- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Cambios en la cultura de Bogotá

En abril de 1884 fue fundado en Bogotá el Gun Club (Club de Armas) por varios ciudadanos de distintas profesiones —banqueros, comerciantes, hacendados— a semejanza del que aparece en alguna de las novelas de Julio Verne. La idea era que los socios se familiarizaran con el uso de armas de fuego, con espíritu deportivo —la cacería—, pero también “para la defensa de la patria y de las instituciones”. En la foto, miembros fundadores del club en su primera salida al campo.
Las carreras de caballos fueron desde la Colonia una de las distracciones favoritas de la sociedad bogotana. En mayo de 1898 se inauguró el Hipódromo de la Gran Sabana o Circo de La Magdalena, de propiedad de los hermanos José y Rafael Espinosa Guzmán. Suspendidas las competencias hípicas a causa de la guerra, las carreras se reanudaron el 28 de mayo de 1902. Era, además, el escenario perfecto para que las damas bogotanas lucieran su espléndida belleza y su gran elegancia.
A partir de 1902 el fútbol cobró impulso en el país. Los hermanos Carlos y José María Obregón Arjona iniciaron en Bogotá la fiebre del fútbol. En el campo de Marly equipos improvisados jugaron casi todas las semanas hasta 1911, cuando el padre Lizarraga, jesuita de San Bartolomé, organizó la primera copa, patrocinada por el presidente Carlos E. Restrepo, en el campo de La Merced. En esta foto de 1912, los cracks del equipo Colombia posan con la Copa Restrepo que ganaron ese año.
Desde los I Juegos Nacionales realizados en 1933, el atletismo fue una de las actividades que encontró mayor favoritismo entre los aficionados. Los éxitos internacionales del caleño Jaime Aparicio, en la segunda mitad de la década de los cuarenta, hicieron del atletismo un deporte multitudinario y de los deportistas verdaderos ídolos. En la foto, Emilio Torres durante una maratón en las calles de Bogotá, 1946.
El criquet, el polo, la hípica, el fútbol y el patinaje eran los deportes que predominaban en la sociedad bogotana en la primera década del siglo xx y en los cuales la mujer sólo era espectadora, no obstante los clamores de la prensa que, desde comienzos del siglo, recién pasada la guerra, encarecían la necesidad de incorporar a las mujeres en las actividades deportivas; pero con la llegada del tenis, en 1906, las bogotanas entraron en el mundo de los deportes y tuvieron presencia muy activa en los campeonatos que se desarrollaron en la ciudad entre 1906 —en que se formó el Lawn Tennis Club de Bogotá, cuyos socios eran, en su mayoría, mujeres— y 1920. Foto de 1910.
La celebración del centenario de la Independencia en 1910 dio especial solemnidad a las distintas ceremonias cívicas y religiosas, con inmensa participación ciudadana. El programa de conmemoración del 20 de julio incluyó grandes paradas militares, algunas de las cuales se efectuaron en el campo de La Magdalena, cerca del hipódromo.
Igual que en las carreras, las celebraciones patrias eran una ocasión para lucir la moda y mostrar la elegancia en el vestir que caracterizaba en Bogotá a mujeres y a hombres, que seguían los dictados de la costura europea. Para 1910 era todavía precario el número de automóviles que circulaban en la capital, y las familias se trasladaban a los actos públicos en coches tirados por caballos, que se mantuvieron en servicio hasta pasada la primera guerra mundial. Para las bogotanas no era fácil seguir el curso de la moda en Europa, donde estaba orientada por las estaciones, y los trajes cambiaban en invierno, en verano, en primavera y en otoño, lo que no era el caso en el altiplano sabanero. Sin embargo nuestras mujeres se las arreglaban para estar al día con las nuevas tendencias y sabían hacerlo con una elegancia natural que es preciso admirar. En 1910 ya empezaban a verse en Bogotá los primeros modelos de la moda orientalista que estaba revolucionando las prendas femeninas en Europa; pero todavía imperaban los diseños de 1904 y los de 1908. Como anota James Laver en su historia de la moda, “el busto ya no se echaba tanto hacia adelante ni las caderas tanto hacia atrás”, según puede verse en las fotografías. La sombrilla se usaba menos para el agua que para el sol. Los hombres vestían de acuerdo a los dictados del príncipe de Gales. En las ocasiones solemnes, como las fiestas patrias, o las religiosas, no era bien visto que un caballero no asistiera en compañía de su esposa, cuya ausencia solía dar lugar a murmuraciones, costumbre descrita por Soto Borda en algunos pasajes de su novela Diana Cazadora.
La Guerra Civil de los Mil Días dio lugar a que se formara en Bogotá una de las instituciones literarias más originales y simpáticas que se recuerde. La Gruta Simbólica, fundada por los poetas y periodistas Rafael Espinosa Guzmán y Federico Rivas Frade, personalidades que gozaban de mucho respeto en los círculos intelectuales y bohemios de Bogotá. Sobre esa agrupación epónima escribieron José Vicente Ortega Ricaurte y “el Jetón” Antonio Ferro uno de los libros más agradables de nuestra crónica literaria: La Gruta Simbólica y reminiscencias del ingenio y la bohemia de Bogotá. La Gruta Simbólica se fundó en 1901 y se disolvió en 1903, y en ella participaron las principales figuras de la cultura bogotana. En la foto de 1903 vemos sentado en el extremo derecho a uno de los fundadores de la Gruta, Federico Rivas Frade.
Con sus nuevas metodologías y su filosofía de campos abiertos, el Gimnasio Moderno jalonó una revolución en la educación colombiana. Fundado en 1914 por un grupo de personalidades de la industria, el comercio y el periodismo, el Gimnasio Moderno formó las generaciones que se constituyeron en dirigentes de la actividad colombiana en los distintos campos. Los pantalones cortos eran el símbolo visible de la minoría de edad. Grupo de alumnos en 1926.
Creada en el siglo xix, la Banda Nacional constituyó una de las mejores tradiciones artísticas musicales de Bogotá. Estaba presente en todas las retretas que tanto atractivo cultural le dieron a la capital y participó en cientos de eventos en diferentes ciudades del país. Según el profesor Egberto Bermúdez, de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, las bandas nacionales estaban inspiradas en una “clara filosofía educativa y civilizadora”. En la foto, un concierto de la Banda Nacional en 1938, bajo la batuta de su director, el maestro José Rozo Contreras, como parte de las celebraciones del IV Centenario de Bogotá.
La revista Pan, que publicó el escritor y ensayista Enrique Uribe White entre 1936 y 1938, no sólo fue una de las mejores publicaciones culturales que han visto la luz en el país, sino también una innovadora en el arte publicitario comercial. Ejemplo de ello es esta ilustración que reproducimos. La avenida Jiménez es el escenario en que una elegante dama exhibe su esbelta figura y luce un atuendo a la moda, al lado de un provocador coche deportivo, y acompañada por un vigilante terrier. A la izquierda, parte de la fachada del Palacio de San Francisco, la torre de la iglesia de San Francisco, y al fondo el Hotel Granada. El tranvía de San Francisco recorre su ruta hacia occidente.
La revista Pan, que publicó el escritor y ensayista Enrique Uribe White entre 1936 y 1938, no sólo fue una de las mejores publicaciones culturales que han visto la luz en el país, sino también una innovadora en el arte publicitario comercial. Ejemplo de ello es esta ilustración que reproducimos. La ilustración encomia la excelencia de los paños ingleses que venden en Bogotá don Félix Salazar e Hijos.
La revista El Gráfico circuló por primera vez el 20 de julio de 1910, hasta 1941, y provocó una revolución de las artes gráficas y del periodismo en Colombia. Tuvo gran influencia política, literaria y cultural. Su gran rival fue la revista Cromos, que apareció en 1916. Hoy en día, con más de 90 años de vida, Cromos es la revista semanal más antigua de habla española.
Al lado de estas dos gigantes nacieron y murieron muchas publicaciones de gran mérito editorial, como la revista Patria, la mayoría de las cuales no llegaban a cumplir los cinco años.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
