese anfiteatro de tronco y montículo donde sentados formulan su parlamento. Las sencillas vestiduras de esos dos interlocutores acentúan un clima arcaico. Nada pasa en la realidad: todo sucede en la pintura.
El pintor de lo Inmediato contemporáneo -el libro de Azorín, la máscara antigás- se colaba en la eternidad de un recinto donde los amantes volvían a renovar sus fervientes votos. Su pintura oscila así, siempre, entre un asidero concreto y una suerte de atemporal espacio donde solo subsisten efigies modernas. O madres legendarias, a la usanza de las esculturas y dibujos de Henry Moore. Por ello la sagaz percepción de una fuerza emotiva que atrae los opuestos y que, como en Idilio, solo nos da la cara del hombre, sabe con astucia plástica que en ella se percibirá, sin duda, la fuerza del rapto envolvente y apasionado con que las dos manos femeninas se tienden en abierta y generosa avidez. Esa entrega es también un férreo lazo que ciñe la composición. El puño cerrado del hombre y la contención con que su otra mano refrena su brazo plantea un muy logrado contrapunto de opuestas actitudes vitales. Se ha logrado así una sabia resolución creativa de un conflicto legendario: la posesión que es dependencia, la elección que descarta todas las otras opciones posibles y se libera alegremente en la asunción de un compromiso único. Así el pintor escoge este enfoque, entre muchas posibles variantes, y lo desarrolla hasta su feliz culminación. El amor se ha vuelto compartido, gracias a la forma en que lo expresa, para todos, con jubiloso rigor. La pintura sí es capaz de darnos lo próximo y lo mítico. Lo atemporal y lo tangible. Con estos cuadros y estas figuras Gómez Jaramillo conciliaba lo personal (contrae matrimonio en 1935 con Margot Villa) con lo legendario y siempre renovado: esa historia del arte que ya ha hecho suya.
Notas
- Para percibir el tono y los cambios que experimentó una ciudad como Bogotá hasta el 9 de abril de 1948 y su ulterior transformación puede verse J. G. Cobo Borda: "Notas sobre la literatura colombiana", incluida en Colombia, hoy, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1982,8a. edición, pg. 330-403, donde a través de Luis Tejada, César Uribe Piedrahita, amigo de Gómez Jaramillo pintado por él y Osorio Lizarazo, se puede seguir este proceso. El marco de referencia básico se encuentra en el reciente libro de Marco Palacios y Frank Safford: Colombia. País fragmentado, sociedad dividida Bogotá, Norma, 2002, donde un solo dato ya nos demuestra el vertiginoso horizonte donde debe situarse la pintura de Gómez Jaramillo: "En el siglo xx la población de Colombia se multiplicó por diez al pasar de unos cuatro millones en 1900 a más de 42 millones de habitantes en el año 2000" (p. 550). Finalmente, Alvaro Mutis al recordar a Jorge Zalamea y León de Greiff en su reciente libro Desde el solar, Bogotá, Ministerio de Cultura / Universidad Nacional, 2002, nos pinta muy bien lo que fueron estos artistas y su participación en la vida nacional: "El destino impar y la encontrada vida de Jorge Zalamea son un vivo ejemplo de permanente rebeldía contra el conformismo cándido y la temprana abulia que caracterizan, con implacable regularidad generacional, el ambiente literario de Colombia" (p. 25).
- Azorín: Los pueblos - ensayos sobre la vida provinciana. Buenos Aires, Editorial Losada, San Sebastián en las trincheras /1941 / Fresco / 300 x 120 cm 1940. La figura de Azorín ha recobrado actualidad a raíz del discurso de ingreso de Mario Vargas Llosa a la Real Academia Española dedicado a su obra. Así lo registra Jorge Edwards en una inteligente glosa incluida en su libro Diálogos en un tejado, Barcelona, Tusquets Editores, 2003, pp. 211-214, titulada "La vuelta de Azorín". Allí se recuerda la estética impasible de Azorín, su apego a las cosas y el ritmo circular, repetitivo y envolvente, de su escritura, lo cual corrobora el porqué Gómez Jaramillo puso ese libro como clave metafórica de su pintura.
