- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Servicios públicos en la segunda mitad del siglo
Hasta mediados de los cincuenta el alumbrado público de Bogotá era muy deficiente. Con el alcalde Jorge Gaitán Cortés (1961) se traza un plan maestro de alumbrado público. Hoy Bogotá cuenta con un alumbrado público óptimo.
Con el alcalde Jorge Gaitán Cortés (1961) se traza un plan maestro de alumbrado público y se planean nuevos sistemas de provisión de energía, como el embalse de Tominé, inaugurado en 1967, que cubrió la antigua población indígena de Guatavita.
Desde la instalación de El Charquito, 1901, proveer de energía y luz a Bogotá ha requerido la implementación constante de nuevos equipos e hidroeléctricas. En 1928 entra en servicio la sexta unidad hidráulica de El Charquito; en 1935 se activaron tres plantas térmicas de 8 100 kilovatios; en 1941 se inició la construcción de la unidad Salto I; en 1943 se concluyó la represa de El Muña; en 1961 entró a funcionar la planta Laguneta.
En 1963 comenzó a generar la termoeléctrica de Zipaquirá, Termozipa, y la planta Salto II; en 1965 se inicia la construcción de la planta de El Colegio, Darío Valencia Samper (presente en la foto); en 1967 se inaugura el embalse de Tominé, con capacidad de 690 millones de metros cúbicos. A finales de los setenta, y antes de iniciarse El Guavio, la empresa tenía en Bogotá 481 000 suscriptores, atendía Villavicencio y 52 municipios de Cundinamarca. El alumbrado público de la capital estaba cubierto por 116 000 farolas distribuidas en los 854 barrios del Distrito Especial. Foto de la derecha, proceso de montaje de generadores.
Camión de gas domiciliario.
Antigua estufa de carbón.
El cocinol; en los setenta y ochenta era un producto peligroso, difícil de conseguir y un agudo punto de fricción social. Su distribución se utilizó con fines de manipulación política, obligando a familias de pocos recursos a pagar sobreprecios y a perder buena parte de su tiempo laboral para obtener el llamado “combustible de los pobres”.
No habría sido posible en Bogotá hacerse a uno de estos bellos refrigeradores que se anuncian para 1940 en la revista Pan, si la ciudad no tuviese un servicio de energía domiciliaria que permitiera el correcto funcionamiento de los aparatos electrodomésticos. Para 1940 la capital gozaba de la fuerza de luz suficiente para que los importadores pudieran ofrecer al público refrigeradores y demás enseres para el hogar. La fuerza eléctrica alcanzaba también para mover el tranvía y permitir la operación de las 30 salas de cine, las emisoras de radio y demás actividades que requerían electricidad. Pero si en 1940 se hubiese intentado, por ejemplo, implantar la televisión, la capacidad disponible de energía no habría alcanzado para reflejar la imagen en las pantallas.
Codensa es la empresa que opera el servicio de energía en la capital, luego de la reestructuración financiera efectuada en 1997 por la Empresa de Energía de Bogotá. En Navidad, Codensa ilumina sus instalaciones con miles de bombillos que forman la bandera nacional.
Modo de instalar la conexión pirata. Una vez que el tubo está perforado, se coloca un anillo metálico con válvula para efectuar la toma clandestina.
En el barrio Perdomo Sur, surtidor público que abastece de agua, por medio de una tubería plástica, a las familias del barrio. En la actualidad el servicio de acueducto a todos los barrios ha erradicado el consumo clandestino.
Trabajadores de la EAAB en la campaña Vamos a arreglar a Bogotá, en 1986, administración de Julio César Sánchez.
Motobombas de la CAR ayudan a desaguar las zonas inundadas en diciembre de 1979 en Patio Bonito.
Uno de los problemas que contempla el servicio de agua en Bogotá es la tendencia a la deforestación de los cerros, las zonas acuíferas y las rondas de los ríos, por prácticas depredadoras como la quema, los incendios forestales o la tala indiscriminada. Además de las campañas educativas, la Corporación Autónoma Regional, CAR, estableció en 1987 viveros de reforestación que permitan la recuperación de las zonas deterioradas o erosionadas.
El embalse de San Rafael, en jurisdicción del municipio de La Calera, sobre los cerros nororientales de Bogotá, fue construido por la Empresa de Acueducto de Bogotá con la mira de asegurar el suministro de agua al Distrito Capital y a los municipios integrados a la red matriz, gracias a un embalse que permite al sistema almacenar agua y garantizar su provisión ante posibles emergencias que se pudieran presentar en el funcionamiento del sistema de Chingaza. El embalse de San Rafael almacena un volumen útil de 70 millones de metros cúbicos en un área inundada de 371 hectáreas. Consta de una presa de tierra de 59,5 metros de altura, un dique auxiliar, un túnel de desviación, un rebosadero que produce una descarga de 117 metros cúbicos por segundo, y una estación de bombeo en cuyo pozo circular se alojan cinco bombas centrífugas.
Parque ecológico y humedal Santa María del Lago, en la calle 80 con Avenida Boyacá. Uno de los frentes que ha recibido más atención, dentro de la política de conservación ecológica de la EAAB, ha sido el de los humedales de la ciudad.
Lago del parque metropolitano Timiza, uno de los más grandes de Bogotá, situado entre las localidades de Kennedy y Bosa.
El devastador incendio de las Galerías en 1900 acabó también con las instalaciones de la Compañía Colombiana de Teléfonos, que había prestado el servicio en Bogotá desde 1884, y cuya planta fue destruida por las llamas. En 1901 una compañía estadounidense adquirió del municipio y de la antigua empresa los derechos para prestar el servicio en la capital y se fundó The Bogota Telephone Company, que no pudo iniciar actividades hasta 1906.
Primera central de comunicación manual, puesta al servicio en 1906.
Edificio de la Bogota Telephone en 1928, en el mismo lugar, carrera 7.ª con calle 21, que hoy ocupan las instalaciones de la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá.
En 1992 la antigua Empresa de Teléfonos de Bogotá adecuó su nombre al avance de las comunicaciones y se denominó Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, que hoy cuenta con más de dos millones y medio de suscriptores. Las viejas consolas de mesa, que fueron posteriormente sustituidas.
En 1992 la antigua Empresa de Teléfonos de Bogotá adecuó su nombre al avance de las comunicaciones y se denominó Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, que hoy cuenta con más de dos millones y medio de suscriptores. Modernas pantallas para el servicio de información.
Los cambios tecnológicos que avanzan a un ritmo impredecible, y las frecuentes ofertas de nuevos servicios obligan tanto a las empresas como a los usuarios a una actualización casi diaria en las tecnologías de comunicación. En 2002 y 2003 la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, ETB, tuvo en los hogares los mayores participantes en el ingreso, pero en los dos años siguientes las empresas fueron la principal fuente de ventas. Actualmente la ETB vende servicios de voz, local y nacional; telefonía móvil, acceso a Internet (por banda ancha) y sistemas de información empresarial. En la foto, Portal Interactivo de la ETB en Maloka, dentro del convenio para impartir capacitación en Internet a los niños de los colegios.
Empleados de la Empresa Distrital de Aseo, EDIS, ponen en marcha en 1987 el programa “escobitas”, que resultó muy eficaz no sólo en la limpieza de la capital sino también en la creación de una conciencia ciudadana acerca de la importancia del aseo público.
El alcalde Antanas Mockus visita el relleno sanitario Doña Juana, en 1996.
Vehículo de tracción animal, llamado “zorra”.
Reciclador de basura.
Como en el Londres de las novelas de Dickens, en Bogotá las basuras son la materia prima con que se gana la vida una parte de la población. Además de contribuir a la limpieza e higiene de la ciudad, los recicladores transforman los deshechos y aportan al proceso de producción. En el Centro de Reciclaje de La Alquería, prueba piloto de parques de reciclaje, los recicladores reciben capacitación adecuada para su función y son organizados formalmente por la UAESP.
En atención a las quejas y a las preocupaciones expresadas por los habitantes de la localidad de Usme, Cuenca del río Tunjuelito, que se consideran afectados por el relleno sanitario Doña Juana debido a la emisión de gases tóxicos, que además contaminan el río Tunjuelito y las quebradas de Puente Tierra, El Botello, Hierbabuena y Puente Blanco, las autoridades del Distrito han procedido a extender un plástico especial de color verde (foto) a manera de cubrimiento parcial, con el fin de evitar la emanación de olores y vectores ocasionada por los lixiviados. Luego del derrumbe ocurrido hace algunos años, el relleno de Doña Juana ha sido objeto de un estudio de suelos y de un montaje antisísmico.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
ENERGÍA PARA UNA CIUDAD EN MOVIMIENTO
El esfuerzo por desarrollar un sistema moderno de servicios públicos reñía con las dinámicas demográficas que se presentaban en Bogotá de 1951 a 19851. Tal es el caso del servicio de energía eléctrica, que entre 1957 y 1976 logró mantener un apreciable ritmo de crecimiento de su capacidad de generación de energía, llegando a 9 por ciento anual. Sin embargo, al comparar esta cifra con la tasa de crecimiento poblacional, que entre 1951 y 1963 fue de 6,7 por ciento anual, se observa que apenas logró sobrepasar el incremento poblacional y que, por tanto, la superación del déficit histórico en este servicio fue leve, aunque de gran importancia por los cambios cualitativos que acarreó.
La generación de energía presenta un cambio de escala en la producción, pues se empiezan a superar los límites locales y a adquirir un radio de acción regional2. En particular, porque se independiza del río Bogotá como principal fuente para la generación de energía. Así como la ciudad acrecentó su región económica, también lo hizo en las fuentes energéticas, tanto en la captación de los recursos hídricos como en la construcción de redes de distribución; esta transformación lleva a la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá a convertirse en una empresa muy diferente a la que funcionó en la primera mitad del siglo xx3.
Además, con la creación del Distrito Especial en 1955 se aceleró la transformación de la empresa al convertirse en un ente descentralizado del orden municipal. Ahora, se trata de una empresa a escala regional. A esto se le agregan otros cambios, como la creación de la empresa de Interconexión Eléctrica, S. A., ISA, y con ello el establecimiento del sistema interconectado nacional, que produjo la consolidación de un sistema eléctrico mucho más seguro que el existente hasta entonces.
Este cambio de escala conllevó una transformación de las fuentes de financiación de la empresa, puesto que la expansión de la oferta energética demandó que los nuevos proyectos de inversión, en razón a su tamaño, recurrieran al financiamiento internacional. Con ello, el peso del servicio de la deuda externa ha sido creciente y en cierta medida las decisiones de la empresa han estado relacionadas con las exigencias y condicionamientos que establece la banca internacional4.
Todos estos cambios permitieron un rápido avance en la oferta del servicio de energía, pues rápidamente se pasó de un cubrimiento menor de 50 por ciento en los años cuarenta, a un incremento que llegó a 94 por ciento en 1993. La adición de nuevas plantas generadoras fue definitiva para lograr el sustancial aumento de la oferta, como se observa en el cuadro que aparece en la siguiente página.
El incremento de medio siglo se logró con la planta de Laguneta, cuya primera etapa se inició en 1957. Luego, en 1963, entró en servicio la primera unidad térmica y el nuevo complejo de la hidroeléctrica de Salto II, que utiliza aguas del río Bogotá. Ese año fue de varias inauguraciones, pues se llegó a un incremento de 261 400 kilovatios.
EVOLUCIÓN DE LA CAPACIDAD INSTALADA Y LA DEMANDA DE ELECTRICIDAD (1905-1990)
Año | Capacidad instalada(megavatios) | Tasa decrecimiento % | Demanda (megavatios) | Tasa de crecimiento % |
1907 | 1,73 | 0,0 | 1,2 | 0,0 |
1910 | 1,73 | 0,0 | 1,4 | 5,4 |
1915 | 3,64 | 11,6 | 1,8 | 5,2 |
1920 | 3,64 | 0,0 | 2,6 | 7,6 |
1925 | 8,14 | 11,7 | 4,8 | 13,0 |
1930 | 10,34 | 4,9 | 9,43 | 14,5 |
1935 | 12,54 | 3,9 | 9,72 | 0,6 |
1940 | 12,54 | 0,0 | 13,35 | 6,6 |
1945 | 36,53 | 23,8 | 21,20 | 9,7 |
1950|48,83 | 6,0 | 42,60 | 15,0 | |
1955 | 80,40 | 10,5 | 75,00 | 12,0 |
1960 | 118,40 | 8,0 | 137,9 | 13,0 |
1965 | 261,9 | 17,2 | 244,1 | 13,4 |
1970 | 452,60 | 11,6 | 429,0 | 11,9 |
1975 | 633,70 | 7,0 | 638,0 | 8,3 |
1980 | 699,70 | 2,0 | 917,0 | 7,5 |
1985 | 699,70 | 2,0 | 1 100,0 | 3,7 |
1990 | 1 293,7 | 13,1 | 1 496,0 | 6,3 |
Tasa de crecimiento1905-1990 | 8,29 | 8,96 |
Fuente: Misión siglo xxi. Estudio prospectivo de energía eléctrica, Bogotá, Prouconal, 1995, pág. 16.
La búsqueda de nuevas fuentes para la generación de energía llevó a la empresa en 1960 a realizar la construcción del embalse del río Tominé, que implicó la desaparición del municipio de Guatavita y la construcción de un nuevo poblado, que recibió el nombre de Guatavita la Nueva, inaugurado en 1967, año en que entró en servicio la primera unidad generadora. Estos incrementos permitieron que la empresa sumara una capacidad instalada de 633 700 kilovatios, apenas para atender la demanda por electricidad que estaba creciendo a una tasa de 10 por ciento anual, con una proyección similar para la década siguiente5.
Además, ese año se creó Interconexión Eléctrica, S. A., ISA, una empresa industrial y comercial del Estado, constituida por las empresas generadoras departamentales y la Empresa de Energía de Bogotá. Con ello se construyó una red eléctrica nacional que permite suplir el déficit que se presente en determinados lugares y aprovechar de manera más óptima la capacidad instalada.
Los años ochenta significaron para la empresa una transformación sustancial, en razón a la iniciación de enormes proyectos hidroeléctricos que comprometieron su capacidad financiera, administrativa y operativa. Dos proyectos, Mesitas y El Guavio, se empezaron cuando la empresa no estaba preparada para ejecutarlos, lo cual se evidenció años más tarde. El primero de ellos, Mesitas, se inició en 1977 y se concluyó en 1986, y agregaron 600 000 kilovatios adicionales a la oferta de energía. En 1981, “se inició la construcción del proyecto más controvertido del sector eléctrico, la hidroeléctrica del Guavio, con una capacidad inicial de un millón de kilovatios, que se proyectaba entraría en funcionamiento en 1987, pero que por diferentes problemas de tipo técnico, financiero y administrativo sólo a finales de 1992 comenzó a operar la primera unidad de 200 000 megavatios, completándose el proyecto en julio de 1993”6.
Estas ampliaciones estuvieron acompañadas de transformaciones importantes en el uso de la energía en la ciudad. Por una parte, entre 1975 y 1978 se logró cambiar el voltaje que llegaba a los hogares, pues hasta entonces buena parte de la ciudad usaba líneas de 150 a 220 voltios, lo cual producía constantes accidentes en los aparatos domésticos, en razón a que ya se había impuesto el de 115 voltios. En términos domésticos, los bogotanos ya no necesitaban transformadores para poder usar sus aparatos eléctricos, lo que estimuló su consumo7. Otro cambio importante fue la introducción del alumbrado público con lámparas de mercurio, de mayor eficiencia lumínica, que se impuso en la década de los setenta. Además, se inició la electrificación rural, a través de la Electrificadora de Cundinamarca, S. A.8.
Durante el siglo xx hubo varios momentos en que la demanda del servicio superó la capacidad instalada: entre 1930 y 1940, 1956 y 1962, y 1975 y 1990. En esos momentos las quejas por el servicio eran frecuentes, en especial entre 1956 y 1962, que coincidió con la llegada de la televisión, puesto que los programas familiares iban de 6 de la tarde a 9 de la noche, precisamente cuando aumentaba la demanda y caía el servicio. En 1960, la capacidad instalada de la Empresa de Energía era de 118,4 megavatios, cuando la demanda en la ciudad era de 137,9 megavatios. Esto producía una imagen deficiente en los televisores, aparatos que ofrecían más sombras que imágenes9. El daño de los aparatos era frecuente, en tiempos en el que los usuarios no eran atendidos en sus reclamos.
La expansión del servicio eléctrico en la ciudad fue rápida. Mientras que en 1955 había 95 933 instalaciones de energía en la ciudad, vale decir usuarios, en 1965 había crecido a 206 743 instalaciones y en 1973 pasa de 300 000 usuarios, con lo cual la empresa logra un crecimiento de 3,3 veces en el corto lapso de dos décadas. Estos guarismos crecerán aun más en las décadas siguientes, y con ello se produce una revolución silenciosa en la ciudad, como es el cambio profundo que se vive en la cultura material10.
En efecto, de manera progresiva, desde mediados del siglo xx, la energía eléctrica empieza a sustituir al carbón como fuente de energía para la preparación de los alimentos. Los cambios dentro de la vivienda fueron radicales; la estufa pudo ser integrada en el interior de la casa dado que no se requería de una cocina grande ni de depósitos de carbón. Desaparecieron los deshollinadores, personajes que ofrecían sus servicios por la ciudad con su música característica, que iba anunciando su presencia. Ya no se requerían los esfuerzos domésticos para encender la estufa, mantener el calor, soplar constantemente los fogones con las “chinas”, etc. Hubo cambio de implementos; se suprimen ollas pesadas por unas más livianas y fáciles de asear, como la olla a presión, que además ahorra tiempo en la cocción. El esfuerzo humano en la preparación de los alimentos disminuyó, reduciendo las exigencias del trabajo doméstico. No se necesita ya dedicar mucho tiempo para atender las necesidades alimentarias del hogar. Esto va a incidir en la cantidad de personas de servicio doméstico empleado por las familias, y en la liberación de la mujer en aquellos hogares donde ella era la encargada de los oficios caseros. Además, de manera progresiva en la segunda mitad del siglo xx, se extiende el uso del refrigerador que permite la conservación de alimentos frescos, en especial los producidos por la industria de alimentos, que reducen sustancialmente los tiempos de preparación o que no requieren cocción, como son los derivados lácteos, cereales, panes, etc. Algo similar sucede con el calentador eléctrico de agua, una razón más para convencer a los bogotanos del baño diario y superar la histórica aversión por el aseo corporal.
