- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Movimientos sociales
Obra del extraordinario dibujante francés Édouard Riou, discípulo de Gustave Doré. Riou (1833-1900) ilustró las novelas de Alejandro Dumas, Walter Scott y Julio Verne, entre otras, y recorrió Europa, Rusia y América para nutrir con sus dibujos las páginas de Tour du Monde, L’Illustration y Le Monde Illustré. Festejos del 20 de julio de 1860, cincuentenario de la independencia, celebrado con toda pompa no obstante el estado de guerra en que se hallaba el país.
Obra del extraordinario dibujante francés Édouard Riou, discípulo de Gustave Doré. Riou (1833-1900) ilustró las novelas de Alejandro Dumas, Walter Scott y Julio Verne, entre otras, y recorrió Europa, Rusia y América para nutrir con sus dibujos las páginas de Tour du Monde, L’Illustration y Le Monde Illustré. Patio del convento de Santo Domingo. Faltaba un año para que, con la desamortización de bienes de manos muertas, el convento pasara a manos del gobierno y se convirtiera en la sede del Congreso Nacional.
Bajo el gobierno de José Hilario López, 1849-1853, se efectuaron grandes reformas de tipo radical. Fueron abolidos los resguardos indígenas de la sabana de Bogotá, se decretó la libertad de los esclavos y la libertad absoluta de prensa —que no era muy del agrado del presidente—, el libre comercio, la expulsión de los jesuitas, el fomento de las sociedades democráticas, que le dieron un tinte socialista y le ganaron, por parte de la opinión europea, el mote de “gobierno rojo”, aunque estaba lejos de serlo. Sufrió una feroz oposición por parte del recién fundado Partido Conservador, que en 1851 se levantó en armas para derrocar el gobierno liberal de José Hilario López, que derrotó sin dificultad a los rebeldes, cuyo jefe principal, el doctor Mariano Ospina Rodríguez, fue apresado en Cartagena y expulsado del país después de unos meses de encierro en las mazmorras de Bocachica. José Hilario López, miniatura de Víctor Moscoso. Colección de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Desde 1847, don Mariano Ospina Rodríguez advirtió sobre las consecuencias desastrosas que traería la ley de abolición de los resguardos indígenas, que tuvo pleno efecto, para la sabana de Bogotá, durante el gobierno de José Hilario López. Los indígenas, en efecto, quedaron desprotegidos y al ser desplazados de sus resguardos buscaron refugio en Bogotá, donde tuvieron que vivir de la mendicidad, y en no pocos casos se integraron a bandas de asaltantes y saqueadores de residencias. Agobiados por su situación social y económica, se unieron en 1851 a la rebelión conservadora encabezada por el doctor Ospina Rodríguez. En 1856 el cabildo indígena de Fontibón dirigió al Congreso de la República un sesudo memorial en que pedía la derogación de la ley que había suprimido los resguardos. Elegido presidente al año siguiente, Ospina Rodríguez restituyó los resguardos indígenas. Mariano Ospina Rodríguez, miniatura de Coriolano Leudo. Colección del Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Uno de los billetes con que el Estado de la Nueva Granada pagaba a los dueños de esclavos por la manumisión, según disposiciones legales que regían desde 1843. La manumisión era voluntaria y el poco valor de los billetes, que no tenían respaldo en oro, surtió escaso efecto en el propósito de lograr la liberación del mayor número de esclavos sin necesidad de una ley. Sólo en 1850 el Congreso dictó la ley de abolición de la esclavitud dentro del territorio de la Nueva Granada que, sancionada por el presidente José Hilario López, entró de inmediato en vigencia. Colección numismática del Banco de la República.
Simón Bolívar consiguió del Congreso de Cúcuta (1821) la primera medida en favor de los esclavos. Grabado de Rodríguez en el Papel Periódico Ilustrado.
Circular enviada por el dirigente artesanal Ambrosio López a distintas personalidades de la capital, solicitando su colaboración para las fiestas que se celebraron el 20 de julio de 1849.
Uno de los movimientos políticos de carácter popular más importantes del siglo xix fue la Sociedad Democrática de Artesanos, cuyo propósito sustancial era defender los intereses de la industria nacional y oponerse al librecambio, introducido por la administración del general Mosquera (1845-1849) en la segunda mitad de su mandato. La política librecambista, mantenida por los distintos gobiernos, entre 1847 y 1878, arruinó a los artesanos y retrasó en medio siglo el desarrollo industrial del país. Aunque las Sociedades Democráticas se disolvieron a mediados de la década del cincuenta, el movimiento artesanal de oposición al librecambio fue un factor fundamental en la política y el que de manera decisiva contribuyó a la elección del general Julián Trujillo (1878), que comenzó el desmonte del librecambismo, y de Rafael Núñez (1880), que implementó una honda política proteccionista. Don Ambrosio López fue uno de los impulsores y fundadores de la Sociedad Democrática de Artesanos en 1847, de la que se retiró en 1849, por estar en desacuerdo con el talante izquierdista que tomó el movimiento. Ambrosio López, acuarela de José María Espinosa. Colección del Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Pedro Alcántara Herrán, presidente de la república de 1841 a 1845, contribuyó a aplastar la rebelión artesanal-militar acontecida en Bogotá en 1854.
Joaquín Pablo Posada y Germán Gutiérrez de Piñeres publicaron y dirigieron en 1849 el semanario satírico El Alacrán. Aunque sólo aparecieron siete números, pues sus autores fueron demandados por calumnia e injuria, y encarcelados.
El Alacrán ocasionó un terremoto político en el país y creó en los artesanos una gran conciencia política. Tanto Posada como Piñeres desempeñaron papel de enorme importancia en el gobierno de López y fueron, junto con Francisco Antonio Obregón, los ideólogos del movimiento artesanal que tomó el poder el 17 de abril de 1854 en cabeza del general José María Melo.
El Alacrán asumió una posición radical contra la plutocracia mercantil y financiera de la capital. A la altura del número 3, los redactores de la publicación fueron a la cárcel, desde donde siguieron escribiéndola y editándola.
El Alacrán asumió una posición radical contra la plutocracia mercantil y financiera de la capital. A la altura del número 3, los redactores de la publicación fueron a la cárcel, desde donde siguieron escribiéndola y editándola.
La concentración en la ciudad de gran número de indígenas afectados por la disolución de los resguardos, contribuyó a los movimientos populares bogotanos de 1849-1854. Tipo de indios cestereros. Grabado de Adolfo Flórez en el Papel Periódico Ilustrado.
El gobierno de José Hilario López cambió en 1850 el nombre de Plaza de Bolívar por el de Plaza de la Constitución, medida aplaudida por los herederos políticos del general Santander, llamados “gólgotas”, y rechazada por los artesanos, apodados “draconianos”. El 19 de mayo de 1853, al tiempo que se aprobaba la nueva constitución, los artesanos pidieron ante el Congreso la abolición del librecambio. Cuando pasaban por la Plaza de Bolívar, los draconianos fueron agredidos por los gólgotas y se formó una reyerta descomunal. Grabado de E. Theron en América pintoresca.
José María Samper Agudelo (1828-1888) fue en su juventud un fogoso librepensador radical. Contribuyó a fundar la Escuela Republicana que reunía a los jóvenes que, so pretexto de la libertad de pensamiento y de expresión, respaldaban el librecambio comercial. Un discurso de Samper en la Escuela Republicana, en que alude al mártir del Gólgota, y dice que los radicales eran los modernos gólgotas, le valió a esta corriente política librecambista el apodo de gólgotas, que constituían una curiosa aleación de antítesis: socialismo con librecambio. Posteriormente José María Samper dio un giro de 180 grados y se convirtió en ideólogo del Partido Conservador, católico ferviente y enemigo acérrimo del librecambio. Con Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, gestó la Constitución de 1886. Grabado de Rodríguez en el Papel Periódico Ilustrado.
Presidente del Senado, el general Tomás Herrera firmó la Constitución de 1853, y ejercía la presidencia de la Cámara de Representantes cuando ocurrió el golpe artesanal del 17 de abril de 1854, que depuso al presidente Obando. Tomás Herrera consiguió huir de Bogotá, organizó las tropas constitucionales y como primer designado se declaró en ejercicio del poder ejecutivo en Chocontá. Derrotado por el ejército de Melo en Zipaquirá y Tiquisa, se replegó hacia Mariquita y Neiva e instaló en Ibagué el gobierno paralelo, denominado constitucional. Entregó el poder ejecutivo al vicepresidente José de Obaldía, y se puso al mando de las tropas que sitiaron a Bogotá en diciembre de 1854. Durante la toma de la capital, Tomás Herrera fue herido el 4 de diciembre y murió al día siguiente.
José Manuel Restrepo (1781-1863) no fue sólo un político de grande influencia en las primeras décadas de la República, sino el primer historiador colombiano. Escribió en varios volúmenes la Historia de la revolución, de la que fue testigo o actor en muchos de sus episodios, y conoció a varios de los protagonistas. Trabajó con el Libertador y con el general Santander, y dejó un archivo de inmenso valor documental que ha sido fuente inagotable para la investigación histórica en el país. José Manuel Restrepo, óleo de Ricardo Acevedo Bernal. Academia Colombiana de Historia, Bogotá.
Después de la agresión de los gólgotas contra los draconianos, el 19 de mayo de 1853, aquellos prometieron desquite. El 8 de junio le tendieron un cerco a Florentino González (campeón del librecambismo) a la salida del Congreso, enfrente de Santo Domingo, y le dieron una paliza. Acudió a defenderlo su correligionario, el joven Eustorgio Salgar, que también recibió lo suyo. Salgar se quejó de que los artesanos lo habían escupido. Eustorgio Salgar en 1863. Fotografía de Demetrio Paredes.
El general José María Obando fue depuesto por el golpe militar-artesanal del 17 de abril de 1854, luego de que se negara a ponerse al frente del mismo. Acusado al año siguiente ante el Congreso de haber sido cómplice del golpe de Melo, fue enjuiciado, condenado, destituido de la presidencia y desterrado.
La caída de Melo, caricatura de José María Espinosa. Su golpe de Estado fue interpretado siempre de manera partidista. Álbum Espinosa. Biblioteca Nacional, Bogotá.
El general José María Melo encabezó el golpe militar-artesanal del 17 de abril de 1854. Derrotado por las tropas constitucionales en diciembre de 1854, al año siguiente se le sometió a juicio por el Congreso. Fue condenado y desterrado. En febrero de 1860 se unió en México al ejército del presidente Benito Juárez para luchar contra la guerrilla clerical conservadora en armas contra Juárez. Durante una batalla en la hacienda de Juancaná, estado de Chiapas, Melo fue herido, hecho prisionero y fusilado el 1.o de junio de 1860. Miniatura de Víctor Moscoso.
Santiago Pérez, presidente liberal-radical (1874-1876). Como fiel exponente de las doctrinas del “dejar hacer” no pudo impedir el “motín del pan” de 1875. Óleo de autor anónimo. Colección del Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
El “orejón sabanero” debía su nombre a la manera peculiar como amarraba un pañuelo a su cabeza, debajo del sombrero. Dibujo de Ramón Torres Méndez, 1857. Ilustración para el libro de Isaac Holton New Granada: Twenty Months in the Andes. Original extraviado.
Indio jaulero, xilografía de Ricardo Moros Urbina y fotografía original de Julio Racines. Las clases trabajadoras de Bogotá se vieron engrosadas en gran medida por los indios desalojados de sus resguardos. Papel Periódico Ilustrado.
Una de las principales motivaciones para el auge bancario a partir de 1870, fecha en que se fundó el Banco de Bogotá, era la capacidad de emitir papel moneda, o dinero en billetes, de acuerdo con las reservas metálicas —en oro o en plata— que el banco tuviera en sus depósitos. En la década del setenta había una discusión mundial sobre si el patrón monetario internacional debería ser el oro o la plata. Desde la Constitución de Rionegro, en los Estados Unidos de Colombia se utilizaban ambos metales, con el mismo valor adquisitivo. En este billete del Banco de Bogotá, emitido en 1873, se dice que “pagará al portador a la vista Cinco Pesos en moneda de plata de 0.900 talla mayor, o de oro o plata equivalentes a esta [a la talla] con el premio o descuento correspondientes en la plaza”. El premio o descuento era el porcentaje que el banco ganaba por la transacción del papel moneda por moneda metálica. Billete de 5 pesos del Banco de Bogotá. Colección numismática del Banco de la República.
Milicias neogranadinas. En lo fundamental, las tropas irregulares de a pie y de a caballo eran las que principalmente conformaban las fuerzas que se enfrentaban en las contiendas civiles del siglo pasado. Acuarela de Edward W. Mark.Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Auguste Le Moyne, Vista de Bogotá desde la Huerta de Jaime, ca. 1830. Tinta sobre papel. Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Bogotá padeció durante esta guerra el asedio de la guerrilla conservadora de “Los Mochuelos”, dirigida y en gran parte conformada por jóvenes de prestantes familias de la capital. “Los Mochuelos” finalmente hubieron de entregarse, con honores, al gobierno liberal-radical. Recluta y veterano de infantería en la revolución de 1876. Acuarela de Ramón Torres Méndez. Colección de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Vista panorámica de Bogotá, desde el oriente, a finales del siglo xix. El sector detallado por el dibujante A. Slom muestra la parte sur de la ciudad, desde Santa Bárbara y San Agustín, hasta Las Cruces, y los barrios orientales de Belén, Egipto y San Cristóbal, donde funcionaban algunas fábricas y ladrilleras.Grabado de A. Slom, ca. 1893.
El cartagenero Higinio Cualla se desempeñó como alcalde de Bogotá durante 18 años en el periodo de La Regeneración. La capital le debe a la iniciativa de Cualla importantes obras de modernización y progreso.
Texto de: Eugenio Gutiérrez Cely
DE LA COMUNIDAD A LA MENDICIDAD
El viajero francés Boussingault anotaba en 1823 que los aborígenes de Bogotá y la sabana “generalmente viven fuera de la ciudad, en chozas circulares de techo cónico, en la misma forma en que los encontraron los españoles. La única diferencia que se nota entre el muisca actual y sus antepasados es que ha perdido su idioma autóctono. El indio vive más o menos como vivía tres siglos atrás, con su familia no muy numerosa. Cultiva su chacra y cría gallinas. Es asiduo y paciente en el trabajo. En los caminos se le encuentra hilando algodón con huso al mismo tiempo que camina y vigila los ganados”1.
Una vez establecido el gobierno republicano fue preocupación de los legisladores convertir a los indígenas en propietarios individuales desmontando el viejo sistema de resguardos que había creado y puesto en vigencia la corona española siglos atrás. La figura jurídica del resguardo tenía como finalidad esencial proteger a los naturales contra el poder y los abusos de los latifundistas agrupándolos en parcelas comunitarias que ellos podían cultivar mas no enajenar. En términos de lenguaje popular, los resguardos impedían que el pez grande se comiera al chico.
Vientos nuevos soplaron sobre los resguardos con el triunfo de la Independencia. Los legisladores republicanos juzgaron limitante y opresivo el régimen de propiedad comunitaria y se propusieron desde los comienzos de la nueva era la finalidad de desmontarlo. Conforme con su criterio los indígenas no tenían por qué ser ciudadanos de segunda categoría, sujetos a cortapisas en sus derechos de comprar y vender la tierra con libertad irrestricta. Pensaban que obligarlos a vivir dentro del régimen de resguardos era algo así como mantenerlos parcialmente aherrojados. La libertad era para todos y en igual proporción. En consecuencia, ya en octubre de 1821 se promulgó la primera ley dirigida a demoler la antigua armazón de los resguardos; leyes de marzo de 1832 y junio de 1834 completaron la realización de este objetivo.
La verdad es que nada pudo ser más funesto para la vida y condición general de los aborígenes que la demolición de los resguardos. La idea de los legisladores republicanos de crear por la simple virtud de la ley una inmensa multitud de felices propietarios y acomodados minifundistas resultó ser una absoluta utopía. Cuando los indígenas usufructuaban en comunidad las tierras de los resguardos nada les faltaba y vivían dentro de un nivel aceptable. Pero al ser autorizados por el legislador para repartir y luego enajenar las tierras comunales se hizo patente la diferencia entre los recursos políticos y económicos de los poderosos enfrentados al desamparo de los indígenas. En el momento en que el legislador repartió las tierras de los resguardos y entregó a cada aborigen su parcela con plena potestad para hacer de ella lo que quisiese, los más pudientes cayeron sobre ellos como aves rapaces, les compraron sus tierras, por lo general a precios viles, y de la noche a la mañana los convirtieron en asalariados, arrendatarios y concertados en el campo, y en mendigos y aun maleantes en la ciudad.
Dejemos que sea un destacado testigo directo de esta situación quien nos trace un cuadro patético y veraz de los efectos que produjo la disolución de los resguardos. Se trata del gobernador de Bogotá, Alfonso Acevedo, quien dirigió una comunicación al secretario del Interior, la cual publicó El Constitucional de Cundinamarca el 3 de abril de 1842. En el documento del señor Acevedo se aprecia de manera impresionante el cúmulo de tropelías y depredaciones de que fueron víctimas los aborígenes a partir del momento en que empezaron a gozar de la dichosa “libertad” de propietarios individuales de tierras. Veamos el texto de este valioso testimonio:
“Por desgracia el mal es ya irreparable y en unas partes la avaricia, y en otras la ignorancia ha reducido a centenares de indígenas a la más completa mendicidad. … Es un dolor que las disposiciones que se dictan para elevar a los indígenas a la clase de propietarios haya servido de instrumento para reducirlos a la miseria… En algunas parroquias han sido despojados de [sus terrenos] exigiéndoles por los curas las pequeñas porciones que les han cabido en pago de entierros. En otras han vendido sus porciones a pesar de la prohibición [para hacerlo] pues algunos jefes políticos… por interés personal, han dado licencia para la venta, verificándose ésta en reducidas cantidades que se entregan a los indios poco a poco y que sólo sirven para fomentar en ellos el vicio de la embriaguez; en otras, no pudiendo conseguirse licencia para ventas se han inventado el que los indígenas empeñen indefinidamente sus terrenos a los propietarios vecinos que de este modo los adquieren a pesar de las disposiciones legales; y en todas las parroquias hay una tendencia constante a apoderarse de los resguardos de indígenas y estos infelices, sin capacidad para defender sus derechos y engañados constantemente por los mismos que debieran protegerlos, no pueden conservar su propiedad…
”En el estado en que hoy se encuentran los repartimientos no pueden ya suspenderse; [pienso que] antes de 4 años ningún indígena poseerá porción alguna de terreno, resultando el grave inconveniente de que todos ellos se conviertan en mendigos y holgazanes, dejando la útil profesión de la agricultura de que hoy viven proporcionando a la raza blanca víveres abundantes y baratos, pues como Ud. habrá observado los terrenos que estos poseen son en general los más bien cultivados, y los indígenas son los que proveen todos los mercados de la provincia [de Bogotá] de los víveres necesarios”.
Anotábamos anteriormente que la policía bogotana tomó la medida de “concertar” vagabundos y pordioseros en casas particulares de la ciudad y el campo. Es triste verificar cómo muchos de esos pobres “concertados” habían sido antaño tranquilos y apacibles beneficiarios de las tierras comunales de los resguardos que, como consecuencia de la “libertad” que les había otorgado el reparto de los mismos, se veían ahora sumidos en la más negra indigencia.
En 1847 se hallaba en plena marcha la política de desmonte de los resguardos indígenas. El 1.o de septiembre de ese año Pastor Ospina, gobernador de Bogotá, presentó a su sucesor Mariano Ospina un informe en el que le decía que ya se había repartido el resguardo de Facatativá y que se habían tomado las medidas para hacer lo propio con los de Nemocón, Fúquene, Fómeque, Zipacón, Tabio y Tocancipá. Mariano Ospina, a su turno, informó a la Cámara Provincial el 21 de septiembre siguiente, que en los pocos días que llevaba desempeñando la Gobernación “es muy raro aquel en que no se hayan presentado en ella algunos indígenas poniendo quejas y haciendo reclamaciones relativas a sus resguardos; algunos son de los distritos en que ya se hizo la distribución y la mayor parte de aquellos en que está aún por hacerse”.
