- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Las primeras transformaciones de la ciudad
La canalización de los ríos San Francisco y San Agustín, iniciada en la década de los veinte, conllevó una profunda transformación de sus sectores de influencia. En el sector de San Agustín, al occidente del barrio de Santa Bárbara, se cubrió el río con un bello jardín central y se erigió un monumento a los héroes de la Batalla de Ayacucho. A la derecha, la iglesia de San Agustín y el convento de los padres agustinos. A la izquierda, dependencias del palacio presidencial de La Carrera. Enfrente, edificios residenciales. El convento fue demolido en los años cuarenta y en su lugar se construyó el actual edificio del Ministerio de Hacienda. Más adelante se amplió la calle 7.a y se convirtió en avenida hasta la carrera 1.ª, con el barrio Egipto. El monumento a los héroes de Ayacucho fue erigido en 1924 para conmemorar el centenario de la batalla que culminó la gesta militar de la Independencia. Permaneció allí hasta 1990, año en que fue trasladado al patio central de las oficinas alternas de la Presidencia de la República, frente al Palacio de Nariño por la carrera 7ª. Foto ca. 1936.
La basílica del Voto Nacional o del Sagrado Corazón de Jesús, es la primera iglesia de arquitectura republicana que se construye en Bogotá en el siglo xx. Diseñada y dirigida por el arquitecto bogotano Julián Lombana, la iglesia fue levantada entre 1911 y 1918 por encargo de los padres claretianos. Está situada en el Parque de los Mártires, así llamado por ser el sitio, conocido durante la Colonia como Huerta de Jaime, donde fueron pasados por las armas la mayoría de los patriotas que en Bogotá estaban a favor de la Independencia. En ese parque se erigió también un obelisco que conmemora el sacrificio. La iglesia del Voto Nacional se denomina del Sagrado Corazón de Jesús por haberse efectuado en ella la consagración del país al Corazón de Jesús en 1950.
Después de una larga campaña que databa de 1827, y de haberse iniciado su construcción en 1830, se inauguró en 1839 el Cementerio Central de Bogotá, bajo la dirección arquitectónica de don Pío Domínguez. A principios del siglo xx el Cementerio Central tenía dos entradas, la principal por la calle 24, y una trasera sobre la calle 26 o avenida Boyacá. La fachada sobre la calle 24 fue reformada y embellecida por el arquitecto Julián Lombana en 1920.
El Parque de la Independencia, inaugurado en 1910, constituyó durante décadas el lugar favorito de recreación de los bogotanos. Foto ca. 1945.
El Circo de Toros de San Diego, construido en madera, fue el escenario de grandes ídolos del toreo de principios de siglo. Quedaba sobre la carrera 7.ª al lado del Parque de la Independencia. Foto ca. 1920.
Estanque del Parque de la Independencia. Foto ca. 1922.
Quiosco de la luz o pequeño Trianón, recuperado en 2006, y monumento al Libertador. Foto ca. 1922.
Panorámica del Parque de la Independencia con los pabellones egipcio y de artes. Foto ca. 1922.
Los pabellones egipcio y de artes, vistos de occidente a oriente. Foto ca. 1922.
Tramo entre las calles 17 y 19 de la avenida de La República, actual carrera 7.ª. Foto de 1930.
Carrera 7.a entre el Parque de la Independencia y el Parque del Centenario. Foto de 1930.
Terraza Pasteur, sobre la calle 24 con carrera 7.ª. Foto de 1930.
Costado occidental de la Plaza de Bolívar, Palacio Liévano. Foto de 1930.
La necesidad de canalizar y de cubrir los ríos San Francisco y San Agustín se había planteado ya en 1886. Desde la Colonia y hasta comienzos del siglo xx esos ríos, a cuyo alrededor se configuró y se desarrolló la ciudad, eran además la principal lavandería de ropa, lo que poco a poco fue contaminando sus aguas y convirtiéndolos en un foco de infección y de malos olores. En 1886 el alcalde Higinio Cualla dijo que el único remedio para evitar las tremendas inundaciones que causaban los dos ríos cuando los desbordaban los grandes aguaceros, era mediante la canalización y el cubrimiento, pero la ciudad no contaba con los recursos para emprender esas obras. Fue en la administración de Pedro Nel Ospina (1922-1926) que se acometió la tarea de tapar el San Francisco y el San Agustín, que a finales de la década de los veinte cambiaron de aspecto y de nombre. El río San Francisco se denominó avenida Jiménez de Quesada, y el San Agustín, calle 7.a.
Caño abierto en barrio suroriental de la ciudad. Foto ca. 1940.
El presidente Pedro Nel Ospina y el alcalde Ernesto Sanz de Santamaría inspeccionan las obras de alcantarillado. Ospina se lleva la mano al bolsillo en busca de pañuelo para protegerse de la fetidez.
La iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, único templo de estilo gótico morisco en Bogotá, se construyó por iniciativa del arzobispo Vicente Arbeláez, en homenaje a la Virgen de Lourdes. Hacia 1884 sólo faltaba por construir la torre principal, que no quedó completa hasta 1917. Alrededor de la iglesia creció el sector popularmente conocido como “Chapilourdes”, constituido por bellas quintas solariegas.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta. Un ejemplo es el de la Quinta Camacho, donde se edificó una de las urbanizaciones clásicas de la capital.
La gran Estación de la Sabana, que se construyó entre los años de 1914 y 1917 y reemplazó la que venía funcionando desde 1886, fue una obra de ingeniería formidable en su momento. Su diseño estuvo a cargo de Mariano Santamaría.
Postura de rieles del tranvía, alrededores de la Escuela Militar, donde hoy se levanta el Hotel Tequendama. Foto ca. 1925.
Avenida Jiménez hacia finales de los años treinta. Al fondo Hotel Granada. Hacia abajo, a la izquierda, palacio de San Francisco, sede de la Gobernación de Cundinamarca, y Edificio Matiz, planos de Gastón Lelarge.
Estación de la Sabana.
El desarrollo de Bogotá hacia el norte fue vertiginoso desde los años veinte, impulsado por el tranvía eléctrico y la llegada constante de automóviles que acortaron las distancias. Al norte de Bavaria venía creciendo una especie de zona de tugurios que era conocida como “la ciudad ciega”. Las administraciones de Marco Fidel Suárez y Pedro Nel Ospina tomaron disposiciones para evitar que esa zona se extendiera y sustituirla por urbanizaciones residenciales. El Colegio del Sagrado Corazón se construyó por esa época, entre las calles 34 y 36, sobre la carrera 13, zona entonces despoblada, en los predios que hoy ocupa el edificio de Ecopetrol. Al fondo los terrenos deshabitados, que hoy comprenden de la carrera 15 hacia occidente, eran conocidos como La Gran Sabana. Estaban conformados por fincas dedicadas a diversos cultivos o a ganadería, y antes de veinte años se habían urbanizado.
La avenida Santiago de Chile, más conocida como avenida Chile, fue inaugurada en 1919 junto con los nuevos edificios del Gimnasio Moderno. En poco menos de 10 años se convirtió en la más bella y moderna avenida de la capital, poblada, a lado y lado de magníficas quintas, que comenzaron a desaparecer en los años setenta, sustituidas por altos edificios. Hoy día esta avenida es el corazón financiero de Bogotá. En esta fotografía, ca. 1920, tomada desde el Gimnasio Moderno, se observa, a la derecha, la iglesia de La Porciúncula y, al fondo, entre las dos quintas, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, en Chapinero.
Hacia los años treinta, muchos barrios orientales de la ciudad estaban densamente habitados y casi todos provenían del siglo? xix. En la foto, carrera 3.ª entre calles 13 y 11. Puede observarse el estilo armónico de las casas, el bien cuidado empedrado y un buen servicio de luz eléctrica domiciliaria, aunque son escasos los focos del alumbrado público. Según Cordovez Moure y Pedro María Ibáñez, en la primera casa, la del portón con el alero, habitó entre 1842 y 1851 el doctor Raimundo Russi, condenado a muerte y ejecutado al ser hallado culpable, según el jurado, del asesinato de Manuel Ferro, que se habría cometido en esta misma calle.
Zona residencial obrera de los años cuarenta.
Antiguo Paseo Bolívar, cuya recuperación fue incluida como una de las obras básicas de embellecimiento de la ciudad, dentro del Plan Regulador presentado por el urbanista austriaco Karl Brunner en 1937.
Olla popular improvisada para enfrentar la aguda escasez de alimentos que se presentó durante ?la mortal epidemia de gripa de 1918.
La gran Plaza Central de Mercado constituyó una de las obras clave para el progreso de la capital. Iniciada a finales de la década de los veinte, e inaugurada a principios de la administración Olaya, la Plaza Central de Mercado estaba situada en el próspero barrio de Las Cruces, y constituyó una revolución no sólo en cuanto al expendio y distribución de alimentos, sino en el mejoramiento de la higiene. En el letrero colocado sobre el frente del edificio circular del centro se advierte que allí está la entrada para la carne.
También contribuyó a mejorar la higiene en Bogotá el traslado del matadero, que funcionaba en el centro de la ciudad, y al que se consideraba uno de los factores de las frecuentes epidemias, a una nueva y moderna sede al occidente de la capital, en el sitio de Paiba. El nuevo matadero fue construido de acuerdo con las especificaciones estadounidenses en la materia, y no es coincidencia que a raíz de haberse erradicado el antiguo matadero, disminuyeran en Bogotá las epidemias y el índice de mortalidad.
Efectuado durante la Colonia el traslado al sur de los habitantes indígenas del resguardo de Usaquén, los antiguos encomenderos, convertidos en hacendados, aumentaron el tamaño de sus tierras con las que pertenecían a los indígenas, a quienes se instaló en terrenos más propicios para el ejercicio de la agricultura, como eran los del corregimiento de Bosa. Las tierras del norte, por sus características y la abundancia de humedales, fueron dedicadas al incremento de la ganadería, y en el siglo xx tuvo gran auge el ganado estabular, como se aprecia en esta fotografía de mediados de los treinta.
En el Hipódromo de La Magdalena, establecido a finales del siglo xix, se realizaban eventos hípicos casi todos los domingos. La tradición de las carreras de caballos venía desde los años de la Colonia, y el nombre de Calle de la Carrera, con el que se conoció en la Colonia la carrera 7.a entre calles 10.a y 7.ª, obedece a que allí se corrían con frecuencia carreras de caballos. El Hipódromo de La Magdalena dio impulso a una serie de criaderos de caballos de carrera finos en distintas regiones del país, que eran preparados para competir con exclusividad en el hipódromo de Bogotá. En años posteriores, cuando el sector de La Magdalena se urbanizó, el hipódromo fue trasladado a la calle?57. Allí acudió la afición por cerca de dos décadas, hasta el estreno del moderno Hipódromo de Techo, en los años sesenta, donde se corrían todos los domingos las carreras que dieron origen al célebre concurso del 5 y 6. A mediados de los ochenta cerró el Hipódromo de Techo, y aunque se abrieron otros al norte, como el de Chía, los grandes días de la hípica en Bogotá no alcanzaron al fin de siglo.
Autopista Sur, principal salida de Bogotá hacia el suroccidente.
La Autopista del Norte fue construida a comienzos de los cincuenta por iniciativa del ministro de Obras Públicas, Jorge Leyva, y terminada por el gobierno del general Rojas Pinilla en 1954.
Bogotá contó en las primeras décadas del siglo xx con dos importantes centros de recreación ciudadana. Al sur, Luna Park, que tenía un bello lago natural, en el cual se implementaron paseos en canoa, regatas, y a su alrededor numerosos juegos infantiles. Al norte, en 1914, se inauguró el Lago Gaitán, en terrenos de propiedad de don Manuel Gaitán, formado por un lago natural, y con las mismas diversiones que el Luna Park. En la foto un aspecto del Lago Gaitán hacia 1925.
Fundado en 1914, el Gimnasio Moderno fue el primer colegio que tuvo sus instalaciones en el norte de la ciudad. Los primeros edificios de la sede del norte, construidos por el arquitecto inglés Robert M. Farrington, fueron inaugurados en 1919.
El edificio de la antigua Escuela Militar, demolida en 1949 para dar paso al Hotel Tequendama. ?Foto de 1944.
En su primera administración (1934-1938) el presidente López decidió crear un campus universitario e impulsó la construcción de una Ciudad Universitaria en terrenos despoblados al centro occidente de la capital. La Ciudad Universitaria fue una revolución en la educación superior, y también un polo de desarrollo de la ciudad hacia el occidente.
Estadio Alfonso López de la Ciudad Universitaria.
Biblioteca Nacional de Colombia, integrada al Parque de la Independencia. Foto de Julio Sánchez, 1938.
A mediados de los años cincuenta era un clamor general la insuficiencia del aeropuerto de Techo para atender la cantidad de vuelos nacionales e internacionales que entraban a la capital o salían de ésta. La administración del general Rojas Pinilla dejó iniciadas las obras del nuevo aeropuerto, en cercanías de Fontibón, el cual fue concluido e inaugurado en 1959, en el gobierno de Alberto Lleras Camargo. Medio siglo después se han comenzado los trabajos para renovar el ya obsoleto aeropuerto de El?Dorado. Distintos estudios indican que Bogotá ya requiere de un aeropuerto alterno.
El Hotel Tequendama, de propiedad de la Caja de la Vivienda Militar, se empezó a construir en 1950 y se inauguró en 1953, en el sitio que antes ocupaba la Escuela Militar, cuyos restos aún pueden verse detrás del hotel, y que a su vez fueron sustituidos, entre 1962 y 1967, por las residencias Tequendama y el Centro Internacional. Al costado enfrente, la glorieta de San Diego, que repartía el tráfico al occidente y al oriente por la calle 26, y al sur y al norte por la carrera 10.ª. Desapareció en 1960, sustituida por los puentes de la 26. Foto de 1956.
Edificio del Banco de Bogotá, inaugurado en 1959, obra de Skidmore, Owings & Merrill.
Henry Faux, en 1947 (carrera 7.ª con avenida Jiménez). Al lado del Henry Faux se construyó en 1958 el edificio Nemqueteba de impecable diseño arquitectónico, y con el que empieza la verdadera modernización del centro. En sus primeros años parte del edificio Nemqueteba fue ocupada por las dependencias del Ministerio de Gobierno.
El edificio del Banco Cafetero en construcción (1976), en el Centro Internacional de Bogotá, calle 28 con carrera 13.
La modernización arquitectónica de Bogotá, y la era de los grandes edificios comenzó en los años cuarenta con los de la Compañía Colombiana de Seguros y el de la Caja Colombiana de Ahorros de la Caja Agraria, inaugurado el 5 de agosto de 1949 (carrera 8.ª con avenida Jiménez).
El edificio Sabana (avenida 19 entre carreras 4.ª y 5.ª) fue el primero que se construyó sobre la recién ampliada calle 19 (1966) durante la administración Virgilio Barco, y que se bautizó como avenida Ciudad de Lima.
Todos los sectores del centro comenzaron a poblarse con edificios de más de 20 pisos a partir de los sesenta. En 1962 se había anunciado el proyecto de construir un Centro Internacional en el sector norte del Hotel Tequendama. El primer bloque de dicho centro fue el edificio Bavaria, de 26 pisos, sobre la calle 28 entre carreras 10.ª y 13, inaugurado en 1967.
En 1972 estaba en construcción (carrera 5.ª entre la calle 16 y la avenida Jiménez) el edificio del Banco Ganadero, hoy BBVA, de 25 pisos, que alberga las dependencias de la Procuraduría General de la Nación.
El Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena, fue creado en 1957 para dar capacitación técnica y social a los trabajadores colombianos. En 1960 el Sena inauguró su edificio sede, obra de Esguerra, Sáenz, Urdaneta y Suárez (avenida Jiménez con Caracas).
El primer gran edificio de oficinas particulares en Chapinero fue el de Seguros Bolívar, estrenado en 1965 (calle 63 entre la carrera 13 y la avenida Caracas) con un pasaje comercial que lo atraviesa de lado a lado, y en el cual funcionó hasta no hace mucho el Teatro Libertador. Fotografía de 1965.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
Bogotá inicia el siglo xx viviendo dos hechos de gran significación: el fin de la Guerra de los Mil Días en 1902 y la separación de Panamá en 1903. La última de las guerras civiles del siglo xix, que afectó notoriamente la vida cotidiana de la ciudad, así como la pérdida de Panamá, marcaron el inicio de un largo periodo de crecimiento constante y de una progresiva inserción de la capital al contexto internacional. Gracias a la expansión económica derivada de la economía cafetera, en auge desde comienzos del siglo, la ciudad comienza a beneficiarse de esta nueva dinámica, caracterizada por un incremento en su capacidad de atraer nuevos inmigrantes, la construcción de una infraestructura que se correspondía con las nuevas exigencias, la adecuación de las viviendas y una nueva jerarquización del espacio urbano, entre otros cambios. En este periodo la ciudad inicia su consolidación como centro financiero, económico, político y demográfico de Colombia, y de la misma manera amplía los límites de la región económica que estaba bajo su control. Sin embargo, es sólo hacia los años treinta que la ciudad puede contar con un Estado que intervenga de manera más activa en su desarrollo. En efecto, la economía exportadora estuvo acompañada de la idea de una mínima intervención del Estado en la regulación de la vida urbana. Sólo a partir de 1934 esto empieza a cambiar, tanto en razón de una nueva concepción de lo público, como de la coyuntura de los festejos del IV Centenario de la fundación de la capital. En 1938, con motivo de las efemérides, se desarrolló un amplio plan de obras, gracias al cual la ciudad inicia una nueva etapa en su historia de modernización. En los años treinta ?también la ciudad experimenta un cambio en su aparato productivo, debido a la consolidación del proceso de industrialización resultante de la caída de las exportaciones por la crisis de 1930.
ADMINISTRACIÓN DE LA CIUDAD REPUBLICANA
La ciudad comienza el periodo republicano con profundos cambios en sus estructuras administrativas. Reformas estrechamente relacionadas con las transformaciones políticas que trajo la municipalización, así como con los ritmos cambiantes en sus dinámicas demográficas, condiciones de vida y renta del suelo.
La variable demográfica fue una presión decisiva para generar diversas transformaciones. Para 1900 el área urbanizada creció 1,8 veces la superficie que tenía en 1800, es decir, menos del doble y muy por debajo del guarismo de crecimiento demográfico. En cuanto a las viviendas, la cifra en la ciudad aumentó 8,25 veces, en su mayoría producto de la subdivisión de casas y la creación de tiendas, y en menor proporción de la oferta de nueva vivienda.
Estas dinámicas específicas de la Bogotá decimonónica provocaron transformaciones importantes. Las tradicionales, pero aún despobladas, parroquias de Santa Bárbara y San Victorino se convirtieron en nuevos núcleos residenciales desde la primera mitad del siglo xix. En la segunda mitad de la centuria se integraron nuevos sectores, como Egipto y Las Aguas en el oriente y Las Cruces en el sur. Ya al finalizar el siglo, comenzó la formación de nuevos suburbios, como Chapinero y San Diego en el norte y San Cristóbal al sur de Las Cruces. Esta acción de expansión estuvo acompañada por la subdivisión de viviendas y la edificación de los interiores de las manzanas. Buena parte de este tipo de desarrollo urbano fue resultado de las dificultades en la oferta de tierras urbanizables, puesto que las tierras adyacentes a la ciudad no eran propiedad de la misma, mientras que las tierras comunales, retiradas del casco urbano y denominadas ejidos, estaban en proceso de privatización, como parte de una tendencia de fortalecimiento de la hacienda en la sabana de Bogotá.
Esta estructura de propiedad, junto con la profunda crisis económica por la que atravesaba la economía capitalina durante el siglo xix, hizo que la densificación de la ciudad fuera el principal camino para solucionar la demanda de vivienda. Y por ello la actividad constructora se vio inicialmente en los abundantes lotes urbanos, antes que en las tierras de la periferia, y luego en la subdivisión de viviendas. En cierta medida, cuando ya no fue posible continuar con esta subdivisión, se pasó a la incorporación de nuevas tierras al perímetro urbano. Esta historia urbana explica la tardía incorporación de las tierras del occidente y el surgimiento de urbanizaciones como Teusaquillo, en la década del treinta del siglo xx.
Si comprendemos esta singularidad del crecimiento urbano, comprenderemos mejor los cambios en la administración de la ciudad. Al comenzar la República, ésta se dividía en cuatro barrios y 10 cuarteles, división que funcionaba de manera simultánea con la presencia de cuatro parroquias. Si bien la legislación colonial introdujo el concepto de barrio para administrarla, los bogotanos continuaron utilizando el término parroquia, lo cual demuestra que las prácticas no habían sufrido mayores cambios desde el siglo xviii. Los sentimientos de pertenencia estaban vinculados a la parroquia, institución que generaba una zonificación más allá de la religiosa y que influyó en la administración de la ciudad, la circunscripción electoral y la administración policial, que se montaron sobre la organización eclesiástica de la ciudad1.
Solamente en las últimas décadas del siglo xix se inició el desmonte de esta administración de las almas como base de la administración de los ciudadanos. Hasta entonces, La Catedral, Las Nieves, Santa Bárbara y San Victorino eran parroquias para los bogotanos y barrios para los administradores. El crecimiento de la ciudad hace que a partir de 1880 haya más barrios que parroquias, situación que condujo al desborde de la administración religiosa como base de la zonificación y obligó a crear nuevos distritos para buscar una mayor eficiencia administrativa. Desde entonces, los barrios comenzaron a reemplazar a las parroquias en sus funciones administrativas y de policía. Se estaba reflejando en la administración pública la densificación de la ciudad colonial, lo cual obligó a subdividir las antiguas parroquias para lograr un mayor control social. Igualmente, la expansión de los suburbios presionó en este sentido, así como lo hizo también la incipiente urbanización y la construcción de los primeros barrios obreros. Como resultado de estas nuevas dinámicas, y con relativa tardanza, los barrios comenzaron a dejarse sentir en la ciudad. Con ello la capital inició un ordenamiento de corte burgués, propio de la modernidad que allí se iniciaba.
Esta permanencia del ordenamiento territorial, basado en las parroquias, hasta finalizar el siglo xix también significó la continuidad de las plazas y plazuelas de iglesias como centros de la vida urbana decimonónica. Así, por ejemplo, La Catedral continuó siendo la parroquia principal y su ubicación, al frente de la Plaza Mayor, le va a permitir seguir siendo el lugar de primacía urbana; a su alrededor se congregan los edificios de gobierno y en sus cercanías varios de los conventos e iglesias, así como el comercio más importante y la vivienda de la elite capitalina. Esta jerarquía urbanística estaba apuntalada con la realización del gran mercado semanal y todos los actos civiles y religiosos de mayor trascendencia en la vida republicana. Se agrega el hecho de que esta parroquia era la más extensa de la ciudad, pues, contando sus extramuros, incluía 74 manzanas, unas 84 hectáreas, lo que representaba el 38 por ciento del área de la ciudad.
La parroquia de Las Nieves era la segunda en importancia. Limitaba por el norte con la recoleta de San Diego y tenía su centro en la iglesia que le daba el nombre, cuya plazuela se había constituido en el centro de la vida social del sector, habitado en su mayoría por artesanos. La plazuela de San Francisco, donde se encontraba la capilla del Humilladero, junto con la calle real de Las Nieves y la plazuela del mismo nombre, al frente de la iglesia parroquial, formaban la oferta de espacio público de que disponía esta parroquia. La importancia de este conjunto de espacios públicos se comprende mejor si tenemos en cuenta que el puente de San Francisco, actual carrera 7.ª con avenida Jiménez, era el único medio para superar la barrera creada por el río entre Las Nieves y la parroquia de La Catedral. La superficie de la parroquia alcanzaba 57 hectáreas, lo que correspondía a 50 manzanas, y equivalía al 26 por ciento de la superficie de la ciudad.
La tercera parroquia en importancia era Santa Bárbara, al sur de la ciudad, que constituía de hecho una prolongación de La Catedral. Inicialmente un suburbio, se fue consolidando como parroquia, e incluía 39 manzanas, con un área de 44 hectáreas que representaban el 20 por ciento de la superficie bogotana. Si bien no contaba con una plazuela, esta función la cumplía la de San Agustín, a la altura de la Calle Real, una explanada en las riberas del río del mismo nombre.
Por último, la parroquia de San Victorino, al occidente de la ciudad, tenía un origen similar a la anterior, habiéndose iniciado como un suburbio de la parroquia de La Catedral. Eran sus ejes la plazuela de San Victorino y el paseo de la Alameda Nueva, o Calle del Prado, a los que se sumaba una pequeña plazuela, la de La Capuchina, ubicada al frente del convento del mismo nombre y cuya iglesia se convirtió en parroquia al destruirse la antigua en los años veinte. San Victorino poseía 22 manzanas, con un área de 36 hectáreas, equivalentes al 16 por ciento de la superficie de la ciudad.
Estas proporciones, válidas para la primera mitad del siglo xix, comenzaron a variar al iniciarse la segunda mitad de la centuria. Todavía en 1858 la ciudad se conformaba por 195 manzanas, algo similar a lo que tenía al iniciar el siglo. En 1880 ya llegaba a 250 manzanas y 283 hectáreas. Estas proporciones muestran la compactación de la ciudad, fenómeno que llevó a incrementar la utilización de sus plazas y plazuelas, todas de origen colonial.