El humanista español Menéndez Pelayo en su Antología de la poesía latinoamericana, escrita en Madrid en 1892, señalaba que “la cultura literaria en Santa Fe de Bogotá, destinada a ser con el tiempo la Atenas de la América del Sur, es tan antigua como la conquista misma”1. Esta afirmación, hecha por un erudito que nunca conoció la ciudad ni el país y cuyo único contacto con ella se reducía a los epistolarios sostenidos con algunos ilustrados capitalinos, fue recogida por cronistas como Pedro María Ibáñez, quien señala que el estatus de Bogotá como ciudad culta se remonta a los tiempos de la Conquista. Según él, esta condición atrajo a una migración de españoles cultos, que engrandecieron el proceso civilizador y dieron a luz hijos distinguidos, que en la práctica de sus profesiones fueron dignos representantes de su lugar de procedencia2. Así, desde fines del siglo xix, se fue forjando tal imagen de Bogotá, en buena parte creada por una elite intelectual que se veía a sí misma como una sociedad culta y que consideraba a Bogotá muy por encima de las otras ciudades latinoamericanas.
En 1871 la imagen erudita de la capital se alimentó con el establecimiento en ella de la primera sede de la Academia de la Lengua en América, institución que además de apoyar el quehacer gramático, impulsaba las tertulias como herramientas para “humanizar y civilizar”. La publicación oficial de la Academia, la Revista de Bogotá, transcribía las actas de las reuniones y otros artículos, donde se recogía la opinión de sus miembros de ejercitar una labor civilizadora, no sólo para la ciudad, sino para todo el país. A esta institución se sumó el Salón Ateneo, fundado en 1884, con un propósito similar. Todo esto no hacía sino destacar el hecho de que en la Bogotá de entonces el uso de la lengua se convierte en instrumento para distinguir lo vulgar de lo culto3. Desde finales del siglo xix el buen hablar se asume como condición para aquellos bogotanos que aspiran a ser considerados como “gente culta y bien nacida”, en contraste total con el hecho de que, en este momento de la historia de la ciudad, la mayoría de nacimientos correspondía a los llamados hijos ilegítimos4. En esta labor se destaca el libro de Rufino José Cuervo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, publicado en 1872 y reeditado en 1907, así como los trabajos de Miguel Antonio Caro.
Se consolida así la tendencia a crear una realidad propia, mediante la integración de un contexto cultural más amplio que instrumentaliza la cultura como herramienta para encaminar la sociedad bogotana hacia lo que la elite consideraba civilización, y dejar atrás lo que consideraba barbarie: hablar mal, vestirse mal, comportarse por fuera de las normas dictadas por los manuales de urbanidad. El triunfo de este modelo se consigna con la presencia de gramáticos en los altos cargos del Estado5.
En el fondo era una respuesta de la ciudad letrada al efecto subversivo que estaba produciendo en la lengua la democratización que se iniciaba como resultado de una mayor integración de la ciudad al mercado mundial —en virtud de las exportaciones de café— y a la aparición de nuevos inmigrantes provenientes de la provincia —muchos con recursos económicos suficientes— que la alta sociedad bogotana veía sólo como provincianos. ?Por ejemplo, cuando a finales del siglo xix se inaugura la remodelación del Parque Santander, se asegura que éste se asemeja a “un rincón del fino París”, ya que el gobierno y la gente han logrado crear un espacio para “… el buen gusto dentro de los cuales se catalogan los apropiados juegos para los niños, la música selecta y el respeto y mantenimiento comunitario de los bienes públicos y privados…”6. Esta exaltación del progreso, respaldado por el proyecto culto, permite ver cómo la idea de culturizar estaba por encima de cualquier otra consideración urbanística. El impulso de lo culto estaba en manos de un grupo de eruditos que utilizaban los medios escritos, las tertulias y el espacio público para establecer un proyecto de sociedad urbana donde el ejercicio del idioma era la máxima expresión de civilización.
El contraste no podía ser mayor. En ese momento, finales del siglo xix y primeras décadas del xx, Bogotá atravesaba la peor crisis higiénica de toda su historia y la densificación obligaba a ricos y pobres a vivir dentro del mismo espacio urbano, inclusive a compartir las mismas casas, en razón del empobrecimiento general de la ciudad. En esta situación urbana, donde los pocos símbolos de jerarquización social del espacio urbano se habían perdido, la elite recurre al buen hablar, los buenos modales y el manejo de un protocolo social, como fronteras entre lo que ellos consideran civilización —su cultura— y barbarie —la del pueblo bajo y los provincianos.
Estas necesidades de distinción, surgidas del desastre urbano que significaba Bogotá durante este periodo, se constituyeron en los elementos sobre los cuales se elaboró la nueva urbanidad burguesa de Bogotá, que incluía “respeto al orden social, corrección en el vestir, uso del tiempo, noción del comportamiento femenino y masculino, al igual que principios estéticos y morales a partir de los cuales elaborar normas de distinción social”7. Esta imagen de ciudad culta era utilizada como frontera de diferenciación social, y con ello se fue configurando la personalidad histórica de la ciudad. Los textos de urbanidad, escritos con una gran carga pedagógica, fueron de gran importancia para exponer lo que se consideraba como los ideales del comportamiento, el trato armónico entre las personas y la preservación de los valores tradicionales.
Los buenos modales, el buen gusto, los bailes, las virtudes cristianas, es decir, la práctica de las normas de la civilidad, recibieron gran difusión en Bogotá. La prensa bogotana se preocupaba por propagar la urbanidad. La civilidad, con sus restricciones y mandamientos, se convirtió en la base para forjar el mito de la Atenas suramericana. La condición de ciudad letrada quedaba resuelta con la Academia, el Ateneo, los boletines, las revistas y los periódicos; la conducta social se aseguraba con los manuales de urbanidad. Con todo esto Bogotá podía sentirse como una ciudad culta, donde la persistencia de las costumbres tradicionales aseguraba un patrimonio cultural. A esto se agregó el consumo de algunos productos foráneos, y con ello la naciente burguesía capitalina creyó encontrarse a la altura de sociedades como la parisina u otra de este estilo.
CULTURA CIUDADANA Y MODERNIZACIÓN
La conservación de la tradición también se refleja en la literatura. La literatura costumbrista del siglo xix se prolonga en las primeras décadas del siglo xx. Aparte de los cuadros de costumbres, los temas religioso y moralizador son los que ocupan la atención de los novelistas bogotanos de principios de siglo. Sin embargo, fiel a la tradición radical del siglo anterior, José María Vargas Vila irrumpe con su disidente obra de denuncia. También cabe destacar el fallido ensayo de novela urbana, Pax, 1907, de Lorenzo Marroquín y J. M. Rivas, que se queda en cuadros dispersos y cierto intento de crítica a la naciente burguesía. Aparte de estas excepciones, la producción literaria bogotana de comienzos de siglo sigue siendo heredera del pasado colonial, guardián de la tradición, en concordancia con el espíritu de la Atenas suramericana. Aquí no están presentes poetas como el payanés Guillermo Valencia o el cartagenero Luis Carlos López, ni novelistas adelantados como el antioqueño Tomás Carrasquilla. Y José Asunción Silva, el único bogotano con una producción literaria trascendente, ya había muerto sin que sus vecinos hubieran apreciado su poesía8.
De renombre en las letras capitalinas fue la llamada Generación del Centenario (1910), entre quienes figuraban: Agustín Nieto Caballero, Armando Solano, Enrique Olaya, Silvio Villegas, Luis Cano, Eduardo Castillo. Con ellos no se dio ningún rompimiento con la agobiante tradición, aunque mantenían un claro ideal de paz y habían renunciado al romanticismo, condiciones que predisponen al progreso. Al mismo tiempo, la clase alta iniciaba la práctica de deportes, novedad que se llevaba en los nacientes clubes que, con nombres en inglés, constituían los nuevos espacios de sociabilidad burguesa. La copia de las costumbres europeas se extendía a la asistencia al Teatro Colón, donde compañías operáticas de segundo orden se quedaban varios meses en la capital repitiendo funciones. El cine mudo comenzaba a atraer público, pero ninguno de estos cambios había logrado transformar lo que se denomina la cultura popular, inmersa aún en las costumbres decimonónicas. Las chicherías continuaban siendo los espacios de sociabilidad popular por excelencia, y las diversiones se encontraban en el tejo, el turmequé, los bolos, la taba y los paseos.
Las prendas de vestir continuaban siendo un elemento fundamental en la jerarquización social. Verdaderos símbolos culturales, el uso del vestido se constituía en un uniforme social que permitía saber la clase a la que pertenecía el portador. Así, en las primeras décadas del siglo xx, la moda femenina de la clase alta exigía medias de seda, calzado de charol, encajes, pelo largo, trajes al tobillo y falda con miriñaque. Los hombres usaban traje de paño negro, levita y cubilete. Los muchachos usaban pantalón corto hasta bien entrada la adolescencia. Entre los pobres, las mujeres llevaban pañolón y sombrero, los hombres ruana y sombrero, y todos usaban alpargatas, al menos los domingos.