#AmorPorColombia
La aceptación del destino
Plenilunio / 1936 / Óleo sobre lienzo / 60 x 76 cm
San Sebastián / 1950 / Óleo sobre lienzo / 180,5 x 121 cm
San Sebastián en las trincheras / 1941 / Fresco / 300 x 120 cm
Idilio / 1937 / Óleo sobre lienzo / 79 x 63 cm
Autorretrato / 1938 / Óleo sobre lienzo / 93 x 78 cm
Texto de Juan Gustavo Cobo Borda
En este repaso de la pintura de Gómez Jaramillo hasta 1944, otros cuadros parecían seguir los avatares de la pintura de la época, desde el neoclasicismo mediterráneo de Picasso, en Maternidad (1936), con su estatuario volumen en la playa con gaviotas, hasta un cierto reconocimiento de Giorgio de Chirico y su pintura metafísica, en Plenilunio (1936) con esa conjunción de sueño y juego. De toques nai'fs, en el tren y en el perro, y de silencio sugerente en la muchacha dormida. Algo lunar en medio de esa topografía precisa, con sus flores campesinas y sus postes de luz.
Pero otros cuadros de ese primer periodo aluden a su compromiso político mediante una suerte de realismo que busca interpretar y transmitir su solidaridad de liberal de izquierda, desde el bucolismo sosegado de El poeta comunista (1932) con su suave gradación de campos y colinas al fondo, que curiosamente cuando fue exhibido en la Exposición Mundial de Nueva York llevaba el más inocuo título de El poeta del campo, según lo registró la revista Zig-Zag de Chile: el hombre que sueña frente al paisaje. O el retrato del Proletario (1932), del mismo año, que bien podemos asociar con todo aquel arte pacifista de entreguerras, de tintes brechtianos y esforzadas utopías sociales. De presencia creciente del sindicalismo en la vida pública colombiana, de industrialización y de crecimiento innegable de las ciudades, como lo registró, en el caso de Bogotá, la novelística de Osorio Lizarazo(1).
Solo que ese testimonio de un cambio hacia la modernidad, tenía también un reverso nostálgico y pasatista, que alcanzaría su más alta representación en una de las pinturas emblemáticas de la obra de Gómez Jaramillo y, sin lugar a dudas, uno de sus mayores logros: La madre del artista (1939). Primer premio en el Primer Salón Anual de Artistas Colombianos, de 1940.
El cuadro muestra a la madre, recia y nudosa, con la sobriedad formal que por entonces debía caracterizar a la mujer, circunscrita a la órbita de su hogar.
Costura y lectura: entre estos dos polos domésticos transcurre su existencia, tan hacendosa como frugal. El libro son Los pueblos, de Azorín, un libro de 1905 donde el autor Intenta apresar el silencioso tono de esas villas castellanas, pobres y vencidas. Lo hace a través de detalles específicos de la vida cotidiana que sacan a la luz esas gentes, tan orgullosas de un pasado ya ¡do como sometidas a la penuria de un presente precario. Todo ello en medio de esas raídas casas y esas yermas llanuras, donde reside, según Azorín, la grandeza española: "la simplicidad, la fortaleza, el sufrimiento largo y silencioso bajo serenas apariencias; esta es una de las raíces de la patria que ya se van secando" (p. 90).
El peinado de la madre, con la raya en medio de la cabeza, y el pañolón que la recubre, acentúan la grlsura decente de todo el conjunto, del pelo a la blusa. La cara es severa y canas y arrugas subrayan la dignidad de esa figura bíblica transplantada a la montaña antioqueña y casada con el general Slgifredo Gómez Jiménez, quien participó en la Guerra de los Mil Días y fue el jefe civil y militar de Bogotá. Encarnación Jaramillo, natural de Santa Rosa de Osos, asumía en sí ese pasado legendario, de gestas truncas, y le oponía su recia y desvelada ternura.
Buscaremos en vano aretes en las orejas o anillos en las manos. Es apenas un bloque de firme permanencia en medio de las ondulaciones de las telas que la ciñen y enmarcan. Es el eje en torno al cual gira el mundo. Solo sus ojos, negros y expresivos, se vuelcan hada un interior meditabundo. Son ellos los que humanizan, con su chispa de vida, ese retrato a la vieja usanza. El poeta Luis Vidales, quien había estado en París y conocía las vanguardias artísticas, analizó este Primer Salón Anual de Artistas, en la Revista de las Indias (No. 21, septiembre de 1940) y al referirse a Gómez Jaramillo escribió: "La tendencia a suprimir lo accesorio, sin caer en lo sumario y la unidad o síntesis cromática, son las cualidades pictóricas de su técnica”.