Durante 1849 se repartió el resguardo de Suba. Poco después, en septiembre de 1851, el gobernador Patrocinio Cuéllar informó a la Cámara Provincial que en los últimos cuatro años también se habían repartido los resguardos de Fómeque, Nemocón y otros, agregando que consideraba que si la prohibición a los indígenas de vender las parcelas recibidas era perjudicial a ellos y a la riqueza agrícola de la provincia, la existencia de resguardos todavía sin distribuir “agrava el mal hasta donde es posible”. Cuéllar solicitó de manera encarecida a la Cámara otorgar a los indios facultades tan amplias como las de los demás ciudadanos para negociar en todo sentido y enajenar sus parcelas luego de que los resguardos les hubieran sido repartidos. La corporación accedió y fue así como el 4 de octubre de 1851 se produjo el golpe definitivo a los aborígenes de la sabana y en general a los de la provincia de Bogotá, por medio del decreto que dispuso la libre enajenación de las tierras que les fueron asignadas luego de repartidos los resguardos. Algún influjo debió tener esta medida en el recrudecimiento de las luchas populares que vivió Bogotá en 1853-1854, que adelante veremos, aunque es difícil precisar en qué forma concreta.
Los resguardos de Bosa, Engativá, Soacha, Fontibón, Cota y Zipacón se distribuyeron entre 1856 y 1858. En sus Memorias, Salvador Camacho Roldán sintetizó admirablemente las consecuencias de esta medida:
“Los indígenas inmediatamente vendieron las parcelas que les fueron asignadas a vil precio a los gamonales de sus pueblos, y se convirtieron en peones de jornal, [sus] tierras de labor fueron convertidas en dehesas de ganado, y los restos de la raza poseedora siglos atrás de estas regiones se dispersaron en busca de mejor salario a las tierras calientes”.
No había que poseer facultades proféticas para presagiar los resultados que traería consigo la disolución de los resguardos. De inmediato la mendicidad y la miseria se extendieron por toda Bogotá de una manera impresionante, ya que esta capital se convirtió en el refugio elegido por los indígenas que, luego de malvender las tierras de sus resguardos y no encontrar trabajo como peones de los latifundios ganaderos, recalaron en Bogotá en procura de mínimos medios de supervivencia.
Decía sobre este particular el gobernador Ospina en un informe a la Cámara Provincial cuando el problema apenas empezaba, vale decir, en 1846, que hacía algún tiempo que el número de menesterosos mantenidos en la Casa de Refugio de la ciudad no bajaba de 220 diarios, y que sus rentas estarían alcanzadas “si no se hubiese procurado el que salieran, a cargo de personas de responsabilidad, casi todos los jóvenes que han llegado a estado de poder ser concertados. También en poco más de tres años se ha duplicado el número de expósitos, y es de temerse que el aumento siga en progreso”.
Al desmantelamiento de los resguardos se agregaron las tres guerras civiles ocurridas entre 1851 y 1863 para agravar más aún esta situación de indigencia colectiva en Bogotá. Informaba el periódico La Opinión del 23 de septiembre de 1864 que la afluencia de indigentes a la ciudad estaba tomando propociones de calamidad pública, que en sólo la mañana del sábado anterior se habían recogido 237 mendigos y que si a esa cifra se agregaba la de los presos por hurto y robo que atestaban la cárcel pública, “si nos ponemos a investigar el número de familias miserables que viven angustiadas por el hambre… y si a tales datos agregamos lo que se desprende de la lectura de los Anales de la Policía que publica el Diario Oficial, tendremos formulada la estadística más abrumadora de las miserias morales y físicas de esta ciudad”.
Hay una obra imprescindible para la correcta apreciación de este fenómeno. Se trata de La miseria en Bogotá, de Miguel Samper, de la cual extraemos el siguiente aparte que sintetiza de manera admirable la situación en 1867:
“Los mendigos llenan calles y plazas, exhibiendo no tan sólo su desamparo, sino una insolencia que debe dar mucho en qué pensar, pues la limosna se exige y, quien la rehuse, queda expuesto a insultos que nadie piensa en refrenar… Las calles y plazas de la ciudad están infestadas por rateros, ebrios, lazarinos, holgazanes y aun locos. Hay calles y sitios que hasta cierto punto les pertenencen como domicilio… La inseguridad ha llegado a tal punto, que se considera como acto de hostilidad el ser llamado rico…”2. Tal fue la situación que vivió Bogotá inmediatamente después de la disolución de los resguardos de indígenas. Los efectos de esta medida no pudieron ser más funestos.
ESCLAVOS Y TRABAJADORES
En la relación de mando del virrey Mendinueta, de 1803, se encuentra un dato importante para la apreciación de la situación social de Bogotá y la sabana a principios del siglo xix: “Son generales las quejas contra la ociosidad, todos se lamentan de la falta de aplicación al trabajo; pero no he oído ofrecer un aumento de salarío y tengo entendido que se paga en la actualidad el mismo que ahora 50 o más años no obstante que ha subido el valor de todo lo necesario para la vida [de ahí que], el infeliz que no quiso sujetarse a vender su industria, sus fuerzas y su inteligencia por menosprecio, viene a ser la víctima, se entrega al ocio, y para en la mendiguez”.
Los bajos salarios también afectaban al gremio de los artesanos de la capital, pues, según Mendinueta, “los maestros se lamentan de la falta de aprendices, y éstos no encuentran utilidad en serlo”.
Buscando solucionar las dificultades con la mano de obra, el gobierno municipal republicano entregó a los maestros artesanos un poder discrecional sobre sus trabajadores como forma represiva de compelerlos al trabajo. Al respecto, en octubre de 1829 se publicó un bando que prevenía que ningún artesano pudiera abrir taller sin previamente haber acreditado la aptitud necesaria por medio de un examen a juicio y aprobación de los maestros mayores del oficio, conminando a los infractores con cerrarles su taller “y sujetarlos a trabajar por un jornal, bajo la dependencia de otro maestro o propietario”. El bando ordenaba también que los jefes de taller y propietarios en general hicieran constar por escrito las condiciones que acordaran con sus oficiales y aprendices, y que cuando éstos dejaran el empleo les dieran un certificado en que constara el motivo por el cual salían del taller y si habían cumplido con exactitud sus compromisos y no dejaban trabajo por realizar. Sin tal certificación ningún oficial o aprendiz podría ser admitido a trabajar en otra parte. “De este modo se logra que, proporcionándosele a los maestros los recursos necesarios, puedan llenar sus deberes, lo que antes se les dificultaba mucho, a causa de no tener, o faltarles, cuando menos pensaban, los aprendices u oficiales del taller”3.
La situación continuó por lo que vinieron nuevas medidas coercitivas. En octubre de 1842 la Cámara Provincial de Bogotá promulgó un reglamento laboral ciertamente draconiano en que se estipulaba que los convenios hechos entre amos y criados para el servicio doméstico se extendieran por escrito “a fin de que puedan unos y otros ser obligados a su cumplimiento por la autoridad”. Más adelante seguía este reglamento con una disposición insólita: “Las nodrizas o amas de leche que se contrataren para criar hijos ajenos y comenzaren este encargo no podrán abandonarlo ni separarse antes que termine el término estipulado y serán compelidas por la policía en caso de resistencia”. Indicaba luego que las personas mayores de 18 años que se hubieran comprometido a trabajar para otra no podrían dejar su empleo antes de haber cumplido el tiempo de su compromiso4. Las autoridades de la ciudad publicaron en El Constitucional de Cundinamarca del 7 de julio de 1844 un aviso en el que advertían que, a fin de mejorar el servicio doméstico, invitaban a los amos a celebrar sus contratas con las criadas ante el jefe de policía para que, en caso de fuga, pudieran ser capturadas y devueltas a sus lugares de trabajo. Imposible imaginar una forma más perfecta de esclavitud sin el nombre de tal.
A la falta de estímulo para el trabajo, que hacía difícil conseguir y retener fuerza laboral libre en Bogotá, se debe también el que los dueños de esclavos en la ciudad fueran tan reacios a dar la libertad a sus negros y mulatos, y que en general los avaluaran a un precio excesivo —200 pesos un esclavo de 18 años, 250 pesos una esclava de 24 años y 300 pesos otra de 40 años—,5 en momentos en que una mula valía entre 35 y 45 pesos, un buey entre 25 y 30 pesos y una vaca entre 12 y 14 pesos.
Por ello mismo decía el gobernador Acevedo en una Memoria que presentó a la Cámara Provincial en 1845:
“La manumisión es el ramo más generalmente descuidado porque este negocio no es visto con el humano interés que debiera inspirar la triste situación de los siervos. Se nota una fuerte repugnancia en algunos dueños de esclavos ya para entregar a sus padres los menores, previa la indemnización de alimentos (art. 3, Ley de 21 de julio de 1821), ya para presentar los libertos de 18 años para que los alcaldes les expidan su carta de libertad (art. 1.o, Ley de 29 de mayo de 1842). Por ello es precisa un vigilancia extrema y una saludable energía para que no triunfe el interés sobre la humanidad”. Entre 1821 y 1845 sólo se manumitieron en el cantón de Bogotá 313 esclavos, según la Gaceta Oficial y sólo se otorgaron 159 cartas voluntarias de libertad, 51 de las cuales por reclutamiento militar y en pago de impuestos de manumisión correspondientes a testamentarias6.
Debido a una cruel paradoja ocurría muchas veces que los negritos jóvenes que obtenían su libertad salían a disfrutar de ella y, por supuesto, a tratar de conseguir trabajo. Al no poder hacerlo por las condiciones que ya hemos puntualizado, eran capturados por la policía y obligados a trabajar en casa de alguna familia con el ya descrito sistema de “concierto”. Las casas a las cuales eran destinados solían ser, en general, las de sus amos originales. En otras palabras, lo que el lenguaje popular denomina acertadamente “la vuelta del bobo”.
LOS ARTESANOS Y SUS LUCHAS
Del año de 1838 datan las primeras sociedades de artesanos que operaron en Colombia. Primeramente en junio de ese año7, el señor Ignacio Morales, católico fanático que a la sazón consideraba que el gobierno de Márquez era “adverso al catolicismo”, fundó en Bogotá una Sociedad Católica con unos rasgos y unas características hasta tal punto recalcitrantes, que el propio arzobispo Manuel José Mosquera se negó a ingresar a ella o a prestarle cualquier apoyo. En contraposición a este grupo, el santanderista Lorenzo María Lleras fundó la Sociedad Democrática Republicana. La intención del señor Lleras y sus partidarios era la de movilizar y aglutinar a los artesanos en torno a sus candidatos en las elecciones primarias de ese año. Don Lorenzo María se mostró particularmente dinámico y acucioso en la consolidación y expansión de estas células. Una vez establecida la de Bogotá, fundó varias en Tunja, Villa de Leyva y otros lugares del país. Coetáneas de la Democrática y de la Católica fueron en la capital la Filológica, también de menestrales, y la Bogotana, ambas de poca duración8. Como finalmente los católicos ultras y un sector de los santanderistas, dentro del que se encontraba precisamente Lleras, estuvieron al lado del gobierno de Márquez durante la Guerra de los Supremos, se entiende por qué los artesanos de Bogotá tomaron las armas para defender al gobierno en esta guerra9.
Al término de la misma, informa Gustavo Arboleda que en octubre de 1842, meses después de la quiebra de Landínez, los artesanos de Bogotá se agruparon para fundar una institución que denominaron Sociedad de Montepío y Caridad. Su finalidad esencial era la de proveer con auxilios a las familias de los afiliados muertos, así como a quienes por enfermedad quedasen transitoria o definitivamente incapacitados para trabajar. Ésta fue realmente la primera entidad mutualista que hubo en Bogotá y revela el grado de autonomía y espíritu de gremio que empezaba a imperar entre los artesanos de la capital.
En 1845, cuando la elección presidencial enfrentaba a los candidatos Eusebio Borrero y Tomás Cipriano de Mosquera, los artesanos de Bogotá se pronunciaron por este último10, pero hacia 1847 ya se estaban pasando a la oposición contra el gobierno de Mosquera, y la Sociedad de Artesanos y Labradores, fundada en ese año, se transformó en 1848 en la Sociedad Democrática, que puede considerarse como la organización gremial y política de los artesanos más beligerante que ha habido en la historia de Colombia. Vamos a ver el proceso en virtud del cual se llegó a esta metamorfosis, que dejó atrás las contradicciones entre maestros artesanos, necesitados de mano de obra, y oficiales y aprendices, reacios a trabajar por bajos salarios, y llevó a unos y otros, primero, a cerrar filas contra la invasión de manufacturas extranjeras, luego a protagonizar los enfrentamientos entre “guaches” y “cachacos” que sacudieron a Bogotá en 1853-1854 y, por último, a participar en un golpe de Estado que en 1854, durante ocho meses, arrebató el poder a los dos partidos tradicionales.
Desde 1833 hasta 1847, las manufacturas extranjeras habían venido siendo gravadas por derechos de aduana relativamente altos. Adicionalmente, los elevados fletes del transporte interno, debidos, como ya lo hemos visto, a las precarias vías de comunicación y medios de transporte, se constituyeron en otra especie de barrera proteccionista que defendió desde la misma independencia los productos de la artesanía nacional contra la competencia foránea. Pero este panorama cambió en la medida en que los raudos avances de las tecnologías norteamericana y europea de producción y transporte sacaron a los mercados artículos cada vez de mejor calidad y más baratos, lo que fue aprovechado por los comerciantes importadores de la Nueva Granada para traer cantidades mayores de estos productos y venderlos en sectores del pueblo que hasta entonces consumían básicamente artesanías nacionales. Por su parte, desde 1847 el secretario de Hacienda de Mosquera, Florentino González, empezó a impulsar una política librecambista que inundó todavía más el mercado nacional de productos extranjeros en detrimento de las manufacturas nacionales, cuya tecnología y formas de producción eran definitivamente estacionarias.
En ese año de 1847 ocurrieron dos sucesos que dieron renovada fuerza a la ofensiva contra las artesanías locales. Uno fue el conjunto de medidas tributarias producidas por la ley del 19 de junio de ese año, cuyo resultado final fue una sensible reducción de los gravámenes aduaneros. Respecto de estas medidas escribió el historiador Gustavo Arboleda en su Historia contemporánea de Colombia que la ropa hecha, los sombreros, las ruanas, los muebles, las monturas, la loza y otros artículos que tenían impuestos prohibitivos quedaron con gravámenes que permitían su importación, por lo que los sastres, ebanistas, talabarteros, alfareros y demás gremios de artesanos “se creyeron perjudicados con la nueva ley y consideraron al Doctor Florentino González [secretario de Hacienda] como el peor enemigo del pueblo”.
El otro acontecimiento que resultó fatal para la suerte de las artesanías criollas fue la regularización a partir de 1847 de la navegación a vapor por el río Magdalena. El gobierno fomentó mediante subsidios el establecimiento de sendas empresas de navegación fluvial en Cartagena y Santa Marta, las cuales colocaron en corto tiempo barcos de vapor en el río, que incrementaron y abarcaron la capacidad transportadora. Ello estimuló poderosamente la importación de géneros extranjeros, a la vez que facilitó extraordinariamente en todo sentido la exportación de nuestras materias primas.
No es coincidencia el hecho de que la Sociedad de Artesanos y Labradores naciera en Bogotá en el mismo año en que el gobierno de Mosquera empezó a impulsar la política librecambista, y en que, al mismo tiempo, principió a consolidarse la navegación a vapor por el río Magdalena. Los artesanos se veían así compelidos a ocuparse de la política.
La Sociedad Democrática
Emeterio Heredia, uno de los fundadores, en octubre de 1847, de la Sociedad de Artesanos y Labradores escribió, como respuesta al folleto Desengaño de su colega Ambrosio López, otro de los fundadores de la asociación, estas palabras:
“Organizamos esta sociedad compuesta de los artesanos de la capital porque sentíamos las funestas consecuencias de la bárbara ley que se dictó en aquel mismo año rebajando los derechos de importación y facultando con ella la introducción de varios artículos que en el país pueden manufacturarse igualmente a los extranjeros; tal medida que atacaba directamente nuestro bienestar y las profesiones que forman la ocupación de la mayor parte de la sociedad en general era preciso combatirla, y para ello se creyó indispensable reunirnos en sociedad para reclamar por medio de una representanción a las Cámaras Legislativas se reformase dicha ley, que usurpaba violentamente nuestros derechos con detrimento de la subsistencia de nuestras familias; y en efecto hízose y elevóse la representación al Senado y allí encalló porque siempre se nos ha mirado bajo una triste condición y casi con un absoluto desprecio. … La representación de que se habla fue elevada en tiempo de la administración del General Mosquera y negada”.
Las acusaciones lanzadas por los artesanos contra Mosquera, en las que lo sindicaban de ser el causante de su ruina, fueron aprovechadas por los liberales para granjearse el apoyo de este importante gremio. A Mosquera se le acusaba también de ser el más conspicuo representante de la oligarquía política y económica. Se decía de él que pertenecía a la “Sagrada Familia”, por ser hermano del ex presidente Joaquín Mosquera y del arzobispo Manuel José Mosquera y suegro del ex presidente Pedro Alcántara Herrán. Todo esto facilitó el trabajo adelantado por los liberales para captarse las simpatías de la clase artesanal. El sastre Ambrosio López, abuelo del ex presidente López Pumarejo, y uno de los más aguerridos dirigentes de los artesanos, relata en su escrito Desengaño qué se les decía entonces a los artesanos:
“Trabajemos compañeros, que bajando a estos pérfidos y tiranos conservadores subirá el General López, el áncora de las salvaciones públicas, quien… con el personal de nuestro partido liberal… nos hará felices haciendo valiosos nuestros artefactos, derogando esa ley dada por los conservadores, esa ley que ha bajado tanto los derechos a las obras que nosotros podemos trabajar en el país”.
En dos sentidos se realizó la concientización de los artesanos: en el de la lucha contra el librecambio y en favor de la protección a las manufacturas nacionales, aspecto en que sobre todo enfatizaban dirigentes salidos de la propia masa artesanal; y en el del enfrentamiento a la oligarquía conservadora gobernante desde 1837, contra toda clase de privilegios de casta y por la democratización general del país, aspecto en que fundamentalmente insistían políticos del Partido Liberal que empezaron a influir a los democráticos, y en particular jóvenes activistas liberales como José María Samper, Salvador Camacho Roldán, Carlos Martín y otros. Pronto los artesanos tuvieron que escoger por cuál de estas dos prédicas debían inclinarse; pero es un hecho que la virulencia de ambas despertó en ellos un profundo sentimiento clasista, social y político, pues al solo agravamiento de su situación económica y social por la competencia de las manufacturas extranjeras en el lapso de tiempo que va de octubre de 1847 a abril de 1854 no se puede atribuir la beligerancia política que adquirieron hasta atreverse, en 1854, a tomar el poder.
Por lo pronto, en 1849, la Sociedad de Artesanos y Labradores se transformó en la Sociedad Democrática, con un claro sentido político.
Influencia de la República francesa de 1848
En 1848, año anterior al triunfo liberal con José Hilario López a la cabeza, llegó a Bogotá la noticia de la proclamación revolucionaria de la Segunda República francesa, acontecimiento que produjo una fuerte sacudida ideológica en la juventud liberal e incluso en algunos conservadores como don Mariano Ospina Rodríguez, que quería echar al vuelo las campanas de la catedral para celebrar el fausto suceso11. En consecuencia, no puede desconocerse el vigoroso influjo que tuvieron los hechos revolucionarios europeos de 1848 sobre la marea liberal y progresista de 1849 en la Nueva Granada.