El mencionado crecimiento de la ciudad a finales del siglo xix conllevó la división de parroquias. Egipto y Las Aguas fueron erigidas como parroquias en 1882. La primera recibió toda la zona recientemente urbanizada al oriente de La Catedral. Las Aguas se formó a partir de un sector de la parroquia de La Catedral y la parte oriental de Las Nieves. Estas nuevas parroquias aportaron pequeñas plazuelas adosadas a las iglesias respectivas. Pocos años después, ?en 1891, se efectuó una nueva subdivisión de La Catedral y Las Nieves. Se crearon las parroquias de San Pedro, con iglesia parroquial en la capilla del Sagrario, que atendía al sector ubicado entre las carreras 4.ª y 11 y las calles 7.ª y 12; y la de San Pablo, con iglesia parroquial en La Veracruz, que comprendía el sector de la calle 12 a la 17, entre las carreras 4.ª y 12. Hacia 1890, Las Cruces y Chapinero fueron elevadas a vicarías.
Con estas acciones Bogotá deja la centenaria división en cuatro parroquias para pasar a siete parroquias y dos vicarías, estructura administrativa que reflejaba los cambios en la urbanización.
Paradójicamente, al tiempo que esto sucedía, la ciudad comienza a abandonar la administración parroquial como base del ordenamiento territorial. El primer elemento utilizado para el paso de una forma religiosa a una laica fue la creación de las inspecciones de policía. En 1854 se establecieron cuatro estaciones de policía que actuaban en los cuatro barrios que por entonces existían en Bogotá y que se correspondían con las cuatro parroquias originales. Detrás de estas medidas estaba la preocupación por la vigilancia y el control, pues se iniciaba el crecimiento acelerado de la ciudad. La necesidad de contar con un mayor control policial fue presionando para establecer una zonificación por barrios y una administración civil de los mismos. Era evidente que el control moral, ejercido desde las parroquias, no era suficiente para administrar la naciente ciudad moderna. Así, con el crecimiento de la ciudad, se fueron creando estaciones de policía en los sectores nuevos, que comenzaron a llamarse barrios. Para entender la consolidación de esta tendencia hay que recordar que en 1891 se creó la Policía Nacional, como dependencia del Ministerio de Gobierno.
ADICIÓN DE NUEVOS ESPACIOS
Al concluir el siglo xix era evidente que la ciudad ya no cabía en sus límites coloniales y que se empezaba a romper el molde heredado del siglo anterior. En la última década Chapinero ya era considerado un barrio más de la capital. Para ello fueron fundamentales la dinámica que produjo la iglesia de Lourdes, cuyas obras se iniciaron en 1875, la construcción de una línea del tranvía en 1884, el Ferrocarril del Norte en 1891 y las mejoras en los caminos, como el de Tunja, actual carrera 7.ª. ?
Este acercamiento, así como el culto mariano que floreció en Chapinero, estimularon la urbanización de esta zona. Algo similar sucedía en el sur, entre el río Fucha y Las Cruces comenzó a surgir un sector que se comenzó a llamar San Cristóbal, a donde llegó el tranvía en 1905. A finales del siglo xix también surgen el Parque de los Mártires, en la antigua Huerta de Jaime, y en 1902 la plaza de Maderas, luego Parque España, lugar de venta de materiales y animales. Estos nuevos espacios públicos anunciaban el crecimiento que la ciudad iba a tener hacia el Occidente. Siguiendo el camino a Honda, se construyó la avenida Colón, primera trazada con un recorrido delimitado y una disposición de amoblamiento propio de una avenida: bancas, luminarias y arborización. Esta avenida, que conectaba la Estación de la Sabana y la plaza de Nariño, antigua de San Victorino hasta 1910, es la primera expansión de la ciudad hacia el Occidente.
De manera simultánea, en los alrededores de San Diego se fue conformando un nuevo sector en torno al Parque del Centenario, el Panóptico, la fábrica de cerveza Bavaria con su plazuela de San Martín, que contaba como eje articulador con la recoleta de San Diego. Posteriormente, en 1910, se sumaron el Parque de la Independencia, donde había un teatro, y los pabellones Egipcio, de Bellas Artes y Central, edificados con motivo de la Exposición del Centenario y dedicados a la exhibición de arte, historia y productos nacionales y extranjeros. A un costado del Parque del Centenario se construyeron el Salón Olimpia y el Circo de San Diego, y en las cercanías el Anfiteatro, la Estación Central del Tranvía y el oratorio Juan Bosco.
Con estos tres nuevos sectores urbanos, la ciudad mostraba en 1910 una fuerte tendencia a desplazarse en el sentido norte-sur, siendo el eje norte el que comenzaba a densificarse más rápidamente y el que, además, presentaba los símbolos de progreso que la ciudad comenzaba a edificar: la Exposición Industrial en el Parque de la Independencia, una fábrica moderna, Bavaria, y las quintas en Chapinero. Los nuevos parques, con nombres y símbolos patrios, con atracciones mecánicas, pabellones de exhibición industrial y manufacturera, muestras históricas, teatros, aportaban toda una batería de espacios modernos que anunciaban la senda a seguir en el proceso de modernización urbana para la Bogotá del siglo xx. Durante la segunda mitad del siglo esta expansión continuaría privilegiando la urbanización del norte como la de mayor jerarquía metropolitana.
Sin embargo, estos cambios no sólo se limitaban a los extramuros de la ciudad tradicional. Su núcleo central, si bien seguía teniendo el gran escenario urbano de la Plaza de Bolívar, con los poderes políticos y religiosos a su alrededor, las residencias de prestigio y los almacenes importantes, también inició desde 1870 una sutil pero importante transformación. Con la economía exportadora llegaron a la ciudad los bancos, las agencias de negocios, los restaurantes, los hoteles, las universidades y nuevos almacenes, toda una novedosa oferta de servicios urbanos que escogió el centro tradicional como sede de estos símbolos del progreso capitalista.
Para 1893, una guía de la ciudad describía este núcleo como “… la parte central de la ciudad: las calles llamadas Real (carrera 7.ª) y de Florián (carrera 8.ª), desde la plaza de Bolívar hasta la de Santander, y las calles que las cruzan de Oriente a Occidente, desde la carrera 5.ª (la Casa de la Moneda), hasta las plazas de Los Mártires (Huerta de Jaime) y de Nariño (San Victorino). En este perímetro queda comprendido todo lo más importante del comercio y de los industriales en general”2. Esta sucesiva reducción de la parroquia de La Catedral durante el siglo xix pasó de un sector con 74 manzanas en 1801 a uno con unas 30 manzanas en 1912. Sin embargo, esta reducción en área coincidió con la especialización de este “centro” como espacio con una alta densidad de servicios urbanos: de los 256 establecimientos públicos existentes a comienzos del siglo xx en la ciudad, 118, el 46 por ciento, estaban ubicados en las 30 manzanas del centro: todos los bancos, siete; todos los estudios fotográficos, cinco; todos los pasajes comerciales, cuatro; todos los restaurantes, nueve; y todos los teatros, dos3.
Además, allí se encontraban la Academia Nacional de Música, el Capitolio Nacional, todas las oficinas de los gobiernos nacional, departamental y municipal, el Círculo de Comercio, la plaza de mercado y la de carnes, la Dirección Nacional de Policía, el edificio de Las Galerías, la gallera, el Hospital San Juan de Dios, el museo, la biblioteca, el Observatorio Astronómico, la oficina telegráfica y la administración de correos. Igualmente, allí funcionaban dos de los tres cafés de la ciudad, cinco de los 12 colegios, siete establecimientos de educación superior, 14 de las 53 fábricas, 16 de los 21 hoteles, 11 iglesias, seis de las 11 imprentas, tres monasterios y un convento, un templo protestante y una tipografía, todo esto sin contar los almacenes.
Las nuevas funciones urbanas que asumía la capital se fueron ubicando en el sector de mayor jerarquía urbanística. De esta manera, el centro tradicional no sólo continuó siendo el espacio simbólico del poder nacional, al haber transformado la Plaza Mayor en el altar de la patria con la erección de la estatua de Bolívar en 1846, sino que los cambios económicos vinculados con la economía capitalista exportadora lo escogió como el eje de la vida económica, social y política de la incipiente modernización.
Sin embargo, se trató de aplicar esta modernización sin la correspondiente modernización política. Por ello en los espacios públicos predominó el encerramiento y no la apertura que tuvieron hasta el inicio de la ciudad republicana. Las plazas y plazuelas coloniales de libre acceso, que podían servir como escenarios de reunión a los habitantes de la ciudad, cambiaron en el periodo de la República. Plazas como la de Bolívar y Santander, donde si bien se introduce el sentido del disfrute estético y colectivo, se convierten en jardines con rejas y acceso controlado, lo que les impide servir de escenarios de reunión al pueblo político. Este carácter sólo lo volverán a adquirir estas plazas en la segunda mitad del siglo xx.
CRECIMIENTO URBANO E HIGIENE
La ciudad abre el siglo xx con la estructura y la forma urbana que la ciudad hispanoamericana había abandonado en 1810, lo que representaba un claro desfase frente a las otras capitales latinoamericanas. Por ejemplo, mientras en la segunda década del siglo xx Bogotá sustituía el tranvía de mulas y rieles de madera por uno eléctrico, Buenos Aires inauguraba en 1914 la primera línea de metro como parte de un gran proceso de renovación urbanística. Bogotá no pasaba de ser la ciudad compactada que todavía ocupaba el casco colonial, que se extendía en 30 cuadras de la calle 1.ª a la calle 26 y unas 18 entre el Paseo Bolívar y la Estación de la Sabana, y que había reproducido sus principios morfológicos iniciales en todos los ángulos: la manzana como unidad habitacional, la retícula ortogonal en las vías, las plazas como manzanas vacías, las vías jerarquizadas según su cercanía a las plazas, y una arquitectura baja de uno o dos pisos. El primer siglo republicano no logró transformar estos rasgos de herencia colonial, y como fenómeno de transformación experimenta una fuerte compactación, visible en la densificación de su tejido urbano, acompañada de alguna sustitución de edificaciones, la ampliación de algunas vías y un muy pequeño crecimiento del núcleo inicial4.
El mínimo ensanche del espacio urbano significó la subdivisión de las viviendas como solución para alojar a los nuevos habitantes de la ciudad, lo que dio origen al inquilinato. Un articulista de prensa reseñaba así este nuevo y lamentable sistema de solución a la escasez de vivienda en la ciudad.
Este incremento de población es debido esencialmente a la afluencia de diversas corrientes migratorias, hasta el punto de que comenzando la segunda década del siglo sólo uno de cada tres habitantes de la capital era oriundo de Bogotá. Hay que tener presente que esta abrumadora mayoría de urbanitas de origen cundiboyacense va a tener serios efectos sobre la ausencia de identidad y pertenencia bogotanas. Hay que esperar hasta finales de la década del ochenta para que la ciudad cuente con mayoría de bogotanos frente a los inmigrantes, para que aparezcan sentimientos de identidad y pertenencia a la ciudad.
Mientras la ciudad crecía en habitantes, su clase dirigente permanecía impermeable a los cambios, pues en los comienzos de esta segunda década aún no pensaba en transformaciones fundamentales del esquema arquitectónico urbano, como lo estaban haciendo desde mediados del siglo xix otras capitales iberoamericanas. Ante esta situación, fueron los profesionales de la salud los encargados de presionar la aplicación de reformas, en razón del incremento de la mortalidad causada por las pésimas condiciones higiénicas de la ciudad. Tal es el caso del médico Manuel Lobo, especialista en higiene, uno de los primeros en referirse en términos muy acertados a los problemas de las condiciones de vida que ofrecía Bogotá. El doctor Lobo era director de Higiene y Salubridad de la ciudad y en un artículo titulado “Estado sanitario de Bogotá” planteó los siguientes diagnósticos y soluciones:
“Los habitantes de las ciudades necesitan amplios espacios para respirar aire puro. En este sentido las condiciones de Bogotá han desmejorado mucho en los últimos tiempos. Las habitaciones construidas en la época de la Colonia y en los primeros lustros de vida independiente, aunque un poco bajas de techo y provistas de anchos corredores que impedían la entrada de sol a las piezas, tenían varios patios grandes con jardines y solares donde abundaban los árboles. Esto estaba de acuerdo con las costumbres conventuales de la época. Poco importaba a los moradores de entonces que las calles fueran estrechas y tortuosas y que no hubiera plazas y parques; dentro de su casa tenían donde pasearse y darse baños de sol. Además las salidas al campo eran muy frecuentes. Con el aumento de población esas antiguas casas van modificándose y desapareciendo. De una casa antigua se hacen otras dos modernas, reduciendo los patios y suprimiendo los solares. Entre tanto que las casas estrechas en su interior, las angostas calles españolas continúan con sus antiguas dimensiones y las plazas y parques no aumentan en la proporción que debieran”5.
De modo que mientras otras capitales del continente seguían las pautas del barón de Haussmann sobre trazado urbano, avenidas y parques, en Bogotá apenas los higienistas comenzaban a clamar por reformas que permitieran a sus habitantes respirar mejor. A estas alturas se vislumbraba una esperanza con el incipiente proceso de crecimiento de la ciudad hacia el norte en el sector de Chapinero y hacia el sur en el de San Cristóbal, ambos conectados al centro por el tranvía.
Sin embargo, no todo era atraso y desolación. Con la construcción de algunos edificios públicos en Bogotá surge el deseo por establecer nuevos símbolos urbanos en sustitución de la monumentalidad heredada de la Colonia, en un claro esfuerzo por otorgarle un nuevo significado a los hitos urbanos, a pesar de que la forma urbana se mantenía. Éste es el caso del Palacio Municipal, hoy conocido como Edificio Liévano, sede de la Alcaldía Mayor, construido en 1902 en reemplazo de las Galerías Arrubla incendiadas en 1900. Con anterioridad se habían construido el Teatro Municipal y el Colón, en 1890 y 1896 respectivamente. El edificio de la Policía de la calle 10. El Palacio Echeverry, concluido en 1909, símbolo de la nueva vivienda de lujo. Varios mercados públicos son construidos, como el mercado de Las Nieves, el de carnes y el matadero público. El Hospital San José de 1905, además de varios edificios bancarios. Todos estos edificios, públicos y privados, se construyeron en el casco colonial, barrios San Jorge y El Príncipe y con ello, la estructura urbana colonial comienza, por fin, a presentar cambios esperanzadores. Estos cambios son notorios en distintos niveles. La instalación de un alumbrado público permanente, las nuevas redes de acueducto domiciliario, la construcción de un sistema de desagüe subterráneo y el tranvía, elementos que en un principio tuvieron que incorporarse sobre una estructura vial colonial que no tenía la capacidad para soportar estos nuevos equipamientos. Esto se daba de manera simultánea con los inicios del ensanche del casco colonial, donde los 100 000 habitantes, a pesar de la densificación vivida durante la segunda mitad del siglo xix, ya no cabían6.
Hay que destacar la importancia que la actividad ferroviaria, resultante de la economía exportadora, tiene en la determinación de la forma urbana que adquiere la ciudad en estas primeras décadas. El Ferrocarril de Cundinamarca, la línea de Occidente, tenía extensos terrenos en la periferia occidental de la ciudad. Allí se ubicaron actividades terciarias pesadas, como el comercio mayorista. La zona de bodegas, que luego se conectará con el área industrial establecida en Puente Aranda. El Ferrocarril del Norte marcó definitivamente la frontera de un Chapinero con un desarrollo urbanístico asociado a quintas, ubicado al oriente de la carrilera, y barrios de menores condiciones económicas al occidente de la vía. Al retirar los rieles posteriormente, la avenida Caracas, que los reemplazó, no hizo otra cosa que continuar esta función de frontera.
Gracias a estos cambios derivados de la economía exportadora, durante los primeros años del siglo xx la ciudad comienza a transformar de manera radical la forma urbana que había heredado de la Colonia. En efecto, a comienzos del siglo, en la periferia sur, la ciudad cerraba en el barrio de Las Cruces, habitado por artesanos y obreros. En sus cercanías se ubicaron los primeros asilos para indigentes, lo que dará posteriormente origen a la localización de la zona hospitalaria de la Hortúa, San Juan de Dios y la Misericordia. Así, por ejemplo, en el plano de la ciudad levantado en 1913, se ubicaban en este sector el asilo de San José y otros asilos. De otra parte, las laderas del sureste, ricas en barros, materia prima para la fabricación de tejas y ladrillos, y de chircas, arbusto utilizado en la cocción de estos materiales, va a especializar a este sector en la localización de chircales, lo que dio origen a un tipo de urbanización muy específica, asociada al trabajo del barro en estas laderas.
En la periferia norte se encontraban tierras que al final de la Colonia estaban muy poco pobladas, debido a su mala calidad. Al parecer, no eran suelos de vocación agrícola sino ganadera, lo cual generó el desarrollo de haciendas como la de Chapinero, el Chicó, Contador, El Cedro, entre otras. Al norte, las haciendas coloniales perduraron hasta mediados del siglo xx. Al concluir el siglo xix el borde norte de la ciudad estaba limitado por la recoleta de San Diego, de donde partía el camino hacia Engativá y Usaquén. A comienzos del siglo este borde comienza a ser ocupado y al frente de la iglesia se localiza la Escuela Militar. Más al norte se encontraba ya el Panóptico, edificio que albergaba la cárcel departamental, el convento de María Auxiliadora y la fábrica Bavaria. En 1910, en este borde se ubica el Parque de la Independencia, adosado al ya existente del Centenario. Hasta la década del treinta, y gracias al tranvía y al Ferrocarril del Norte, Chapinero tiene un crecimiento autónomo al desarrollo urbano de Bogotá.
Al occidente de la línea del ferrocarril, entre calles 48 y 53, se presenta un crecimiento muy temprano en lo que se llamó el barrio Quesada, ocupado por artesanos y obreros, con una densidad predial alta en comparación con los vecinos barrios de Chapinero y Marly. Otro desarrollo urbanístico importante es el del barrio Sucre, entre el río Arzobispo y la calle 45, al oriente de la carrera 7.ª. Contrasta con la forma tradicional como se urbanizó hasta entonces la ciudad. Urbanizado por un inmigrante, Salomón Gutt, se introduce por primera vez una nueva forma de producción del espacio urbano, ya que abandona el tradicional sistema patrimonial heredado sobre el que se va edificando, según las necesidades de crecimiento de la familia, e introduce el sistema de comercialización del capital inmobiliario.
A su vez, Chapinero es el primer barrio suburbano de la ciudad. A partir de 1875 cuenta con un templo, centro de romerías bogotanas. En sus alrededores se construye el Parque de Lourdes y detrás de la iglesia una fuente de agua. A comienzos del siglo se construye en sus inmediaciones la estación del tranvía, el mercado público y la estación del ferrocarril (en el cruce actual de la calle 63 con la avenida Caracas). Por la oferta de aguas limpias y mejores aires, se beneficia de un ensanche residencial hacia el cual comienza a emigrar una parte de las clases altas, donde la nueva forma de vida y los gustos modernos se inscriben en los nuevos tipos de vivienda, las llamadas quintas. Chapinero introduce cierta forma de modernidad: los nuevos barrios de la elite y los inicios de la actividad inmobiliaria dirigida a sectores medios y populares. En la periferia del occidente, el desarrollo es muy distinto de las otras dos descritas. Los pueblos de Suba, Engativá y Fontibón se encontraban muy retirados de la ciudad, y en especial los dos primeros no se encontraban sobre rutas importantes. Además, hacia el occidente había grandes humedales, o chucuas, que se hallaban ocupados por grandes haciendas, como la del Salitre, propiedad de José Joaquín Vargas. Habrá que esperar varias décadas para que la ciudad comience a integrar el occidente a su crecimiento.
De manera simbólica, en 1910 se habían iniciado los cambios en la movilidad urbana. En ese año se inauguran las avenidas, que no eran más que las anteriores alamedas, y algunos tramos de caminos interurbanos. Si bien la ciudad no tenía los recursos para sufragar una renovación urbana profunda y la aplicación efectiva de los principios urbanísticos que demandaba la modernidad, se crea una imagen diferente y con ello, se quiere expresar la iniciación de un nuevo siglo. Realmente hay que esperar hasta 1925 para contar con una avenida completa, aquella que iba de la plaza de San Victorino hasta la Estación de la Sabana. Mientras tanto el tranvía, símbolo máximo de desarrollo, produjo un gran impacto urbanístico al generar una dinámica urbana hacia el norte, Chapinero, además de permitir una reducción sustancial en las densidades urbanas.
CRECIMIENTO DE LA CIUDAD 1797-1927
Año | Superficie (hectáreas) | Población |
1797 | 203 | 21 394 |
1905 | 320 | 100 000 |
1912 | 530 | 121 257 |
1927 | 1 160 | 200 000 |
Si en 108 años el área de la ciudad creció 0,57 veces, entre 1905 y 1912 lo hizo 1,65 veces. Posteriormente, entre 1912 y 1927, aumentó 2,18 veces. La densidad de la ciudad se redujo de manera sustancial, pasando de 312 habitantes por hectárea a sólo 172 en 1927. Entre 1905 y 1927, la ciudad expandió significativamente su espacio urbanizado en 3,6 veces. La reducción de la densidad muestra el paso a otra tipología de ciudad, y el abandono de la ciudad compacta, lo que también significa una mejora en las condiciones higiénicas. Esta ciudad lineal se construye como adición a la ciudad colonial, como una ciudad de barrios residenciales, donde la unidad ya no es la manzana o el solar, sino el barrio. La construcción de esta ciudad de barrios adopta la forma de urbanización tentacular a lo largo de las vías regionales más importantes, que son las mismas de los caminos coloniales. Ante esta tendencia adquieren importancia las franjas de terrenos ubicados en los bordes de tales caminos, pues en ellos se va a producir la urbanización. El proceso se explica por el efecto de valorización de estas tierras, que de uso rural pasan a uso urbano, debido a la demanda de vivienda que hay en la ciudad. Pero es la falta de acción del Estado en la regulación del crecimiento, la que da pie a la venta de lotes sin servicios como solución al problema.
La forma que adquiere la ciudad es la de una franja alargada, paralela a los cerros y a las vías principales: carrera 7.ª, carrera 13 y línea del Ferrocarril del Norte. Este principio de expansión por tentáculos lineales se usó en forma reiterada desde la segunda década del siglo xx hasta los años setenta y no obedeció a un modelo de ordenamiento físico. El ensanche de la ciudad se fue dando por adición de barrios residenciales contiguos a las vías tradicionales, no por una propuesta de grandes urbanizaciones que sirvieran de alternativa a la vivienda que ofrecía el casco colonial. La forma que va adquiriendo la ciudad deja un gran vacío en el noroeste, espacio correspondiente a la gran hacienda de El Salitre.
En esta etapa de expansión urbana la ciudad va diferenciándose, desde muy temprano, entre el norte y el sur. Es evidente que el norte recibe mayor inversión en medios de transporte: primer tranvía y primer tren de cercanías (Ferrocarril del Norte), puesto que en Chapinero y Usaquén había estaciones del tren. Por ello el primer ensanche importante se encuentra en el norte, los nuevos barrios se construyen paralelos a las tres vías regionales: la vía a Tunja, conocida como Carretera Central del Norte, que dará origen a la carrera 7.ª; la Alameda Vieja, o carrera 13, donde circula el tranvía a Chapinero, y la línea del ferrocarril, que corría por donde hoy se encuentra la avenida Caracas. Esta red vial definió la morfología de la ciudad lineal. En el sur de la ciudad, el proceso de urbanización se concentra en los terrenos localizados entre el camino a Tunjuelo (por donde luego pasará la avenida Caracas), y el camino a Bosa y Soacha, o carretera del sur, nombrada luego con el eufemismo de Autopista del Sur. Pero es notorio el desbalance de la intervención del Estado entre el norte y el sur de la ciudad. En el sur se ubican los hospitales, los barrios obreros, la cárcel, los chircales y pocas vías.
Ello permite afirmar que en la formación de la nueva ciudad no intervienen elementos estructurales primarios de tipo diferente a la vivienda, como podrían ser, por ejemplo, los grandes equipamientos urbanos de origen industrial, comercial, de transportes, recreativos o institucionales; o una red viaria y de servicios desde la cual se agruparan las nuevas zonas de vivienda. Además, hay que tener presente que la nueva ciudad sigue dependiendo de los equipamientos de escala urbana que aún ofrece el casco colonial, donde se encuentran los servicios administrativos, comerciales, industriales, recreativos y culturales que posee entonces la ciudad. Nos encontramos, pues, con que no se trata de una ciudad compacta que crece por anillos expansivos alrededor del antiguo núcleo central, sino de una ciudad en cierto sentido desarticulada, que va dejando vacíos en su proceso expansivo, y cuyo hilo conductor es un sistema que, a manera de venas, va ramificando la expansión en sentido norte-sur. Se consolida así la visión morfológica de ciudad lineal, donde la forma resulta de seguir el trazo tentacular de la estructura tradicional de caminos y de los ejes secundarios que se van enlazando a ellos.
El atraso que presentaba la ciudad en su infraestructura empezó a ser solucionado en la década del veinte, gracias a los ingresos extras que trajo la “Danza de los millones”, como se llamó a la prosperidad resultante del dinero recibido como indemnización por Panamá y los préstamos extranjeros que llegan en estos años, además del auge de la economía cafetera. Gracias a estos dineros, el municipio acometió en 1922 la solución del grave problema de las calles, que se hallaban casi en su totalidad en pésimas condiciones. Se creó y organizó la Dirección de Obras Públicas, que inició sus labores otorgando la máxima prioridad al arreglo de las calles y a la construcción de alcantarillados. Se adoptó la modalidad de emprender las obras por el sistema de contratación y para 1923 ya se habían construido alcantarillados en 66 cuadras, asfaltado y enladrillado 70 cuadras y adecuado 5 343 metros de andenes. Estas obras contribuyeron a que Bogotá empezara a cambiar su aspecto provinciano por el de una moderna ciudad7.