La educación se encontraba en manos de la Iglesia católica. La ley 39 de 1903 señalaba que “la instrucción pública en Colombia será organizada y dirigida en concordancia con la religión católica”. La comunidad de La Salle controlaba el colegio de La Salle, la Escuela Central de Artes y Oficios, la Escuela Normal Central, la Escuela de San Victorino, la Escuela de San Vicente de Paul, la Escuela de San Bernardo y la Escuela de Canto de la Catedral. Además los salesianos y los jesuitas, entre otras órdenes religiosas, mantenían el monopolio de la educación, en un sistema que se basaba en la moral cristiana y rechazaba la ética ciudadana. Sin embargo, el analfabetismo era la nota predominante en la ciudad y la mujer no existía como sujeto educable ante la ley. Este panorama empieza a cambiar hacia los años veinte y treinta gracias a las escuelas nocturnas. Para 1907, el Instituto de Artesanos impartía educación nocturna en los barrios de Las Aguas, San Victorino, Las Nieves y Egipto9.
Con los cambios de los años veinte la ciudad inicia la transformación de la cultura urbana y produce un nuevo espacio público. La modernización de las comunicaciones —con la radio, el cine, el avión, las transmisiones inalámbricas, el automóvil, el tren— confirma que la ciudad es un dispositivo para la comunicación. El rostro de la ciudad también experimenta cambios profundos y, por primera vez, se construyen edificios más altos que la Catedral, como los bancos, nuevo símbolo de progreso. De la influencia arquitectónica francesa se pasa a la Escuela de Chicago, al art déco neoyorquino; los arquitectos italianos y franceses son sustituidos por norteamericanos que construyen nuevos edificios, viviendas, acueductos, alcantarillados, mataderos, escuelas, hospitales y plazas de mercado. En la cultura, igualmente, hay cambios. Al final de los veinte surgen en el arte Los Bachué; y pintores como Epifanio Garay y Ricardo Acevedo Bernal, entre otros, comienzan a apartarse del academicismo de finales del siglo xix. Algo similar sucede en la escultura.
En la novela irrumpen los conflictos sociales y la lucha de clases, a la par con el surgimiento del sindicalismo y el socialismo en la ciudad. José Antonio Osorio Lizarazo, de familia artesana, introdujo en sus escritos a la clase baja bogotana; en su novela La casa de vecindad, 1930, relata la sordidez de la vida bogotana de entonces. Así, el mundo del paisaje y el costumbrismo va siendo reemplazado por el mundo del individuo aislado, habitante de la ciudad. Esto se consigna en la poesía de Luis Vidales, quien con los versos de Suenan timbres rompe, a mediados de los veinte, los moldes intocables del clasicismo reinante hasta entonces. León de Greiff, llegado a la ciudad por estos años, iniciaba igualmente la difusión de su poesía. Algo similar sucede en el teatro, donde irrumpen nuevos géneros melodramáticos y sentimentales, cultivados por Luis Enrique Osorio y Antonio Álvarez Lleras. En la vida cotidiana la llegada de la radio y el cine significó cambios radicales. La cultura moderna, proveniente de los Estados Unidos, entra con fuerza en la ciudad. Ritmos como el foxtrot, el ragtime y el tango sustituyen los valses, mazurcas y polcas; en esto el papel del cine, acompañado de orquestas, es importante10.
SE ACELERA LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA CIUDAD 1930-1954
Las modificaciones económicas de las décadas anteriores, la constante urbanización, el fortalecimiento del Estado y la progresiva industrialización, generan cambios en la ciudad, siendo uno de ellos el surgimiento de una clase media bogotana. Así mismo, surge una nueva actitud hacia la ciencia, que el Estado empieza a tomar en cuenta en la tarea de gobernar. Una ley de 1928 designa como “cuerpos consultores” del gobierno a varias asociaciones científicas existentes en medicina, geografía e ingenierías. Otra ley hizo lo mismo con la recién creada Academia Nacional de Ciencias. La concentración de la Universidad Nacional en un campus moderno y especialmente diseñado para ella, fue una medida de enorme importancia para la consolidación de la academia moderna. De esta manera, las sociedades científicas se consolidaron en Bogotá y sus publicaciones contribuyeron a abandonar el lastre religioso anterior. La respuesta de la tradición se simboliza con la fundación de la Universidad Javeriana en 1931.
A tono con los nuevos discursos políticos, la pintura y la escultura dejan notar cierta influencia nacionalista. Algo de ello aparece en los cuadros de Luis Alberto Acuña, Ignacio Gómez Jaramillo y el joven Gonzalo Ariza. En la escultura, Rómulo Rozo, junto con otros artistas como José Domingo Rodríguez y el español Ramón Barba, conforman el grupo Los Bachué, que dan la espalda a Europa y buscan inspiración en el muralismo mexicano para volcarse a la cultura autóctona y registrar una tendencia indigenista y testimonial de los problemas sociales. En la novela se consolida el registro del fenómeno urbano y el espíritu burgués, así como el relato fantástico. Novela urbana como Abismos, ensayo biológico social, 1931, y Mujer y sombras, 1937, de Luis Carrasquilla; Jenny, 1932, de Luis Alberto Castellanos; Las dos joyas, 1940, de Hernando Gutiérrez; Los del medio, 1938, de Augusto Morales Pino; Hombres sin presente, 1938, de José Antonio Osorio Lizarazo, registran las nuevas realidades urbanas, como el surgimiento de la clase media y la presencia de los empleados públicos. En la poesía se destaca Eduardo Carranza, quien se acerca al pueblo y poetiza las formas populares del lenguaje11.
El nacionalismo, como exaltación de los valores propios, unido al reformismo democratizador de los gobiernos liberales, va a influir notoriamente sobre la ciudad. El Congreso Nacional de Educadores, de 1934, preconizaba el desarrollo de una escuela profundamente colombiana, adaptada a las características del país, fundada en su cultura popular. El Estado asume una clara actitud de democratización de la cultura. Los gobiernos liberales propenden por la laicización de la educación y su democratización, intentando borrar la distinción entre escuelas rurales y urbanas y dando a la mujer la posibilidad de acceder al bachillerato y a la universidad. En 1935 el gobierno no renovó el contrato con los hermanos de La Salle para la dirección de las escuelas normales.
Políticos, como Jorge Eliécer Gaitán, inician campañas de culturización de las costumbres. Desde la Alcaldía legisla el cambio de alpargatas por zapatos entre los obreros del municipio. Establece el uso de delantales y gorros para las marchantas del mercado. Intenta uniformar a los choferes públicos de la capital, medida que genera una fuerte protesta y una huelga que se convierte en el motivo evidente para provocar la caída de Gaitán de la Alcaldía. Para entonces ya había establecido las conferencias semanales conocidas como Viernes Culturales. Además, la industrialización y los nuevos métodos de comercio —en especial la venta a crédito de telas y ropas puerta a puerta— introducida por los inmigrantes judíos, llamados polacos; así como por los palestinos y libaneses, llamados turcos, contribuyeron a cambiar la vestimenta en Bogotá, iniciando con ello la democratización del paisaje social urbano, puesto que el vestido dejó de ser el uniforme de la distinción social.
La radio es la protagonista central en la divulgación de las nuevas corrientes musicales. La Voz de Colombia, 1930, y la Voz de la Víctor, 1933, se convierten en vehículos de difusión de ritmos caribes, boleros y rancheras mexicanas. Con el cine sonoro llegó la invasión del cine mexicano y argentino, que consolidó, entre otros, el gusto por la ranchera entre el público bogotano. Las temáticas rurales o de inmigrantes, así como el hecho de no tener que leer subtítulos, hizo que el público bogotano, en buena parte analfabeto, se aficionara a estas películas. El nuevo ambiente cultural genera cambios en la moda, como el uso de pieles, zorros plateados y sombreros con malla sobre el rostro por las mujeres de la clase alta; el uso de calzado y sombrero de fieltro, que reemplaza al de paja, se convierte en el uniforme masculino. Un elemento simbólico de todos estos cambios fue la inauguración en 1935 del servicio de Taxis Rojos, del empresario Leonidas Lara, que los bogotanos podían solicitar por teléfono.
LA CIUDAD CAMBIA DE ROSTRO
