- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
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- Silvia Tcherassi (2002)
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- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
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- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
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- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
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- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Los orígenes del Café
El hábito del cafetero. Alegoría del oficio de cafetero. Nicolás de Larmessin (1684-1755). Grabado sobre cobre; forma parte de una serie consagrada a los oficios.
El pastorcito con sus alegres cabras. Ilustración de la fantástica leyenda de las cabras agitadas por haber comido hojas y frutos de un determinado arbusto. El pastorcito probó la fruta y difundió las propiedades estimulantes de la planta, que resultó ser el café.
Rótulo de Le Procope, primer café fundado en 1686 en el barrio de Saint-Germain, París, que todavía existe hoy.
Un visir bebiendo café de una taza de porcelana tradicional del Medio Oriente. En la parte inferior se observan una planta y granos del café, así como un instrumento para molerlo. Grabado sobre cobre, obra de Ogier, tomado del libro de Philippe Sylvestre Dufour, 1685.
El Café Florian, en la Plaza de San Marcos, Venecia, fundado en 1720. Óleo de Anton Canaletto (1697-1768).
Plancha tomada del libro Reisebeschreibungen in den Orient, de Leonhard Rauwolf 1582. Es la primera obra conocida y editada en Europa sobre el café.
Vendedor de café en las calles del Medio Oriente. Siglo XVII. Grabado original en cobre de G. Scotin.
Carle Van Loo ilustra la cultura de café en la alta sociedad francesa: Madame de Pompadour vestida de sultana, recibe café servido por su criada. Siglo XVIII.
Grabado en colores de una rama de cafeto, con flor, fruto y hojas, publicado en el libro de John Ellis.
El Café de Foy, ubicado en el Palacio Real, donde Camille Desmoulins lanzó una arenga instigando a tomar la Bastilla, el 14 de julio de 1789, dando con ello inicio a la Revolución Francesa.
El famoso Tontine Coffee House, en el Merchants Exchange de Nueva York, donde se negociaban transacciones de valores.
El Capitán Gabriel Mathieu de Clieu comparte su ración de agua con la planta de café, en la travesía de Francia a Martinica, en 1723. La planta se salvó y sus semillas contribuyeron a propagar el café en el Nuevo Mundo.
Retrato del Capitán Gabriel Mathieu de Clieu.
Cafetal con sombra. Finca Huixoc, Huehuetenango.
Texto de: Regina Wagner
En sus orígenes, la historia del café aparece envuelta en un velo de oscuridad. Lo que se sabe con certeza es que los pueblos y civilizaciones de la Antigüedad no conocieron el café. Sus inicios están ligados a varias leyendas y fábulas, a historias míticas que contribuyeron a difundir su bebida en Arabia.
La propagación de la bebida del café en el mundo oriental se produjo entre los siglos XIII y XVI. Comerciantes venecianos lo llevaron de Constantinopla a Italia en el siglo XVII. Posteriormente, la bebida se conoció en Holanda, Inglaterra, Francia, Alemania y Austria. Los holandeses llevaron la planta a su país.
En cuanto al Nuevo Mundo, el café llegó primero a Norteamérica, en donde se difundió durante la Revolución Norteamericana a raíz del boicot al té. Exploradores holandeses llevaron la planta a Surinam, en América del Sur, y los franceses a sus dominios antillanos, de donde se propagó a Cayenne, Venezuela, Brasil, el Caribe español, México y Centroamérica.
Orígenes y propagación en el mundo oriental
Según se ha podido establecer, el café es oriundo de la provincia de Kaffa, en el suroeste de Etiopía (conocida antes como Abisinia), una región montañosa, que alcanza alturas de hasta 3,500 metros, de clima suave y vegetación tropical exuberante. Allí nació la planta del café (Coffea arabica), en forma silvestre. Sus habitantes usaron el grano desde tiempos inmemoriales.
De Etiopía la planta pasó más tarde a Arabia, en donde se difundió como bebida hace unos 800 años. Aunque hay quienes sostienen que la primera planta se cultivó en Yemen, distrito de Arabia, y que data del año 575, sólo fue hasta los siglos XV y XVI cuando el cultivo se promovió intensamente. Para proteger el nuevo y lucrativo producto y prevenir su cultivo en otros países, en Arabia se prohibió la exportación del grano, a menos que fuera tostado o pasado por agua hirviendo para destruir su potencial germinativo.
El café ha tenido varios usos, primero como alimento, luego como vino, después como medicina y, finalmente, como bebida. Alrededor del año 800, los miembros de la tribu óromo, en Abisinia, preparaban una vianda con la cereza madura. Trituraban el grano seco, lo moldeaban como bola o torta y lo mezclaban con grasa o mantequilla salada. Todavía a principios del siglo XX los galla, una tribu nómada africana, usaban a diario una ración de café del tamaño de una bola de billar para soportar sus largas jornadas.
La bebida surgió primero del fermento que despiden la cáscara y la pulpa de la cereza madura, con el cual se elaboró una especie de vino aromático. Luego, mediante cocción de los granos secos en agua, se usó como medicina. Hacia el año 1200 se inició la práctica de hacer una bebida de la cáscara con agua hirviendo. Más adelante, se tostó la cáscara y, alrededor de 1300, nació la costumbre de descascarar, tostar y triturar los granos en mortero, echar el polvo en agua hirviendo y beber la mezcla resultante.
La primera mención reconocida del café data del siglo IX y proviene de un famoso médico árabe, Rhazes, quien lo denominó “bunca” o “bunchum”. Alrededor del año 1000, otro médico y filósofo musulmán, Avicena, explicó por primera vez las propiedades del grano del café, al que también llamó “bunchum”. Las siguientes son una serie de leyendas sobre cómo se descubrió el uso del café y cómo la bebida se extendió rápidamente en el mundo árabe.
Hacia 1258, el jeque Omar, un médico sacerdote y discípulo del jeque Schadheli, santo patrón y fundador legendario de Moka, por entonces famoso puerto de Arabia en el Mar Rojo, fue condenado al exilio, teniendo que refugiarse en las montañas aledañas. Antes de morir de hambre, decidió comer ciertas cerezas que encontró en unos arbustos silvestres. Se dio cuenta, entonces, que las frutas tenían propiedades estimulantes o mágicas. Más adelante, para aplacar la sed, tostó el grano y lo echó en agua hervida, descubriendo, accidentalmente, su agradable sabor y sus propiedades nutritivas. Prescribió la bebida a sus pacientes y cuando éstos contaron los beneficios obtenidos, el jeque Omar fue invitado a retornar a Moka, donde se erigió un monasterio en su honor y fue elevado a santo.
Narra otra de las leyendas que un pastor árabe que vivía en la alta Abisinia –otros dicen que se trataba de derviche o religioso mahometano en un valle de Arabia–, salía, cada día, a pastar a sus cabras. Una noche al regresar notó que las cabras estaban muy agitadas. Al observarlas al día siguiente en el campo, vio que masticaban las hojas y los frutos de un arbusto. El pastor o derviche decidió probar la fruta. Al hacerlo, experimentó una alegría sobrenatural y una inusitada locuacidad, que luego comentó a otros pastores o derviches.
Cuando el superior de un monasterio árabe se enteró de los efectos peculiares y excitantes del café en las cabras, hizo preparar una cocción de los granos y ordenó a sus monjes que probaran las virtudes de la bebida, pues solían dormirse durante los oficios nocturnos. El éxito fue rotundo, los monjes no volvieron a tener dificultad en mantenerse despiertos. La bebida se propagó entre los laicos y hacia 1300 el café llegó a ser una bebida popular preparada con granos tostados y machacados, cuyo polvo se vertía en agua hirviendo y se bebía con todo y el grano molido.