No se trata de un clasicismo que espiritualice sino más bien de un seco realismo que la afianza a tierra. Una matrona antioqueña, ducha en el manejo de la casa. En la moral y en el centavo para la compra. Pero también una lectora y una dibujante que para incitar al hijo, demorado al hablar, le trazó sobre el papel la silueta de los objetos cotidianos, motivándolo así a una pronunciación correcta. La madre, con el lápiz, crea el mundo.
Por todo ello el pintor la ha retratado con precisa agudeza y sobrio efecto. No hay ningún desborde sentimental. A pesar de la cercanía humana, el artista se concentra en su motivo plástico. Sin patetismo, el dolor asoma con fatigada resignación. No la altera ni engrandece: profundiza en su carácter. En su temple recio, y la recrea, con distancia plástica, en medio de su mundo.
En este excepcional momento de reposo, el tráfago de las nunca concluidas tareas cotidianas, queda suspendido por un momento. Estamos ante una pausa esdarecedora: aquella mediante la cual el artista se desliza adentro del alma que lo ha engendrado. Aquella mediante la cual la pintura detiene por un momento al tiempo inclemente y voraz. Cerrado el libro y quietas las agujas en la cesta de coser. Gravedad y silencio: posar es también un deber para complacer al hijo artista. De esta raíz ha surgido también el arriscado carácter del pintor. Su férrea determinación de entregarse de lleno al arte, cueste lo que cueste. Citemos de nuevo a Azorín, en Los pueblos:
¿No veis el eterno y doloroso contraste, tan duradero como el mundo, entre la realidad y el espíritu, entre los trabajos prosaicos, sin los cuales no hay vida, y el ideal, sin el cual tampoco es posible la vida?(2) (p. 86)
Esta "conformidad noble con el destino" es la que esta pintura ha fijado, para siempre. Pero si la pintura es aquiescencia ante el mundo, también puede llegar a ser rebelión contra la injusticia. De la madre sosegada pasamos, como reelaboración de un tópico, al detonante y agresivo San Sebastián en las trincheras, pintura al fresco de 1941, donde la máscara antigás, tanques, cañones, y las líneas de fortificaciones en concreto, mencionadas en el título, quedan como un testimonio anti-militarista de época.
Aquí no importa tanto el clásico desnudo asaeteado, amarrado al árbol, y que desde Mantegna y Perugino hasta David Manzur y Alvaro Barrios, en nuestros días, tantas variaciones ha experimentado. Variaciones homoeróticas, en algunos casos, pero emblema también de una inocencia profanada. De una peste ennegreciendo el cuerpo Impoluto y atractivo. En esta ocasión se trata del imperativo mensaje que un pintor quería dar como crítica yprotesta. Un símbolo clásico resume una tragedia contemporánea, en agorera recreación sombría. Las flechas son balas y el mártir soldados gaseados o campesinos mutilados. No solo la guerra civil española, o la segunda guerra mundial, sino la recurrente violencia colombiana era así aludida como ocurría con los poemas de Carlos Castro Saavedra y como era fácil deducirlo del propio Autorretrato de 1938-un género que cultivaría a todo lo largo de su vida- donde Gómez Jaramillo con el pincel erguido como un arma ya no asoma velazqueñamente detrás del cuadro sino que invade todo el primer plano, en tono admonitorio. Atrás la montaña arde, una mujer desnuda señala con el brazo a otra tendida (¿muerta?) en el campo y los postes de electricidad nos señalan la transición de un mundo rural inmóvil hacia una modernidad no menos dramática. El pintor- testigo no puede callar su desafecto con esta situación que lo envuelve en sus duras contradicciones.
Sin embargo, otros cuadros fechados en 1937: Diálogo, Idilio y La siesta abordan parejas en diversas posturas pero emparentadas todas ellas por un común y reposado clima amoroso donde la Intensidad y la placidez, la contemplación ardiente y el reposo ensimismado, les confieren un cierto aire atemporal. Son, no hay duda, pintura pero tienen también algo de escultura, en sus macizos volúmenes y el modelado de sus repliegues.
Alcanzan una silenciosa gravedad arquetípica cuando el pintor coloca en cielo o paisaje esos animales -paloma o caballo- que no dejan de emitir simbólicas referencias al amor o al deseo.
