- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Resignificación del espacio urbano
Avenida Jiménez y San Victorino
Panorámica del centro de Bogotá tomada desde el boquerón entre Monserrate y Guadalupe, páramo de Cruz Verde, sobre los cerros orientales, a 3 600 metros de altura. Cruz Verde, zona cubierta por un denso bosque andino, constituye el mayor pulmón de la capital y es de vital importancia ecológica para la ciudad y para una vasta región del departamento de Cundinamarca. Por entre el boquerón de Monserrate y Guadalupe baja el río San Francisco, que hoy corre por debajo de la avenida Jiménez y que alimenta los estanques del eje vial.
La tradicional imagen del Hotel Granada, como edificio insignia de la capital, en la esquina de la avenida Jiménez con carrera 7.ª, fue sustituida en 1960 por la del moderno e imponente edificio del Banco de la República, que trasladó allí la sede que ocupaba desde 1923 en la carrera 8.ª con avenida Jiménez. La panorámica en picada, tomada a mediados de los años noventa, permite ver el entorno: torre de la iglesia de San Francisco, patio lateral de la Gobernación de Cundinamarca, edificio del diario El Tiempo, plazoleta del Rosario, con la estatua del fundador Jiménez de Quesada, y al fondo sede del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Aún no se había construido el Eje Ambiental ni la estación de TransMilenio.
Construcción del colector del río San Francisco a finales de los veinte.
Remodelación de la fachada del Banco de la República y construcción de los pasajes subterráneos, 1942.
Transformar la populosa y transitada avenida Jiménez en un tranquilo paseo peatonal fue uno de los grandes proyectos de la administración a finales del milenio. En 1997 los arquitectos Rogelio Salmona y Luis Kopec diseñaron y presentaron el proyecto denominado Eje Ambiental, que se aprobó en 1999 y cuya construcción se efectuó entre este año y 2001. La vieja avenida Jiménez quedó borrada y en su lugar apareció un gran sendero de ladrillo que seguía el curso del San Francisco, con estanques alimentados por agua del río, y arborizado con especies nativas como la palma de cera, que se pensó que sería exclusivo para peatones; pero en 2002 se estableció una ruta del sistema TransMilenio que recorre el Eje Ambiental hasta la avenida 3.ª, con estaciones en El Tiempo y Las Aguas. El Eje Ambiental a la altura de la Academia de la Lengua, parte trasera, calle 19 con carrera 2.a. Fotografía de 2001.
Transformar la populosa y transitada avenida Jiménez en un tranquilo paseo peatonal fue uno de los grandes proyectos de la administración a finales del milenio. En 1997 los arquitectos Rogelio Salmona y Luis Kopec diseñaron y presentaron el proyecto denominado Eje Ambiental, que se aprobó en 1999 y cuya construcción se efectuó entre este año y 2001. La vieja avenida Jiménez quedó borrada y en su lugar apareció un gran sendero de ladrillo que seguía el curso del San Francisco, con estanques alimentados por agua del río, y arborizado con especies nativas como la palma de cera, que se pensó que sería exclusivo para peatones; pero en 2002 se estableció una ruta del sistema TransMilenio que recorre el Eje Ambiental hasta la avenida 3.ª, con estaciones en El Tiempo y Las Aguas. Estanque del Eje Ambiental, entre las carreras 4.ª y 5.ª con avenida Jiménez. Fotografía de 2001.
Pileta de la plaza de Nariño, o San Victorino, a principios de siglo. Obsérvese la cuidadosa arquitectura de las casas que rodeaban la plaza. El mercado era aseado y abastecía toda clase de productos agrícolas.
Mercado de la plaza España, carrera 18 entre calles 11 y 10.a, caracterizado por un tremendo desaseo y un desorden incontrolable.
Panorámica del Gran Mercado Central, primera central de abastos que tuvo la capital. Fue incendiando durante los motines del 9 de abril de 1948.
Sector lateral del Gran Mercado Central. El edificio circular del centro se dedicaba al mercado de carnes.
Mercado comercial que entre 1964 y 1998 ocupó la plaza de Nariño, más conocida con el nombre de San Victorino.
Nuevo aspecto de la plaza de Nariño, que erradicó en 1999 el vergonzoso mercado de San Victorino que la invadió desde 1964. La plaza de Nariño ofrece hoy un aspecto de modernidad que destaca sus antiguas virtudes arquitectónicas y se engalana con una escultura de Édgard Negret. Estación de TransMilenio en la zona.
La Calle de El Cartucho era una de las zonas deprimidas más peligrosas de Bogotá. Refugio de drogadictos y núcleo de toda clase de comercios ilícitos en pleno centro de Bogotá.
Siete años tomó la construcción del gran Parque Tercer Milenio, en el centro de la capital, proyectado, gestionado e iniciado por la administración de Enrique Peñalosa en 1998, y concluido y entregado a la ciudadanía en 2005 por la administración de Luis Eduardo Garzón. El Parque Tercer Milenio, que recuperó sectores clave para el centro histórico de la ciudad, tiene 16 hectáreas de extensión.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
Una de las interveniones urbanísticas de mayor trascendencia en la primera mitad del siglo xx fue la construcción de la avenida Jiménez, cubriendo el río San Francisco.
Los trabajos de canalización del río San Francisco comienzan en 1884 con el cubrimiento del cauce entre el puente de San Francisco y el puente de Cundinamarca, actuales avenida Jiménez entre carreras 7.ª y 8.ª. Ésta fue la primera obra de canalización que se realizó en la ciudad y en su decisión pesó mucho el desastroso estado en que se encontraba el río debido a su contaminación.
La ciudad estaba cambiando y sus transformaciones se dejaban sentir en el espacio central que ocupaba el río. La incipiente modernización que se vivía a finales del siglo xix permitió que se iniciara la construcción de ferrocarriles, se construyera la primera avenida —la avenida Colón—, se inaugurara el tranvía, se iniciara el servicio de acueducto domiciliario, se instalaran los primeros teléfonos, se sustituyeran los molinos que se encontraban en la parte alta del río por fábricas, y que los bancos iniciaran su presencia en la economía y la arquitectura capitalina.
En 1914 se inicia el proceso de municipalización del servicio de acueducto y alcantarillado en la ciudad, y en 1917 la protección de las cuencas que la abastecen de agua, mediante programas de reforestación de los cerros y el traslado de 4 000 personas que habitaban y cultivaban estos terrenos1.
Las obras de canalización de los ríos fueron retomadas en 1916, sin mayores resultados inmediatos. Sólo en 1919 el municipio reglamentó la canalización y el tipo de obras a realizar. Con ello, el río se convirtió en colector de alcantarillado cubierto. En 1925, mediante el acuerdo 50, el Concejo dispuso y reguló la construcción de una avenida sobre el antiguo cauce del río San Francisco. La disposición señalaba que “sobre el lecho canalizado del río San Francisco, entre las carreras 4 y 7 y 8 y 12 (plaza de Nariño), se construirá una avenida que en ningún trayecto tendrá una anchura menor de 22 metros”, obra que sólo fue concluida en los años cuarenta2.
Este hecho generó la transformación definitiva del río y su cambio total de significado. Hasta entonces, las construcciones que se hacían sobre sus riberas le daban la espalda; a partir de la construcción de la avenida Jiménez, las nuevas edificaciones empezaron a orientar sus fachadas hacia el nuevo espacio urbano. Surgía una nueva ciudad, con una nueva sociedad, una nueva simbología y unas nuevas formas de vida urbana, todo lo cual va a introducir modificaciones en las morfologías urbanísticas.
La apertura de nuevas vías no hizo sino convertir la nueva avenida Jiménez en el eje del crecimiento oriente-occidente de la ciudad. Conectaba el cerro tutelar de Monserrate y la Quinta de Bolívar, recientemente convertida en “altar de la patria”, con San Victorino y la Estación del Ferrocarril, para seguir, por la avenida Colón, hacia los puertos del río Magdalena, que le aseguraban las conexiones con el exterior. En los costados de la nueva avenida se construyeron modernos edificios bancarios y se consolidó la función de la plaza de San Victorino, rebautizada en 1910 como plaza de Nariño, como el gran centro de comercio para la región económica que dependía de la ciudad. Todo esto hizo de la avenida Jiménez la principal avenida de la ciudad. A su vez, las nuevas avenidas construidas en sentido norte-sur, como la Caracas, le reforzaron esta condición.
El IV Centenario de la fundación de Bogotá, que se celebraría en 1938, fue un motivo para introducir nuevas modificaciones a la avenida. Se aprobó la rectificación de la vía de 30 metros desde la carrera 7.ª hasta la plaza de Nariño y de 24 metros entre las carreras 6.ª y 7.ª, con dos vías de 7 metros para vehículos, andenes de 7 metros para el tránsito peatonal y una zona central de 2 metros para alumbrado, prados y árboles. De la carrera 6.ª hasta la Quinta de Bolívar se indicó un tamaño de 22 metros, que debería empalmar con el Paseo Bolívar. Estas especificaciones implicaron la demolición de varias edificaciones, como el Pasaje Rufino Cuervo, el edificio de la Compañía Colombiana de Tabacos, el antiguo edificio de El Tiempo y, más tarde, el Hotel Granada3.