Pero no todo en esta historia es color de rosa. En los años ochenta la llamada “canasta energética urbana” estaba conformada por la energía eléctrica, el gas propano y el cocinol. Este último, un derivado del petróleo, se convirtió en el combustible más utilizado por las familias pobres y, rápidamente, en un mecanismo corrupto de clientelismo político. Para su obtención se exigía a las familias usuarias inscribirse en la Junta de Acción Comunal del barrio y recibir un carné, y se manejaban cuotas por cada barrio y cada junta. Se calcula que se llegó a expedir carnés para unas 300 000 familias. Los usuarios debían hacer colas desde altas horas de la noche en los lugares de expendio, lo que generaba constantes peleas por los turnos. La volatilidad del combustible, que provocaba frecuentes incendios domésticos, fue causal de la deformación de muchos niños y niñas por quemaduras11. El tema de este nefasto combustible hace parte de la historia macabra de la ciudad. En el año 2000 se inició la supresión de su venta. Cuando se menciona que la cultura material está cambiando en la ciudad, no hay que olvidar que éste no fue un proceso fácil sino, por el contrario, bastante inequitativo.
Otro cambio importante producido por estas transformaciones técnicas es el de la iluminación de la casa. De manera progresiva las luminarias van invadiendo la casa. Si en los primeros años del siglo xx sólo algunas residencias contaban con luz eléctrica, y en muchos casos lo que se tenía era un bombillo con un cable largo que se desplazaba a los espacios de la casa donde se reunía la familia, desde mediados del siglo xx se van a utilizar más y mejores luminarias dentro de la vivienda. Hay que recordar que en los años veinte y treinta parte del paisaje urbano era la reunión de estudiantes para estudiar en los cafés, en razón de que en sus lugares de habitación no se disponía de iluminación o ésta era de mala calidad.
Por último, pero no menos importante, la extensión del servicio eléctrico significó la posibilidad de usar electrodomésticos, como radio, licuadora, y luego televisor y refrigerador, entre los más importantes. Símbolos de estatus social al comienzo, se popularizan y convierten en simples instrumentos facilitadores del bienestar.
Un cambio de enorme importancia en la canasta energética urbana12 es la introducción del servicio de gas domiciliario. A raíz de la crisis petrolera de los años setenta, el Estado impulsó el desarrollo de una política energética de sustitución de la energía costosa. En 1987 se inició el reemplazo del cocinol por gas propano, que ya se ofrecía en Bogotá desde los años sesenta. Al finalizar este año, 25 094 hogares habían sustituido el nefasto cocinol por propano.
En 1991, el Estado inicia un amplio programa para la masificación del gas natural. Gracias a la ley 142 del Régimen de Servicios Públicos Domiciliarios, que ofrece nuevas herramientas institucionales y legales, cambia la prestación de los servicios públicos y se masifica entonces este servicio, que es más eficiente y menos contaminante13.
En 1990, 68,5 por ciento del consumo energético domiciliario provenía de la electricidad, 6,5 por ciento del gas natural y 24,8 por ciento del gas propano. Para el año 2000, 40 por ciento de este consumo era satisfecho por la electricidad, 37 por ciento por el gas natural y 23 por ciento por el propano14. Hoy, en el año 2007, la ciudad cuenta con 1 300 000 conexiones de gas natural, masificación que ha conllevado amplios beneficios en la calidad de vida de los urbanitas bogotanos. Así como los deshollinadores desaparecieron de la ciudad, cada vez son más escasos los camiones distribuidores de gas propano, que, con su característica campana, anuncian la venta de cilindros de gas por los barrios.
El siglo xxi comienza con una ciudad que ha cambiado totalmente su canasta energética, y en ello la Empresa de Energía de Bogotá ha sido un pilar fundamental. Hoy es la empresa más grande del sector eléctrico y atiende el mercado más importante del país. Para llegar a estos logros se requirió una reforma total de la empresa.
En efecto, en la década de los noventa la empresa empezó a mostrar serios riesgos de crisis profunda, en razón de las pérdidas crecientes, las bajas tarifas del consumo residencial, el retraso de la puesta en funcionamiento de la central del Guavio, además de la creciente politización administrativa. Los riesgos de perder la viabilidad financiera eran demasiado altos, y se requería una urgente capitalización de la empresa que permitiera hacer frente a los elevados costos del servicio de la deuda, además de la necesidad de iniciar nuevos proyectos de generación eléctrica y de modernización. En esos momentos, 1990-1995, 100 por ciento de los ingresos que tenía la empresa solamente cubría 80 por ciento de los intereses de la deuda. La amenaza de incumplimiento en sus obligaciones era muy alta y se llegó a tal punto que la capitalización era la mejor salida, para poder prestar el servicio de calidad que la ciudad demandaba. Es entonces cuando se busca la inversión de capitales privados, nacionales y extranjeros.
Antes de la capitalización, se separaron los negocios de generación, transmisión y distribución de energía, y se organizaron en tres empresas independientes: Emgesa, que maneja el negocio de la generación de energía. Emgesa S. A. ESP fue constituida el 23 de octubre de 1997 como resultado del proceso de capitalización de la Empresa de Energía de Bogotá, efectuado por la sociedad de propiedad mayoritaria chileno-española, Capital Energía. Tiene como actividad principal la generación y comercialización de energía eléctrica, y cuenta con 10 centrales de generación hidráulica y dos térmicas. La segunda es Codensa, que entró a funcionar el 23 de octubre de 1997 como empresa distribuidora y comercializadora de energía para Bogotá, 94 municipios de Cundinamarca, uno de Boyacá y uno del Tolima. La tercera empresa, la EEB, se ha constituido en el Grupo de Energía de Bogotá, uno de los más importantes y sólidos del país, con inversiones en el ámbito nacional e internacional, resultante de la adquisición por parte de Ecogas (hoy TGI). Gracias a la legislación sobre servicios públicos domiciliarios regida por las leyes 142 y 143 de 1994, esta empresa se ha transformado de manera favorable para modernizarse y ser más eficiente, además de que ha intervenido orientando y regulando a otras empresas del sector.
La intervención realizada hace 10 años, que dio origen a Emgesa y Codensa, le permitió a la EEB ser un fuerte generador de recursos para el Distrito y un excelente ejemplo de las bondades del modelo de gestión público-privado, con un impacto social positivo. Hoy, en el 2007, el servicio de energía eléctrica cubre el 100 por ciento de los barrios legalizados de la capital.
ACUEDUCTO Y ALCANTARILLADO
Hasta el desarrollo de las tecnologías de purificación del agua y eliminación de aguas negras, la vida urbana padeció altos índices de mortalidad por enfermedades gastrointestinales y su población se vio obligada a dedicar mucho tiempo a la obtención de agua. Con los cambios en el manejo de las aguas, se logró superar la condición de las ciudades como espacios de la muerte, para convertirlas en espacios de la vida, y con ello crecer aceleradamente, como sucede durante los siglos xix y xx.
Estos cambios no se limitan al mejoramiento de la higiene y la salud públicas. Están asociados también a profundas transformaciones en la vida material. El servicio domiciliario facilitó el tránsito de la sociedad tradicional a la moderna, permitiendo el acceso de grandes grupos poblacionales a mejores niveles de vida y liberando además el tiempo, especialmente de las mujeres, que han podido así acceder a la educación e ingresar a un mundo laboral más calificado.
En la segunda mitad del siglo xx, el sistema de acueducto y alcantarillado presta los servicios de agua potable, disposición de excretas, aguas servidas, así como de recolección, tratamiento y disposición de residuos sólidos15.
Para llegar a ello se requirieron varios cambios. El primero derivado del acuerdo 105 de 1955, por medio del cual el Concejo de Bogotá cambió la estructura orgánica de la empresa de acueducto, y creó el establecimiento público denominado Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, EAAB, dotado de personería jurídica, autonomía administrativa y patrimonio propio, condición que le otorgó un amplio margen de funcionamiento con alguna autonomía de la administración del Distrito16. El siguiente fue la celebración de un contrato con el Banco Central Hipotecario, con el propósito de buscar fondos para financiar los nuevos ensanches del acueducto, lo que a su vez implicaba una reforma administrativa del acueducto municipal y de la administración de las aguas negras de la ciudad17. Esta reforma administrativa y la consecución de recursos iban a permitirle a la naciente empresa enfrentar los desafíos venideros.
En efecto, como resultado del crecimiento urbano y de los cambios en las pautas del consumo del agua, se pasa de 73 992 abonados en 1955 a 110 121 usuarios en 1960, y de 165 644 acometidas domiciliarias en 1965 a 291 000 en 197318. En menos de 20 años el servicio cuadruplicó el número de usuarios. Se superaba, por una parte, el déficit histórico de la ciudad en cuanto a servicio domiciliario y, por otra, se atendía a la nueva población que estaba arribando a la capital. Otro cambio importante en este momento tiene que ver con la concepción del cuerpo, a lo cual ya se ha hecho referencia.
Pero el problema no era sólo la dinámica del crecimiento urbano, aunque el aumento de población rebasó todos los cálculos. Se había diseñado un plan de expansión del acueducto para una ciudad que en 1985 tendría 3 500 000 habitantes, cuando en realidad alcanzó los 4 350 000. Además de estos desfases en el crecimiento demográfico, las modalidades que éste presentaba generaban otro problema. La urbanización informal, donde el propietario de la tierra la vendía a compradores muy necesitados, sin proveer las debidas conexiones al sistema de acueducto, hizo que los pobladores piratearan las acometidas del servicio. En 1970, por ejemplo, el volumen de agua robada llegaba a 20 por ciento del total de agua provista por la EAAB. Esta situación exigió que la empresa se ajustara a esta realidad urbana, iniciando programas de cooperación con las comunidades barriales19.
Como se ha dicho, a partir de las décadas de los cincuenta y los sesenta, la ciudad experimentó una transformación radical de su paisaje social urbano, en lo que jugó un papel fundamental la modernización de los servicios públicos. A ello se suman cambios de orden cultural: la popularización de la radio y la televisión, así como otros desarrollos de las comunicaciones, que modificaron tanto las relaciones entre la gente como su percepción del mundo.
EL AGUA LLEGA A USME
Todas estas transformaciones de la capital a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado se dan también durante la última década en la localidad de Usme, una de las fronteras urbanas al sur de la capital, cuyos casos de acceso a los servicios podrían ser aplicables a buena parte de la ciudad informal20.
De los barrios de Usme, La Fiscala es el que se pobló más temprano. La finca original se comienza a parcelar en 1952 y los primeros pobladores llegan en 1959. La ausencia del Estado es total: el agua proviene de aljibes, la cocción es con leña y la iluminación con velas.
Al cabo de dos décadas de batallar, el barrio es legalizado. Fruto del trabajo comunitario existía ya un alcantarillado, y se logra entonces el acceso a las redes del acueducto. No obstante, pasaron muchos años antes de que la comunidad tuviera un equipamiento urbano aceptable. La primera ruta de buses sólo llega en 1982 y el servicio telefónico en 1990.
“Respecto al agua, durante toda la historia del barrio hemos convivido sectores ya legalizados, con casas y nuevos barrios sin legalización de sus servicios de acueducto y alcantarillado. Hoy en día los que tienen el servicio legalizado pueden presionar al que lo tiene pirateado porque sienten que están pagando cada mes lo que el otro está consumiendo de manera irregular. Puede que este sea visto como si estuviera de gorra en el barrio, aunque realmente no lo esté. Por otro lado se ha dado el caso de personas que luego de normalizado y legalizado su servicio de acueducto domiciliario, consideran que las facturas no corresponden a lo que han consumido, y no las pagan, hasta el punto que les cortan el agua y pierden su medidor… Son personas que vuelven al servicio pirata porque les sale más barato, así no sea el más seguro”21.
Por tanto, aunque la legalidad es una búsqueda constante, a la que se orientan las organizaciones comunitarias, la lógica del funcionamiento pirata no deja de ofrecer ventajas relativas, al no exigir el pago mensual.
“No es difícil entender las razones que tiene la gente para sacar el agua de los tubos madre… Muchos de los servicios que se supone permiten la legalización de los barrios, han sido conseguidos por los mismos habitantes, y eso no lo reconocen las empresas”22.
La contraposición de estas dos lógicas se deja sentir cuando se enfrentan la experiencia de haber construido una red de solidaridad social que permitió levantar el barrio, con la llegada de la legalización y la formalización de los servicios públicos.
“No puede ser que las empresas de servicios consideren que el barrio se formaliza y arranca de cero en el momento en que se incorpora a las redes legales de servicios, pagando por su conexión, sin tener en cuenta los esfuerzos de los habitantes por levantarlo y mantenerlo durante años. Eso no quiere decir que no sea buena y lógica la instalación domiciliaria de agua potable y de los demás servicios por la vía formal, de hecho eso permite que la gente cree nuevas formas de conciencia y de convivencia. Cambia la conciencia cuando el ahorro en el gasto de agua empuja a los vecinos a recoger el agua lluvia para su uso doméstico”23.
Un caso bien distinto es el del barrio Los Comuneros, iniciado en 1981 con la presencia de un sacerdote de amplia trayectoria en la organización de gentes sin techo. Constituida la Empresa Comunitaria Los Comuneros, que permite consolidar la capacitación en derechos civiles y trámites con el Estado, los asociados compran un lote que se urbaniza con el apoyo profesional de ingenieros y arquitectos, facilitados por el sacerdote. El primer servicio que se establece es el agua que, como en la mayoría de estos casos, se obtiene perforando el tubo madre que viene de La Regadera. La situación cambia más tarde, con la conexión legal al servicio de la EAAB.
Otro barrio, Sucre, arranca en 1985, bajo la influencia de un movimiento político que imparte capacitación para la auto construcción y convoca a la acción comunitaria. Aunque mucha gente compró su lote y lo pagó a plazos, una invasión parcial de las tierras origina una urbanización pirata, que ha sido fuente de conflicto. La cercanía al tubo madre permite acceso al agua, pero la densidad del poblamiento rebasa su capacidad.
“Para el proceso de legalización del servicio, la empresa vino con sus funcionarios e hicieron reuniones donde nos explicaron y nos concientizaron de hacer las cosas legalmente, porque así como estaba, rústico y caprichoso, y a pesar de suplir nuestras necesidades, no era seguro”24.
En 1987, bajo la modalidad ilegal, surge en la Comuna Alfonso López el barrio Nuevo Porvenir. El cuadro es el típico de esta forma de apropiación: vendidos los lotes, el urbanizador desaparece, y es la comunidad la que debe organizarse e iniciar la autoconstrucción de servicios, perforando el tubo madre y construyendo un alcantarillado.
El barrio Juan José Rondón sigue la misma línea. Allí el agua proviene de los pozos existentes en los potreros adyacentes. “Nos ha tocado sufrir mucho con la ausencia de agua, en invierno y en verano. Cuando estamos en invierno el clima nos tapa las mangueras, y en verano porque se escasea mucho”, comenta uno de sus pobladores. En 1998 el barrio tiene que recurrir a un nacedero de agua y establecer la función del fontanero, personaje encargado de mantener las mangueras y vigilar que el abasto del agua, pese a su precariedad, cubra las necesidades elementales de la comunidad. A diferencia de los fontaneros de antaño, que dependían del municipio, acá son los vecinos los que pagan una cuota. “Un fontanero recibe 2 000 pesos mensuales por casa, pero la verdad es que hay gente que no los paga. Y eso da como pena”25.
“Para mí, la hora más importante en este oficio es a las 7 de la mañana porque a las 7 voy a echarle el agua a todo el mundo, me toca darme cuenta de las mangueras, sacarles el aire y que cada casa coja su agua… Yo me siento feliz, así me moje o haga frío, pero la costumbre de trabajar, de hacer cosas me revitaliza. Imagínese que yo tengo 70 años y no me importa subir a las cinco de la mañana al tanque, me le pongo a cualquiera, eso sí. En este oficio cada casa paga mensualmente un promedio de 2 000 a 2 500 pesos. Hay muchos que no pagan todo, pero no se le puede quitar el agua porque como viene por una sola manguera, entonces el que paga, está dándole el agua a los otros. El pago es voluntario, pero imagínese usted que muchas veces en el mes me gano entre 20 000 y 30 000 pesos y ¿qué es eso?”26.
En el barrio La Reforma, la legalización se logró en 1998, y con ello llegaron la energía eléctrica, el teléfono, el gas y más tarde el agua, que requiere de un trabajo comunitario. A la fecha, 30 por ciento de las casas cuentan ya con servicio de acueducto y el resto está en proceso de instalación. Esta situación contrasta con lo vivido en épocas anteriores, cuando la “gente se agarraba a palo” por el agua y las epidemias y alergias eran frecuentes.
Estos ejemplos de la localidad de Usme subrayan los beneficios del servicio de acueducto domiciliario y la superación del abasto de aguas no tratadas. Lo que vivió la ciudad hasta 1938, cuando entró en servicio la planta de Vitelma, se ejemplifica hoy en Usme.