Otra de las historias es la que trae un manuscrito árabe, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de París. Esta cuenta que el jeque Gemaledin, un muftí o jurisconsulto musulmán de Adén, fue a Abisinia, donde conoció el café, y que al volver a Adén, hacia 1454, trajo consigo granos tostados, introduciendo su uso en Arabia. La práctica se popularizó entre sus paisanos. Primero entre los abogados y profesionales, luego entre los estudiantes, los artesanos y otros gremios que trabajaban de noche y, finalmente, entre los viajeros que debían madrugar. En Adén se declaró que “este licor purificaba la sangre, por una suave agitación, disipaba el malestar de estómago y despertaba los espíritus”. Como resultado, la costumbre de beberlo se difundió entre sus habitantes, que, desde entonces, son asiduos consumidores de café.
En Arabia el hábito de beber café se propagó rápidamente. Los peregrinos mahometanos lo llevaron en sus sacos a La Meca, a Medina y a otras ciudades. A finales del siglo XV, el café se difundió en Persia. Allí se distribuía en los lugares públicos donde la gente jugaba ajedrez y los poetas recitaban sus versos. En 1510 pasó a El Cairo. En 1517, después de conquistar a Egipto, el sultán Selim I, el Feroz, introdujo la bebida en Constantinopla. De Egipto pasó a Damasco en 1530 y de allí a Alepo en 1532, de donde se difundió por toda Siria.
En dichas ciudades se establecieron cafés públicos que ofrecían “un salón de descanso para los ociosos y un relajamiento para los hombres de negocios, en donde los políticos detallaban las novedades de Estado, los poetas recitaban sus versos y los mollahs rendían sus discursos a los que frecuentaban tales salones”. La adicción al café fue tan grande, particularmente en Siria, que las autoridades oficiales hicieron un esfuerzo por refrenar, si no suprimir enteramente, su creciente consumo entre los habitantes. Argumentaban que “sus propiedades intoxicaban”, pero en realidad sólo se trataba de un pretexto. La razón era que su uso llevaba a reuniones sociales y festivas, incompatibles con las estrictas enseñanzas del Corán.
Los árabes llamaban al café “kahwah”, que en su antigua lengua significaba “vino”, lo cual produjo una confusión del concepto. En 1511, dos doctores oriundos de Persia lograron convencer al emir de La Meca, Kair Bey, de que el café era una bebida embriagante, que daba lugar a diversiones prohibidas por la ley de Mahoma. El emir, luego de consultar con varios abogados, médicos y ciudadanos notables, logró intimidar a la mayoría y prohibir su venta mediante un edicto. Al solicitar un rescripto de la medida a su superior, el sultán del Cairo, éste declaró que los doctores y médicos locales eran más versados que los de La Meca y que el café era una bebida inofensiva, ordenando a Kair Bey revocar su prohibición.
En 1523, en vista de que la popularidad de los cafés afectaba la asistencia a las mezquitas, un fanático supremo sacerdote del Cairo, Abdalla Ibrahim, lanzó desde el púlpito una virulenta campaña contra “esos lugares peligrosos” en donde se bebía café. La turba enardecida salió de la gran mezquita a atacar los cafés, muchos de los cuales fueron destruidos. La ciudad se dividió en dos bandos: uno a favor y otro en contra del café. Para ponerle fin a esta situación, el gobernador de la ciudad, el jeque Belek, invitó a los médicos y doctores en leyes a una conferencia. Después de escuchar con paciencia la discusión, sirvió café a todos los presentes y él también bebió. En seguida, sin decir una sola palabra, se levantó. Desde entonces nunca más se oyó en El Cairo una prédica contra el café.
En 1554, Schems de Damasco y Heken de Alepo abrieron el primer café de Constantinopla, donde se convirtió en la bebida favorita de todas las clases sociales, a cualquier hora del día o de la noche. Se cuenta que, en esta ciudad y por esta época, si un marido rehusaba dar una determinada cantidad diaria de café a su mujer, el hecho era admitido como causal válida de divorcio.
En la capital turca el café también se convirtió en objeto de persecución, sobre todo por parte de los derviches o religiosos musulmanes, quienes creían haber descubierto “que el café cuando se tostaba se convertía en una especie de carbón, y que el carbón era una de las substancias que, según había declarado el profeta Mahoma, Alá no había destinado para comida humana”. Como el muftí estaba de su lado, el sultán Amurat III ordenó cerrar de inmediato todos los cafés por razones religiosas. Sin embargo, el café ya se había entronizado en el corazón de los turcos y se continuó bebiendo tras puertas cerradas, en la intimidad de los hogares. Ante este hecho, el edicto no se pudo mantener por mucho tiempo.
Introducción del café en Europa
A finales del siglo XVI, varios médicos y botánicos europeos viajaron al Cercano Oriente y trajeron de vuelta a Europa información sobre el café, su cultivo y las cualidades de la bebida que de éste se obtenía. El primer europeo en mencionar el café fue un alemán de Augsburgo, Leonhard Rauwolf, quien viajó a la parte oriental del Mediterráneo alrededor de 1570 y probó el café en Alepo, ciudad del norte de Siria. En su libro Viaje al Oriente, publicado en Francfort en 1582, menciona la bebida del café como “chaube” y el grano como “buncho” y “bunca”.
La siguiente descripción botánica es del profesional de esta ciencia y médico, el italiano Próspero Albino, de Padua, quien en 1580 viajó a Egipto y trajo consigo noticias sobre el café. En su obra Las plantas de Egipto, escrita en latín y publicada en Venecia en 1592, aparece descrita, por primera vez, la planta llamada “bon”, la semilla “buna” y la bebida “caova”, y describe los efectos del café como fármaco o medicina.
Una noticia más sobre el uso que hacían los turcos de “un agua negra, la infusión de un grano llamado cavee”, fue la que expuso el magistrado de Constantinopla, Gianfrancesco Morosini, al Senado de Venecia, en 1585. Dos años después, el jeque Abd-al-Kadir escribió la primera historia auténtica sobre el origen del café, cuyo manuscrito en árabe se encuentra en la Biblioteca Nacional de París.
En 1598 apareció en Linschoten’s Travels una obra traducida del holandés y publicada en Londres, con una nota de Paludanus, quien hace la primera referencia sobre el café en inglés como “chaoua”. Otros ingleses, como Sir Antony Sherley, que viajó de Venecia a Alepo en 1599, y el poeta Sir George Sandys, que visitó Turquía, Egipto y Palestina en 1610, se refieren a la bebida del café. Sandys anota que los turcos “sorben una bebida llamada coffa (de la cereza de la cual se hace) en pequeñas fuentes de porcelana tan caliente como pueden soportarlo”.
A finales del siglo XVI, las noticias sobre el café causaron una fuerte discusión entre el clero italiano porque la bebida provenía de tierras mahometanas y fue denunciada como invención de Satanás. Cuando la disputa llegó ante el Papa Clemente VIII (1592-1605), él pontífice sabiamente decidió probar la bebida, antes de tomar una decisión. Dice la leyenda que, después de probarla, exclamó: “¿Por qué? ¡Esta bebida de Satanás es tan deliciosa que sería una pena dejar a los infieles el uso exclusivo de ella! Deberíamos engañar a Satanás, bautizándola y haciendo de ella una verdadera bebida cristiana”. Así lo hizo, y puso el sello de la Iglesia en señal de aprobación a la creciente popularidad de la inofensiva y vigorizante cocción.
Esto permite suponer que el café llegó a Italia antes que Pietro della Valle lo llevara a Venecia en su viaje de regreso de Constantinopla en 1615, aunque como le indica a su amigo Mario Schipano en una carta, “es una cosa desconocida en su país natal”. En 1625 se dio a conocer la nueva bebida en Roma. Ese mismo año se endulzó con azúcar por primera vez en El Cairo.