Se hablaba entonces con mucha insistencia de una ideología “socialista” que, por supuesto, era de carácter escencialmente liberal y que solía denominarse ?socialista simplemente porque por primera vez en la historia política del país se proclamaba el interés por buscar soluciones a los problemas sociales más apremiantes. En suma, una ideología básicamente romántica, algunos de cuyos breviarios eran las producciones literarias más populares de ese género en la época: la Historia de los girondinos, de Lamartine; Los misterios de París, de Eugenio Sué, y, más tarde, muy en especial, Los miserables, del gran Victor Hugo, que dio entonces la vuelta al mundo como el evangelio de todos aquellos que luchaban contra las desigualdades y las injusticias de la sociedad.
El nuevo “socialismo” de la juventud liberal, contradictoriamente, afirmaba su compromiso al mismo tiempo con los intereses de toda la sociedad y con las leyes “naturales” de la economía, para las cuales era contraproducente proteger las artesanías nacionales de la competencia extranjera. Era una vaga inclinación por “lo social” y, al mismo tiempo, un calculado interés en la fuerza que darían al Partido Liberal las masas urbanas y en particular los artesanos, su sector más fácilmente organizable y movilizable. Esto se lograría por medio de la educación, que al mismo tiempo se veía como la forma de contribuir a elevar la cultura del pueblo, con lo que se le ayudaba a salir de la miseria (supuestamente causada por la falta de educación) y se le adoctrinaba en los aspectos fundamentales en que el liberalismo principalmente requería de su movilización. Así lo expresó José María Samper en su Historia de un alma:
“Siendo los artesanos fuertes por el número, convenía neutralizar su fuerza material con otra más inteligente; y tanto por esta conveniencia como por entusiasmo democrático, centenares de jóvenes e individuos que no eran artesanos se hicieron recibir miembros de la Democrática. … ¿Qué hacíamos todos en la Democrática? Perorar y… organizar las fuerzas brutas del liberalismo. Pronto comprendí que aquel juego de peroraciones desarregladas sería estéril… a menos que se procurase la educación moral y política de los artesanos, casi todos ignorantes e incultos por extremo. Tomé interés, por tanto, en que se organizase, cumpliendo con uno de los objetos reglamentarios de la sociedad, un sistema de enseñanza gratuita; y dando el ejemplo establecí dos clases por mi parte, dictando lecciones orales de Moral y Derecho Constitucional en dos noches de cada semana. Mis lecciones eran escuchadas con placer por más de trescientos artesanos, y muchos de ellos, en las demás noches en que no había sesiones, asistían a clase de escritura, de historia patria, etc.”.
Estos jóvenes maestros crearon entre sus discípulos del artesanado una fuerte conciencia antioligárquica que, paradójicamente, no tardaría en volverse contra ellos.
Importancia de las manufacturas nacionales
La activa campaña ideológica de los liberales caía en terreno fértil, por una parte, debido al promisorio relevo que en esos momentos se operaba en el gobierno, el cual pasaba de manos de los ministeriales gobernantes desde 1837 a las de los liberales. Por otra, los artesanos padecían la ofensiva de las manufacturas extranjeras debido a los motivos antes expuestos. Y el problema se agudizaba con el hecho evidente de que la producción artesanal neogranadina era probablemente de las más altas en América Latina.
A propósito de esto escribía Camacho Roldán en sus Memorias que en la sola línea de tejidos de algodón y lana la producción alcanzaba un guarismo de más de seis y quizá de 7 000 000 de pesos en las provincias de Tunja, el Socorro y algo en las de Bogotá y Pasto. Que se fabricaban telas de algodón para camisa, pantalón, sábanas, colchas, ruanas, cortinas, toldos, hamacas y vestido interior de hombres y mujeres, desde calidades ordinarias hasta tejidos bastante finos y de bonita apariencia, además de frazadas, ruanas, telas para enaguas (frisa), monteras, medias, guantes, chumbes y sombreros de fieltro de lana. “Con estas telas se vestían las dos terceras partes de la población a lo menos, y se exportaba a Venezuela y Ecuador en cantidades de dos a trescientos mil pesos anuales. Sólo la gente acomodada usaba telas europeas”.
La protección aduanera había sido hasta allí menos importante para estas manufacturas locales que la que le ofrecían los pésimos caminos y la difícil topografía nacional. Pero, como ya vimos, el desarrollo tecnológico europeo y las lentas mejoras en las vías de comunicación y medios de transporte en el país iban reduciendo cada vez más esta protección. Los comerciantes importadores por su parte utilizaban su influencia política para reducirla aún más bregando por imponer el librecambismo pleno, pero los artesanos insistían en volver a crearla a partir de unas mayores barreras arancelarias. Luchaban contra cambios tecnológicos que no estaba en su mano controlar y contra políticas que apresuraban su ruina, que sí era posible neutralizar, por lo que volvieron sus ojos al Estado para conseguir de él la protección que los tiempos y los librecambistas les negaban. Por ello los artesanos se dedicaron a la política y como Bogotá era la ciudad que más concentraba mercancías extranjeras en el país, fue aquí donde se desarrolló con mas intensidad la resistencia política de los artesanos.
El Alacrán
Entre el 28 de enero y el 22 de febrero de 1849 circularon en Bogotá siete números de un periódico que se llamó El Alacrán, fundado, orientado y dirigido principalmente por el joven panfletario Joaquín Pablo Posada, que se haría famoso y temible con ese mismo seudónimo. El periódico asumió una posición radical contra la plutocracia mercantil y financiera de la ciudad. Vale anotar que cinco años más tarde, Posada tuvo una activa participación en el golpe de Estado que dieron el ejército y los artesanos, encabezados por el general José María Melo, con el propósito, entre otros, de proteger a la clase artesanal del país. El director del periódico escribía una columna que tituló “Comunismo”, en la que sustentaba en verdad una ideología, según decía su autor, “de inspiración evangélica”, lo cual es verosímil, si se tiene en cuenta que, dadas las comunicaciones de la época y el aislamiento de nuestro país, no era posible que Posada hubiera tenido tiempo de conocer El manifiesto del Partido Comunista publicado por Marx y Engels apenas unos meses antes en Europa. Consideramos importante citar un aparte de los virulentos artículos publicados en El Alacrán por Joaquín Pablo Posada porque en el momento que circularon influyeron en los artesanos de Bogotá de una manera reveladora, aunque hay que reconocer que atípica, del adoctrinamiento que los artesanos recibían por esta época de algunos jóvenes radicales:
“… Las añejas ideas de propiedad individual, deben ceder el campo a la idea del comunismo, que quiere decir: lo que hay en el mundo es de todos los hombres, todos tienen igual derecho a todo. … Y todas esas grandes riquezas hoy acumuladas en pocas manos; esas grandes riquezas cuyo origen sin excepción de ninguna, ha sido el engaño, la astucia, la iniquidad, se repartirán. … Vendrá un día en que los reyes, los grandes y los ricos no aparezcan sino en los teatros para servir de irrisión y divertimiento de las gentes. … Regido el mundo por el comunismo, esencia pura de la moral cristiana, jamás, jamás volverá a ser víctima triste de tan monstruosa diferencia”.
Ya a la altura del número tres de El Alacrán, sus redactores fueron a la cárcel, desde donde siguieron escribiendo y editando el periódico. En el número cinco editorializaron así:
“… Mientras tengamos la mente libre y una pluma; mientras veamos a los Calvos, Montoyas, Uribes, Santamarías, Escobares, Silvas y tantos otros, que gastan en una noche de orgía, en el traje de una mujer, o en una mesa de juego, tanto y más de lo que bastaría para satisfacer las necesidades de cincuenta familias al día siguiente; mientras tengamos ocasión de contemplar esos horribles inicuos contrastes de la superabundancia de los unos y de la suprema miseria de los otros; mientras veamos este círculo de agiotistas ganar en una hora con una perfidia y dos plumadas, más de lo que ganan cincuenta honrados artesanos en un año, en una palabra, mientras siga la sociedad organizada como lo está y tengamos aliento y una imprenta que nos sirva de órgano, levantaremos siempre resuelta y enérgicamente nuestra voz…”.
No sorprende entonces que en Bogotá llegaran a ser tan virulentos los enfrentamientos entre “guaches” y “cachacos”, como adelante veremos.
Consecuencias del 7 de marzo de 1849
Bien conocido es el célebre episodio de la elección presidencial del general José Hilario López por el Congreso, ante el cual se hicieron presentes los artesanos liberales para presionar a la corporación en favor de aquél. Fue entonces cuando el diputado Mariano Ospina Rodríguez estampó en su papeleta esta histórica leyenda: “Voto por López para que los diputados no sean asesinados”. En esa forma Ospina logró habilidosamente difundir la especie según la cual la elección de López había sido ilegítima y espuria y un golpe de fuerza mucho más que un acto democrático. De todas maneras, a raíz del triunfo de López, los artesanos tomaron conciencia de su peso político, cambiaron el nombre de su agremiación por el de Sociedad Democrática de Artesanos y se alinearon para defender el gobierno que habían ayudado a elegir.
A finales de 1849 los conservadores, inspirados por los jesuitas, fundaron la Sociedad Popular, una organización similar a la Democrática pero claramente orientada a oponerse a ella y a contrarrestar su fuerza. No tardaron en presentarse los primeros incidentes violentos entre los dos grupos. El primero ocurrió en el Coliseo, el 15 de enero de 1850, donde la Popular había organizado un acto con algunos oradores. Sin embargo los de la Democrática ocuparon una fila de palcos, empezaron a provocar a sus adversarios y no tardó en armarse la trifulca. Al día siguiente una comisión de la Democrática formada por sus miembros más radicales, se reunió con el gobernador José María Mantilla para exigir por su conducto al presidente de la república la expulsión inmediata de los jesuitas, el despido de todos los empleados públicos conservadores y la disolución de la Sociedad Popular12.
En su edición del 20 de enero de 1850 El Constitucional de Cundinamarca informó que la Sociedad Democrática de Bogotá había ofrecido en forma gratuita al gobierno sus servicios como policías regulares o como simples ciudadanos armados en defensa de las instituciones. En otras palabras, pedían que se les convirtiera en el brazo armado del gobierno. La alianza de los artesanos con el Partido Liberal era todavía muy firme debido a que aquéllos confiaban en que el nuevo gobierno accedería a sus solicitudes en materia de protección aduanera.
Para López la situación resultó difícil puesto que no podía aceptar en su totalidad las peticiones de los artesanos pero tampoco le resultaba conveniente irse frontalmente contra ellos. En consecuencia, por medio de leyes expedidas el 29 de mayo y el 2 de junio de 1849 había decretado la elevación de los derechos de aduana en un 10 por ciento. Además, según el libro Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, escrito por sus hijos Ángel y Rufino José, se ofreció a los artesanos que se establecerían talleres en que se perfeccionasen en los principales ramos de la industria, y que alzados los derechos de introducción para los artefactos extranjeros ellos podrían abastecer el mercado nacional sin competencia. “Y esto sin contar con lo que los locos o pérfidos les ofrecían sobre una nueva repartición de bienes que los sacaría de la condición de pobres. Pero como tales ofrecimientos tardaban en cumplirse, comenzaron las quejas, y con amargura decían que los proyectados talleres, pedidos por uno de los secretarios al Congreso, habían venido a parar en un decreto del Ejecutivo para establecer en la Universidad enseñanza de dibujo lineal y de estadística”.
Artesanos versus gólgotas
En lo fundamental las peticiones de los artesanos no podían ser satisfechas por el gobierno, que en últimas representaba intereses contrarios a éstos, lo cual trajo consecuencias en muy corto tiempo. Refiriéndose a ellas informa Camacho Roldán en sus Memorias que, “pronto empezamos a notar que ya no se miraba [en la Sociedad Democrática de Artesanos] con simpatía a los miembros que habían recibido educación de colegio y usaban vestidos de mejor clase que la ruana y la chaqueta, con lo cual cesó la concurrencia de estas personas [a las reuniones de la Democrática]”. La coyuntura en que se produjo el rompimiento entre artesanos y liberales gólgotas la describe con lujo de detalles José María Samper en su Historia de un alma:
“Un día hubo en la Democrática sesión extraordinaria convocada para resolver si se firmaba una petición al Congreso en el sentido de exigir un alza fuerte de derechos. Concurrí a la sesión, encontré reunidos más de trescientos miembros… Pedí la palabra, subí a la tribuna y me opuse al alza de derechos… casi todos los artesanos montaron en cólera al escuchar mis razones, y uno de ellos, —un maestro herrero, Miguel León… — pidió a gritos que se me hiciese bajar de la tribuna.
”Aún no bajaré, dije al interruptor.
”¡Con lo dicho basta!, gritó otro. ¡Ya sabemos que usted está contra nosotros!
”Lejos de eso, estoy en favor de ustedes, puesto que combato un error pernicioso para todos y principalmente para los artesanos mismos.
”¡Nosotros entendemos las cosas de otro modo! ¡Que baje el orador!
”¿No hay, pues, libertad de pensamiento y de palabra?, exclamé.
”¡Contra los enemigos sí; contra nosotros no!, replicó un zapatero de campanillas.
”Que baje el orador.
”No he concluido.
”¡No importa! ¡Abajo! ¡Abajo!
”¿Por la fuerza?
”Si es necesario, ¡a palos!
”Me bajé en efecto, atravesé el salón mirando a la asamblea democrática con supremo desdén y nunca volví a ninguna de sus sesiones”.
Los artesanos presentaron su solicitud al Congreso pidiendo una mayor alza de los derechos de importación. Pero en primer debate, el 8 de mayo de 1850, la Cámara negó la solicitud, con lo cual aumentó el rencor de los artesanos contra los liberales gólgotas, que habían sido los principales inspiradores de la negativa.
La Escuela Republicana
La ruptura de la juventud gólgota con los artesanos llevó a la primera a organizar otra sociedad en la que pudiera reunirse con los de su propia clase social y manera de pensar. Fue la Escuela Republicana, instalada en el salón de grados de la universidad el 25 de septiembre de 1850 por más de un centenar de jóvenes liberales, en su mayoría catedráticos y estudiantes universitarios. La Republicana se constituyó en adelante, desde otra vertiente ideológica, en un nuevo apoyo al gobierno de López.
Sobre la importancia de esta nueva agrupación escribe José María Samper en Historia de un alma que la Escuela Republicana fue la crisálida del Partido Radical, fracción toda juvenil del viejo Partido Liberal, y que aun el sobrenombre que se les dio a los radicales por sus adversarios nació de la Escuela Republicana: “En uno de mis discursos pronunciados en la tribuna de la Republicana, invoqué en favor de las ideas socialistas e igualadoras al mártir del Gólgota, y hablé de este lugar como el Sinaí de la nueva ley social. Pusiéronme en la prensa de oposición el sobrenombre de gólgota, y luego, por ampliación, nos lo acomodaron a todos los que, también por espíritu de imitación, nos llamábamos radicales”.
La Sociedad Filotémica
Fue éste el nombre que dieron los conservadores a la organización que fundaron con objetivos similares a los que perseguía la Escuela Republicana. Esta sociedad despertó la ojeriza de los artesanos de la Democrática, los cuales sabotearon, no sólo con ruidos destemplados, sino inclusive con piedras arrojadas a las ventanas, un concierto de homenaje a Bolívar que presentó la Filotémica en el salón de grados de la universidad la víspera de su instalación.
Enfrentamientos
Las sociedades Democrática y Popular establecieron secciones en los barrios de la ciudad, y a medida que se caldeaba el clima político, que finalmente llevó al estallido de la guerra civil en julio de 1851, ambos grupos tuvieron roces frecuentes y violentos que en ocasiones dejaron muertos y heridos. Algunos sectores populares como los alrededores de La Peña, Egipto y Santa Bárbara fueron los escenarios de estos combates. Luego de uno de ellos informó el gobernador Patrocinio Cuéllar en El Constitucional de Cundinamarca del 22 de marzo de 1851: “Yo mismo contuve a dos o trescientos hombres [de la Democrática], que desatentados, y fuera de sí por la exaltación que en ellos habían producido los hechos que acababan de pasar, querían allanar la casa de la imprenta de El Día [periódico conservador de propiedad de Mariano Ospina Rodríguez], ya porque se aseguraba que allí se habían refugiado algunos de los autores [del incidente], ya porque se cree que de aquella casa salen los proyectiles que mantienen la alarma”. Los ecos de este incidente dieron lugar a un debate en el Parlamento que terminó en una tremenda algazara, protagonizada por los democráticos contra los congresistas conservadores.
Uno de los problemas realmente graves que se afrontaban entonces consistió en que la Sociedad Democrática no sólo era adversa al Partido Conservador, sino que estaba escapando al control de los liberales de una de cuyas alas, la gólgota, era ya decidida adversaria. La Democrática en general estaba asumiendo comportamientos cada vez más clasistas, orientando su lucha contra las clases altas de ambos partidos. Como resultado, las élites de los dos partidos se aliaron contra ella y fue entonces cuando empezaron a dirigírsele acusaciones de tremenda gravedad. Por esa época comenzó la ciudad a padecer una alarmante ola de asaltos y robos, probablemente como secuela de la disolución de los resguardos, que la cúpula bipartidista de conservadores y gólgotas se apresuró a atribuir a la Sociedad Democrática. En la ya citada Vida de Rufino Cuervo se encuentran ecos de esta situación:
“Aumentaba el horror que se tenía a los ladrones, el vestido adoptado comúnmente por los democráticos, el cual consistía en un gran sombrero de paja y una ruana amplísima de bayeta roja forrada de azul que los cubría hasta los pies, y se prestaba a ocultar un trabuco o un garrote. Toda mujer que reparaba en que uno de estos sujetos ponía la vista en una casa, la creía ya designada para un asalto”.
Alarmados los notables de la ciudad por la aterradora ola de inseguridad, promovieron la expedición de la ley de jurados, encaminada a poner en sus manos a los sindicados de los crímenes y asaltos que estaba sufriendo la ciudad. Así fue juzgado por los notables el doctor Raimundo Russi, que había sido institutor y juez parroquial de Bogotá y que en ese momento era secretario de la Democrática “y uno de los más calurosos propagadores de las doctrinas socialistas”. El juicio que se siguió a Russi, en el que se le aplicó retroactivamente la nueva ley, tomó el sesgo de una venganza de clase. Hubo un vigoroso movimiento de los artesanos en favor del acusado pero nada pudieron hacer y el reo fue ajusticiado en Bogotá el 17 de julio de 1851.
Hay un episodio que narra José María Samper en su Historia de un alma, muy revelador de la estrecha solidaridad de clase que, aun por encima de las diferencias partidistas, existía entre gólgotas y conservadores. Este episodio tuvo lugar cuando estalló la guerra civil de 1851 y se relaciona con una conspiración que estaban urdiendo en Bogotá los filotémicos (conservadores) contra el gobierno del general José Hilario López. Samper narra cómo se supo una noche que los filotémicos estaban ocultos en una casa, provistos de armas y municiones, y que aquella misma noche iban a salir de Bogotá para incorporarse a las guerrillas que se habían levantado por los lados de Guasca, con lo que el gobierno mandó que los aprehendieran los artesanos de la Democrática:
“Al saber yo lo que ocurría me dirigí donde el Presidente López y le puse de presente que los filotémicos eran jóvenes de talento, delicados y de la mejor sociedad, y que no era justo ni prudente el exponerlos a ultrajes de parte de los democráticos. En consecuencia, le pedí concediera a la Republicana la comisión de arrestar a los filotémicos y llevarlos luego a su mismo cuartel para tratarles como a camaradas. Accedió con mucho gusto el General López a mi súplica”.
Muy diferente será el tratamiento que gólgotas y conservadores darán tres años más tarde a los artesanos de Bogotá que tomaron prisioneros luego de la fracasada toma del poder por los democráticos con el general Melo.
El desengaño definitivo
Durante la guerra civil de 1851 los artesanos de la Sociedad Democrática formaron batallones de guardia nacional para defender al gobierno contra la insurrección conservadora. Sin embargo, al restablecerse la paz con el triunfo de las armas oficiales, los artesanos vieron defraudadas de nuevo sus esperanzas al negarse el gobierno a hacer efectivas las promesas tantas veces formuladas. Es importante reproducir apartes del texto de una hoja volante que en 1851 hizo circular en Bogotá el dirigente artesanal Cruz Ballesteros. Este documento es muy revelador de la actitud de desilusión en que se hallaban en ese momento los artesanos.