A pesar de que la intromisión de la urbanización ilegal aparece en estas historias, los pobladores luchan contra ello y buscan siempre la legalización, indispensable para acceder a la presencia del Estado. Pese a las adversidades políticas, económicas, culturales y sociales, en todos los casos se percibe el esfuerzo por construir tejido social como condición previa para superar la marginalidad urbana y lograr la inclusión social.
Y, al cabo, la ciudad ha resuelto positivamente estos desafíos. Frente al vertiginoso crecimiento urbano, formal e informal, la EAAB incrementó sustancialmente la cobertura de la red de acueducto y alcantarillado de la capital entre los setenta y los noventa. De 225 462 instalaciones en 1970 pasó a 943 760 en 1993. En términos relativos, estas cifras significan que para 1994 la red de agua potable cubría 88,3 por ciento de los habitantes de la ciudad y el alcantarillado 87 por ciento, con un número de suscriptores de 1 076 459, cifra que refleja el esfuerzo gigantesco por llevar agua a casi toda la ciudad, así en el proceso se incrementara la pérdida de agua, que alcanzó en ese año la preocupante cifra de 45 por ciento del total del agua27.
Entre 1994 y los comienzos del presente siglo, la EAAB se ha orientado a lograr el cubrimiento total de la demanda de agua en la ciudad. En este empeño el número de instalaciones llegó a 1 310 000, acompañado de una ampliación de las redes de alcantarillado sanitario que cubrió 94,9 por ciento de las necesidades de la ciudad y 84,6 por ciento del alcantarillado pluvial28. Estos cubrimientos hacen referencia a los barrios legalizados.
En este proceso, la EAAB realizó importantes transformaciones, tanto administrativas como de acopio de aguas. Por ejemplo, se hizo necesario realizar el trasvase de aguas de la cuenca del Orinoco, mediante el sistema de Chingaza, cuyas aguas son conducidas por medio de sofisticadas obras de ingeniería a través del embalse de San Rafael, para surtir de agua a la ciudad sin las dificultades que se presentan en los veranos en el sistema de Sumapaz. Otro cambio, liderado por la empresa, ha sido el de las campañas pedagógicas de ahorro en el consumo. En 1997, el derrumbe de parte de los túneles del sistema Chingaza ocasionó un racionamiento del servicio durante nueve meses. A lo largo de esta emergencia, se realizaron campañas educativas que permitieron registrar un ahorro histórico en el consumo y reducir el impacto de la escasez29. Este acontecimiento y la respuesta que la ciudad aplicó para resolver la emergencia lograron cambiar sustancialmente la cultura del consumo de agua e iniciar una etapa de mayor conciencia sobre la fragilidad de la relación entre la ciudad y su entorno ambiental.
Hasta 1985, cuando entró en funcionamiento el sistema Chingaza, la planta de Tibitó proveía de agua al 85 por ciento de los habitantes de Bogotá. Una vez entra en funcionamiento el nuevo sistema, Tibitó redujo el suministro al 15 por ciento de los bogotanos. La planta de Tibitó se entregó en concesión a 20 años, a partir de 1998, y el concesionario se comprometió a rehabilitar la planta y parte de la tubería de conducción, considerada como obsoleta, luego de cuatro décadas de funcionamiento30.
Una obra fundamental en la historia del agua en Bogotá, tan importante históricamente como su primer acueducto, es Chingaza. Puesto en funcionamiento en 1985, el sistema se abastece de la cuenca hidrográfica del mismo nombre y cuenta con un embalse de 227 millones de metros cúbicos sobre el río Chuza, recoge aguas de los ríos Blanco y Guaitiquía —que llegan al embalse por un túnel de 3,5 kilómetros—, y desde allí hasta Bogotá la conducción recorre 45 kilómetros, a través de canales, túneles y la moderna planta de tratamiento Wiesner, en el municipio de La Calera, que suministra la mayor parte del agua que consume la ciudad31.
Esta obra, que superó enormes desafíos, fue posible además porque el contexto político anterior a la elección popular de alcaldes y a la Constitución de 1991 lo permitió. Con posterioridad a estos cambios políticos, los municipios involucrados en el sistema difícilmente habrían aceptado que sus recursos ambientales, en este caso el agua, fueran trasladados a otra ciudad sin su consulta y aprobación. Además, como los ríos mencionados hacen parte de la cuenca del Orinoco, la dirección natural de su corriente va en ese sentido, lo que puede representar una dificultad futura, pues cualquier proyecto de ampliación tendrá que pasar primero por la consulta a estos municipios32. Por ahora, la actual oferta de agua del sistema es suficiente para la ciudad, pero su crecimiento demandará nuevas ampliaciones o sistemas.
Por otra parte, la empresa no se limitó a las intervenciones en el sistema Chingaza, sino que emprendió la mayor obra de toda su historia —el programa Bogotá IV—, con objeto de construir un sistema de acueducto complementario para surtir de agua a Usme y a Soacha. Este nuevo sistema contó con una obra de gran importancia, el embalse de San Rafael, que dispone de un aforo de 75 millones de metros cúbicos y constituye un verdadero sistema de seguridad para la ciudad, pues le permite contar con reservas de agua para varios meses, en caso de fallas en el sistema Chingaza. El programa Bogotá IV demandó el reemplazo de 280 kilómetros de redes primarias, además de colectores de alcantarillado; la reparación de redes primarias; el cambio de parte de la tubería de conducción de Tibitó; 140 kilómetros de redes en barrios marginales; 280 kilómetros de redes de alcantarillado; 420 kilómetros de canales de drenaje, y cambio de contadores e instalación de nuevos. Las líneas de conducción de la planta Wiesner a la ciudad exigieron la construcción del túnel Los Rosales, que lleva las aguas desde Usaquén hasta el tanque de El Silencio, sobre el Parque Nacional, y desde allí hasta los tanques de Vitelma y Casablanca, para asegurar el suministro al sur de la ciudad.
La intervención de la administración central fue definitiva. El Programa de Desmarginalización, aplicado en 1998, tenía como fin legalizar numerosos barrios piratas. Gracias a las ampliaciones del servicio de acueducto, se pudo atender la nueva demanda y contribuir a la superación de la marginalidad urbana. Entre 1998 y 2002 se logró ejecutar 1 522 obras de alcantarillado sanitario y pluvial, en el sur y el sur- occidente de la ciudad, zonas aquejadas por continuas inundaciones.
Otra tarea asumida por la empresa ha sido la descontaminación del río Bogotá, que ha demostrado ser complicada en extremo. Los enormes costos de las soluciones han frenado las aplicaciones técnicas requeridas y la contaminación sigue siendo monstruosa.
En los 90 kilómetros de recorrido desde El Salitre hasta Alicachín, el río Bogotá recibe los desechos de 7 000 industrias, además de 14 metros cúbicos por segundo de aguas negras, y una carga de desechos sólidos de 1 500 toneladas al día, de las cuales, 76 corresponden a desechos tóxicos33. Estas cifras no solamente indican el grado de contaminación sino la actitud de la ciudad frente al medio ambiente y la salud pública. En la ronda del río y sus afluentes contaminados pastan vacas y se cultivan hortalizas, cuyos productos son consumidos en la capital. Estudios al respecto han detectado que los productos agropecuarios cultivados en estos lugares contienen sustancias considerablemente nocivas, como plomo y mercurio.
Sin embargo, la indolencia no ha sido total. En 1994 se adjudicó el contrato para construir la primera planta de tratamiento de aguas residuales, destinada a comenzar la recuperación del río Bogotá, ubicada en la desembocadura del río Salitre. Desafortunadamente, el inicio de la planta coincidió con una crisis financiera en la EAAB y el Departamento Administrativo del Medio Ambiente, DAMA, tuvo que asumir su funcionamiento. La capacidad de la planta sólo alcanza para descontaminar 10 por ciento, lo que hace evidente la necesidad de construir varias plantas más. En el año 2003, como resultado del acuerdo logrado entre la CAR, la EAAB y la Secretaría de Hacienda Distrital, se ha planeado una segunda planta cercana al embalse del Muña. Los costos ambientales que la sociedad está pagando por la demora de una solución integral al problema han sido calculados en 200 000 millones de pesos anuales, que se cargan a la economía regional, resultantes de la desvalorización de predios, pérdida de producción agropecuaria, perjuicios a la salud y otros34.
Uno de los frentes que han sido objeto de una política de conservación y han recibido atención adecuada por parte de la EAAB son los humedales de Bogotá y la sabana. Lamentablemente, de las 50 000 hectáreas de humedales que existían hace algunas décadas, la cifra apenas llega hoy a 800 hectáreas. Estos ecosistemas, que cumplen una función estabilizadora de los entornos donde se encuentran al ser residencia de especies nativas y migratorias, son considerados “reservas de agua de gran valor económico, cultural, científico y recreativo, cuya pérdida sería irreparable”35.
La EAAB recibió la tarea de la demarcación, manejo, preservación, protección y cuidado medioambiental de los humedales, además de su recuperación, para lo cual ha suscrito convenios con el DAMA y la CAR. Gracias a estos esfuerzos se han recuperado los humedales de Juan Amarillo y el paseo río Salitre, y se ha logrado una integración con el Parque Ecológico San Rafael, los canales —Molinos, Córdoba, Rionegro y Salitre—, los humedales —Córdoba, Juan Amarillo, Jaboque— y la alameda río Bogotá. Es decir, la interconexión ecológica y física de los ecosistemas más importantes de la sabana. Esta gran obra, que conforma “el corredor ambiental más largo de Latinoamérica”, muestra los esfuerzos de la ciudad, a través de la empresa de acueducto, por recuperar todos los cuerpos de agua. Como reconocimiento a uno de los mejores proyectos que se adelantan hoy en América Latina, África y Europa oriental, la EAAB recibió en 2003 el Premio Verde del Banco Mundial.
LAS COMUNICACIONES
El 20 de mayo de 1900 el incendio de las Galerías destruyó la primera estación telefónica instalada por la Compañía Colombiana de Teléfonos en 1884. La conflagración puso fin a una empresa que ya tenía dificultades a causa de la aleatoria situación que se vivía a finales de siglo.
Fue una nueva empresa, The Bogota Telephone Company Limited, constituida en Londres por empresarios ingleses, la que vendría a reiniciar el servicio en 1906, instalando en la carrera 8.ª con calle 20 una central telefónica de dos plantas, con capacidad para 5 400 líneas, además de un conmutador de 600 líneas para el sector oficial, operado manualmente por telefonistas.
En el año 1912 se define y reglamenta, por primera vez, el servicio de telecomunicaciones. Al año siguiente se da inicio a la prestación del servicio de radiotelegrafía a cargo de la empresa Marconi Wireless Telegraph Company, que permite transmitir mensajes de manera mucho más eficiente.
A partir de ese momento, el crecimiento de la red telefónica es paralelo al de la ciudad. En 1938 había dos centrales, la mencionada de la carrera 8.ª y otra en el norte, en Chapinero. Las dos sumaban 83 operadoras y unas 12 000 líneas.
A pesar de los esfuerzos de la firma inglesa, el servicio comenzaba a ser deficiente. El sistema manual resultaba limitado para la demanda existente, lo cual provocaba continuas protestas. En 1939 comenzó a agitarse la idea de la municipalización del servicio. Germán Zea Hernández, el alcalde de entonces, recuerda así los inicios del debate:
“En ese momento, cuando la ciudad sabía que la empresa no servía para nada, se presentó un alza de tarifas. Todo el mundo puso el grito en el cielo y en el Concejo se inició un debate en el que se vio claro, casi de inmediato, que la única solución posible era la de comprar la compañía, cuyo contrato sólo vencía trece años más tarde. El alza era necesaria para mejorar el servicio. De manera que se llegó a la conclusión de que convenía adquirir la empresa para luego aumentar las tarifas, y de esa manera llevar el dinero directamente a las arcas del municipio”.
En efecto, el llamado Cabildo del Centenario aprobó, el 16 de octubre de 1940, mediante el acuerdo n.o 64, la compra de la empresa The Bogota Telephone Company Limited por el precio de dos millones quinientos mil dólares y un plazo de 30 años para su cancelación.
Ese mismo año nació la Empresa de Teléfonos de Bogotá, constituida como empresa municipal mediante el acuerdo n.o 79.
Estos cambios administrativos no mitigaban la presión de los usuarios por la modernización del servicio. Además, era urgente ampliar las redes que ya eran insuficientes frente al casi medio millón de habitantes de la capital.
Con miras a solucionar estas demandas, a comienzos de 1945 se abrió la licitación para automatizar el servicio. La firma sueca Ericsson salió favorecida, iniciando de inmediato el proceso de transformación técnica. En 1948 se instala el servicio automático.
Cuando ocurrieron los trágicos sucesos del 9 de abril de 1948, el servicio telefónico bogotano aún era manual y las operadoras de los conmutadores, que se encontraban en sus puestos de trabajo en el momento del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, no pudieron ser reemplazadas, sino varios días después. Ese año funcionaban 13 041 líneas telefónicas manuales. Al finalizar el año, con las mejoras técnicas de la compañía sueca, se llegó a las 19 500 líneas instaladas.
En 1950 comienza a circular el directorio telefónico y se fusionan los servicios telefónicos y telegráficos, con un total de 25 706 líneas. Años después, en 1958, el crecimiento económico de la ciudad exige la edición del directorio con el anexo de las páginas amarillas. En 1959 la ETB cuenta con ocho plantas y 2 000 teléfonos públicos, pero la expansión a los municipios anexados es todavía débil: Bosa cuenta con 90 teléfonos, Usaquén con 415, Suba con 118 y Fontibón con 485 líneas36. La incorporación de nuevas tecnologías permite una rápida expansión del servicio: en 1961 se inaugura la planta del Chicó, que le permite a la ciudad contar con 114 000 líneas instaladas. Para 1965 la oferta sigue creciendo y se cuenta con 143 200 líneas en funcionamiento. Diez años después hay 502 000 líneas instaladas y servicio de comunicación telefónica por medio de satélites orbitales. El sistema de comunicación de la ciudad se integra a una red digital global37. Una década más tarde, la oferta de servicios de la ETB se diversifica con la construcción de nuevas centrales, el servicio de buscapersonas, el sistema de transmisión por fibra óptica, la red digital de servicios integrados, la red de teledatos y el servicio a 866 000 líneas. En 1990 se permite la competencia de operadores privados y públicos para las comunicaciones telefónicas. El siglo concluye con 2 242 020 líneas telefónicas instaladas, la introducción de la telefonía móvil y el cambio de nombre en 1992 a Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, en razón de la diversificación de sus actividades. Asimismo, a partir de 1999, cambia el servicio prestado con la apertura de larga distancia nacional e internacional.
En medio siglo el crecimiento de la oferta de este servicio ha sido vertiginoso. La actualización tecnológica ha sido una constante y ha permitido el traslado al hogar de un servicio que, en un principio, estaba orientado a empresas industriales y comerciales. Un cambio importante ha sido la conversión de la empresa en una sociedad por acciones, de capital mixto, aunque todavía no ha logrado atraer a un socio estratégico internacional.
Entre los cambios tecnológicos de gran importancia debemos reseñar el servicio de Internet. El 4 de junio de 1994 se logra la conexión del país a Internet, usando la señal que llega a la Universidad de los Andes desde Homestead, en la Florida, a las instalaciones de IMPSAT, en el cerro de Suba, y de allí a la torre Colpatria, desde donde se dirige de nuevo a la universidad. En julio de ese mismo año se logró hacer el primer proceso de inscripción de los estudiantes a los cursos, usando la Red38. No pasa mucho tiempo antes de que este servicio se generalice, produciendo con ello toda una revolución en las comunicaciones de la ciudad.
Desde entonces, los cambios tecnológicos avanzan a un ritmo impredecible y las frecuentes ofertas de nuevos servicios obligan tanto a las empresas prestadoras del servicio como a los usuarios a una constante actualización en las tecnologías de comunicación. En los años 2002 y 2003, por ejemplo, la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá tuvo en los hogares sus mayores participantes en el ingreso, pero en los dos años siguientes las empresas fueron la principal fuente de ingresos. Todo esto se relaciona con la venta de servicios de Internet y datos39. Actualmente esta empresa vende servicios de voz, local y nacional; telefonía móvil; acceso a Internet y sistemas de información empresarial, por fibra óptica, inalámbrico y conmutado, así como servicio de transmisión de grandes volúmenes de información.
En la actualidad, existe un altísimo nivel de competencia en el sector y una continua sustitución de servicios en razón a los rápidos cambios tecnológicos. Existe un acelerado crecimiento de la telefonía móvil, que cambia de tecnología constantemente, y una globalización de las telecomunicaciones que ofrece un futuro inesperado, que pone en riesgo constante a las empresas prestadoras de servicios de comunicaciones, pero que, de todas formas, favorece a los usuarios. Así como las empresas corren el riesgo de la obsolescencia, los usuarios también si no se actualizan de manera permanente. Gracias a estos cambios tecnológicos, la ciudad ha vivido una transformación radical en su concepción del tiempo y del espacio.
EL SERVICIO DE ASEO
La ciudad heredó del siglo xix una profunda cultura de desaseo. La consuetudinaria escasez del agua había producido una débil costumbre de aseo personal; la gran mayoría de casas carecía de letrina, y todas las aguas servidas iban a dar a los ríos y quebradas que pasaban por la ciudad. En 1867 Miguel Samper señalaba:
“La podredumbre material corre parejas con la moral. El estado de las calles es propio para mantener la insalubridad con sus depósitos de inmundicias. El servicio o abasto de aguas es tal que las casas que deben recibirla bajarán pronto de precio como gravadas por un censo en favor de los albañiles y del fontanero. El alumbrado, exceptuando las pocas calles del comercio, nos viene de la luna. En fin, la administración municipal de la ciudad es poco menos que nula… Mas ¿qué podrá agregarse cuando se sabe que las sesiones nocturnas de la Asamblea Constituyente del Estado corren riesgo de celebrarse a oscuras?”40.