Imágenes metafóricas de un instinto desbocado. Lo que hay de estatuario en estas figuras de anchos pies y sólidas manos, se hace más explícito al advertir la columna trunca de Diálogo como si las dos figuras -el hombre de frente, la mujer de perfil- fueran encarnaciones de un coloquio que se renueva, una y otra vez desde el origen del tiempo. Máscaras que emiten el mismo discurso milenario, en el teatro de la pasión: ese anfiteatro de tronco y montículo donde sentados formulan su parlamento. Las sencillas vestiduras de esos dos interlocutores acentúan un clima arcaico. Nada pasa en la realidad: todo sucede en la pintura.
El pintor de lo Inmediato contemporáneo -el libro de Azorín, la máscara antigás- se colaba en la eternidad de un recinto donde los amantes volvían a renovar sus fervientes votos. Su pintura oscila así, siempre, entre un asidero concreto y una suerte de atemporal espacio donde solo subsisten efigies modernas. O madres legendarias, a la usanza de las esculturas y dibujos de Henry Moore. Por ello la sagaz percepción de una fuerza emotiva que atrae los opuestos y que, como en Idilio, solo nos da la cara del hombre, sabe con astucia plástica que en ella se percibirá, sin duda, la fuerza del rapto envolvente y apasionado con que las dos manos femeninas se tienden en abierta y generosa avidez. Esa entrega es también un férreo lazo que ciñe la composición. El puño cerrado del hombre y la contención con que su otra mano refrena su brazo plantea un muy logrado contrapunto de opuestas actitudes vitales. Se ha logrado así una sabia resolución creativa de un conflicto legendario: la posesión que es dependencia, la elección que descarta todas las otras opciones posibles y se libera alegremente en la asunción de un compromiso único. Así el pintor escoge este enfoque, entre muchas posibles variantes, y lo desarrolla hasta su feliz culminación. El amor se ha vuelto compartido, gracias a la forma en que lo expresa, para todos, con jubiloso rigor. La pintura sí es capaz de darnos lo próximo y lo mítico. Lo atemporal y lo tangible. Con estos cuadros y estas figuras Gómez Jaramillo conciliaba lo personal (contrae matrimonio en 1935 con Margot Villa) con lo legendario y siempre renovado: esa historia del arte que ya ha hecho suya.
Notas
- Para percibir el tono y los cambios que experimentó una ciudad como Bogotá hasta el 9 de abril de 1948 y su ulterior transformación puede verse J. G. Cobo Borda: "Notas sobre la literatura colombiana", incluida en Colombia, hoy, Bogotá, Siglo XXI Editores, 1982,8a. edición, pg. 330-403, donde a través de Luis Tejada, César Uribe Piedrahita, amigo de Gómez Jaramillo pintado por él y Osorio Lizarazo, se puede seguir este proceso. El marco de referencia básico se encuentra en el reciente libro de Marco Palacios y Frank Safford: Colombia. País fragmentado, sociedad dividida Bogotá, Norma, 2002, donde un solo dato ya nos demuestra el vertiginoso horizonte donde debe situarse la pintura de Gómez Jaramillo: "En el siglo xx la población de Colombia se multiplicó por diez al pasar de unos cuatro millones en 1900 a más de 42 millones de habitantes en el año 2000" (p. 550). Finalmente, Alvaro Mutis al recordar a Jorge Zalamea y León de Greiff en su reciente libro Desde el solar, Bogotá, Ministerio de Cultura / Universidad Nacional, 2002, nos pinta muy bien lo que fueron estos artistas y su participación en la vida nacional: "El destino impar y la encontrada vida de Jorge Zalamea son un vivo ejemplo de permanente rebeldía contra el conformismo cándido y la temprana abulia que caracterizan, con implacable regularidad generacional, el ambiente literario de Colombia" (p. 25).
- Azorín: Los pueblos - ensayos sobre la vida provinciana. Buenos Aires, Editorial Losada, San Sebastián en las trincheras /1941 / Fresco / 300 x 120 cm 1940. La figura de Azorín ha recobrado actualidad a raíz del discurso de ingreso de Mario Vargas Llosa a la Real Academia Española dedicado a su obra. Así lo registra Jorge Edwards en una inteligente glosa incluida en su libro Diálogos en un tejado, Barcelona, Tusquets Editores, 2003, pp. 211-214, titulada "La vuelta de Azorín". Allí se recuerda la estética impasible de Azorín, su apego a las cosas y el ritmo circular, repetitivo y envolvente, de su escritura, lo cual corrobora el porqué Gómez Jaramillo puso ese libro como clave metafórica de su pintura.