La progresiva industrialización aceleró la transformación de la ciudad con la introducción del hierro, el acero, el vidrio, el concreto reforzado, así como con la profesionalización de la arquitectura. El uso del ladrillo a la vista y la popularización del vidrio caracterizan esta época. El modelo de edificio público norteamericano se hace presente en edificios como el Murillo Toro, llamado Palacio de las Comunicaciones, y el Palacio de los Ministerios. La demolición del convento de Santo Domingo, verdadera joya colonial, para darle paso al primero, refleja las polémicas entre tradición y modernidad en la Bogotá de esos años. El claustro de San Agustín también sufrió mutilación.
Las discusiones sobre tradición y modernidad también se dan en el ámbito del arte. En 1940 se abre el Salón de Artistas Nacionales, donde emerge la primera pintura abstracta. Aparecen los artistas que van a reinar en la ciudad durante la segunda mitad del siglo xx. La reacción no se hizo esperar, el cuadro de Carlos Correa que ganó el Salón Nacional en 1942 fue vetado por la jerarquía católica por representar una anunciación con la Virgen desnuda. En una aproximación al arte moderno, Alejandro Obregón hace su primera exposición en 1944. La escultura ve surgir a los maestros Negret, Ramírez Villamizar y Arenas Betancourt. En la poesía, los piedracielistas, el grupo Cántico o los cuadernícolas continúan la renovación del género. Aurelio Arturo introduce una poesía de la soledad, que anuncia el camino a los poetas de la segunda mitad del siglo xx. En la academia, la Escuela Normal Superior, 1937-1944, consolidó la reflexión científica sistemática, gracias a una nómina destacada de profesores alemanes, franceses y españoles, que impulsaron la enseñanza e investigación en antropología, sociología, geografía e historia en la ciudad, irradiando su influencia en el país.
El bolero inicia su reinado en Bogotá. Cantantes como Agustín Lara, Libertad Lamarque, Pedro Vargas, Leo Marini, María Luisa Landín y Alfonso Ortiz Tirado son los ídolos del género. La música cubana, así como la de la costa norte del país, hacen su arribo con fuerza. Los porros y cumbias de José Barros y Lucho Bermúdez se toman a Bogotá. La emisora Nueva Granada populariza los espectáculos musicales en vivo y la Voz de la Víctor transmite La hora costeña. Estos programas compiten en sintonía con el periodismo político. La Radio Nacional sostiene una excelente labor de difusión de la música culta.
Al igual que en el resto del mundo, la Coca-Cola penetra en el mercado local a comienzos de los cuarenta. Camiones de reparto visitaban los colegios y repartían gratis la bebida. Rápidamente esta marca se puso de moda en las fiestas de la juventud, y a los muchachos se les llamó “cocacolos”, sucesores de los “glaxos” y “filipichines” de antaño. En el vestido, los colores claros y pasteles comenzaron a competir con el inefable negro que había dominado el paisaje de las calles bogotanas desde la Colonia. Se pusieron en boga las medias de nylon, que después de la segunda guerra mundial reemplazaron a las de seda. Se popularizaban así ciertas modas que hasta entonces eran prerrogativa de la clase alta. La posguerra significó un periodo de grandes cambios para la ciudad. La mayor integración vial estuvo acompañada de la apertura de grandes almacenes como Ley y Sears.
Avanza el siglo. Los maestros Édgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar inician un recorrido por las formas geométricas de la escultura. Aunque la pintura mantiene la expresión abstracta, surge también el figurativismo de Fernando Botero y Alejandro Obregón. El tema de la violencia que azota al país permea la literatura y puede apreciarse en libros como La hojarasca y La mala hora de Gabriel García Márquez. Aparece el movimiento iconoclasta del nadaísmo. En poesía se destacan Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, vinculados a la revista Mito, publicación que tuvo una enorme influencia en el desarrollo cultural de la capital y el país12.
La ciudad despliega un mayor cosmopolitismo. Ritmos como el rock-and-roll se popularizan gracias a los nuevos programas radiales. De nuevo el cine es responsable de introducir nuevas modas y comportamientos en la ciudad. Llega el cine en color y las películas norteamericanas inundan los teatros. No obstante, artistas mexicanos, como Cantinflas, siguen siendo favoritos del público. La moda de los años cincuenta es descomplicada, las muchachas lucen faldas cortas, a media pierna, y zapatos de cordón en combinaciones de blanco con azul o rojo; los muchachos usan el zapato mocasín y llevan el pelo engominado. El bolero sigue de moda, junto a las rancheras en la voz de Javier Solís y Pedro Infante. La televisión, inaugurada el 13 de junio de 1954, realiza programas de gran recordación. El noticiero El mundo al vuelo, la comedia Yo y tú, los programas humorísticos con el dueto de Los Tolimenses, los programas infantiles como El tío Alejandro, además de las transmisiones de lucha libre y las carreras de caballos, se constituyeron en programas de gran audiencia, junto a otros de origen extranjero.
Son los medios de comunicación de masas los encargados de democratizar el gusto y la moda en la ciudad. Luego de ser claramente símbolos de jerarquización social, el vestido, el transporte, la comida, la música y la forma de hablar, poco a poco dejan de ser fronteras entre las clases sociales. El paisaje social urbano comienza a asemejarse. Si bien a comienzos del siglo las alpargatas y la ruana matriculaban de inmediato a su poseedor en la clase popular, o guache, como despectivamente se le denominaba, y el traje de estilo europeo en la del cachaco o miembro de la clase alta, a partir de la posguerra estas diferencias comienzan a desaparecer. La comida, a su vez, inicia una democratización profunda. Algunos alimentos de origen foráneo, como la pizza, la hamburguesa y el perro caliente, dejan de ser exclusivos de la clase alta y, rápidamente, se encuentran en toda la ciudad. El bluyín que identificaba a los “cocacolos” de los años cincuenta, se convierte en una prenda usada por todo el mundo, hombres y mujeres. La música dejó de ser patrimonio de un grupo social específico; el rock y la salsa se disfrutan en todos los sitios, independientemente del estrato social. Algo similar le sucede a las comunicaciones. La televisión por satélite, limitada en un principio a los estratos altos, concluye el siglo con la popularización de las parabólicas comunitarias que sintonizan canales internacionales.
Pero, aunque la ciudad se democratiza en sus formas y las fronteras visibles entre los ciudadanos tienden a desaparecer, se construyen otras, más sutiles y fuertes, diferentes de las que existían a comienzos del siglo: el idioma, los modales, el vestido.
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Notas
- 1. Soto, Martha Lucía, “La metrópoli europea. Haciendo una nación tipo Latinoamérica”, tesis de grado, Antropología, Universidad de los Andes, 1997, pág. 1. Citado por: Zambrano, Fabio, “De la Atenas suramericana a la Bogotá moderna. La construcción de la cultura ciudadana en Bogotá”, en: Revista de Estudios Sociales, Universidad de los Andes, n.o 11, febrero de 2002, págs. 9-16.
- 2. Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Bogotá, Academia de Historia de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1991.
- 3. Soto, Martha Lucía, op. cit., pág. 3.
- 4. Urrego, Miguel Ángel, Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá, 1880-1930, Bogotá, Ariel Historia, pág. 234.
- 5. Ver: Deas, Malcolm, Del poder y la gramática, y otros ensayos de historia, política y literatura colombianas, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1990.
- 6. Soto, Martha Lucía, op. cit., pág. 5.
- 7. Ver: Pedraza, Zandra, En cuerpo y alma. Visiones del progreso y la felicidad, Bogotá, Universidad de los Andes, 1999.
- 8. Giraldo, Luz Mary, Ciudades escritas, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2001.
- 9. Urrego, Miguel Ángel, op. cit., pág. 324.
- 10. Álvarez, Alejandro, “La irrupción de los medios”, en: La ciudad como espacio educativo, op. cit., pág. 85.
- 11. Bogotá siglo xx, Museo de Desarrollo Urbano, Bogotá, 2000.
- 12. Giraldo, Luz Mary, op. cit. La función de la ciudad como espacio de representación del poder, pasó de manifestarse como escenario de diferenciación social a ser un espacio de representación de la nueva realidad política: la igualdad, representada, entre otros, por el libre acceso al espacio público y a la homogeneización del paisaje social urbano. En la Bogotá de finales del siglo xx se hace necesario que sus habitantes se sientan cada vez más iguales, así no lo sean en realidad.
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Cambios en la cultura de Bogotá