A comienzos del siglo xx el aseo de la ciudad era precario. “Es insoportable el desaseo de las calles de Bogotá; por donde quiera se ve amontonada la mugre y la basura. No hay una sola calle limpia. Si Bogotá mereció el título de muy noble y muy leal, hoy merece el de muy sucia y muy hedionda”41.
Hasta 1904 la Sociedad de Aseo y Ornato se había hecho cargo del aseo, sin mayores resultados. A partir de ese año, el municipio asumió el servicio, con resultados aun peores. De los 36 carros y 53 bestias de tiro que había recibido de la Sociedad de Aseo, al año siguiente sólo le quedaban 10 carros y 36 animales.
Para obligar a la ciudadanía a colaborar con la limpieza, el municipio apeló a medidas punitivas, multando severamente a los vendedores ambulantes de frutas y carbón que arrojaban desperdicios en la calle, a quienes mantuvieran aves de corral en la vía pública y a quienes se negaran a cuidar las fachadas de las casas y a barrer los andenes42. Las medidas no dieron los resultados esperados y el desaseo seguía siendo monumental. La contratación del aseo con particulares tampoco produjo mejoras. Los olores de las aguas servidas que corrían por las calles y se recogían en los ríos eran fuertes en verano; en invierno los caños se rebosaban e inundaban las vías. Como había pocas calles asfaltadas, en épocas de lluvia se volvían fangales y en los veranos polveros. El municipio sólo tenía dos irrigadoras para mitigar las nubes de polvo43.
Este desfase entre la evolución de la ciudad y sus dificultades para establecer un sistema eficiente de aseo se va a prolongar hasta finales del siglo xx y es quizás la mayor prueba del esfuerzo por aprender a administrar una urbe moderna. El municipio reconocía sus dificultades:
“La sección de acarreo… adolece igualmente de algunos defectos que influyen también en el levantamiento de las basuras que se producen en las calles… el trajín y el mal estado del pavimento de las calles determinan el diario y constante deterioro de los vehículos, irrigadoras y bestias. Para mover los 18 carros se utilizan 2 bueyes de buena calidad y en buen estado de servicio; 5 caballos viejos, entre ellos dos en malísimo estado; 13 mulas viejísimas y gastadas por un largo tiempo de servicio”44.
En 1910, la Alcaldía delegó en la División de Aseo de la Secretaría de Higiene la recolección y disposición higiénica de los residuos sólidos, arrojados al río San Francisco en el sitio denominado Llano de los Jubilados45. El lugar recibió el nombre de Calle del Aseo porque allí se vaciaban las carretas recolectoras, con la esperanza de que las aguas del antiguo Vicachá hicieran la tarea que el municipio no podía cumplir. Todo lo que los gallinazos no aprovechaban, iba a parar al río Bogotá.
En 1919, como una de las respuestas a la epidemia de gripa que había azotado la ciudad el año anterior, se creó la Junta de Saneamiento de Bogotá. El flagelo había revelado las dificultades de la ciudad con el aseo, las pésimas condiciones en que vivía la mayoría de sus habitantes y el hecho de que los virus no distinguían entre clases sociales. En 1925 se contrató un estudio con una firma alemana, que aconsejó la incineración de las basuras, como medida para suprimir su depósito en la hacienda Quiroga, arrendada por el municipio para tal fin46.
En 1926 el municipio emprende la recolección mecanizada de basura, comprando camiones recolectores y poniendo en funcionamiento el primer horno crematorio de residuos. La División de Aseo se encargó de la limpieza de las calles y de la administración de las nuevas plazas de mercado, que la Casa Ulen acababa de construir. Sus 250 barrenderos, 50 operarios de plazas de mercado y 28 funcionarios de oficina, representaban el esfuerzo de la ciudad por estar a la par con los avances urbanísticos de los veinte. La nueva ciudad no podía seguir dependiendo de burros, bueyes y gallinazos para eliminar sus residuos. El río San Francisco comenzaba a ser canalizado y entubado, los depósitos de las basuras quedaban entonces muy retirados y el ritmo de los bueyes no era suficiente para el trabajo. La División de Aseo tuvo estas responsabilidades hasta 195947.
No obstante, estos esfuerzos mostraron pronto sus limitaciones. Por una parte, el crecimiento de la ciudad, como se ha visto, se acelera desde los cuarenta, en especial a través de la urbanización informal, cuya legalización era requisito para acceder a servicios públicos como el aseo. Por otra, las mejoras en el servicio de aseo urbano se limitaban, en el mejor de los casos, a la ciudad formal, que era la menor parte. Los servicios públicos van pues a la zaga de las urbanizaciones, y buena parte de la ciudad carece de ellos. Los pobladores de estos barrios resuelven entonces sus necesidades de aseo arrojando los desechos a las calles, patrón que se repite en el centro de la ciudad. Así las cosas, no había, como no podía haberla, una cultura del aseo.
En enero de 1955 se crea el Distrito Especial y poco tiempo después, mediante el acuerdo 30 del 9 de diciembre de 1958, se crea la Empresa Distrital de Aseo, entidad autónoma descentralizada, con patrimonio especial y personería jurídica, encargada de facilitar la limpieza de las calles y la recolección de las basuras, que inicia labores en agosto del año siguiente. Pronto le son asignadas otras tareas, como atender las plazas de mercado, el matadero y los cementerios y se le cambia el nombre a Empresa Distrital de Servicios Públicos, a la que se le trasladan las deudas y obligaciones laborales de la Secretaría de Higiene y parte de la de Hacienda48.
La financiación de la nueva empresa derivaba necesariamente de la ciudad formal, pero sus mayores exigencias provenían de la otra ciudad. El acuerdo 30 de 1958 dispuso que su presupuesto se nutriera de las transferencias del presupuesto central, el impuesto predial y las tarifas por recolección de basuras. Con esta limitación, las posibilidades de eficiencia en el cumplimiento de sus funciones eran bajas. El pago del servicio de aseo se amarró desde entonces a la facturación del servicio de acueducto y alcantarillado. Sin embargo, la empresa experimentó un crecimiento burocrático desmedido, llegando rápidamente a tener 1600 empleados, y una inestabilidad administrativa seria.
Luego del llamado “periodo admirable” de los sesenta, la empresa resulta profundamente afectada por las dinámicas clientelistas que invaden la administración distrital y contaminan incluso a su sindicato. Y al ser una empresa que requiere de alta eficiencia técnica para la operación de los complejos dispositivos de recolección y disposición de los desechos, la inestabilidad administrativa se convierte en una de las causales de la ineficiencia de la empresa en los setenta. Mientras los servicios de energía, acueducto, alcantarillado y comunicaciones aprovechaban los avances tecnológicos en su prestación de servicios, la disposición de las basuras seguía empleando sistemas que eran ya anacrónicos.
Las dificultades institucionales de la empresa iban en contravía con la evolución de la ciudad, donde los cambios en las pautas de consumo, llevaban a una mayor producción de basuras como empaques plásticos y papeles. Estas nuevas basuras, y las deficiencias en su recolección, produjeron la formación de un nuevo servicio urbano, el de los recicladores. Primero fueron las “botelleras”, mujeres que recolectaban todo tipo de botellas para su reciclaje; luego los recolectores de cartón y papel. El pregón urbano de ¡boteeeellas, papeeeles!, se integró muy pronto al paisaje sonoro de la ciudad. El lugar de acopio de este reciclaje fue la calle de El Cartucho, que también cambió radicalmente en los ochenta.
“Del ochenta para acá de verdad se acabó la paz. Hace dieciocho años que se acabó todo. Aunque hay depósitos de papel, de botella, de chatarra, de todo lo que usted quiera, pero llegó la invasión del vicio. Eso acabó con el sector. Quedó bautizado con El Cartucho, como el peor sitio de Bogotá y de Colombia. ¡Qué lástima todo eso! Se acabó el comercio, el trabajo, la tranquilidad. Y llegó el mismo diablo disfrazado de vicio, de bazuco que llaman ahora. Antes era la sola marihuana. Ahora no, es bazuco y una puñalada que va y otra que viene. En mis tiempos jamás vi que mataran a nadie. Ahora son quince, veinte semanales. ¡Qué horror!”49.
El deterioro urbano y humano que se presenta en este lugar de acopio de desechos, es como una metáfora de lo que pasaba en el resto de una ciudad, que entre 1964 y 1985 aumentó 2,6 veces su población y triplicó su producción de basura hasta las 5 000 toneladas diarias. A estas alturas, la empresa pública encargada de la recolección de basuras se convierte en símbolo de la ineficiencia y en ejemplo de la incapacidad del Estado para resolver los desafíos que presenta una ciudad que pasaba de los cuatro millones de habitantes.
Se calcula que en los ochenta el cubrimiento de la EDIS escasamente alcanzaba 50 por ciento de las basuras generadas por la ciudad y que eran arrojadas en botaderos al aire libre, sin tratamiento técnico alguno. Las tarifas de la empresa reflejaban el clientelismo que la carcomía. Existía la posibilidad de que algunos usuarios no pagaran por el servicio y de que muchos pagaran según el avalúo catastral de los predios, que estaba totalmente desactualizado respecto a su valor comercial. Ante este panorama, las posibilidades de introducir mejoras tecnológicas al servicio eran remotas. La ciudad amenazaba con ahogarse en medio de basuras que no tenían horario ni calendario de recolección, debido al caos del servicio.
Como resultado de este desastre generalizado y ante los riesgos ambientales que acarreaba, el 31 de octubre de 1988 el alcalde mayor de Bogotá decretó una emergencia sanitaria, y se procedió a contratar con empresas privadas —Ciudad Limpia, Limpieza Metropolitana y Aseo Capital— el servicio de recolección de basuras en el noroccidente y el suroccidente, zonas donde la situación era más crítica; en el resto la EDIS continuaba prestando el servicio. El cubrimiento saltó pronto de 50 a 79 por ciento, con la inmediata aceptación de la opinión pública50.
En 1988 se inicia la elección popular de alcaldes y comienza a crecer la conciencia sobre los derechos de los habitantes urbanos. La banca internacional endurece sus exigencias para el otorgamiento de créditos, y comienza a condicionar la financiación a la privatización de la EDIS, en vista de su incapacidad operativa.
“De esta manera, la EDIS enfrenta la crisis de los ochenta como las demás empresas distritales, con un alto volumen de deuda respecto a sus activos, con un alto pasivo pensional y con problemas de financiación de recursos propios vía tarifas. Sin embargo, sus procesos de estructura administrativa no fueron lo suficientemente fuertes para mantener niveles adecuados de prestación del servicio, lo que generó un proceso de pérdida de legitimidad social, que conjurado con la pérdida de cierto espacio político, facilitó la privatización de sus actividades y a la postre, su desaparición total. El proceso de privatización se convirtió en ejemplar para procesos posteriores”51.
La Constitución de 1991 introdujo cambios en los servicios públicos domiciliarios y en la responsabilidad del Estado en la economía, pasando de proveedor a controlador de la oferta, con funciones de planeamiento, regulación y control. El control de las tarifas pasó a la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios y los usuarios lograron espacios de participación mediante acciones de control y oficinas defensoras de sus derechos. Todo esto significó un rompimiento total con la cultura existente del servicio de aseo52. En 1992 la EDIS es liquidada.
La situación del usuario en su condición de consumidor de servicios públicos también cambió. Los servicios se han clasificado en cuatro categorías: la residencial, la comercial, la industrial y la oficial. La primera, a su vez, se subdivide en 6 estratos. La existencia de los subsidios cruzados no afecta el costo unitario en la prestación del servicio, pero se refleja en el precio pagado por cada estrato, pues la ley consigna que los estratos 5 y 6 compensarán a los estratos 1, 2 y 3.
El cambio iniciado en 1988 del monopolio estatal a la competencia privada ha traído beneficios a la ciudad. La mejora del servicio permite comprender las transformaciones en el comportamiento ciudadano frente al espacio público. Hoy existe una separación de las empresas que prestan los servicios de recolección, manejo del relleno sanitario y disposición de desechos patológicos, y cuatro empresas privadas se reparten el aseo de las siete zonas en que está dividida la ciudad. Si bien este sistema podría poner en riesgo el principio de los subsidios cruzados, hasta ahora éstos han desempeñado un papel importante para que los grupos de menores ingresos tengan acceso a este servicio53.
A pesar de estos incuestionables avances en el servicio de aseo, la ciudad inicia el siglo xxi sin haber resuelto el tema del relleno sanitario. Doña Juana, como se denomina éste, se rebosó de manera accidental en 1997, poniendo en evidencia la fragilidad del sistema, en especial porque la secreción de lixiviados se filtra a las aguas del río Tunjuelito, aumentando sus niveles de contaminación. Actualmente la ampliación de este relleno, que se encuentra en medio de numerosos barrios del sur de la capital, es motivo de fuertes polémicas por parte de los habitantes afectados.
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Notas
- 1. Años en que se hacen censos.
- 2. Cuervo, Luis M., Génesis histórica y constitución de Bogotá como ciudad moderna, Bogotá, Viva la Ciudadanía, 1995, pág. 72.
- 3. En 1951 el Concejo compró las acciones, que estaban en manos privadas, de lo que sería las Empresas Unidas de Energía Eléctrica de Bogotá. En 1959 se cambió el nombre a Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá.
- 4. Ibíd., pág. 73.
- 5. Estudio prospectivo de energía eléctrica, op. cit., pág. 13.
- 6. Ibíd., pág. 15.
- 7. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., pág. 113.
- 8. Universidad Externado de Colombia, Historia de la Empresa de Energía de Bogotá, Bogotá, U. Externado, 2000, pág. 170.
- 9. Ibíd.
- 10. No hacemos referencia a la relación del incremento de la oferta del servicio eléctrico con la industrialización, sino en las transformaciones que conllevó en el interior del hogar.
- 11. Esta situación hizo que el Hospital Infantil Lorencita Villegas tuviera que habilitar un pabellón para niños y niñas con quemaduras.
- 12. Análisis de la evolución de los servicios públicos en la última década, Bogotá, Cede, Universidad de los Andes, 2004, pág. 7.
- 13. Ibíd. Además, el gas natural es más barato que la energía eléctrica, condición que favoreció su extensión en la ciudad.
- 14. Ibíd., pág. 17.
- 15. DAPD, Observatorio de dinámica urbana, Bogotá, DAPD, SECI, Dinámica Urbana, 2001, pág. 171.
- 16. Jaramillo, José Manuel, Historia institucional de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, 1914-2003, Bogotá, Archivo de Bogotá, 2006, pág. 67.
- 17. El agua en la historia de Bogotá, Bogotá, Villegas Editores, 2003, tomo III, pág. 159.
- 18. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., págs. 110 a 116.
- 19. Jaramillo, José Manuel, op. cit., pág. 68.
- 20. Torres, Alfonso, La ciudad en la sombra, barrios y luchas populares en Bogotá, 1950-1977, Cinep, Bogotá 1993.
- 21. Testimonio de un poblador del barrio La Fiscala, 2002.
- 22. Ibíd.
- 23. Ibíd.
- 24. Entrevista realizada en el barrio Sucre, 2002.
- 25. Entrevista con el señor Primitivo Numpaque, barrio Juan José Rondón, 2002.
- 26. Ibíd.
- 27. Jaramillo, José Manuel, op. cit., pág. 95.
- 28. Ibíd., pág. 121.
- 29. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., pág. 146.
- 30. El agua en la historia de Bogotá, op. cit., pág. 24.
- 31. Ibíd., pág. 28.
- 32. Por ejemplo, un manejo de las compuertas de la represa de Chingaza produjo la inundación de una parte de la ciudad de Villavicencio, puesto que el canal natural del desagüe es el río Guaitiquía.
- 33. El agua en la historia de Bogotá, op. cit., pág. 127.
- 34. El Tiempo, agosto 28, 2003.
- 35. Ibíd.
- 36. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., pág. 105.
- 37. Ibíd., pág. 135.
- 38. www.interred.wordpress.com
- 39. Contraloría de Bogotá, ?Bogotá y la integración en el mercado de las telecomunicaciones.
- 40. Samper, Miguel, La miseria en Bogotá, Bogotá, Ediciones Incunables, 1985, pág. 12.
- 41. El Nuevo Tiempo, 13 de febrero de 1904.
- 42. Ibíd.
- 43. El Republicano, 8 de noviembre de 1910.
- 44. Citado por: Preciado, Jair, Leal, Robert Orlando, Almanza, Cecilia, Historia ambiental de Bogotá, siglo xx: elementos históricos para la formulación del medio ambiente urbano, Bogotá, Universidad Distrital, 2005, pág. 94.
- 45. León, Edison Fredy, “La historia de la Empresa Distrital de Servicios de Bogotá: construcción de un declive organizacional”, en: Revista de la Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Militar, volumen XIV, n.o 1, junio de 2006, pág. 140.
- 46. Historia ambiental de Bogotá, op. cit., pág. 95.
- 47. León, Edison Fredy, op. cit., pág. 140.
- 48. Ibíd., pág. 145.
- 49. Pineda, Blanca Cecilia, “Historia en sepia y negro”, Bogotá historia común, DAACD, 1998, pág. 26.
- 50. León, Edison Fredy, op. cit., pág. 160.
- 51. Ibíd., pág. 170.
- 52. “Modelos de provisión de servicios públicos domiciliarios”, en: Universitas Humanística, año XXXI, n.o 54, enero de 2004, pág. 75.
- 53. Coiné, Henry, “Servicios públicos en Bogotá: impacto de las reformas sobre la solidaridad territorial y social”, en: Hacer metrópoli, Bogotá, U. Externado, 2005, pág. 1138.