Estas mejoras estuvieron antecedidas por un fuerte impulso en la urbanización, prueba de que la ciudad venía creciendo, aun sin contar con una adecuada oferta de servicios, ante la presión del aumento demográfico, estimulado por la inmigración que se dio al concluir la Guerra de los Mil Días. Así por ejemplo, el 13 de febrero de 1916 se inauguró el barrio Córdoba, ubicado sobre la carrera 14 entre las calles 22 y 24, que en 1918 ya reunía 70 casas y mostraba un precio de la vara cuadrada que había pasado de 1,85 a 8 pesos. En 1919 se fundó el barrio La Paz, al occidente de la avenida Caracas. Aquí la compañía urbanizadora introdujo el novedoso sistema de vender lotes a plazos con 2 y 4 pesos de cuota mensual. La venta de lotes alcanzó un ritmo excesivo, a juicio de las autoridades, y la dirección de Obras Públicas Municipales advirtió que negaría las licencias para construcciones en los barrios nuevos mientras no se cumplieran los requisitos correspondientes ante las autoridades municipales. Ya se empezaban a presentar las inevitables pugnas entre la avidez de los urbanizadores y el gobierno municipal, deseoso de reglamentar y racionalizar el crecimiento urbano. Posteriormente se inició la urbanización del barrio 7 de Agosto al occidente, y La Estanzuela al sur.
También por entonces comenzó la expansión de la ciudad hacia los cerros orientales. Leo S. Kopp, propietario de Bavaria, otorgó generosas ayudas a los obreros de la cervecería para que adquirieran terrenos en el sector oriental de los Altos de San Diego, cercano a la fábrica, que en principio se llamó Unión Obrera y que luego empezó a llamarse La Perseverancia. La idea del señor Kopp no era sólo facilitar a sus trabajadores la adquisición de vivienda, sino también ahorrarles costos de transporte con la ubicación de sus casas a una muy razonable distancia del sitio de trabajo8. La ayuda que proporcionó Bavaria a sus trabajadores fue generosa en grado sumo. Además, don Leo estimuló entre sus trabajadores la idea de la auto-construcción, que fue todo un éxito en el desarrollo del mencionado barrio. Gradualmente se fue formando y consolidando entre las gentes humildes la convicción de que don Leo S. Kopp era una especie de santo laico. Aun en la actualidad los visitantes del Cementerio Central de Bogotá pueden ver los días lunes la romería de gentes que acuden con devoción religiosa a la tumba del fundador de Bavaria. Los peregrinos llegan respetuosamente al lado de la estatua y en voz muy baja le cuentan al oído sus congojas, problemas y necesidades con una fe ciega en que don Leo les proveerá cuanto antes las correspondientes soluciones.
En 1917 se creó la Sociedad de Embellecimiento y Ornato, con antecedentes de apoyo al ciudado del espacio público de la ciudad desde 1867, conocida en 1919 como Sociedad de Mejoras Públicas, y que hoy en día es la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Esta asociación privada tenía varios propósitos, entre ellos, hacer cumplir una serie de normas fundamentales que se estaban infringiendo descaradamente. También era un objetivo esencial “cambiarle la cara a la ciudad”. Las acciones de esta sociedad muestran que por fin está apareciendo un proceso de establecimiento de un gusto y una estética de corte burgués, que comienza a ser socializada en la ciudad. Hasta entonces, la vida burguesa estaba reducida a los espacios privados. Para ello se uniformó a los lustrabotas, se arborizaron varias calles, se organizaron torneos deportivos, se instalaron buzones en las esquinas, se pintaron los postes y se promovieron concursos de vitrinas en los sectores comerciales9. Era evidente la apuesta por utilizar el espacio público como espacio de educación del ciudadano. La opinión pública celebró también la remodelación de la plazuela de Caldas, resultante de estos esfuerzos de mejoramiento urbano. Decía a este respecto una nota de prensa:
“Todos recordamos lo que era la antigua plaza de Las Nieves: lugar árido, desapacible por la monotonía angustiosa de tres o cuatro retorcidos, enclavados en un piso irregular, abandonado en el más completo descuido, sin las huellas de un adoquín ni nada que significara urbanización; tan diferente todo esto del primoroso jardín que se destaca hoy…”10.
El progreso urbanístico en este periodo no se limitaba a la estética, pues la adición de equipamientos urbanos continuaba con la inauguración de la Estación de la Sabana, el 20 de julio de 1917, y la de la avenida Santiago de Chile (hoy calle 72), en septiembre de 1920, donde terminaba la línea del tranvía y se construía la iglesia de la Porciúncula, cercana también al nuevo colegio laico Gimnasio Moderno. Además, existía ya la inquietud por lograr para Bogotá y para su progreso urbano un criterio arquitectónico adecuado y definido. Anotaba un artículo publicado en 1918 en los Anales de Ingeniería:
“Debemos, pues, si queremos individualizar entre las naciones y de manera que nuestro nombre no se olvide con el correr de los años, poner todo empeño en el estudio de las artes y muy especialmente en el de la arquitectura, que tengamos un estilo netamente colombiano, que si no sobresalimos por nuestro comercio e industria, adquiramos al menos el predominio de las artes.
”No muestran, por desgracia, todas nuestras construcciones ni siquiera aquellas que tienen ya alguna importancia, la preparación debida, ni en los que ordenan las obras… ni en la mayor parte de los que entre nosotros se adornan… con el título de arquitectos.
”Volviendo a nuestro asunto, qué de cosas se ven por nuestras calles, qué falta de unidad y de acuerdo demuestran las fachadas, qué acumulamiento de adornos sin juicio ni discernimiento alguno, qué estrangulamiento de los órdenes clásicos, qué falta de estética imperdonable, qué monotonía de líneas, parece que sólo se propusieran al construir, enfilar una serie indefinida de puertas”11.
Estas transformaciones fueron posibles tanto por el proyecto de ciudad burguesa como también, en parte, por el inicio de la profesionalización de la arquitectura. Arquitectos como Mariano Santamaría llevaron a cabo obras de gran impacto en la ciudad. Este profesional presidió por varios años la Sociedad Colombiana de Arquitectos, fundada en 1905, diseñó y dirigió la construcción del Teatro Municipal, el Bazar de la Cruz, la residencia del señor Kopp en Chapinero y otras mansiones. Colaboró con Gastón Lelarge en la conclusión del Capitolio Nacional y fue autor de numerosos e importantes proyectos tales como la portada del Parque del Centenario, el Pabellón de Industrias y la fachada de la Estación de la Sabana. Junto con Gastón Lelarge, contribuyó decisivamente a formar una propuesta estética para Bogotá. Por su parte este arquitecto francés realizó obras como el Palacio Echeverry, el Hotel Atlántico, la Escuela de Medicina en el Parque de Los Mártires, la Gobernación de Cundinamarca, la fachada posterior del Capitolio Nacional y la sede de la Alcaldía de Bogotá o Edificio Liévano, que abarca todo el costado occidental de la Plaza de Bolívar.
De manera simultánea con estos aportes arquitectónicos, varios colegios y universidades empezaron a abandonar sus recintos coloniales para trasladarse a cómodas y modernas edificaciones. Tal fue el caso ya citado de la Facultad de Medicina. El mismo camino siguieron los colegios de La Presentación y el Sagrado Corazón, la Escuela Central de Artes y Oficios, la Universidad Libre, el Colegio Salesiano y el convento franciscano de Chapinero. El arquitecto norteamericano Robert M. Farrington fue traído a Bogotá para diseñar y construir el edificio del Banco López (avenida Jiménez con carrera 8.ª), en la actualidad un auténtico paradigma de excelente arquitectura. El señor Farrington diseñó además el Gimnasio Moderno12.
A los hospitales también llegó la ola de modernización arquitectónica. El italiano Pietro Cantini diseñó el Hospital de San José y el chileno Pablo de la Cruz el nuevo San Juan de Dios.
Además del Banco López, cuyo edificio sirvió luego de sede al Banco de la República, más tarde al Cafetero y hoy al Ministerio de Agricultura, otros bancos como el de Colombia, el Hipotecario y el Mercantil Americano siguieron el ejemplo y construyeron sedes. Lo mismo hizo la Compañía Colombiana de Seguros. Por primera vez los edificios modernos eran más altos que las torres de las iglesias, y con ello, el cambio en el paisaje urbano comenzaba a ser radical. Los edificios bancarios aparecían como los nuevos símbolos del progreso urbano y de la idea de progreso que se hacía, por fin, realidad.
Estos avances que registraba la ciudad con las nuevas propuestas estéticas y los equipamientos institucionales modernos contrastaban con la persistencia de los numerosos inquilinatos, prueba de las dificultades existentes para definir una propuesta de modernización generalizada para la ciudad. A principios de la década de los veinte, había en Bogotá 18 barrios obreros, cuyas condiciones, en términos generales, eran muy precarias13.
Decir estos barrios, que recibían el nombre de “barrios obreros”, en Bogotá, significaba insalubridad, carencia de agua, excusados, alcantarillado y servicios de aseo y vigilancia. Allí vivían los trabajadores de las incipientes industrias y los que proveían servicios varios en la ciudad: aguateros, lavanderas y otros oficios menores.
Al iniciarse la tercera década del siglo xx, el déficit de vivienda, especialmente en los sectores populares, llegó a adquirir proporciones preocupantes. Ello se debía, en esencia, a que las soluciones de vivienda continuaban rezagadas frente al incremento de la población, hecho que se reflejaba de manera más abultada en los sectores más pobres. El caso era particularmente agudo en el llamado Paseo Bolívar, una zona tan populosa como insalubre, situada al oriente sobre las estribaciones de Monserrate y Guadalupe. Para resolverlo, entre 1925 y 1930 se iniciaron allí en firme los trabajos de saneamiento. La situación de los habitantes puede ilustrarse mencionando que fue el sector bogotano más duramente azotado por la epidemia de gripa de 1918. Decía una nota de prensa:
“Dominando la ciudad y sin alcantarillado ni servicio de acueducto, todos los detritus de ese núcleo de población tan considerable, llegan al centro de la ciudad, se esparcen por todos los puntos cardinales y la infestan. La aglomeración de personas que viven en esos ranchos, de vara en tierra, pugna contra la moral, la higiene y la salubridad. Aun por el aspecto meramente humanitario y caritativo, es necesario acabar con ese estado de cosas, pues no es posible, que en la capital de la República, exista un barrio o un sitio, donde se dan cita el crimen, la miseria y la insalubridad”14.
El Concejo autorizó la suscripción de un empréstito destinado a la compra de los predios del Paseo Bolívar y de lotes situados en otros sectores para reubicar a los habitantes. No fue fácil sacar adelante esta labor de saneamiento. Pese a las indignas condiciones de sus moradas, los habitantes se mostraron renuentes a abandonar sus precarias viviendas, en razón de que sus actividades se realizaban en el centro de la ciudad. Pero, finalmente, se logró el desalojo, pagando los predios según el avalúo catastral. Aquí se produjo una cierta injusticia, porque a los propietarios de las haciendas situadas en las inmediaciones del Paseo Bolívar, a quienes se les compraron las fincas por estar vecinas a las fuentes de agua, se les había pagado por ellas sumas mucho más elevadas.
Otra obra de máxima importancia, la canalización del río San Francisco, avanzaba en forma lenta pero satisfactoria y para 1927 ya se había incluido el tramo comprendido entre las carreras 2.ª y 12. Con auxilios nacionales y departamentales se creó la Junta de Pavimentación y Construcción del Alcantarillado, que puso manos a la obra con tanta diligencia como improvisación. Esto se tradujo en innumerables problemas que provocaron airadas protestas de los bogotanos15.
Las intervenciones no se limitaron a las obras de saneamiento. En 1926 se intervino la Plaza Mayor, el símbolo por excelencia de la ciudad. En ese año se inició la remodelación de la Plaza de Bolívar, según pautas y modelos de algunas plazas europeas.
Hacia 1927, la Casa Ulen, empresa norteamericana contratada para adelantar varios proyectos de infraestructura urbana, estaba concluyendo sus principales obras, entre las cuales se destacaban: veinticinco viviendas obreras en el barrio Buenos Aires; los mercados Central, de Chapinero y de Las Cruces; dos escuelas municipales; el matadero, obra novedosa y de características hasta entonces desconocidas en Bogotá. Se trataba de un matadero moderno cuyo esquema seguía las normas norteamericanas en boga. Estaba situado en un lote de 10 fanegadas al occidente de la ciudad y relativamente lejos del área urbana. De inmediato se recibió el beneficio de un notorio mejoramiento ambiental por la clausura del primitivo y rudimentario matadero que hasta entonces había funcionado sobre las orillas del río San Francisco16.
Para adelantar estas obras, tan imperiosas y urgentes, el municipio, dada su estrechez de recursos, tenía que apelar a empréstitos, la mayoría externos. Pero la verdadera raíz del problema era la dramática realidad de que los impuestos que se pagaban en Bogotá eran excesivamente bajos. En 1926, cada habitante pagaba en promedio 2 pesos anuales de impuestos por cabeza, mientras en el mismo año cada habitante de Montevideo contribuía al fisco municipal con un promedio equivalente a 20 pesos colombianos. Y en este campo había una realidad aun más aberrante para la misma época: los habitantes de Cali y Medellín tributaban en promedio más que los bogotanos. Los observadores y analistas atribuían el fenómeno a una marcada mentalidad evasora17.
Los recursos extras permitieron iniciar numerosas obras. La ciudad se expandió aceleradamente, rompiendo el marasmo colonial urbano que se prolongó durante todo el siglo xix. “Qué hermosa será Bogotá cuando la acaben”, decían los capitalinos de entonces, en una frase que sintetizaba la realidad de esta revolución urbanística que era, en efecto, la primera que experimentaba la capital en su existencia de casi cuatro siglos.
Por otra parte la ciudad empezaba a presentar rasgos de cosmopolitismo y un afán, a menudo desmesurado e irreflexivo, por suplantar las viejas construcciones coloniales por edificaciones modernas. Sobre este particular se leía entonces, en la revista Cromos, una crítica sorprendente a los cambios por los que atravesaba la ciudad:
“La Bogotá vieja, la antigua Santa Fe… vale más, mucho más que la Bogotá moderna. Al fin y al cabo a ellos —a los reformadores urbanos— ni les va ni les viene en eso del patrimonio artístico bogotano: un portacomidas de cemento portland, con cinco o seis pisos, caricatura de los rascacielos yanquis, les entusiasma más que una ventana con verja de hierro, como la que cantó Silva en estrofas inmortales. Además, en esta época de ladrillo y cemento armado, los muros pétreos, con esos sillares que la pátina del tiempo ha ennegrecido, constituyen una provocación, un reto inaudito… ¿No sería mejor derribarlo todo y aprovechar la piedra excelente para empedrar las calles o para los cimientos de las casas que se vayan construyendo? … Quieren demoler la ciudad. Les fastidia tanta piedra acumulada, abominan el perfume de las casas viejas”18.
Pero éste no era el problema más grave pues, en realidad, el número de inmuebles antiguos que sucumbieron ante el alud modernizador no fue tan elevado que destruyera la fisonomía auténtica de la ciudad colonial. El gran problema eran los lotes de engorde y las urbanizaciones apresuradas y carentes de servicios que comenzaron a proliferar. Una crónica periodística señalaba el surgimiento de este fenómeno especulativo, gracias al cual los terratenientes urbanos se beneficiaban de la extensión de redes de servicios, sin pagar mayores costos, situación que se constituye en una constante del siglo xx:
“Hay en el perímetro de ésta —Bogotá— grandes extensiones sin edificar, que se van dejando así en espera de la valorización producida por el esfuerzo municipal. Entre la carrera 13 y la carrera 17, por ejemplo, hay varias fanegadas de potreros rodeados de calles y casas. Y, en cambio, lejos de la ciudad surgen seis, ocho, diez barrios sin alcantarillas, sin agua, sin ninguno de los requisitos higiénicos, y que representan para Bogotá problemas más serios que todos los actuales. ¿Cómo llevar a esos lugares distantes los servicios públicos, el agua, el alcantarillado, la vigilancia necesaria, las líneas de comunicación? Ello representa enormes gastos, del todo desproporcionados con la importancia de esas aglomeraciones, que, sin embargo, no podrán dejarse sin los elementos esenciales a toda población medianamente civilizada”19.
Este vigoroso crecimiento de la actividad constructora no fue suficiente para satisfacer la demanda de vivienda, en razón a que la ciudad se convertía en imán y destino de la población que migraba de su región histórica. Debido a la escasez, entre 1918 y 1928 los arriendos subieron un 350 por ciento. Según cálculos, los 235 702 habitantes de la ciudad en 1928 necesitaban 29 693 casas y sólo había 17 767, lo cual deja un déficit de 11 696 casas, estimando que se requería una para cada ocho habitantes20. En un esfuerzo por solucionarlo, se intensificaron las construcciones hasta el punto de que en 1928 se edificaron 400 casas.
Pero el problema más duro que aquejaba a buena parte de los bogotanos de estos años era el de los arriendos. De ahí la huelga de inquilinos que se decretó en junio de 1927 con el propósito de lograr una reducción de los cánones de alquiler21.
En un editorial de marzo de 1930, El Tiempo expresaba la angustia ciudadana por la alarmante situación de penuria e insalubridad en que vivían los barrios obreros de la capital. A su vez, el profesor Jorge Bejarano, escribía sobre este enojoso asunto denunciando la agudización de las desigualdades que se percibían entre los barrios de la clase alta y los infectos tugurios en que habitaban los menesterosos. La polarización crecía22.
De otra parte, la ausencia de planificación era total. Cuando en 1907 llegó a Bogotá la Casa Pearson & Sons, de Londres, para construir un alcantarillado, los técnicos, estupefactos, comprobaron que no existía un plano confiable de la ciudad. Tuvieron, entonces, que proceder a levantar uno. En 1915 se elaboró otro que no tuvo en cuenta para nada el anterior. En 1927 se contrató a la Casa White, de Nueva York, para construir otro alcantarillado. Con sorpresa, los técnicos encontraron que los planos anteriores se habían perdido y hubo que levantar otro, a un costo muy elevado. Para 1930 éste también había desaparecido. Decía entonces un comentario aparecido en El Tiempo:
“Como puede verse, la ingeniería municipal es impotente para proyectar de una manera racional las obras públicas de la ciudad. El plano de la red de alcantarillado existente lo tienen en la cabeza los obreros que han trabajado en este ramo durante treinta o más años e igual cosa sucede con la red de distribución del acueducto y con las conducciones eléctricas. Cuando se desea saber si en una región dada existe alcantarillado, los obreros, ayudados por la memoria, y de una manera instintiva, golpean el suelo con una barra hasta que por percepción suena bajo, como ellos dicen. En seguida excavan y, sin saberlo, producen un corto circuito o dañan un tubo del acueducto, pues todo el trabajo se ha hecho a ciegas”23.
La polarización que se había producido en el espacio urbano era sorprendente. Como se mencionó, la intervención del Estado había producido una profunda segregación socio-espacial que va a caracterizar a Bogotá hasta el presente. Las diferencias entre el norte y el sur, que hoy son evidentes, tienen su origen en una compleja construcción social del espacio, en la que van a actuar la oferta ambiental territorial, la acción del Estado y la jerarquización social que establece la sociedad mayor que domina en la ciudad. Este proceso, que se inicia en el siglo xviii, continúa hasta hoy. Veamos el origen de esta jerarquización del espacio urbano.
El 20 de marzo de 1777 se trasladó a los indios habitantes de Usaquén a Soacha y se procedió a rematar el resguardo. Sus tierras pasaron a engrosar las haciendas que se estaban consolidando al norte de Santafé. La razón fundamental del traslado de los indios de Usaquén se originaba en las pésimas condiciones de vida, debido a la pobreza de la tierra y a la extensión de los humedales, que dificultaban su sostenimiento. Por el contrario, en el corregimiento de Bosa, gracias a la fertilidad de las tierras, los cultivos de subsistencia permitían una mayor sostenibilidad de la población indígena, fuerza de trabajo indispensable para el funcionamiento de la ciudad de los blancos. Ésta es una de las razones para comprender que al suroeste de la capital se fuera incrementando la presencia de la población indígena, que oficiaba de hortelanos y cultivadores en general, definitivos en el abasto de productos de subsistencia para la ciudad. El norte, caracterizado por contar con tierras de regular calidad y muchos humedales, que no lo hacían propicio para la agricultura pero sí para la ganadería, se fue despoblando de gentes y poblando de vacas. Se inicia así una definición de un poblamiento diferenciado del sur y del norte: indios al sur y vacas al norte; subsistencia al sur y haciendas al norte. Esta diferenciación se deja sentir más tarde en el proceso de urbanización.
Las haciendas del norte, dedicadas a la cría de ganado y caballos, fueron idealizadas por la literatura costumbrista del siglo xix, una de las razones para la construcción social del espacio. Un norte sin amenazas étnicas, sin indios que contaminaran el paisaje, pero con posibilidades para disfrutar de deportes que, como los ecuestres, comenzaban a ponerse de moda desde finales de esa centuria.
Otra razón histórica en la conformación desvalorizada del sur fue la oferta de materias primas para la construcción en las lomas del sureste capitalino. A partir de la ermita de Egipto, la riqueza de gredas y la presencia de chircas, así como la oferta de arenas y piedras, dio origen a una urbanización de arrabales. Por contraste, desde las faldas del cerro tutelar de Monserrate hacia el norte se comenzaron a establecer los primeros parques de la ciudad: el de la Independencia y el Parque Nacional. Más tarde, el hallazgo en los años cuarenta del siglo xx de yacimientos de gredas y gravillas, en las vegas del río Tunjuelo, va a dar origen a las explotaciones de estos materiales, definitivos en la construcción de la ciudad moderna, pero dejando un daño ambiental de gran magnitud.
Otro elemento que contribuyó a la diferenciación del sur y el norte fue la conformación de Chapinero en los años setenta del siglo xix, en torno al culto a la Virgen de Lourdes. Este hecho es visto como una reacción al liberalismo radical gobernante, así como un abandono de la ciudad que estaba siendo invadida por los indios que, por estos mismo años, migraban a la ciudad como resultado de la disolución de los resguardos y la supresión de los ejidos. Se fue consolidando, entonces, una especie de refugio de algunos miembros de la elite bogotana que consideraban que Santafé, la Bogotá colonial, estaba desapareciendo.
Posteriormente, cuando a finales del siglo xix se inicia la modernización de los transportes, las primeras vías de comunicación modernas que se construyen en la capital privilegiaron al norte. Así, los dos primeros ferrocarriles, el del norte y el del nordeste, así como el primer tranvía y luego la primera carretera moderna construida en 1905, la Central del Norte, permitieron que Chapinero contara con una excelente oferta de transporte, mientras que el sur tuvo que esperar hasta mediados del siglo xx para que el transporte moderno conectara su incipiente urbanización con la ciudad. La primera vía construida en el sur fue la carretera hacia Usme en 1938, cuando se hizo la represa de La Regadera. Ya para entonces Chapinero contaba con tren de cercanía, carretera y tranvía, lo cual incide en la valorización del suelo urbano, muy al contrario de lo que sucedía en el sur. Más tarde, la “fiebre” de las avenidas se inicia por el norte y tardíamente llega al sur. Nada más contrastante que las autopistas Norte y Sur.
En la segunda mitad del siglo xx la acción del Estado no ha hecho sino profundizar las desigualdades de la ciudad. Ilustra este hecho la nota que en 1931 apareció en la prensa, firmada por “Un bogotano que vive en el sur”:
“Al Señor Alcalde y a todo el gobierno municipal: que no se siga considerando que Bogotá es el sector comprendido entre la calle sexta y el extremo norte y que recuerden que los barrios del sur también están bajo su administración y por lo tanto deben ponerles cuidado. Tal parece que la parte de la ciudad que se extiende de la calle sexta al sur fuera un pueblo distinto de la capital. El abandono en que lo tienen las entidades municipales salta a la vista”24.
Esta construcción social del espacio es tan evidente en los años treinta que las protestas por la desigual intervención del Estado continúan, como lo registra el memorial que un nutrido grupo de moradores del sur dirigió al municipio en este sentido. La polarización era irreversible. Desde la mencionada década se hizo evidente la tendencia de las gentes acomodadas a abandonar el centro y desplazarse hacia el norte. A todas estas, la situación de los barrios del sur se convirtió en bandera política. Los candidatos al Concejo comienzan a incluir los problemas de dichos sectores como “objetivos primordiales” de su gestión25.
El relativo abandono del sur por parte del estado local contrasta con la construcción de una nueva y moderna estética en el norte. En los años treinta Bogotá siguió recibiendo la ya mencionada influencia de arquitectos extranjeros.
Comenzando los treinta llegó a Bogotá el arquitecto y urbanista austriaco Karl Brunner quien, como sus antecesores, introdujo valiosas innovaciones en los conceptos urbanísticos y arquitectónicos de la ciudad. Un ejemplo es la avenida Caracas, una vía amplia y espaciosa, flanqueada en su trayecto al norte por residencias, mientras que hacia el sur se construyó el parque popular Luna Park. En la Caracas la impronta de Brunner es evidente. Los arquitectos alemanes Leopoldo Rother y Erich Lange tuvieron a su cargo la nueva Ciudad Universitaria. El colombiano Alberto Wills diseñó la Biblioteca Nacional y el Instituto de Radium. También hay que destacar los significativos aportes del italiano Bruno Violi a la renovación arquitectónica de la ciudad26.