En abril de 1884 fue fundado en Bogotá el Gun Club (Club de Armas) por varios ciudadanos de distintas profesiones —banqueros, comerciantes, hacendados— a semejanza del que aparece en alguna de las novelas de Julio Verne. La idea era que los socios se familiarizaran con el uso de armas de fuego, con espíritu deportivo —la cacería—, pero también “para la defensa de la patria y de las instituciones”. En la foto, miembros fundadores del club en su primera salida al campo.

Las carreras de caballos fueron desde la Colonia una de las distracciones favoritas de la sociedad bogotana. En mayo de 1898 se inauguró el Hipódromo de la Gran Sabana o Circo de La Magdalena, de propiedad de los hermanos José y Rafael Espinosa Guzmán. Suspendidas las competencias hípicas a causa de la guerra, las carreras se reanudaron el 28 de mayo de 1902. Era, además, el escenario perfecto para que las damas bogotanas lucieran su espléndida belleza y su gran elegancia.

A partir de 1902 el fútbol cobró impulso en el país. Los hermanos Carlos y José María Obregón Arjona iniciaron en Bogotá la fiebre del fútbol. En el campo de Marly equipos improvisados jugaron casi todas las semanas hasta 1911, cuando el padre Lizarraga, jesuita de San Bartolomé, organizó la primera copa, patrocinada por el presidente Carlos E. Restrepo, en el campo de La Merced. En esta foto de 1912, los cracks del equipo Colombia posan con la Copa Restrepo que ganaron ese año.

Desde los I Juegos Nacionales realizados en 1933, el atletismo fue una de las actividades que encontró mayor favoritismo entre los aficionados. Los éxitos internacionales del caleño Jaime Aparicio, en la segunda mitad de la década de los cuarenta, hicieron del atletismo un deporte multitudinario y de los deportistas verdaderos ídolos. En la foto, Emilio Torres durante una maratón en las calles de Bogotá, 1946.

El criquet, el polo, la hípica, el fútbol y el patinaje eran los deportes que predominaban en la sociedad bogotana en la primera década del siglo xx y en los cuales la mujer sólo era espectadora, no obstante los clamores de la prensa que, desde comienzos del siglo, recién pasada la guerra, encarecían la necesidad de incorporar a las mujeres en las actividades deportivas; pero con la llegada del tenis, en 1906, las bogotanas entraron en el mundo de los deportes y tuvieron presencia muy activa en los campeonatos que se desarrollaron en la ciudad entre 1906 —en que se formó el Lawn Tennis Club de Bogotá, cuyos socios eran, en su mayoría, mujeres— y 1920. Foto de 1910.

La celebración del centenario de la Independencia en 1910 dio especial solemnidad a las distintas ceremonias cívicas y religiosas, con inmensa participación ciudadana. El programa de conmemoración del 20 de julio incluyó grandes paradas militares, algunas de las cuales se efectuaron en el campo de La Magdalena, cerca del hipódromo.

Igual que en las carreras, las celebraciones patrias eran una ocasión para lucir la moda y mostrar la elegancia en el vestir que caracterizaba en Bogotá a mujeres y a hombres, que seguían los dictados de la costura europea. Para 1910 era todavía precario el número de automóviles que circulaban en la capital, y las familias se trasladaban a los actos públicos en coches tirados por caballos, que se mantuvieron en servicio hasta pasada la primera guerra mundial. Para las bogotanas no era fácil seguir el curso de la moda en Europa, donde estaba orientada por las estaciones, y los trajes cambiaban en invierno, en verano, en primavera y en otoño, lo que no era el caso en el altiplano sabanero. Sin embargo nuestras mujeres se las arreglaban para estar al día con las nuevas tendencias y sabían hacerlo con una elegancia natural que es preciso admirar. En 1910 ya empezaban a verse en Bogotá los primeros modelos de la moda orientalista que estaba revolucionando las prendas femeninas en Europa; pero todavía imperaban los diseños de 1904 y los de 1908. Como anota James Laver en su historia de la moda, “el busto ya no se echaba tanto hacia adelante ni las caderas tanto hacia atrás”, según puede verse en las fotografías. La sombrilla se usaba menos para el agua que para el sol. Los hombres vestían de acuerdo a los dictados del príncipe de Gales. En las ocasiones solemnes, como las fiestas patrias, o las religiosas, no era bien visto que un caballero no asistiera en compañía de su esposa, cuya ausencia solía dar lugar a murmuraciones, costumbre descrita por Soto Borda en algunos pasajes de su novela Diana Cazadora.

La Guerra Civil de los Mil Días dio lugar a que se formara en Bogotá una de las instituciones literarias más originales y simpáticas que se recuerde. La Gruta Simbólica, fundada por los poetas y periodistas Rafael Espinosa Guzmán y Federico Rivas Frade, personalidades que gozaban de mucho respeto en los círculos intelectuales y bohemios de Bogotá. Sobre esa agrupación epónima escribieron José Vicente Ortega Ricaurte y “el Jetón” Antonio Ferro uno de los libros más agradables de nuestra crónica literaria: La Gruta Simbólica y reminiscencias del ingenio y la bohemia de Bogotá. La Gruta Simbólica se fundó en 1901 y se disolvió en 1903, y en ella participaron las principales figuras de la cultura bogotana. En la foto de 1903 vemos sentado en el extremo derecho a uno de los fundadores de la Gruta, Federico Rivas Frade.

Con sus nuevas metodologías y su filosofía de campos abiertos, el Gimnasio Moderno jalonó una revolución en la educación colombiana. Fundado en 1914 por un grupo de personalidades de la industria, el comercio y el periodismo, el Gimnasio Moderno formó las generaciones que se constituyeron en dirigentes de la actividad colombiana en los distintos campos. Los pantalones cortos eran el símbolo visible de la minoría de edad. Grupo de alumnos en 1926.

Creada en el siglo xix, la Banda Nacional constituyó una de las mejores tradiciones artísticas musicales de Bogotá. Estaba presente en todas las retretas que tanto atractivo cultural le dieron a la capital y participó en cientos de eventos en diferentes ciudades del país. Según el profesor Egberto Bermúdez, de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, las bandas nacionales estaban inspiradas en una “clara filosofía educativa y civilizadora”. En la foto, un concierto de la Banda Nacional en 1938, bajo la batuta de su director, el maestro José Rozo Contreras, como parte de las celebraciones del IV Centenario de Bogotá.

La revista Pan, que publicó el escritor y ensayista Enrique Uribe White entre 1936 y 1938, no sólo fue una de las mejores publicaciones culturales que han visto la luz en el país, sino también una innovadora en el arte publicitario comercial. Ejemplo de ello es esta ilustración que reproducimos. La avenida Jiménez es el escenario en que una elegante dama exhibe su esbelta figura y luce un atuendo a la moda, al lado de un provocador coche deportivo, y acompañada por un vigilante terrier. A la izquierda, parte de la fachada del Palacio de San Francisco, la torre de la iglesia de San Francisco, y al fondo el Hotel Granada. El tranvía de San Francisco recorre su ruta hacia occidente.

La revista Pan, que publicó el escritor y ensayista Enrique Uribe White entre 1936 y 1938, no sólo fue una de las mejores publicaciones culturales que han visto la luz en el país, sino también una innovadora en el arte publicitario comercial. Ejemplo de ello es esta ilustración que reproducimos. La ilustración encomia la excelencia de los paños ingleses que venden en Bogotá don Félix Salazar e Hijos.

La revista El Gráfico circuló por primera vez el 20 de julio de 1910, hasta 1941, y provocó una revolución de las artes gráficas y del periodismo en Colombia. Tuvo gran influencia política, literaria y cultural. Su gran rival fue la revista Cromos, que apareció en 1916. Hoy en día, con más de 90 años de vida, Cromos es la revista semanal más antigua de habla española.