#AmorPorColombia
Servicios públicos en la segunda mitad del siglo
Hasta mediados de los cincuenta el alumbrado público de Bogotá era muy deficiente. Con el alcalde Jorge Gaitán Cortés (1961) se traza un plan maestro de alumbrado público. Hoy Bogotá cuenta con un alumbrado público óptimo.
Con el alcalde Jorge Gaitán Cortés (1961) se traza un plan maestro de alumbrado público y se planean nuevos sistemas de provisión de energía, como el embalse de Tominé, inaugurado en 1967, que cubrió la antigua población indígena de Guatavita.
Desde la instalación de El Charquito, 1901, proveer de energía y luz a Bogotá ha requerido la implementación constante de nuevos equipos e hidroeléctricas. En 1928 entra en servicio la sexta unidad hidráulica de El Charquito; en 1935 se activaron tres plantas térmicas de 8 100 kilovatios; en 1941 se inició la construcción de la unidad Salto I; en 1943 se concluyó la represa de El Muña; en 1961 entró a funcionar la planta Laguneta.
En 1963 comenzó a generar la termoeléctrica de Zipaquirá, Termozipa, y la planta Salto II; en 1965 se inicia la construcción de la planta de El Colegio, Darío Valencia Samper (presente en la foto); en 1967 se inaugura el embalse de Tominé, con capacidad de 690 millones de metros cúbicos. A finales de los setenta, y antes de iniciarse El Guavio, la empresa tenía en Bogotá 481 000 suscriptores, atendía Villavicencio y 52 municipios de Cundinamarca. El alumbrado público de la capital estaba cubierto por 116 000 farolas distribuidas en los 854 barrios del Distrito Especial. Foto de la derecha, proceso de montaje de generadores.
Camión de gas domiciliario.
Antigua estufa de carbón.
El cocinol; en los setenta y ochenta era un producto peligroso, difícil de conseguir y un agudo punto de fricción social. Su distribución se utilizó con fines de manipulación política, obligando a familias de pocos recursos a pagar sobreprecios y a perder buena parte de su tiempo laboral para obtener el llamado “combustible de los pobres”.
No habría sido posible en Bogotá hacerse a uno de estos bellos refrigeradores que se anuncian para 1940 en la revista Pan, si la ciudad no tuviese un servicio de energía domiciliaria que permitiera el correcto funcionamiento de los aparatos electrodomésticos. Para 1940 la capital gozaba de la fuerza de luz suficiente para que los importadores pudieran ofrecer al público refrigeradores y demás enseres para el hogar. La fuerza eléctrica alcanzaba también para mover el tranvía y permitir la operación de las 30 salas de cine, las emisoras de radio y demás actividades que requerían electricidad. Pero si en 1940 se hubiese intentado, por ejemplo, implantar la televisión, la capacidad disponible de energía no habría alcanzado para reflejar la imagen en las pantallas.
Codensa es la empresa que opera el servicio de energía en la capital, luego de la reestructuración financiera efectuada en 1997 por la Empresa de Energía de Bogotá. En Navidad, Codensa ilumina sus instalaciones con miles de bombillos que forman la bandera nacional.
Modo de instalar la conexión pirata. Una vez que el tubo está perforado, se coloca un anillo metálico con válvula para efectuar la toma clandestina.
En el barrio Perdomo Sur, surtidor público que abastece de agua, por medio de una tubería plástica, a las familias del barrio. En la actualidad el servicio de acueducto a todos los barrios ha erradicado el consumo clandestino.
Trabajadores de la EAAB en la campaña Vamos a arreglar a Bogotá, en 1986, administración de Julio César Sánchez.
Motobombas de la CAR ayudan a desaguar las zonas inundadas en diciembre de 1979 en Patio Bonito.
Uno de los problemas que contempla el servicio de agua en Bogotá es la tendencia a la deforestación de los cerros, las zonas acuíferas y las rondas de los ríos, por prácticas depredadoras como la quema, los incendios forestales o la tala indiscriminada. Además de las campañas educativas, la Corporación Autónoma Regional, CAR, estableció en 1987 viveros de reforestación que permitan la recuperación de las zonas deterioradas o erosionadas.
El embalse de San Rafael, en jurisdicción del municipio de La Calera, sobre los cerros nororientales de Bogotá, fue construido por la Empresa de Acueducto de Bogotá con la mira de asegurar el suministro de agua al Distrito Capital y a los municipios integrados a la red matriz, gracias a un embalse que permite al sistema almacenar agua y garantizar su provisión ante posibles emergencias que se pudieran presentar en el funcionamiento del sistema de Chingaza. El embalse de San Rafael almacena un volumen útil de 70 millones de metros cúbicos en un área inundada de 371 hectáreas. Consta de una presa de tierra de 59,5 metros de altura, un dique auxiliar, un túnel de desviación, un rebosadero que produce una descarga de 117 metros cúbicos por segundo, y una estación de bombeo en cuyo pozo circular se alojan cinco bombas centrífugas.
Parque ecológico y humedal Santa María del Lago, en la calle 80 con Avenida Boyacá. Uno de los frentes que ha recibido más atención, dentro de la política de conservación ecológica de la EAAB, ha sido el de los humedales de la ciudad.
Lago del parque metropolitano Timiza, uno de los más grandes de Bogotá, situado entre las localidades de Kennedy y Bosa.
El devastador incendio de las Galerías en 1900 acabó también con las instalaciones de la Compañía Colombiana de Teléfonos, que había prestado el servicio en Bogotá desde 1884, y cuya planta fue destruida por las llamas. En 1901 una compañía estadounidense adquirió del municipio y de la antigua empresa los derechos para prestar el servicio en la capital y se fundó The Bogota Telephone Company, que no pudo iniciar actividades hasta 1906.
Primera central de comunicación manual, puesta al servicio en 1906.
Edificio de la Bogota Telephone en 1928, en el mismo lugar, carrera 7.ª con calle 21, que hoy ocupan las instalaciones de la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá.
En 1992 la antigua Empresa de Teléfonos de Bogotá adecuó su nombre al avance de las comunicaciones y se denominó Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, que hoy cuenta con más de dos millones y medio de suscriptores. Las viejas consolas de mesa, que fueron posteriormente sustituidas.
En 1992 la antigua Empresa de Teléfonos de Bogotá adecuó su nombre al avance de las comunicaciones y se denominó Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, que hoy cuenta con más de dos millones y medio de suscriptores. Modernas pantallas para el servicio de información.
Los cambios tecnológicos que avanzan a un ritmo impredecible, y las frecuentes ofertas de nuevos servicios obligan tanto a las empresas como a los usuarios a una actualización casi diaria en las tecnologías de comunicación. En 2002 y 2003 la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, ETB, tuvo en los hogares los mayores participantes en el ingreso, pero en los dos años siguientes las empresas fueron la principal fuente de ventas. Actualmente la ETB vende servicios de voz, local y nacional; telefonía móvil, acceso a Internet (por banda ancha) y sistemas de información empresarial. En la foto, Portal Interactivo de la ETB en Maloka, dentro del convenio para impartir capacitación en Internet a los niños de los colegios.
Empleados de la Empresa Distrital de Aseo, EDIS, ponen en marcha en 1987 el programa “escobitas”, que resultó muy eficaz no sólo en la limpieza de la capital sino también en la creación de una conciencia ciudadana acerca de la importancia del aseo público.
El alcalde Antanas Mockus visita el relleno sanitario Doña Juana, en 1996.
Vehículo de tracción animal, llamado “zorra”.
Reciclador de basura.
Como en el Londres de las novelas de Dickens, en Bogotá las basuras son la materia prima con que se gana la vida una parte de la población. Además de contribuir a la limpieza e higiene de la ciudad, los recicladores transforman los deshechos y aportan al proceso de producción. En el Centro de Reciclaje de La Alquería, prueba piloto de parques de reciclaje, los recicladores reciben capacitación adecuada para su función y son organizados formalmente por la UAESP.
En atención a las quejas y a las preocupaciones expresadas por los habitantes de la localidad de Usme, Cuenca del río Tunjuelito, que se consideran afectados por el relleno sanitario Doña Juana debido a la emisión de gases tóxicos, que además contaminan el río Tunjuelito y las quebradas de Puente Tierra, El Botello, Hierbabuena y Puente Blanco, las autoridades del Distrito han procedido a extender un plástico especial de color verde (foto) a manera de cubrimiento parcial, con el fin de evitar la emanación de olores y vectores ocasionada por los lixiviados. Luego del derrumbe ocurrido hace algunos años, el relleno de Doña Juana ha sido objeto de un estudio de suelos y de un montaje antisísmico.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
ENERGÍA PARA UNA CIUDAD EN MOVIMIENTO
El esfuerzo por desarrollar un sistema moderno de servicios públicos reñía con las dinámicas demográficas que se presentaban en Bogotá de 1951 a 19851. Tal es el caso del servicio de energía eléctrica, que entre 1957 y 1976 logró mantener un apreciable ritmo de crecimiento de su capacidad de generación de energía, llegando a 9 por ciento anual. Sin embargo, al comparar esta cifra con la tasa de crecimiento poblacional, que entre 1951 y 1963 fue de 6,7 por ciento anual, se observa que apenas logró sobrepasar el incremento poblacional y que, por tanto, la superación del déficit histórico en este servicio fue leve, aunque de gran importancia por los cambios cualitativos que acarreó.
La generación de energía presenta un cambio de escala en la producción, pues se empiezan a superar los límites locales y a adquirir un radio de acción regional2. En particular, porque se independiza del río Bogotá como principal fuente para la generación de energía. Así como la ciudad acrecentó su región económica, también lo hizo en las fuentes energéticas, tanto en la captación de los recursos hídricos como en la construcción de redes de distribución; esta transformación lleva a la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá a convertirse en una empresa muy diferente a la que funcionó en la primera mitad del siglo xx3.
Además, con la creación del Distrito Especial en 1955 se aceleró la transformación de la empresa al convertirse en un ente descentralizado del orden municipal. Ahora, se trata de una empresa a escala regional. A esto se le agregan otros cambios, como la creación de la empresa de Interconexión Eléctrica, S. A., ISA, y con ello el establecimiento del sistema interconectado nacional, que produjo la consolidación de un sistema eléctrico mucho más seguro que el existente hasta entonces.
Este cambio de escala conllevó una transformación de las fuentes de financiación de la empresa, puesto que la expansión de la oferta energética demandó que los nuevos proyectos de inversión, en razón a su tamaño, recurrieran al financiamiento internacional. Con ello, el peso del servicio de la deuda externa ha sido creciente y en cierta medida las decisiones de la empresa han estado relacionadas con las exigencias y condicionamientos que establece la banca internacional4.
Todos estos cambios permitieron un rápido avance en la oferta del servicio de energía, pues rápidamente se pasó de un cubrimiento menor de 50 por ciento en los años cuarenta, a un incremento que llegó a 94 por ciento en 1993. La adición de nuevas plantas generadoras fue definitiva para lograr el sustancial aumento de la oferta, como se observa en el cuadro que aparece en la siguiente página.
El incremento de medio siglo se logró con la planta de Laguneta, cuya primera etapa se inició en 1957. Luego, en 1963, entró en servicio la primera unidad térmica y el nuevo complejo de la hidroeléctrica de Salto II, que utiliza aguas del río Bogotá. Ese año fue de varias inauguraciones, pues se llegó a un incremento de 261 400 kilovatios.
EVOLUCIÓN DE LA CAPACIDAD INSTALADA Y LA DEMANDA DE ELECTRICIDAD (1905-1990)
Año | Capacidad instalada(megavatios) | Tasa decrecimiento % | Demanda (megavatios) | Tasa de crecimiento % |
1907 | 1,73 | 0,0 | 1,2 | 0,0 |
1910 | 1,73 | 0,0 | 1,4 | 5,4 |
1915 | 3,64 | 11,6 | 1,8 | 5,2 |
1920 | 3,64 | 0,0 | 2,6 | 7,6 |
1925 | 8,14 | 11,7 | 4,8 | 13,0 |
1930 | 10,34 | 4,9 | 9,43 | 14,5 |
1935 | 12,54 | 3,9 | 9,72 | 0,6 |
1940 | 12,54 | 0,0 | 13,35 | 6,6 |
1945 | 36,53 | 23,8 | 21,20 | 9,7 |
1950|48,83 | 6,0 | 42,60 | 15,0 | |
1955 | 80,40 | 10,5 | 75,00 | 12,0 |
1960 | 118,40 | 8,0 | 137,9 | 13,0 |
1965 | 261,9 | 17,2 | 244,1 | 13,4 |
1970 | 452,60 | 11,6 | 429,0 | 11,9 |
1975 | 633,70 | 7,0 | 638,0 | 8,3 |
1980 | 699,70 | 2,0 | 917,0 | 7,5 |
1985 | 699,70 | 2,0 | 1 100,0 | 3,7 |
1990 | 1 293,7 | 13,1 | 1 496,0 | 6,3 |
Tasa de crecimiento1905-1990 | 8,29 | 8,96 |
Fuente: Misión siglo xxi. Estudio prospectivo de energía eléctrica, Bogotá, Prouconal, 1995, pág. 16.
La búsqueda de nuevas fuentes para la generación de energía llevó a la empresa en 1960 a realizar la construcción del embalse del río Tominé, que implicó la desaparición del municipio de Guatavita y la construcción de un nuevo poblado, que recibió el nombre de Guatavita la Nueva, inaugurado en 1967, año en que entró en servicio la primera unidad generadora. Estos incrementos permitieron que la empresa sumara una capacidad instalada de 633 700 kilovatios, apenas para atender la demanda por electricidad que estaba creciendo a una tasa de 10 por ciento anual, con una proyección similar para la década siguiente5.
Además, ese año se creó Interconexión Eléctrica, S. A., ISA, una empresa industrial y comercial del Estado, constituida por las empresas generadoras departamentales y la Empresa de Energía de Bogotá. Con ello se construyó una red eléctrica nacional que permite suplir el déficit que se presente en determinados lugares y aprovechar de manera más óptima la capacidad instalada.
Los años ochenta significaron para la empresa una transformación sustancial, en razón a la iniciación de enormes proyectos hidroeléctricos que comprometieron su capacidad financiera, administrativa y operativa. Dos proyectos, Mesitas y El Guavio, se empezaron cuando la empresa no estaba preparada para ejecutarlos, lo cual se evidenció años más tarde. El primero de ellos, Mesitas, se inició en 1977 y se concluyó en 1986, y agregaron 600 000 kilovatios adicionales a la oferta de energía. En 1981, “se inició la construcción del proyecto más controvertido del sector eléctrico, la hidroeléctrica del Guavio, con una capacidad inicial de un millón de kilovatios, que se proyectaba entraría en funcionamiento en 1987, pero que por diferentes problemas de tipo técnico, financiero y administrativo sólo a finales de 1992 comenzó a operar la primera unidad de 200 000 megavatios, completándose el proyecto en julio de 1993”6.
Estas ampliaciones estuvieron acompañadas de transformaciones importantes en el uso de la energía en la ciudad. Por una parte, entre 1975 y 1978 se logró cambiar el voltaje que llegaba a los hogares, pues hasta entonces buena parte de la ciudad usaba líneas de 150 a 220 voltios, lo cual producía constantes accidentes en los aparatos domésticos, en razón a que ya se había impuesto el de 115 voltios. En términos domésticos, los bogotanos ya no necesitaban transformadores para poder usar sus aparatos eléctricos, lo que estimuló su consumo7. Otro cambio importante fue la introducción del alumbrado público con lámparas de mercurio, de mayor eficiencia lumínica, que se impuso en la década de los setenta. Además, se inició la electrificación rural, a través de la Electrificadora de Cundinamarca, S. A.8.
Durante el siglo xx hubo varios momentos en que la demanda del servicio superó la capacidad instalada: entre 1930 y 1940, 1956 y 1962, y 1975 y 1990. En esos momentos las quejas por el servicio eran frecuentes, en especial entre 1956 y 1962, que coincidió con la llegada de la televisión, puesto que los programas familiares iban de 6 de la tarde a 9 de la noche, precisamente cuando aumentaba la demanda y caía el servicio. En 1960, la capacidad instalada de la Empresa de Energía era de 118,4 megavatios, cuando la demanda en la ciudad era de 137,9 megavatios. Esto producía una imagen deficiente en los televisores, aparatos que ofrecían más sombras que imágenes9. El daño de los aparatos era frecuente, en tiempos en el que los usuarios no eran atendidos en sus reclamos.
La expansión del servicio eléctrico en la ciudad fue rápida. Mientras que en 1955 había 95 933 instalaciones de energía en la ciudad, vale decir usuarios, en 1965 había crecido a 206 743 instalaciones y en 1973 pasa de 300 000 usuarios, con lo cual la empresa logra un crecimiento de 3,3 veces en el corto lapso de dos décadas. Estos guarismos crecerán aun más en las décadas siguientes, y con ello se produce una revolución silenciosa en la ciudad, como es el cambio profundo que se vive en la cultura material10.
En efecto, de manera progresiva, desde mediados del siglo xx, la energía eléctrica empieza a sustituir al carbón como fuente de energía para la preparación de los alimentos. Los cambios dentro de la vivienda fueron radicales; la estufa pudo ser integrada en el interior de la casa dado que no se requería de una cocina grande ni de depósitos de carbón. Desaparecieron los deshollinadores, personajes que ofrecían sus servicios por la ciudad con su música característica, que iba anunciando su presencia. Ya no se requerían los esfuerzos domésticos para encender la estufa, mantener el calor, soplar constantemente los fogones con las “chinas”, etc. Hubo cambio de implementos; se suprimen ollas pesadas por unas más livianas y fáciles de asear, como la olla a presión, que además ahorra tiempo en la cocción. El esfuerzo humano en la preparación de los alimentos disminuyó, reduciendo las exigencias del trabajo doméstico. No se necesita ya dedicar mucho tiempo para atender las necesidades alimentarias del hogar. Esto va a incidir en la cantidad de personas de servicio doméstico empleado por las familias, y en la liberación de la mujer en aquellos hogares donde ella era la encargada de los oficios caseros. Además, de manera progresiva en la segunda mitad del siglo xx, se extiende el uso del refrigerador que permite la conservación de alimentos frescos, en especial los producidos por la industria de alimentos, que reducen sustancialmente los tiempos de preparación o que no requieren cocción, como son los derivados lácteos, cereales, panes, etc. Algo similar sucede con el calentador eléctrico de agua, una razón más para convencer a los bogotanos del baño diario y superar la histórica aversión por el aseo corporal.