Estos esfuerzos por construir una ciudad moderna comenzaban a rezagarse respecto a las proporciones que estaba alcanzando la ciudad en razón de su crecimiento demográfico. En 1946 la población capitalina llegaba al medio millón. Quedó claro entonces que los criterios inmediatos de progreso y desarrollo tenían que ser sustituidos por una planificación a largo plazo. A finales de los cuarenta se evidencia una intensa preocupación por planificar y proyectar científicamente el desarrollo urbano de la capital.
Sin embargo, hay antecedentes importantes de esfuerzos por regular el crecimiento urbano. En 1928 se creó el Departamento de Urbanismo de Bogotá, dependiente de la Secretaría de Obras Públicas Municipales, con el propósito de elaborar el plan de reordenamiento de la ciudad —Plan Regulador, como se conoció—, acompañado de un Código Urbano. Varias dificultades impidieron que estos propósitos se convirtieran en normativas urbanas efectivas. En 1929 se nombró al urbanista austriaco Karl Brunner como director del Departamento de Urbanismo, pero él sólo pudo posesionarse del cargo en 193327.
A pesar de las dificultades para institucionalizar la regulación del crecimiento urbano, Brunner logró intervenir en cuatro sectores de la ciudad:
- El oriente, desde San Cristóbal hasta el nuevo Parque Nacional, incluyendo las obras de saneamiento del Paseo Bolívar.
- El sur, donde trató de establecer edificios públicos y vivienda
- El occidente, donde se encontraba la estación del ferrocarril y el Cementerio Central, Brunner lo consideró como zona industrial, y propuso la prolongación y regulación de vías.
- El norte, donde desarrolló los barrios de La Magdalena, Teusaquillo, Marly y Chapinero, a los cuales trató de integrar con nuevas avenidas.
Las adecuaciones viales contempladas por este urbanista se concretaron en el plan vial de 1936, donde propuso la apertura de nuevas avenidas superpuestas a la vieja red vial heredada de la Colonia, y caracterizadas por su concepción de avenidas-parques. Entre las propuestas que llegaron a ejecutarse se cuentan la conclusión del Paseo Bolívar, el Parque Nacional, la avenida Caracas, los barrios Bosque Izquierdo, Palermo, San Luis, El Retiro, El Centenario y el trazado del barrio Popular Modelo del norte. Además, publicó el Manual de urbanismo e inauguró la cátedra de urbanismo en la Universidad Nacional. “Sus ideas urbanas se identificaron con las de los maestros del urbanismo de la primera modernidad europea que concibieron la ciudad como una entidad estéticamente ordenada, ambientalmente agradable y apta para la vida del ser humano, con una fuerte participación estatal en su construcción y con un sentido social al mismo tiempo aristocrático y democrático”28.
Desde muy temprano en esta etapa de expansión urbana, como ya hemos dicho, la ciudad va diferenciándose entre el norte y el sur. El primer ensanche importante se encuentra en el norte, donde los nuevos barrios se construyen paralelos a las vías regionales. Sigue luego la construcción de algunos ejes transversales, base de la red vial local de los nuevos barrios. Éste es el caso de la calle 67 en Chapinero, sobre la cual se inicia hacia el occidente la calle 68, uno de los caminos que conducían a Suba, eje del desarrollo de numerosos barrios, como el 7 de Agosto, Colombia, Gutt (luego llamado Gaitán), La Paz y Uribe Uribe.
En el sur de la ciudad, el proceso de urbanización se concentra en los terrenos localizados entre el camino a Tunjuelo (por donde luego pasará la avenida Caracas), y el camino a Bosa y Soacha, o carretera del sur. Por el camino que va al Tunjuelo, y totalmente desvinculado de la estructura urbana, se inicia la parcelación del barrio Santa Lucía. Proceso parecido se da en el barrio Santa Inés, y, adosado al 20 de Julio, surge el barrio Suramérica.
En todos estos casos, la unidad de ensanche está constituida por el barrio residencial desarrollado por iniciativa privada, cuya lógica de localización únicamente está determinada por la parcelación de predios que colindan con los caminos de enlace de la ciudad colonial con su entorno regional.
Además, hay que tener presente que la nueva ciudad aún dependía de los equipamientos urbanos que seguía ofreciendo el casco colonial. Con excepción del lago Gaitán al norte y el Luna Park al sur, elementos que luego desaparecerán de la estructura urbana, los nuevos aportes están dados por el Colegio San Bartolomé, el Sagrado Corazón y el Gimnasio Moderno, y en el sur por el Asilo de San Antonio que después se convertirá en una entidad educativa. Los cambios más importantes en la red viaria mayor se encuentran en la apertura de la avenida Chile y el traslado de la línea férrea de la carrera 14 al occidente.
Cabe destacar que la crisis del treinta, si bien cortó el ritmo de la “Danza de los millones”, no significó una dislocación del proceso de urbanización que vivía la ciudad. El desbordamiento de la ciudad tradicional continúa con los nuevos barrios. Hacia el sur como hacia el norte, siguiendo las vías que llevan a San Cristóbal, Tunjuelo y Soacha, así como las que van a Usaquén y Suba, la antigua periferia rural se va saturando de barrios que surgen por actividad privada, de una manera totalmente desordenada. Y la presión continúa.
Al pasar la ciudad de los 300 000 habitantes y ocupar una extensión desmesurada con respecto a lo que era una década atrás, se comienza a recurrir a instrumentos modernos para el ordenamiento urbano. En 1931 se aprueba el Plan de Fomento Municipal y en 1933 se crea el Departamento de Urbanismo. Se contrata a Karl Brunner y su plan para el centro de la ciudad y se inician las obras del IV Centenario de la fundación de Bogotá.
Para entonces era evidente que el llamado plan Bogotá Futuro había fracasado como guía de ordenamiento del crecimiento. Para la administración es claro que se necesita contar con elementos propios del urbanismo moderno, de cuyo conocimiento el país carecía.
Se contrata entonces con Harland Bartholomew, urbanista norteamericano, un plan completo de urbanismo. Al visitar la ciudad, el urbanista elabora una propuesta general sobre los temas prioritarios y proyecta algunos planos, entre los que destaca la propuesta de intervención sobre la avenida Jiménez entre carreras 4.ª y 6.ª, que se ejecutó de inmediato. Luego se realiza un levantamiento de las áreas de expansión de la ciudad, con énfasis en la delimitación exacta de los límites del municipio, así como del Paseo Bolívar, al sur y al norte de San Diego.
El Plan de Fomento de 1931 por primera vez incorpora, de manera integral, aspectos sectoriales. Allí se propone adecuar:
- Abasto de aguas
- Alcantarillado
- Planeamiento de la ciudad
- Pavimentación
- Política educativa, acción social, higiene y asistencia pública
- Habitaciones para obreros
- Organización y servicios administrativos
- Edificios públicos
- Embellecimiento urbano
Para desarrollar esta ambiciosa propuesta, se creó la Comisión de Programa, encargada de formular y diseñar los planes sectoriales y los programas correspondientes. Se creó también la Comisión de Fomento Municipal con la misión de ejecutar los planes de la Comisión de Programa.
El plan recogía, además, las recomendaciones de un estudio anterior, que proponía la construcción de un nuevo acueducto para la ciudad. Con planos de una firma de Nueva York, se diseñó la represa de La Regadera en el río Tunjuelito y la planta de Vitelma, construcción que se inicia en 1933.
Si bien no se sabe qué sucedió con este plan de corte moderno, es claro que su formulación significó un corte total con las prácticas acostumbradas. La creación en 1933 del Departamento de Urbanismo y la contratación de Karl Brunner evidencia el reconocimiento de que el planeamiento de la ciudad moderna demandaba herramientas más complejas que la sola voluntad del alcalde de turno o las ejecutorias de la Secretaría de Obras Públicas. El cambio de lenguaje y el uso de una nueva terminología son evidentes. Términos como urbanismo, plan de urbanismo, técnicos urbanistas, legislación urbanística, empiezan a invadir el lenguaje de la administración.
La aplicación de este bagaje conceptual de intervencionismo urbano está en coherencia con los cambios en la concepción del Estado que se está dando en el país. En efecto, el fin de la República conservadora (1880-1930), y su sustitución por gobiernos liberales, representó, específicamente desde 1934, con el gobierno de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo, un cambio radical en la función del Estado. Cambio que implicaba una mayor intervención del Estado en los asuntos sociales y no sólo en los de infraestructura.
Este pensamiento permea completamente la acción del estado local en la capital y se deja notar en la preparación de la ciudad para los festejos del IV Centenario de su fundación, a cumplirse en 1938. Para ello se concertaron los esfuerzos de la nación, el departamento y el municipio, y fue motivo de fuertes debates acerca de la ciudad que se quería, la priorización de las intervenciones y los proyectos a ejecutarse. Estas efemérides fueron también motivo para introducir reformas administrativas en la estructura municipal y modernizar los mecanismos financieros.
Mediante el acuerdo 12 de 1935 se estableció el plan de obras para el IV Centenario, que incluía:
- Saneamiento y embellecimiento del Paseo Bolívar: adquisiciones de terrenos, erradicación de tugurios, construcción de algunas urbanizaciones, construcción de un parque.
- Construcción de nuevos barrios para acoger a los desplazados del Paseo Bolívar.
- Obras de alcantarillado y pavimentación.
- Construcción de escuelas públicas.
- Construcción de cuatro campos deportivos locales y baños públicos en barrios obreros.
- Construcción de un estadio olímpico.
- Construcción, regularización y ensanche de vías.
- Construcción del palacio municipal.
- Levantamiento de un monumento a los fundadores.
- Publicación de la historia ilustrada de la ciudad.
- Publicación de manuscritos inéditos del Archivo Municipal.
- Construcción de un hospital municipal en Chapinero.
- Ensanche de la red de acueducto.
- Construcción de la avenida del Centenario, entre Paiba y Puente Aranda.
- Continuación de la avenida Caracas.
- Construcción de casas para empleados municipales (barrio Muequetá).
- Construcción de cuatro clínicas de maternidad en barrios populares.
- Prolongación de la línea del tranvía de la calle 26 al barrio Samper Mendoza.
- Apertura de la calle 22 sur.
- Construcción del parque de la calle 42, entre carrera 7.ª y 13.
Este plan, de una gran concepción urbanística, incluía una primera intervención de renovación urbana, obras de servicios públicos y vías, y mejoramiento en el equipamiento colectivo de la ciudad. Se creó, además, la Junta del Centenario, encargada de la gestión del plan, así como de la reestructuración de la Secretaría de Obras, la creación de la oficina de Planos Obreros y la creación de la Lotería del Centenario. Por primera vez, y con notorio retraso, se reglamentó el impuesto de valorización para los predios beneficiados por las obras de este centenario. Con estas obras, los cambios en la concepción de la ciudad tuvieron un proceso de aplicación inmediata.
El Departamento de Urbanismo empieza a intervenir de manera directa en el trazado de nuevas urbanizaciones y en el control de los proyectos particulares, acciones en las que Brunner tuvo mucha influencia al proponer nuevos tipos de barrios y elevar su calidad urbanística. Brunner, además, comienza a proyectar fragmentos de la ciudad, en un proceso de “sutura” entre los sectores de la ciudad tradicional y los fragmentos de ciudad desarrollados de manera espontánea durante las tres primeras décadas del siglo xx, y en ello radica la enorme importancia de su labor.
El precario y rudimentario concepto de barrio, pensado en función del mercantilismo de tierras, reducido al loteo de las manzanas y con una mínima consideración al espacio público, empieza a ser modificado por las nuevas exigencias que introduce Brunner. Las calidades urbanísticas de las vías, las manzanas, los espacios públicos (como parques) y los equipamientos para los barrios, son un aporte fundamental de su gestión y representan un serio esfuerzo por establecer una reglamentación en concordancia con los principios de una ciudad moderna. Desafortunadamente, el vertiginoso crecimiento de las siguientes décadas dejó de lado estos esfuerzos.
Entre los proyectos realizados bajo la influencia de Brunner se destacan las urbanizaciones aledañas al río San Cristóbal, el replanteamiento del Luna Park, los trazados de los barrios Santa Lucía, Inglés y Claret, la propuesta para el ordenamiento del centro occidental en la zona de los barrios Santa Fe y Samper Mendoza, y posteriormente los trazados del Bosque Izquierdo y El Campín. Se destacan también los trazados de la avenida Caracas, el Park Way, la calle 57, así como los diseños de las calles 22, 24 y 34. En el tema de control de urbanizaciones, el trabajo del departamento se evidencia en los proyectos de los barrios La Magdalena, Teusaquillo y La Merced, donde es notoria la influencia de Brunner. Esto no impedía, sin embargo, que se siguiera practicando el otro modelo de barrio en las periferias de la ciudad, y luego en todas partes.
Otro esfuerzo de intervención urbanística fue el propuesto en 1944 por el ingeniero Alfredo Bateman, en el llamado Plan Soto-Bateman, que incluía, además de una zonificación de la ciudad, la ejecución y ampliación de varias vías, basándose en el nuevo sistema de valorización. Se trataba de una propuesta para descongestionar el centro y conectarlo mejor con sus alrededores. Como complemento de esta propuesta se reglamentó la primera zonificación por usos de la ciudad, aprobada en el acuerdo 21 de 1944, la cual establecía siete tipos de zonas según los usos permitidos. En 1945 se presentó el Plan de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y en 1946 el Plan Vial de la revista Proa. En 1947 la ley 88 del 26 de diciembre ordenó la elaboración del Plan Regulador de Urbanismo en cada municipio con más de 200 000 pesos de presupuesto. En 1948 se presentó el Plan Mazuera con el propósito de reconstruir la ciudad luego del 9 de abril29.
La planeación moderna aparece en el Plan Piloto propuesto por Le Corbusier en 1949 y en el Plan Regulador de Wiener y Sert de 1953. En 1947 llegó por primera vez el maestro de la arquitectura y el urbanismo contemporáneos, Le Corbusier, con el propósito de elaborar un plan piloto para la ciudad. Hacia finales de la década, la situación del 40 por ciento de los habitantes de la ciudad era, en muchos aspectos, infrahumana: sin agua, sin electricidad, sin alcantarillado y en medio de una infecta convivencia con cerdos, perros, gallinas y otros animales. Por esos tiempos, la zona más densamente poblada era La Perseverancia, con 1 760 habitantes por hectárea, y la de menor densidad La Cabrera, con 5030.
La destrucción ocurrida el 9 de abril de 1948 llevó a las autoridades a pensar el futuro de la ciudad. El 5 de abril de 1951 se expidió el decreto municipal n.º 185 por el cual se adoptó el plan piloto de la ciudad y se trazaron normas generales sobre urbanismo y servicios públicos. Las disposiciones eran de carácter general y su objetivo la regulación del desarrollo y crecimiento de la ciudad en sus diversos órdenes. Se establecía el perímetro urbano, por fuera del cual no se autorizaría ninguna urbanización; se dividía el área comprendida dentro de dicho perímetro en diversas zonas y se eliminaban las mixtas; se fijaban zonas de reserva para industria y habitación en las que no se permitirían nuevas edificaciones ni modificaciones de las existentes.
Finalmente, Le Corbusier presentó un proyecto bastante ambicioso que era nada menos que la síntesis de la ciudad que él diseñaría en los años siguientes. La presencia de Le Corbusier dejó resultados, ciertamente positivos, como la creación de la Oficina del Plan Regulador de Bogotá. El plan de Le Corbusier sufrió algunas modificaciones orientadas a encajarlo mejor dentro de esquemas prácticos y reales31.
La expansión de la ciudad seguía siendo incontrolable e inclusive en contravía de lo que los urbanistas estaban proponiendo. En octubre de 1951 se constituyó una sociedad entre Mercedes Sierra de Pérez, propietaria de la finca El Chicó, y la empresa urbanizadora Ospinas & Cía., a fin de realizar una moderna urbanización en las 150 fanegadas de la propiedad32. Ésta fue una de las primeras grandes urbanizaciones de lujo con que contó Bogotá en el sector del norte. Simultáneamente, se emprendió la construcción del Centro Urbano Antonio Nariño, primer gran multifamiliar de clase media que tuvo la capital33. En 1952, Jorge Leyva, ministro de Obras Públicas, inició la construcción de una de las obras públicas de mayor trascendencia que ha conocido la capital: la Autopista del Norte, la vía que continuó proyectando a Bogotá en esa dirección y valorizando las tierras del sector. En agosto de 1953 se conoció el Plan Regulador, complemento del Plan Piloto.
El 17 de mayo de 1953 fue inaugurado el Hotel Tequendama, financiado por la Caja de Sueldos de Retiro de las Fuerzas Militares y construido por la firma Cuéllar, Serrano & Gómez, en los terrenos del viejo claustro de San Diego, que en años anteriores había sido ocupado por la Escuela Superior de Guerra, la Escuela Militar y el Ministerio de Guerra. Con el Hotel Tequendama, Bogotá contó, por fin, con una oferta hotelera contemporánea34. Lamentablemente, la edificación de este hotel coincidió con la absurda, torpe e innecesaria demolición del Hotel Granada, joya de la arquitectura republicana y milagroso sobreviviente del 9 de abril, sobre cuyos escombros se irguió la mole del Banco de la República.
Finalizando la década, en 1958, avanzaba a grandes pasos la construcción del moderno aeropuerto de El Dorado, uno de los más significativos pasos de progreso que dio Bogotá en la segunda mitad del siglo. En cuanto al aspecto urbanístico, el nuevo terminal aéreo fue una valiosa punta de lanza para expandir la ciudad en dirección occidental.
La construcción de vivienda continuaba. Sin embargo, para 1955 el déficit habitacional de Bogotá se calculaba en 50 927 unidades35. En 1957, y de conformidad con el Plan Regulador, se anunciaron varias obras: la prolongación de la carrera 10.ª, de la calle 10 a la 6.ª; la construcción de la avenida Quito (carrera 30) con un ancho de 60 metros, desde la calle 26 hasta la 63; la ampliación y reconstrucción de la avenida Caracas, de la calle 47 a la 68; la repavimentación de la avenida de Chile, y el diseño de la avenida de los Cerros36. En varias oportunidades el doctor Laureano Gómez, ingeniero de profesión, había insistido en la construcción de esta avenida. Otras obras importantes fueron el Centro Administrativo Nacional (CAN) y el Parque de La Florida. En febrero de 1958 se acordó la construcción de la avenida 26 con su sistema de puentes y viaductos37, obra de vital importancia para Bogotá que, sin embargo, en opinión de algunos, habría podido realizarse sin sacrificar el bellísimo Parque de la Independencia. Hay que destacar también, como una de las obras de mayor envergadura realizada para la IX Conferencia Panamericana de 1948, la avenida de las Américas, que conectaba el centro de la ciudad con el aeropuerto de Techo.
En 1952, cuando comenzó la venta de los primeros lotes de la urbanización Chicó, la publicidad subrayaba como ventaja que quedara a kilómetro y medio de la avenida Chile en dirección norte. En la década de los sesenta ese tipo de propaganda ya no era necesario. La gente sabía que para consolidar una categoría social era preciso habitar en el norte de la ciudad. El contraste con las zonas del sur se hacía cada vez más notorio38.
En cuanto a la densidad de la población, ésta mantuvo una tendencia al aumento hasta 1958, año en que comenzó a descender. En efecto, en 1938 había 131,40 habitantes por hectárea; en 1958, 140,91; y en 1964, 118,3739.
En 1964 un estudio demostró que en Bogotá el 90 por ciento del área desarrollada estaba ocupada por vivienda, mientras sólo el 10 por ciento lo estaba por industria y comercio. Esta desproporción resulta más grave si se tiene en cuenta que, por la misma época, la tierra urbana destinada a vivienda en los Estados Unidos ascendía al 39 por ciento. Éste era el resultado del desmedido crecimiento demográfico40.
En octubre de 1959 se inauguró el edificio del Banco de Bogotá, considerado entonces como el mejor de la capital en todos los aspectos. Con sus 23 pisos y su moderna estructura, era toda una innovación en la arquitectura bogotana. En diciembre del mismo año se puso en servicio el nuevo aeropuerto de El Dorado, cuya construcción había sido sugerida por el señor Lauchlin Currie desde 194841.
El acelerado crecimiento demográfico incidía de manera dramática sobre el déficit habitacional, hasta el punto de que en 1960 se calculaba que había un retraso de 22 años en construcción de viviendas.
En 1961, con un presupuesto de 240 millones de pesos, se inició el ambicioso proyecto de Ciudad Techo (hoy Kennedy), entonces uno de los proyectos urbanísticos más grandes de Latinoamérica, financiado en un 70 por ciento con recursos nacionales y el resto con empréstitos foráneos42.
En 1967, Bogotá quedó definitivamente confirmada como sede del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional y, poco después, se anunció oficialmente la presencia del sumo pontífice Paulo VI en el mismo. La administración distrital, dirigida por el alcalde Virgilio Barco Vargas, trazó un vasto plan destinado a terminar algunas de las obras que comenzó el progresista alcalde Jorge Gaitán Cortés e iniciar otras para la modernización de la ciudad. Vías de tanta importancia como la carrera 30, la avenida 68 y la nueva calle 19 fueron producto de este vigoroso impulso del alcalde Barco al desarrollo de la capital.
——
Notas
- 1. Mejía, Germán, Zambrano Fabio, La zonificación decimonónica, copia a máquina, pág. 4.
- 2. Citado por Mejía, Germán y Zambrano, Fabio, op. cit., pág. 25.
- 3. Ibíd.
- 4. El Tiempo, 12 de mayo de 1915.
- 5. El Tiempo, 27 de mayo de 1914.
- 6. Castillo, Juan Carlos del, Bogotá. El tránsito a la ciudad moderna, 1920-1950, Bogotá, Universidad Nacional, 2003, págs. 46 y 47.
- 7. Mensaje del presidente del Concejo de Bogotá, 1923, Bogotá, Concejo de Bogotá, 1927, págs. 197 y ss.
- 8. Mesa, Jorge, La Perseverancia: historia y vida cotidiana, tesis de grado, Universidad Nacional, Departamento de Sociología, 1986, pág. 37.
- 9. Gaceta Republicana, 28 de marzo de 1917.
- 10. El Tiempo, 20 de julio de 1918.
- 11. Ortega, Alfredo, “Arquitectura en Bogotá”, en: Anales de Ingeniería, n.o 373 y 374, abril y mayo de 1924, pág. 329.
- 12. Téllez, Germán, “La arquitectura y el urbanismo en la época republicana”, en: Manual de historia, tomo II, Bogotá, Colcultura, 1979, pág. 522.
- 13. Habitaciones obreras en Bogotá, Bogotá, Casa Editorial Minerva, 1922.
- 14. Memoria municipal, 1927, op. cit., pág. XXVII.
- 15. Ibíd., pág. XXXVIII.
- 16. Ibíd., pág. LIV.
- 17. Ibíd.
- 18. Cromos, 16 de enero de 1926.
- 19. El Tiempo, 15 de enero de 1926.
- 20. Ibíd., 24 de mayo de 1929.
- 21. El Espectador, 20 de junio de 1927.
- 22. El Espectador, 26 de marzo de 1930.
- 23. Ibíd., 22 de junio de 1930.
- 24. Ibíd., 18 de abril de 1931.
- 25. Ibíd., 29 de septiembre de 1933.
- 26. Téllez, Germán, “La arquitectura y el urbanismo en la época actual”, op. cit., pág. 375.
- 27. Saldarriaga, Alberto, Bogotá siglo xx. Urbanismo, arquitectura y vida urbana, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2000, pág. 96.
- 28. Cortés, Fernando y Brunner, Karl, La construcción de la ciudad como espacio público, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Bogotá, 1989, citado por Saldarriaga, Alberto, op. cit., pág. 100.
- 29. Hernández, Carlos, Las ideas modernas del plan para Bogotá en 1950. El trabajo de Le Corbusier, Wiener y Sert, Bogotá, Instituto Distrital de Cultura y Turismo, pág. 69.
- 30. El Tiempo, 26 de junio de 1951.
- 31. Téllez, Germán, op. cit., pág. 375.
- 32. El Tiempo, 31 de octubre de 1951.
- 33. Ibíd., 22 de julio de 1952.
- 34. Ibíd., 16 de mayo de 1953.
- 35. El Espectador, 17 de diciembre de 1955.
- 36. Intermedio, 17 de marzo de 1957.
- 37. El Tiempo, 28 de febrero de 1958.
- 38. Alternativas para el desarrollo urbano de Bogotá, Bogotá, Universidad Nacional, 1969, pág. 57.
- 39. Ibíd., pág. 72.
- 40. Ibíd., pág. 32.
- 41. El Tiempo, 10 de diciembre de 1959.
- 42. Ibíd., 18 de diciembre de 1961.
#AmorPorColombia
Las primeras transformaciones de la ciudad
La canalización de los ríos San Francisco y San Agustín, iniciada en la década de los veinte, conllevó una profunda transformación de sus sectores de influencia. En el sector de San Agustín, al occidente del barrio de Santa Bárbara, se cubrió el río con un bello jardín central y se erigió un monumento a los héroes de la Batalla de Ayacucho. A la derecha, la iglesia de San Agustín y el convento de los padres agustinos. A la izquierda, dependencias del palacio presidencial de La Carrera. Enfrente, edificios residenciales. El convento fue demolido en los años cuarenta y en su lugar se construyó el actual edificio del Ministerio de Hacienda. Más adelante se amplió la calle 7.a y se convirtió en avenida hasta la carrera 1.ª, con el barrio Egipto. El monumento a los héroes de Ayacucho fue erigido en 1924 para conmemorar el centenario de la batalla que culminó la gesta militar de la Independencia. Permaneció allí hasta 1990, año en que fue trasladado al patio central de las oficinas alternas de la Presidencia de la República, frente al Palacio de Nariño por la carrera 7ª. Foto ca. 1936.