Al lado de estas dos gigantes nacieron y murieron muchas publicaciones de gran mérito editorial, como la revista Patria, la mayoría de las cuales no llegaban a cumplir los cinco años.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
El humanista español Menéndez Pelayo en su Antología de la poesía latinoamericana, escrita en Madrid en 1892, señalaba que “la cultura literaria en Santa Fe de Bogotá, destinada a ser con el tiempo la Atenas de la América del Sur, es tan antigua como la conquista misma”1. Esta afirmación, hecha por un erudito que nunca conoció la ciudad ni el país y cuyo único contacto con ella se reducía a los epistolarios sostenidos con algunos ilustrados capitalinos, fue recogida por cronistas como Pedro María Ibáñez, quien señala que el estatus de Bogotá como ciudad culta se remonta a los tiempos de la Conquista. Según él, esta condición atrajo a una migración de españoles cultos, que engrandecieron el proceso civilizador y dieron a luz hijos distinguidos, que en la práctica de sus profesiones fueron dignos representantes de su lugar de procedencia2. Así, desde fines del siglo xix, se fue forjando tal imagen de Bogotá, en buena parte creada por una elite intelectual que se veía a sí misma como una sociedad culta y que consideraba a Bogotá muy por encima de las otras ciudades latinoamericanas.
En 1871 la imagen erudita de la capital se alimentó con el establecimiento en ella de la primera sede de la Academia de la Lengua en América, institución que además de apoyar el quehacer gramático, impulsaba las tertulias como herramientas para “humanizar y civilizar”. La publicación oficial de la Academia, la Revista de Bogotá, transcribía las actas de las reuniones y otros artículos, donde se recogía la opinión de sus miembros de ejercitar una labor civilizadora, no sólo para la ciudad, sino para todo el país. A esta institución se sumó el Salón Ateneo, fundado en 1884, con un propósito similar. Todo esto no hacía sino destacar el hecho de que en la Bogotá de entonces el uso de la lengua se convierte en instrumento para distinguir lo vulgar de lo culto3. Desde finales del siglo xix el buen hablar se asume como condición para aquellos bogotanos que aspiran a ser considerados como “gente culta y bien nacida”, en contraste total con el hecho de que, en este momento de la historia de la ciudad, la mayoría de nacimientos correspondía a los llamados hijos ilegítimos4. En esta labor se destaca el libro de Rufino José Cuervo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano, publicado en 1872 y reeditado en 1907, así como los trabajos de Miguel Antonio Caro.
Se consolida así la tendencia a crear una realidad propia, mediante la integración de un contexto cultural más amplio que instrumentaliza la cultura como herramienta para encaminar la sociedad bogotana hacia lo que la elite consideraba civilización, y dejar atrás lo que consideraba barbarie: hablar mal, vestirse mal, comportarse por fuera de las normas dictadas por los manuales de urbanidad. El triunfo de este modelo se consigna con la presencia de gramáticos en los altos cargos del Estado5.
En el fondo era una respuesta de la ciudad letrada al efecto subversivo que estaba produciendo en la lengua la democratización que se iniciaba como resultado de una mayor integración de la ciudad al mercado mundial —en virtud de las exportaciones de café— y a la aparición de nuevos inmigrantes provenientes de la provincia —muchos con recursos económicos suficientes— que la alta sociedad bogotana veía sólo como provincianos. ?Por ejemplo, cuando a finales del siglo xix se inaugura la remodelación del Parque Santander, se asegura que éste se asemeja a “un rincón del fino París”, ya que el gobierno y la gente han logrado crear un espacio para “… el buen gusto dentro de los cuales se catalogan los apropiados juegos para los niños, la música selecta y el respeto y mantenimiento comunitario de los bienes públicos y privados…”6. Esta exaltación del progreso, respaldado por el proyecto culto, permite ver cómo la idea de culturizar estaba por encima de cualquier otra consideración urbanística. El impulso de lo culto estaba en manos de un grupo de eruditos que utilizaban los medios escritos, las tertulias y el espacio público para establecer un proyecto de sociedad urbana donde el ejercicio del idioma era la máxima expresión de civilización.
El contraste no podía ser mayor. En ese momento, finales del siglo xix y primeras décadas del xx, Bogotá atravesaba la peor crisis higiénica de toda su historia y la densificación obligaba a ricos y pobres a vivir dentro del mismo espacio urbano, inclusive a compartir las mismas casas, en razón del empobrecimiento general de la ciudad. En esta situación urbana, donde los pocos símbolos de jerarquización social del espacio urbano se habían perdido, la elite recurre al buen hablar, los buenos modales y el manejo de un protocolo social, como fronteras entre lo que ellos consideran civilización —su cultura— y barbarie —la del pueblo bajo y los provincianos.
Estas necesidades de distinción, surgidas del desastre urbano que significaba Bogotá durante este periodo, se constituyeron en los elementos sobre los cuales se elaboró la nueva urbanidad burguesa de Bogotá, que incluía “respeto al orden social, corrección en el vestir, uso del tiempo, noción del comportamiento femenino y masculino, al igual que principios estéticos y morales a partir de los cuales elaborar normas de distinción social”7. Esta imagen de ciudad culta era utilizada como frontera de diferenciación social, y con ello se fue configurando la personalidad histórica de la ciudad. Los textos de urbanidad, escritos con una gran carga pedagógica, fueron de gran importancia para exponer lo que se consideraba como los ideales del comportamiento, el trato armónico entre las personas y la preservación de los valores tradicionales.
Los buenos modales, el buen gusto, los bailes, las virtudes cristianas, es decir, la práctica de las normas de la civilidad, recibieron gran difusión en Bogotá. La prensa bogotana se preocupaba por propagar la urbanidad. La civilidad, con sus restricciones y mandamientos, se convirtió en la base para forjar el mito de la Atenas suramericana. La condición de ciudad letrada quedaba resuelta con la Academia, el Ateneo, los boletines, las revistas y los periódicos; la conducta social se aseguraba con los manuales de urbanidad. Con todo esto Bogotá podía sentirse como una ciudad culta, donde la persistencia de las costumbres tradicionales aseguraba un patrimonio cultural. A esto se agregó el consumo de algunos productos foráneos, y con ello la naciente burguesía capitalina creyó encontrarse a la altura de sociedades como la parisina u otra de este estilo.
CULTURA CIUDADANA Y MODERNIZACIÓN
La conservación de la tradición también se refleja en la literatura. La literatura costumbrista del siglo xix se prolonga en las primeras décadas del siglo xx. Aparte de los cuadros de costumbres, los temas religioso y moralizador son los que ocupan la atención de los novelistas bogotanos de principios de siglo. Sin embargo, fiel a la tradición radical del siglo anterior, José María Vargas Vila irrumpe con su disidente obra de denuncia. También cabe destacar el fallido ensayo de novela urbana, Pax, 1907, de Lorenzo Marroquín y J. M. Rivas, que se queda en cuadros dispersos y cierto intento de crítica a la naciente burguesía. Aparte de estas excepciones, la producción literaria bogotana de comienzos de siglo sigue siendo heredera del pasado colonial, guardián de la tradición, en concordancia con el espíritu de la Atenas suramericana. Aquí no están presentes poetas como el payanés Guillermo Valencia o el cartagenero Luis Carlos López, ni novelistas adelantados como el antioqueño Tomás Carrasquilla. Y José Asunción Silva, el único bogotano con una producción literaria trascendente, ya había muerto sin que sus vecinos hubieran apreciado su poesía8.
De renombre en las letras capitalinas fue la llamada Generación del Centenario (1910), entre quienes figuraban: Agustín Nieto Caballero, Armando Solano, Enrique Olaya, Silvio Villegas, Luis Cano, Eduardo Castillo. Con ellos no se dio ningún rompimiento con la agobiante tradición, aunque mantenían un claro ideal de paz y habían renunciado al romanticismo, condiciones que predisponen al progreso. Al mismo tiempo, la clase alta iniciaba la práctica de deportes, novedad que se llevaba en los nacientes clubes que, con nombres en inglés, constituían los nuevos espacios de sociabilidad burguesa. La copia de las costumbres europeas se extendía a la asistencia al Teatro Colón, donde compañías operáticas de segundo orden se quedaban varios meses en la capital repitiendo funciones. El cine mudo comenzaba a atraer público, pero ninguno de estos cambios había logrado transformar lo que se denomina la cultura popular, inmersa aún en las costumbres decimonónicas. Las chicherías continuaban siendo los espacios de sociabilidad popular por excelencia, y las diversiones se encontraban en el tejo, el turmequé, los bolos, la taba y los paseos.