La consecuente sustitución de construcciones antiguas por edificaciones modernas introdujo una nueva simbología en la ciudad, como la de la nueva idea de progreso representada en los edificios dotados de ascensores, las nuevas fachadas, los nuevos materiales como el hierro y el acero, y los amplios ventanales. Los dos principales diarios, El Tiempo y El Espectador escogieron este nuevo escenario para instalar sus sedes, al igual que los nuevos hoteles Granada y Atlántico, los bancos de la República y de Colombia, la Gobernación de Cundinamarca y los almacenes de prestigio.
A la resignificación de este espacio contribuyó de manera decisiva el llamado “bogotazo”. Los disturbios del 9 de abril de 1948, originados por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, tuvieron un impacto notable en la renovación del centro histórico de la ciudad, puesto que el incendio de 136 edificaciones, buena parte de ellas ubicadas en los alrededores de la Plaza de Bolívar, el Parque de Santander y la plaza de San Victorino, impulsaron la posterior renovación urbana del sector4.
Asimismo, la introducción de la planeación urbana llevó a definir una zona industrial al occidente de la ciudad, que obligó al traslado de las fábricas que se encontraban en la antigua ronda del río. Posteriormente en esta área se instalaron varias universidades privadas.
EL DETERIORO DE LA AVENIDA JIMÉNEZ
Desde los años veinte hasta los ochenta, la nueva avenida Jiménez fue el escenario del discurso de la modernidad en Bogotá. Las edificaciones ubicadas en la esquina de esta avenida con la carrera 7.ª presentaban los precios más altos por metro cuadrado del suelo urbano en Colombia. Sin embargo, las transformaciones que vive Bogotá a partir de los setenta provocan nuevos cambios en el significado de este espacio. En primer lugar, la ciudad se expande rápidamente y se vuelve multicéntrica, al surgir nuevos espacios, con diferentes servicios urbanos, en distintos lugares de la ciudad. En este proceso se valorizan más los espacios del norte y el centro histórico entra en un acelerado proceso de deterioro, cuando numerosas empresas y comercios se trasladan a los nuevos polos de desarrollo.
A esta situación contribuyó de manera notoria la decisión consignada en el plan vial de esos años de escoger a la avenida Jiménez como un importante eje de circulación vehicular, convirtiendo el cruce de la avenida Jiménez con carrera 7.ª en un núcleo de congestión vehicular, con la consiguiente desvalorización de la zona. Esto explica la determinación de los periódicos, los bancos, los hoteles, los restaurantes y otros servicios, de mover sus sedes hacia otros sectores de la ciudad.
Este deterioro urbanístico y simbólico es el que lleva a las últimas administraciones distritales a desarrollar programas para rescatar este espacio urbano y devolverle parte del significado que había perdido. En efecto, lo que se había ganado desde principios del siglo con las intervenciones allí aplicadas, se perdió en el momento en que se pensó la avenida como un espacio para la movilidad, sacrificando su capacidad de socialización. El espacio de encuentro pasó a ser un eje para circulación vehicular, y la parte alta de la avenida —Parque de los Periodistas y plazoleta de Las Aguas— terminó convertida en paradero de buses urbanos, con el previsible deterioro.
Las obras emprendidas no fueron suficientemente significativas como para evitar el deterioro general del sector. Tal es el caso de la apertura de la plazoleta del Rosario, adelantada a comienzos de los setenta, o el Plan Centro que aspiraba a la recuperación de esta parte de la ciudad. Si bien este plan permitió la recuperación del espacio público y definió normas de conservación histórica, el deterioro social continuaba afectando a la avenida Jiménez, al igual que a buena parte del centro de Bogotá.
Frente a este diagnóstico, en 1995 el Instituto de Desarrollo Urbano decidió realizar un proyecto integral de recuperación del espacio público y amoblamiento urbano de la avenida Jiménez, desde el cerro de Monserrate hasta la carrera 10.ª, que encargó a los arquitectos Rogelio Salmona y Luis Kopec.
Volver al origen, rescatar la memoria del agua, hacer evidente que debajo de la avenida circula un río, puesto que no todos los habitantes de Bogotá saben que entre los cerros de Monserrate y Guadalupe se oculta el nacimiento de un río que alguna vez atravesó la ciudad, fueron los propósitos que animaron a estos arquitectos a emprender el diseño de lo que luego se denominó Eje Ambiental de la avenida Jiménez5. El énfasis del proyecto radica en recuperar la función de elemento articulador entre La Candelaria, las universidades, los barrios al norte de la Jiménez y algunos hitos históricos como la Quinta de Bolívar, la Academia de la Lengua, el Parque de los Periodistas, el Banco de la República, la iglesia de San Francisco, el edificio Pedro A. López y el camino a Monserrate, y todo esto con la plaza de Nariño o San Victorino.
Si bien el resultado de la recuperación ha despertado polémicas, el entorno logrado ha generado una resignificación gracias a la utilización del agua como un elemento que simboliza el rescate de la memoria urbana, y el uso del ladrillo como la extensión del espacio público que se había perdido. Igualmente, la decisión de utilizar la avenida como un corredor de TransMilenio?, otro símbolo de la renovación urbana de Bogotá, ha despertado también polémica. En conjunto, esta intervención está provocando una nueva resignificación de este espacio urbano.
LA PLAZA DE SAN VICTORINO Y EL PARQUE TERCER MILENIO
Como ya se ha explicado, la morfología urbana de Bogotá se desarrolló de manera lineal, siguiendo el borde de los cerros. Los humedales del occidente, por una parte, y el camino real que comunicaba con Tunja, por otra, influyeron en esta formación. Por ello, entre otras razones, el crecimiento urbano hacia el occidente fue tardío.
Sin embargo, el camino a occidente cumplía una función de gran importancia pues aseguraba la comunicación con los puertos sobre el Magdalena, lo que a su vez garantizaba el abasto de mercancías del exterior, así como de los productos de las vertientes cercanas. Este sentido de las comunicaciones va a mantenerse hasta entrado el siglo xx. En razón de ello, San Victorino nació y perduró como una especie de puerto interno de la ciudad, de lugar por donde salían y llegaban los viajeros y adonde llegaban las mercancías de España y las provincias de occidente. Para asegurar esta comunicación se construyó primero el camellón de Fontibón, calzada elevada para evitar las inundaciones recurrentes del río Bogotá en las temporadas de lluvia, luego el puente de Aranda y el puente grande de Fontibón, así como el puente de San Victorino. Mantener esta vía de comunicación era vital para la ciudad.
San Victorino surgió como la cuarta parroquia de la ciudad al finalizar el siglo xvi, con el nombre del santo que protegía a los cultivadores de la sabana de las duras heladas que castigaban los trigales. El hecho de no ser plaza fundacional, así como el de ser puerta de entrada a la ciudad, hicieron que la forma de la plaza no fuera similar a las otras, es decir, acompañada de la centralidad urbanística y la proporción en sus formas.
Sólo a finales de la Colonia este sector presentó un desarrollo apreciable. Ello se debió al mejoramiento de los caminos y a la construcción de una alameda, la llamada Alameda Vieja, que conectaba a la iglesia de San Victorino con la recoleta de San Diego, y luego a la construcción de otra alameda, la Nueva, que seguía el camino de occidente. En 1792 se construyó una pila de agua de singular tamaño, adonde llegaba el acueducto que traía agua del río Arzobispo6.
A comienzos del siglo xix, San Victorino llegó a concentrar el 15 por ciento de los habitantes de la ciudad y la plaza se convirtió en un lugar de frecuentes visitas de los bogotanos, que usaban las alamedas para pasear.
En 1844 el gobernador de Bogotá hizo prohibir el tránsito de coches por las calles de la ciudad, debido a que destruían los empedrados, averiaban los puentes y rompían las acequias que conducían las aguas a las pilas de la ciudad. Debido a esto, los pocos coches se detenían en la plaza de San Victorino y desde allí las personas eran llevadas al interior de la ciudad en carretillas de mano. La nutrida afluencia de negociantes y viajeros de diferentes lugares llevó a la proliferación de hoteles y estaderos en los alrededores de la plaza. Uno de los hoteles más conocidos era el Pasajeros, ubicado en la calle 12 con carrera 127. El paisaje urbano de la zona a finales del siglo xix es descrito así en un testimonio:
“Beatas madrugadoras, grandes señores de cubilete o vestidos sabaneros, alumnas semi-internas del colegio de La Merced, muchachos de segundas letras en el colegio de Araújo, liberalazos de gestas conocidas por todos, vivanderos de tercios a la espalda, caballejos trayendo en sus lomos zurrones de miel o cargas de leña para hacer amasijos… Todo esto constituía la circulación en el histórico San Victorino”8.