La basílica del Voto Nacional o del Sagrado Corazón de Jesús, es la primera iglesia de arquitectura republicana que se construye en Bogotá en el siglo xx. Diseñada y dirigida por el arquitecto bogotano Julián Lombana, la iglesia fue levantada entre 1911 y 1918 por encargo de los padres claretianos. Está situada en el Parque de los Mártires, así llamado por ser el sitio, conocido durante la Colonia como Huerta de Jaime, donde fueron pasados por las armas la mayoría de los patriotas que en Bogotá estaban a favor de la Independencia. En ese parque se erigió también un obelisco que conmemora el sacrificio. La iglesia del Voto Nacional se denomina del Sagrado Corazón de Jesús por haberse efectuado en ella la consagración del país al Corazón de Jesús en 1950.
Después de una larga campaña que databa de 1827, y de haberse iniciado su construcción en 1830, se inauguró en 1839 el Cementerio Central de Bogotá, bajo la dirección arquitectónica de don Pío Domínguez. A principios del siglo xx el Cementerio Central tenía dos entradas, la principal por la calle 24, y una trasera sobre la calle 26 o avenida Boyacá. La fachada sobre la calle 24 fue reformada y embellecida por el arquitecto Julián Lombana en 1920.
El Parque de la Independencia, inaugurado en 1910, constituyó durante décadas el lugar favorito de recreación de los bogotanos. Foto ca. 1945.
El Circo de Toros de San Diego, construido en madera, fue el escenario de grandes ídolos del toreo de principios de siglo. Quedaba sobre la carrera 7.ª al lado del Parque de la Independencia. Foto ca. 1920.
Estanque del Parque de la Independencia. Foto ca. 1922.
Quiosco de la luz o pequeño Trianón, recuperado en 2006, y monumento al Libertador. Foto ca. 1922.
Panorámica del Parque de la Independencia con los pabellones egipcio y de artes. Foto ca. 1922.
Los pabellones egipcio y de artes, vistos de occidente a oriente. Foto ca. 1922.
Tramo entre las calles 17 y 19 de la avenida de La República, actual carrera 7.ª. Foto de 1930.
Carrera 7.a entre el Parque de la Independencia y el Parque del Centenario. Foto de 1930.
Terraza Pasteur, sobre la calle 24 con carrera 7.ª. Foto de 1930.
Costado occidental de la Plaza de Bolívar, Palacio Liévano. Foto de 1930.
La necesidad de canalizar y de cubrir los ríos San Francisco y San Agustín se había planteado ya en 1886. Desde la Colonia y hasta comienzos del siglo xx esos ríos, a cuyo alrededor se configuró y se desarrolló la ciudad, eran además la principal lavandería de ropa, lo que poco a poco fue contaminando sus aguas y convirtiéndolos en un foco de infección y de malos olores. En 1886 el alcalde Higinio Cualla dijo que el único remedio para evitar las tremendas inundaciones que causaban los dos ríos cuando los desbordaban los grandes aguaceros, era mediante la canalización y el cubrimiento, pero la ciudad no contaba con los recursos para emprender esas obras. Fue en la administración de Pedro Nel Ospina (1922-1926) que se acometió la tarea de tapar el San Francisco y el San Agustín, que a finales de la década de los veinte cambiaron de aspecto y de nombre. El río San Francisco se denominó avenida Jiménez de Quesada, y el San Agustín, calle 7.a.
Caño abierto en barrio suroriental de la ciudad. Foto ca. 1940.
El presidente Pedro Nel Ospina y el alcalde Ernesto Sanz de Santamaría inspeccionan las obras de alcantarillado. Ospina se lleva la mano al bolsillo en busca de pañuelo para protegerse de la fetidez.
La iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, único templo de estilo gótico morisco en Bogotá, se construyó por iniciativa del arzobispo Vicente Arbeláez, en homenaje a la Virgen de Lourdes. Hacia 1884 sólo faltaba por construir la torre principal, que no quedó completa hasta 1917. Alrededor de la iglesia creció el sector popularmente conocido como “Chapilourdes”, constituido por bellas quintas solariegas.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta.
Las quintas en Chapinero surgieron casi al mismo tiempo con la construcción de la iglesia de Lourdes y en los alrededores de la quebrada de Las Delicias y de otras fuentes de agua que bañaban el sector hasta la calle 72. Cada quinta ocupaba una extensión de terreno de entre una y dos hectáreas, cultivadas con hermosos jardines y frondosa arborización. El lujo de las mansiones era espléndido y todas exhibían soberbios y originales diseños arquitectónicos. Hasta finales del siglo xix las quintas eran lugares de recreo y veraneo de sus propietarios, que por lo general residían en Bogotá. Entre 1900 y 1915 Chapinero sucumbió a la conurbación y las quintas se hicieron menos veraniegas y más residenciales, hasta que sus terrenos fueron loteados y dieron lugar a barrios que llevaban el nombre de la respectiva quinta. Un ejemplo es el de la Quinta Camacho, donde se edificó una de las urbanizaciones clásicas de la capital.
La gran Estación de la Sabana, que se construyó entre los años de 1914 y 1917 y reemplazó la que venía funcionando desde 1886, fue una obra de ingeniería formidable en su momento. Su diseño estuvo a cargo de Mariano Santamaría.
Postura de rieles del tranvía, alrededores de la Escuela Militar, donde hoy se levanta el Hotel Tequendama. Foto ca. 1925.
Avenida Jiménez hacia finales de los años treinta. Al fondo Hotel Granada. Hacia abajo, a la izquierda, palacio de San Francisco, sede de la Gobernación de Cundinamarca, y Edificio Matiz, planos de Gastón Lelarge.
Estación de la Sabana.
El desarrollo de Bogotá hacia el norte fue vertiginoso desde los años veinte, impulsado por el tranvía eléctrico y la llegada constante de automóviles que acortaron las distancias. Al norte de Bavaria venía creciendo una especie de zona de tugurios que era conocida como “la ciudad ciega”. Las administraciones de Marco Fidel Suárez y Pedro Nel Ospina tomaron disposiciones para evitar que esa zona se extendiera y sustituirla por urbanizaciones residenciales. El Colegio del Sagrado Corazón se construyó por esa época, entre las calles 34 y 36, sobre la carrera 13, zona entonces despoblada, en los predios que hoy ocupa el edificio de Ecopetrol. Al fondo los terrenos deshabitados, que hoy comprenden de la carrera 15 hacia occidente, eran conocidos como La Gran Sabana. Estaban conformados por fincas dedicadas a diversos cultivos o a ganadería, y antes de veinte años se habían urbanizado.
La avenida Santiago de Chile, más conocida como avenida Chile, fue inaugurada en 1919 junto con los nuevos edificios del Gimnasio Moderno. En poco menos de 10 años se convirtió en la más bella y moderna avenida de la capital, poblada, a lado y lado de magníficas quintas, que comenzaron a desaparecer en los años setenta, sustituidas por altos edificios. Hoy día esta avenida es el corazón financiero de Bogotá. En esta fotografía, ca. 1920, tomada desde el Gimnasio Moderno, se observa, a la derecha, la iglesia de La Porciúncula y, al fondo, entre las dos quintas, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, en Chapinero.
Hacia los años treinta, muchos barrios orientales de la ciudad estaban densamente habitados y casi todos provenían del siglo? xix. En la foto, carrera 3.ª entre calles 13 y 11. Puede observarse el estilo armónico de las casas, el bien cuidado empedrado y un buen servicio de luz eléctrica domiciliaria, aunque son escasos los focos del alumbrado público. Según Cordovez Moure y Pedro María Ibáñez, en la primera casa, la del portón con el alero, habitó entre 1842 y 1851 el doctor Raimundo Russi, condenado a muerte y ejecutado al ser hallado culpable, según el jurado, del asesinato de Manuel Ferro, que se habría cometido en esta misma calle.
Zona residencial obrera de los años cuarenta.
Antiguo Paseo Bolívar, cuya recuperación fue incluida como una de las obras básicas de embellecimiento de la ciudad, dentro del Plan Regulador presentado por el urbanista austriaco Karl Brunner en 1937.
Olla popular improvisada para enfrentar la aguda escasez de alimentos que se presentó durante ?la mortal epidemia de gripa de 1918.
La gran Plaza Central de Mercado constituyó una de las obras clave para el progreso de la capital. Iniciada a finales de la década de los veinte, e inaugurada a principios de la administración Olaya, la Plaza Central de Mercado estaba situada en el próspero barrio de Las Cruces, y constituyó una revolución no sólo en cuanto al expendio y distribución de alimentos, sino en el mejoramiento de la higiene. En el letrero colocado sobre el frente del edificio circular del centro se advierte que allí está la entrada para la carne.
También contribuyó a mejorar la higiene en Bogotá el traslado del matadero, que funcionaba en el centro de la ciudad, y al que se consideraba uno de los factores de las frecuentes epidemias, a una nueva y moderna sede al occidente de la capital, en el sitio de Paiba. El nuevo matadero fue construido de acuerdo con las especificaciones estadounidenses en la materia, y no es coincidencia que a raíz de haberse erradicado el antiguo matadero, disminuyeran en Bogotá las epidemias y el índice de mortalidad.
Efectuado durante la Colonia el traslado al sur de los habitantes indígenas del resguardo de Usaquén, los antiguos encomenderos, convertidos en hacendados, aumentaron el tamaño de sus tierras con las que pertenecían a los indígenas, a quienes se instaló en terrenos más propicios para el ejercicio de la agricultura, como eran los del corregimiento de Bosa. Las tierras del norte, por sus características y la abundancia de humedales, fueron dedicadas al incremento de la ganadería, y en el siglo xx tuvo gran auge el ganado estabular, como se aprecia en esta fotografía de mediados de los treinta.
En el Hipódromo de La Magdalena, establecido a finales del siglo xix, se realizaban eventos hípicos casi todos los domingos. La tradición de las carreras de caballos venía desde los años de la Colonia, y el nombre de Calle de la Carrera, con el que se conoció en la Colonia la carrera 7.a entre calles 10.a y 7.ª, obedece a que allí se corrían con frecuencia carreras de caballos. El Hipódromo de La Magdalena dio impulso a una serie de criaderos de caballos de carrera finos en distintas regiones del país, que eran preparados para competir con exclusividad en el hipódromo de Bogotá. En años posteriores, cuando el sector de La Magdalena se urbanizó, el hipódromo fue trasladado a la calle?57. Allí acudió la afición por cerca de dos décadas, hasta el estreno del moderno Hipódromo de Techo, en los años sesenta, donde se corrían todos los domingos las carreras que dieron origen al célebre concurso del 5 y 6. A mediados de los ochenta cerró el Hipódromo de Techo, y aunque se abrieron otros al norte, como el de Chía, los grandes días de la hípica en Bogotá no alcanzaron al fin de siglo.
Autopista Sur, principal salida de Bogotá hacia el suroccidente.
La Autopista del Norte fue construida a comienzos de los cincuenta por iniciativa del ministro de Obras Públicas, Jorge Leyva, y terminada por el gobierno del general Rojas Pinilla en 1954.
Bogotá contó en las primeras décadas del siglo xx con dos importantes centros de recreación ciudadana. Al sur, Luna Park, que tenía un bello lago natural, en el cual se implementaron paseos en canoa, regatas, y a su alrededor numerosos juegos infantiles. Al norte, en 1914, se inauguró el Lago Gaitán, en terrenos de propiedad de don Manuel Gaitán, formado por un lago natural, y con las mismas diversiones que el Luna Park. En la foto un aspecto del Lago Gaitán hacia 1925.
Fundado en 1914, el Gimnasio Moderno fue el primer colegio que tuvo sus instalaciones en el norte de la ciudad. Los primeros edificios de la sede del norte, construidos por el arquitecto inglés Robert M. Farrington, fueron inaugurados en 1919.
El edificio de la antigua Escuela Militar, demolida en 1949 para dar paso al Hotel Tequendama. ?Foto de 1944.
En su primera administración (1934-1938) el presidente López decidió crear un campus universitario e impulsó la construcción de una Ciudad Universitaria en terrenos despoblados al centro occidente de la capital. La Ciudad Universitaria fue una revolución en la educación superior, y también un polo de desarrollo de la ciudad hacia el occidente.
Estadio Alfonso López de la Ciudad Universitaria.
Biblioteca Nacional de Colombia, integrada al Parque de la Independencia. Foto de Julio Sánchez, 1938.
A mediados de los años cincuenta era un clamor general la insuficiencia del aeropuerto de Techo para atender la cantidad de vuelos nacionales e internacionales que entraban a la capital o salían de ésta. La administración del general Rojas Pinilla dejó iniciadas las obras del nuevo aeropuerto, en cercanías de Fontibón, el cual fue concluido e inaugurado en 1959, en el gobierno de Alberto Lleras Camargo. Medio siglo después se han comenzado los trabajos para renovar el ya obsoleto aeropuerto de El?Dorado. Distintos estudios indican que Bogotá ya requiere de un aeropuerto alterno.
El Hotel Tequendama, de propiedad de la Caja de la Vivienda Militar, se empezó a construir en 1950 y se inauguró en 1953, en el sitio que antes ocupaba la Escuela Militar, cuyos restos aún pueden verse detrás del hotel, y que a su vez fueron sustituidos, entre 1962 y 1967, por las residencias Tequendama y el Centro Internacional. Al costado enfrente, la glorieta de San Diego, que repartía el tráfico al occidente y al oriente por la calle 26, y al sur y al norte por la carrera 10.ª. Desapareció en 1960, sustituida por los puentes de la 26. Foto de 1956.
Edificio del Banco de Bogotá, inaugurado en 1959, obra de Skidmore, Owings & Merrill.
Henry Faux, en 1947 (carrera 7.ª con avenida Jiménez). Al lado del Henry Faux se construyó en 1958 el edificio Nemqueteba de impecable diseño arquitectónico, y con el que empieza la verdadera modernización del centro. En sus primeros años parte del edificio Nemqueteba fue ocupada por las dependencias del Ministerio de Gobierno.
El edificio del Banco Cafetero en construcción (1976), en el Centro Internacional de Bogotá, calle 28 con carrera 13.
La modernización arquitectónica de Bogotá, y la era de los grandes edificios comenzó en los años cuarenta con los de la Compañía Colombiana de Seguros y el de la Caja Colombiana de Ahorros de la Caja Agraria, inaugurado el 5 de agosto de 1949 (carrera 8.ª con avenida Jiménez).
El edificio Sabana (avenida 19 entre carreras 4.ª y 5.ª) fue el primero que se construyó sobre la recién ampliada calle 19 (1966) durante la administración Virgilio Barco, y que se bautizó como avenida Ciudad de Lima.
Todos los sectores del centro comenzaron a poblarse con edificios de más de 20 pisos a partir de los sesenta. En 1962 se había anunciado el proyecto de construir un Centro Internacional en el sector norte del Hotel Tequendama. El primer bloque de dicho centro fue el edificio Bavaria, de 26 pisos, sobre la calle 28 entre carreras 10.ª y 13, inaugurado en 1967.
En 1972 estaba en construcción (carrera 5.ª entre la calle 16 y la avenida Jiménez) el edificio del Banco Ganadero, hoy BBVA, de 25 pisos, que alberga las dependencias de la Procuraduría General de la Nación.
El Servicio Nacional de Aprendizaje, Sena, fue creado en 1957 para dar capacitación técnica y social a los trabajadores colombianos. En 1960 el Sena inauguró su edificio sede, obra de Esguerra, Sáenz, Urdaneta y Suárez (avenida Jiménez con Caracas).
El primer gran edificio de oficinas particulares en Chapinero fue el de Seguros Bolívar, estrenado en 1965 (calle 63 entre la carrera 13 y la avenida Caracas) con un pasaje comercial que lo atraviesa de lado a lado, y en el cual funcionó hasta no hace mucho el Teatro Libertador. Fotografía de 1965.
Texto de: Fabio Zambrano Pantoja
Bogotá inicia el siglo xx viviendo dos hechos de gran significación: el fin de la Guerra de los Mil Días en 1902 y la separación de Panamá en 1903. La última de las guerras civiles del siglo xix, que afectó notoriamente la vida cotidiana de la ciudad, así como la pérdida de Panamá, marcaron el inicio de un largo periodo de crecimiento constante y de una progresiva inserción de la capital al contexto internacional. Gracias a la expansión económica derivada de la economía cafetera, en auge desde comienzos del siglo, la ciudad comienza a beneficiarse de esta nueva dinámica, caracterizada por un incremento en su capacidad de atraer nuevos inmigrantes, la construcción de una infraestructura que se correspondía con las nuevas exigencias, la adecuación de las viviendas y una nueva jerarquización del espacio urbano, entre otros cambios. En este periodo la ciudad inicia su consolidación como centro financiero, económico, político y demográfico de Colombia, y de la misma manera amplía los límites de la región económica que estaba bajo su control. Sin embargo, es sólo hacia los años treinta que la ciudad puede contar con un Estado que intervenga de manera más activa en su desarrollo. En efecto, la economía exportadora estuvo acompañada de la idea de una mínima intervención del Estado en la regulación de la vida urbana. Sólo a partir de 1934 esto empieza a cambiar, tanto en razón de una nueva concepción de lo público, como de la coyuntura de los festejos del IV Centenario de la fundación de la capital. En 1938, con motivo de las efemérides, se desarrolló un amplio plan de obras, gracias al cual la ciudad inicia una nueva etapa en su historia de modernización. En los años treinta ?también la ciudad experimenta un cambio en su aparato productivo, debido a la consolidación del proceso de industrialización resultante de la caída de las exportaciones por la crisis de 1930.
ADMINISTRACIÓN DE LA CIUDAD REPUBLICANA
La ciudad comienza el periodo republicano con profundos cambios en sus estructuras administrativas. Reformas estrechamente relacionadas con las transformaciones políticas que trajo la municipalización, así como con los ritmos cambiantes en sus dinámicas demográficas, condiciones de vida y renta del suelo.
La variable demográfica fue una presión decisiva para generar diversas transformaciones. Para 1900 el área urbanizada creció 1,8 veces la superficie que tenía en 1800, es decir, menos del doble y muy por debajo del guarismo de crecimiento demográfico. En cuanto a las viviendas, la cifra en la ciudad aumentó 8,25 veces, en su mayoría producto de la subdivisión de casas y la creación de tiendas, y en menor proporción de la oferta de nueva vivienda.
Estas dinámicas específicas de la Bogotá decimonónica provocaron transformaciones importantes. Las tradicionales, pero aún despobladas, parroquias de Santa Bárbara y San Victorino se convirtieron en nuevos núcleos residenciales desde la primera mitad del siglo xix. En la segunda mitad de la centuria se integraron nuevos sectores, como Egipto y Las Aguas en el oriente y Las Cruces en el sur. Ya al finalizar el siglo, comenzó la formación de nuevos suburbios, como Chapinero y San Diego en el norte y San Cristóbal al sur de Las Cruces. Esta acción de expansión estuvo acompañada por la subdivisión de viviendas y la edificación de los interiores de las manzanas. Buena parte de este tipo de desarrollo urbano fue resultado de las dificultades en la oferta de tierras urbanizables, puesto que las tierras adyacentes a la ciudad no eran propiedad de la misma, mientras que las tierras comunales, retiradas del casco urbano y denominadas ejidos, estaban en proceso de privatización, como parte de una tendencia de fortalecimiento de la hacienda en la sabana de Bogotá.
Esta estructura de propiedad, junto con la profunda crisis económica por la que atravesaba la economía capitalina durante el siglo xix, hizo que la densificación de la ciudad fuera el principal camino para solucionar la demanda de vivienda. Y por ello la actividad constructora se vio inicialmente en los abundantes lotes urbanos, antes que en las tierras de la periferia, y luego en la subdivisión de viviendas. En cierta medida, cuando ya no fue posible continuar con esta subdivisión, se pasó a la incorporación de nuevas tierras al perímetro urbano. Esta historia urbana explica la tardía incorporación de las tierras del occidente y el surgimiento de urbanizaciones como Teusaquillo, en la década del treinta del siglo xx.
Si comprendemos esta singularidad del crecimiento urbano, comprenderemos mejor los cambios en la administración de la ciudad. Al comenzar la República, ésta se dividía en cuatro barrios y 10 cuarteles, división que funcionaba de manera simultánea con la presencia de cuatro parroquias. Si bien la legislación colonial introdujo el concepto de barrio para administrarla, los bogotanos continuaron utilizando el término parroquia, lo cual demuestra que las prácticas no habían sufrido mayores cambios desde el siglo xviii. Los sentimientos de pertenencia estaban vinculados a la parroquia, institución que generaba una zonificación más allá de la religiosa y que influyó en la administración de la ciudad, la circunscripción electoral y la administración policial, que se montaron sobre la organización eclesiástica de la ciudad1.
Solamente en las últimas décadas del siglo xix se inició el desmonte de esta administración de las almas como base de la administración de los ciudadanos. Hasta entonces, La Catedral, Las Nieves, Santa Bárbara y San Victorino eran parroquias para los bogotanos y barrios para los administradores. El crecimiento de la ciudad hace que a partir de 1880 haya más barrios que parroquias, situación que condujo al desborde de la administración religiosa como base de la zonificación y obligó a crear nuevos distritos para buscar una mayor eficiencia administrativa. Desde entonces, los barrios comenzaron a reemplazar a las parroquias en sus funciones administrativas y de policía. Se estaba reflejando en la administración pública la densificación de la ciudad colonial, lo cual obligó a subdividir las antiguas parroquias para lograr un mayor control social. Igualmente, la expansión de los suburbios presionó en este sentido, así como lo hizo también la incipiente urbanización y la construcción de los primeros barrios obreros. Como resultado de estas nuevas dinámicas, y con relativa tardanza, los barrios comenzaron a dejarse sentir en la ciudad. Con ello la capital inició un ordenamiento de corte burgués, propio de la modernidad que allí se iniciaba.
Esta permanencia del ordenamiento territorial, basado en las parroquias, hasta finalizar el siglo xix también significó la continuidad de las plazas y plazuelas de iglesias como centros de la vida urbana decimonónica. Así, por ejemplo, La Catedral continuó siendo la parroquia principal y su ubicación, al frente de la Plaza Mayor, le va a permitir seguir siendo el lugar de primacía urbana; a su alrededor se congregan los edificios de gobierno y en sus cercanías varios de los conventos e iglesias, así como el comercio más importante y la vivienda de la elite capitalina. Esta jerarquía urbanística estaba apuntalada con la realización del gran mercado semanal y todos los actos civiles y religiosos de mayor trascendencia en la vida republicana. Se agrega el hecho de que esta parroquia era la más extensa de la ciudad, pues, contando sus extramuros, incluía 74 manzanas, unas 84 hectáreas, lo que representaba el 38 por ciento del área de la ciudad.
La parroquia de Las Nieves era la segunda en importancia. Limitaba por el norte con la recoleta de San Diego y tenía su centro en la iglesia que le daba el nombre, cuya plazuela se había constituido en el centro de la vida social del sector, habitado en su mayoría por artesanos. La plazuela de San Francisco, donde se encontraba la capilla del Humilladero, junto con la calle real de Las Nieves y la plazuela del mismo nombre, al frente de la iglesia parroquial, formaban la oferta de espacio público de que disponía esta parroquia. La importancia de este conjunto de espacios públicos se comprende mejor si tenemos en cuenta que el puente de San Francisco, actual carrera 7.ª con avenida Jiménez, era el único medio para superar la barrera creada por el río entre Las Nieves y la parroquia de La Catedral. La superficie de la parroquia alcanzaba 57 hectáreas, lo que correspondía a 50 manzanas, y equivalía al 26 por ciento de la superficie de la ciudad.
La tercera parroquia en importancia era Santa Bárbara, al sur de la ciudad, que constituía de hecho una prolongación de La Catedral. Inicialmente un suburbio, se fue consolidando como parroquia, e incluía 39 manzanas, con un área de 44 hectáreas que representaban el 20 por ciento de la superficie bogotana. Si bien no contaba con una plazuela, esta función la cumplía la de San Agustín, a la altura de la Calle Real, una explanada en las riberas del río del mismo nombre.
Por último, la parroquia de San Victorino, al occidente de la ciudad, tenía un origen similar a la anterior, habiéndose iniciado como un suburbio de la parroquia de La Catedral. Eran sus ejes la plazuela de San Victorino y el paseo de la Alameda Nueva, o Calle del Prado, a los que se sumaba una pequeña plazuela, la de La Capuchina, ubicada al frente del convento del mismo nombre y cuya iglesia se convirtió en parroquia al destruirse la antigua en los años veinte. San Victorino poseía 22 manzanas, con un área de 36 hectáreas, equivalentes al 16 por ciento de la superficie de la ciudad.
Estas proporciones, válidas para la primera mitad del siglo xix, comenzaron a variar al iniciarse la segunda mitad de la centuria. Todavía en 1858 la ciudad se conformaba por 195 manzanas, algo similar a lo que tenía al iniciar el siglo. En 1880 ya llegaba a 250 manzanas y 283 hectáreas. Estas proporciones muestran la compactación de la ciudad, fenómeno que llevó a incrementar la utilización de sus plazas y plazuelas, todas de origen colonial.