Pero no todo en esta historia es color de rosa. En los años ochenta la llamada “canasta energética urbana” estaba conformada por la energía eléctrica, el gas propano y el cocinol. Este último, un derivado del petróleo, se convirtió en el combustible más utilizado por las familias pobres y, rápidamente, en un mecanismo corrupto de clientelismo político. Para su obtención se exigía a las familias usuarias inscribirse en la Junta de Acción Comunal del barrio y recibir un carné, y se manejaban cuotas por cada barrio y cada junta. Se calcula que se llegó a expedir carnés para unas 300 000 familias. Los usuarios debían hacer colas desde altas horas de la noche en los lugares de expendio, lo que generaba constantes peleas por los turnos. La volatilidad del combustible, que provocaba frecuentes incendios domésticos, fue causal de la deformación de muchos niños y niñas por quemaduras11. El tema de este nefasto combustible hace parte de la historia macabra de la ciudad. En el año 2000 se inició la supresión de su venta. Cuando se menciona que la cultura material está cambiando en la ciudad, no hay que olvidar que éste no fue un proceso fácil sino, por el contrario, bastante inequitativo.
Otro cambio importante producido por estas transformaciones técnicas es el de la iluminación de la casa. De manera progresiva las luminarias van invadiendo la casa. Si en los primeros años del siglo xx sólo algunas residencias contaban con luz eléctrica, y en muchos casos lo que se tenía era un bombillo con un cable largo que se desplazaba a los espacios de la casa donde se reunía la familia, desde mediados del siglo xx se van a utilizar más y mejores luminarias dentro de la vivienda. Hay que recordar que en los años veinte y treinta parte del paisaje urbano era la reunión de estudiantes para estudiar en los cafés, en razón de que en sus lugares de habitación no se disponía de iluminación o ésta era de mala calidad.
Por último, pero no menos importante, la extensión del servicio eléctrico significó la posibilidad de usar electrodomésticos, como radio, licuadora, y luego televisor y refrigerador, entre los más importantes. Símbolos de estatus social al comienzo, se popularizan y convierten en simples instrumentos facilitadores del bienestar.
Un cambio de enorme importancia en la canasta energética urbana12 es la introducción del servicio de gas domiciliario. A raíz de la crisis petrolera de los años setenta, el Estado impulsó el desarrollo de una política energética de sustitución de la energía costosa. En 1987 se inició el reemplazo del cocinol por gas propano, que ya se ofrecía en Bogotá desde los años sesenta. Al finalizar este año, 25 094 hogares habían sustituido el nefasto cocinol por propano.
En 1991, el Estado inicia un amplio programa para la masificación del gas natural. Gracias a la ley 142 del Régimen de Servicios Públicos Domiciliarios, que ofrece nuevas herramientas institucionales y legales, cambia la prestación de los servicios públicos y se masifica entonces este servicio, que es más eficiente y menos contaminante13.
En 1990, 68,5 por ciento del consumo energético domiciliario provenía de la electricidad, 6,5 por ciento del gas natural y 24,8 por ciento del gas propano. Para el año 2000, 40 por ciento de este consumo era satisfecho por la electricidad, 37 por ciento por el gas natural y 23 por ciento por el propano14. Hoy, en el año 2007, la ciudad cuenta con 1 300 000 conexiones de gas natural, masificación que ha conllevado amplios beneficios en la calidad de vida de los urbanitas bogotanos. Así como los deshollinadores desaparecieron de la ciudad, cada vez son más escasos los camiones distribuidores de gas propano, que, con su característica campana, anuncian la venta de cilindros de gas por los barrios.
El siglo xxi comienza con una ciudad que ha cambiado totalmente su canasta energética, y en ello la Empresa de Energía de Bogotá ha sido un pilar fundamental. Hoy es la empresa más grande del sector eléctrico y atiende el mercado más importante del país. Para llegar a estos logros se requirió una reforma total de la empresa.
En efecto, en la década de los noventa la empresa empezó a mostrar serios riesgos de crisis profunda, en razón de las pérdidas crecientes, las bajas tarifas del consumo residencial, el retraso de la puesta en funcionamiento de la central del Guavio, además de la creciente politización administrativa. Los riesgos de perder la viabilidad financiera eran demasiado altos, y se requería una urgente capitalización de la empresa que permitiera hacer frente a los elevados costos del servicio de la deuda, además de la necesidad de iniciar nuevos proyectos de generación eléctrica y de modernización. En esos momentos, 1990-1995, 100 por ciento de los ingresos que tenía la empresa solamente cubría 80 por ciento de los intereses de la deuda. La amenaza de incumplimiento en sus obligaciones era muy alta y se llegó a tal punto que la capitalización era la mejor salida, para poder prestar el servicio de calidad que la ciudad demandaba. Es entonces cuando se busca la inversión de capitales privados, nacionales y extranjeros.
Antes de la capitalización, se separaron los negocios de generación, transmisión y distribución de energía, y se organizaron en tres empresas independientes: Emgesa, que maneja el negocio de la generación de energía. Emgesa S. A. ESP fue constituida el 23 de octubre de 1997 como resultado del proceso de capitalización de la Empresa de Energía de Bogotá, efectuado por la sociedad de propiedad mayoritaria chileno-española, Capital Energía. Tiene como actividad principal la generación y comercialización de energía eléctrica, y cuenta con 10 centrales de generación hidráulica y dos térmicas. La segunda es Codensa, que entró a funcionar el 23 de octubre de 1997 como empresa distribuidora y comercializadora de energía para Bogotá, 94 municipios de Cundinamarca, uno de Boyacá y uno del Tolima. La tercera empresa, la EEB, se ha constituido en el Grupo de Energía de Bogotá, uno de los más importantes y sólidos del país, con inversiones en el ámbito nacional e internacional, resultante de la adquisición por parte de Ecogas (hoy TGI). Gracias a la legislación sobre servicios públicos domiciliarios regida por las leyes 142 y 143 de 1994, esta empresa se ha transformado de manera favorable para modernizarse y ser más eficiente, además de que ha intervenido orientando y regulando a otras empresas del sector.
La intervención realizada hace 10 años, que dio origen a Emgesa y Codensa, le permitió a la EEB ser un fuerte generador de recursos para el Distrito y un excelente ejemplo de las bondades del modelo de gestión público-privado, con un impacto social positivo. Hoy, en el 2007, el servicio de energía eléctrica cubre el 100 por ciento de los barrios legalizados de la capital.
ACUEDUCTO Y ALCANTARILLADO
Hasta el desarrollo de las tecnologías de purificación del agua y eliminación de aguas negras, la vida urbana padeció altos índices de mortalidad por enfermedades gastrointestinales y su población se vio obligada a dedicar mucho tiempo a la obtención de agua. Con los cambios en el manejo de las aguas, se logró superar la condición de las ciudades como espacios de la muerte, para convertirlas en espacios de la vida, y con ello crecer aceleradamente, como sucede durante los siglos xix y xx.
Estos cambios no se limitan al mejoramiento de la higiene y la salud públicas. Están asociados también a profundas transformaciones en la vida material. El servicio domiciliario facilitó el tránsito de la sociedad tradicional a la moderna, permitiendo el acceso de grandes grupos poblacionales a mejores niveles de vida y liberando además el tiempo, especialmente de las mujeres, que han podido así acceder a la educación e ingresar a un mundo laboral más calificado.
En la segunda mitad del siglo xx, el sistema de acueducto y alcantarillado presta los servicios de agua potable, disposición de excretas, aguas servidas, así como de recolección, tratamiento y disposición de residuos sólidos15.
Para llegar a ello se requirieron varios cambios. El primero derivado del acuerdo 105 de 1955, por medio del cual el Concejo de Bogotá cambió la estructura orgánica de la empresa de acueducto, y creó el establecimiento público denominado Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, EAAB, dotado de personería jurídica, autonomía administrativa y patrimonio propio, condición que le otorgó un amplio margen de funcionamiento con alguna autonomía de la administración del Distrito16. El siguiente fue la celebración de un contrato con el Banco Central Hipotecario, con el propósito de buscar fondos para financiar los nuevos ensanches del acueducto, lo que a su vez implicaba una reforma administrativa del acueducto municipal y de la administración de las aguas negras de la ciudad17. Esta reforma administrativa y la consecución de recursos iban a permitirle a la naciente empresa enfrentar los desafíos venideros.
En efecto, como resultado del crecimiento urbano y de los cambios en las pautas del consumo del agua, se pasa de 73 992 abonados en 1955 a 110 121 usuarios en 1960, y de 165 644 acometidas domiciliarias en 1965 a 291 000 en 197318. En menos de 20 años el servicio cuadruplicó el número de usuarios. Se superaba, por una parte, el déficit histórico de la ciudad en cuanto a servicio domiciliario y, por otra, se atendía a la nueva población que estaba arribando a la capital. Otro cambio importante en este momento tiene que ver con la concepción del cuerpo, a lo cual ya se ha hecho referencia.
Pero el problema no era sólo la dinámica del crecimiento urbano, aunque el aumento de población rebasó todos los cálculos. Se había diseñado un plan de expansión del acueducto para una ciudad que en 1985 tendría 3 500 000 habitantes, cuando en realidad alcanzó los 4 350 000. Además de estos desfases en el crecimiento demográfico, las modalidades que éste presentaba generaban otro problema. La urbanización informal, donde el propietario de la tierra la vendía a compradores muy necesitados, sin proveer las debidas conexiones al sistema de acueducto, hizo que los pobladores piratearan las acometidas del servicio. En 1970, por ejemplo, el volumen de agua robada llegaba a 20 por ciento del total de agua provista por la EAAB. Esta situación exigió que la empresa se ajustara a esta realidad urbana, iniciando programas de cooperación con las comunidades barriales19.
Como se ha dicho, a partir de las décadas de los cincuenta y los sesenta, la ciudad experimentó una transformación radical de su paisaje social urbano, en lo que jugó un papel fundamental la modernización de los servicios públicos. A ello se suman cambios de orden cultural: la popularización de la radio y la televisión, así como otros desarrollos de las comunicaciones, que modificaron tanto las relaciones entre la gente como su percepción del mundo.
EL AGUA LLEGA A USME
Todas estas transformaciones de la capital a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado se dan también durante la última década en la localidad de Usme, una de las fronteras urbanas al sur de la capital, cuyos casos de acceso a los servicios podrían ser aplicables a buena parte de la ciudad informal20.
De los barrios de Usme, La Fiscala es el que se pobló más temprano. La finca original se comienza a parcelar en 1952 y los primeros pobladores llegan en 1959. La ausencia del Estado es total: el agua proviene de aljibes, la cocción es con leña y la iluminación con velas.
Al cabo de dos décadas de batallar, el barrio es legalizado. Fruto del trabajo comunitario existía ya un alcantarillado, y se logra entonces el acceso a las redes del acueducto. No obstante, pasaron muchos años antes de que la comunidad tuviera un equipamiento urbano aceptable. La primera ruta de buses sólo llega en 1982 y el servicio telefónico en 1990.
“Respecto al agua, durante toda la historia del barrio hemos convivido sectores ya legalizados, con casas y nuevos barrios sin legalización de sus servicios de acueducto y alcantarillado. Hoy en día los que tienen el servicio legalizado pueden presionar al que lo tiene pirateado porque sienten que están pagando cada mes lo que el otro está consumiendo de manera irregular. Puede que este sea visto como si estuviera de gorra en el barrio, aunque realmente no lo esté. Por otro lado se ha dado el caso de personas que luego de normalizado y legalizado su servicio de acueducto domiciliario, consideran que las facturas no corresponden a lo que han consumido, y no las pagan, hasta el punto que les cortan el agua y pierden su medidor… Son personas que vuelven al servicio pirata porque les sale más barato, así no sea el más seguro”21.
Por tanto, aunque la legalidad es una búsqueda constante, a la que se orientan las organizaciones comunitarias, la lógica del funcionamiento pirata no deja de ofrecer ventajas relativas, al no exigir el pago mensual.
“No es difícil entender las razones que tiene la gente para sacar el agua de los tubos madre… Muchos de los servicios que se supone permiten la legalización de los barrios, han sido conseguidos por los mismos habitantes, y eso no lo reconocen las empresas”22.
La contraposición de estas dos lógicas se deja sentir cuando se enfrentan la experiencia de haber construido una red de solidaridad social que permitió levantar el barrio, con la llegada de la legalización y la formalización de los servicios públicos.
“No puede ser que las empresas de servicios consideren que el barrio se formaliza y arranca de cero en el momento en que se incorpora a las redes legales de servicios, pagando por su conexión, sin tener en cuenta los esfuerzos de los habitantes por levantarlo y mantenerlo durante años. Eso no quiere decir que no sea buena y lógica la instalación domiciliaria de agua potable y de los demás servicios por la vía formal, de hecho eso permite que la gente cree nuevas formas de conciencia y de convivencia. Cambia la conciencia cuando el ahorro en el gasto de agua empuja a los vecinos a recoger el agua lluvia para su uso doméstico”23.
Un caso bien distinto es el del barrio Los Comuneros, iniciado en 1981 con la presencia de un sacerdote de amplia trayectoria en la organización de gentes sin techo. Constituida la Empresa Comunitaria Los Comuneros, que permite consolidar la capacitación en derechos civiles y trámites con el Estado, los asociados compran un lote que se urbaniza con el apoyo profesional de ingenieros y arquitectos, facilitados por el sacerdote. El primer servicio que se establece es el agua que, como en la mayoría de estos casos, se obtiene perforando el tubo madre que viene de La Regadera. La situación cambia más tarde, con la conexión legal al servicio de la EAAB.
Otro barrio, Sucre, arranca en 1985, bajo la influencia de un movimiento político que imparte capacitación para la auto construcción y convoca a la acción comunitaria. Aunque mucha gente compró su lote y lo pagó a plazos, una invasión parcial de las tierras origina una urbanización pirata, que ha sido fuente de conflicto. La cercanía al tubo madre permite acceso al agua, pero la densidad del poblamiento rebasa su capacidad.
“Para el proceso de legalización del servicio, la empresa vino con sus funcionarios e hicieron reuniones donde nos explicaron y nos concientizaron de hacer las cosas legalmente, porque así como estaba, rústico y caprichoso, y a pesar de suplir nuestras necesidades, no era seguro”24.
En 1987, bajo la modalidad ilegal, surge en la Comuna Alfonso López el barrio Nuevo Porvenir. El cuadro es el típico de esta forma de apropiación: vendidos los lotes, el urbanizador desaparece, y es la comunidad la que debe organizarse e iniciar la autoconstrucción de servicios, perforando el tubo madre y construyendo un alcantarillado.
El barrio Juan José Rondón sigue la misma línea. Allí el agua proviene de los pozos existentes en los potreros adyacentes. “Nos ha tocado sufrir mucho con la ausencia de agua, en invierno y en verano. Cuando estamos en invierno el clima nos tapa las mangueras, y en verano porque se escasea mucho”, comenta uno de sus pobladores. En 1998 el barrio tiene que recurrir a un nacedero de agua y establecer la función del fontanero, personaje encargado de mantener las mangueras y vigilar que el abasto del agua, pese a su precariedad, cubra las necesidades elementales de la comunidad. A diferencia de los fontaneros de antaño, que dependían del municipio, acá son los vecinos los que pagan una cuota. “Un fontanero recibe 2 000 pesos mensuales por casa, pero la verdad es que hay gente que no los paga. Y eso da como pena”25.
“Para mí, la hora más importante en este oficio es a las 7 de la mañana porque a las 7 voy a echarle el agua a todo el mundo, me toca darme cuenta de las mangueras, sacarles el aire y que cada casa coja su agua… Yo me siento feliz, así me moje o haga frío, pero la costumbre de trabajar, de hacer cosas me revitaliza. Imagínese que yo tengo 70 años y no me importa subir a las cinco de la mañana al tanque, me le pongo a cualquiera, eso sí. En este oficio cada casa paga mensualmente un promedio de 2 000 a 2 500 pesos. Hay muchos que no pagan todo, pero no se le puede quitar el agua porque como viene por una sola manguera, entonces el que paga, está dándole el agua a los otros. El pago es voluntario, pero imagínese usted que muchas veces en el mes me gano entre 20 000 y 30 000 pesos y ¿qué es eso?”26.
En el barrio La Reforma, la legalización se logró en 1998, y con ello llegaron la energía eléctrica, el teléfono, el gas y más tarde el agua, que requiere de un trabajo comunitario. A la fecha, 30 por ciento de las casas cuentan ya con servicio de acueducto y el resto está en proceso de instalación. Esta situación contrasta con lo vivido en épocas anteriores, cuando la “gente se agarraba a palo” por el agua y las epidemias y alergias eran frecuentes.
Estos ejemplos de la localidad de Usme subrayan los beneficios del servicio de acueducto domiciliario y la superación del abasto de aguas no tratadas. Lo que vivió la ciudad hasta 1938, cuando entró en servicio la planta de Vitelma, se ejemplifica hoy en Usme.