El lugar no sólo era puerta de entrada sino también centro de industrias y manufacturas de la ciudad. En el costado norte de la plaza se levantaban las chimeneas de la Fábrica de Chocolates La Equitativa, y más abajo la otra fábrica de chocolates, Chávez. También se ubicaban allí herrerías, como la de Samuel Sayer, fábricas de cerveza y de implementos de talabartería. Comercio, manufacturas y servicios para viajeros se convirtieron en comodidades urbanas que ofrecía el sector.
Pero la importancia económica de este sector no iba pareja con la atención que la ciudad le otorgaba. En 1870 se desató allí una epidemia de tifo debido a los precarios servicios de acueducto y alcantarillado con que contaba. Todavía el abasto de aguas se hacía por la acequia que las transportaba desde el río Arzobispo, y que recogía el detritus humano de las viviendas ubicadas en sus cercanías.
En 1910, en el marco de las festividades del centenario de la independencia, se inauguró allí una estatua de Antonio Nariño y se bautizó la plaza con este nombre, pero ello no logró borrar el apelativo original, con el cual lo siguieron llamando los bogotanos.
Las primeras décadas del siglo xx vieron mejorar las comunicaciones entre la ciudad y su entorno regional. La llegada de los ferrocarriles va a escoger este lugar y allí se erige la Estación de la Sabana, primera que tuvo la ciudad, precisamente sobre la avenida Colón, en el camino de occidente. El tranvía seguía esta avenida hasta la Estación de Paiba, a la altura de la actual carrera 32, que era la parada más occidental que tenía este medio de transporte. Vemos, pues, que los nuevos medios de comunicación continuaron acentuando la función de puerto seco de San Victorino. Años después, los buses interurbanos también siguieron usando este lugar como el punto de llegada y salida de la ciudad, el cual se mantuvo hasta que se construyeron el aeropuerto El Dorado y el Terminal de Transporte, en la segunda mitad del siglo xx.
Por ello la memoria arquitectónica de estilo republicano que todavía se encuentra en ese lugar consigna, como un testigo insobornable de la historia, al decir de Octavio Paz, el auge urbanístico del sector, así como la jerarquía social que ostentaba y la oferta de servicios, comerciales e industriales, que prestaba a la ciudad.
Las transformaciones de San Victorino
Dos hechos influyen profundamente en la transformación del significado de este sector de la capital. Primero, el “bogotazo”, cuando la furia popular asaltó las ferreterías de la avenida Jiménez y los almacenes de San Victorino, además de los incendios y el resto de saqueos realizados en su entorno. A raíz de este infausto acontecimiento, desapareció el mercado central, cuyo lote fue dedicado a estacionamiento. Segundo, el surgimiento de nuevos centros de servicios urbanos, entre otros de transporte, que le fueron restando primacía a San Victorino. Todo esto generó un éxodo de las elites de comerciantes que residían allí y que trasladaron sus viviendas y negocios a otras zonas de la ciudad. A partir de los años cincuenta, San Victorino va perdiendo rápidamente jerarquía en la ciudad, y si bien no abandona sus funciones de puerto de entrada y centro de comercio, sus usuarios van cambiando y el sector entra en fuerte deterioro. La construcción del aeropuerto El Dorado en 1959, y de la Central de Abastos y el Terminal de Transporte a comienzos de los ochenta, le resta la función de centro de servicios de transporte y de comercio de víveres. Todo ello se acentúa aún más con la desaparición de los ferrocarriles, que inutiliza la Estación de la Sabana.
Por otra parte, los planes viales ignoraron la funcional unidad urbana del sector. Primero fue la avenida Caracas, que a finales de los cuarenta desarticuló la relación de San Victorino con la plaza España; luego la carrera 10.ª de los años cincuenta, que lo aisló del centro de la ciudad, y por último la escogencia de la avenida Jiménez como eje de circulación occidente-oriente, que lo separó del sector de La Capuchina. Fue un proceso de desarticulación urbana de un sector cuya función era, precisamente, la de articular la ciudad con la región. Así, San Victorino perdió el significado de puerto de la ciudad y entró en rápido deterioro social y urbano. Como muestra el siguiente testimonio, el cambio de uso del sector, que incluye al barrio Santa Inés, no se hizo esperar:
“En su época la calle del Cartucho era una calle de importantes actividades comerciales. En sus alrededores existieron muchas tipografías que hoy están cerradas. Había casas de una arquitectura invaluable, que hoy desaparecieron para la historia… En los años cincuenta aparecieron los pipos. Luego llegaron gentes de muchas regiones que invadieron el sector. Había mucha confitería, tiendas y comercio en general. La ciudad progresó a medida que creció. Con el éxodo del campo también llegaron mujeres que se convirtieron en nocheras. Venían de diferentes puntos del país. El sector se convirtió en paradero de flotas de mucha importancia, especialmente sobre la Caracas y la carrera 13 A con la novena. Aumentó el comercio, creció la población y nacieron los problemas”9.
El barrio de Santa Inés aparece en los mapas tempranos de la ciudad, como los que registran los planos de finales del siglo xviii. Para entonces se le considera como un sector de arrabales, bordeado al sur por el río San Agustín y al extremo noroeste por las aguas del río San Francisco. Sólo hasta mediados del siglo xix se consolida como barrio residencial. Es con el crecimiento del perímetro urbano de Bogotá en las tres últimas décadas del siglo xix, que el barrio empieza a integrarse más con lo que conocemos como centro histórico. Al comenzar el siglo xx, el barrio cuenta con el servicio de tranvía. También aparece en su espacio la plaza grande de mercado, principal lugar de abastecimiento de víveres de los bogotanos, conocida popularmente como “las galerías”. Estos hechos motivan que la gran mayoría de los bogotanos de la época transiten por el sector y mantengan cierta familiaridad con él10.
Según la tradición oral, a finales del siglo xix y comienzos del xx, habitaban las casas del barrio importantes familias capitalinas e incluso altos funcionarios del gobierno, cuyas casas, al momento dela demolición, aún mostraban en su estructura los espacios que sirvieron de caballerizas, convertidas ahora en reducidos y vetustos cuartos de inquilinato. También lo habitaron personalidades como el pintor Ricardo Acevedo Bernal, cuya casa fue la sede del primer Instituto de Bellas Artes del país, según registraba la placa adosada a la fachada en el momento de su demolición. Una casa representativa de este sector contaba con 10 o 15 habitaciones distribuidas en dos plantas; salones de recibo, adornados con marquesinas y aplicaciones de yeso de gran belleza a la usanza europea; amplios patios interiores y escaleras con delicados apliques en maderas finas como caoba o cedro rojo y forjas de grandes dimensiones, que se complementaban con jardines ornamentales interiores de considerable tamaño y vistosidad.
En la primera mitad del siglo xx el barrio adquiere prestancia, y es cuando se construye la Escuela Santa Inés, al tiempo que se convierte en residencia de familias prestantes, como la familia Liévano, reputado político bogotano, o la familia Turbay Ayala. También se recuerda la construcción del Palacio de Higiene sobre la calle 6.ª, inmueble republicano de cuatro pisos, muy ornamentado, que se erigió gracias a una donación de la Fundación Rockefeller en la tercera década del siglo.
Otra circunstancia significativa que mencionan frecuentemente los antiguos vecinos del barrio es la aparición a comienzos de los cuarenta de prestigiosos hoteles como el Hotel Colombia, que funcionó hasta mediados de los ochenta en la carrera 12, entre calles 8.ª y 9.ª, para luego dar lugar a la UASI, o Unidad de Atención en Salud al Indigente, o el Hotel Embajador, ubicado en la esquina de la carrera 11 con calle 8.ª. Estos hoteles albergaban huéspedes notables de la provincia, políticos, personas de negocios y estudiantes universitarios11.
El cambio de usuarios del sector tuvo que ver con el surgimiento de actividades de reciclaje de botellas y papeles, pues allí se establecieron bodegas donde compraban estos elementos a los recicladores. Con ello fue apareciendo la fabricación de “pipo”, un aguardiente que emplea alcohol de mala calidad, y sus consumidores, los “piperos”. El hecho de ser lugar de llegada de los buses interurbanos propició el surgimiento de actividades de contrabando; allí se encontraban las “sardinas auténticamente venezolanas” y los locales de adulteración de licores, que empleaban las tipografías vecinas para elaborar las etiquetas falsas.