El mencionado crecimiento de la ciudad a finales del siglo xix conllevó la división de parroquias. Egipto y Las Aguas fueron erigidas como parroquias en 1882. La primera recibió toda la zona recientemente urbanizada al oriente de La Catedral. Las Aguas se formó a partir de un sector de la parroquia de La Catedral y la parte oriental de Las Nieves. Estas nuevas parroquias aportaron pequeñas plazuelas adosadas a las iglesias respectivas. Pocos años después, ?en 1891, se efectuó una nueva subdivisión de La Catedral y Las Nieves. Se crearon las parroquias de San Pedro, con iglesia parroquial en la capilla del Sagrario, que atendía al sector ubicado entre las carreras 4.ª y 11 y las calles 7.ª y 12; y la de San Pablo, con iglesia parroquial en La Veracruz, que comprendía el sector de la calle 12 a la 17, entre las carreras 4.ª y 12. Hacia 1890, Las Cruces y Chapinero fueron elevadas a vicarías.
Con estas acciones Bogotá deja la centenaria división en cuatro parroquias para pasar a siete parroquias y dos vicarías, estructura administrativa que reflejaba los cambios en la urbanización.
Paradójicamente, al tiempo que esto sucedía, la ciudad comienza a abandonar la administración parroquial como base del ordenamiento territorial. El primer elemento utilizado para el paso de una forma religiosa a una laica fue la creación de las inspecciones de policía. En 1854 se establecieron cuatro estaciones de policía que actuaban en los cuatro barrios que por entonces existían en Bogotá y que se correspondían con las cuatro parroquias originales. Detrás de estas medidas estaba la preocupación por la vigilancia y el control, pues se iniciaba el crecimiento acelerado de la ciudad. La necesidad de contar con un mayor control policial fue presionando para establecer una zonificación por barrios y una administración civil de los mismos. Era evidente que el control moral, ejercido desde las parroquias, no era suficiente para administrar la naciente ciudad moderna. Así, con el crecimiento de la ciudad, se fueron creando estaciones de policía en los sectores nuevos, que comenzaron a llamarse barrios. Para entender la consolidación de esta tendencia hay que recordar que en 1891 se creó la Policía Nacional, como dependencia del Ministerio de Gobierno.
ADICIÓN DE NUEVOS ESPACIOS
Al concluir el siglo xix era evidente que la ciudad ya no cabía en sus límites coloniales y que se empezaba a romper el molde heredado del siglo anterior. En la última década Chapinero ya era considerado un barrio más de la capital. Para ello fueron fundamentales la dinámica que produjo la iglesia de Lourdes, cuyas obras se iniciaron en 1875, la construcción de una línea del tranvía en 1884, el Ferrocarril del Norte en 1891 y las mejoras en los caminos, como el de Tunja, actual carrera 7.ª. ?
Este acercamiento, así como el culto mariano que floreció en Chapinero, estimularon la urbanización de esta zona. Algo similar sucedía en el sur, entre el río Fucha y Las Cruces comenzó a surgir un sector que se comenzó a llamar San Cristóbal, a donde llegó el tranvía en 1905. A finales del siglo xix también surgen el Parque de los Mártires, en la antigua Huerta de Jaime, y en 1902 la plaza de Maderas, luego Parque España, lugar de venta de materiales y animales. Estos nuevos espacios públicos anunciaban el crecimiento que la ciudad iba a tener hacia el Occidente. Siguiendo el camino a Honda, se construyó la avenida Colón, primera trazada con un recorrido delimitado y una disposición de amoblamiento propio de una avenida: bancas, luminarias y arborización. Esta avenida, que conectaba la Estación de la Sabana y la plaza de Nariño, antigua de San Victorino hasta 1910, es la primera expansión de la ciudad hacia el Occidente.
De manera simultánea, en los alrededores de San Diego se fue conformando un nuevo sector en torno al Parque del Centenario, el Panóptico, la fábrica de cerveza Bavaria con su plazuela de San Martín, que contaba como eje articulador con la recoleta de San Diego. Posteriormente, en 1910, se sumaron el Parque de la Independencia, donde había un teatro, y los pabellones Egipcio, de Bellas Artes y Central, edificados con motivo de la Exposición del Centenario y dedicados a la exhibición de arte, historia y productos nacionales y extranjeros. A un costado del Parque del Centenario se construyeron el Salón Olimpia y el Circo de San Diego, y en las cercanías el Anfiteatro, la Estación Central del Tranvía y el oratorio Juan Bosco.
Con estos tres nuevos sectores urbanos, la ciudad mostraba en 1910 una fuerte tendencia a desplazarse en el sentido norte-sur, siendo el eje norte el que comenzaba a densificarse más rápidamente y el que, además, presentaba los símbolos de progreso que la ciudad comenzaba a edificar: la Exposición Industrial en el Parque de la Independencia, una fábrica moderna, Bavaria, y las quintas en Chapinero. Los nuevos parques, con nombres y símbolos patrios, con atracciones mecánicas, pabellones de exhibición industrial y manufacturera, muestras históricas, teatros, aportaban toda una batería de espacios modernos que anunciaban la senda a seguir en el proceso de modernización urbana para la Bogotá del siglo xx. Durante la segunda mitad del siglo esta expansión continuaría privilegiando la urbanización del norte como la de mayor jerarquía metropolitana.
Sin embargo, estos cambios no sólo se limitaban a los extramuros de la ciudad tradicional. Su núcleo central, si bien seguía teniendo el gran escenario urbano de la Plaza de Bolívar, con los poderes políticos y religiosos a su alrededor, las residencias de prestigio y los almacenes importantes, también inició desde 1870 una sutil pero importante transformación. Con la economía exportadora llegaron a la ciudad los bancos, las agencias de negocios, los restaurantes, los hoteles, las universidades y nuevos almacenes, toda una novedosa oferta de servicios urbanos que escogió el centro tradicional como sede de estos símbolos del progreso capitalista.
Para 1893, una guía de la ciudad describía este núcleo como “… la parte central de la ciudad: las calles llamadas Real (carrera 7.ª) y de Florián (carrera 8.ª), desde la plaza de Bolívar hasta la de Santander, y las calles que las cruzan de Oriente a Occidente, desde la carrera 5.ª (la Casa de la Moneda), hasta las plazas de Los Mártires (Huerta de Jaime) y de Nariño (San Victorino). En este perímetro queda comprendido todo lo más importante del comercio y de los industriales en general”2. Esta sucesiva reducción de la parroquia de La Catedral durante el siglo xix pasó de un sector con 74 manzanas en 1801 a uno con unas 30 manzanas en 1912. Sin embargo, esta reducción en área coincidió con la especialización de este “centro” como espacio con una alta densidad de servicios urbanos: de los 256 establecimientos públicos existentes a comienzos del siglo xx en la ciudad, 118, el 46 por ciento, estaban ubicados en las 30 manzanas del centro: todos los bancos, siete; todos los estudios fotográficos, cinco; todos los pasajes comerciales, cuatro; todos los restaurantes, nueve; y todos los teatros, dos3.
Además, allí se encontraban la Academia Nacional de Música, el Capitolio Nacional, todas las oficinas de los gobiernos nacional, departamental y municipal, el Círculo de Comercio, la plaza de mercado y la de carnes, la Dirección Nacional de Policía, el edificio de Las Galerías, la gallera, el Hospital San Juan de Dios, el museo, la biblioteca, el Observatorio Astronómico, la oficina telegráfica y la administración de correos. Igualmente, allí funcionaban dos de los tres cafés de la ciudad, cinco de los 12 colegios, siete establecimientos de educación superior, 14 de las 53 fábricas, 16 de los 21 hoteles, 11 iglesias, seis de las 11 imprentas, tres monasterios y un convento, un templo protestante y una tipografía, todo esto sin contar los almacenes.
Las nuevas funciones urbanas que asumía la capital se fueron ubicando en el sector de mayor jerarquía urbanística. De esta manera, el centro tradicional no sólo continuó siendo el espacio simbólico del poder nacional, al haber transformado la Plaza Mayor en el altar de la patria con la erección de la estatua de Bolívar en 1846, sino que los cambios económicos vinculados con la economía capitalista exportadora lo escogió como el eje de la vida económica, social y política de la incipiente modernización.
Sin embargo, se trató de aplicar esta modernización sin la correspondiente modernización política. Por ello en los espacios públicos predominó el encerramiento y no la apertura que tuvieron hasta el inicio de la ciudad republicana. Las plazas y plazuelas coloniales de libre acceso, que podían servir como escenarios de reunión a los habitantes de la ciudad, cambiaron en el periodo de la República. Plazas como la de Bolívar y Santander, donde si bien se introduce el sentido del disfrute estético y colectivo, se convierten en jardines con rejas y acceso controlado, lo que les impide servir de escenarios de reunión al pueblo político. Este carácter sólo lo volverán a adquirir estas plazas en la segunda mitad del siglo xx.
CRECIMIENTO URBANO E HIGIENE
La ciudad abre el siglo xx con la estructura y la forma urbana que la ciudad hispanoamericana había abandonado en 1810, lo que representaba un claro desfase frente a las otras capitales latinoamericanas. Por ejemplo, mientras en la segunda década del siglo xx Bogotá sustituía el tranvía de mulas y rieles de madera por uno eléctrico, Buenos Aires inauguraba en 1914 la primera línea de metro como parte de un gran proceso de renovación urbanística. Bogotá no pasaba de ser la ciudad compactada que todavía ocupaba el casco colonial, que se extendía en 30 cuadras de la calle 1.ª a la calle 26 y unas 18 entre el Paseo Bolívar y la Estación de la Sabana, y que había reproducido sus principios morfológicos iniciales en todos los ángulos: la manzana como unidad habitacional, la retícula ortogonal en las vías, las plazas como manzanas vacías, las vías jerarquizadas según su cercanía a las plazas, y una arquitectura baja de uno o dos pisos. El primer siglo republicano no logró transformar estos rasgos de herencia colonial, y como fenómeno de transformación experimenta una fuerte compactación, visible en la densificación de su tejido urbano, acompañada de alguna sustitución de edificaciones, la ampliación de algunas vías y un muy pequeño crecimiento del núcleo inicial4.
El mínimo ensanche del espacio urbano significó la subdivisión de las viviendas como solución para alojar a los nuevos habitantes de la ciudad, lo que dio origen al inquilinato. Un articulista de prensa reseñaba así este nuevo y lamentable sistema de solución a la escasez de vivienda en la ciudad.
Este incremento de población es debido esencialmente a la afluencia de diversas corrientes migratorias, hasta el punto de que comenzando la segunda década del siglo sólo uno de cada tres habitantes de la capital era oriundo de Bogotá. Hay que tener presente que esta abrumadora mayoría de urbanitas de origen cundiboyacense va a tener serios efectos sobre la ausencia de identidad y pertenencia bogotanas. Hay que esperar hasta finales de la década del ochenta para que la ciudad cuente con mayoría de bogotanos frente a los inmigrantes, para que aparezcan sentimientos de identidad y pertenencia a la ciudad.
Mientras la ciudad crecía en habitantes, su clase dirigente permanecía impermeable a los cambios, pues en los comienzos de esta segunda década aún no pensaba en transformaciones fundamentales del esquema arquitectónico urbano, como lo estaban haciendo desde mediados del siglo xix otras capitales iberoamericanas. Ante esta situación, fueron los profesionales de la salud los encargados de presionar la aplicación de reformas, en razón del incremento de la mortalidad causada por las pésimas condiciones higiénicas de la ciudad. Tal es el caso del médico Manuel Lobo, especialista en higiene, uno de los primeros en referirse en términos muy acertados a los problemas de las condiciones de vida que ofrecía Bogotá. El doctor Lobo era director de Higiene y Salubridad de la ciudad y en un artículo titulado “Estado sanitario de Bogotá” planteó los siguientes diagnósticos y soluciones:
“Los habitantes de las ciudades necesitan amplios espacios para respirar aire puro. En este sentido las condiciones de Bogotá han desmejorado mucho en los últimos tiempos. Las habitaciones construidas en la época de la Colonia y en los primeros lustros de vida independiente, aunque un poco bajas de techo y provistas de anchos corredores que impedían la entrada de sol a las piezas, tenían varios patios grandes con jardines y solares donde abundaban los árboles. Esto estaba de acuerdo con las costumbres conventuales de la época. Poco importaba a los moradores de entonces que las calles fueran estrechas y tortuosas y que no hubiera plazas y parques; dentro de su casa tenían donde pasearse y darse baños de sol. Además las salidas al campo eran muy frecuentes. Con el aumento de población esas antiguas casas van modificándose y desapareciendo. De una casa antigua se hacen otras dos modernas, reduciendo los patios y suprimiendo los solares. Entre tanto que las casas estrechas en su interior, las angostas calles españolas continúan con sus antiguas dimensiones y las plazas y parques no aumentan en la proporción que debieran”5.
De modo que mientras otras capitales del continente seguían las pautas del barón de Haussmann sobre trazado urbano, avenidas y parques, en Bogotá apenas los higienistas comenzaban a clamar por reformas que permitieran a sus habitantes respirar mejor. A estas alturas se vislumbraba una esperanza con el incipiente proceso de crecimiento de la ciudad hacia el norte en el sector de Chapinero y hacia el sur en el de San Cristóbal, ambos conectados al centro por el tranvía.
Sin embargo, no todo era atraso y desolación. Con la construcción de algunos edificios públicos en Bogotá surge el deseo por establecer nuevos símbolos urbanos en sustitución de la monumentalidad heredada de la Colonia, en un claro esfuerzo por otorgarle un nuevo significado a los hitos urbanos, a pesar de que la forma urbana se mantenía. Éste es el caso del Palacio Municipal, hoy conocido como Edificio Liévano, sede de la Alcaldía Mayor, construido en 1902 en reemplazo de las Galerías Arrubla incendiadas en 1900. Con anterioridad se habían construido el Teatro Municipal y el Colón, en 1890 y 1896 respectivamente. El edificio de la Policía de la calle 10. El Palacio Echeverry, concluido en 1909, símbolo de la nueva vivienda de lujo. Varios mercados públicos son construidos, como el mercado de Las Nieves, el de carnes y el matadero público. El Hospital San José de 1905, además de varios edificios bancarios. Todos estos edificios, públicos y privados, se construyeron en el casco colonial, barrios San Jorge y El Príncipe y con ello, la estructura urbana colonial comienza, por fin, a presentar cambios esperanzadores. Estos cambios son notorios en distintos niveles. La instalación de un alumbrado público permanente, las nuevas redes de acueducto domiciliario, la construcción de un sistema de desagüe subterráneo y el tranvía, elementos que en un principio tuvieron que incorporarse sobre una estructura vial colonial que no tenía la capacidad para soportar estos nuevos equipamientos. Esto se daba de manera simultánea con los inicios del ensanche del casco colonial, donde los 100 000 habitantes, a pesar de la densificación vivida durante la segunda mitad del siglo xix, ya no cabían6.
Hay que destacar la importancia que la actividad ferroviaria, resultante de la economía exportadora, tiene en la determinación de la forma urbana que adquiere la ciudad en estas primeras décadas. El Ferrocarril de Cundinamarca, la línea de Occidente, tenía extensos terrenos en la periferia occidental de la ciudad. Allí se ubicaron actividades terciarias pesadas, como el comercio mayorista. La zona de bodegas, que luego se conectará con el área industrial establecida en Puente Aranda. El Ferrocarril del Norte marcó definitivamente la frontera de un Chapinero con un desarrollo urbanístico asociado a quintas, ubicado al oriente de la carrilera, y barrios de menores condiciones económicas al occidente de la vía. Al retirar los rieles posteriormente, la avenida Caracas, que los reemplazó, no hizo otra cosa que continuar esta función de frontera.
Gracias a estos cambios derivados de la economía exportadora, durante los primeros años del siglo xx la ciudad comienza a transformar de manera radical la forma urbana que había heredado de la Colonia. En efecto, a comienzos del siglo, en la periferia sur, la ciudad cerraba en el barrio de Las Cruces, habitado por artesanos y obreros. En sus cercanías se ubicaron los primeros asilos para indigentes, lo que dará posteriormente origen a la localización de la zona hospitalaria de la Hortúa, San Juan de Dios y la Misericordia. Así, por ejemplo, en el plano de la ciudad levantado en 1913, se ubicaban en este sector el asilo de San José y otros asilos. De otra parte, las laderas del sureste, ricas en barros, materia prima para la fabricación de tejas y ladrillos, y de chircas, arbusto utilizado en la cocción de estos materiales, va a especializar a este sector en la localización de chircales, lo que dio origen a un tipo de urbanización muy específica, asociada al trabajo del barro en estas laderas.
En la periferia norte se encontraban tierras que al final de la Colonia estaban muy poco pobladas, debido a su mala calidad. Al parecer, no eran suelos de vocación agrícola sino ganadera, lo cual generó el desarrollo de haciendas como la de Chapinero, el Chicó, Contador, El Cedro, entre otras. Al norte, las haciendas coloniales perduraron hasta mediados del siglo xx. Al concluir el siglo xix el borde norte de la ciudad estaba limitado por la recoleta de San Diego, de donde partía el camino hacia Engativá y Usaquén. A comienzos del siglo este borde comienza a ser ocupado y al frente de la iglesia se localiza la Escuela Militar. Más al norte se encontraba ya el Panóptico, edificio que albergaba la cárcel departamental, el convento de María Auxiliadora y la fábrica Bavaria. En 1910, en este borde se ubica el Parque de la Independencia, adosado al ya existente del Centenario. Hasta la década del treinta, y gracias al tranvía y al Ferrocarril del Norte, Chapinero tiene un crecimiento autónomo al desarrollo urbano de Bogotá.
Al occidente de la línea del ferrocarril, entre calles 48 y 53, se presenta un crecimiento muy temprano en lo que se llamó el barrio Quesada, ocupado por artesanos y obreros, con una densidad predial alta en comparación con los vecinos barrios de Chapinero y Marly. Otro desarrollo urbanístico importante es el del barrio Sucre, entre el río Arzobispo y la calle 45, al oriente de la carrera 7.ª. Contrasta con la forma tradicional como se urbanizó hasta entonces la ciudad. Urbanizado por un inmigrante, Salomón Gutt, se introduce por primera vez una nueva forma de producción del espacio urbano, ya que abandona el tradicional sistema patrimonial heredado sobre el que se va edificando, según las necesidades de crecimiento de la familia, e introduce el sistema de comercialización del capital inmobiliario.
A su vez, Chapinero es el primer barrio suburbano de la ciudad. A partir de 1875 cuenta con un templo, centro de romerías bogotanas. En sus alrededores se construye el Parque de Lourdes y detrás de la iglesia una fuente de agua. A comienzos del siglo se construye en sus inmediaciones la estación del tranvía, el mercado público y la estación del ferrocarril (en el cruce actual de la calle 63 con la avenida Caracas). Por la oferta de aguas limpias y mejores aires, se beneficia de un ensanche residencial hacia el cual comienza a emigrar una parte de las clases altas, donde la nueva forma de vida y los gustos modernos se inscriben en los nuevos tipos de vivienda, las llamadas quintas. Chapinero introduce cierta forma de modernidad: los nuevos barrios de la elite y los inicios de la actividad inmobiliaria dirigida a sectores medios y populares. En la periferia del occidente, el desarrollo es muy distinto de las otras dos descritas. Los pueblos de Suba, Engativá y Fontibón se encontraban muy retirados de la ciudad, y en especial los dos primeros no se encontraban sobre rutas importantes. Además, hacia el occidente había grandes humedales, o chucuas, que se hallaban ocupados por grandes haciendas, como la del Salitre, propiedad de José Joaquín Vargas. Habrá que esperar varias décadas para que la ciudad comience a integrar el occidente a su crecimiento.
De manera simbólica, en 1910 se habían iniciado los cambios en la movilidad urbana. En ese año se inauguran las avenidas, que no eran más que las anteriores alamedas, y algunos tramos de caminos interurbanos. Si bien la ciudad no tenía los recursos para sufragar una renovación urbana profunda y la aplicación efectiva de los principios urbanísticos que demandaba la modernidad, se crea una imagen diferente y con ello, se quiere expresar la iniciación de un nuevo siglo. Realmente hay que esperar hasta 1925 para contar con una avenida completa, aquella que iba de la plaza de San Victorino hasta la Estación de la Sabana. Mientras tanto el tranvía, símbolo máximo de desarrollo, produjo un gran impacto urbanístico al generar una dinámica urbana hacia el norte, Chapinero, además de permitir una reducción sustancial en las densidades urbanas.
CRECIMIENTO DE LA CIUDAD 1797-1927
Año | Superficie (hectáreas) | Población |
1797 | 203 | 21 394 |
1905 | 320 | 100 000 |
1912 | 530 | 121 257 |
1927 | 1 160 | 200 000 |
Si en 108 años el área de la ciudad creció 0,57 veces, entre 1905 y 1912 lo hizo 1,65 veces. Posteriormente, entre 1912 y 1927, aumentó 2,18 veces. La densidad de la ciudad se redujo de manera sustancial, pasando de 312 habitantes por hectárea a sólo 172 en 1927. Entre 1905 y 1927, la ciudad expandió significativamente su espacio urbanizado en 3,6 veces. La reducción de la densidad muestra el paso a otra tipología de ciudad, y el abandono de la ciudad compacta, lo que también significa una mejora en las condiciones higiénicas. Esta ciudad lineal se construye como adición a la ciudad colonial, como una ciudad de barrios residenciales, donde la unidad ya no es la manzana o el solar, sino el barrio. La construcción de esta ciudad de barrios adopta la forma de urbanización tentacular a lo largo de las vías regionales más importantes, que son las mismas de los caminos coloniales. Ante esta tendencia adquieren importancia las franjas de terrenos ubicados en los bordes de tales caminos, pues en ellos se va a producir la urbanización. El proceso se explica por el efecto de valorización de estas tierras, que de uso rural pasan a uso urbano, debido a la demanda de vivienda que hay en la ciudad. Pero es la falta de acción del Estado en la regulación del crecimiento, la que da pie a la venta de lotes sin servicios como solución al problema.
La forma que adquiere la ciudad es la de una franja alargada, paralela a los cerros y a las vías principales: carrera 7.ª, carrera 13 y línea del Ferrocarril del Norte. Este principio de expansión por tentáculos lineales se usó en forma reiterada desde la segunda década del siglo xx hasta los años setenta y no obedeció a un modelo de ordenamiento físico. El ensanche de la ciudad se fue dando por adición de barrios residenciales contiguos a las vías tradicionales, no por una propuesta de grandes urbanizaciones que sirvieran de alternativa a la vivienda que ofrecía el casco colonial. La forma que va adquiriendo la ciudad deja un gran vacío en el noroeste, espacio correspondiente a la gran hacienda de El Salitre.
En esta etapa de expansión urbana la ciudad va diferenciándose, desde muy temprano, entre el norte y el sur. Es evidente que el norte recibe mayor inversión en medios de transporte: primer tranvía y primer tren de cercanías (Ferrocarril del Norte), puesto que en Chapinero y Usaquén había estaciones del tren. Por ello el primer ensanche importante se encuentra en el norte, los nuevos barrios se construyen paralelos a las tres vías regionales: la vía a Tunja, conocida como Carretera Central del Norte, que dará origen a la carrera 7.ª; la Alameda Vieja, o carrera 13, donde circula el tranvía a Chapinero, y la línea del ferrocarril, que corría por donde hoy se encuentra la avenida Caracas. Esta red vial definió la morfología de la ciudad lineal. En el sur de la ciudad, el proceso de urbanización se concentra en los terrenos localizados entre el camino a Tunjuelo (por donde luego pasará la avenida Caracas), y el camino a Bosa y Soacha, o carretera del sur, nombrada luego con el eufemismo de Autopista del Sur. Pero es notorio el desbalance de la intervención del Estado entre el norte y el sur de la ciudad. En el sur se ubican los hospitales, los barrios obreros, la cárcel, los chircales y pocas vías.
Ello permite afirmar que en la formación de la nueva ciudad no intervienen elementos estructurales primarios de tipo diferente a la vivienda, como podrían ser, por ejemplo, los grandes equipamientos urbanos de origen industrial, comercial, de transportes, recreativos o institucionales; o una red viaria y de servicios desde la cual se agruparan las nuevas zonas de vivienda. Además, hay que tener presente que la nueva ciudad sigue dependiendo de los equipamientos de escala urbana que aún ofrece el casco colonial, donde se encuentran los servicios administrativos, comerciales, industriales, recreativos y culturales que posee entonces la ciudad. Nos encontramos, pues, con que no se trata de una ciudad compacta que crece por anillos expansivos alrededor del antiguo núcleo central, sino de una ciudad en cierto sentido desarticulada, que va dejando vacíos en su proceso expansivo, y cuyo hilo conductor es un sistema que, a manera de venas, va ramificando la expansión en sentido norte-sur. Se consolida así la visión morfológica de ciudad lineal, donde la forma resulta de seguir el trazo tentacular de la estructura tradicional de caminos y de los ejes secundarios que se van enlazando a ellos.