Indudablemente, la costumbre de beber café en Italia se difundió después de establecerse el primer café en Venecia en 1645. En 1683 se abrió una tienda de café en esa ciudad y en 1720 Floriano Francesconi estableció el famoso “Caffé Florian” en la Plaza de San Marcos, que aún existe. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, los cafés italianos se adaptaron al café oriental, conocido como “caffé”, con doble ‘f’ (se supone que de la palabra “coffea”), dando así origen al verdadero salón de café, como se le conoce en Occidente, aunque también deben reconocerse la influencia y los méritos que en ello tuvieron los franceses y austriacos.
En 1621 Robert Burton en su Anatomía de la melancolía dice que “los turcos tienen una bebida llamada coffee, llamada así por una cereza, es negro como el hollín y amargo, que beben caliente, porque por experiencia encuentran que ese tipo de bebida, usada así, ayuda a la digestión y promueve la vivacidad”. En 1623 Francis Bacon menciona el “caphe” de los turcos en su Historia Vitae et Mortis; y en su Sylva Sylvarum (1627) escribe: “En Turquía tienen una bebida llamada coffa, hecha de una cereza del mismo nombre, tan negra como el hollín, y de una esencia fuerte… su bebida conforta el cerebro y el corazón y ayuda a la digestión”.
Nathaniel Canopius, un estudiante natural de la isla de Creta, introdujo por primera vez en Inglaterra el café en el Balliol College de Oxford, en 1637. En esa misma ciudad, un individuo de origen judío, llamado Jacobs, abrió el primer café en 1650. Dos años después, un comerciante llamado Edward llevó a Inglaterra, a su regreso de Oriente, a un griego llamado Pasqua Rosee que sabía preparar el café. Cuando Pasqua se separó de su amo, estableció el primer café de Londres, en St. Michael’s Alley, Cornhill, frente a la iglesia, y lanzó el primer anuncio de café en inglés en forma de prospecto, el cual proclamaba “The Virtue of the Coffee Drink” (La virtud de la bebida del café). En 1657 apareció el primer anuncio de café en el periódico londinense The Public Adviser. Otro famoso café en Londres fue el “Lloyd’s Coffee House”, donde se inició la conocida casa de seguros Lloyds.
Entre la Restauración de la monarquía en 1660 y 1675, el rey Carlos II de Inglaterra decretó el cierre de todos los cafés de Londres, a los que tildó como lugares de sedición. Pero, once días después tuvo que revocar la medida a petición de los mercaderes. En Londres, donde sólo hombres entraban a los cafés, hubo mujeres que se opusieron y presentaron una “petición contra el café”, con el argumento de que hacía a los hombres tan estériles “como los desiertos de donde provenía la infeliz cereza”.
En Francia, Jean de la Roque introdujo en 1644 los primeros granos de café a Marsella, “pero no sólo el café, sino también el aparato apropiado para prepararlo”. En 1657 Jean de Thévenot introdujo una pequeña cantidad de café a Francia para uso privado y enseñó a los franceses cómo prepararlo. En 1660 arribaron a Marsella varios fardos de café procedente de Alejandría, con fines comerciales y en 1671, cerca a la casa del Cambio, se abrió el primer café en esta ciudad portuaria, “donde los mercaderes se reunían para fumar, hablar de negocios y divertirse con juegos”.
Sin embargo, quien dio a conocer y popularizó el café en París fue Soliman Aga, embajador turco ante la Corte de Luis XIV. Hacia 1669, Aga, un anfitrión espléndido, hacía, según las costumbres de su país, que sus esclavos negros sirvieran a las visitas el más selecto café de Moka, al estilo turco, en pequeñas tazas de porcelana fina (“zarfs”), caliente, fuerte y fragante, vertido de fuentes de oro y plata, colocadas sobre servilletas bordadas y con flequillos de oro que halagaban a las damas. Los parisinos se entusiasmaron, la aristocracia adoptó la nueva bebida y el café se puso de moda.
El primer café de París lo abrió un armenio, de nombre Pascal, en 1672, en la feria de Saint-Germain. El éxito lo llevó a abrir un café en el Quai de l’Ecole. Sin embargo, el verdadero primer café parisino con lámparas de cristal, mesas de mármol y espejos, fue fundado por Francesco Procoppio dei Coltelli, siciliano y antiguo ayudante de Pascal, en 1686. El café “Le Procope”, ubicado en el barrio de Saint-Germain (actualmente en la rue de l’Ancienne Comédie), fue el primer café literario, inmortalizado por Boileau, Lafontaine, Molière, y más adelante por Voltaire, Rousseau y los Enciclopedistas. Bajo Luis XV, el famoso “Café de la Régence” se convirtió en el centro de reunión de los jugadores de ajedrez, a donde acudía mucha gente para ver jugar a Rousseau. En el Palacio Real, surgió el “Café de Foy”, donde el 14 de julio de 1789, Camille Desmoulins instó al pueblo a tomarse la Bastilla, en un arenga que desató la Revolución Francesa.
En París, el número de cafés creció rápidamente. Se calcula que en 1789 había unos 745 que, eventualmente, se convirtieron en rivales peligrosos de los cabarets y, más adelante, fueron la cuna de los clubes modernos. A diferencia de los cafés londinenses, que eran una institución masculina, los cafés parisinos admitían damas, transformándose en salones mucho más estéticos y artísticos.
Durante el siglo XVII aumentó el interés por el café en Europa y se publicaron varias obras, entre ellas Descripción de un viaje a Persia (1647), en alemán, de Adam Olearius, con un relato sobre los hábitos y costumbres del café en Persia. Alrededor de 1650, Varnar, el ministro residente holandés en la capital turca, publicó un tratado sobre el café; en Roma, el profesor de lenguas orientales Faustus Nairon escribió con autoridad el primer tratado dedicado sólo al café, en latín, que fue editado en 1671. Philippe Sylvestre Dufour publicó en Lyon Sobre el uso del café, el té y el chocolate (1671) y Sobre la manera de hacer café, té y chocolate (1684); el orientalista francés Antoine Galland tradujo el manuscrito árabe más antiguo sobre el café y lo publicó con el título Acerca del primer uso del café y el progreso que hizo después (1699). Cabe agregar que en Dijón, Francia, se hizo en 1670 el primer intento de sembrar café en Europa, que constituyó un rotundo fracaso.
Parece que en Alemania la costumbre de beber café provino de Francia o de Holanda, hacia 1670. En 1675 ya se le conocía en la Corte del Gran Elector de Brandenburgo. El primer café de Alemania fue fundado por un comerciante holandés, en Hamburgo, en 1677; posteriormente se abrieron otros cafés en Regensburgo, en 1686; en Leipzig, en 1694; en Munich, en 1704; en Stuttgart, en 1712; en Augsburgo, en 1713, y en Berlín, en 1721. En 1707 Theophilo Georgi publicó el primer periódico de café en Leipzig, El nuevo y curioso Kaffeehaus, como una especie de órgano del primer Kaffee-Klatsch (tertulia de café).
Cuando la pasión por el café era todavía una moda relativamente reciente en Europa, Johann Sebastian Bach compuso en Leipzig, en 1732, su famosa Kaffee Kantate, para dar a conocer la bebida y entretener a los asiduos clientes del Café Zimmermann de la ciudad. El rey Federico el Grande, de Prusia (1740-1787), por el contrario, consideraba que la importación de café ocasionaba salida de divisas del país y comentaba que sus “súbditos debían beber cerveza”, tal como había sido criado él, sus ancestros y sus oficiales. Sin embargo, después descubrió que era una buena fuente de ingresos y en 1781 estableció tostadurías estatales y el comercio del café se convirtió en monopolio del gobierno.
En Austria, un noble de origen polaco llamado Franz Georg Kolschitzky, de 23 años, y que había estado años atrás en Estambul, abrió el primer café en 1683. Ese año los turcos habían sitiado Viena por segunda vez; gracias a la intermediación de Kolschitzky, que hablaba turco, se logró que estos abandonaran el sitio y los campamentos militares, dejando atrás 500 sacos de café. En recompensa, Kolschitzky recibió la nacionalidad austríaca, los 500 sacos del precioso grano y el privilegio de abrir el primer café en Viena, “Zur blauen Flasche”, en donde preparó la bebida, tal y como lo había aprendido en Estambul. Ahí inventó el café vienés, que consiste en filtrarlo y agregarle una cucharada de miel y una de crema. En la Monarquía del Danubio se desarrollaron los cafés al estilo del café “Le Procope”, que jugaron un papel importante en la vida de la burguesía.