El progresivo deterioro del sector continuó con la proliferación de las ventas ambulantes, reflejo de la economía informal que crecía en la ciudad, al margen del control estatal. En 1962 el alcalde Jorge Gaitán Cortés autorizó la instalación en la plaza de Nariño de galerías de vendedores ambulantes que habían invadido los alrededores de la carrera 10.ª entre calles 10 y 12. Paradójicamente, el esfuerzo por recuperar el espacio público se hizo sacrificando la plaza de San Victorino, un espacio público cargado de memoria urbana de gran significación para toda la ciudad, convirtiéndose así en otra contribución al deterioro de este sector. Por medio del acuerdo 80 de 1962, el concejo de Bogotá creó formalmente las Galerías Antonio Nariño, adscritas al Fondo de Restaurantes Populares, que dependía de la Secretaría de Salud Pública. Para entonces, la plaza presentaba ya un profundo deterioro, como señala el testimonio de uno de los primeros comerciantes instalados en estas Galerías:
“Era una vaina que más que todo mantenía los desechables acá, pero fue llegando el vendedor y se fue desterrando el desechable. Era bastante indeseable el sector, una especie de muladar. Era un parqueadero donde estaban todos los gamines metidos. Decían que era parqueadero pero no era parqueadero. No había nada, lo que había era gamincitos. Ahora les cambiaron el nombre por desechables pero son niños también, personas humanas. Ellos hacían sus necesidades en el sector y por lo tanto era bastante desagradable”12.
El deterioro del sector se fue acelerando en la década del ochenta, cuando se hizo la transición del barrio residencial y señorial que era Santa Inés a alojar allí El Cartucho, y también del centro de gran comercio que era San Victorino a ser foco de ventas ambulantes. En Santa Inés, las casas señoriales se convirtieron en bodegas de reciclaje, inquilinatos, espacios para jíbaros, delincuentes de todo tipo, drogadictos, lugares para almacenamiento y distribución de drogas; en síntesis, una zona de residencia de la miseria humana. De un gran espacio de vida se pasó a un gran espacio de muerte.
Esta dramática situación llevó a distintas administraciones distritales a proponer diversas intervenciones en el sector, hasta que se llegó a la propuesta actual del Parque Tercer Milenio.
El Parque Tercer Milenio
El profundo deterioro del sector llevó a la administración distrital de Enrique Peñalosa a emprender en 1996 la restitución del espacio público.
La iniciativa se mantuvo con vigor y el 26 de diciembre de 1999 los últimos 700 vendedores abandonaron las Galerías Antonio Nariño, para dar paso al Parque Tercer Milenio. Para este momento, la mayoría de las casas del barrio Santa Inés habían sido saqueadas y desvalijadas. En muchas de ellas sólo quedaban en pie las paredes, pues todo lo que se podía desmontar y vender había sido extraído para pagar el consumo de drogas.
Los propósitos de intervención en este sector aparecen desde finales de la década de los ochenta. En el Plan Centro se formulan los primeros estudios y se proyectan diversas intervenciones puntuales. Luego, en la administración del alcalde Jaime Castro, se formula un proyecto integral para el barrio de Santa Inés, con miras a su recuperación. Concebido como una intervención para armar el barrio, el proyecto incluía la generación de un nuevo espacio público con la construcción de parques, planes de vivienda y dotación al barrio de algunos equipamientos importantes13.
Los proyectos no se llevaron a cabo, entre otras razones, por la ausencia de herramientas legales para sustentar una intervención que generara espacio público, como también por la resistencia que se tenía a emplear recursos del Estado en este sentido. En la ciudad se percibía la existencia de otras prioridades. Tampoco había una clara conciencia del deterioro urbano y humano que existía en El Cartucho.
Otra intervención, que en algo afectó al sector, fue la que se hizo en la administración del alcalde Julio César Sánchez. En 1988 se aprovechó la conmemoración de los 450 años de la fundación de Bogotá para iniciar un programa, que formaba parte del Plan Centro, con el que se buscaba recuperar los principales espacios simbólicos ubicados en el centro. Esto originó la recuperación de la avenida Jiménez, desde Monserrate hasta la carrera 10.a. Era un momento en que no se acostumbraba que las obras públicas buscaran rescatar los andenes, ampliar el espacio público y recuperar el centro de la ciudad y sus símbolos. Todavía se consideraba que el asfalto era el propósito fundamental de la gestión pública.
Hubo también propuestas sobre la plaza de San Victorino, motivadas en la invasión de los vendedores ambulantes y el deterioro social de su entorno. Bajo la administración del alcalde Juan Martín Caicedo se alcanzó a tener listo un proyecto que incluía la construcción de varias obras públicas: reubicar en centros comerciales a los vendedores ambulantes, rescatar el espacio de la plaza y hacer un cerramiento de la misma. El plan no pudo concretarse, ente otras razones, por la crisis política originada en la suspensión del alcalde. Posteriormente hubo otros dos proyectos. El que actualmente se lleva a cabo, cuarto en la última década, es mucho más amplio y más integral para el sector14.
“El reto más importante que se observa en este tipo de intervenciones es la sostenibilidad, es decir, el parque no se puede considerar como una zona verde más de la ciudad. Y pues dado el lugar donde está ubicado, en el centro de la ciudad, y del papel que puede jugar en la competitividad de la ciudad, es un parque que amerita toda una estrategia de sostenibilidad; lo que se necesita es un manejo integral de ese parque, ese parque que le va a brindar unas condiciones a la ciudadanía para poderlo disfrutar. Obviamente arrancamos de un sitio que viene de deterioro y que pretende mejorar un sector de ciudad; entonces, obviamente, lo más importante es haber logrado el espacio, eso es lo más importante. Puede que con el tiempo tenga modificaciones. En este caso se le apostó a buenas especificaciones, yo creo que son especificaciones triple A lo que se está trabajando; entonces es un sitio al que se le está apostando a que la cosa va a mejorar. Obviamente lo que nos interesa es que los bordes se renueven. O sea, que se empiecen a desarrollar; en la medida en que logremos que los bordes se vayan desarrollando, pues eso va fortaleciendo la apropiación del sitio, va generando más actividad y va encausando que la gente lo use”15. Las amenazas a esta intervención no sólo se encuentran en el tema de la sostenibilidad, sino también en el comportamiento de los sectores ubicados en los bordes del Parque Tercer Milenio. Si bien la intervención en el lugar está bien definida, no se tiene claridad sobre cuáles son los efectos que va a generar en los barrios vecinos, como es el caso de San Bernardo. De igual forma, aunque se cuenta con la consolidación económica y comercial de San Victorino, que le da solidez al borde norte del parque, aún falta por definir la suerte de los otros bordes. Este es el caso del borde de la carrera 10.ª, que corresponde a la parte más deteriorada de La Candelaria; no se tiene un proyecto claro en el sentido de los usos que pueda tener, de la relación entre el Parque Tercer Milenio y el centro histórico de la ciudad.
Los cambios en los espacios que hemos descrito se corresponden con las transformaciones que ha tenido la ciudad. La permanencia del centro histórico como un gran centro de servicios administrativos, financieros, educativos y comerciales, ha llevado a la necesidad de la intervención del Estado en estos sectores y a poner fin a la anomia en que habían caído. Si bien los resultados de estas intervenciones aún están por verse, pues no se ha concluido con la totalidad de los programas, lo que hasta ahora está claro es que, de nuevo, estamos frente a un proceso de profunda resignificación de los espacios públicos en el centro histórico de Bogotá. Para fortuna de la ciudad, esta gigantesca intervención urbana y social ha tenido continuidad en las administraciones que le sucedieron a Peñalosa, como son la de Mockus y Garzón.
——
Notas
- 1. Museo de Desarrollo Urbano, Bogotá siglo xx, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2000, pág. 43.
- 2. La avenida Jiménez y el Parque Santander, op. cit., pág. 34.
- 3. Ibíd., pág. 37.
- 4. Ver: Aprile-Gniset, Jacques, El impacto del 9 de abril sobre el centro de Bogotá, Bogotá, Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán, 1983.
- 5. Arcila, Claudia Antonia, entrevista a Rogelio Salmona, “La memoria del agua”, en: El Espectador, Magazín Dominical, 8 de diciembre de 1996, págs. 4 a 11.
- 6. Fundación Misión Colombia, Historia de Bogotá, Bogotá, Villegas Editores, 1988, pág. 82.
- 7. Rojas, Diana Mercedes y Reverón, Carlos, Plaza de San Victorino. Punto de encuentro y lugar de intercambios, Bogotá, Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital, Concurso Bogotá Historia Común, 1998, pág. 232.
- 8. Citado por Rojas, Diana Mercedes y Reverón, Carlos, op. cit., pág. 232.
- 9. Pineda, Blanca Cecilia, Historias en sepia y negro, Bogotá, Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital, Historias Barriales, Bogotá Historia Común, 1998, pág. 26. A pesar de que su origen es colonial, no está incluido en la localidad de La Candelaria, sino de Santafé, siendo precisamente, de manera caprichosa, la carrera 10.ª el límite administrativo que cercena lo que fue una unidad histórica.
- 10. Pifano, Germán, Reseña histórica de Santa Inés, inédito.
- 11. Departamento Administrativo de Bienestar Social, Busco un hombre. Busco una mujer. Calle de El Cartucho: crónicas del más allá, Bogotá, Alcaldía Mayor, 2001.
- 12. Rojas, Diana y Reverón, Carlos, op. cit., pág. 239.
- 13. Entrevista con Montaño, Gustavo, archivo de la Empresa de Renovación Urbana.
- 14. Ibíd.
- 15. Ibíd.