El atraso que presentaba la ciudad en su infraestructura empezó a ser solucionado en la década del veinte, gracias a los ingresos extras que trajo la “Danza de los millones”, como se llamó a la prosperidad resultante del dinero recibido como indemnización por Panamá y los préstamos extranjeros que llegan en estos años, además del auge de la economía cafetera. Gracias a estos dineros, el municipio acometió en 1922 la solución del grave problema de las calles, que se hallaban casi en su totalidad en pésimas condiciones. Se creó y organizó la Dirección de Obras Públicas, que inició sus labores otorgando la máxima prioridad al arreglo de las calles y a la construcción de alcantarillados. Se adoptó la modalidad de emprender las obras por el sistema de contratación y para 1923 ya se habían construido alcantarillados en 66 cuadras, asfaltado y enladrillado 70 cuadras y adecuado 5 343 metros de andenes. Estas obras contribuyeron a que Bogotá empezara a cambiar su aspecto provinciano por el de una moderna ciudad7.
Estas mejoras estuvieron antecedidas por un fuerte impulso en la urbanización, prueba de que la ciudad venía creciendo, aun sin contar con una adecuada oferta de servicios, ante la presión del aumento demográfico, estimulado por la inmigración que se dio al concluir la Guerra de los Mil Días. Así por ejemplo, el 13 de febrero de 1916 se inauguró el barrio Córdoba, ubicado sobre la carrera 14 entre las calles 22 y 24, que en 1918 ya reunía 70 casas y mostraba un precio de la vara cuadrada que había pasado de 1,85 a 8 pesos. En 1919 se fundó el barrio La Paz, al occidente de la avenida Caracas. Aquí la compañía urbanizadora introdujo el novedoso sistema de vender lotes a plazos con 2 y 4 pesos de cuota mensual. La venta de lotes alcanzó un ritmo excesivo, a juicio de las autoridades, y la dirección de Obras Públicas Municipales advirtió que negaría las licencias para construcciones en los barrios nuevos mientras no se cumplieran los requisitos correspondientes ante las autoridades municipales. Ya se empezaban a presentar las inevitables pugnas entre la avidez de los urbanizadores y el gobierno municipal, deseoso de reglamentar y racionalizar el crecimiento urbano. Posteriormente se inició la urbanización del barrio 7 de Agosto al occidente, y La Estanzuela al sur.
También por entonces comenzó la expansión de la ciudad hacia los cerros orientales. Leo S. Kopp, propietario de Bavaria, otorgó generosas ayudas a los obreros de la cervecería para que adquirieran terrenos en el sector oriental de los Altos de San Diego, cercano a la fábrica, que en principio se llamó Unión Obrera y que luego empezó a llamarse La Perseverancia. La idea del señor Kopp no era sólo facilitar a sus trabajadores la adquisición de vivienda, sino también ahorrarles costos de transporte con la ubicación de sus casas a una muy razonable distancia del sitio de trabajo8. La ayuda que proporcionó Bavaria a sus trabajadores fue generosa en grado sumo. Además, don Leo estimuló entre sus trabajadores la idea de la auto-construcción, que fue todo un éxito en el desarrollo del mencionado barrio. Gradualmente se fue formando y consolidando entre las gentes humildes la convicción de que don Leo S. Kopp era una especie de santo laico. Aun en la actualidad los visitantes del Cementerio Central de Bogotá pueden ver los días lunes la romería de gentes que acuden con devoción religiosa a la tumba del fundador de Bavaria. Los peregrinos llegan respetuosamente al lado de la estatua y en voz muy baja le cuentan al oído sus congojas, problemas y necesidades con una fe ciega en que don Leo les proveerá cuanto antes las correspondientes soluciones.
En 1917 se creó la Sociedad de Embellecimiento y Ornato, con antecedentes de apoyo al ciudado del espacio público de la ciudad desde 1867, conocida en 1919 como Sociedad de Mejoras Públicas, y que hoy en día es la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Esta asociación privada tenía varios propósitos, entre ellos, hacer cumplir una serie de normas fundamentales que se estaban infringiendo descaradamente. También era un objetivo esencial “cambiarle la cara a la ciudad”. Las acciones de esta sociedad muestran que por fin está apareciendo un proceso de establecimiento de un gusto y una estética de corte burgués, que comienza a ser socializada en la ciudad. Hasta entonces, la vida burguesa estaba reducida a los espacios privados. Para ello se uniformó a los lustrabotas, se arborizaron varias calles, se organizaron torneos deportivos, se instalaron buzones en las esquinas, se pintaron los postes y se promovieron concursos de vitrinas en los sectores comerciales9. Era evidente la apuesta por utilizar el espacio público como espacio de educación del ciudadano. La opinión pública celebró también la remodelación de la plazuela de Caldas, resultante de estos esfuerzos de mejoramiento urbano. Decía a este respecto una nota de prensa:
“Todos recordamos lo que era la antigua plaza de Las Nieves: lugar árido, desapacible por la monotonía angustiosa de tres o cuatro retorcidos, enclavados en un piso irregular, abandonado en el más completo descuido, sin las huellas de un adoquín ni nada que significara urbanización; tan diferente todo esto del primoroso jardín que se destaca hoy…”10.
El progreso urbanístico en este periodo no se limitaba a la estética, pues la adición de equipamientos urbanos continuaba con la inauguración de la Estación de la Sabana, el 20 de julio de 1917, y la de la avenida Santiago de Chile (hoy calle 72), en septiembre de 1920, donde terminaba la línea del tranvía y se construía la iglesia de la Porciúncula, cercana también al nuevo colegio laico Gimnasio Moderno. Además, existía ya la inquietud por lograr para Bogotá y para su progreso urbano un criterio arquitectónico adecuado y definido. Anotaba un artículo publicado en 1918 en los Anales de Ingeniería:
“Debemos, pues, si queremos individualizar entre las naciones y de manera que nuestro nombre no se olvide con el correr de los años, poner todo empeño en el estudio de las artes y muy especialmente en el de la arquitectura, que tengamos un estilo netamente colombiano, que si no sobresalimos por nuestro comercio e industria, adquiramos al menos el predominio de las artes.
”No muestran, por desgracia, todas nuestras construcciones ni siquiera aquellas que tienen ya alguna importancia, la preparación debida, ni en los que ordenan las obras… ni en la mayor parte de los que entre nosotros se adornan… con el título de arquitectos.
”Volviendo a nuestro asunto, qué de cosas se ven por nuestras calles, qué falta de unidad y de acuerdo demuestran las fachadas, qué acumulamiento de adornos sin juicio ni discernimiento alguno, qué estrangulamiento de los órdenes clásicos, qué falta de estética imperdonable, qué monotonía de líneas, parece que sólo se propusieran al construir, enfilar una serie indefinida de puertas”11.
Estas transformaciones fueron posibles tanto por el proyecto de ciudad burguesa como también, en parte, por el inicio de la profesionalización de la arquitectura. Arquitectos como Mariano Santamaría llevaron a cabo obras de gran impacto en la ciudad. Este profesional presidió por varios años la Sociedad Colombiana de Arquitectos, fundada en 1905, diseñó y dirigió la construcción del Teatro Municipal, el Bazar de la Cruz, la residencia del señor Kopp en Chapinero y otras mansiones. Colaboró con Gastón Lelarge en la conclusión del Capitolio Nacional y fue autor de numerosos e importantes proyectos tales como la portada del Parque del Centenario, el Pabellón de Industrias y la fachada de la Estación de la Sabana. Junto con Gastón Lelarge, contribuyó decisivamente a formar una propuesta estética para Bogotá. Por su parte este arquitecto francés realizó obras como el Palacio Echeverry, el Hotel Atlántico, la Escuela de Medicina en el Parque de Los Mártires, la Gobernación de Cundinamarca, la fachada posterior del Capitolio Nacional y la sede de la Alcaldía de Bogotá o Edificio Liévano, que abarca todo el costado occidental de la Plaza de Bolívar.
De manera simultánea con estos aportes arquitectónicos, varios colegios y universidades empezaron a abandonar sus recintos coloniales para trasladarse a cómodas y modernas edificaciones. Tal fue el caso ya citado de la Facultad de Medicina. El mismo camino siguieron los colegios de La Presentación y el Sagrado Corazón, la Escuela Central de Artes y Oficios, la Universidad Libre, el Colegio Salesiano y el convento franciscano de Chapinero. El arquitecto norteamericano Robert M. Farrington fue traído a Bogotá para diseñar y construir el edificio del Banco López (avenida Jiménez con carrera 8.ª), en la actualidad un auténtico paradigma de excelente arquitectura. El señor Farrington diseñó además el Gimnasio Moderno12.
A los hospitales también llegó la ola de modernización arquitectónica. El italiano Pietro Cantini diseñó el Hospital de San José y el chileno Pablo de la Cruz el nuevo San Juan de Dios.
Además del Banco López, cuyo edificio sirvió luego de sede al Banco de la República, más tarde al Cafetero y hoy al Ministerio de Agricultura, otros bancos como el de Colombia, el Hipotecario y el Mercantil Americano siguieron el ejemplo y construyeron sedes. Lo mismo hizo la Compañía Colombiana de Seguros. Por primera vez los edificios modernos eran más altos que las torres de las iglesias, y con ello, el cambio en el paisaje urbano comenzaba a ser radical. Los edificios bancarios aparecían como los nuevos símbolos del progreso urbano y de la idea de progreso que se hacía, por fin, realidad.
Estos avances que registraba la ciudad con las nuevas propuestas estéticas y los equipamientos institucionales modernos contrastaban con la persistencia de los numerosos inquilinatos, prueba de las dificultades existentes para definir una propuesta de modernización generalizada para la ciudad. A principios de la década de los veinte, había en Bogotá 18 barrios obreros, cuyas condiciones, en términos generales, eran muy precarias13.
Decir estos barrios, que recibían el nombre de “barrios obreros”, en Bogotá, significaba insalubridad, carencia de agua, excusados, alcantarillado y servicios de aseo y vigilancia. Allí vivían los trabajadores de las incipientes industrias y los que proveían servicios varios en la ciudad: aguateros, lavanderas y otros oficios menores.
Al iniciarse la tercera década del siglo xx, el déficit de vivienda, especialmente en los sectores populares, llegó a adquirir proporciones preocupantes. Ello se debía, en esencia, a que las soluciones de vivienda continuaban rezagadas frente al incremento de la población, hecho que se reflejaba de manera más abultada en los sectores más pobres. El caso era particularmente agudo en el llamado Paseo Bolívar, una zona tan populosa como insalubre, situada al oriente sobre las estribaciones de Monserrate y Guadalupe. Para resolverlo, entre 1925 y 1930 se iniciaron allí en firme los trabajos de saneamiento. La situación de los habitantes puede ilustrarse mencionando que fue el sector bogotano más duramente azotado por la epidemia de gripa de 1918. Decía una nota de prensa:
“Dominando la ciudad y sin alcantarillado ni servicio de acueducto, todos los detritus de ese núcleo de población tan considerable, llegan al centro de la ciudad, se esparcen por todos los puntos cardinales y la infestan. La aglomeración de personas que viven en esos ranchos, de vara en tierra, pugna contra la moral, la higiene y la salubridad. Aun por el aspecto meramente humanitario y caritativo, es necesario acabar con ese estado de cosas, pues no es posible, que en la capital de la República, exista un barrio o un sitio, donde se dan cita el crimen, la miseria y la insalubridad”14.
El Concejo autorizó la suscripción de un empréstito destinado a la compra de los predios del Paseo Bolívar y de lotes situados en otros sectores para reubicar a los habitantes. No fue fácil sacar adelante esta labor de saneamiento. Pese a las indignas condiciones de sus moradas, los habitantes se mostraron renuentes a abandonar sus precarias viviendas, en razón de que sus actividades se realizaban en el centro de la ciudad. Pero, finalmente, se logró el desalojo, pagando los predios según el avalúo catastral. Aquí se produjo una cierta injusticia, porque a los propietarios de las haciendas situadas en las inmediaciones del Paseo Bolívar, a quienes se les compraron las fincas por estar vecinas a las fuentes de agua, se les había pagado por ellas sumas mucho más elevadas.
Otra obra de máxima importancia, la canalización del río San Francisco, avanzaba en forma lenta pero satisfactoria y para 1927 ya se había incluido el tramo comprendido entre las carreras 2.ª y 12. Con auxilios nacionales y departamentales se creó la Junta de Pavimentación y Construcción del Alcantarillado, que puso manos a la obra con tanta diligencia como improvisación. Esto se tradujo en innumerables problemas que provocaron airadas protestas de los bogotanos15.
Las intervenciones no se limitaron a las obras de saneamiento. En 1926 se intervino la Plaza Mayor, el símbolo por excelencia de la ciudad. En ese año se inició la remodelación de la Plaza de Bolívar, según pautas y modelos de algunas plazas europeas.
Hacia 1927, la Casa Ulen, empresa norteamericana contratada para adelantar varios proyectos de infraestructura urbana, estaba concluyendo sus principales obras, entre las cuales se destacaban: veinticinco viviendas obreras en el barrio Buenos Aires; los mercados Central, de Chapinero y de Las Cruces; dos escuelas municipales; el matadero, obra novedosa y de características hasta entonces desconocidas en Bogotá. Se trataba de un matadero moderno cuyo esquema seguía las normas norteamericanas en boga. Estaba situado en un lote de 10 fanegadas al occidente de la ciudad y relativamente lejos del área urbana. De inmediato se recibió el beneficio de un notorio mejoramiento ambiental por la clausura del primitivo y rudimentario matadero que hasta entonces había funcionado sobre las orillas del río San Francisco16.
Para adelantar estas obras, tan imperiosas y urgentes, el municipio, dada su estrechez de recursos, tenía que apelar a empréstitos, la mayoría externos. Pero la verdadera raíz del problema era la dramática realidad de que los impuestos que se pagaban en Bogotá eran excesivamente bajos. En 1926, cada habitante pagaba en promedio 2 pesos anuales de impuestos por cabeza, mientras en el mismo año cada habitante de Montevideo contribuía al fisco municipal con un promedio equivalente a 20 pesos colombianos. Y en este campo había una realidad aun más aberrante para la misma época: los habitantes de Cali y Medellín tributaban en promedio más que los bogotanos. Los observadores y analistas atribuían el fenómeno a una marcada mentalidad evasora17.
Los recursos extras permitieron iniciar numerosas obras. La ciudad se expandió aceleradamente, rompiendo el marasmo colonial urbano que se prolongó durante todo el siglo xix. “Qué hermosa será Bogotá cuando la acaben”, decían los capitalinos de entonces, en una frase que sintetizaba la realidad de esta revolución urbanística que era, en efecto, la primera que experimentaba la capital en su existencia de casi cuatro siglos.
Por otra parte la ciudad empezaba a presentar rasgos de cosmopolitismo y un afán, a menudo desmesurado e irreflexivo, por suplantar las viejas construcciones coloniales por edificaciones modernas. Sobre este particular se leía entonces, en la revista Cromos, una crítica sorprendente a los cambios por los que atravesaba la ciudad:
“La Bogotá vieja, la antigua Santa Fe… vale más, mucho más que la Bogotá moderna. Al fin y al cabo a ellos —a los reformadores urbanos— ni les va ni les viene en eso del patrimonio artístico bogotano: un portacomidas de cemento portland, con cinco o seis pisos, caricatura de los rascacielos yanquis, les entusiasma más que una ventana con verja de hierro, como la que cantó Silva en estrofas inmortales. Además, en esta época de ladrillo y cemento armado, los muros pétreos, con esos sillares que la pátina del tiempo ha ennegrecido, constituyen una provocación, un reto inaudito… ¿No sería mejor derribarlo todo y aprovechar la piedra excelente para empedrar las calles o para los cimientos de las casas que se vayan construyendo? … Quieren demoler la ciudad. Les fastidia tanta piedra acumulada, abominan el perfume de las casas viejas”18.
Pero éste no era el problema más grave pues, en realidad, el número de inmuebles antiguos que sucumbieron ante el alud modernizador no fue tan elevado que destruyera la fisonomía auténtica de la ciudad colonial. El gran problema eran los lotes de engorde y las urbanizaciones apresuradas y carentes de servicios que comenzaron a proliferar. Una crónica periodística señalaba el surgimiento de este fenómeno especulativo, gracias al cual los terratenientes urbanos se beneficiaban de la extensión de redes de servicios, sin pagar mayores costos, situación que se constituye en una constante del siglo xx:
“Hay en el perímetro de ésta —Bogotá— grandes extensiones sin edificar, que se van dejando así en espera de la valorización producida por el esfuerzo municipal. Entre la carrera 13 y la carrera 17, por ejemplo, hay varias fanegadas de potreros rodeados de calles y casas. Y, en cambio, lejos de la ciudad surgen seis, ocho, diez barrios sin alcantarillas, sin agua, sin ninguno de los requisitos higiénicos, y que representan para Bogotá problemas más serios que todos los actuales. ¿Cómo llevar a esos lugares distantes los servicios públicos, el agua, el alcantarillado, la vigilancia necesaria, las líneas de comunicación? Ello representa enormes gastos, del todo desproporcionados con la importancia de esas aglomeraciones, que, sin embargo, no podrán dejarse sin los elementos esenciales a toda población medianamente civilizada”19.
Este vigoroso crecimiento de la actividad constructora no fue suficiente para satisfacer la demanda de vivienda, en razón a que la ciudad se convertía en imán y destino de la población que migraba de su región histórica. Debido a la escasez, entre 1918 y 1928 los arriendos subieron un 350 por ciento. Según cálculos, los 235 702 habitantes de la ciudad en 1928 necesitaban 29 693 casas y sólo había 17 767, lo cual deja un déficit de 11 696 casas, estimando que se requería una para cada ocho habitantes20. En un esfuerzo por solucionarlo, se intensificaron las construcciones hasta el punto de que en 1928 se edificaron 400 casas.
Pero el problema más duro que aquejaba a buena parte de los bogotanos de estos años era el de los arriendos. De ahí la huelga de inquilinos que se decretó en junio de 1927 con el propósito de lograr una reducción de los cánones de alquiler21.
En un editorial de marzo de 1930, El Tiempo expresaba la angustia ciudadana por la alarmante situación de penuria e insalubridad en que vivían los barrios obreros de la capital. A su vez, el profesor Jorge Bejarano, escribía sobre este enojoso asunto denunciando la agudización de las desigualdades que se percibían entre los barrios de la clase alta y los infectos tugurios en que habitaban los menesterosos. La polarización crecía22.
De otra parte, la ausencia de planificación era total. Cuando en 1907 llegó a Bogotá la Casa Pearson & Sons, de Londres, para construir un alcantarillado, los técnicos, estupefactos, comprobaron que no existía un plano confiable de la ciudad. Tuvieron, entonces, que proceder a levantar uno. En 1915 se elaboró otro que no tuvo en cuenta para nada el anterior. En 1927 se contrató a la Casa White, de Nueva York, para construir otro alcantarillado. Con sorpresa, los técnicos encontraron que los planos anteriores se habían perdido y hubo que levantar otro, a un costo muy elevado. Para 1930 éste también había desaparecido. Decía entonces un comentario aparecido en El Tiempo:
“Como puede verse, la ingeniería municipal es impotente para proyectar de una manera racional las obras públicas de la ciudad. El plano de la red de alcantarillado existente lo tienen en la cabeza los obreros que han trabajado en este ramo durante treinta o más años e igual cosa sucede con la red de distribución del acueducto y con las conducciones eléctricas. Cuando se desea saber si en una región dada existe alcantarillado, los obreros, ayudados por la memoria, y de una manera instintiva, golpean el suelo con una barra hasta que por percepción suena bajo, como ellos dicen. En seguida excavan y, sin saberlo, producen un corto circuito o dañan un tubo del acueducto, pues todo el trabajo se ha hecho a ciegas”23.
La polarización que se había producido en el espacio urbano era sorprendente. Como se mencionó, la intervención del Estado había producido una profunda segregación socio-espacial que va a caracterizar a Bogotá hasta el presente. Las diferencias entre el norte y el sur, que hoy son evidentes, tienen su origen en una compleja construcción social del espacio, en la que van a actuar la oferta ambiental territorial, la acción del Estado y la jerarquización social que establece la sociedad mayor que domina en la ciudad. Este proceso, que se inicia en el siglo xviii, continúa hasta hoy. Veamos el origen de esta jerarquización del espacio urbano.
El 20 de marzo de 1777 se trasladó a los indios habitantes de Usaquén a Soacha y se procedió a rematar el resguardo. Sus tierras pasaron a engrosar las haciendas que se estaban consolidando al norte de Santafé. La razón fundamental del traslado de los indios de Usaquén se originaba en las pésimas condiciones de vida, debido a la pobreza de la tierra y a la extensión de los humedales, que dificultaban su sostenimiento. Por el contrario, en el corregimiento de Bosa, gracias a la fertilidad de las tierras, los cultivos de subsistencia permitían una mayor sostenibilidad de la población indígena, fuerza de trabajo indispensable para el funcionamiento de la ciudad de los blancos. Ésta es una de las razones para comprender que al suroeste de la capital se fuera incrementando la presencia de la población indígena, que oficiaba de hortelanos y cultivadores en general, definitivos en el abasto de productos de subsistencia para la ciudad. El norte, caracterizado por contar con tierras de regular calidad y muchos humedales, que no lo hacían propicio para la agricultura pero sí para la ganadería, se fue despoblando de gentes y poblando de vacas. Se inicia así una definición de un poblamiento diferenciado del sur y del norte: indios al sur y vacas al norte; subsistencia al sur y haciendas al norte. Esta diferenciación se deja sentir más tarde en el proceso de urbanización.
Las haciendas del norte, dedicadas a la cría de ganado y caballos, fueron idealizadas por la literatura costumbrista del siglo xix, una de las razones para la construcción social del espacio. Un norte sin amenazas étnicas, sin indios que contaminaran el paisaje, pero con posibilidades para disfrutar de deportes que, como los ecuestres, comenzaban a ponerse de moda desde finales de esa centuria.
Otra razón histórica en la conformación desvalorizada del sur fue la oferta de materias primas para la construcción en las lomas del sureste capitalino. A partir de la ermita de Egipto, la riqueza de gredas y la presencia de chircas, así como la oferta de arenas y piedras, dio origen a una urbanización de arrabales. Por contraste, desde las faldas del cerro tutelar de Monserrate hacia el norte se comenzaron a establecer los primeros parques de la ciudad: el de la Independencia y el Parque Nacional. Más tarde, el hallazgo en los años cuarenta del siglo xx de yacimientos de gredas y gravillas, en las vegas del río Tunjuelo, va a dar origen a las explotaciones de estos materiales, definitivos en la construcción de la ciudad moderna, pero dejando un daño ambiental de gran magnitud.
Otro elemento que contribuyó a la diferenciación del sur y el norte fue la conformación de Chapinero en los años setenta del siglo xix, en torno al culto a la Virgen de Lourdes. Este hecho es visto como una reacción al liberalismo radical gobernante, así como un abandono de la ciudad que estaba siendo invadida por los indios que, por estos mismo años, migraban a la ciudad como resultado de la disolución de los resguardos y la supresión de los ejidos. Se fue consolidando, entonces, una especie de refugio de algunos miembros de la elite bogotana que consideraban que Santafé, la Bogotá colonial, estaba desapareciendo.
Posteriormente, cuando a finales del siglo xix se inicia la modernización de los transportes, las primeras vías de comunicación modernas que se construyen en la capital privilegiaron al norte. Así, los dos primeros ferrocarriles, el del norte y el del nordeste, así como el primer tranvía y luego la primera carretera moderna construida en 1905, la Central del Norte, permitieron que Chapinero contara con una excelente oferta de transporte, mientras que el sur tuvo que esperar hasta mediados del siglo xx para que el transporte moderno conectara su incipiente urbanización con la ciudad. La primera vía construida en el sur fue la carretera hacia Usme en 1938, cuando se hizo la represa de La Regadera. Ya para entonces Chapinero contaba con tren de cercanía, carretera y tranvía, lo cual incide en la valorización del suelo urbano, muy al contrario de lo que sucedía en el sur. Más tarde, la “fiebre” de las avenidas se inicia por el norte y tardíamente llega al sur. Nada más contrastante que las autopistas Norte y Sur.
En la segunda mitad del siglo xx la acción del Estado no ha hecho sino profundizar las desigualdades de la ciudad. Ilustra este hecho la nota que en 1931 apareció en la prensa, firmada por “Un bogotano que vive en el sur”:
“Al Señor Alcalde y a todo el gobierno municipal: que no se siga considerando que Bogotá es el sector comprendido entre la calle sexta y el extremo norte y que recuerden que los barrios del sur también están bajo su administración y por lo tanto deben ponerles cuidado. Tal parece que la parte de la ciudad que se extiende de la calle sexta al sur fuera un pueblo distinto de la capital. El abandono en que lo tienen las entidades municipales salta a la vista”24.
Esta construcción social del espacio es tan evidente en los años treinta que las protestas por la desigual intervención del Estado continúan, como lo registra el memorial que un nutrido grupo de moradores del sur dirigió al municipio en este sentido. La polarización era irreversible. Desde la mencionada década se hizo evidente la tendencia de las gentes acomodadas a abandonar el centro y desplazarse hacia el norte. A todas estas, la situación de los barrios del sur se convirtió en bandera política. Los candidatos al Concejo comienzan a incluir los problemas de dichos sectores como “objetivos primordiales” de su gestión25.
El relativo abandono del sur por parte del estado local contrasta con la construcción de una nueva y moderna estética en el norte. En los años treinta Bogotá siguió recibiendo la ya mencionada influencia de arquitectos extranjeros.