“La teoría y la realidad::
”[Antes de la elección de José Hilario López los liberales nos decían] que hasta entonces todo había sido opresión, desprecio, humillaciones y ruina para los artesanos; y prometían que si el poder caía en sus manos, entonces veríamos lo que es realmente la democracia, entonces nuestra industria sería protegida, el poder y sus beneficios dejarían de ser el patrimonio de unos pocos oligarcas orgullosos y vendrían a manos de los artesanos que constituimos realmente el pueblo…
”En los primeros momentos del triunfo, las notabilidades y los zánganos del partido, todos confesaron la deuda, y todos aclamaron a los artesanos de Bogotá, miembros de la Democrática, como los libertadores de la patria, los salvadores de la libertad, los rescatadores de la democracia. ¡Oh, qué de elogios, qué de alabanzas, qué de adulaciones se nos prodigaron entonces! … todavía nos necesitaban; el Partido Conservador era poderoso en las cámaras, en las asambleas, en los cabildos… entonces se nos decía: La pujanza del Partido Conservador no deja realizar la democracia… anuladlo, que calle, que sucumba, y entonces veréis qué dulce, qué deliciosa, qué fecunda en bienestar y en dignidad para vosotros es la democracia que nosotros vamos a realizar. Redoblamos nuestros esfuerzos para conseguir tal objeto… Efectivamente los conservadores salieron de la escena política, callaron y sucumbieron. Llegamos pues al término apetecido, cumplióse el plazo de tantas y tan magníficas promesas… Entonces… a las lisonjas y a las adulaciones que nos prodigaban los ambiciosos y los hambrientos de destinos, han sucedido los desdenes y el desprecio; más aún, la opresión y los ultrajes…
”… Cuando estalló la guerra todos los artesanos liberales ocurrimos voluntarios y entusiasmados a ofrecer nuestros brazos para defender el gobierno del 7 de marzo. Varias compañías de la guardia nacional de Bogotá conformadas por artesanos marcharon a las zonas de guerra, y llenaron en ellas honrosamente su deber… Los restos de esas compañías han regresado en el presente mes… en el estado más deplorable. … Ahora dicen los liberales. Ya los conservadores han sido derrotados y el gobierno tiene muchos miles de soldados, qué nos importan esos guaches [artesanos]”13.
El 19 de mayo de 1853
La ruptura, que ya era un hecho, entre democráticos y gólgotas, se oficializó en las elecciones de 1852 cuando cada uno de los grupos apoyó candidatos distintos. Los gólgotas votaron por Tomás Herrera y los democráticos por el general José María Obando, que gozaba de un amplio prestigio como dirigente popular, gracias a lo cual venció a su contendor por un margen muy amplio. En las asambleas cantonales de la provincia de Bogotá, el triunfo de Obando sobre Herrera fue por 106 votos contra 11. Sin embargo, la situación política se tornó en extremo difícil debido a la mayoría que consiguieron los gólgotas y los conservadores en el Congreso. Los choques empezaron a presentarse desde el principio, ya que el Parlamento asumió una actitud desafiante frente al ejecutivo. El principal de los objetivos del Congreso era reducir a la impotencia al presidente Obando mediante una reforma constitucional que, a través de desmontes sustanciales de autoridad, dejara al ejecutivo virtualmente inerme frente al Congreso y a un federalismo naciente.
Los democráticos también tuvieron que ver en los sucesos que empezaron a precipitarse. Al respecto José Manuel Restrepo anotó en su Diario político y militar, el 19 de mayo de 1853, que en las dos noches anteriores la Sociedad Democrática de la capital había tenido sesiones muy acaloradas porque el Congreso planeaba reducir las tarifas de aduana, lo que aumentaría la importación de manufacturas extranjeras con la consiguiente ruina de las nacionales. En consecuencia, invitaron a todos los socios a que firmaran una petición en contra y concurrieran a presentarla el día 19 a la Cámara de Representantes.
Los democráticos fijaron carteles en las calles por medio de los cuales invitaban a los artesanos a asistir en masa a las barras del Congreso para presionar el establecimiento de altos aranceles que protegieran eficazmente sus manufacturas. Todos ellos recordaban con optimismo el papel decisivo que habían desempeñado en circunstancias similares durante la elección de José Hilario López en 1849. Empero, los jóvenes gólgotas y conservadores no se quedaron atrás y también se dieron cita en las barras armados de palos, cachiporras, e inclusive uno que otro puñal. En esas condiciones las fuerzas antagónicas se encontraron en el recinto del Congreso, con lo que todo hacía prever una tormenta de incalculables proporciones.
La sesión se adelantó en medio de los chiflidos y aplausos de las barras. Al final, según el Alcance a la Gaceta Oficial n.o 1527, del 20 de mayo de 1853, la Cámara de Representantes resolvió pasar al Senado la petición de los democráticos, para que allí, donde estaba en curso el proyecto de ley de importaciones, se tuviese presente en la discusión. “Hubo deseos de resolver que se archivase la petición, para que se viese que el modo adoptado para lograr buen éxito, faltando el respeto debido al Congreso, obraba precisamente en sentido contrario”. Aquí damos la palabra a Cordovez Moure, en ese momento joven protagonista de los hechos que relata: “… Al saber el populacho, que ocupaba las inmediaciones del edificio, el resultado obtenido, se arrojó impetuoso sobre la puerta de entrada al recinto de la Cámara, gritando, enfurecido: ¡Adentro! ¡Es la hora! ¡Archivémoslos a pedradas! ¡Mueran los gólgotas!”. Continúa Venancio Ortiz en su Historia de la revolución del 17 de abril de 1854: “Entonces algunos jóvenes gólgotas empezaron a descolgarse de la galería superior para combatir, como lo creían inevitable y los que estaban abajo se esforzaban por penetrar al recinto de la Cámara con el mismo fin. El populacho se contuvo… Entonces los democráticos se salieron (a la plaza) resueltos a atacar en campo más ancho a los diputados”.
Y sigue relatando don José María Cordovez Moure: “… Al salir del recinto, los representantes se vieron rodeados de numeroso concurso de gentes del pueblo, en el cual se distinguía a los albañiles por el mandil de cuero que entonces usaban los del gremio. … Los muchachos y mujeres desempedraban con barras el pavimento para proporcionar proyectiles a los asaltantes, y los defensores del Congreso nos acogimos a la galería… dio principio al ataque lanzando contra las galerías un diluvio de piedras… quedando los cachacos sin posible retirada, acometidos de frente y de flanco, recibiendo los pedriscos, de los cuales no se desperdiciaba ni uno solo… Nos tocó seguir por el lado de San Bartolomé… dando y recibiendo pedradas y tiros de revólver, hasta que no quedó ni un enemigo en la plaza. Resultado del combate: un artesano muerto por puñal… y bastantes aporreados y apedreados de una y otra parte…”. Según Gustavo Arboleda, los democráticos, “al advertir la llegada de la tropa, se retiraron hacia el oriente, arrojando piedras a sus contrarios, quienes los siguieron hasta más arriba de la plaza”.
En los incidentes del 19 de mayo se impusieron los cachacos. Durante los mismos ocurrió un desgraciado suceso que agudizó todavía más la enemistad mortal entre los dos bandos. Un joven perteneciente al grupo gólgota conservador fue detenido como responsable de haber asestado la puñalada mortal al artesano. El culpable pasó muy poco tiempo en prisión, pues pronto resultó sobreseído y el hecho permaneció impune.
El 8 de junio de 1853
En esta fecha, apenas pasadas tres semanas de la última contienda, los dos bandos volvieron a enfrentarse en circunstancias de mayor gravedad. Una causa de que se hubiera reavivado la lucha consistió en que el Congreso, gracias a su mayoría gólgota-conservadora, sancionó definitivamente la nueva Constitución que desde tiempo atrás venía gestando y que, como ya lo hemos anotado, contrariaba el esquema ideológico dentro del cual el presidente Obando y sus aliados los liberales draconianos querían conducir el Estado. Por otra parte, Cordovez Moure informa de la razón inmediata que produjo estos nuevos enfrentamientos:
“… Los artesanos y cachacos, continuaron mirándose de mal ojo y dispuestos a buscarse camorra en cada ocasión que se presentara propicia para irse a las manos; bien que los últimos nos creímos invencibles e invulnerables desde el día en que, gracias a la falta de razón de los primeros, llevaron la peor parte en el motín de mayo citado. Y esta persuasión influyó en gran parte para que los que vestíamos levita nos creyésemos autorizados a provocar y torear a los artesanos, quienes a su vez buscaban el modo de sacarse el clavo de los cachiporrazos y demás caricias que les cupieron en suerte en la jornada del ataque al Congreso. Empero, ¡poco tiempo duró la ilusión de la inmarcesible gloria que ceñía nuestras juveniles sienes con coronas de invicto laurel!”.
Los cachacos aprovecharon la celebración de la tradicional fiesta de “La Octava”, que tenía lugar en el barrio de Las Nieves, lugar de residencia de gran parte de los artesanos, para “colarse” en la fiesta y provocar a los democráticos. En esta oportunidad fueron expulsados sin mayores consecuencias, pero la refriega estalló nuevamente y los cachacos tuvieron que replegarse a la Plazuela de San Francisco, donde recibieron refuerzos y armas que les permitieron repeler a los democráticos. Sigue narrando Cordovez Moure, allí presente:
“Con el laudable propósito de impedir que volviéramos a las manos, se situó un cordón de soldados a la parte norte del puente; pero el atributo de invencibilidad que nos teníamos discernido por derecho de nacimiento nos hizo creer que el obstáculo interpuesto tenía por exclusivo objeto proteger a los artesanos contra los furores de los cachacos, y en consonancia con tal errónea persuasión subió de punto nuestra osadía hasta provocar, con inaudita audacia y temeridad, no sólo a los artesanos, sino también a [los militares]… llegando nuestra insensatez hasta disparar los revólveres, de lo cual resultaron un húsar muerto y varios artesanos heridos… El escuadrón de húsares, con lanzas enristradas y cual huracán devastador, asomó sobre el puente y tomó la dirección de la Plaza de Bolívar, atropellando, pisoteando y despejando las tres calles reales. Todos huimos…”.
En estas reyertas y disturbios la multitud democrática estuvo a punto de asaltar y tomar la sede de la Gobernación donde se habían refugiado varios cachacos. El doctor Florentino González, a quien los artesanos conocían por ser uno de los más tenaces inspiradores y defensores de la política librecambista fue atacado por los democráticos en la segunda calle del comercio y molido a garrotazos. La tardía aunque finalmente oportuna intervención de la autoridad lo salvó de la muerte. Igual riesgo corrió el doctor Eustorgio Salgar al llegar a su casa. Como en esta ocasión la mejor parte en las pendencias callejeras la llevaron los artesanos, dice a propósito Cordovez Moure:
“Nuestra condición de vencidos nos convirtió en verdaderos parias respecto a los artesanos. Si arrojaban lavazas de las viviendas del pueblo, caían sobre el desgraciado que, vestido de levita, acertara a pasar por el frente de la puerta. No se podía transitar fuera de las calles centrales de la ciudad sin exponerse a lances provocados por los obreros, y de las seis de la tarde en adelante era peligrosísimo encontrarse fuera de la casa a causa de los apaleadores nocturnos de cachacos”.
No obstante, poco después la situación se tornó adversa para los democráticos puesto que algunos de ellos hirieron de muerte en la calle a un cachaco. Lo cual no fue lo más grave, sino que, al revés de lo que ocurrió con la muerte del artesano a manos de los cachacos en los disturbios de mayo, en esta ocasión la justicia actuó con una celeridad desconcertante, detuvo oportunamente al culpable, Nepomuceno Palacios, lo juzgó en forma sumaria y lo condenó a muerte. La ejecución tuvo lugar el 5 de agosto. Quedaba en esa forma demostrado que la justicia se inclinaba descaradamente del lado de los poderosos, lo cual exacerbó mucho más los ánimos. Un dirigente de la Sociedad Democrática, Miguel León, redactó y difundió entonces por la ciudad un cartel que decía:
“¡Artesanos: desengañaos! Ayer aún existía Nepomuceno Palacios. Hoy ya no existe. Ya fue sacrificado. Su causa fue pronta porque no tenía ningún título de Doctor ni tampoco de gólgota”14.
Antecedentes del golpe de abril de 1854
Los sucesos del 19 de mayo y 8 de junio de 1853 pusieron de presente la polarización de clases que se había producido en Bogotá. El conflicto hervía a todos los niveles empezando por los más altos. Como ya lo vimos, la mayoría gólgota-conservadora del Congreso había impuesto al presidente Obando y a sus aliados draconianos una Constitución que reducía al mínimo los poderes de la rama ejecutiva. En efecto, la nueva Constitución arrebataba al presidente de la república el nombramiento de gobernadores, el cual pasaba a hacerse por elección popular. Otras leyes establecieron la separación de la Iglesia y el Estado, con lo cual éste perdía el control sobre aquélla, y legalizaron el matrimonio civil y el divorcio. Se proyectó también estatuir el libre comercio de armas con el propósito de que los ciudadanos contaran con elementos para enfrentarse al poder del gobierno en caso de que éste asumiera características tiránicas. Por otra parte, los legisladores no ocultaban su intención de llevar al ejército a un nivel de virtual disolución para sustituirlo por una pequeña guardia nacional. Era claro que todos estos cambios radicales conducían prácticamente a un desmantelamiento del Estado centralista tradicional en beneficio del libre juego de las fuerzas económicas del “dejar hacer”, y de un nuevo esquema federalista que empezaba a levantar cabeza.
Los opositores a esta política, que eran los artesanos, los liberales draconianos que apoyaban a Obando y los militares cuyo más destacado dirigente era el general José María Melo, se aproximaron para hacer frente a un enemigo que se consolidaba progresivamente. La Sociedad Democrática de Bogotá en su sesión del 8 de enero de 1854 acordó ponerse en comunicación con las del resto del país para formar un frente único. Por el lado de los gólgotas y conservadores se producían algunos abusos tan evidentes que el ya citado historiador Venancio Ortiz, abierto simpatizante de la causa gólgota-conservadora, admitió que “algunos ricos monopolizaban los víveres sin piedad. Los pobres sufrían de hambre”.
El mismo autor trae un cuadro sucinto y dramático de la situación que se vivía en estos comienzos de 1854. Según él los directores de la Democrática concitaban al pueblo contra los ricos:
“‘Ellos’, les decían, ‘tienen dinero, armas y cuentan con las autoridades porque las tienen compradas; ellos habitan en casas fuertes que parecen castillos inexpugnables… [pero] nuestra causa es santa, porque es nada menos que la conservación de nuestras familias y para llevarla a cabo, seremos valerosos, constantes y feroces si preciso fuere. Tendremos presente que es mejor morir en un combate con honor, que en un miserable junco de hambre y sed’… Se ponían también en los lugares más públicos, grandes cartelones con estas palabras: ‘Pan, trabajo o muerte’; pero los ricos, ciegos por su egoísmo, no cedían un punto ni valuaban su peligro”.
“Pan, trabajo o muerte”, fue una consigna que popularizó la Revolución francesa de 1848, la misma que dio origen al anarquismo por una parte y al socialismo por la otra. Indica todo un programa político: el de la función social del Estado. Nada más alejado del liberalismo gólgota del “dejar hacer”.
En relación con la situación, por ordenanza del 26 de enero del mismo 1854 la legislatura provincial de Bogotá, ante la seguridad de que el ejército apoyaría un posible golpe de Estado a favor del presidente Obando en la lucha que éste sostenía contra el Congreso gólgota-conservador, y ante el hecho de que la guardia nacional o milicia cívica estaba integrada casi en su totalidad por miembros de la Democrática, decidió conformar una organización militar nueva con el nombre de Cuerpos Auxiliares de Policía, con la misión de “prestar auxilio a las autoridades locales para mantener el orden, para conservar la tranquilidad y la paz; … y en fin, para sostener a dichas autoridades…”15. De inmediato, por decreto del 31 de enero, el gobernador provincial Pedro Gutiérrez Lee, de filiación conservadora, determinó la creación en Bogotá de 10 cuerpos auxiliares de policía compuesto cada uno de 100 comisarios, 10 cabos y tres oficiales16. Al día siguiente hizo nombramiento de los oficiales de los respectivos cuerpos, designando prestantes figuras conservadoras y gólgotas de la capital, encabezadas por los generales Ramón Espina, Manuel María Franco, Rafael Mendoza y algunos civiles como Francisco Eustaquio Álvarez, entre otros17.
El gobernador, en comunicación que dirigió al secretario de Guerra de la nación solicitándole armas para los Cuerpos Auxiliares de Policía que acababa de crear, confesó paladinamente que éstos se dirigían contra los artesanos de la Sociedad Democrática y contra los liberales draconianos que apoyarían un inminente golpe de Estado, pues el ejército nacional, dirigido por el general Melo, no era de su confianza en tan difíciles momentos. Según el gobernador, la nueva fuerza armada se organizaba “con el único objeto de ayudar al Poder Ejecutivo nacional en la noble empresa de sostener la Constitución y salvar [al Congreso] de toda agresión, que pudiera intentarse contra él”18. Y como para que no quedara duda de cuál era el propósito para el que se creaban los novísimos Cuerpos Auxiliares de Policía, la Gobernación hizo publicar en el mismo periódico, del día 4 de febrero, la respuesta del general Manuel María Franco al nombramiento de jefe de uno de estos cuerpos: “[Esta policía], puede ser un día la tabla de salvación para la Constitución, el orden público y las garantías de los granadinos. [Mi destacamento] será uno de los primeros de que pueda disponer la Gobernación en caso necesario”.
El general Franco organizó su destacamento de policía auxiliar y, según informó el gobernador Gutiérrez Lee al Gobierno Nacional en comunicación del 13 de febrero siguiente, “ayer, cerca de la una de la tarde, tuvo la bondad dicho jefe de traer en formación a este despacho el cuerpo de su mando; y al presentarlo dirigió la palabra al infrascrito, manifestando: que para la organización del cuerpo ha procurado escoger artesanos honrados y pacíficos, enteramente ajenos a la política, y de conocida decisión por la causa del orden y de las instituciones; y que el cuerpo que comanda no tiene otro deseo que el de prestar mano fuerte a las autoridades para el sostenimiento de la Constitución y del Gobierno Nacional”19.
Aunque el Cuerpo Auxiliar de Policía comandado por el general Franco estuvo listo a combatir los intentos de los artesanos de la Democrática y de Melo para dar un golpe de Estado, no pudo actuar cuando éste se produjo porque no recibió las armas que solicitó del gobierno, mientras que los artesanos de la Democrática sí recibieron armas de parte de Melo, ya que, como vimos, constituían la guardia nacional.
Informa Gustavo Arboleda en su Historia contemporánea de Colombia que el 6 de marzo de 1854 hubo sesión de la Democrática, a la que asistieron el presidente Obando y el vicepresidente Obaldía, y que frente a ellos los democráticos se expresaron contra los monopolistas y agiotistas, como llamaban a los ricos. “El 20 de marzo elevó la junta central democrática de Bogotá a la Cámara de Representantes, una solicitud manifestando que en su concepto la República se encuentra en un estado de disociación completa y pidiendo la reforma de las instituciones”. O sea, la derogación de la Constitución gólgota aprobada el año anterior. Pidieron además “grandes reformas, y entre ellas el establecimiento de un gran taller industrial, en la capital de la República…”. El establecimiento de talleres nacionales fue otra de las reivindicaciones de los obreros en la Revolución francesa de 1848. Con ellos se buscaba combatir, por cuenta del Estado, el desempleo que crónicamente golpeaba a los asalariados. ¡También, nada más contrario al “dejar hacer” gólgota!
La ofensiva de gólgotas y conservadores contra el ejecutivo seguía su marcha impetuosa. Pese a las objeciones del Gobierno Central, el 20 de marzo el Congreso expidió la ley que legitimaba el libre comercio de armas y municiones. El día 28 el Parlamento redujo el pie de fuerza a sólo 800 hombres dirigidos por un coronel y ordenó disolver inmediatamente la guarnición de Bogotá. En este punto las contradicciones hicieron crisis cuando Obando se negó a sancionar la ley. Finalmente esta pugna no alcanzó a resolverse por las vías legales, pues llegó el histórico 17 de abril para impedirlo.