#AmorPorColombia
Resignificación del espacio urbano
Avenida Jiménez y San Victorino
Panorámica del centro de Bogotá tomada desde el boquerón entre Monserrate y Guadalupe, páramo de Cruz Verde, sobre los cerros orientales, a 3 600 metros de altura. Cruz Verde, zona cubierta por un denso bosque andino, constituye el mayor pulmón de la capital y es de vital importancia ecológica para la ciudad y para una vasta región del departamento de Cundinamarca. Por entre el boquerón de Monserrate y Guadalupe baja el río San Francisco, que hoy corre por debajo de la avenida Jiménez y que alimenta los estanques del eje vial.
La tradicional imagen del Hotel Granada, como edificio insignia de la capital, en la esquina de la avenida Jiménez con carrera 7.ª, fue sustituida en 1960 por la del moderno e imponente edificio del Banco de la República, que trasladó allí la sede que ocupaba desde 1923 en la carrera 8.ª con avenida Jiménez. La panorámica en picada, tomada a mediados de los años noventa, permite ver el entorno: torre de la iglesia de San Francisco, patio lateral de la Gobernación de Cundinamarca, edificio del diario El Tiempo, plazoleta del Rosario, con la estatua del fundador Jiménez de Quesada, y al fondo sede del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Aún no se había construido el Eje Ambiental ni la estación de TransMilenio.
Construcción del colector del río San Francisco a finales de los veinte.
Remodelación de la fachada del Banco de la República y construcción de los pasajes subterráneos, 1942.
Transformar la populosa y transitada avenida Jiménez en un tranquilo paseo peatonal fue uno de los grandes proyectos de la administración a finales del milenio. En 1997 los arquitectos Rogelio Salmona y Luis Kopec diseñaron y presentaron el proyecto denominado Eje Ambiental, que se aprobó en 1999 y cuya construcción se efectuó entre este año y 2001. La vieja avenida Jiménez quedó borrada y en su lugar apareció un gran sendero de ladrillo que seguía el curso del San Francisco, con estanques alimentados por agua del río, y arborizado con especies nativas como la palma de cera, que se pensó que sería exclusivo para peatones; pero en 2002 se estableció una ruta del sistema TransMilenio que recorre el Eje Ambiental hasta la avenida 3.ª, con estaciones en El Tiempo y Las Aguas. El Eje Ambiental a la altura de la Academia de la Lengua, parte trasera, calle 19 con carrera 2.a. Fotografía de 2001.
Transformar la populosa y transitada avenida Jiménez en un tranquilo paseo peatonal fue uno de los grandes proyectos de la administración a finales del milenio. En 1997 los arquitectos Rogelio Salmona y Luis Kopec diseñaron y presentaron el proyecto denominado Eje Ambiental, que se aprobó en 1999 y cuya construcción se efectuó entre este año y 2001. La vieja avenida Jiménez quedó borrada y en su lugar apareció un gran sendero de ladrillo que seguía el curso del San Francisco, con estanques alimentados por agua del río, y arborizado con especies nativas como la palma de cera, que se pensó que sería exclusivo para peatones; pero en 2002 se estableció una ruta del sistema TransMilenio que recorre el Eje Ambiental hasta la avenida 3.ª, con estaciones en El Tiempo y Las Aguas. Estanque del Eje Ambiental, entre las carreras 4.ª y 5.ª con avenida Jiménez. Fotografía de 2001.
Pileta de la plaza de Nariño, o San Victorino, a principios de siglo. Obsérvese la cuidadosa arquitectura de las casas que rodeaban la plaza. El mercado era aseado y abastecía toda clase de productos agrícolas.
Mercado de la plaza España, carrera 18 entre calles 11 y 10.a, caracterizado por un tremendo desaseo y un desorden incontrolable.
Panorámica del Gran Mercado Central, primera central de abastos que tuvo la capital. Fue incendiando durante los motines del 9 de abril de 1948.
Sector lateral del Gran Mercado Central. El edificio circular del centro se dedicaba al mercado de carnes.
Mercado comercial que entre 1964 y 1998 ocupó la plaza de Nariño, más conocida con el nombre de San Victorino.
Nuevo aspecto de la plaza de Nariño, que erradicó en 1999 el vergonzoso mercado de San Victorino que la invadió desde 1964. La plaza de Nariño ofrece hoy un aspecto de modernidad que destaca sus antiguas virtudes arquitectónicas y se engalana con una escultura de Édgard Negret. Estación de TransMilenio en la zona.
La Calle de El Cartucho era una de las zonas deprimidas más peligrosas de Bogotá. Refugio de drogadictos y núcleo de toda clase de comercios ilícitos en pleno centro de Bogotá.
Siete años tomó la construcción del gran Parque Tercer Milenio, en el centro de la capital, proyectado, gestionado e iniciado por la administración de Enrique Peñalosa en 1998, y concluido y entregado a la ciudadanía en 2005 por la administración de Luis Eduardo Garzón. El Parque Tercer Milenio, que recuperó sectores clave para el centro histórico de la ciudad, tiene 16 hectáreas de extensión.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
Una de las interveniones urbanísticas de mayor trascendencia en la primera mitad del siglo xx fue la construcción de la avenida Jiménez, cubriendo el río San Francisco.
Los trabajos de canalización del río San Francisco comienzan en 1884 con el cubrimiento del cauce entre el puente de San Francisco y el puente de Cundinamarca, actuales avenida Jiménez entre carreras 7.ª y 8.ª. Ésta fue la primera obra de canalización que se realizó en la ciudad y en su decisión pesó mucho el desastroso estado en que se encontraba el río debido a su contaminación.
La ciudad estaba cambiando y sus transformaciones se dejaban sentir en el espacio central que ocupaba el río. La incipiente modernización que se vivía a finales del siglo xix permitió que se iniciara la construcción de ferrocarriles, se construyera la primera avenida —la avenida Colón—, se inaugurara el tranvía, se iniciara el servicio de acueducto domiciliario, se instalaran los primeros teléfonos, se sustituyeran los molinos que se encontraban en la parte alta del río por fábricas, y que los bancos iniciaran su presencia en la economía y la arquitectura capitalina.
En 1914 se inicia el proceso de municipalización del servicio de acueducto y alcantarillado en la ciudad, y en 1917 la protección de las cuencas que la abastecen de agua, mediante programas de reforestación de los cerros y el traslado de 4 000 personas que habitaban y cultivaban estos terrenos1.
Las obras de canalización de los ríos fueron retomadas en 1916, sin mayores resultados inmediatos. Sólo en 1919 el municipio reglamentó la canalización y el tipo de obras a realizar. Con ello, el río se convirtió en colector de alcantarillado cubierto. En 1925, mediante el acuerdo 50, el Concejo dispuso y reguló la construcción de una avenida sobre el antiguo cauce del río San Francisco. La disposición señalaba que “sobre el lecho canalizado del río San Francisco, entre las carreras 4 y 7 y 8 y 12 (plaza de Nariño), se construirá una avenida que en ningún trayecto tendrá una anchura menor de 22 metros”, obra que sólo fue concluida en los años cuarenta2.
Este hecho generó la transformación definitiva del río y su cambio total de significado. Hasta entonces, las construcciones que se hacían sobre sus riberas le daban la espalda; a partir de la construcción de la avenida Jiménez, las nuevas edificaciones empezaron a orientar sus fachadas hacia el nuevo espacio urbano. Surgía una nueva ciudad, con una nueva sociedad, una nueva simbología y unas nuevas formas de vida urbana, todo lo cual va a introducir modificaciones en las morfologías urbanísticas.
La apertura de nuevas vías no hizo sino convertir la nueva avenida Jiménez en el eje del crecimiento oriente-occidente de la ciudad. Conectaba el cerro tutelar de Monserrate y la Quinta de Bolívar, recientemente convertida en “altar de la patria”, con San Victorino y la Estación del Ferrocarril, para seguir, por la avenida Colón, hacia los puertos del río Magdalena, que le aseguraban las conexiones con el exterior. En los costados de la nueva avenida se construyeron modernos edificios bancarios y se consolidó la función de la plaza de San Victorino, rebautizada en 1910 como plaza de Nariño, como el gran centro de comercio para la región económica que dependía de la ciudad. Todo esto hizo de la avenida Jiménez la principal avenida de la ciudad. A su vez, las nuevas avenidas construidas en sentido norte-sur, como la Caracas, le reforzaron esta condición.
El IV Centenario de la fundación de Bogotá, que se celebraría en 1938, fue un motivo para introducir nuevas modificaciones a la avenida. Se aprobó la rectificación de la vía de 30 metros desde la carrera 7.ª hasta la plaza de Nariño y de 24 metros entre las carreras 6.ª y 7.ª, con dos vías de 7 metros para vehículos, andenes de 7 metros para el tránsito peatonal y una zona central de 2 metros para alumbrado, prados y árboles. De la carrera 6.ª hasta la Quinta de Bolívar se indicó un tamaño de 22 metros, que debería empalmar con el Paseo Bolívar. Estas especificaciones implicaron la demolición de varias edificaciones, como el Pasaje Rufino Cuervo, el edificio de la Compañía Colombiana de Tabacos, el antiguo edificio de El Tiempo y, más tarde, el Hotel Granada3.