Comenzando los treinta llegó a Bogotá el arquitecto y urbanista austriaco Karl Brunner quien, como sus antecesores, introdujo valiosas innovaciones en los conceptos urbanísticos y arquitectónicos de la ciudad. Un ejemplo es la avenida Caracas, una vía amplia y espaciosa, flanqueada en su trayecto al norte por residencias, mientras que hacia el sur se construyó el parque popular Luna Park. En la Caracas la impronta de Brunner es evidente. Los arquitectos alemanes Leopoldo Rother y Erich Lange tuvieron a su cargo la nueva Ciudad Universitaria. El colombiano Alberto Wills diseñó la Biblioteca Nacional y el Instituto de Radium. También hay que destacar los significativos aportes del italiano Bruno Violi a la renovación arquitectónica de la ciudad26.
Estos esfuerzos por construir una ciudad moderna comenzaban a rezagarse respecto a las proporciones que estaba alcanzando la ciudad en razón de su crecimiento demográfico. En 1946 la población capitalina llegaba al medio millón. Quedó claro entonces que los criterios inmediatos de progreso y desarrollo tenían que ser sustituidos por una planificación a largo plazo. A finales de los cuarenta se evidencia una intensa preocupación por planificar y proyectar científicamente el desarrollo urbano de la capital.
Sin embargo, hay antecedentes importantes de esfuerzos por regular el crecimiento urbano. En 1928 se creó el Departamento de Urbanismo de Bogotá, dependiente de la Secretaría de Obras Públicas Municipales, con el propósito de elaborar el plan de reordenamiento de la ciudad —Plan Regulador, como se conoció—, acompañado de un Código Urbano. Varias dificultades impidieron que estos propósitos se convirtieran en normativas urbanas efectivas. En 1929 se nombró al urbanista austriaco Karl Brunner como director del Departamento de Urbanismo, pero él sólo pudo posesionarse del cargo en 193327.
A pesar de las dificultades para institucionalizar la regulación del crecimiento urbano, Brunner logró intervenir en cuatro sectores de la ciudad:
- El oriente, desde San Cristóbal hasta el nuevo Parque Nacional, incluyendo las obras de saneamiento del Paseo Bolívar.
- El sur, donde trató de establecer edificios públicos y vivienda
- El occidente, donde se encontraba la estación del ferrocarril y el Cementerio Central, Brunner lo consideró como zona industrial, y propuso la prolongación y regulación de vías.
- El norte, donde desarrolló los barrios de La Magdalena, Teusaquillo, Marly y Chapinero, a los cuales trató de integrar con nuevas avenidas.
Las adecuaciones viales contempladas por este urbanista se concretaron en el plan vial de 1936, donde propuso la apertura de nuevas avenidas superpuestas a la vieja red vial heredada de la Colonia, y caracterizadas por su concepción de avenidas-parques. Entre las propuestas que llegaron a ejecutarse se cuentan la conclusión del Paseo Bolívar, el Parque Nacional, la avenida Caracas, los barrios Bosque Izquierdo, Palermo, San Luis, El Retiro, El Centenario y el trazado del barrio Popular Modelo del norte. Además, publicó el Manual de urbanismo e inauguró la cátedra de urbanismo en la Universidad Nacional. “Sus ideas urbanas se identificaron con las de los maestros del urbanismo de la primera modernidad europea que concibieron la ciudad como una entidad estéticamente ordenada, ambientalmente agradable y apta para la vida del ser humano, con una fuerte participación estatal en su construcción y con un sentido social al mismo tiempo aristocrático y democrático”28.
Desde muy temprano en esta etapa de expansión urbana, como ya hemos dicho, la ciudad va diferenciándose entre el norte y el sur. El primer ensanche importante se encuentra en el norte, donde los nuevos barrios se construyen paralelos a las vías regionales. Sigue luego la construcción de algunos ejes transversales, base de la red vial local de los nuevos barrios. Éste es el caso de la calle 67 en Chapinero, sobre la cual se inicia hacia el occidente la calle 68, uno de los caminos que conducían a Suba, eje del desarrollo de numerosos barrios, como el 7 de Agosto, Colombia, Gutt (luego llamado Gaitán), La Paz y Uribe Uribe.
En el sur de la ciudad, el proceso de urbanización se concentra en los terrenos localizados entre el camino a Tunjuelo (por donde luego pasará la avenida Caracas), y el camino a Bosa y Soacha, o carretera del sur. Por el camino que va al Tunjuelo, y totalmente desvinculado de la estructura urbana, se inicia la parcelación del barrio Santa Lucía. Proceso parecido se da en el barrio Santa Inés, y, adosado al 20 de Julio, surge el barrio Suramérica.
En todos estos casos, la unidad de ensanche está constituida por el barrio residencial desarrollado por iniciativa privada, cuya lógica de localización únicamente está determinada por la parcelación de predios que colindan con los caminos de enlace de la ciudad colonial con su entorno regional.
Además, hay que tener presente que la nueva ciudad aún dependía de los equipamientos urbanos que seguía ofreciendo el casco colonial. Con excepción del lago Gaitán al norte y el Luna Park al sur, elementos que luego desaparecerán de la estructura urbana, los nuevos aportes están dados por el Colegio San Bartolomé, el Sagrado Corazón y el Gimnasio Moderno, y en el sur por el Asilo de San Antonio que después se convertirá en una entidad educativa. Los cambios más importantes en la red viaria mayor se encuentran en la apertura de la avenida Chile y el traslado de la línea férrea de la carrera 14 al occidente.
Cabe destacar que la crisis del treinta, si bien cortó el ritmo de la “Danza de los millones”, no significó una dislocación del proceso de urbanización que vivía la ciudad. El desbordamiento de la ciudad tradicional continúa con los nuevos barrios. Hacia el sur como hacia el norte, siguiendo las vías que llevan a San Cristóbal, Tunjuelo y Soacha, así como las que van a Usaquén y Suba, la antigua periferia rural se va saturando de barrios que surgen por actividad privada, de una manera totalmente desordenada. Y la presión continúa.
Al pasar la ciudad de los 300 000 habitantes y ocupar una extensión desmesurada con respecto a lo que era una década atrás, se comienza a recurrir a instrumentos modernos para el ordenamiento urbano. En 1931 se aprueba el Plan de Fomento Municipal y en 1933 se crea el Departamento de Urbanismo. Se contrata a Karl Brunner y su plan para el centro de la ciudad y se inician las obras del IV Centenario de la fundación de Bogotá.
Para entonces era evidente que el llamado plan Bogotá Futuro había fracasado como guía de ordenamiento del crecimiento. Para la administración es claro que se necesita contar con elementos propios del urbanismo moderno, de cuyo conocimiento el país carecía.
Se contrata entonces con Harland Bartholomew, urbanista norteamericano, un plan completo de urbanismo. Al visitar la ciudad, el urbanista elabora una propuesta general sobre los temas prioritarios y proyecta algunos planos, entre los que destaca la propuesta de intervención sobre la avenida Jiménez entre carreras 4.ª y 6.ª, que se ejecutó de inmediato. Luego se realiza un levantamiento de las áreas de expansión de la ciudad, con énfasis en la delimitación exacta de los límites del municipio, así como del Paseo Bolívar, al sur y al norte de San Diego.
El Plan de Fomento de 1931 por primera vez incorpora, de manera integral, aspectos sectoriales. Allí se propone adecuar:
- Abasto de aguas
- Alcantarillado
- Planeamiento de la ciudad
- Pavimentación
- Política educativa, acción social, higiene y asistencia pública
- Habitaciones para obreros
- Organización y servicios administrativos
- Edificios públicos
- Embellecimiento urbano
Para desarrollar esta ambiciosa propuesta, se creó la Comisión de Programa, encargada de formular y diseñar los planes sectoriales y los programas correspondientes. Se creó también la Comisión de Fomento Municipal con la misión de ejecutar los planes de la Comisión de Programa.
El plan recogía, además, las recomendaciones de un estudio anterior, que proponía la construcción de un nuevo acueducto para la ciudad. Con planos de una firma de Nueva York, se diseñó la represa de La Regadera en el río Tunjuelito y la planta de Vitelma, construcción que se inicia en 1933.
Si bien no se sabe qué sucedió con este plan de corte moderno, es claro que su formulación significó un corte total con las prácticas acostumbradas. La creación en 1933 del Departamento de Urbanismo y la contratación de Karl Brunner evidencia el reconocimiento de que el planeamiento de la ciudad moderna demandaba herramientas más complejas que la sola voluntad del alcalde de turno o las ejecutorias de la Secretaría de Obras Públicas. El cambio de lenguaje y el uso de una nueva terminología son evidentes. Términos como urbanismo, plan de urbanismo, técnicos urbanistas, legislación urbanística, empiezan a invadir el lenguaje de la administración.
La aplicación de este bagaje conceptual de intervencionismo urbano está en coherencia con los cambios en la concepción del Estado que se está dando en el país. En efecto, el fin de la República conservadora (1880-1930), y su sustitución por gobiernos liberales, representó, específicamente desde 1934, con el gobierno de la Revolución en Marcha de Alfonso López Pumarejo, un cambio radical en la función del Estado. Cambio que implicaba una mayor intervención del Estado en los asuntos sociales y no sólo en los de infraestructura.
Este pensamiento permea completamente la acción del estado local en la capital y se deja notar en la preparación de la ciudad para los festejos del IV Centenario de su fundación, a cumplirse en 1938. Para ello se concertaron los esfuerzos de la nación, el departamento y el municipio, y fue motivo de fuertes debates acerca de la ciudad que se quería, la priorización de las intervenciones y los proyectos a ejecutarse. Estas efemérides fueron también motivo para introducir reformas administrativas en la estructura municipal y modernizar los mecanismos financieros.
Mediante el acuerdo 12 de 1935 se estableció el plan de obras para el IV Centenario, que incluía:
- Saneamiento y embellecimiento del Paseo Bolívar: adquisiciones de terrenos, erradicación de tugurios, construcción de algunas urbanizaciones, construcción de un parque.
- Construcción de nuevos barrios para acoger a los desplazados del Paseo Bolívar.
- Obras de alcantarillado y pavimentación.
- Construcción de escuelas públicas.
- Construcción de cuatro campos deportivos locales y baños públicos en barrios obreros.
- Construcción de un estadio olímpico.
- Construcción, regularización y ensanche de vías.
- Construcción del palacio municipal.
- Levantamiento de un monumento a los fundadores.
- Publicación de la historia ilustrada de la ciudad.
- Publicación de manuscritos inéditos del Archivo Municipal.
- Construcción de un hospital municipal en Chapinero.
- Ensanche de la red de acueducto.
- Construcción de la avenida del Centenario, entre Paiba y Puente Aranda.
- Continuación de la avenida Caracas.
- Construcción de casas para empleados municipales (barrio Muequetá).
- Construcción de cuatro clínicas de maternidad en barrios populares.
- Prolongación de la línea del tranvía de la calle 26 al barrio Samper Mendoza.
- Apertura de la calle 22 sur.
- Construcción del parque de la calle 42, entre carrera 7.ª y 13.
Este plan, de una gran concepción urbanística, incluía una primera intervención de renovación urbana, obras de servicios públicos y vías, y mejoramiento en el equipamiento colectivo de la ciudad. Se creó, además, la Junta del Centenario, encargada de la gestión del plan, así como de la reestructuración de la Secretaría de Obras, la creación de la oficina de Planos Obreros y la creación de la Lotería del Centenario. Por primera vez, y con notorio retraso, se reglamentó el impuesto de valorización para los predios beneficiados por las obras de este centenario. Con estas obras, los cambios en la concepción de la ciudad tuvieron un proceso de aplicación inmediata.
El Departamento de Urbanismo empieza a intervenir de manera directa en el trazado de nuevas urbanizaciones y en el control de los proyectos particulares, acciones en las que Brunner tuvo mucha influencia al proponer nuevos tipos de barrios y elevar su calidad urbanística. Brunner, además, comienza a proyectar fragmentos de la ciudad, en un proceso de “sutura” entre los sectores de la ciudad tradicional y los fragmentos de ciudad desarrollados de manera espontánea durante las tres primeras décadas del siglo xx, y en ello radica la enorme importancia de su labor.
El precario y rudimentario concepto de barrio, pensado en función del mercantilismo de tierras, reducido al loteo de las manzanas y con una mínima consideración al espacio público, empieza a ser modificado por las nuevas exigencias que introduce Brunner. Las calidades urbanísticas de las vías, las manzanas, los espacios públicos (como parques) y los equipamientos para los barrios, son un aporte fundamental de su gestión y representan un serio esfuerzo por establecer una reglamentación en concordancia con los principios de una ciudad moderna. Desafortunadamente, el vertiginoso crecimiento de las siguientes décadas dejó de lado estos esfuerzos.
Entre los proyectos realizados bajo la influencia de Brunner se destacan las urbanizaciones aledañas al río San Cristóbal, el replanteamiento del Luna Park, los trazados de los barrios Santa Lucía, Inglés y Claret, la propuesta para el ordenamiento del centro occidental en la zona de los barrios Santa Fe y Samper Mendoza, y posteriormente los trazados del Bosque Izquierdo y El Campín. Se destacan también los trazados de la avenida Caracas, el Park Way, la calle 57, así como los diseños de las calles 22, 24 y 34. En el tema de control de urbanizaciones, el trabajo del departamento se evidencia en los proyectos de los barrios La Magdalena, Teusaquillo y La Merced, donde es notoria la influencia de Brunner. Esto no impedía, sin embargo, que se siguiera practicando el otro modelo de barrio en las periferias de la ciudad, y luego en todas partes.
Otro esfuerzo de intervención urbanística fue el propuesto en 1944 por el ingeniero Alfredo Bateman, en el llamado Plan Soto-Bateman, que incluía, además de una zonificación de la ciudad, la ejecución y ampliación de varias vías, basándose en el nuevo sistema de valorización. Se trataba de una propuesta para descongestionar el centro y conectarlo mejor con sus alrededores. Como complemento de esta propuesta se reglamentó la primera zonificación por usos de la ciudad, aprobada en el acuerdo 21 de 1944, la cual establecía siete tipos de zonas según los usos permitidos. En 1945 se presentó el Plan de la Sociedad Colombiana de Arquitectos y en 1946 el Plan Vial de la revista Proa. En 1947 la ley 88 del 26 de diciembre ordenó la elaboración del Plan Regulador de Urbanismo en cada municipio con más de 200 000 pesos de presupuesto. En 1948 se presentó el Plan Mazuera con el propósito de reconstruir la ciudad luego del 9 de abril29.
La planeación moderna aparece en el Plan Piloto propuesto por Le Corbusier en 1949 y en el Plan Regulador de Wiener y Sert de 1953. En 1947 llegó por primera vez el maestro de la arquitectura y el urbanismo contemporáneos, Le Corbusier, con el propósito de elaborar un plan piloto para la ciudad. Hacia finales de la década, la situación del 40 por ciento de los habitantes de la ciudad era, en muchos aspectos, infrahumana: sin agua, sin electricidad, sin alcantarillado y en medio de una infecta convivencia con cerdos, perros, gallinas y otros animales. Por esos tiempos, la zona más densamente poblada era La Perseverancia, con 1 760 habitantes por hectárea, y la de menor densidad La Cabrera, con 5030.
La destrucción ocurrida el 9 de abril de 1948 llevó a las autoridades a pensar el futuro de la ciudad. El 5 de abril de 1951 se expidió el decreto municipal n.º 185 por el cual se adoptó el plan piloto de la ciudad y se trazaron normas generales sobre urbanismo y servicios públicos. Las disposiciones eran de carácter general y su objetivo la regulación del desarrollo y crecimiento de la ciudad en sus diversos órdenes. Se establecía el perímetro urbano, por fuera del cual no se autorizaría ninguna urbanización; se dividía el área comprendida dentro de dicho perímetro en diversas zonas y se eliminaban las mixtas; se fijaban zonas de reserva para industria y habitación en las que no se permitirían nuevas edificaciones ni modificaciones de las existentes.
Finalmente, Le Corbusier presentó un proyecto bastante ambicioso que era nada menos que la síntesis de la ciudad que él diseñaría en los años siguientes. La presencia de Le Corbusier dejó resultados, ciertamente positivos, como la creación de la Oficina del Plan Regulador de Bogotá. El plan de Le Corbusier sufrió algunas modificaciones orientadas a encajarlo mejor dentro de esquemas prácticos y reales31.
La expansión de la ciudad seguía siendo incontrolable e inclusive en contravía de lo que los urbanistas estaban proponiendo. En octubre de 1951 se constituyó una sociedad entre Mercedes Sierra de Pérez, propietaria de la finca El Chicó, y la empresa urbanizadora Ospinas & Cía., a fin de realizar una moderna urbanización en las 150 fanegadas de la propiedad32. Ésta fue una de las primeras grandes urbanizaciones de lujo con que contó Bogotá en el sector del norte. Simultáneamente, se emprendió la construcción del Centro Urbano Antonio Nariño, primer gran multifamiliar de clase media que tuvo la capital33. En 1952, Jorge Leyva, ministro de Obras Públicas, inició la construcción de una de las obras públicas de mayor trascendencia que ha conocido la capital: la Autopista del Norte, la vía que continuó proyectando a Bogotá en esa dirección y valorizando las tierras del sector. En agosto de 1953 se conoció el Plan Regulador, complemento del Plan Piloto.
El 17 de mayo de 1953 fue inaugurado el Hotel Tequendama, financiado por la Caja de Sueldos de Retiro de las Fuerzas Militares y construido por la firma Cuéllar, Serrano & Gómez, en los terrenos del viejo claustro de San Diego, que en años anteriores había sido ocupado por la Escuela Superior de Guerra, la Escuela Militar y el Ministerio de Guerra. Con el Hotel Tequendama, Bogotá contó, por fin, con una oferta hotelera contemporánea34. Lamentablemente, la edificación de este hotel coincidió con la absurda, torpe e innecesaria demolición del Hotel Granada, joya de la arquitectura republicana y milagroso sobreviviente del 9 de abril, sobre cuyos escombros se irguió la mole del Banco de la República.
Finalizando la década, en 1958, avanzaba a grandes pasos la construcción del moderno aeropuerto de El Dorado, uno de los más significativos pasos de progreso que dio Bogotá en la segunda mitad del siglo. En cuanto al aspecto urbanístico, el nuevo terminal aéreo fue una valiosa punta de lanza para expandir la ciudad en dirección occidental.
La construcción de vivienda continuaba. Sin embargo, para 1955 el déficit habitacional de Bogotá se calculaba en 50 927 unidades35. En 1957, y de conformidad con el Plan Regulador, se anunciaron varias obras: la prolongación de la carrera 10.ª, de la calle 10 a la 6.ª; la construcción de la avenida Quito (carrera 30) con un ancho de 60 metros, desde la calle 26 hasta la 63; la ampliación y reconstrucción de la avenida Caracas, de la calle 47 a la 68; la repavimentación de la avenida de Chile, y el diseño de la avenida de los Cerros36. En varias oportunidades el doctor Laureano Gómez, ingeniero de profesión, había insistido en la construcción de esta avenida. Otras obras importantes fueron el Centro Administrativo Nacional (CAN) y el Parque de La Florida. En febrero de 1958 se acordó la construcción de la avenida 26 con su sistema de puentes y viaductos37, obra de vital importancia para Bogotá que, sin embargo, en opinión de algunos, habría podido realizarse sin sacrificar el bellísimo Parque de la Independencia. Hay que destacar también, como una de las obras de mayor envergadura realizada para la IX Conferencia Panamericana de 1948, la avenida de las Américas, que conectaba el centro de la ciudad con el aeropuerto de Techo.
En 1952, cuando comenzó la venta de los primeros lotes de la urbanización Chicó, la publicidad subrayaba como ventaja que quedara a kilómetro y medio de la avenida Chile en dirección norte. En la década de los sesenta ese tipo de propaganda ya no era necesario. La gente sabía que para consolidar una categoría social era preciso habitar en el norte de la ciudad. El contraste con las zonas del sur se hacía cada vez más notorio38.
En cuanto a la densidad de la población, ésta mantuvo una tendencia al aumento hasta 1958, año en que comenzó a descender. En efecto, en 1938 había 131,40 habitantes por hectárea; en 1958, 140,91; y en 1964, 118,3739.
En 1964 un estudio demostró que en Bogotá el 90 por ciento del área desarrollada estaba ocupada por vivienda, mientras sólo el 10 por ciento lo estaba por industria y comercio. Esta desproporción resulta más grave si se tiene en cuenta que, por la misma época, la tierra urbana destinada a vivienda en los Estados Unidos ascendía al 39 por ciento. Éste era el resultado del desmedido crecimiento demográfico40.
En octubre de 1959 se inauguró el edificio del Banco de Bogotá, considerado entonces como el mejor de la capital en todos los aspectos. Con sus 23 pisos y su moderna estructura, era toda una innovación en la arquitectura bogotana. En diciembre del mismo año se puso en servicio el nuevo aeropuerto de El Dorado, cuya construcción había sido sugerida por el señor Lauchlin Currie desde 194841.
El acelerado crecimiento demográfico incidía de manera dramática sobre el déficit habitacional, hasta el punto de que en 1960 se calculaba que había un retraso de 22 años en construcción de viviendas.
En 1961, con un presupuesto de 240 millones de pesos, se inició el ambicioso proyecto de Ciudad Techo (hoy Kennedy), entonces uno de los proyectos urbanísticos más grandes de Latinoamérica, financiado en un 70 por ciento con recursos nacionales y el resto con empréstitos foráneos42.
En 1967, Bogotá quedó definitivamente confirmada como sede del XXXIX Congreso Eucarístico Internacional y, poco después, se anunció oficialmente la presencia del sumo pontífice Paulo VI en el mismo. La administración distrital, dirigida por el alcalde Virgilio Barco Vargas, trazó un vasto plan destinado a terminar algunas de las obras que comenzó el progresista alcalde Jorge Gaitán Cortés e iniciar otras para la modernización de la ciudad. Vías de tanta importancia como la carrera 30, la avenida 68 y la nueva calle 19 fueron producto de este vigoroso impulso del alcalde Barco al desarrollo de la capital.
——
Notas
- 1. Mejía, Germán, Zambrano Fabio, La zonificación decimonónica, copia a máquina, pág. 4.
- 2. Citado por Mejía, Germán y Zambrano, Fabio, op. cit., pág. 25.
- 3. Ibíd.
- 4. El Tiempo, 12 de mayo de 1915.
- 5. El Tiempo, 27 de mayo de 1914.
- 6. Castillo, Juan Carlos del, Bogotá. El tránsito a la ciudad moderna, 1920-1950, Bogotá, Universidad Nacional, 2003, págs. 46 y 47.
- 7. Mensaje del presidente del Concejo de Bogotá, 1923, Bogotá, Concejo de Bogotá, 1927, págs. 197 y ss.
- 8. Mesa, Jorge, La Perseverancia: historia y vida cotidiana, tesis de grado, Universidad Nacional, Departamento de Sociología, 1986, pág. 37.
- 9. Gaceta Republicana, 28 de marzo de 1917.
- 10. El Tiempo, 20 de julio de 1918.
- 11. Ortega, Alfredo, “Arquitectura en Bogotá”, en: Anales de Ingeniería, n.o 373 y 374, abril y mayo de 1924, pág. 329.
- 12. Téllez, Germán, “La arquitectura y el urbanismo en la época republicana”, en: Manual de historia, tomo II, Bogotá, Colcultura, 1979, pág. 522.
- 13. Habitaciones obreras en Bogotá, Bogotá, Casa Editorial Minerva, 1922.
- 14. Memoria municipal, 1927, op. cit., pág. XXVII.
- 15. Ibíd., pág. XXXVIII.
- 16. Ibíd., pág. LIV.
- 17. Ibíd.
- 18. Cromos, 16 de enero de 1926.
- 19. El Tiempo, 15 de enero de 1926.
- 20. Ibíd., 24 de mayo de 1929.
- 21. El Espectador, 20 de junio de 1927.
- 22. El Espectador, 26 de marzo de 1930.
- 23. Ibíd., 22 de junio de 1930.
- 24. Ibíd., 18 de abril de 1931.
- 25. Ibíd., 29 de septiembre de 1933.
- 26. Téllez, Germán, “La arquitectura y el urbanismo en la época actual”, op. cit., pág. 375.
- 27. Saldarriaga, Alberto, Bogotá siglo xx. Urbanismo, arquitectura y vida urbana, Bogotá, Alcaldía Mayor de Bogotá, 2000, pág. 96.
- 28. Cortés, Fernando y Brunner, Karl, La construcción de la ciudad como espacio público, Museo de Arte Moderno de Bogotá, Bogotá, 1989, citado por Saldarriaga, Alberto, op. cit., pág. 100.
- 29. Hernández, Carlos, Las ideas modernas del plan para Bogotá en 1950. El trabajo de Le Corbusier, Wiener y Sert, Bogotá, Instituto Distrital de Cultura y Turismo, pág. 69.
- 30. El Tiempo, 26 de junio de 1951.
- 31. Téllez, Germán, op. cit., pág. 375.
- 32. El Tiempo, 31 de octubre de 1951.
- 33. Ibíd., 22 de julio de 1952.
- 34. Ibíd., 16 de mayo de 1953.
- 35. El Espectador, 17 de diciembre de 1955.
- 36. Intermedio, 17 de marzo de 1957.
- 37. El Tiempo, 28 de febrero de 1958.
- 38. Alternativas para el desarrollo urbano de Bogotá, Bogotá, Universidad Nacional, 1969, pág. 57.
- 39. Ibíd., pág. 72.
- 40. Ibíd., pág. 32.
- 41. El Tiempo, 10 de diciembre de 1959.
- 42. Ibíd., 18 de diciembre de 1961.