Las medidas del Congreso contra el ejército traían frenéticos a los militares; de ahí que no sorprende el siguiente incidente ocurrido el 14 de abril, y del que dio cuenta el periódico El Catolicismo: “Nueva alarma. Un choque particular entre militares y jóvenes gólgotas tenido el viernes santo en la fonda de la Rosa Blanca, iba adquiriendo en aquella tarde grandes dimensiones por haber tomado parte los democráticos de ruana que desde la tercera calle del norte [actual calle 12] atacaron a toda la gente que tenía casaca, arrojando piedras hasta a las ventanas y balcones donde estaban varias familias viendo pasar la procesión”. Nuevamente militares y democráticos enfrentaban de manera conjunta a los gólgotas. Agrega Restrepo en el Diario político y militar que por la tarde, cerca del puente de San Francisco, hubo nuevos choques entre militares y cachacos, “afortunadamente sólo hubo algunos golpes y tiros de piedra; los jóvenes (cachacos) fueron los peor librados”. “Por la noche —continúa Venancio Ortiz— sólo los militares y los guaches paseaban por las calles en bandas atumultuadas vitoreando a los generales Obando y Melo; las bandas se detuvieron al pie de los balcones del presidente, este las arengó en términos de reconvención amistosa; y el tumulto siguió”.
Por su parte Gustavo Arboleda, citando a Camacho Roldán, agrega: “El 16 a las ocho de la mañana apareció la Sociedad Democrática al frente de las puertas del antiguo cuartel del parque de artillería; de 500 a 600 hombres recibieron armas allí, se divisaron con cintas rojas que tenían esta inscripción: ¡Viva el ejército y los democráticos! ¡Abajo monopolistas!, y en formación pasearon las principales calles de la ciudad, vitoreando al ciudadano presidente por la calle de Palacio, casi sin asombro de la población; tal era la seguridad que todos tenían de la proximidad de la revuelta”. Continúa Restrepo sobre este mismo día: “Hay escasez porque algunos hacendados, como los Latorres, han monopolizado la carne y otros víveres de primera necesidad… los que nada tienen dicen que algunos han monopolizado la riqueza que se debe repartir entre los pobres”. En el “Diario de lo ocurrido en Bogotá y otros lugares, desde principio de la revolución del 17 de abril de 1854, hasta el día 5 de diciembre del mismo año”, publicado en el periódico La Esperanza de principios de 1855, encontramos que el día 16 de abril los democráticos recibieron armas porque la guardia nacional, a la que todos ellos pertenecían, salía de la ciudad a realizar ejercicios en sus inmediaciones. Pero también porque al día siguiente debía ayudar a efectuar un golpe de Estado.
El golpe del 17 de abril
En la madrugada de este día histórico la guarnición de Bogotá, empezando por la artillería, comenzó a movilizarse hacia la Plaza de Bolívar. Posteriormente llegó el general José María Melo a la cabeza de 300 húsares a caballo. Sigue narrando el historiador Arboleda:
“Una vez en el lugar indicado, formaron en cuadro las tropas. Los seiscientos democráticos que habían cogido armas en el parque formaron también, y entonces gritó Melo: (¡Abajo los gólgotas!). Eran las cinco de la mañana. Aquel grito fue coreado estrepitosamente y a él siguieron diversas vivas, en especial al Presidente de la República. Hubo repiques de campanas, dianas que empezaron por un bambuco y toques de tambores, cornetas y clarines. El cañón siguió repitiendo sus detonaciones de minuto en minuto hasta las seis de la mañana” .
Es claro que este movimiento no buscaba derrocar a Obando sino que, por el contrario, le brindaba su pleno respaldo solicitándole que lo encabezara y, mediante una fórmula que podríamos denominar de autogolpe de Estado, desconociera la Constitución de 1853, restaurara en su plenitud los poderes que el Congreso le había arrebatado al poder ejecutivo, otorgara finalmente a las manufacturas nacionales la protección que los artesanos venían exigiendo para ellas desde 1847 e impidiera la disolución del ejército.
Una vez ocupada la Plaza de Bolívar, los comisionados de Melo y de los democráticos plantearon sin rodeos la situación a Obando exigiéndole que de inmediato se pusiera al frente del nuevo gobierno. Todas las peticiones fueron en vano. La negativa del mandatario para encabezar el golpe fue inmodificable y rotunda. Ante esa situación, quienes habían sido sus leales partidarios hasta ese momento lo desconocieron como presidente de la república y el general Melo asumió el poder. El mismo día, 17 de abril, Melo dirigió una proclama a la nación y anunció que todas las normas básicas de la nueva Carta Constitucional quedaban sin efecto, por lo cual el Gobierno Central recuperaba las atribuciones que le otorgaba la Constitución de 1843. En consecuencia, casi toda la legislación aprobada por el Parlamento gólgota-conservador de 1853-1854 quedaba derogada y la revolución iniciaba una marcha aparentemente victoriosa.
No obstante, poco habrían de durar las ilusiones de Melo y sus partidarios. Con extraordinaria rapidez se formó un sólido frente bipartidista para derrocar a Melo. Los generales Mosquera, López y Herrán, todos ellos ex presidentes de la república, encabezaron y dirigieron los ejércitos que marcharon sobre Bogotá. Los artesanos de la capital opusieron una resistencia empecinada y valerosa haciéndose fuertes en el convento de los agustinos, en el de San Diego y en el barrio de Las Nieves. Pero todo resultó inútil. La superioridad de fuerzas de la coalición era abrumadora y el 5 de diciembre de 1854 fueron extirpados los últimos focos de resistencia. Muchos de los prisioneros fueron enganchados en el ejército regular y 200 artesanos fueron enviados a Panamá y sometidos a trabajos forzados en condiciones de la más aterradora insalubridad. Escribió entonces Restrepo en su Diario: “Esta medida es excelente para purgar a Bogotá de la peste de los democráticos”. Por su parte, el general Melo salió expulsado del país. Fue a parar a México donde terminó sus días fusilado en una contienda civil. No es ninguna casualidad que la batalla decisiva de esta guerra civil se hubiera librado en las propias calles de Bogotá, y más específicamente en el barrio artesanal de Las Nieves.
EL MOTíN DEL PAN
Demos ahora un salto de dos décadas.
En 1875 había dos temas sobre los cuales se concentraba la atención de los bogotanos. Uno era la campaña electoral que debía conducir a la elección de un nuevo presidente para 1876. El otro era la gran crisis económica mundial que, lógicamente, estaba repercutiendo sobre la frágil y vulnerable economía colombiana. Fue ese el momento en que tuvo lugar en la capital un tormentoso movimiento popular que se conoció como “El motín del pan”.
En 1868 la industria molinera de harina de trigo en Bogotá consistía en tres molinos movidos por rueda hidráulica. El negocio era muy bueno para los empresarios, pues la falta de competencia y el acuerdo entre ellos les permitía exigir a los productores de trigo la maquila que a bien tenían. En vista de tales antecedentes fue como la familia Sayer montó su molino movido por vapor, que sin las contingencias anexas a la rueda hidráulica en los veranos debía funcionar durante todo el año, de día y de noche, lo cual la puso en capacidad de disminuir el precio de la maquila en ?perjuicio de los primitivos empresarios. Éstos, advertidos de la catástrofe que los amenazaba, lograron adquirir por compra el nuevo molino en 1874, menos la máquina de vapor, cuando los Sayer decidieron venderlo para resarcirse de la ingente inversión que realizaron en el momento de la compra e instalación del mismo, y que hasta el momento no habían podido recuperar.
Una vez que los primitivos empresarios volvieron a quedar como dueños exclusivos de la industria de moler trigo, resolvieron aumentar el valor de la maquila, lo que dio por resultado que los panaderos buscaran compensación por medio de un convenio por el cual no fabricarían pan de a cuarto, llamado así por ser el preferido del pueblo pobre en razón a que con dos y medio centavos se obtenían cuatro panes de regular tamaño. También decidieron los panaderos suprimir el vendaje, o “ñapa”, en la venía del pan. Informa Cordovez Moure:
“Los parroquianos que, en la mañana del lunes 18 de enero [de 1875], acudieron a las panaderías en solicitud de pan de a cuarto para el desayuno acostumbrado, supieron con sorpresa la resolución de los panaderos, en virtud de la cual sólo se vendía pan de mayores dimensiones… Aquella operación, que a primera vista no tenía grande importancia, produjo verdadero trastorno económico en los hogares pobres, en razón a que no todos tenían cómo agregar un crédito adicional al presupuesto de gastos, exiguo de suyo. Durante la semana, que principió bajo auspicios favorables para los panaderos y terminó en desastre para éstos, la ciudad semejaba levadura en fermento (que no otra comparación similar al asunto podemos hallar), en vista de la actitud del pueblo, resuelto a no dejarse extorsionar”.
El mismo día de la aplicación de la medida empezaron a aparecer en los muros y puertas de las casas de los panaderos inscripciones con calaveras y las letras “ M. a P.” (Muerte a los panaderos). Éstos por su parte expidieron comunicados en los que justificaban las alzas invocando los incrementos de jornales y la creciente carestía de sus materias primas. A continuación las esquinas se llenaron de carteles que convocaron a las gentes para una cruzada contra los especuladores y monopolistas del pan. Las proclamas terminaban incitando a la “guerra y muerte contra los que nos hambrean”.
En efecto, la multitud, en número cercano a las 2 000 personas, cumplió la cita de la Plaza de Bolívar el sábado 23 de enero, y allí mismo fue designada una comisión que debía dirigirse al Palacio Presidencial para plantear al primer mandatario los reclamos del pueblo. Es curioso el hecho de que en su tránsito hacia la casa de gobierno las gentes vitorearon a un panadero foráneo de apellido Jallade que había anunciado que no impondría ninguna alza en sus productos. El señor Justo Flórez, que presidía la comisión, entró a Palacio e informó con plenos detalles al presidente Santiago Pérez cuáles eran las reivindicaciones de una ciudadanía que se estaba sintiendo lesionada por la codicia de los panaderos. El doctor Pérez accedió de inmediato a dirigirse a la multitud. Salió al balcón y pronunció ante los manifestantes un breve discurso que es una muestra arquetípica del pensamiento de los jefes radicales respecto al “dejar hacer” y al papel del Estado como simple gendarme y protector de las libertades del individuo en todos los terrenos, sin excluir el económico. Dijo en esa oportunidad don Santiago Pérez que le estaba vedado intervenir en el conflicto para inclinar la balanza en cualquiera de los sentidos puesto que la Constitución de la república consagraba la más irrestricta libertad de industria. A continuación expresó que si era verdad que los panaderos estaban cometiendo abusos en los precios de este artículo de primera necesidad, él confiaba en que, ante la protesta popular, los fabricantes de pan entraran en diálogo con las gentes para llegar a una feliz conciliación entre sus intereses y los de los consumidores. Concluyó su alocución pidiendo a los manifestantes cordura y sosiego en su conducta y sus actividades, se despidió afablemente de la muchedumbre y se retiró del balcón20.
Lógicamente, la intervención presidencial no sólo no aplacó al pueblo sino que lo exacerbó más aún. Inclusive se oyeron mueras al presidente de la república y de nuevo en la Plaza de Bolívar los dirigentes del movimiento pronunciaron arengas, éstas más incendiarias que las anteriores a la alocución del jefe del Estado. La consecuencia consistió en que, convencidos los ciudadanos de que en las autoridades no tenían apoyo alguno, se dirigieron hacia las diversas panaderías a fin de tomarse justicia por su propia mano. Las casas de los panaderos fueron atacadas y con especial saña la del acaudalado empresario, financista y dueño de molino de trigo Joaquín Sarmiento, a quien el pueblo sindicaba como el responsable número uno de la gigantesca especulación.
En esos días los diversos periódicos de la capital abundaron especialmente en todo tipo de informes y comentarios sobre las causas, desarrollo y consecuencias del “Motín del pan”. Veamos algunas muestras de las informaciones publicadas entonces por la prensa capitalina:
“… A los gritos de ‘Mueran los Panaderos’, ‘Abajo el monopolio’, se encaminó la multitud a… maltratar a pedradas todas las casas de los panaderos tildados de haberse asociado para subir el precio de este artículo… En poco tiempo las ventanas de todos aquellos establecimientos y las de las casas de los antiguos productores de pan, quedaron arrasadas y demolidas, alcanzando el daño hasta los muebles de algunas de ellas. Comenzóse por la habitación del Señor Joaquín Sarmiento, Director del Banco de Bogotá y propietario del Molino de Los Alisos, sobre la cual arrojaron gran lluvia de piedras, rompiendo los cristales de los balcones; … y donde… uno de los serenos que acudió a la puerta del mismo Señor Sarmiento, fue víctima del furor de la multitud… por la bala de un revólver… Luego continuó la multitud por la calle de Florián atacando a piedra la casa de la Señora Juana Durán. Luego siguieron por la carrera de Bogotá al barrio de San Victorino, deteniéndose y atacando a piedra… casi simultáneamente… las casas de panadería y volvieron pedazos en ellas los vidrios y ventanas… Fueron atacadas también las casas de los Señores Osorio y Durán en la calle de las Aguilas; la del Señor Matías Pérez en San Victorino; la de las Señoras Pereira, la del Señor Lorenzana en el Carmen y la de la Señora Otálora y otras en Las Cruces fueron destrozadas por los amotinados… además de la de Ana María Quijano, Concepción Cárdenas y muchas otras más, hasta completar el número de treinta casas, sin contar el ataque hecho en los mismos términos a las ventanas o balcones de los individuos que en otro tiempo habían dado pan al consumo… igualmente fueron rotos los balcones de otras casas en cuyos pisos bajos hay panaderías…
”… Mientras el tumulto recorría la ciudad, la autoridad local se declaraba impotente para contenerlo… pero es que fue tal el tumulto que las autoridades nada pudieron hacer para contener la pueblada, ni después ha habido contra quién proceder… Así duraron las cosas hasta medianoche, hora en que la multitud se dispersó… Apaciguada un tanto la indignación popular, el alcalde acompañado de un piquete salió por las calles y arengó al pueblo, ofreciendo su intermediación para restablecer las cosas a su estado normal… De toda esta zambra resultaron unos tres heridos, entre ellos gravemente un sereno que trató de cumplir con su deber…”21.
El prefecto del departamento de Bogotá expidió inmediatamente a través de bando público un decreto por el que prohibió las reuniones de más de 10 personas en las calles y lugares públicos22. El mismo día el gobernador Eustorgio Salgar colocó la fuerza pública del estado de Cundinamarca bajo la jurisdicción del prefecto de Bogotá a fin de reforzar la custodia de la paz pública en la capital. Simultáneamente, ordenó incrementar dicha fuerza de 225 a 500 hombres. A su turno El Tradicionalista, órgano del llamado conservatismo ultramontano, protestaba airadamente por la incapacidad que había mostrado la fuerza pública en la represión del motín. Al alcalde Peregrino Santacoloma se le inculpó acremente por no haber ordenado disparar contra la multitud y el Cabildo le exigió presentar renuncia de inmediato. No tardó la correspondiente reacción popular, la cual se produjo mediante hojas volantes que invitaban a respaldar al señor Santacoloma acudiendo a la sesión de la municipalidad en que se trataría de su renuncia, para impedir que ésta fuera admitida.
Circuló entonces una proclama beligerante en grado sumo bajo el título de “Llamada primera”, apartes de cuyo texto merecen ser transcritos:
“Al Pueblo
”Llamada Primera.
”… ¿Qué significa la estéril manifestación del sábado? ¡Nada! O a lo sumo un grito de dolor: el llanto del niño que tiene hambre y pide pan.
”¡Pobre pueblo! El pan es lo más urgente; pero se olvida de que está desnudo, de que está reducido a vivir en inmundas pocilgas, como los cerdos, cuyo alquiler no alcanza a pagar con su ímprobo trabajo; en tanto ve a los que se aprovechan de él habitando suntuosos palacios, en la opulencia, en el refinamiento del lujo, gozando de todos los placeres, satisfaciendo todos los caprichos. Para ellos el terciopelo y el raso, las alfombras y los colchones de pluma, los cristales y las porcelanas, los magníficos coches y los soberbios caballos. Para nosotros el duro suelo, el despedazado junco de la miseria, la desnudez para nuestras mujeres, el hambre para nuestros hijos, y el trabajo sin tregua y sin recompensa y sin esperanza para los hombres. Pero en la noche del último sábado unos pocos se reunieron a fin de deliberar acerca de su horrible situación. ?Su primer instintivo impulso fue dirigirse a donde estaba el Presidente de la Unión en busca de consejo y de ayuda. Este funcionario los despidió, no estando en sus atribuciones poner remedio al mal de que se quejaban. Entonces en su desesperación, se desparramaron por la ciudad, atronando los aires con sus gritos, y ciegos de ira lanzaron piedras a los balcones de algún rico propietario y a las puertas y ventanas de algunas panaderías. Esto fue todo… Es decir que antes de anoche el pueblo hambreado rompió unos cuantos vidrios.
”Pero, ¿qué sucedió ayer? Que la autoridad pública despedazó y pisoteó la Constitución, declarando a la población en estado de sitio, suspendiendo las garantías constitucionales. No otra cosa significa el bando publicado a tambor batiente prohibiendo los grupos de ciudadanos que pasen de diez, cuando… la Constitución Nacional consagra y garantiza como un derecho individual ‘la libertad de asociarse sin armas’. No otra cosa significa el voto de censura fulminado anoche, por la corporación municipal contra el Señor Santacoloma, porque no hizo uso de las bayonetas, que el Gobierno Nacional había puesto a su disposición, contra el pueblo desarmado. Y el pueblo que por un mendrugo gritó y amenazó a los panaderos el sábado, calló y se sometió mansamente ante el mandato inicuo que de hecho deja establecida la tiranía. ¡Oh vergüenza!…
”¡Pero no! Aún es tiempo: reunámonos hoy todos… para protestar contra esa audaz violación de nuestras garantías y obligar al funcionario delincuente a reconocer su arbitrariedad y derogar su atentatoria disposición.
”Allá veremos si se atreven a dispersarnos a balazos…
”¡Viva la Constitución!
¡Abajo los opresores del pueblo!
¡Abajo los verdugos de los pobres!
Los artesanos”23.
Los dirigentes del movimiento hicieron circular otra “Llamada” que tenía un enfoque muy atractivo, puesto que apelaba a la soberanía del pueblo como fuente suprema de autoridad. El documento decía:
“Sólo el pueblo es soberano
”El pueblo de Bogotá en uso de su soberanía, en nombre de su omnipotencia; y por su propia autoridad y considerando… Que la Corporación Municipal de la ciudad, cometiendo un perjurio abominable en su sesión del día mismo en que el Prefecto violó la Constitución y dicha Corporación ha secundado aquel proceder acriminando al Señor alcalde porque no asesinó al pueblo en la noche del 23…
”Resuelve:
”Amonestar al Prefecto del Departamento y a la Corporación Municipal de la ciudad por primera vez a que cumplan sus deberes dejando al pueblo que de acuerdo con la Constitución y leyes proceda, no dejando caer en menoscabo las garantías individuales y por lo mismo soportando que inhumanos opresores, y los monopolistas y mandatarios lo degraden y abatan.
”Dado en el Palacio Democrático Popular, a 25 de Enero de 1875.
”¡Viva la República!
”¡Viva la Constitución!
”¡Abajo los traidores y monopolistas!
”¡Viva Rovespierre! [sic]
”¡Viva Danton!
”¡Viva Marat!
”¡Viva Delécluse!
”¡Viva el pueblo soberano!”24.