La consecuente sustitución de construcciones antiguas por edificaciones modernas introdujo una nueva simbología en la ciudad, como la de la nueva idea de progreso representada en los edificios dotados de ascensores, las nuevas fachadas, los nuevos materiales como el hierro y el acero, y los amplios ventanales. Los dos principales diarios, El Tiempo y El Espectador escogieron este nuevo escenario para instalar sus sedes, al igual que los nuevos hoteles Granada y Atlántico, los bancos de la República y de Colombia, la Gobernación de Cundinamarca y los almacenes de prestigio.
A la resignificación de este espacio contribuyó de manera decisiva el llamado “bogotazo”. Los disturbios del 9 de abril de 1948, originados por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, tuvieron un impacto notable en la renovación del centro histórico de la ciudad, puesto que el incendio de 136 edificaciones, buena parte de ellas ubicadas en los alrededores de la Plaza de Bolívar, el Parque de Santander y la plaza de San Victorino, impulsaron la posterior renovación urbana del sector4.
Asimismo, la introducción de la planeación urbana llevó a definir una zona industrial al occidente de la ciudad, que obligó al traslado de las fábricas que se encontraban en la antigua ronda del río. Posteriormente en esta área se instalaron varias universidades privadas.
EL DETERIORO DE LA AVENIDA JIMÉNEZ
Desde los años veinte hasta los ochenta, la nueva avenida Jiménez fue el escenario del discurso de la modernidad en Bogotá. Las edificaciones ubicadas en la esquina de esta avenida con la carrera 7.ª presentaban los precios más altos por metro cuadrado del suelo urbano en Colombia. Sin embargo, las transformaciones que vive Bogotá a partir de los setenta provocan nuevos cambios en el significado de este espacio. En primer lugar, la ciudad se expande rápidamente y se vuelve multicéntrica, al surgir nuevos espacios, con diferentes servicios urbanos, en distintos lugares de la ciudad. En este proceso se valorizan más los espacios del norte y el centro histórico entra en un acelerado proceso de deterioro, cuando numerosas empresas y comercios se trasladan a los nuevos polos de desarrollo.
A esta situación contribuyó de manera notoria la decisión consignada en el plan vial de esos años de escoger a la avenida Jiménez como un importante eje de circulación vehicular, convirtiendo el cruce de la avenida Jiménez con carrera 7.ª en un núcleo de congestión vehicular, con la consiguiente desvalorización de la zona. Esto explica la determinación de los periódicos, los bancos, los hoteles, los restaurantes y otros servicios, de mover sus sedes hacia otros sectores de la ciudad.
Este deterioro urbanístico y simbólico es el que lleva a las últimas administraciones distritales a desarrollar programas para rescatar este espacio urbano y devolverle parte del significado que había perdido. En efecto, lo que se había ganado desde principios del siglo con las intervenciones allí aplicadas, se perdió en el momento en que se pensó la avenida como un espacio para la movilidad, sacrificando su capacidad de socialización. El espacio de encuentro pasó a ser un eje para circulación vehicular, y la parte alta de la avenida —Parque de los Periodistas y plazoleta de Las Aguas— terminó convertida en paradero de buses urbanos, con el previsible deterioro.
Las obras emprendidas no fueron suficientemente significativas como para evitar el deterioro general del sector. Tal es el caso de la apertura de la plazoleta del Rosario, adelantada a comienzos de los setenta, o el Plan Centro que aspiraba a la recuperación de esta parte de la ciudad. Si bien este plan permitió la recuperación del espacio público y definió normas de conservación histórica, el deterioro social continuaba afectando a la avenida Jiménez, al igual que a buena parte del centro de Bogotá.
Frente a este diagnóstico, en 1995 el Instituto de Desarrollo Urbano decidió realizar un proyecto integral de recuperación del espacio público y amoblamiento urbano de la avenida Jiménez, desde el cerro de Monserrate hasta la carrera 10.ª, que encargó a los arquitectos Rogelio Salmona y Luis Kopec.
Volver al origen, rescatar la memoria del agua, hacer evidente que debajo de la avenida circula un río, puesto que no todos los habitantes de Bogotá saben que entre los cerros de Monserrate y Guadalupe se oculta el nacimiento de un río que alguna vez atravesó la ciudad, fueron los propósitos que animaron a estos arquitectos a emprender el diseño de lo que luego se denominó Eje Ambiental de la avenida Jiménez5. El énfasis del proyecto radica en recuperar la función de elemento articulador entre La Candelaria, las universidades, los barrios al norte de la Jiménez y algunos hitos históricos como la Quinta de Bolívar, la Academia de la Lengua, el Parque de los Periodistas, el Banco de la República, la iglesia de San Francisco, el edificio Pedro A. López y el camino a Monserrate, y todo esto con la plaza de Nariño o San Victorino.
Si bien el resultado de la recuperación ha despertado polémicas, el entorno logrado ha generado una resignificación gracias a la utilización del agua como un elemento que simboliza el rescate de la memoria urbana, y el uso del ladrillo como la extensión del espacio público que se había perdido. Igualmente, la decisión de utilizar la avenida como un corredor de TransMilenio?, otro símbolo de la renovación urbana de Bogotá, ha despertado también polémica. En conjunto, esta intervención está provocando una nueva resignificación de este espacio urbano.
LA PLAZA DE SAN VICTORINO Y EL PARQUE TERCER MILENIO
Como ya se ha explicado, la morfología urbana de Bogotá se desarrolló de manera lineal, siguiendo el borde de los cerros. Los humedales del occidente, por una parte, y el camino real que comunicaba con Tunja, por otra, influyeron en esta formación. Por ello, entre otras razones, el crecimiento urbano hacia el occidente fue tardío.
Sin embargo, el camino a occidente cumplía una función de gran importancia pues aseguraba la comunicación con los puertos sobre el Magdalena, lo que a su vez garantizaba el abasto de mercancías del exterior, así como de los productos de las vertientes cercanas. Este sentido de las comunicaciones va a mantenerse hasta entrado el siglo xx. En razón de ello, San Victorino nació y perduró como una especie de puerto interno de la ciudad, de lugar por donde salían y llegaban los viajeros y adonde llegaban las mercancías de España y las provincias de occidente. Para asegurar esta comunicación se construyó primero el camellón de Fontibón, calzada elevada para evitar las inundaciones recurrentes del río Bogotá en las temporadas de lluvia, luego el puente de Aranda y el puente grande de Fontibón, así como el puente de San Victorino. Mantener esta vía de comunicación era vital para la ciudad.
San Victorino surgió como la cuarta parroquia de la ciudad al finalizar el siglo xvi, con el nombre del santo que protegía a los cultivadores de la sabana de las duras heladas que castigaban los trigales. El hecho de no ser plaza fundacional, así como el de ser puerta de entrada a la ciudad, hicieron que la forma de la plaza no fuera similar a las otras, es decir, acompañada de la centralidad urbanística y la proporción en sus formas.
Sólo a finales de la Colonia este sector presentó un desarrollo apreciable. Ello se debió al mejoramiento de los caminos y a la construcción de una alameda, la llamada Alameda Vieja, que conectaba a la iglesia de San Victorino con la recoleta de San Diego, y luego a la construcción de otra alameda, la Nueva, que seguía el camino de occidente. En 1792 se construyó una pila de agua de singular tamaño, adonde llegaba el acueducto que traía agua del río Arzobispo6.
A comienzos del siglo xix, San Victorino llegó a concentrar el 15 por ciento de los habitantes de la ciudad y la plaza se convirtió en un lugar de frecuentes visitas de los bogotanos, que usaban las alamedas para pasear.
En 1844 el gobernador de Bogotá hizo prohibir el tránsito de coches por las calles de la ciudad, debido a que destruían los empedrados, averiaban los puentes y rompían las acequias que conducían las aguas a las pilas de la ciudad. Debido a esto, los pocos coches se detenían en la plaza de San Victorino y desde allí las personas eran llevadas al interior de la ciudad en carretillas de mano. La nutrida afluencia de negociantes y viajeros de diferentes lugares llevó a la proliferación de hoteles y estaderos en los alrededores de la plaza. Uno de los hoteles más conocidos era el Pasajeros, ubicado en la calle 12 con carrera 127. El paisaje urbano de la zona a finales del siglo xix es descrito así en un testimonio:
“Beatas madrugadoras, grandes señores de cubilete o vestidos sabaneros, alumnas semi-internas del colegio de La Merced, muchachos de segundas letras en el colegio de Araújo, liberalazos de gestas conocidas por todos, vivanderos de tercios a la espalda, caballejos trayendo en sus lomos zurrones de miel o cargas de leña para hacer amasijos… Todo esto constituía la circulación en el histórico San Victorino”8.