En Europa, los verdaderos pioneros del comercio y cultivo del café fueron los holandeses. El primero en llevar café de Moka a Holanda fue Pieter Van dan Broecke, en 1616. El primero en ofrecer café de Moka en venta en 1640, en Amsterdam, fue el comerciante Wurffbain, quien comenzó a importarlo regularmente, a partir de 1663. Los primeros cultivos de café en colonias fuera de África y Arabia fueron iniciados por los holandeses en Ceilán, en 1658. En 1660 Nieuhoff, embajador holandés ante la corte de China, fue el primero en probar café con leche, imitando el té con leche.
En Java, Indonesia, específicamente en Batavia (hoy Yakarta), el Gobernador de las Indias Orientales holandesas, Willem van Outshoorn, introdujo en 1696 la variedad Coffea arábica de Malabar, India, pero la plantación fue destruida tras un terremoto e inundación. En 1699 Henricus Zwaardecroon hizo un segundo intento con vástagos de Malabar, y estos plantíos fueron los progenitores de todos los cafetos de las posesiones holandesas en Asia: Sumatra, Célebes, Timor y Bali. Las primeras muestras de café de Java arribaron a Amsterdam en 1706 y varios ejemplares de la planta en 1710, y fueron cuidados en el Jardín Botánico de Amsterdam, uno de los pocos en Europa que contaba con un invernadero.
En 1715 la Compañía Francesa de las Indias, establecida en París, envió con el Capitán Dufougeret-Grenier de Saint Malo unos cafetos de Moka a la Isla de Borbón (hoy Isla Reunión) en el Océano Índico, en donde su cultivo progresó rápidamente, convirtiendo la isla en uno de los principales proveedores de café a Europa. Otros autores refieren que los habitantes de Borbón, al observar unos cafetos que iban en un buque de Moka a Francia, reconocieron que en su isla tenían unos árboles con hojas y frutos similares. Resultó que el café nativo era algo más largo, más menudo y algo más verde que el de Arabia, y es el que en el comercio recibe el nombre de café Borbón.
En la India, los ingleses empezaron a cultivar café en 1840. En 1878 propagaron dicho cultivo en el África Central británica, después de 1901 en el África Oriental británica, a donde llegaron plantíos de la Isla Reunión. En 1887 los franceses introdujeron la planta en Tonkín, Indochina, y en 1896 los ingleses la llevaron a Queensland, Australia.
La propagación del café en el Nuevo Mundo
En Norteamérica, el consumo del café se introdujo en 1668, se vendió por primera vez en Boston, en 1670, luego en Nueva York, en 1683. En Boston se abrió el primer café en 1689, en Nueva York el “King’s Arms” en 1696, seguido por el histórico “Merchants Coffee House” y otros. En 1700 Samuel Carpenter construyó el “Ye coffee house”, en Filadelfia, y en 1702 se fundó el primer “London” coffee house de esa ciudad. En 1737 se estableció en Nueva York el “Merchant’s Coffee House” (bolsa de comerciantes), que para muchos constituye la cuna de la libertad y el lugar de nacimiento de la Unión Americana. El acontecimiento que se llamó Boston Tea Party, en 1773, arreció el patriotismo y el rechazo a beber té proveniente de Inglaterra; esto significó el ascenso del café como bebida nacional en Estados Unidos. Como resultado, se erigió en Boston el “Exchange Coffee House” en 1808, un edificio de siete pisos, probablemente el más grande y costoso construido entonces para café. En Nueva York, después que se creó “The Merchants Exchange”, se fundó el famoso “Tontine Coffee House”, donde se negociaron transacciones de valores.
Después de la firma del Tratado de Utrecht (1713), el alcalde de Amsterdam envió como obsequio al rey Luis XIV de Francia, en 1714, una planta de café cultivada en el Jardín Botánico, que el rey envió al Jardín de Plantas de París para su cuidado. De los vástagos de esa planta de Java llegó un ejemplar a Martinica, en las Antillas francesas, en 1716, pero no prosperó.
En 1723 el Caballero Gabriel Mathieu de Clieu, Capitán de Infantería en Martinica, fue llamado a Francia, en donde tuvo la feliz idea de llevar consigo un cafeto a su regreso a la isla. Obtuvo un pie de café del Jardín de Plantas de París, pero su cometido casi se malogra cuando el velero entró en aguas calmas después de una tormenta. El viaje se prolongó, hubo que racionar el agua potable entre los pasajeros y de Clieu, para salvar el cafeto, compartió su ración diaria con la planta, que llegó débil pero se salvó y fue el origen de los cafetos que se propagaron en Las Antillas y en casi toda América. La primera cosecha de 1726 fue abundante y de esta se difundió el cultivo a Guadalupe y otras islas adyacentes. Antes que el café llegara a Martinica, el cultivo fue introducido en Haití y Santo Domingo en 1715, y en 1726 recibieron refuerzos de los plantíos de Martinica.
Los holandeses llevaron la planta del café a Surinam en 1718, de donde se propagó a la colonia francesa Cayenne en 1722 y a la colonia portuguesa de Pará, en Brasil, en 1723. En Jamaica, el caballero inglés Nicolás Laws introdujo el café en 1730. A las Filipinas unos misioneros españoles llevaron la planta de Java en 1740. En Cuba lo introdujo José Antonio Gelabert, de Santo Domingo, en 1748. En Guatemala el café se introdujo entre 1750 y 1760. Puerto Rico inició su cultivo en 1755.
En Brasil, el café se adaptó particularmente bien al suelo y al clima y su cultivo se intensificó en Pará y Amazonas a partir de 1752. A Río de Janeiro llegó un cafeto de la colonia portuguesa de Goa en la India en 1760; luego un monje belga, de apellido Molke, llevó unos granos al monasterio de Capuchinas en 1774, y en la década de 1780, el obispo de Río, Joachim Bruno, se convirtió en el patrono de la planta y fomentó su propagación en Río, Minas Gerais, Espíritu Santo y Sao Paulo. De Brasil el grano se propagó a Colombia, Perú, Bolivia y Paraguay. A Costa Rica el café llegó de Panamá en 1791 y hacia 1840 empezó a exportar el grano. A Venezuela la planta vino de Martinica en 1784.
A México el cultivo del café llegó de Las Antillas, en 1790, y de Veracruz se empezó a exportar café en 1802. Juan Antonio Gómez intensificó su cultivo notablemente en el Estado de Veracruz en 1817. El café cultivado en Tuxtla, Chiapas, fue llevado allí en 1847 por Gerónimo Mancinelli, un italiano avecindado en la jurisdicción de San Pablo, San Marcos, Guatemala. El café cultivado en las Islas de Hawai se inició con unos granos procedentes de Río de Janeiro en 1825. En Honduras el cultivo del café se inició en 1835, en El Salvador en 1837 y en Nicaragua en 1848.
Arabia, que hasta el siglo XVIII había abastecido a todo el mundo con café, encontró a partir de mediados de ese siglo un fuerte rival en los holandeses, cuando estos desarrollaron la industria del café a grandes proporciones y entraron al mercado europeo con su producto de Java y Sumatra, hasta que fueron desplazados por la producción brasileña, a mediados del siglo XIX.
A fines del siglo XIX, los grandes centros de producción de café en el mundo los constituían Brasil, Java, Sumatra, Ceilán, la India y Centroamérica, también había algunas áreas de producción distribuidas en Las Antillas, México, Sudamérica, Arabia, el Archipiélago Oriental, así como en África central, oriental y occidental.