A pesar de que la intromisión de la urbanización ilegal aparece en estas historias, los pobladores luchan contra ello y buscan siempre la legalización, indispensable para acceder a la presencia del Estado. Pese a las adversidades políticas, económicas, culturales y sociales, en todos los casos se percibe el esfuerzo por construir tejido social como condición previa para superar la marginalidad urbana y lograr la inclusión social.
Y, al cabo, la ciudad ha resuelto positivamente estos desafíos. Frente al vertiginoso crecimiento urbano, formal e informal, la EAAB incrementó sustancialmente la cobertura de la red de acueducto y alcantarillado de la capital entre los setenta y los noventa. De 225 462 instalaciones en 1970 pasó a 943 760 en 1993. En términos relativos, estas cifras significan que para 1994 la red de agua potable cubría 88,3 por ciento de los habitantes de la ciudad y el alcantarillado 87 por ciento, con un número de suscriptores de 1 076 459, cifra que refleja el esfuerzo gigantesco por llevar agua a casi toda la ciudad, así en el proceso se incrementara la pérdida de agua, que alcanzó en ese año la preocupante cifra de 45 por ciento del total del agua27.
Entre 1994 y los comienzos del presente siglo, la EAAB se ha orientado a lograr el cubrimiento total de la demanda de agua en la ciudad. En este empeño el número de instalaciones llegó a 1 310 000, acompañado de una ampliación de las redes de alcantarillado sanitario que cubrió 94,9 por ciento de las necesidades de la ciudad y 84,6 por ciento del alcantarillado pluvial28. Estos cubrimientos hacen referencia a los barrios legalizados.
En este proceso, la EAAB realizó importantes transformaciones, tanto administrativas como de acopio de aguas. Por ejemplo, se hizo necesario realizar el trasvase de aguas de la cuenca del Orinoco, mediante el sistema de Chingaza, cuyas aguas son conducidas por medio de sofisticadas obras de ingeniería a través del embalse de San Rafael, para surtir de agua a la ciudad sin las dificultades que se presentan en los veranos en el sistema de Sumapaz. Otro cambio, liderado por la empresa, ha sido el de las campañas pedagógicas de ahorro en el consumo. En 1997, el derrumbe de parte de los túneles del sistema Chingaza ocasionó un racionamiento del servicio durante nueve meses. A lo largo de esta emergencia, se realizaron campañas educativas que permitieron registrar un ahorro histórico en el consumo y reducir el impacto de la escasez29. Este acontecimiento y la respuesta que la ciudad aplicó para resolver la emergencia lograron cambiar sustancialmente la cultura del consumo de agua e iniciar una etapa de mayor conciencia sobre la fragilidad de la relación entre la ciudad y su entorno ambiental.
Hasta 1985, cuando entró en funcionamiento el sistema Chingaza, la planta de Tibitó proveía de agua al 85 por ciento de los habitantes de Bogotá. Una vez entra en funcionamiento el nuevo sistema, Tibitó redujo el suministro al 15 por ciento de los bogotanos. La planta de Tibitó se entregó en concesión a 20 años, a partir de 1998, y el concesionario se comprometió a rehabilitar la planta y parte de la tubería de conducción, considerada como obsoleta, luego de cuatro décadas de funcionamiento30.
Una obra fundamental en la historia del agua en Bogotá, tan importante históricamente como su primer acueducto, es Chingaza. Puesto en funcionamiento en 1985, el sistema se abastece de la cuenca hidrográfica del mismo nombre y cuenta con un embalse de 227 millones de metros cúbicos sobre el río Chuza, recoge aguas de los ríos Blanco y Guaitiquía —que llegan al embalse por un túnel de 3,5 kilómetros—, y desde allí hasta Bogotá la conducción recorre 45 kilómetros, a través de canales, túneles y la moderna planta de tratamiento Wiesner, en el municipio de La Calera, que suministra la mayor parte del agua que consume la ciudad31.
Esta obra, que superó enormes desafíos, fue posible además porque el contexto político anterior a la elección popular de alcaldes y a la Constitución de 1991 lo permitió. Con posterioridad a estos cambios políticos, los municipios involucrados en el sistema difícilmente habrían aceptado que sus recursos ambientales, en este caso el agua, fueran trasladados a otra ciudad sin su consulta y aprobación. Además, como los ríos mencionados hacen parte de la cuenca del Orinoco, la dirección natural de su corriente va en ese sentido, lo que puede representar una dificultad futura, pues cualquier proyecto de ampliación tendrá que pasar primero por la consulta a estos municipios32. Por ahora, la actual oferta de agua del sistema es suficiente para la ciudad, pero su crecimiento demandará nuevas ampliaciones o sistemas.
Por otra parte, la empresa no se limitó a las intervenciones en el sistema Chingaza, sino que emprendió la mayor obra de toda su historia —el programa Bogotá IV—, con objeto de construir un sistema de acueducto complementario para surtir de agua a Usme y a Soacha. Este nuevo sistema contó con una obra de gran importancia, el embalse de San Rafael, que dispone de un aforo de 75 millones de metros cúbicos y constituye un verdadero sistema de seguridad para la ciudad, pues le permite contar con reservas de agua para varios meses, en caso de fallas en el sistema Chingaza. El programa Bogotá IV demandó el reemplazo de 280 kilómetros de redes primarias, además de colectores de alcantarillado; la reparación de redes primarias; el cambio de parte de la tubería de conducción de Tibitó; 140 kilómetros de redes en barrios marginales; 280 kilómetros de redes de alcantarillado; 420 kilómetros de canales de drenaje, y cambio de contadores e instalación de nuevos. Las líneas de conducción de la planta Wiesner a la ciudad exigieron la construcción del túnel Los Rosales, que lleva las aguas desde Usaquén hasta el tanque de El Silencio, sobre el Parque Nacional, y desde allí hasta los tanques de Vitelma y Casablanca, para asegurar el suministro al sur de la ciudad.
La intervención de la administración central fue definitiva. El Programa de Desmarginalización, aplicado en 1998, tenía como fin legalizar numerosos barrios piratas. Gracias a las ampliaciones del servicio de acueducto, se pudo atender la nueva demanda y contribuir a la superación de la marginalidad urbana. Entre 1998 y 2002 se logró ejecutar 1 522 obras de alcantarillado sanitario y pluvial, en el sur y el sur- occidente de la ciudad, zonas aquejadas por continuas inundaciones.
Otra tarea asumida por la empresa ha sido la descontaminación del río Bogotá, que ha demostrado ser complicada en extremo. Los enormes costos de las soluciones han frenado las aplicaciones técnicas requeridas y la contaminación sigue siendo monstruosa.
En los 90 kilómetros de recorrido desde El Salitre hasta Alicachín, el río Bogotá recibe los desechos de 7 000 industrias, además de 14 metros cúbicos por segundo de aguas negras, y una carga de desechos sólidos de 1 500 toneladas al día, de las cuales, 76 corresponden a desechos tóxicos33. Estas cifras no solamente indican el grado de contaminación sino la actitud de la ciudad frente al medio ambiente y la salud pública. En la ronda del río y sus afluentes contaminados pastan vacas y se cultivan hortalizas, cuyos productos son consumidos en la capital. Estudios al respecto han detectado que los productos agropecuarios cultivados en estos lugares contienen sustancias considerablemente nocivas, como plomo y mercurio.
Sin embargo, la indolencia no ha sido total. En 1994 se adjudicó el contrato para construir la primera planta de tratamiento de aguas residuales, destinada a comenzar la recuperación del río Bogotá, ubicada en la desembocadura del río Salitre. Desafortunadamente, el inicio de la planta coincidió con una crisis financiera en la EAAB y el Departamento Administrativo del Medio Ambiente, DAMA, tuvo que asumir su funcionamiento. La capacidad de la planta sólo alcanza para descontaminar 10 por ciento, lo que hace evidente la necesidad de construir varias plantas más. En el año 2003, como resultado del acuerdo logrado entre la CAR, la EAAB y la Secretaría de Hacienda Distrital, se ha planeado una segunda planta cercana al embalse del Muña. Los costos ambientales que la sociedad está pagando por la demora de una solución integral al problema han sido calculados en 200 000 millones de pesos anuales, que se cargan a la economía regional, resultantes de la desvalorización de predios, pérdida de producción agropecuaria, perjuicios a la salud y otros34.
Uno de los frentes que han sido objeto de una política de conservación y han recibido atención adecuada por parte de la EAAB son los humedales de Bogotá y la sabana. Lamentablemente, de las 50 000 hectáreas de humedales que existían hace algunas décadas, la cifra apenas llega hoy a 800 hectáreas. Estos ecosistemas, que cumplen una función estabilizadora de los entornos donde se encuentran al ser residencia de especies nativas y migratorias, son considerados “reservas de agua de gran valor económico, cultural, científico y recreativo, cuya pérdida sería irreparable”35.
La EAAB recibió la tarea de la demarcación, manejo, preservación, protección y cuidado medioambiental de los humedales, además de su recuperación, para lo cual ha suscrito convenios con el DAMA y la CAR. Gracias a estos esfuerzos se han recuperado los humedales de Juan Amarillo y el paseo río Salitre, y se ha logrado una integración con el Parque Ecológico San Rafael, los canales —Molinos, Córdoba, Rionegro y Salitre—, los humedales —Córdoba, Juan Amarillo, Jaboque— y la alameda río Bogotá. Es decir, la interconexión ecológica y física de los ecosistemas más importantes de la sabana. Esta gran obra, que conforma “el corredor ambiental más largo de Latinoamérica”, muestra los esfuerzos de la ciudad, a través de la empresa de acueducto, por recuperar todos los cuerpos de agua. Como reconocimiento a uno de los mejores proyectos que se adelantan hoy en América Latina, África y Europa oriental, la EAAB recibió en 2003 el Premio Verde del Banco Mundial.
LAS COMUNICACIONES
El 20 de mayo de 1900 el incendio de las Galerías destruyó la primera estación telefónica instalada por la Compañía Colombiana de Teléfonos en 1884. La conflagración puso fin a una empresa que ya tenía dificultades a causa de la aleatoria situación que se vivía a finales de siglo.
Fue una nueva empresa, The Bogota Telephone Company Limited, constituida en Londres por empresarios ingleses, la que vendría a reiniciar el servicio en 1906, instalando en la carrera 8.ª con calle 20 una central telefónica de dos plantas, con capacidad para 5 400 líneas, además de un conmutador de 600 líneas para el sector oficial, operado manualmente por telefonistas.
En el año 1912 se define y reglamenta, por primera vez, el servicio de telecomunicaciones. Al año siguiente se da inicio a la prestación del servicio de radiotelegrafía a cargo de la empresa Marconi Wireless Telegraph Company, que permite transmitir mensajes de manera mucho más eficiente.
A partir de ese momento, el crecimiento de la red telefónica es paralelo al de la ciudad. En 1938 había dos centrales, la mencionada de la carrera 8.ª y otra en el norte, en Chapinero. Las dos sumaban 83 operadoras y unas 12 000 líneas.
A pesar de los esfuerzos de la firma inglesa, el servicio comenzaba a ser deficiente. El sistema manual resultaba limitado para la demanda existente, lo cual provocaba continuas protestas. En 1939 comenzó a agitarse la idea de la municipalización del servicio. Germán Zea Hernández, el alcalde de entonces, recuerda así los inicios del debate:
“En ese momento, cuando la ciudad sabía que la empresa no servía para nada, se presentó un alza de tarifas. Todo el mundo puso el grito en el cielo y en el Concejo se inició un debate en el que se vio claro, casi de inmediato, que la única solución posible era la de comprar la compañía, cuyo contrato sólo vencía trece años más tarde. El alza era necesaria para mejorar el servicio. De manera que se llegó a la conclusión de que convenía adquirir la empresa para luego aumentar las tarifas, y de esa manera llevar el dinero directamente a las arcas del municipio”.
En efecto, el llamado Cabildo del Centenario aprobó, el 16 de octubre de 1940, mediante el acuerdo n.o 64, la compra de la empresa The Bogota Telephone Company Limited por el precio de dos millones quinientos mil dólares y un plazo de 30 años para su cancelación.
Ese mismo año nació la Empresa de Teléfonos de Bogotá, constituida como empresa municipal mediante el acuerdo n.o 79.
Estos cambios administrativos no mitigaban la presión de los usuarios por la modernización del servicio. Además, era urgente ampliar las redes que ya eran insuficientes frente al casi medio millón de habitantes de la capital.
Con miras a solucionar estas demandas, a comienzos de 1945 se abrió la licitación para automatizar el servicio. La firma sueca Ericsson salió favorecida, iniciando de inmediato el proceso de transformación técnica. En 1948 se instala el servicio automático.
Cuando ocurrieron los trágicos sucesos del 9 de abril de 1948, el servicio telefónico bogotano aún era manual y las operadoras de los conmutadores, que se encontraban en sus puestos de trabajo en el momento del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, no pudieron ser reemplazadas, sino varios días después. Ese año funcionaban 13 041 líneas telefónicas manuales. Al finalizar el año, con las mejoras técnicas de la compañía sueca, se llegó a las 19 500 líneas instaladas.
En 1950 comienza a circular el directorio telefónico y se fusionan los servicios telefónicos y telegráficos, con un total de 25 706 líneas. Años después, en 1958, el crecimiento económico de la ciudad exige la edición del directorio con el anexo de las páginas amarillas. En 1959 la ETB cuenta con ocho plantas y 2 000 teléfonos públicos, pero la expansión a los municipios anexados es todavía débil: Bosa cuenta con 90 teléfonos, Usaquén con 415, Suba con 118 y Fontibón con 485 líneas36. La incorporación de nuevas tecnologías permite una rápida expansión del servicio: en 1961 se inaugura la planta del Chicó, que le permite a la ciudad contar con 114 000 líneas instaladas. Para 1965 la oferta sigue creciendo y se cuenta con 143 200 líneas en funcionamiento. Diez años después hay 502 000 líneas instaladas y servicio de comunicación telefónica por medio de satélites orbitales. El sistema de comunicación de la ciudad se integra a una red digital global37. Una década más tarde, la oferta de servicios de la ETB se diversifica con la construcción de nuevas centrales, el servicio de buscapersonas, el sistema de transmisión por fibra óptica, la red digital de servicios integrados, la red de teledatos y el servicio a 866 000 líneas. En 1990 se permite la competencia de operadores privados y públicos para las comunicaciones telefónicas. El siglo concluye con 2 242 020 líneas telefónicas instaladas, la introducción de la telefonía móvil y el cambio de nombre en 1992 a Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, en razón de la diversificación de sus actividades. Asimismo, a partir de 1999, cambia el servicio prestado con la apertura de larga distancia nacional e internacional.
En medio siglo el crecimiento de la oferta de este servicio ha sido vertiginoso. La actualización tecnológica ha sido una constante y ha permitido el traslado al hogar de un servicio que, en un principio, estaba orientado a empresas industriales y comerciales. Un cambio importante ha sido la conversión de la empresa en una sociedad por acciones, de capital mixto, aunque todavía no ha logrado atraer a un socio estratégico internacional.
Entre los cambios tecnológicos de gran importancia debemos reseñar el servicio de Internet. El 4 de junio de 1994 se logra la conexión del país a Internet, usando la señal que llega a la Universidad de los Andes desde Homestead, en la Florida, a las instalaciones de IMPSAT, en el cerro de Suba, y de allí a la torre Colpatria, desde donde se dirige de nuevo a la universidad. En julio de ese mismo año se logró hacer el primer proceso de inscripción de los estudiantes a los cursos, usando la Red38. No pasa mucho tiempo antes de que este servicio se generalice, produciendo con ello toda una revolución en las comunicaciones de la ciudad.
Desde entonces, los cambios tecnológicos avanzan a un ritmo impredecible y las frecuentes ofertas de nuevos servicios obligan tanto a las empresas prestadoras del servicio como a los usuarios a una constante actualización en las tecnologías de comunicación. En los años 2002 y 2003, por ejemplo, la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá tuvo en los hogares sus mayores participantes en el ingreso, pero en los dos años siguientes las empresas fueron la principal fuente de ingresos. Todo esto se relaciona con la venta de servicios de Internet y datos39. Actualmente esta empresa vende servicios de voz, local y nacional; telefonía móvil; acceso a Internet y sistemas de información empresarial, por fibra óptica, inalámbrico y conmutado, así como servicio de transmisión de grandes volúmenes de información.
En la actualidad, existe un altísimo nivel de competencia en el sector y una continua sustitución de servicios en razón a los rápidos cambios tecnológicos. Existe un acelerado crecimiento de la telefonía móvil, que cambia de tecnología constantemente, y una globalización de las telecomunicaciones que ofrece un futuro inesperado, que pone en riesgo constante a las empresas prestadoras de servicios de comunicaciones, pero que, de todas formas, favorece a los usuarios. Así como las empresas corren el riesgo de la obsolescencia, los usuarios también si no se actualizan de manera permanente. Gracias a estos cambios tecnológicos, la ciudad ha vivido una transformación radical en su concepción del tiempo y del espacio.
EL SERVICIO DE ASEO
La ciudad heredó del siglo xix una profunda cultura de desaseo. La consuetudinaria escasez del agua había producido una débil costumbre de aseo personal; la gran mayoría de casas carecía de letrina, y todas las aguas servidas iban a dar a los ríos y quebradas que pasaban por la ciudad. En 1867 Miguel Samper señalaba:
“La podredumbre material corre parejas con la moral. El estado de las calles es propio para mantener la insalubridad con sus depósitos de inmundicias. El servicio o abasto de aguas es tal que las casas que deben recibirla bajarán pronto de precio como gravadas por un censo en favor de los albañiles y del fontanero. El alumbrado, exceptuando las pocas calles del comercio, nos viene de la luna. En fin, la administración municipal de la ciudad es poco menos que nula… Mas ¿qué podrá agregarse cuando se sabe que las sesiones nocturnas de la Asamblea Constituyente del Estado corren riesgo de celebrarse a oscuras?”40.