A pesar del sólido respaldo popular que recibió, el alcalde Santacoloma no se pudo sostener en su puesto y tuvo que dimitir finalmente para ser reemplazado por un funcionario que advirtió desde el principio que no estaba dispuesto a contemporizar con los llamados “retozos democráticos”. Pero los resultados demostraron bien pronto que el movimiento no había perdido la batalla. Los panaderos redujeron el precio de su producto, le aumentaron el tamaño, volvieron a ofrecer al público los tradicionales “vendajes” e iniciaron de nuevo la producción del llamado “pan de a cuarto”. Mencionaron en esos días los periódicos casos tan significativos como el de los monopolistas de otros artículos de gran consumo popular, que decidieron beneficiarse de la experiencia de los panaderos curándose en salud. Los productores de sebo, por ejemplo, aumentaron el tamaño de las velas y no les subieron el precio25.
El señor Joaquín Sarmiento, presidente del Banco de Bogotá, a quien ya conocemos por ser el más poderoso monopolista de harina y haber sido uno de los más severamente afectados en los motines, redactó e hizo circular un extenso documento vindicativo de su prestigio y buen nombre en el que abundaron datos, cifras, argumentos e informaciones de toda índole26.
Este motín es de un carácter fundamentalmente político, pues dentro del conjunto de la dieta popular el pan no tenía la importancia básica de otros alimentos como el maíz o la papa, y por tanto no era un artículo de primera necesidad. En consecuencia es fácil colegir que el movimiento fue la expresión de la angustia popular ante los excesos a que estaba llegando el régimen radical en su política de marginación del Estado del libre juego de la economía. El pueblo de Bogotá se valió de esta coyuntura para plantarse firmemente ante los abusos que, con la absoluta anuencia del Estado, estaban cometiendo los monopolistas. Lo que determinó que las gentes de Bogotá tomaran plena conciencia de los peligros a los cuales los conducía el libre juego desaforado de las fuerzas económicas, fue la ya mencionada alocución del doctor Santiago Pérez que, a pesar de su brevedad, condensó de manera diáfana el pensamiento de quienes creían en la ineficacia todopoderosa del Estado gendarme.
Pero además insistamos en que 1875 era año de elecciones nacionales. En ellas se disputaban la presidencia Aquileo Parra, candidato del gobernante Partido Liberal-Radical y hasta hacía poco ministro de Hacienda, y Rafael Núñez, candidato del liberalismo independiente y del mosquerismo. Los nuñistas contaban con el apoyo de la mayoría de los artesanos de la capital, que aún veían en los radicales a sus peores enemigos, por lo que nada tendría de extraño que detrás de todos estos sucesos hubiera estado también la mano de dirigentes del nuñismo bogotano, interesados en poner en evidencia los efectos impopulares de la política radical del “dejar hacer”, y contribuir así, en vísperas de elecciones, a desacreditar aún más al régimen radical. Un indicio muy importante en favor de esta consideración lo constituye la actitud que tuvo hacia el motín el alcalde Peregrino Santacoloma al abstenerse de reprimir a la multitud, la cual le costó el puesto. Igual podemos decir de los reiterados llamados que se hicieron al pueblo para que acudiera a impedir la destitución del alcalde Santacoloma. Todo se aclara si tenemos en cuenta que este funcionario era una de las más prestantes figuras del nuñismo capitalino.
Otro aspecto de este movimiento que no podemos pasar por alto es el de la alarma que cundió entre los sectores pudientes de la población por el espectro de “La Comuna”. En efecto, sólo habían transcurrido tres años escasos de la Comuna de París, acontecimiento que estremeció al mundo debido esencialmente a que por un tiempo corto pero significativo la clase obrera parisiense se tomó el poder y alcanzó a postular una serie de cambios sociales y económicos ciertamente revolucionarios. De ahí que muchos periódicos al analizar el motín del pan expresaran en Bogotá su honda preocupación en textos como este:
“Todo es empezar… (lo que se puede cernir sobre Colombia se llama) El Pauperismo, La Internacional y La Commune… ¡Pero, no! ¡Aún es tiempo! Deber de todos los que se interesan por la tranquilidad pública es concurrir al llamamiento de la autoridad y prestarle todo el apoyo que necesita para contrarrestar las malas tendencias de los comunistas”27.
Por su parte, tanto los radicales como los conservadores influyeron sobre los sectores artesanales para lograr que se pronunciaran por la paz, por la concordia y contra todo tipo de solución revolucionaria y violenta. Estos objetivos se lograron bien pronto ya que los artesanos de uno y otro partido no tardaron en expedir manifiestos en tal sentido.
El “Motín del pan” ya había llegado a su fin pero no así el aluvión de literatura política que generó. El periodista conservador Manuel María Madiedo postuló, por ejemplo, todo un repertorio ideológico con bases esencialmente religiosas en el que sustentaba la posibilidad y la necesidad de conciliar armoniosamente los intereses de las diversas clases28. A su vez, el sector más extremo del conservatismo, liderado por Miguel Antonio Caro, llamó severamente la atención de la ciudadanía sobre la impotencia que habían mostrado las autoridades ante la asonada de enero y les lanzó la acusación de que no servían más que para ganar elecciones. El conservatismo de Antioquia también intervino en el debate declarando en un manifiesto que estos desórdenes eran “el fruto del comunismo y la impiedad”. El señor Madiedo volvió a la controversia criticando el “dejar hacer” y sosteniendo que siempre funcionaba en contra de los más débiles. En otras palabras, era notorio que ya venía gestándose el intervencionismo de Estado, una de las banderas con que cinco años después el doctor Núñez llegó finalmente al poder.
Bien vale reproducir apartes del editorial que sobre estos temas publicó entonces en El Tradicionalista el distinguido jefe conservador y tratadista político Carlos Martínez Silva para demostrar la inutilidad e inconveniencia de los movimientos populares frente a las “leyes naturales” de la economía, que pone de presente cómo existían sectores conservadores más liberales que los mismos radicales en materia de política económica:
“Baja y alza del precio del pan en bogotá
”¿Los gobiernos general y seccionales pudieron haber hecho algo sin conculcar derechos ajenos, para producir una baja en el precio del pan? Con la excepción de la medida de rebajar las contribuciones, creemos que con esperanzas de un buen resultado no pudieron hacer nada… y aunque hoy se dice que la asonada del sábado ha producido la baja solicitada, tememos mucho que ella sea, en un país en que no se vende el pan pesado, una pura ilusión, una baja ficticia… [porque] no es posible que hombres que se dedican a una industria cualquiera no traten de sacar de ella los gastos de producción del artículo y una remuneración que por lo menos equivalga al interés del capital empleado. Se valdrán de mil arbitrios para conseguir esos fines, y si no los consiguen, ya por la guerra que le haga la gente mal aconsejada o ya por cualquier otro motivo, dejarán la industria y los que quedaran, ya sin competidores, alzarían el precio del artículo fabulosamente. No creemos sin embargo que este cálculo haya entrado en las cabezas de los del motín del sábado…”29.
El epílogo bipartidista que tuvo el “Motín del pan” es muy significativo. El acaudalado presidente del Banco de Bogotá y propietario de molino de trigo, Joaquín Sarmiento, no fue el único que sufrió detrimento en sus bienes personales durante la asonada. Los panaderos, de menor fortuna y posición social también experimentaron pérdidas, especialmente a raíz de las pedreas. Sin embargo el señor Sarmiento fue el único a quien la alta sociedad bogotana, sin distingos de partido, consideró merecedor de un fervoroso desagravio por parte de la ciudadanía. Transcribimos a continuación parte del texto de desagravio en el cual, como podrán apreciarlo los lectores, es más relevante la lectura atenta de las firmas de los remitentes que el texto mismo, por cuanto ellas corresponden a la auténtica cúpula de la política, las finanzas, el comercio y los grandes negocios del Bogotá de entonces:
“Manifestación al señor doctor Joaquín Sarmiento
”…Una pequeña parte del pueblo bogotano, siempre noble y generoso, cegada en un momento de extravío, olvidó los honrosos títulos que en nuestra sociedad hacen a Usted acreedor al tributo de la más alta consideración. No ha habido una sola empresa de reconocida utilidad pública a la cual no haya prestado Usted su concurso de dinero, de luces y de influencia. En vista de los acontecimientos a que aludimos, no ha habido una sola persona que no los haya contemplado con pesar y con sorpresa. Esta consideración será bastante para hacer olvidar en su ánimo los momentos de íntima y suprema amargura infligidos a Usted en un vértigo de extravío y error, que sabrá excusar, puesto que en espíritus levantados como el suyo, vive siempre en el sentimiento esta inmortal máxima: ‘El perdón es como el sándalo, perfuma hasta el hacha que lo derriba’.
”Sus amigos y compatriotas: Santiago Pérez, Vicente, Arzobispo de Bogotá, Roberto Bunch, Eustorgio Salgar, Aquileo Parra, Ramón del Corral, Florentino Vezga, Evaristo de La Torre, Januario Salgar, Rafael Portocarrero, Wenceslao Pizano, Pedro Dordelly, Félix M. Pardo Roche, Nepomuceno Santamaría, Manuel Ponce de León, J. M. Quijano Otero, Vicente Lafaurie, Silvestre Samper, Salvador Camacho Roldán, Eustacio de La Torre N., Carlos B. Rasch, Emiliano Restrepo E., Mariano Tanco, José A. Obregón, Lorenzo Lleras, Miguel Samper, Jorge Holguín, Tomás E. Abello, José María Samper, Carlos Holguín, Víctor Mallarino, José M. Marroquín, José María Quijano, José María Saravia, Rafael Pombo, C. Borda, Jacobo Sánchez…”.
El temor que se apoderó de las clases altas respecto a la posibilidad de una reedición criolla de la Comuna de París, se desvaneció bien pronto, la situación se normalizó y los hombres de negocios volvieron a disfrutar las delicias del “dejar hacer”, que se prolongaron por unos años más, hasta 1880, cuando desde su primera administración Rafel Núñez empezó a asestar los primeros golpes intervencionistas sobre este esquema liberal. Grandes cambios se avizoraban en el futuro cercano. Por lo pronto, en 1876, estalló la guerra civil que marcó el inicio del fin del régimen radical.
EI bogotazo del 93
Lograr control sobre los artesanos, o al menos influir en su organización y sus orientaciones, fue un objetivo sobre el cual el movimiento de la Regeneración puso particular interés.
Desde mediados de la década de los setenta, el conservatismo y los liberales independientes iniciaron la organización de núcleos de artesanos de índole político-religioso-social, las llamadas Sociedades Católicas, que desempeñaron destacado papel en la guerra de 1876-1877 y en el triunfo posterior de la Regeneración. Sin embargo, fue con las medidas proteccionistas aplicadas desde el gobierno y con la actividad desplegada por asociaciones cristianas (como la Sociedad de San Vicente de Paúl), con lo que los artesanos quedaron como fuerza de la Regeneración.
No obstante, el desgaste propio del régimen, las difíciles condiciones sociales por que atravesaban los artesanos, el alto costo de la vida, la acción de grupos de base del liberalismo radical que propagaban la necesidad de la guerra contra la Regeneración, la cerrera recristianización de la sociedad que se manifestaba en una cruzada por un control excesivo de la población y, naturalmente, el viejo grado de autonomía de los artesanos, constituyeron los elementos para el estallido de un nuevo motín en 1893.
Desde las páginas de Colombia Cristiana, Ignacio Gutiérrez Isaza, miembro destacado de la Sociedad San Vicente de Paúl y acaudalado comerciante conservador, inició en diciembre del 92 la publicación de una serie de artículos que, con el nombre genérico de “La Mendicidad”30, debían servir para combatir las “pecaminosas” costumbres de los artesanos a través de juicios como los siguientes: “La honradez les es desconocida; son embusteros, incumplidos de los contratos, cínicos en sus raterías; para ellos no existe el séptimo mandamiento, que han borrado del decálogo”.
Esta actitud no fue respaldada por otros periódicos conservadores de la capital. Uno de los más importantes, El Orden Público, dio a luz el 11 de enero de 1893 un editorial, “Los artesanos de Bogotá vilipendiados”, en donde rechazó abiertamente el tratamiento dado a éstos por Colombia Cristiana. El editorial concluía: “Toda clase social tiene su parte dañada, y si se dirigen censuras contra esta parte, se comprende que no se ataque a la clase entera”. Sin embargo, los artesanos de Bogotá eran extremadamente susceptibles a las manifestaciones de desprecio social que se les dirigían, y celosos de su dignidad y prestigio como gremio. En esta oportunidad habían decidido responder a las ofensas gratuitas, impulsados también al parecer por elementos del liberalismo radical y uno que otro elemento del anarquismo.
Con la entrevista concedida por Rufino Gutiérrez, hermano de Ignacio, podemos reconstruir los sucesos de la semana anterior al motín del 15 y 16 de enero de la siguiente manera31:
Jueves 12 de enero. Viniendo de Chapinero los dos hermanos Gutiérrez fueron detenidos por un artesano “cerca de la iglesia de La Tercera reconviniéndole [a Ignacio] por la aludida publicación y retándolo”.
Viernes 13 de enero. Rufino Gutiérrez acompañó a Ignacio a la casa, “y en el camino trataron en dos ocasiones de atacarnos”. En la noche del mismo día varios individuos hicieron indagaciones en la casa de Ignacio dejando amenazas.
Sábado 14 de enero. En la noche nuevas visitas y rondas amenazantes.
Domingo 15 de enero. A las cuatro y media de la tarde cuando la familia Gutiérrez comía se iniciaron pedreas contra la casa, que fueron controladas por la policía. Según el relato del comisario Becerra, destacado en la segunda división de policía, por la noche del 15 “a las 8 y 15 p. m. se oyeron nuevamente pitadas con la señal de generala… e inmediatamente el comisario marchó al lugar… con 18 agentes armados de remington y 15 de sables y al llegar allí encontró a los amotinados en número de 400 a 500 hombres dando gritos de mueras al señor Gutiérrez y de víctores al pueblo, con mueras y abajos al gobierno y vivas al partido radical… los agentes [repelieron el motín]”32. A partir de medianoche todo quedó calmado.
Lunes 16 de enero. Fue el día más duro del motín. A las 11 a. m. hubo concentración en el puente de San Francisco presidida por artesanos notables; el objeto era dirigirse a la casa del general Cuervo, ministro de Gobierno, para pedir la libertad de los detenidos por las pedreas del día anterior y el castigo de Colombia Cristiana en aplicación de la ley de imprenta. Pero luego que el ministro se negó a atender a los manifestantes pretextando encontrarse enfermo, éstos se dirigieron a la casa de Ignacio Gutiérrez a reiniciar su ataque, enfrentándose de nuevo a las fuerzas del orden con el saldo de un muerto de los amotinados, Isaac Castillo, que fue baleado por un gendarme. Desde ese momento el motín varió de cariz y se dirigió entonces contra la policía a causa de la vida que ésta había cegado. Por toda Bogotá se dispersaron numerosos grupos armados con cuchillos, palos y piedras que recorrían las calles. Cedemos aquí la palabra al inspector Wenceslao Jiménez:
“Al bajar por la plazuela de San Victorino, subían con el cadáver de Castillo y en aquel lugar, reconocido ya como jefe de policía por la multitud, fui víctima de insultos y pedradas… Al llegar a la Plaza de Bolívar me encontré con el motín que venía desde Santa Bárbara, bajando por la calle de San Carlos, con banderas negras y coloradas, y armados de garrotes, peinillas, cuchillos, piedras e instrumentos de varias clases, y lanzando más o menos estos gritos: ‘Abajo el gobierno’, ‘Abajo la policía’, ‘Viva el partido radical’, ‘Viva el pueblo’, ‘Vivan los artesanos’. Esta desenfrenada turba… destruyó todos los útiles y elementos de la comisaría de la 5.ª circunscripción… Serían ya como las 5 p. m.; parte de los amotinados se encaminó al local de la Dirección [de policía], y parte por la calle Real, en dirección a San Diego, en el mayor desorden, con el propósito, según se veía, de aniquilar todo elemento relacionado con la policía…
”Llegaron a la comisaría de la 3.ª División situada en la calle 24, la cual encontraron abandonada; [allí] rompieron los muebles y útiles de la comisaría… El edificio quedó en lamentable estado de deterioro. Acto continuo salieron y se encaminaron al centro de la ciudad; llegaron al local que ocupa la 2.ª División [donde un gendarme les opuso resistencia]; el pueblo rompe una ventanilla inmediata y por ahí introduce alguno el arma homicida que da la muerte a aquel intrépido agente de policía [luego]… rompen la puerta, se entran, destruyen todo… suben al segundo piso y rompen y destruyen las puertas, vidrieras y muebles de los juzgados… En seguida se dirigieron al local de la 4.ª comisaría. Diez agentes de la División… resistieron el primer ataque hasta que arrollados por la multitud, y viéndose impotentes para rechazarla, salieron y dejaron el local abandonado, a cuyo interior penetraron los amotinados… destruyeron el archivo íntegro, rompieron los muebles y útiles de la comisaría…
”Las partidas eran numerosísimas y era imposible… atender a todas ellas, por grande que hubiera sido la fuerza existente en la ciudad. ?
Por todas las calles recorrían considerables grupos gritando a ‘Lo Comuna’, ‘al 93’, mueras al gobierno, a la policía, etc., etc.… En la plaza [La Capuchina], pretendieron renovar sus ataques…”33. Continúa el comisario Becerra, de la segunda circunscripción: “[En La Capuchina] pusieron un aparato de carros en forma de trinchera, desde donde hacían tiros con piedras en hondas y muchos con remington sobre los agentes… Este ataque fue sostenido hasta las 7 y 30 p. m…”34. Vuelve el inspector Jiménez: “Algunos muertos y muchos heridos de la multitud resultaron en tan doloroso trance… 15 agentes de la 3.ª División… fueron acometidos en la calle por individuos de la multitud, quienes atacaron con piedras y peinillas a los agentes…
”En ese momento, como a las cinco y cuarto de la tarde, otro grupo numeroso se aproximaba al local de la dirección [de policía] en movimiento bélico, con el propósito, según se vela, de [atacarlo]. Las gentes con piedras, instrumentos y armas de distinto género, ya habían hecho otro empuje en las primeras horas de la tarde, causando heridas de gravedad en los agentes… Al fin el ataque era ya tan vigoroso y persistente que el señor director [Gilibert ordenó] hiciéramos fuego… Así se verificó disparando desde los balcones de la dirección a la multItud… En ese encuentro quedaron muertos una serie de infelices…; el fuego empezó a hacerlos disolver, y poco a poco fueron separándose de este sitio para continuar su tarea… en otros varios puntos de la ciudad… Como a las siete y media de la noche se dirigió parte de la numerosa multitud a la casa [del Ministro de Gobierno], Antonio B. Cuervo…; forzaron la puerta… rompieron y destruyeron los muebles y útiles y dejaron todo en completa ruina… [Luego] se encaminaron a la casa del Sr. Luis Bernal, inspector [de policía]; derribaron una de las ventanas; entraron… destruyeron luego con saña feroz el mobiliario de la casa y toda la ropa de la familia…
”Otro grupo se dirigió a Santa Bárbara. Allí forzaron y rompieron la puerta [de la comisaría de policía]; despedazaron los muebles y útiles de la oficina y aún destruyeron casi en su totalidad el archivo… A este tiempo una multitud se encaminaba a la Casa de Corrección de San José de “Tres Esquinas”… llegaron, despedazaron gran número de muebles… abrieron de par en par las puertas y pusieron en libertad a más de 200 [presas]; un número crecido de [ellas] salieron a formar parte de la infernal asonada…
”También un grupo de amotinados se encaminó a la casa del señor Higinio Cualla, alcalde de la ciudad… destruyendo muebles y objetos de distintas clases… [Allí] una parte fue capturada y el resto de amotinados huyó despavorido con la presencia del Ejército que, distribuido en numerosas patrullas, aprehendió a más de 400 amotinados y restableció el orden antes de las doce de la noche”35.
Como lo anotamos en un capítulo anterior, 135 faroles de petróleo fueron también destruidos en esta ocasión, rotos los alambres de telégrafos y teléfonos y derribados los postes que los sostenían.