El lugar no sólo era puerta de entrada sino también centro de industrias y manufacturas de la ciudad. En el costado norte de la plaza se levantaban las chimeneas de la Fábrica de Chocolates La Equitativa, y más abajo la otra fábrica de chocolates, Chávez. También se ubicaban allí herrerías, como la de Samuel Sayer, fábricas de cerveza y de implementos de talabartería. Comercio, manufacturas y servicios para viajeros se convirtieron en comodidades urbanas que ofrecía el sector.
Pero la importancia económica de este sector no iba pareja con la atención que la ciudad le otorgaba. En 1870 se desató allí una epidemia de tifo debido a los precarios servicios de acueducto y alcantarillado con que contaba. Todavía el abasto de aguas se hacía por la acequia que las transportaba desde el río Arzobispo, y que recogía el detritus humano de las viviendas ubicadas en sus cercanías.
En 1910, en el marco de las festividades del centenario de la independencia, se inauguró allí una estatua de Antonio Nariño y se bautizó la plaza con este nombre, pero ello no logró borrar el apelativo original, con el cual lo siguieron llamando los bogotanos.
Las primeras décadas del siglo xx vieron mejorar las comunicaciones entre la ciudad y su entorno regional. La llegada de los ferrocarriles va a escoger este lugar y allí se erige la Estación de la Sabana, primera que tuvo la ciudad, precisamente sobre la avenida Colón, en el camino de occidente. El tranvía seguía esta avenida hasta la Estación de Paiba, a la altura de la actual carrera 32, que era la parada más occidental que tenía este medio de transporte. Vemos, pues, que los nuevos medios de comunicación continuaron acentuando la función de puerto seco de San Victorino. Años después, los buses interurbanos también siguieron usando este lugar como el punto de llegada y salida de la ciudad, el cual se mantuvo hasta que se construyeron el aeropuerto El Dorado y el Terminal de Transporte, en la segunda mitad del siglo xx.
Por ello la memoria arquitectónica de estilo republicano que todavía se encuentra en ese lugar consigna, como un testigo insobornable de la historia, al decir de Octavio Paz, el auge urbanístico del sector, así como la jerarquía social que ostentaba y la oferta de servicios, comerciales e industriales, que prestaba a la ciudad.
Las transformaciones de San Victorino
Dos hechos influyen profundamente en la transformación del significado de este sector de la capital. Primero, el “bogotazo”, cuando la furia popular asaltó las ferreterías de la avenida Jiménez y los almacenes de San Victorino, además de los incendios y el resto de saqueos realizados en su entorno. A raíz de este infausto acontecimiento, desapareció el mercado central, cuyo lote fue dedicado a estacionamiento. Segundo, el surgimiento de nuevos centros de servicios urbanos, entre otros de transporte, que le fueron restando primacía a San Victorino. Todo esto generó un éxodo de las elites de comerciantes que residían allí y que trasladaron sus viviendas y negocios a otras zonas de la ciudad. A partir de los años cincuenta, San Victorino va perdiendo rápidamente jerarquía en la ciudad, y si bien no abandona sus funciones de puerto de entrada y centro de comercio, sus usuarios van cambiando y el sector entra en fuerte deterioro. La construcción del aeropuerto El Dorado en 1959, y de la Central de Abastos y el Terminal de Transporte a comienzos de los ochenta, le resta la función de centro de servicios de transporte y de comercio de víveres. Todo ello se acentúa aún más con la desaparición de los ferrocarriles, que inutiliza la Estación de la Sabana.
Por otra parte, los planes viales ignoraron la funcional unidad urbana del sector. Primero fue la avenida Caracas, que a finales de los cuarenta desarticuló la relación de San Victorino con la plaza España; luego la carrera 10.ª de los años cincuenta, que lo aisló del centro de la ciudad, y por último la escogencia de la avenida Jiménez como eje de circulación occidente-oriente, que lo separó del sector de La Capuchina. Fue un proceso de desarticulación urbana de un sector cuya función era, precisamente, la de articular la ciudad con la región. Así, San Victorino perdió el significado de puerto de la ciudad y entró en rápido deterioro social y urbano. Como muestra el siguiente testimonio, el cambio de uso del sector, que incluye al barrio Santa Inés, no se hizo esperar:
“En su época la calle del Cartucho era una calle de importantes actividades comerciales. En sus alrededores existieron muchas tipografías que hoy están cerradas. Había casas de una arquitectura invaluable, que hoy desaparecieron para la historia… En los años cincuenta aparecieron los pipos. Luego llegaron gentes de muchas regiones que invadieron el sector. Había mucha confitería, tiendas y comercio en general. La ciudad progresó a medida que creció. Con el éxodo del campo también llegaron mujeres que se convirtieron en nocheras. Venían de diferentes puntos del país. El sector se convirtió en paradero de flotas de mucha importancia, especialmente sobre la Caracas y la carrera 13 A con la novena. Aumentó el comercio, creció la población y nacieron los problemas”9.
El barrio de Santa Inés aparece en los mapas tempranos de la ciudad, como los que registran los planos de finales del siglo xviii. Para entonces se le considera como un sector de arrabales, bordeado al sur por el río San Agustín y al extremo noroeste por las aguas del río San Francisco. Sólo hasta mediados del siglo xix se consolida como barrio residencial. Es con el crecimiento del perímetro urbano de Bogotá en las tres últimas décadas del siglo xix, que el barrio empieza a integrarse más con lo que conocemos como centro histórico. Al comenzar el siglo xx, el barrio cuenta con el servicio de tranvía. También aparece en su espacio la plaza grande de mercado, principal lugar de abastecimiento de víveres de los bogotanos, conocida popularmente como “las galerías”. Estos hechos motivan que la gran mayoría de los bogotanos de la época transiten por el sector y mantengan cierta familiaridad con él10.
Según la tradición oral, a finales del siglo xix y comienzos del xx, habitaban las casas del barrio importantes familias capitalinas e incluso altos funcionarios del gobierno, cuyas casas, al momento dela demolición, aún mostraban en su estructura los espacios que sirvieron de caballerizas, convertidas ahora en reducidos y vetustos cuartos de inquilinato. También lo habitaron personalidades como el pintor Ricardo Acevedo Bernal, cuya casa fue la sede del primer Instituto de Bellas Artes del país, según registraba la placa adosada a la fachada en el momento de su demolición. Una casa representativa de este sector contaba con 10 o 15 habitaciones distribuidas en dos plantas; salones de recibo, adornados con marquesinas y aplicaciones de yeso de gran belleza a la usanza europea; amplios patios interiores y escaleras con delicados apliques en maderas finas como caoba o cedro rojo y forjas de grandes dimensiones, que se complementaban con jardines ornamentales interiores de considerable tamaño y vistosidad.
En la primera mitad del siglo xx el barrio adquiere prestancia, y es cuando se construye la Escuela Santa Inés, al tiempo que se convierte en residencia de familias prestantes, como la familia Liévano, reputado político bogotano, o la familia Turbay Ayala. También se recuerda la construcción del Palacio de Higiene sobre la calle 6.ª, inmueble republicano de cuatro pisos, muy ornamentado, que se erigió gracias a una donación de la Fundación Rockefeller en la tercera década del siglo.
Otra circunstancia significativa que mencionan frecuentemente los antiguos vecinos del barrio es la aparición a comienzos de los cuarenta de prestigiosos hoteles como el Hotel Colombia, que funcionó hasta mediados de los ochenta en la carrera 12, entre calles 8.ª y 9.ª, para luego dar lugar a la UASI, o Unidad de Atención en Salud al Indigente, o el Hotel Embajador, ubicado en la esquina de la carrera 11 con calle 8.ª. Estos hoteles albergaban huéspedes notables de la provincia, políticos, personas de negocios y estudiantes universitarios11.
El cambio de usuarios del sector tuvo que ver con el surgimiento de actividades de reciclaje de botellas y papeles, pues allí se establecieron bodegas donde compraban estos elementos a los recicladores. Con ello fue apareciendo la fabricación de “pipo”, un aguardiente que emplea alcohol de mala calidad, y sus consumidores, los “piperos”. El hecho de ser lugar de llegada de los buses interurbanos propició el surgimiento de actividades de contrabando; allí se encontraban las “sardinas auténticamente venezolanas” y los locales de adulteración de licores, que empleaban las tipografías vecinas para elaborar las etiquetas falsas.