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Los orígenes del Café
El hábito del cafetero. Alegoría del oficio de cafetero. Nicolás de Larmessin (1684-1755). Grabado sobre cobre; forma parte de una serie consagrada a los oficios.
El pastorcito con sus alegres cabras. Ilustración de la fantástica leyenda de las cabras agitadas por haber comido hojas y frutos de un determinado arbusto. El pastorcito probó la fruta y difundió las propiedades estimulantes de la planta, que resultó ser el café.
Rótulo de Le Procope, primer café fundado en 1686 en el barrio de Saint-Germain, París, que todavía existe hoy.
Un visir bebiendo café de una taza de porcelana tradicional del Medio Oriente. En la parte inferior se observan una planta y granos del café, así como un instrumento para molerlo. Grabado sobre cobre, obra de Ogier, tomado del libro de Philippe Sylvestre Dufour, 1685.
El Café Florian, en la Plaza de San Marcos, Venecia, fundado en 1720. Óleo de Anton Canaletto (1697-1768).
Plancha tomada del libro Reisebeschreibungen in den Orient, de Leonhard Rauwolf 1582. Es la primera obra conocida y editada en Europa sobre el café.
Vendedor de café en las calles del Medio Oriente. Siglo XVII. Grabado original en cobre de G. Scotin.
Carle Van Loo ilustra la cultura de café en la alta sociedad francesa: Madame de Pompadour vestida de sultana, recibe café servido por su criada. Siglo XVIII.
Grabado en colores de una rama de cafeto, con flor, fruto y hojas, publicado en el libro de John Ellis.
El Café de Foy, ubicado en el Palacio Real, donde Camille Desmoulins lanzó una arenga instigando a tomar la Bastilla, el 14 de julio de 1789, dando con ello inicio a la Revolución Francesa.
El famoso Tontine Coffee House, en el Merchants Exchange de Nueva York, donde se negociaban transacciones de valores.
El Capitán Gabriel Mathieu de Clieu comparte su ración de agua con la planta de café, en la travesía de Francia a Martinica, en 1723. La planta se salvó y sus semillas contribuyeron a propagar el café en el Nuevo Mundo.
Retrato del Capitán Gabriel Mathieu de Clieu.
Cafetal con sombra. Finca Huixoc, Huehuetenango.
Texto de: Regina Wagner
En sus orígenes, la historia del café aparece envuelta en un velo de oscuridad. Lo que se sabe con certeza es que los pueblos y civilizaciones de la Antigüedad no conocieron el café. Sus inicios están ligados a varias leyendas y fábulas, a historias míticas que contribuyeron a difundir su bebida en Arabia.
La propagación de la bebida del café en el mundo oriental se produjo entre los siglos XIII y XVI. Comerciantes venecianos lo llevaron de Constantinopla a Italia en el siglo XVII. Posteriormente, la bebida se conoció en Holanda, Inglaterra, Francia, Alemania y Austria. Los holandeses llevaron la planta a su país.
En cuanto al Nuevo Mundo, el café llegó primero a Norteamérica, en donde se difundió durante la Revolución Norteamericana a raíz del boicot al té. Exploradores holandeses llevaron la planta a Surinam, en América del Sur, y los franceses a sus dominios antillanos, de donde se propagó a Cayenne, Venezuela, Brasil, el Caribe español, México y Centroamérica.
Orígenes y propagación en el mundo oriental
Según se ha podido establecer, el café es oriundo de la provincia de Kaffa, en el suroeste de Etiopía (conocida antes como Abisinia), una región montañosa, que alcanza alturas de hasta 3,500 metros, de clima suave y vegetación tropical exuberante. Allí nació la planta del café (Coffea arabica), en forma silvestre. Sus habitantes usaron el grano desde tiempos inmemoriales.
De Etiopía la planta pasó más tarde a Arabia, en donde se difundió como bebida hace unos 800 años. Aunque hay quienes sostienen que la primera planta se cultivó en Yemen, distrito de Arabia, y que data del año 575, sólo fue hasta los siglos XV y XVI cuando el cultivo se promovió intensamente. Para proteger el nuevo y lucrativo producto y prevenir su cultivo en otros países, en Arabia se prohibió la exportación del grano, a menos que fuera tostado o pasado por agua hirviendo para destruir su potencial germinativo.
El café ha tenido varios usos, primero como alimento, luego como vino, después como medicina y, finalmente, como bebida. Alrededor del año 800, los miembros de la tribu óromo, en Abisinia, preparaban una vianda con la cereza madura. Trituraban el grano seco, lo moldeaban como bola o torta y lo mezclaban con grasa o mantequilla salada. Todavía a principios del siglo XX los galla, una tribu nómada africana, usaban a diario una ración de café del tamaño de una bola de billar para soportar sus largas jornadas.
La bebida surgió primero del fermento que despiden la cáscara y la pulpa de la cereza madura, con el cual se elaboró una especie de vino aromático. Luego, mediante cocción de los granos secos en agua, se usó como medicina. Hacia el año 1200 se inició la práctica de hacer una bebida de la cáscara con agua hirviendo. Más adelante, se tostó la cáscara y, alrededor de 1300, nació la costumbre de descascarar, tostar y triturar los granos en mortero, echar el polvo en agua hirviendo y beber la mezcla resultante.
La primera mención reconocida del café data del siglo IX y proviene de un famoso médico árabe, Rhazes, quien lo denominó “bunca” o “bunchum”. Alrededor del año 1000, otro médico y filósofo musulmán, Avicena, explicó por primera vez las propiedades del grano del café, al que también llamó “bunchum”. Las siguientes son una serie de leyendas sobre cómo se descubrió el uso del café y cómo la bebida se extendió rápidamente en el mundo árabe.
Hacia 1258, el jeque Omar, un médico sacerdote y discípulo del jeque Schadheli, santo patrón y fundador legendario de Moka, por entonces famoso puerto de Arabia en el Mar Rojo, fue condenado al exilio, teniendo que refugiarse en las montañas aledañas. Antes de morir de hambre, decidió comer ciertas cerezas que encontró en unos arbustos silvestres. Se dio cuenta, entonces, que las frutas tenían propiedades estimulantes o mágicas. Más adelante, para aplacar la sed, tostó el grano y lo echó en agua hervida, descubriendo, accidentalmente, su agradable sabor y sus propiedades nutritivas. Prescribió la bebida a sus pacientes y cuando éstos contaron los beneficios obtenidos, el jeque Omar fue invitado a retornar a Moka, donde se erigió un monasterio en su honor y fue elevado a santo.
Narra otra de las leyendas que un pastor árabe que vivía en la alta Abisinia –otros dicen que se trataba de derviche o religioso mahometano en un valle de Arabia–, salía, cada día, a pastar a sus cabras. Una noche al regresar notó que las cabras estaban muy agitadas. Al observarlas al día siguiente en el campo, vio que masticaban las hojas y los frutos de un arbusto. El pastor o derviche decidió probar la fruta. Al hacerlo, experimentó una alegría sobrenatural y una inusitada locuacidad, que luego comentó a otros pastores o derviches.
Cuando el superior de un monasterio árabe se enteró de los efectos peculiares y excitantes del café en las cabras, hizo preparar una cocción de los granos y ordenó a sus monjes que probaran las virtudes de la bebida, pues solían dormirse durante los oficios nocturnos. El éxito fue rotundo, los monjes no volvieron a tener dificultad en mantenerse despiertos. La bebida se propagó entre los laicos y hacia 1300 el café llegó a ser una bebida popular preparada con granos tostados y machacados, cuyo polvo se vertía en agua hirviendo y se bebía con todo y el grano molido.