Las prendas de vestir continuaban siendo un elemento fundamental en la jerarquización social. Verdaderos símbolos culturales, el uso del vestido se constituía en un uniforme social que permitía saber la clase a la que pertenecía el portador. Así, en las primeras décadas del siglo xx, la moda femenina de la clase alta exigía medias de seda, calzado de charol, encajes, pelo largo, trajes al tobillo y falda con miriñaque. Los hombres usaban traje de paño negro, levita y cubilete. Los muchachos usaban pantalón corto hasta bien entrada la adolescencia. Entre los pobres, las mujeres llevaban pañolón y sombrero, los hombres ruana y sombrero, y todos usaban alpargatas, al menos los domingos.
La educación se encontraba en manos de la Iglesia católica. La ley 39 de 1903 señalaba que “la instrucción pública en Colombia será organizada y dirigida en concordancia con la religión católica”. La comunidad de La Salle controlaba el colegio de La Salle, la Escuela Central de Artes y Oficios, la Escuela Normal Central, la Escuela de San Victorino, la Escuela de San Vicente de Paul, la Escuela de San Bernardo y la Escuela de Canto de la Catedral. Además los salesianos y los jesuitas, entre otras órdenes religiosas, mantenían el monopolio de la educación, en un sistema que se basaba en la moral cristiana y rechazaba la ética ciudadana. Sin embargo, el analfabetismo era la nota predominante en la ciudad y la mujer no existía como sujeto educable ante la ley. Este panorama empieza a cambiar hacia los años veinte y treinta gracias a las escuelas nocturnas. Para 1907, el Instituto de Artesanos impartía educación nocturna en los barrios de Las Aguas, San Victorino, Las Nieves y Egipto9.
Con los cambios de los años veinte la ciudad inicia la transformación de la cultura urbana y produce un nuevo espacio público. La modernización de las comunicaciones —con la radio, el cine, el avión, las transmisiones inalámbricas, el automóvil, el tren— confirma que la ciudad es un dispositivo para la comunicación. El rostro de la ciudad también experimenta cambios profundos y, por primera vez, se construyen edificios más altos que la Catedral, como los bancos, nuevo símbolo de progreso. De la influencia arquitectónica francesa se pasa a la Escuela de Chicago, al art déco neoyorquino; los arquitectos italianos y franceses son sustituidos por norteamericanos que construyen nuevos edificios, viviendas, acueductos, alcantarillados, mataderos, escuelas, hospitales y plazas de mercado. En la cultura, igualmente, hay cambios. Al final de los veinte surgen en el arte Los Bachué; y pintores como Epifanio Garay y Ricardo Acevedo Bernal, entre otros, comienzan a apartarse del academicismo de finales del siglo xix. Algo similar sucede en la escultura.
En la novela irrumpen los conflictos sociales y la lucha de clases, a la par con el surgimiento del sindicalismo y el socialismo en la ciudad. José Antonio Osorio Lizarazo, de familia artesana, introdujo en sus escritos a la clase baja bogotana; en su novela La casa de vecindad, 1930, relata la sordidez de la vida bogotana de entonces. Así, el mundo del paisaje y el costumbrismo va siendo reemplazado por el mundo del individuo aislado, habitante de la ciudad. Esto se consigna en la poesía de Luis Vidales, quien con los versos de Suenan timbres rompe, a mediados de los veinte, los moldes intocables del clasicismo reinante hasta entonces. León de Greiff, llegado a la ciudad por estos años, iniciaba igualmente la difusión de su poesía. Algo similar sucede en el teatro, donde irrumpen nuevos géneros melodramáticos y sentimentales, cultivados por Luis Enrique Osorio y Antonio Álvarez Lleras. En la vida cotidiana la llegada de la radio y el cine significó cambios radicales. La cultura moderna, proveniente de los Estados Unidos, entra con fuerza en la ciudad. Ritmos como el foxtrot, el ragtime y el tango sustituyen los valses, mazurcas y polcas; en esto el papel del cine, acompañado de orquestas, es importante10.
SE ACELERA LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA CIUDAD 1930-1954
Las modificaciones económicas de las décadas anteriores, la constante urbanización, el fortalecimiento del Estado y la progresiva industrialización, generan cambios en la ciudad, siendo uno de ellos el surgimiento de una clase media bogotana. Así mismo, surge una nueva actitud hacia la ciencia, que el Estado empieza a tomar en cuenta en la tarea de gobernar. Una ley de 1928 designa como “cuerpos consultores” del gobierno a varias asociaciones científicas existentes en medicina, geografía e ingenierías. Otra ley hizo lo mismo con la recién creada Academia Nacional de Ciencias. La concentración de la Universidad Nacional en un campus moderno y especialmente diseñado para ella, fue una medida de enorme importancia para la consolidación de la academia moderna. De esta manera, las sociedades científicas se consolidaron en Bogotá y sus publicaciones contribuyeron a abandonar el lastre religioso anterior. La respuesta de la tradición se simboliza con la fundación de la Universidad Javeriana en 1931.
A tono con los nuevos discursos políticos, la pintura y la escultura dejan notar cierta influencia nacionalista. Algo de ello aparece en los cuadros de Luis Alberto Acuña, Ignacio Gómez Jaramillo y el joven Gonzalo Ariza. En la escultura, Rómulo Rozo, junto con otros artistas como José Domingo Rodríguez y el español Ramón Barba, conforman el grupo Los Bachué, que dan la espalda a Europa y buscan inspiración en el muralismo mexicano para volcarse a la cultura autóctona y registrar una tendencia indigenista y testimonial de los problemas sociales. En la novela se consolida el registro del fenómeno urbano y el espíritu burgués, así como el relato fantástico. Novela urbana como Abismos, ensayo biológico social, 1931, y Mujer y sombras, 1937, de Luis Carrasquilla; Jenny, 1932, de Luis Alberto Castellanos; Las dos joyas, 1940, de Hernando Gutiérrez; Los del medio, 1938, de Augusto Morales Pino; Hombres sin presente, 1938, de José Antonio Osorio Lizarazo, registran las nuevas realidades urbanas, como el surgimiento de la clase media y la presencia de los empleados públicos. En la poesía se destaca Eduardo Carranza, quien se acerca al pueblo y poetiza las formas populares del lenguaje11.
El nacionalismo, como exaltación de los valores propios, unido al reformismo democratizador de los gobiernos liberales, va a influir notoriamente sobre la ciudad. El Congreso Nacional de Educadores, de 1934, preconizaba el desarrollo de una escuela profundamente colombiana, adaptada a las características del país, fundada en su cultura popular. El Estado asume una clara actitud de democratización de la cultura. Los gobiernos liberales propenden por la laicización de la educación y su democratización, intentando borrar la distinción entre escuelas rurales y urbanas y dando a la mujer la posibilidad de acceder al bachillerato y a la universidad. En 1935 el gobierno no renovó el contrato con los hermanos de La Salle para la dirección de las escuelas normales.
Políticos, como Jorge Eliécer Gaitán, inician campañas de culturización de las costumbres. Desde la Alcaldía legisla el cambio de alpargatas por zapatos entre los obreros del municipio. Establece el uso de delantales y gorros para las marchantas del mercado. Intenta uniformar a los choferes públicos de la capital, medida que genera una fuerte protesta y una huelga que se convierte en el motivo evidente para provocar la caída de Gaitán de la Alcaldía. Para entonces ya había establecido las conferencias semanales conocidas como Viernes Culturales. Además, la industrialización y los nuevos métodos de comercio —en especial la venta a crédito de telas y ropas puerta a puerta— introducida por los inmigrantes judíos, llamados polacos; así como por los palestinos y libaneses, llamados turcos, contribuyeron a cambiar la vestimenta en Bogotá, iniciando con ello la democratización del paisaje social urbano, puesto que el vestido dejó de ser el uniforme de la distinción social.
La radio es la protagonista central en la divulgación de las nuevas corrientes musicales. La Voz de Colombia, 1930, y la Voz de la Víctor, 1933, se convierten en vehículos de difusión de ritmos caribes, boleros y rancheras mexicanas. Con el cine sonoro llegó la invasión del cine mexicano y argentino, que consolidó, entre otros, el gusto por la ranchera entre el público bogotano. Las temáticas rurales o de inmigrantes, así como el hecho de no tener que leer subtítulos, hizo que el público bogotano, en buena parte analfabeto, se aficionara a estas películas. El nuevo ambiente cultural genera cambios en la moda, como el uso de pieles, zorros plateados y sombreros con malla sobre el rostro por las mujeres de la clase alta; el uso de calzado y sombrero de fieltro, que reemplaza al de paja, se convierte en el uniforme masculino. Un elemento simbólico de todos estos cambios fue la inauguración en 1935 del servicio de Taxis Rojos, del empresario Leonidas Lara, que los bogotanos podían solicitar por teléfono.