El progresivo deterioro del sector continuó con la proliferación de las ventas ambulantes, reflejo de la economía informal que crecía en la ciudad, al margen del control estatal. En 1962 el alcalde Jorge Gaitán Cortés autorizó la instalación en la plaza de Nariño de galerías de vendedores ambulantes que habían invadido los alrededores de la carrera 10.ª entre calles 10 y 12. Paradójicamente, el esfuerzo por recuperar el espacio público se hizo sacrificando la plaza de San Victorino, un espacio público cargado de memoria urbana de gran significación para toda la ciudad, convirtiéndose así en otra contribución al deterioro de este sector. Por medio del acuerdo 80 de 1962, el concejo de Bogotá creó formalmente las Galerías Antonio Nariño, adscritas al Fondo de Restaurantes Populares, que dependía de la Secretaría de Salud Pública. Para entonces, la plaza presentaba ya un profundo deterioro, como señala el testimonio de uno de los primeros comerciantes instalados en estas Galerías:
“Era una vaina que más que todo mantenía los desechables acá, pero fue llegando el vendedor y se fue desterrando el desechable. Era bastante indeseable el sector, una especie de muladar. Era un parqueadero donde estaban todos los gamines metidos. Decían que era parqueadero pero no era parqueadero. No había nada, lo que había era gamincitos. Ahora les cambiaron el nombre por desechables pero son niños también, personas humanas. Ellos hacían sus necesidades en el sector y por lo tanto era bastante desagradable”12.
El deterioro del sector se fue acelerando en la década del ochenta, cuando se hizo la transición del barrio residencial y señorial que era Santa Inés a alojar allí El Cartucho, y también del centro de gran comercio que era San Victorino a ser foco de ventas ambulantes. En Santa Inés, las casas señoriales se convirtieron en bodegas de reciclaje, inquilinatos, espacios para jíbaros, delincuentes de todo tipo, drogadictos, lugares para almacenamiento y distribución de drogas; en síntesis, una zona de residencia de la miseria humana. De un gran espacio de vida se pasó a un gran espacio de muerte.
Esta dramática situación llevó a distintas administraciones distritales a proponer diversas intervenciones en el sector, hasta que se llegó a la propuesta actual del Parque Tercer Milenio.
El Parque Tercer Milenio
El profundo deterioro del sector llevó a la administración distrital de Enrique Peñalosa a emprender en 1996 la restitución del espacio público.
La iniciativa se mantuvo con vigor y el 26 de diciembre de 1999 los últimos 700 vendedores abandonaron las Galerías Antonio Nariño, para dar paso al Parque Tercer Milenio. Para este momento, la mayoría de las casas del barrio Santa Inés habían sido saqueadas y desvalijadas. En muchas de ellas sólo quedaban en pie las paredes, pues todo lo que se podía desmontar y vender había sido extraído para pagar el consumo de drogas.
Los propósitos de intervención en este sector aparecen desde finales de la década de los ochenta. En el Plan Centro se formulan los primeros estudios y se proyectan diversas intervenciones puntuales. Luego, en la administración del alcalde Jaime Castro, se formula un proyecto integral para el barrio de Santa Inés, con miras a su recuperación. Concebido como una intervención para armar el barrio, el proyecto incluía la generación de un nuevo espacio público con la construcción de parques, planes de vivienda y dotación al barrio de algunos equipamientos importantes13.
Los proyectos no se llevaron a cabo, entre otras razones, por la ausencia de herramientas legales para sustentar una intervención que generara espacio público, como también por la resistencia que se tenía a emplear recursos del Estado en este sentido. En la ciudad se percibía la existencia de otras prioridades. Tampoco había una clara conciencia del deterioro urbano y humano que existía en El Cartucho.
Otra intervención, que en algo afectó al sector, fue la que se hizo en la administración del alcalde Julio César Sánchez. En 1988 se aprovechó la conmemoración de los 450 años de la fundación de Bogotá para iniciar un programa, que formaba parte del Plan Centro, con el que se buscaba recuperar los principales espacios simbólicos ubicados en el centro. Esto originó la recuperación de la avenida Jiménez, desde Monserrate hasta la carrera 10.a. Era un momento en que no se acostumbraba que las obras públicas buscaran rescatar los andenes, ampliar el espacio público y recuperar el centro de la ciudad y sus símbolos. Todavía se consideraba que el asfalto era el propósito fundamental de la gestión pública.
Hubo también propuestas sobre la plaza de San Victorino, motivadas en la invasión de los vendedores ambulantes y el deterioro social de su entorno. Bajo la administración del alcalde Juan Martín Caicedo se alcanzó a tener listo un proyecto que incluía la construcción de varias obras públicas: reubicar en centros comerciales a los vendedores ambulantes, rescatar el espacio de la plaza y hacer un cerramiento de la misma. El plan no pudo concretarse, ente otras razones, por la crisis política originada en la suspensión del alcalde. Posteriormente hubo otros dos proyectos. El que actualmente se lleva a cabo, cuarto en la última década, es mucho más amplio y más integral para el sector14.
“El reto más importante que se observa en este tipo de intervenciones es la sostenibilidad, es decir, el parque no se puede considerar como una zona verde más de la ciudad. Y pues dado el lugar donde está ubicado, en el centro de la ciudad, y del papel que puede jugar en la competitividad de la ciudad, es un parque que amerita toda una estrategia de sostenibilidad; lo que se necesita es un manejo integral de ese parque, ese parque que le va a brindar unas condiciones a la ciudadanía para poderlo disfrutar. Obviamente arrancamos de un sitio que viene de deterioro y que pretende mejorar un sector de ciudad; entonces, obviamente, lo más importante es haber logrado el espacio, eso es lo más importante. Puede que con el tiempo tenga modificaciones. En este caso se le apostó a buenas especificaciones, yo creo que son especificaciones triple A lo que se está trabajando; entonces es un sitio al que se le está apostando a que la cosa va a mejorar. Obviamente lo que nos interesa es que los bordes se renueven. O sea, que se empiecen a desarrollar; en la medida en que logremos que los bordes se vayan desarrollando, pues eso va fortaleciendo la apropiación del sitio, va generando más actividad y va encausando que la gente lo use”15. Las amenazas a esta intervención no sólo se encuentran en el tema de la sostenibilidad, sino también en el comportamiento de los sectores ubicados en los bordes del Parque Tercer Milenio. Si bien la intervención en el lugar está bien definida, no se tiene claridad sobre cuáles son los efectos que va a generar en los barrios vecinos, como es el caso de San Bernardo. De igual forma, aunque se cuenta con la consolidación económica y comercial de San Victorino, que le da solidez al borde norte del parque, aún falta por definir la suerte de los otros bordes. Este es el caso del borde de la carrera 10.ª, que corresponde a la parte más deteriorada de La Candelaria; no se tiene un proyecto claro en el sentido de los usos que pueda tener, de la relación entre el Parque Tercer Milenio y el centro histórico de la ciudad.
Los cambios en los espacios que hemos descrito se corresponden con las transformaciones que ha tenido la ciudad. La permanencia del centro histórico como un gran centro de servicios administrativos, financieros, educativos y comerciales, ha llevado a la necesidad de la intervención del Estado en estos sectores y a poner fin a la anomia en que habían caído. Si bien los resultados de estas intervenciones aún están por verse, pues no se ha concluido con la totalidad de los programas, lo que hasta ahora está claro es que, de nuevo, estamos frente a un proceso de profunda resignificación de los espacios públicos en el centro histórico de Bogotá. Para fortuna de la ciudad, esta gigantesca intervención urbana y social ha tenido continuidad en las administraciones que le sucedieron a Peñalosa, como son la de Mockus y Garzón.
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Notas
- 1. Museo de Desarrollo Urbano, Bogotá siglo xx, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2000, pág. 43.
- 2. La avenida Jiménez y el Parque Santander, op. cit., pág. 34.
- 3. Ibíd., pág. 37.
- 4. Ver: Aprile-Gniset, Jacques, El impacto del 9 de abril sobre el centro de Bogotá, Bogotá, Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán, 1983.
- 5. Arcila, Claudia Antonia, entrevista a Rogelio Salmona, “La memoria del agua”, en: El Espectador, Magazín Dominical, 8 de diciembre de 1996, págs. 4 a 11.
- 6. Fundación Misión Colombia, Historia de Bogotá, Bogotá, Villegas Editores, 1988, pág. 82.
- 7. Rojas, Diana Mercedes y Reverón, Carlos, Plaza de San Victorino. Punto de encuentro y lugar de intercambios, Bogotá, Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital, Concurso Bogotá Historia Común, 1998, pág. 232.
- 8. Citado por Rojas, Diana Mercedes y Reverón, Carlos, op. cit., pág. 232.
- 9. Pineda, Blanca Cecilia, Historias en sepia y negro, Bogotá, Departamento Administrativo de Acción Comunal Distrital, Historias Barriales, Bogotá Historia Común, 1998, pág. 26. A pesar de que su origen es colonial, no está incluido en la localidad de La Candelaria, sino de Santafé, siendo precisamente, de manera caprichosa, la carrera 10.ª el límite administrativo que cercena lo que fue una unidad histórica.
- 10. Pifano, Germán, Reseña histórica de Santa Inés, inédito.
- 11. Departamento Administrativo de Bienestar Social, Busco un hombre. Busco una mujer. Calle de El Cartucho: crónicas del más allá, Bogotá, Alcaldía Mayor, 2001.
- 12. Rojas, Diana y Reverón, Carlos, op. cit., pág. 239.
- 13. Entrevista con Montaño, Gustavo, archivo de la Empresa de Renovación Urbana.
- 14. Ibíd.
- 15. Ibíd.