Otra de las historias es la que trae un manuscrito árabe, que se encuentra en la Biblioteca Nacional de París. Esta cuenta que el jeque Gemaledin, un muftí o jurisconsulto musulmán de Adén, fue a Abisinia, donde conoció el café, y que al volver a Adén, hacia 1454, trajo consigo granos tostados, introduciendo su uso en Arabia. La práctica se popularizó entre sus paisanos. Primero entre los abogados y profesionales, luego entre los estudiantes, los artesanos y otros gremios que trabajaban de noche y, finalmente, entre los viajeros que debían madrugar. En Adén se declaró que “este licor purificaba la sangre, por una suave agitación, disipaba el malestar de estómago y despertaba los espíritus”. Como resultado, la costumbre de beberlo se difundió entre sus habitantes, que, desde entonces, son asiduos consumidores de café.
En Arabia el hábito de beber café se propagó rápidamente. Los peregrinos mahometanos lo llevaron en sus sacos a La Meca, a Medina y a otras ciudades. A finales del siglo XV, el café se difundió en Persia. Allí se distribuía en los lugares públicos donde la gente jugaba ajedrez y los poetas recitaban sus versos. En 1510 pasó a El Cairo. En 1517, después de conquistar a Egipto, el sultán Selim I, el Feroz, introdujo la bebida en Constantinopla. De Egipto pasó a Damasco en 1530 y de allí a Alepo en 1532, de donde se difundió por toda Siria.
En dichas ciudades se establecieron cafés públicos que ofrecían “un salón de descanso para los ociosos y un relajamiento para los hombres de negocios, en donde los políticos detallaban las novedades de Estado, los poetas recitaban sus versos y los mollahs rendían sus discursos a los que frecuentaban tales salones”. La adicción al café fue tan grande, particularmente en Siria, que las autoridades oficiales hicieron un esfuerzo por refrenar, si no suprimir enteramente, su creciente consumo entre los habitantes. Argumentaban que “sus propiedades intoxicaban”, pero en realidad sólo se trataba de un pretexto. La razón era que su uso llevaba a reuniones sociales y festivas, incompatibles con las estrictas enseñanzas del Corán.
Los árabes llamaban al café “kahwah”, que en su antigua lengua significaba “vino”, lo cual produjo una confusión del concepto. En 1511, dos doctores oriundos de Persia lograron convencer al emir de La Meca, Kair Bey, de que el café era una bebida embriagante, que daba lugar a diversiones prohibidas por la ley de Mahoma. El emir, luego de consultar con varios abogados, médicos y ciudadanos notables, logró intimidar a la mayoría y prohibir su venta mediante un edicto. Al solicitar un rescripto de la medida a su superior, el sultán del Cairo, éste declaró que los doctores y médicos locales eran más versados que los de La Meca y que el café era una bebida inofensiva, ordenando a Kair Bey revocar su prohibición.
En 1523, en vista de que la popularidad de los cafés afectaba la asistencia a las mezquitas, un fanático supremo sacerdote del Cairo, Abdalla Ibrahim, lanzó desde el púlpito una virulenta campaña contra “esos lugares peligrosos” en donde se bebía café. La turba enardecida salió de la gran mezquita a atacar los cafés, muchos de los cuales fueron destruidos. La ciudad se dividió en dos bandos: uno a favor y otro en contra del café. Para ponerle fin a esta situación, el gobernador de la ciudad, el jeque Belek, invitó a los médicos y doctores en leyes a una conferencia. Después de escuchar con paciencia la discusión, sirvió café a todos los presentes y él también bebió. En seguida, sin decir una sola palabra, se levantó. Desde entonces nunca más se oyó en El Cairo una prédica contra el café.
En 1554, Schems de Damasco y Heken de Alepo abrieron el primer café de Constantinopla, donde se convirtió en la bebida favorita de todas las clases sociales, a cualquier hora del día o de la noche. Se cuenta que, en esta ciudad y por esta época, si un marido rehusaba dar una determinada cantidad diaria de café a su mujer, el hecho era admitido como causal válida de divorcio.
En la capital turca el café también se convirtió en objeto de persecución, sobre todo por parte de los derviches o religiosos musulmanes, quienes creían haber descubierto “que el café cuando se tostaba se convertía en una especie de carbón, y que el carbón era una de las substancias que, según había declarado el profeta Mahoma, Alá no había destinado para comida humana”. Como el muftí estaba de su lado, el sultán Amurat III ordenó cerrar de inmediato todos los cafés por razones religiosas. Sin embargo, el café ya se había entronizado en el corazón de los turcos y se continuó bebiendo tras puertas cerradas, en la intimidad de los hogares. Ante este hecho, el edicto no se pudo mantener por mucho tiempo.
Introducción del café en Europa
A finales del siglo XVI, varios médicos y botánicos europeos viajaron al Cercano Oriente y trajeron de vuelta a Europa información sobre el café, su cultivo y las cualidades de la bebida que de éste se obtenía. El primer europeo en mencionar el café fue un alemán de Augsburgo, Leonhard Rauwolf, quien viajó a la parte oriental del Mediterráneo alrededor de 1570 y probó el café en Alepo, ciudad del norte de Siria. En su libro Viaje al Oriente, publicado en Francfort en 1582, menciona la bebida del café como “chaube” y el grano como “buncho” y “bunca”.
La siguiente descripción botánica es del profesional de esta ciencia y médico, el italiano Próspero Albino, de Padua, quien en 1580 viajó a Egipto y trajo consigo noticias sobre el café. En su obra Las plantas de Egipto, escrita en latín y publicada en Venecia en 1592, aparece descrita, por primera vez, la planta llamada “bon”, la semilla “buna” y la bebida “caova”, y describe los efectos del café como fármaco o medicina.
Una noticia más sobre el uso que hacían los turcos de “un agua negra, la infusión de un grano llamado cavee”, fue la que expuso el magistrado de Constantinopla, Gianfrancesco Morosini, al Senado de Venecia, en 1585. Dos años después, el jeque Abd-al-Kadir escribió la primera historia auténtica sobre el origen del café, cuyo manuscrito en árabe se encuentra en la Biblioteca Nacional de París.
En 1598 apareció en Linschoten’s Travels una obra traducida del holandés y publicada en Londres, con una nota de Paludanus, quien hace la primera referencia sobre el café en inglés como “chaoua”. Otros ingleses, como Sir Antony Sherley, que viajó de Venecia a Alepo en 1599, y el poeta Sir George Sandys, que visitó Turquía, Egipto y Palestina en 1610, se refieren a la bebida del café. Sandys anota que los turcos “sorben una bebida llamada coffa (de la cereza de la cual se hace) en pequeñas fuentes de porcelana tan caliente como pueden soportarlo”.
A finales del siglo XVI, las noticias sobre el café causaron una fuerte discusión entre el clero italiano porque la bebida provenía de tierras mahometanas y fue denunciada como invención de Satanás. Cuando la disputa llegó ante el Papa Clemente VIII (1592-1605), él pontífice sabiamente decidió probar la bebida, antes de tomar una decisión. Dice la leyenda que, después de probarla, exclamó: “¿Por qué? ¡Esta bebida de Satanás es tan deliciosa que sería una pena dejar a los infieles el uso exclusivo de ella! Deberíamos engañar a Satanás, bautizándola y haciendo de ella una verdadera bebida cristiana”. Así lo hizo, y puso el sello de la Iglesia en señal de aprobación a la creciente popularidad de la inofensiva y vigorizante cocción.
Esto permite suponer que el café llegó a Italia antes que Pietro della Valle lo llevara a Venecia en su viaje de regreso de Constantinopla en 1615, aunque como le indica a su amigo Mario Schipano en una carta, “es una cosa desconocida en su país natal”. En 1625 se dio a conocer la nueva bebida en Roma. Ese mismo año se endulzó con azúcar por primera vez en El Cairo.