A comienzos del siglo xx el aseo de la ciudad era precario. “Es insoportable el desaseo de las calles de Bogotá; por donde quiera se ve amontonada la mugre y la basura. No hay una sola calle limpia. Si Bogotá mereció el título de muy noble y muy leal, hoy merece el de muy sucia y muy hedionda”41.
Hasta 1904 la Sociedad de Aseo y Ornato se había hecho cargo del aseo, sin mayores resultados. A partir de ese año, el municipio asumió el servicio, con resultados aun peores. De los 36 carros y 53 bestias de tiro que había recibido de la Sociedad de Aseo, al año siguiente sólo le quedaban 10 carros y 36 animales.
Para obligar a la ciudadanía a colaborar con la limpieza, el municipio apeló a medidas punitivas, multando severamente a los vendedores ambulantes de frutas y carbón que arrojaban desperdicios en la calle, a quienes mantuvieran aves de corral en la vía pública y a quienes se negaran a cuidar las fachadas de las casas y a barrer los andenes42. Las medidas no dieron los resultados esperados y el desaseo seguía siendo monumental. La contratación del aseo con particulares tampoco produjo mejoras. Los olores de las aguas servidas que corrían por las calles y se recogían en los ríos eran fuertes en verano; en invierno los caños se rebosaban e inundaban las vías. Como había pocas calles asfaltadas, en épocas de lluvia se volvían fangales y en los veranos polveros. El municipio sólo tenía dos irrigadoras para mitigar las nubes de polvo43.
Este desfase entre la evolución de la ciudad y sus dificultades para establecer un sistema eficiente de aseo se va a prolongar hasta finales del siglo xx y es quizás la mayor prueba del esfuerzo por aprender a administrar una urbe moderna. El municipio reconocía sus dificultades:
“La sección de acarreo… adolece igualmente de algunos defectos que influyen también en el levantamiento de las basuras que se producen en las calles… el trajín y el mal estado del pavimento de las calles determinan el diario y constante deterioro de los vehículos, irrigadoras y bestias. Para mover los 18 carros se utilizan 2 bueyes de buena calidad y en buen estado de servicio; 5 caballos viejos, entre ellos dos en malísimo estado; 13 mulas viejísimas y gastadas por un largo tiempo de servicio”44.
En 1910, la Alcaldía delegó en la División de Aseo de la Secretaría de Higiene la recolección y disposición higiénica de los residuos sólidos, arrojados al río San Francisco en el sitio denominado Llano de los Jubilados45. El lugar recibió el nombre de Calle del Aseo porque allí se vaciaban las carretas recolectoras, con la esperanza de que las aguas del antiguo Vicachá hicieran la tarea que el municipio no podía cumplir. Todo lo que los gallinazos no aprovechaban, iba a parar al río Bogotá.
En 1919, como una de las respuestas a la epidemia de gripa que había azotado la ciudad el año anterior, se creó la Junta de Saneamiento de Bogotá. El flagelo había revelado las dificultades de la ciudad con el aseo, las pésimas condiciones en que vivía la mayoría de sus habitantes y el hecho de que los virus no distinguían entre clases sociales. En 1925 se contrató un estudio con una firma alemana, que aconsejó la incineración de las basuras, como medida para suprimir su depósito en la hacienda Quiroga, arrendada por el municipio para tal fin46.
En 1926 el municipio emprende la recolección mecanizada de basura, comprando camiones recolectores y poniendo en funcionamiento el primer horno crematorio de residuos. La División de Aseo se encargó de la limpieza de las calles y de la administración de las nuevas plazas de mercado, que la Casa Ulen acababa de construir. Sus 250 barrenderos, 50 operarios de plazas de mercado y 28 funcionarios de oficina, representaban el esfuerzo de la ciudad por estar a la par con los avances urbanísticos de los veinte. La nueva ciudad no podía seguir dependiendo de burros, bueyes y gallinazos para eliminar sus residuos. El río San Francisco comenzaba a ser canalizado y entubado, los depósitos de las basuras quedaban entonces muy retirados y el ritmo de los bueyes no era suficiente para el trabajo. La División de Aseo tuvo estas responsabilidades hasta 195947.
No obstante, estos esfuerzos mostraron pronto sus limitaciones. Por una parte, el crecimiento de la ciudad, como se ha visto, se acelera desde los cuarenta, en especial a través de la urbanización informal, cuya legalización era requisito para acceder a servicios públicos como el aseo. Por otra, las mejoras en el servicio de aseo urbano se limitaban, en el mejor de los casos, a la ciudad formal, que era la menor parte. Los servicios públicos van pues a la zaga de las urbanizaciones, y buena parte de la ciudad carece de ellos. Los pobladores de estos barrios resuelven entonces sus necesidades de aseo arrojando los desechos a las calles, patrón que se repite en el centro de la ciudad. Así las cosas, no había, como no podía haberla, una cultura del aseo.
En enero de 1955 se crea el Distrito Especial y poco tiempo después, mediante el acuerdo 30 del 9 de diciembre de 1958, se crea la Empresa Distrital de Aseo, entidad autónoma descentralizada, con patrimonio especial y personería jurídica, encargada de facilitar la limpieza de las calles y la recolección de las basuras, que inicia labores en agosto del año siguiente. Pronto le son asignadas otras tareas, como atender las plazas de mercado, el matadero y los cementerios y se le cambia el nombre a Empresa Distrital de Servicios Públicos, a la que se le trasladan las deudas y obligaciones laborales de la Secretaría de Higiene y parte de la de Hacienda48.
La financiación de la nueva empresa derivaba necesariamente de la ciudad formal, pero sus mayores exigencias provenían de la otra ciudad. El acuerdo 30 de 1958 dispuso que su presupuesto se nutriera de las transferencias del presupuesto central, el impuesto predial y las tarifas por recolección de basuras. Con esta limitación, las posibilidades de eficiencia en el cumplimiento de sus funciones eran bajas. El pago del servicio de aseo se amarró desde entonces a la facturación del servicio de acueducto y alcantarillado. Sin embargo, la empresa experimentó un crecimiento burocrático desmedido, llegando rápidamente a tener 1600 empleados, y una inestabilidad administrativa seria.
Luego del llamado “periodo admirable” de los sesenta, la empresa resulta profundamente afectada por las dinámicas clientelistas que invaden la administración distrital y contaminan incluso a su sindicato. Y al ser una empresa que requiere de alta eficiencia técnica para la operación de los complejos dispositivos de recolección y disposición de los desechos, la inestabilidad administrativa se convierte en una de las causales de la ineficiencia de la empresa en los setenta. Mientras los servicios de energía, acueducto, alcantarillado y comunicaciones aprovechaban los avances tecnológicos en su prestación de servicios, la disposición de las basuras seguía empleando sistemas que eran ya anacrónicos.
Las dificultades institucionales de la empresa iban en contravía con la evolución de la ciudad, donde los cambios en las pautas de consumo, llevaban a una mayor producción de basuras como empaques plásticos y papeles. Estas nuevas basuras, y las deficiencias en su recolección, produjeron la formación de un nuevo servicio urbano, el de los recicladores. Primero fueron las “botelleras”, mujeres que recolectaban todo tipo de botellas para su reciclaje; luego los recolectores de cartón y papel. El pregón urbano de ¡boteeeellas, papeeeles!, se integró muy pronto al paisaje sonoro de la ciudad. El lugar de acopio de este reciclaje fue la calle de El Cartucho, que también cambió radicalmente en los ochenta.
“Del ochenta para acá de verdad se acabó la paz. Hace dieciocho años que se acabó todo. Aunque hay depósitos de papel, de botella, de chatarra, de todo lo que usted quiera, pero llegó la invasión del vicio. Eso acabó con el sector. Quedó bautizado con El Cartucho, como el peor sitio de Bogotá y de Colombia. ¡Qué lástima todo eso! Se acabó el comercio, el trabajo, la tranquilidad. Y llegó el mismo diablo disfrazado de vicio, de bazuco que llaman ahora. Antes era la sola marihuana. Ahora no, es bazuco y una puñalada que va y otra que viene. En mis tiempos jamás vi que mataran a nadie. Ahora son quince, veinte semanales. ¡Qué horror!”49.
El deterioro urbano y humano que se presenta en este lugar de acopio de desechos, es como una metáfora de lo que pasaba en el resto de una ciudad, que entre 1964 y 1985 aumentó 2,6 veces su población y triplicó su producción de basura hasta las 5 000 toneladas diarias. A estas alturas, la empresa pública encargada de la recolección de basuras se convierte en símbolo de la ineficiencia y en ejemplo de la incapacidad del Estado para resolver los desafíos que presenta una ciudad que pasaba de los cuatro millones de habitantes.
Se calcula que en los ochenta el cubrimiento de la EDIS escasamente alcanzaba 50 por ciento de las basuras generadas por la ciudad y que eran arrojadas en botaderos al aire libre, sin tratamiento técnico alguno. Las tarifas de la empresa reflejaban el clientelismo que la carcomía. Existía la posibilidad de que algunos usuarios no pagaran por el servicio y de que muchos pagaran según el avalúo catastral de los predios, que estaba totalmente desactualizado respecto a su valor comercial. Ante este panorama, las posibilidades de introducir mejoras tecnológicas al servicio eran remotas. La ciudad amenazaba con ahogarse en medio de basuras que no tenían horario ni calendario de recolección, debido al caos del servicio.
Como resultado de este desastre generalizado y ante los riesgos ambientales que acarreaba, el 31 de octubre de 1988 el alcalde mayor de Bogotá decretó una emergencia sanitaria, y se procedió a contratar con empresas privadas —Ciudad Limpia, Limpieza Metropolitana y Aseo Capital— el servicio de recolección de basuras en el noroccidente y el suroccidente, zonas donde la situación era más crítica; en el resto la EDIS continuaba prestando el servicio. El cubrimiento saltó pronto de 50 a 79 por ciento, con la inmediata aceptación de la opinión pública50.
En 1988 se inicia la elección popular de alcaldes y comienza a crecer la conciencia sobre los derechos de los habitantes urbanos. La banca internacional endurece sus exigencias para el otorgamiento de créditos, y comienza a condicionar la financiación a la privatización de la EDIS, en vista de su incapacidad operativa.
“De esta manera, la EDIS enfrenta la crisis de los ochenta como las demás empresas distritales, con un alto volumen de deuda respecto a sus activos, con un alto pasivo pensional y con problemas de financiación de recursos propios vía tarifas. Sin embargo, sus procesos de estructura administrativa no fueron lo suficientemente fuertes para mantener niveles adecuados de prestación del servicio, lo que generó un proceso de pérdida de legitimidad social, que conjurado con la pérdida de cierto espacio político, facilitó la privatización de sus actividades y a la postre, su desaparición total. El proceso de privatización se convirtió en ejemplar para procesos posteriores”51.
La Constitución de 1991 introdujo cambios en los servicios públicos domiciliarios y en la responsabilidad del Estado en la economía, pasando de proveedor a controlador de la oferta, con funciones de planeamiento, regulación y control. El control de las tarifas pasó a la Superintendencia de Servicios Públicos Domiciliarios y los usuarios lograron espacios de participación mediante acciones de control y oficinas defensoras de sus derechos. Todo esto significó un rompimiento total con la cultura existente del servicio de aseo52. En 1992 la EDIS es liquidada.
La situación del usuario en su condición de consumidor de servicios públicos también cambió. Los servicios se han clasificado en cuatro categorías: la residencial, la comercial, la industrial y la oficial. La primera, a su vez, se subdivide en 6 estratos. La existencia de los subsidios cruzados no afecta el costo unitario en la prestación del servicio, pero se refleja en el precio pagado por cada estrato, pues la ley consigna que los estratos 5 y 6 compensarán a los estratos 1, 2 y 3.
El cambio iniciado en 1988 del monopolio estatal a la competencia privada ha traído beneficios a la ciudad. La mejora del servicio permite comprender las transformaciones en el comportamiento ciudadano frente al espacio público. Hoy existe una separación de las empresas que prestan los servicios de recolección, manejo del relleno sanitario y disposición de desechos patológicos, y cuatro empresas privadas se reparten el aseo de las siete zonas en que está dividida la ciudad. Si bien este sistema podría poner en riesgo el principio de los subsidios cruzados, hasta ahora éstos han desempeñado un papel importante para que los grupos de menores ingresos tengan acceso a este servicio53.
A pesar de estos incuestionables avances en el servicio de aseo, la ciudad inicia el siglo xxi sin haber resuelto el tema del relleno sanitario. Doña Juana, como se denomina éste, se rebosó de manera accidental en 1997, poniendo en evidencia la fragilidad del sistema, en especial porque la secreción de lixiviados se filtra a las aguas del río Tunjuelito, aumentando sus niveles de contaminación. Actualmente la ampliación de este relleno, que se encuentra en medio de numerosos barrios del sur de la capital, es motivo de fuertes polémicas por parte de los habitantes afectados.
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Notas
- 1. Años en que se hacen censos.
- 2. Cuervo, Luis M., Génesis histórica y constitución de Bogotá como ciudad moderna, Bogotá, Viva la Ciudadanía, 1995, pág. 72.
- 3. En 1951 el Concejo compró las acciones, que estaban en manos privadas, de lo que sería las Empresas Unidas de Energía Eléctrica de Bogotá. En 1959 se cambió el nombre a Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá.
- 4. Ibíd., pág. 73.
- 5. Estudio prospectivo de energía eléctrica, op. cit., pág. 13.
- 6. Ibíd., pág. 15.
- 7. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., pág. 113.
- 8. Universidad Externado de Colombia, Historia de la Empresa de Energía de Bogotá, Bogotá, U. Externado, 2000, pág. 170.
- 9. Ibíd.
- 10. No hacemos referencia a la relación del incremento de la oferta del servicio eléctrico con la industrialización, sino en las transformaciones que conllevó en el interior del hogar.
- 11. Esta situación hizo que el Hospital Infantil Lorencita Villegas tuviera que habilitar un pabellón para niños y niñas con quemaduras.
- 12. Análisis de la evolución de los servicios públicos en la última década, Bogotá, Cede, Universidad de los Andes, 2004, pág. 7.
- 13. Ibíd. Además, el gas natural es más barato que la energía eléctrica, condición que favoreció su extensión en la ciudad.
- 14. Ibíd., pág. 17.
- 15. DAPD, Observatorio de dinámica urbana, Bogotá, DAPD, SECI, Dinámica Urbana, 2001, pág. 171.
- 16. Jaramillo, José Manuel, Historia institucional de la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, 1914-2003, Bogotá, Archivo de Bogotá, 2006, pág. 67.
- 17. El agua en la historia de Bogotá, Bogotá, Villegas Editores, 2003, tomo III, pág. 159.
- 18. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., págs. 110 a 116.
- 19. Jaramillo, José Manuel, op. cit., pág. 68.
- 20. Torres, Alfonso, La ciudad en la sombra, barrios y luchas populares en Bogotá, 1950-1977, Cinep, Bogotá 1993.
- 21. Testimonio de un poblador del barrio La Fiscala, 2002.
- 22. Ibíd.
- 23. Ibíd.
- 24. Entrevista realizada en el barrio Sucre, 2002.
- 25. Entrevista con el señor Primitivo Numpaque, barrio Juan José Rondón, 2002.
- 26. Ibíd.
- 27. Jaramillo, José Manuel, op. cit., pág. 95.
- 28. Ibíd., pág. 121.
- 29. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., pág. 146.
- 30. El agua en la historia de Bogotá, op. cit., pág. 24.
- 31. Ibíd., pág. 28.
- 32. Por ejemplo, un manejo de las compuertas de la represa de Chingaza produjo la inundación de una parte de la ciudad de Villavicencio, puesto que el canal natural del desagüe es el río Guaitiquía.
- 33. El agua en la historia de Bogotá, op. cit., pág. 127.
- 34. El Tiempo, agosto 28, 2003.
- 35. Ibíd.
- 36. Museo de Desarrollo Urbano, op. cit., pág. 105.
- 37. Ibíd., pág. 135.
- 38. www.interred.wordpress.com
- 39. Contraloría de Bogotá, ?Bogotá y la integración en el mercado de las telecomunicaciones.
- 40. Samper, Miguel, La miseria en Bogotá, Bogotá, Ediciones Incunables, 1985, pág. 12.
- 41. El Nuevo Tiempo, 13 de febrero de 1904.
- 42. Ibíd.
- 43. El Republicano, 8 de noviembre de 1910.
- 44. Citado por: Preciado, Jair, Leal, Robert Orlando, Almanza, Cecilia, Historia ambiental de Bogotá, siglo xx: elementos históricos para la formulación del medio ambiente urbano, Bogotá, Universidad Distrital, 2005, pág. 94.
- 45. León, Edison Fredy, “La historia de la Empresa Distrital de Servicios de Bogotá: construcción de un declive organizacional”, en: Revista de la Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Militar, volumen XIV, n.o 1, junio de 2006, pág. 140.
- 46. Historia ambiental de Bogotá, op. cit., pág. 95.
- 47. León, Edison Fredy, op. cit., pág. 140.
- 48. Ibíd., pág. 145.
- 49. Pineda, Blanca Cecilia, “Historia en sepia y negro”, Bogotá historia común, DAACD, 1998, pág. 26.
- 50. León, Edison Fredy, op. cit., pág. 160.
- 51. Ibíd., pág. 170.
- 52. “Modelos de provisión de servicios públicos domiciliarios”, en: Universitas Humanística, año XXXI, n.o 54, enero de 2004, pág. 75.
- 53. Coiné, Henry, “Servicios públicos en Bogotá: impacto de las reformas sobre la solidaridad territorial y social”, en: Hacer metrópoli, Bogotá, U. Externado, 2005, pág. 1138.