El gobierno respondió drásticamente a la asonada. Implantó la censura de prensa y sacó el ejército a la calle con órdenes de reprimir el alzamiento con la máxima energía. No se pudo precisar con exactitud el número de muertos y heridos, pero al parecer los primeros pasaron de 20. El ejército intervino no sólo para poner punto final al motín sino también para proteger a la policía, que amenazaba con ser liquidada por la multitud, enardecida por sus desmanes anteriores.
Dejemos constancia de un hecho que observó Rufino Gutiérrez luego del asalto a su casa el primer día, expresión de la gran espontaneidad que caracterizó en lo fundamental al bogotazo del 93: ?
“De aquella hora, las nueve de la noche, en adelante, grupos más o menos numerosos recorrían las calles, lanzando gritos diversos y discordes, lo que hace ver que carecían de jefe y organización. En uno se vitoreaba al ejército y en otro se le insultaba; ?allá se gritaba contra la clase alta, y en la calle siguiente se vitoreaba a la crème; aquí se proponía seguir al norte, y cien metros adelante se resolvía volver al sur”36.
El ministro de Gobierno emitió una proclama en la que afirmaba:
“No se trata, evidentemente, de ningún movimiento político ni de plan alguno comparable a los que el socialismo y el espíritu de anarquía suelen engendrar en las sociedades”37.
Sin embargo el vicepresidente Caro condenó a muchos de los que fueron apresados durante los desórdenes a confinamiento en la isla de San Andrés y a otros al extrañamiento de la capital de la república38. El motín dio, pues, motivo al gobierno para acentuar el acoso contra sus opositores. Apenas dos años después estalló la guerra civil de 1895.
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Notas
- 1. Memorias de Boussingault, Banco de la República, Bogotá, 1985, tomo III, pág. 52.
- 2. Samper, Miguel, Selección de escritos, Bogotá, Colcultura, Biblioteca Básica Colombiana, vol. 22, págs. 30-31.
- 3. El Eco del Tequendama, 25 de octubre de 1829.
- 4. El Constitucional de Cundinamarca, noviembre 6, 1842.
- 5. Correo de la Ciudad de Bogotá, 8 de agosto de 1822.
- 6. Galvis Noyes, Antonio, “La esclavitud en Bogotá durante el periodo de 1819 a 1851 vista a través de las Notarías Primera, Segunda y Tercera”, Tesis doctoral, Universidad Javeriana, Bogotá, 1974, págs. 81-82.
- 7. Restrepo, José Manuel, Diario político y militar, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá, 1954, tomo III, pág. 116.
- 8. Arboleda, Gustavo, Historia contemporánea de Colombia, Editorial América, Cali, 1933, tomo I, pág. 302.
- 9. Ibíd., págs. 419-422.
- 10. Restrepo, José Manuel, op. cit., tomo III, pág. 410.
- 11. Camacho Roldán, Salvador, Memorias, Editorial Bedout, págs. 9-10.
- 12. Restrepo, José Manuel, op. cit., tomo IV, págs. 57-58.
- 13. Biblioteca Nacional, Bogotá, Fondo Pineda, vol. 811.
- 14. Ortiz, Venancio, Historia de la revolución del 27 de abril de 1854, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1972, vol. 36, pág. 42.
- 15. El Repertorio, 28 de enero de 1854.
- 16. Ibíd., 2 de febrero de 1854.
- 17. Ibíd.
- 18. Ibíd.
- 19. Ibíd., 17 de febrero de 1854.
- 20. Diario de Cundinamarca, La América, El Tradicionalista y el Correo de Colombia, enero de 1875.
- 21. Ibíd.
- 22. La América, 27 de enero de 1875.
- 23. Ibíd.
- 24. La América, 29 de enero de 1875.
- 25. El Correo de Colombia, 3 de febrero de 1875; y El Republicano, 12 de febrero de 1875.
- 26. La América, 29 de enero de 1875.
- 27. La Ilustración, 26 de enero de 1875; y La América, 30 de enero de 1875.
- 28. La Ilustración, 26 de enero de 1875.
- 29. El Tradicionalista, 29 de enero de 1875.
- 30. Colombia Cristiana, n.o 10, 11 y 12, diciembre de 1892 y enero de 1893.
- 31. El Correo Nacional, 1.o de febrero de 1893.
- 32. Diario Oficial, 3 de febrero de 1893.
- 33. Diario Oficial, 2 de febrero de 1893. El subrayado es nuestro. Nota del autor.
- 34. Ibíd., 3 de febrero de 1893.
- 35. Ibíd., 2 de febrero de 1893.
- 36. El Correo Nacional, 1.o de febrero de 1893.
- 37. El Orden, 23 de enero de 1893.
- 38. Ibíd., 14 de febrero de 1893.
#AmorPorColombia
Movimientos sociales
Obra del extraordinario dibujante francés Édouard Riou, discípulo de Gustave Doré. Riou (1833-1900) ilustró las novelas de Alejandro Dumas, Walter Scott y Julio Verne, entre otras, y recorrió Europa, Rusia y América para nutrir con sus dibujos las páginas de Tour du Monde, L’Illustration y Le Monde Illustré. Festejos del 20 de julio de 1860, cincuentenario de la independencia, celebrado con toda pompa no obstante el estado de guerra en que se hallaba el país.
Obra del extraordinario dibujante francés Édouard Riou, discípulo de Gustave Doré. Riou (1833-1900) ilustró las novelas de Alejandro Dumas, Walter Scott y Julio Verne, entre otras, y recorrió Europa, Rusia y América para nutrir con sus dibujos las páginas de Tour du Monde, L’Illustration y Le Monde Illustré. Patio del convento de Santo Domingo. Faltaba un año para que, con la desamortización de bienes de manos muertas, el convento pasara a manos del gobierno y se convirtiera en la sede del Congreso Nacional.
Bajo el gobierno de José Hilario López, 1849-1853, se efectuaron grandes reformas de tipo radical. Fueron abolidos los resguardos indígenas de la sabana de Bogotá, se decretó la libertad de los esclavos y la libertad absoluta de prensa —que no era muy del agrado del presidente—, el libre comercio, la expulsión de los jesuitas, el fomento de las sociedades democráticas, que le dieron un tinte socialista y le ganaron, por parte de la opinión europea, el mote de “gobierno rojo”, aunque estaba lejos de serlo. Sufrió una feroz oposición por parte del recién fundado Partido Conservador, que en 1851 se levantó en armas para derrocar el gobierno liberal de José Hilario López, que derrotó sin dificultad a los rebeldes, cuyo jefe principal, el doctor Mariano Ospina Rodríguez, fue apresado en Cartagena y expulsado del país después de unos meses de encierro en las mazmorras de Bocachica. José Hilario López, miniatura de Víctor Moscoso. Colección de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Desde 1847, don Mariano Ospina Rodríguez advirtió sobre las consecuencias desastrosas que traería la ley de abolición de los resguardos indígenas, que tuvo pleno efecto, para la sabana de Bogotá, durante el gobierno de José Hilario López. Los indígenas, en efecto, quedaron desprotegidos y al ser desplazados de sus resguardos buscaron refugio en Bogotá, donde tuvieron que vivir de la mendicidad, y en no pocos casos se integraron a bandas de asaltantes y saqueadores de residencias. Agobiados por su situación social y económica, se unieron en 1851 a la rebelión conservadora encabezada por el doctor Ospina Rodríguez. En 1856 el cabildo indígena de Fontibón dirigió al Congreso de la República un sesudo memorial en que pedía la derogación de la ley que había suprimido los resguardos. Elegido presidente al año siguiente, Ospina Rodríguez restituyó los resguardos indígenas. Mariano Ospina Rodríguez, miniatura de Coriolano Leudo. Colección del Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Uno de los billetes con que el Estado de la Nueva Granada pagaba a los dueños de esclavos por la manumisión, según disposiciones legales que regían desde 1843. La manumisión era voluntaria y el poco valor de los billetes, que no tenían respaldo en oro, surtió escaso efecto en el propósito de lograr la liberación del mayor número de esclavos sin necesidad de una ley. Sólo en 1850 el Congreso dictó la ley de abolición de la esclavitud dentro del territorio de la Nueva Granada que, sancionada por el presidente José Hilario López, entró de inmediato en vigencia. Colección numismática del Banco de la República.
Simón Bolívar consiguió del Congreso de Cúcuta (1821) la primera medida en favor de los esclavos. Grabado de Rodríguez en el Papel Periódico Ilustrado.
Circular enviada por el dirigente artesanal Ambrosio López a distintas personalidades de la capital, solicitando su colaboración para las fiestas que se celebraron el 20 de julio de 1849.
Uno de los movimientos políticos de carácter popular más importantes del siglo xix fue la Sociedad Democrática de Artesanos, cuyo propósito sustancial era defender los intereses de la industria nacional y oponerse al librecambio, introducido por la administración del general Mosquera (1845-1849) en la segunda mitad de su mandato. La política librecambista, mantenida por los distintos gobiernos, entre 1847 y 1878, arruinó a los artesanos y retrasó en medio siglo el desarrollo industrial del país. Aunque las Sociedades Democráticas se disolvieron a mediados de la década del cincuenta, el movimiento artesanal de oposición al librecambio fue un factor fundamental en la política y el que de manera decisiva contribuyó a la elección del general Julián Trujillo (1878), que comenzó el desmonte del librecambismo, y de Rafael Núñez (1880), que implementó una honda política proteccionista. Don Ambrosio López fue uno de los impulsores y fundadores de la Sociedad Democrática de Artesanos en 1847, de la que se retiró en 1849, por estar en desacuerdo con el talante izquierdista que tomó el movimiento. Ambrosio López, acuarela de José María Espinosa. Colección del Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Pedro Alcántara Herrán, presidente de la república de 1841 a 1845, contribuyó a aplastar la rebelión artesanal-militar acontecida en Bogotá en 1854.
Joaquín Pablo Posada y Germán Gutiérrez de Piñeres publicaron y dirigieron en 1849 el semanario satírico El Alacrán. Aunque sólo aparecieron siete números, pues sus autores fueron demandados por calumnia e injuria, y encarcelados.
El Alacrán ocasionó un terremoto político en el país y creó en los artesanos una gran conciencia política. Tanto Posada como Piñeres desempeñaron papel de enorme importancia en el gobierno de López y fueron, junto con Francisco Antonio Obregón, los ideólogos del movimiento artesanal que tomó el poder el 17 de abril de 1854 en cabeza del general José María Melo.
El Alacrán asumió una posición radical contra la plutocracia mercantil y financiera de la capital. A la altura del número 3, los redactores de la publicación fueron a la cárcel, desde donde siguieron escribiéndola y editándola.
El Alacrán asumió una posición radical contra la plutocracia mercantil y financiera de la capital. A la altura del número 3, los redactores de la publicación fueron a la cárcel, desde donde siguieron escribiéndola y editándola.
La concentración en la ciudad de gran número de indígenas afectados por la disolución de los resguardos, contribuyó a los movimientos populares bogotanos de 1849-1854. Tipo de indios cestereros. Grabado de Adolfo Flórez en el Papel Periódico Ilustrado.
El gobierno de José Hilario López cambió en 1850 el nombre de Plaza de Bolívar por el de Plaza de la Constitución, medida aplaudida por los herederos políticos del general Santander, llamados “gólgotas”, y rechazada por los artesanos, apodados “draconianos”. El 19 de mayo de 1853, al tiempo que se aprobaba la nueva constitución, los artesanos pidieron ante el Congreso la abolición del librecambio. Cuando pasaban por la Plaza de Bolívar, los draconianos fueron agredidos por los gólgotas y se formó una reyerta descomunal. Grabado de E. Theron en América pintoresca.
José María Samper Agudelo (1828-1888) fue en su juventud un fogoso librepensador radical. Contribuyó a fundar la Escuela Republicana que reunía a los jóvenes que, so pretexto de la libertad de pensamiento y de expresión, respaldaban el librecambio comercial. Un discurso de Samper en la Escuela Republicana, en que alude al mártir del Gólgota, y dice que los radicales eran los modernos gólgotas, le valió a esta corriente política librecambista el apodo de gólgotas, que constituían una curiosa aleación de antítesis: socialismo con librecambio. Posteriormente José María Samper dio un giro de 180 grados y se convirtió en ideólogo del Partido Conservador, católico ferviente y enemigo acérrimo del librecambio. Con Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, gestó la Constitución de 1886. Grabado de Rodríguez en el Papel Periódico Ilustrado.
Presidente del Senado, el general Tomás Herrera firmó la Constitución de 1853, y ejercía la presidencia de la Cámara de Representantes cuando ocurrió el golpe artesanal del 17 de abril de 1854, que depuso al presidente Obando. Tomás Herrera consiguió huir de Bogotá, organizó las tropas constitucionales y como primer designado se declaró en ejercicio del poder ejecutivo en Chocontá. Derrotado por el ejército de Melo en Zipaquirá y Tiquisa, se replegó hacia Mariquita y Neiva e instaló en Ibagué el gobierno paralelo, denominado constitucional. Entregó el poder ejecutivo al vicepresidente José de Obaldía, y se puso al mando de las tropas que sitiaron a Bogotá en diciembre de 1854. Durante la toma de la capital, Tomás Herrera fue herido el 4 de diciembre y murió al día siguiente.
José Manuel Restrepo (1781-1863) no fue sólo un político de grande influencia en las primeras décadas de la República, sino el primer historiador colombiano. Escribió en varios volúmenes la Historia de la revolución, de la que fue testigo o actor en muchos de sus episodios, y conoció a varios de los protagonistas. Trabajó con el Libertador y con el general Santander, y dejó un archivo de inmenso valor documental que ha sido fuente inagotable para la investigación histórica en el país. José Manuel Restrepo, óleo de Ricardo Acevedo Bernal. Academia Colombiana de Historia, Bogotá.
Después de la agresión de los gólgotas contra los draconianos, el 19 de mayo de 1853, aquellos prometieron desquite. El 8 de junio le tendieron un cerco a Florentino González (campeón del librecambismo) a la salida del Congreso, enfrente de Santo Domingo, y le dieron una paliza. Acudió a defenderlo su correligionario, el joven Eustorgio Salgar, que también recibió lo suyo. Salgar se quejó de que los artesanos lo habían escupido. Eustorgio Salgar en 1863. Fotografía de Demetrio Paredes.
El general José María Obando fue depuesto por el golpe militar-artesanal del 17 de abril de 1854, luego de que se negara a ponerse al frente del mismo. Acusado al año siguiente ante el Congreso de haber sido cómplice del golpe de Melo, fue enjuiciado, condenado, destituido de la presidencia y desterrado.
La caída de Melo, caricatura de José María Espinosa. Su golpe de Estado fue interpretado siempre de manera partidista. Álbum Espinosa. Biblioteca Nacional, Bogotá.
El general José María Melo encabezó el golpe militar-artesanal del 17 de abril de 1854. Derrotado por las tropas constitucionales en diciembre de 1854, al año siguiente se le sometió a juicio por el Congreso. Fue condenado y desterrado. En febrero de 1860 se unió en México al ejército del presidente Benito Juárez para luchar contra la guerrilla clerical conservadora en armas contra Juárez. Durante una batalla en la hacienda de Juancaná, estado de Chiapas, Melo fue herido, hecho prisionero y fusilado el 1.o de junio de 1860. Miniatura de Víctor Moscoso.
Santiago Pérez, presidente liberal-radical (1874-1876). Como fiel exponente de las doctrinas del “dejar hacer” no pudo impedir el “motín del pan” de 1875. Óleo de autor anónimo. Colección del Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
El “orejón sabanero” debía su nombre a la manera peculiar como amarraba un pañuelo a su cabeza, debajo del sombrero. Dibujo de Ramón Torres Méndez, 1857. Ilustración para el libro de Isaac Holton New Granada: Twenty Months in the Andes. Original extraviado.
Indio jaulero, xilografía de Ricardo Moros Urbina y fotografía original de Julio Racines. Las clases trabajadoras de Bogotá se vieron engrosadas en gran medida por los indios desalojados de sus resguardos. Papel Periódico Ilustrado.
Una de las principales motivaciones para el auge bancario a partir de 1870, fecha en que se fundó el Banco de Bogotá, era la capacidad de emitir papel moneda, o dinero en billetes, de acuerdo con las reservas metálicas —en oro o en plata— que el banco tuviera en sus depósitos. En la década del setenta había una discusión mundial sobre si el patrón monetario internacional debería ser el oro o la plata. Desde la Constitución de Rionegro, en los Estados Unidos de Colombia se utilizaban ambos metales, con el mismo valor adquisitivo. En este billete del Banco de Bogotá, emitido en 1873, se dice que “pagará al portador a la vista Cinco Pesos en moneda de plata de 0.900 talla mayor, o de oro o plata equivalentes a esta [a la talla] con el premio o descuento correspondientes en la plaza”. El premio o descuento era el porcentaje que el banco ganaba por la transacción del papel moneda por moneda metálica. Billete de 5 pesos del Banco de Bogotá. Colección numismática del Banco de la República.
Milicias neogranadinas. En lo fundamental, las tropas irregulares de a pie y de a caballo eran las que principalmente conformaban las fuerzas que se enfrentaban en las contiendas civiles del siglo pasado. Acuarela de Edward W. Mark.Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Auguste Le Moyne, Vista de Bogotá desde la Huerta de Jaime, ca. 1830. Tinta sobre papel. Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Bogotá padeció durante esta guerra el asedio de la guerrilla conservadora de “Los Mochuelos”, dirigida y en gran parte conformada por jóvenes de prestantes familias de la capital. “Los Mochuelos” finalmente hubieron de entregarse, con honores, al gobierno liberal-radical. Recluta y veterano de infantería en la revolución de 1876. Acuarela de Ramón Torres Méndez. Colección de la Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá.
Vista panorámica de Bogotá, desde el oriente, a finales del siglo xix. El sector detallado por el dibujante A. Slom muestra la parte sur de la ciudad, desde Santa Bárbara y San Agustín, hasta Las Cruces, y los barrios orientales de Belén, Egipto y San Cristóbal, donde funcionaban algunas fábricas y ladrilleras.Grabado de A. Slom, ca. 1893.
El cartagenero Higinio Cualla se desempeñó como alcalde de Bogotá durante 18 años en el periodo de La Regeneración. La capital le debe a la iniciativa de Cualla importantes obras de modernización y progreso.
Texto de: Eugenio Gutiérrez Cely
DE LA COMUNIDAD A LA MENDICIDAD
El viajero francés Boussingault anotaba en 1823 que los aborígenes de Bogotá y la sabana “generalmente viven fuera de la ciudad, en chozas circulares de techo cónico, en la misma forma en que los encontraron los españoles. La única diferencia que se nota entre el muisca actual y sus antepasados es que ha perdido su idioma autóctono. El indio vive más o menos como vivía tres siglos atrás, con su familia no muy numerosa. Cultiva su chacra y cría gallinas. Es asiduo y paciente en el trabajo. En los caminos se le encuentra hilando algodón con huso al mismo tiempo que camina y vigila los ganados”1.
Una vez establecido el gobierno republicano fue preocupación de los legisladores convertir a los indígenas en propietarios individuales desmontando el viejo sistema de resguardos que había creado y puesto en vigencia la corona española siglos atrás. La figura jurídica del resguardo tenía como finalidad esencial proteger a los naturales contra el poder y los abusos de los latifundistas agrupándolos en parcelas comunitarias que ellos podían cultivar mas no enajenar. En términos de lenguaje popular, los resguardos impedían que el pez grande se comiera al chico.
Vientos nuevos soplaron sobre los resguardos con el triunfo de la Independencia. Los legisladores republicanos juzgaron limitante y opresivo el régimen de propiedad comunitaria y se propusieron desde los comienzos de la nueva era la finalidad de desmontarlo. Conforme con su criterio los indígenas no tenían por qué ser ciudadanos de segunda categoría, sujetos a cortapisas en sus derechos de comprar y vender la tierra con libertad irrestricta. Pensaban que obligarlos a vivir dentro del régimen de resguardos era algo así como mantenerlos parcialmente aherrojados. La libertad era para todos y en igual proporción. En consecuencia, ya en octubre de 1821 se promulgó la primera ley dirigida a demoler la antigua armazón de los resguardos; leyes de marzo de 1832 y junio de 1834 completaron la realización de este objetivo.