Indudablemente, la costumbre de beber café en Italia se difundió después de establecerse el primer café en Venecia en 1645. En 1683 se abrió una tienda de café en esa ciudad y en 1720 Floriano Francesconi estableció el famoso “Caffé Florian” en la Plaza de San Marcos, que aún existe. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, los cafés italianos se adaptaron al café oriental, conocido como “caffé”, con doble ‘f’ (se supone que de la palabra “coffea”), dando así origen al verdadero salón de café, como se le conoce en Occidente, aunque también deben reconocerse la influencia y los méritos que en ello tuvieron los franceses y austriacos.
En 1621 Robert Burton en su Anatomía de la melancolía dice que “los turcos tienen una bebida llamada coffee, llamada así por una cereza, es negro como el hollín y amargo, que beben caliente, porque por experiencia encuentran que ese tipo de bebida, usada así, ayuda a la digestión y promueve la vivacidad”. En 1623 Francis Bacon menciona el “caphe” de los turcos en su Historia Vitae et Mortis; y en su Sylva Sylvarum (1627) escribe: “En Turquía tienen una bebida llamada coffa, hecha de una cereza del mismo nombre, tan negra como el hollín, y de una esencia fuerte… su bebida conforta el cerebro y el corazón y ayuda a la digestión”.
Nathaniel Canopius, un estudiante natural de la isla de Creta, introdujo por primera vez en Inglaterra el café en el Balliol College de Oxford, en 1637. En esa misma ciudad, un individuo de origen judío, llamado Jacobs, abrió el primer café en 1650. Dos años después, un comerciante llamado Edward llevó a Inglaterra, a su regreso de Oriente, a un griego llamado Pasqua Rosee que sabía preparar el café. Cuando Pasqua se separó de su amo, estableció el primer café de Londres, en St. Michael’s Alley, Cornhill, frente a la iglesia, y lanzó el primer anuncio de café en inglés en forma de prospecto, el cual proclamaba “The Virtue of the Coffee Drink” (La virtud de la bebida del café). En 1657 apareció el primer anuncio de café en el periódico londinense The Public Adviser. Otro famoso café en Londres fue el “Lloyd’s Coffee House”, donde se inició la conocida casa de seguros Lloyds.
Entre la Restauración de la monarquía en 1660 y 1675, el rey Carlos II de Inglaterra decretó el cierre de todos los cafés de Londres, a los que tildó como lugares de sedición. Pero, once días después tuvo que revocar la medida a petición de los mercaderes. En Londres, donde sólo hombres entraban a los cafés, hubo mujeres que se opusieron y presentaron una “petición contra el café”, con el argumento de que hacía a los hombres tan estériles “como los desiertos de donde provenía la infeliz cereza”.
En Francia, Jean de la Roque introdujo en 1644 los primeros granos de café a Marsella, “pero no sólo el café, sino también el aparato apropiado para prepararlo”. En 1657 Jean de Thévenot introdujo una pequeña cantidad de café a Francia para uso privado y enseñó a los franceses cómo prepararlo. En 1660 arribaron a Marsella varios fardos de café procedente de Alejandría, con fines comerciales y en 1671, cerca a la casa del Cambio, se abrió el primer café en esta ciudad portuaria, “donde los mercaderes se reunían para fumar, hablar de negocios y divertirse con juegos”.
Sin embargo, quien dio a conocer y popularizó el café en París fue Soliman Aga, embajador turco ante la Corte de Luis XIV. Hacia 1669, Aga, un anfitrión espléndido, hacía, según las costumbres de su país, que sus esclavos negros sirvieran a las visitas el más selecto café de Moka, al estilo turco, en pequeñas tazas de porcelana fina (“zarfs”), caliente, fuerte y fragante, vertido de fuentes de oro y plata, colocadas sobre servilletas bordadas y con flequillos de oro que halagaban a las damas. Los parisinos se entusiasmaron, la aristocracia adoptó la nueva bebida y el café se puso de moda.
El primer café de París lo abrió un armenio, de nombre Pascal, en 1672, en la feria de Saint-Germain. El éxito lo llevó a abrir un café en el Quai de l’Ecole. Sin embargo, el verdadero primer café parisino con lámparas de cristal, mesas de mármol y espejos, fue fundado por Francesco Procoppio dei Coltelli, siciliano y antiguo ayudante de Pascal, en 1686. El café “Le Procope”, ubicado en el barrio de Saint-Germain (actualmente en la rue de l’Ancienne Comédie), fue el primer café literario, inmortalizado por Boileau, Lafontaine, Molière, y más adelante por Voltaire, Rousseau y los Enciclopedistas. Bajo Luis XV, el famoso “Café de la Régence” se convirtió en el centro de reunión de los jugadores de ajedrez, a donde acudía mucha gente para ver jugar a Rousseau. En el Palacio Real, surgió el “Café de Foy”, donde el 14 de julio de 1789, Camille Desmoulins instó al pueblo a tomarse la Bastilla, en un arenga que desató la Revolución Francesa.
En París, el número de cafés creció rápidamente. Se calcula que en 1789 había unos 745 que, eventualmente, se convirtieron en rivales peligrosos de los cabarets y, más adelante, fueron la cuna de los clubes modernos. A diferencia de los cafés londinenses, que eran una institución masculina, los cafés parisinos admitían damas, transformándose en salones mucho más estéticos y artísticos.
Durante el siglo XVII aumentó el interés por el café en Europa y se publicaron varias obras, entre ellas Descripción de un viaje a Persia (1647), en alemán, de Adam Olearius, con un relato sobre los hábitos y costumbres del café en Persia. Alrededor de 1650, Varnar, el ministro residente holandés en la capital turca, publicó un tratado sobre el café; en Roma, el profesor de lenguas orientales Faustus Nairon escribió con autoridad el primer tratado dedicado sólo al café, en latín, que fue editado en 1671. Philippe Sylvestre Dufour publicó en Lyon Sobre el uso del café, el té y el chocolate (1671) y Sobre la manera de hacer café, té y chocolate (1684); el orientalista francés Antoine Galland tradujo el manuscrito árabe más antiguo sobre el café y lo publicó con el título Acerca del primer uso del café y el progreso que hizo después (1699). Cabe agregar que en Dijón, Francia, se hizo en 1670 el primer intento de sembrar café en Europa, que constituyó un rotundo fracaso.
Parece que en Alemania la costumbre de beber café provino de Francia o de Holanda, hacia 1670. En 1675 ya se le conocía en la Corte del Gran Elector de Brandenburgo. El primer café de Alemania fue fundado por un comerciante holandés, en Hamburgo, en 1677; posteriormente se abrieron otros cafés en Regensburgo, en 1686; en Leipzig, en 1694; en Munich, en 1704; en Stuttgart, en 1712; en Augsburgo, en 1713, y en Berlín, en 1721. En 1707 Theophilo Georgi publicó el primer periódico de café en Leipzig, El nuevo y curioso Kaffeehaus, como una especie de órgano del primer Kaffee-Klatsch (tertulia de café).
Cuando la pasión por el café era todavía una moda relativamente reciente en Europa, Johann Sebastian Bach compuso en Leipzig, en 1732, su famosa Kaffee Kantate, para dar a conocer la bebida y entretener a los asiduos clientes del Café Zimmermann de la ciudad. El rey Federico el Grande, de Prusia (1740-1787), por el contrario, consideraba que la importación de café ocasionaba salida de divisas del país y comentaba que sus “súbditos debían beber cerveza”, tal como había sido criado él, sus ancestros y sus oficiales. Sin embargo, después descubrió que era una buena fuente de ingresos y en 1781 estableció tostadurías estatales y el comercio del café se convirtió en monopolio del gobierno.
En Austria, un noble de origen polaco llamado Franz Georg Kolschitzky, de 23 años, y que había estado años atrás en Estambul, abrió el primer café en 1683. Ese año los turcos habían sitiado Viena por segunda vez; gracias a la intermediación de Kolschitzky, que hablaba turco, se logró que estos abandonaran el sitio y los campamentos militares, dejando atrás 500 sacos de café. En recompensa, Kolschitzky recibió la nacionalidad austríaca, los 500 sacos del precioso grano y el privilegio de abrir el primer café en Viena, “Zur blauen Flasche”, en donde preparó la bebida, tal y como lo había aprendido en Estambul. Ahí inventó el café vienés, que consiste en filtrarlo y agregarle una cucharada de miel y una de crema. En la Monarquía del Danubio se desarrollaron los cafés al estilo del café “Le Procope”, que jugaron un papel importante en la vida de la burguesía.