LA CIUDAD CAMBIA DE ROSTRO
La progresiva industrialización aceleró la transformación de la ciudad con la introducción del hierro, el acero, el vidrio, el concreto reforzado, así como con la profesionalización de la arquitectura. El uso del ladrillo a la vista y la popularización del vidrio caracterizan esta época. El modelo de edificio público norteamericano se hace presente en edificios como el Murillo Toro, llamado Palacio de las Comunicaciones, y el Palacio de los Ministerios. La demolición del convento de Santo Domingo, verdadera joya colonial, para darle paso al primero, refleja las polémicas entre tradición y modernidad en la Bogotá de esos años. El claustro de San Agustín también sufrió mutilación.
Las discusiones sobre tradición y modernidad también se dan en el ámbito del arte. En 1940 se abre el Salón de Artistas Nacionales, donde emerge la primera pintura abstracta. Aparecen los artistas que van a reinar en la ciudad durante la segunda mitad del siglo xx. La reacción no se hizo esperar, el cuadro de Carlos Correa que ganó el Salón Nacional en 1942 fue vetado por la jerarquía católica por representar una anunciación con la Virgen desnuda. En una aproximación al arte moderno, Alejandro Obregón hace su primera exposición en 1944. La escultura ve surgir a los maestros Negret, Ramírez Villamizar y Arenas Betancourt. En la poesía, los piedracielistas, el grupo Cántico o los cuadernícolas continúan la renovación del género. Aurelio Arturo introduce una poesía de la soledad, que anuncia el camino a los poetas de la segunda mitad del siglo xx. En la academia, la Escuela Normal Superior, 1937-1944, consolidó la reflexión científica sistemática, gracias a una nómina destacada de profesores alemanes, franceses y españoles, que impulsaron la enseñanza e investigación en antropología, sociología, geografía e historia en la ciudad, irradiando su influencia en el país.
El bolero inicia su reinado en Bogotá. Cantantes como Agustín Lara, Libertad Lamarque, Pedro Vargas, Leo Marini, María Luisa Landín y Alfonso Ortiz Tirado son los ídolos del género. La música cubana, así como la de la costa norte del país, hacen su arribo con fuerza. Los porros y cumbias de José Barros y Lucho Bermúdez se toman a Bogotá. La emisora Nueva Granada populariza los espectáculos musicales en vivo y la Voz de la Víctor transmite La hora costeña. Estos programas compiten en sintonía con el periodismo político. La Radio Nacional sostiene una excelente labor de difusión de la música culta.
Al igual que en el resto del mundo, la Coca-Cola penetra en el mercado local a comienzos de los cuarenta. Camiones de reparto visitaban los colegios y repartían gratis la bebida. Rápidamente esta marca se puso de moda en las fiestas de la juventud, y a los muchachos se les llamó “cocacolos”, sucesores de los “glaxos” y “filipichines” de antaño. En el vestido, los colores claros y pasteles comenzaron a competir con el inefable negro que había dominado el paisaje de las calles bogotanas desde la Colonia. Se pusieron en boga las medias de nylon, que después de la segunda guerra mundial reemplazaron a las de seda. Se popularizaban así ciertas modas que hasta entonces eran prerrogativa de la clase alta. La posguerra significó un periodo de grandes cambios para la ciudad. La mayor integración vial estuvo acompañada de la apertura de grandes almacenes como Ley y Sears.
Avanza el siglo. Los maestros Édgar Negret y Eduardo Ramírez Villamizar inician un recorrido por las formas geométricas de la escultura. Aunque la pintura mantiene la expresión abstracta, surge también el figurativismo de Fernando Botero y Alejandro Obregón. El tema de la violencia que azota al país permea la literatura y puede apreciarse en libros como La hojarasca y La mala hora de Gabriel García Márquez. Aparece el movimiento iconoclasta del nadaísmo. En poesía se destacan Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus, vinculados a la revista Mito, publicación que tuvo una enorme influencia en el desarrollo cultural de la capital y el país12.
La ciudad despliega un mayor cosmopolitismo. Ritmos como el rock-and-roll se popularizan gracias a los nuevos programas radiales. De nuevo el cine es responsable de introducir nuevas modas y comportamientos en la ciudad. Llega el cine en color y las películas norteamericanas inundan los teatros. No obstante, artistas mexicanos, como Cantinflas, siguen siendo favoritos del público. La moda de los años cincuenta es descomplicada, las muchachas lucen faldas cortas, a media pierna, y zapatos de cordón en combinaciones de blanco con azul o rojo; los muchachos usan el zapato mocasín y llevan el pelo engominado. El bolero sigue de moda, junto a las rancheras en la voz de Javier Solís y Pedro Infante. La televisión, inaugurada el 13 de junio de 1954, realiza programas de gran recordación. El noticiero El mundo al vuelo, la comedia Yo y tú, los programas humorísticos con el dueto de Los Tolimenses, los programas infantiles como El tío Alejandro, además de las transmisiones de lucha libre y las carreras de caballos, se constituyeron en programas de gran audiencia, junto a otros de origen extranjero.
Son los medios de comunicación de masas los encargados de democratizar el gusto y la moda en la ciudad. Luego de ser claramente símbolos de jerarquización social, el vestido, el transporte, la comida, la música y la forma de hablar, poco a poco dejan de ser fronteras entre las clases sociales. El paisaje social urbano comienza a asemejarse. Si bien a comienzos del siglo las alpargatas y la ruana matriculaban de inmediato a su poseedor en la clase popular, o guache, como despectivamente se le denominaba, y el traje de estilo europeo en la del cachaco o miembro de la clase alta, a partir de la posguerra estas diferencias comienzan a desaparecer. La comida, a su vez, inicia una democratización profunda. Algunos alimentos de origen foráneo, como la pizza, la hamburguesa y el perro caliente, dejan de ser exclusivos de la clase alta y, rápidamente, se encuentran en toda la ciudad. El bluyín que identificaba a los “cocacolos” de los años cincuenta, se convierte en una prenda usada por todo el mundo, hombres y mujeres. La música dejó de ser patrimonio de un grupo social específico; el rock y la salsa se disfrutan en todos los sitios, independientemente del estrato social. Algo similar le sucede a las comunicaciones. La televisión por satélite, limitada en un principio a los estratos altos, concluye el siglo con la popularización de las parabólicas comunitarias que sintonizan canales internacionales.
Pero, aunque la ciudad se democratiza en sus formas y las fronteras visibles entre los ciudadanos tienden a desaparecer, se construyen otras, más sutiles y fuertes, diferentes de las que existían a comienzos del siglo: el idioma, los modales, el vestido.
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Notas
- 1. Soto, Martha Lucía, “La metrópoli europea. Haciendo una nación tipo Latinoamérica”, tesis de grado, Antropología, Universidad de los Andes, 1997, pág. 1. Citado por: Zambrano, Fabio, “De la Atenas suramericana a la Bogotá moderna. La construcción de la cultura ciudadana en Bogotá”, en: Revista de Estudios Sociales, Universidad de los Andes, n.o 11, febrero de 2002, págs. 9-16.
- 2. Ibáñez, Pedro María, Crónicas de Bogotá, Academia de Historia de Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1991.
- 3. Soto, Martha Lucía, op. cit., pág. 3.
- 4. Urrego, Miguel Ángel, Sexualidad, matrimonio y familia en Bogotá, 1880-1930, Bogotá, Ariel Historia, pág. 234.
- 5. Ver: Deas, Malcolm, Del poder y la gramática, y otros ensayos de historia, política y literatura colombianas, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1990.
- 6. Soto, Martha Lucía, op. cit., pág. 5.
- 7. Ver: Pedraza, Zandra, En cuerpo y alma. Visiones del progreso y la felicidad, Bogotá, Universidad de los Andes, 1999.
- 8. Giraldo, Luz Mary, Ciudades escritas, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 2001.
- 9. Urrego, Miguel Ángel, op. cit., pág. 324.
- 10. Álvarez, Alejandro, “La irrupción de los medios”, en: La ciudad como espacio educativo, op. cit., pág. 85.
- 11. Bogotá siglo xx, Museo de Desarrollo Urbano, Bogotá, 2000.
- 12. Giraldo, Luz Mary, op. cit. La función de la ciudad como espacio de representación del poder, pasó de manifestarse como escenario de diferenciación social a ser un espacio de representación de la nueva realidad política: la igualdad, representada, entre otros, por el libre acceso al espacio público y a la homogeneización del paisaje social urbano. En la Bogotá de finales del siglo xx se hace necesario que sus habitantes se sientan cada vez más iguales, así no lo sean en realidad.