En Europa, los verdaderos pioneros del comercio y cultivo del café fueron los holandeses. El primero en llevar café de Moka a Holanda fue Pieter Van dan Broecke, en 1616. El primero en ofrecer café de Moka en venta en 1640, en Amsterdam, fue el comerciante Wurffbain, quien comenzó a importarlo regularmente, a partir de 1663. Los primeros cultivos de café en colonias fuera de África y Arabia fueron iniciados por los holandeses en Ceilán, en 1658. En 1660 Nieuhoff, embajador holandés ante la corte de China, fue el primero en probar café con leche, imitando el té con leche.
En Java, Indonesia, específicamente en Batavia (hoy Yakarta), el Gobernador de las Indias Orientales holandesas, Willem van Outshoorn, introdujo en 1696 la variedad Coffea arábica de Malabar, India, pero la plantación fue destruida tras un terremoto e inundación. En 1699 Henricus Zwaardecroon hizo un segundo intento con vástagos de Malabar, y estos plantíos fueron los progenitores de todos los cafetos de las posesiones holandesas en Asia: Sumatra, Célebes, Timor y Bali. Las primeras muestras de café de Java arribaron a Amsterdam en 1706 y varios ejemplares de la planta en 1710, y fueron cuidados en el Jardín Botánico de Amsterdam, uno de los pocos en Europa que contaba con un invernadero.
En 1715 la Compañía Francesa de las Indias, establecida en París, envió con el Capitán Dufougeret-Grenier de Saint Malo unos cafetos de Moka a la Isla de Borbón (hoy Isla Reunión) en el Océano Índico, en donde su cultivo progresó rápidamente, convirtiendo la isla en uno de los principales proveedores de café a Europa. Otros autores refieren que los habitantes de Borbón, al observar unos cafetos que iban en un buque de Moka a Francia, reconocieron que en su isla tenían unos árboles con hojas y frutos similares. Resultó que el café nativo era algo más largo, más menudo y algo más verde que el de Arabia, y es el que en el comercio recibe el nombre de café Borbón.
En la India, los ingleses empezaron a cultivar café en 1840. En 1878 propagaron dicho cultivo en el África Central británica, después de 1901 en el África Oriental británica, a donde llegaron plantíos de la Isla Reunión. En 1887 los franceses introdujeron la planta en Tonkín, Indochina, y en 1896 los ingleses la llevaron a Queensland, Australia.
La propagación del café en el Nuevo Mundo
En Norteamérica, el consumo del café se introdujo en 1668, se vendió por primera vez en Boston, en 1670, luego en Nueva York, en 1683. En Boston se abrió el primer café en 1689, en Nueva York el “King’s Arms” en 1696, seguido por el histórico “Merchants Coffee House” y otros. En 1700 Samuel Carpenter construyó el “Ye coffee house”, en Filadelfia, y en 1702 se fundó el primer “London” coffee house de esa ciudad. En 1737 se estableció en Nueva York el “Merchant’s Coffee House” (bolsa de comerciantes), que para muchos constituye la cuna de la libertad y el lugar de nacimiento de la Unión Americana. El acontecimiento que se llamó Boston Tea Party, en 1773, arreció el patriotismo y el rechazo a beber té proveniente de Inglaterra; esto significó el ascenso del café como bebida nacional en Estados Unidos. Como resultado, se erigió en Boston el “Exchange Coffee House” en 1808, un edificio de siete pisos, probablemente el más grande y costoso construido entonces para café. En Nueva York, después que se creó “The Merchants Exchange”, se fundó el famoso “Tontine Coffee House”, donde se negociaron transacciones de valores.
Después de la firma del Tratado de Utrecht (1713), el alcalde de Amsterdam envió como obsequio al rey Luis XIV de Francia, en 1714, una planta de café cultivada en el Jardín Botánico, que el rey envió al Jardín de Plantas de París para su cuidado. De los vástagos de esa planta de Java llegó un ejemplar a Martinica, en las Antillas francesas, en 1716, pero no prosperó.
En 1723 el Caballero Gabriel Mathieu de Clieu, Capitán de Infantería en Martinica, fue llamado a Francia, en donde tuvo la feliz idea de llevar consigo un cafeto a su regreso a la isla. Obtuvo un pie de café del Jardín de Plantas de París, pero su cometido casi se malogra cuando el velero entró en aguas calmas después de una tormenta. El viaje se prolongó, hubo que racionar el agua potable entre los pasajeros y de Clieu, para salvar el cafeto, compartió su ración diaria con la planta, que llegó débil pero se salvó y fue el origen de los cafetos que se propagaron en Las Antillas y en casi toda América. La primera cosecha de 1726 fue abundante y de esta se difundió el cultivo a Guadalupe y otras islas adyacentes. Antes que el café llegara a Martinica, el cultivo fue introducido en Haití y Santo Domingo en 1715, y en 1726 recibieron refuerzos de los plantíos de Martinica.
Los holandeses llevaron la planta del café a Surinam en 1718, de donde se propagó a la colonia francesa Cayenne en 1722 y a la colonia portuguesa de Pará, en Brasil, en 1723. En Jamaica, el caballero inglés Nicolás Laws introdujo el café en 1730. A las Filipinas unos misioneros españoles llevaron la planta de Java en 1740. En Cuba lo introdujo José Antonio Gelabert, de Santo Domingo, en 1748. En Guatemala el café se introdujo entre 1750 y 1760. Puerto Rico inició su cultivo en 1755.
En Brasil, el café se adaptó particularmente bien al suelo y al clima y su cultivo se intensificó en Pará y Amazonas a partir de 1752. A Río de Janeiro llegó un cafeto de la colonia portuguesa de Goa en la India en 1760; luego un monje belga, de apellido Molke, llevó unos granos al monasterio de Capuchinas en 1774, y en la década de 1780, el obispo de Río, Joachim Bruno, se convirtió en el patrono de la planta y fomentó su propagación en Río, Minas Gerais, Espíritu Santo y Sao Paulo. De Brasil el grano se propagó a Colombia, Perú, Bolivia y Paraguay. A Costa Rica el café llegó de Panamá en 1791 y hacia 1840 empezó a exportar el grano. A Venezuela la planta vino de Martinica en 1784.
A México el cultivo del café llegó de Las Antillas, en 1790, y de Veracruz se empezó a exportar café en 1802. Juan Antonio Gómez intensificó su cultivo notablemente en el Estado de Veracruz en 1817. El café cultivado en Tuxtla, Chiapas, fue llevado allí en 1847 por Gerónimo Mancinelli, un italiano avecindado en la jurisdicción de San Pablo, San Marcos, Guatemala. El café cultivado en las Islas de Hawai se inició con unos granos procedentes de Río de Janeiro en 1825. En Honduras el cultivo del café se inició en 1835, en El Salvador en 1837 y en Nicaragua en 1848.
Arabia, que hasta el siglo XVIII había abastecido a todo el mundo con café, encontró a partir de mediados de ese siglo un fuerte rival en los holandeses, cuando estos desarrollaron la industria del café a grandes proporciones y entraron al mercado europeo con su producto de Java y Sumatra, hasta que fueron desplazados por la producción brasileña, a mediados del siglo XIX.
A fines del siglo XIX, los grandes centros de producción de café en el mundo los constituían Brasil, Java, Sumatra, Ceilán, la India y Centroamérica, también había algunas áreas de producción distribuidas en Las Antillas, México, Sudamérica, Arabia, el Archipiélago Oriental, así como en África central, oriental y occidental.