La verdad es que nada pudo ser más funesto para la vida y condición general de los aborígenes que la demolición de los resguardos. La idea de los legisladores republicanos de crear por la simple virtud de la ley una inmensa multitud de felices propietarios y acomodados minifundistas resultó ser una absoluta utopía. Cuando los indígenas usufructuaban en comunidad las tierras de los resguardos nada les faltaba y vivían dentro de un nivel aceptable. Pero al ser autorizados por el legislador para repartir y luego enajenar las tierras comunales se hizo patente la diferencia entre los recursos políticos y económicos de los poderosos enfrentados al desamparo de los indígenas. En el momento en que el legislador repartió las tierras de los resguardos y entregó a cada aborigen su parcela con plena potestad para hacer de ella lo que quisiese, los más pudientes cayeron sobre ellos como aves rapaces, les compraron sus tierras, por lo general a precios viles, y de la noche a la mañana los convirtieron en asalariados, arrendatarios y concertados en el campo, y en mendigos y aun maleantes en la ciudad.
Dejemos que sea un destacado testigo directo de esta situación quien nos trace un cuadro patético y veraz de los efectos que produjo la disolución de los resguardos. Se trata del gobernador de Bogotá, Alfonso Acevedo, quien dirigió una comunicación al secretario del Interior, la cual publicó El Constitucional de Cundinamarca el 3 de abril de 1842. En el documento del señor Acevedo se aprecia de manera impresionante el cúmulo de tropelías y depredaciones de que fueron víctimas los aborígenes a partir del momento en que empezaron a gozar de la dichosa “libertad” de propietarios individuales de tierras. Veamos el texto de este valioso testimonio:
“Por desgracia el mal es ya irreparable y en unas partes la avaricia, y en otras la ignorancia ha reducido a centenares de indígenas a la más completa mendicidad. … Es un dolor que las disposiciones que se dictan para elevar a los indígenas a la clase de propietarios haya servido de instrumento para reducirlos a la miseria… En algunas parroquias han sido despojados de [sus terrenos] exigiéndoles por los curas las pequeñas porciones que les han cabido en pago de entierros. En otras han vendido sus porciones a pesar de la prohibición [para hacerlo] pues algunos jefes políticos… por interés personal, han dado licencia para la venta, verificándose ésta en reducidas cantidades que se entregan a los indios poco a poco y que sólo sirven para fomentar en ellos el vicio de la embriaguez; en otras, no pudiendo conseguirse licencia para ventas se han inventado el que los indígenas empeñen indefinidamente sus terrenos a los propietarios vecinos que de este modo los adquieren a pesar de las disposiciones legales; y en todas las parroquias hay una tendencia constante a apoderarse de los resguardos de indígenas y estos infelices, sin capacidad para defender sus derechos y engañados constantemente por los mismos que debieran protegerlos, no pueden conservar su propiedad…
”En el estado en que hoy se encuentran los repartimientos no pueden ya suspenderse; [pienso que] antes de 4 años ningún indígena poseerá porción alguna de terreno, resultando el grave inconveniente de que todos ellos se conviertan en mendigos y holgazanes, dejando la útil profesión de la agricultura de que hoy viven proporcionando a la raza blanca víveres abundantes y baratos, pues como Ud. habrá observado los terrenos que estos poseen son en general los más bien cultivados, y los indígenas son los que proveen todos los mercados de la provincia [de Bogotá] de los víveres necesarios”.
Anotábamos anteriormente que la policía bogotana tomó la medida de “concertar” vagabundos y pordioseros en casas particulares de la ciudad y el campo. Es triste verificar cómo muchos de esos pobres “concertados” habían sido antaño tranquilos y apacibles beneficiarios de las tierras comunales de los resguardos que, como consecuencia de la “libertad” que les había otorgado el reparto de los mismos, se veían ahora sumidos en la más negra indigencia.
En 1847 se hallaba en plena marcha la política de desmonte de los resguardos indígenas. El 1.o de septiembre de ese año Pastor Ospina, gobernador de Bogotá, presentó a su sucesor Mariano Ospina un informe en el que le decía que ya se había repartido el resguardo de Facatativá y que se habían tomado las medidas para hacer lo propio con los de Nemocón, Fúquene, Fómeque, Zipacón, Tabio y Tocancipá. Mariano Ospina, a su turno, informó a la Cámara Provincial el 21 de septiembre siguiente, que en los pocos días que llevaba desempeñando la Gobernación “es muy raro aquel en que no se hayan presentado en ella algunos indígenas poniendo quejas y haciendo reclamaciones relativas a sus resguardos; algunos son de los distritos en que ya se hizo la distribución y la mayor parte de aquellos en que está aún por hacerse”.
Durante 1849 se repartió el resguardo de Suba. Poco después, en septiembre de 1851, el gobernador Patrocinio Cuéllar informó a la Cámara Provincial que en los últimos cuatro años también se habían repartido los resguardos de Fómeque, Nemocón y otros, agregando que consideraba que si la prohibición a los indígenas de vender las parcelas recibidas era perjudicial a ellos y a la riqueza agrícola de la provincia, la existencia de resguardos todavía sin distribuir “agrava el mal hasta donde es posible”. Cuéllar solicitó de manera encarecida a la Cámara otorgar a los indios facultades tan amplias como las de los demás ciudadanos para negociar en todo sentido y enajenar sus parcelas luego de que los resguardos les hubieran sido repartidos. La corporación accedió y fue así como el 4 de octubre de 1851 se produjo el golpe definitivo a los aborígenes de la sabana y en general a los de la provincia de Bogotá, por medio del decreto que dispuso la libre enajenación de las tierras que les fueron asignadas luego de repartidos los resguardos. Algún influjo debió tener esta medida en el recrudecimiento de las luchas populares que vivió Bogotá en 1853-1854, que adelante veremos, aunque es difícil precisar en qué forma concreta.
Los resguardos de Bosa, Engativá, Soacha, Fontibón, Cota y Zipacón se distribuyeron entre 1856 y 1858. En sus Memorias, Salvador Camacho Roldán sintetizó admirablemente las consecuencias de esta medida:
“Los indígenas inmediatamente vendieron las parcelas que les fueron asignadas a vil precio a los gamonales de sus pueblos, y se convirtieron en peones de jornal, [sus] tierras de labor fueron convertidas en dehesas de ganado, y los restos de la raza poseedora siglos atrás de estas regiones se dispersaron en busca de mejor salario a las tierras calientes”.
No había que poseer facultades proféticas para presagiar los resultados que traería consigo la disolución de los resguardos. De inmediato la mendicidad y la miseria se extendieron por toda Bogotá de una manera impresionante, ya que esta capital se convirtió en el refugio elegido por los indígenas que, luego de malvender las tierras de sus resguardos y no encontrar trabajo como peones de los latifundios ganaderos, recalaron en Bogotá en procura de mínimos medios de supervivencia.
Decía sobre este particular el gobernador Ospina en un informe a la Cámara Provincial cuando el problema apenas empezaba, vale decir, en 1846, que hacía algún tiempo que el número de menesterosos mantenidos en la Casa de Refugio de la ciudad no bajaba de 220 diarios, y que sus rentas estarían alcanzadas “si no se hubiese procurado el que salieran, a cargo de personas de responsabilidad, casi todos los jóvenes que han llegado a estado de poder ser concertados. También en poco más de tres años se ha duplicado el número de expósitos, y es de temerse que el aumento siga en progreso”.
Al desmantelamiento de los resguardos se agregaron las tres guerras civiles ocurridas entre 1851 y 1863 para agravar más aún esta situación de indigencia colectiva en Bogotá. Informaba el periódico La Opinión del 23 de septiembre de 1864 que la afluencia de indigentes a la ciudad estaba tomando propociones de calamidad pública, que en sólo la mañana del sábado anterior se habían recogido 237 mendigos y que si a esa cifra se agregaba la de los presos por hurto y robo que atestaban la cárcel pública, “si nos ponemos a investigar el número de familias miserables que viven angustiadas por el hambre… y si a tales datos agregamos lo que se desprende de la lectura de los Anales de la Policía que publica el Diario Oficial, tendremos formulada la estadística más abrumadora de las miserias morales y físicas de esta ciudad”.
Hay una obra imprescindible para la correcta apreciación de este fenómeno. Se trata de La miseria en Bogotá, de Miguel Samper, de la cual extraemos el siguiente aparte que sintetiza de manera admirable la situación en 1867:
“Los mendigos llenan calles y plazas, exhibiendo no tan sólo su desamparo, sino una insolencia que debe dar mucho en qué pensar, pues la limosna se exige y, quien la rehuse, queda expuesto a insultos que nadie piensa en refrenar… Las calles y plazas de la ciudad están infestadas por rateros, ebrios, lazarinos, holgazanes y aun locos. Hay calles y sitios que hasta cierto punto les pertenencen como domicilio… La inseguridad ha llegado a tal punto, que se considera como acto de hostilidad el ser llamado rico…”2. Tal fue la situación que vivió Bogotá inmediatamente después de la disolución de los resguardos de indígenas. Los efectos de esta medida no pudieron ser más funestos.
ESCLAVOS Y TRABAJADORES
En la relación de mando del virrey Mendinueta, de 1803, se encuentra un dato importante para la apreciación de la situación social de Bogotá y la sabana a principios del siglo xix: “Son generales las quejas contra la ociosidad, todos se lamentan de la falta de aplicación al trabajo; pero no he oído ofrecer un aumento de salarío y tengo entendido que se paga en la actualidad el mismo que ahora 50 o más años no obstante que ha subido el valor de todo lo necesario para la vida [de ahí que], el infeliz que no quiso sujetarse a vender su industria, sus fuerzas y su inteligencia por menosprecio, viene a ser la víctima, se entrega al ocio, y para en la mendiguez”.
Los bajos salarios también afectaban al gremio de los artesanos de la capital, pues, según Mendinueta, “los maestros se lamentan de la falta de aprendices, y éstos no encuentran utilidad en serlo”.
Buscando solucionar las dificultades con la mano de obra, el gobierno municipal republicano entregó a los maestros artesanos un poder discrecional sobre sus trabajadores como forma represiva de compelerlos al trabajo. Al respecto, en octubre de 1829 se publicó un bando que prevenía que ningún artesano pudiera abrir taller sin previamente haber acreditado la aptitud necesaria por medio de un examen a juicio y aprobación de los maestros mayores del oficio, conminando a los infractores con cerrarles su taller “y sujetarlos a trabajar por un jornal, bajo la dependencia de otro maestro o propietario”. El bando ordenaba también que los jefes de taller y propietarios en general hicieran constar por escrito las condiciones que acordaran con sus oficiales y aprendices, y que cuando éstos dejaran el empleo les dieran un certificado en que constara el motivo por el cual salían del taller y si habían cumplido con exactitud sus compromisos y no dejaban trabajo por realizar. Sin tal certificación ningún oficial o aprendiz podría ser admitido a trabajar en otra parte. “De este modo se logra que, proporcionándosele a los maestros los recursos necesarios, puedan llenar sus deberes, lo que antes se les dificultaba mucho, a causa de no tener, o faltarles, cuando menos pensaban, los aprendices u oficiales del taller”3.
La situación continuó por lo que vinieron nuevas medidas coercitivas. En octubre de 1842 la Cámara Provincial de Bogotá promulgó un reglamento laboral ciertamente draconiano en que se estipulaba que los convenios hechos entre amos y criados para el servicio doméstico se extendieran por escrito “a fin de que puedan unos y otros ser obligados a su cumplimiento por la autoridad”. Más adelante seguía este reglamento con una disposición insólita: “Las nodrizas o amas de leche que se contrataren para criar hijos ajenos y comenzaren este encargo no podrán abandonarlo ni separarse antes que termine el término estipulado y serán compelidas por la policía en caso de resistencia”. Indicaba luego que las personas mayores de 18 años que se hubieran comprometido a trabajar para otra no podrían dejar su empleo antes de haber cumplido el tiempo de su compromiso4. Las autoridades de la ciudad publicaron en El Constitucional de Cundinamarca del 7 de julio de 1844 un aviso en el que advertían que, a fin de mejorar el servicio doméstico, invitaban a los amos a celebrar sus contratas con las criadas ante el jefe de policía para que, en caso de fuga, pudieran ser capturadas y devueltas a sus lugares de trabajo. Imposible imaginar una forma más perfecta de esclavitud sin el nombre de tal.
A la falta de estímulo para el trabajo, que hacía difícil conseguir y retener fuerza laboral libre en Bogotá, se debe también el que los dueños de esclavos en la ciudad fueran tan reacios a dar la libertad a sus negros y mulatos, y que en general los avaluaran a un precio excesivo —200 pesos un esclavo de 18 años, 250 pesos una esclava de 24 años y 300 pesos otra de 40 años—,5 en momentos en que una mula valía entre 35 y 45 pesos, un buey entre 25 y 30 pesos y una vaca entre 12 y 14 pesos.
Por ello mismo decía el gobernador Acevedo en una Memoria que presentó a la Cámara Provincial en 1845:
“La manumisión es el ramo más generalmente descuidado porque este negocio no es visto con el humano interés que debiera inspirar la triste situación de los siervos. Se nota una fuerte repugnancia en algunos dueños de esclavos ya para entregar a sus padres los menores, previa la indemnización de alimentos (art. 3, Ley de 21 de julio de 1821), ya para presentar los libertos de 18 años para que los alcaldes les expidan su carta de libertad (art. 1.o, Ley de 29 de mayo de 1842). Por ello es precisa un vigilancia extrema y una saludable energía para que no triunfe el interés sobre la humanidad”. Entre 1821 y 1845 sólo se manumitieron en el cantón de Bogotá 313 esclavos, según la Gaceta Oficial y sólo se otorgaron 159 cartas voluntarias de libertad, 51 de las cuales por reclutamiento militar y en pago de impuestos de manumisión correspondientes a testamentarias6.
Debido a una cruel paradoja ocurría muchas veces que los negritos jóvenes que obtenían su libertad salían a disfrutar de ella y, por supuesto, a tratar de conseguir trabajo. Al no poder hacerlo por las condiciones que ya hemos puntualizado, eran capturados por la policía y obligados a trabajar en casa de alguna familia con el ya descrito sistema de “concierto”. Las casas a las cuales eran destinados solían ser, en general, las de sus amos originales. En otras palabras, lo que el lenguaje popular denomina acertadamente “la vuelta del bobo”.
LOS ARTESANOS Y SUS LUCHAS
Del año de 1838 datan las primeras sociedades de artesanos que operaron en Colombia. Primeramente en junio de ese año7, el señor Ignacio Morales, católico fanático que a la sazón consideraba que el gobierno de Márquez era “adverso al catolicismo”, fundó en Bogotá una Sociedad Católica con unos rasgos y unas características hasta tal punto recalcitrantes, que el propio arzobispo Manuel José Mosquera se negó a ingresar a ella o a prestarle cualquier apoyo. En contraposición a este grupo, el santanderista Lorenzo María Lleras fundó la Sociedad Democrática Republicana. La intención del señor Lleras y sus partidarios era la de movilizar y aglutinar a los artesanos en torno a sus candidatos en las elecciones primarias de ese año. Don Lorenzo María se mostró particularmente dinámico y acucioso en la consolidación y expansión de estas células. Una vez establecida la de Bogotá, fundó varias en Tunja, Villa de Leyva y otros lugares del país. Coetáneas de la Democrática y de la Católica fueron en la capital la Filológica, también de menestrales, y la Bogotana, ambas de poca duración8. Como finalmente los católicos ultras y un sector de los santanderistas, dentro del que se encontraba precisamente Lleras, estuvieron al lado del gobierno de Márquez durante la Guerra de los Supremos, se entiende por qué los artesanos de Bogotá tomaron las armas para defender al gobierno en esta guerra9.
Al término de la misma, informa Gustavo Arboleda que en octubre de 1842, meses después de la quiebra de Landínez, los artesanos de Bogotá se agruparon para fundar una institución que denominaron Sociedad de Montepío y Caridad. Su finalidad esencial era la de proveer con auxilios a las familias de los afiliados muertos, así como a quienes por enfermedad quedasen transitoria o definitivamente incapacitados para trabajar. Ésta fue realmente la primera entidad mutualista que hubo en Bogotá y revela el grado de autonomía y espíritu de gremio que empezaba a imperar entre los artesanos de la capital.
En 1845, cuando la elección presidencial enfrentaba a los candidatos Eusebio Borrero y Tomás Cipriano de Mosquera, los artesanos de Bogotá se pronunciaron por este último10, pero hacia 1847 ya se estaban pasando a la oposición contra el gobierno de Mosquera, y la Sociedad de Artesanos y Labradores, fundada en ese año, se transformó en 1848 en la Sociedad Democrática, que puede considerarse como la organización gremial y política de los artesanos más beligerante que ha habido en la historia de Colombia. Vamos a ver el proceso en virtud del cual se llegó a esta metamorfosis, que dejó atrás las contradicciones entre maestros artesanos, necesitados de mano de obra, y oficiales y aprendices, reacios a trabajar por bajos salarios, y llevó a unos y otros, primero, a cerrar filas contra la invasión de manufacturas extranjeras, luego a protagonizar los enfrentamientos entre “guaches” y “cachacos” que sacudieron a Bogotá en 1853-1854 y, por último, a participar en un golpe de Estado que en 1854, durante ocho meses, arrebató el poder a los dos partidos tradicionales.
Desde 1833 hasta 1847, las manufacturas extranjeras habían venido siendo gravadas por derechos de aduana relativamente altos. Adicionalmente, los elevados fletes del transporte interno, debidos, como ya lo hemos visto, a las precarias vías de comunicación y medios de transporte, se constituyeron en otra especie de barrera proteccionista que defendió desde la misma independencia los productos de la artesanía nacional contra la competencia foránea. Pero este panorama cambió en la medida en que los raudos avances de las tecnologías norteamericana y europea de producción y transporte sacaron a los mercados artículos cada vez de mejor calidad y más baratos, lo que fue aprovechado por los comerciantes importadores de la Nueva Granada para traer cantidades mayores de estos productos y venderlos en sectores del pueblo que hasta entonces consumían básicamente artesanías nacionales. Por su parte, desde 1847 el secretario de Hacienda de Mosquera, Florentino González, empezó a impulsar una política librecambista que inundó todavía más el mercado nacional de productos extranjeros en detrimento de las manufacturas nacionales, cuya tecnología y formas de producción eran definitivamente estacionarias.
En ese año de 1847 ocurrieron dos sucesos que dieron renovada fuerza a la ofensiva contra las artesanías locales. Uno fue el conjunto de medidas tributarias producidas por la ley del 19 de junio de ese año, cuyo resultado final fue una sensible reducción de los gravámenes aduaneros. Respecto de estas medidas escribió el historiador Gustavo Arboleda en su Historia contemporánea de Colombia que la ropa hecha, los sombreros, las ruanas, los muebles, las monturas, la loza y otros artículos que tenían impuestos prohibitivos quedaron con gravámenes que permitían su importación, por lo que los sastres, ebanistas, talabarteros, alfareros y demás gremios de artesanos “se creyeron perjudicados con la nueva ley y consideraron al Doctor Florentino González [secretario de Hacienda] como el peor enemigo del pueblo”.
El otro acontecimiento que resultó fatal para la suerte de las artesanías criollas fue la regularización a partir de 1847 de la navegación a vapor por el río Magdalena. El gobierno fomentó mediante subsidios el establecimiento de sendas empresas de navegación fluvial en Cartagena y Santa Marta, las cuales colocaron en corto tiempo barcos de vapor en el río, que incrementaron y abarcaron la capacidad transportadora. Ello estimuló poderosamente la importación de géneros extranjeros, a la vez que facilitó extraordinariamente en todo sentido la exportación de nuestras materias primas.
No es coincidencia el hecho de que la Sociedad de Artesanos y Labradores naciera en Bogotá en el mismo año en que el gobierno de Mosquera empezó a impulsar la política librecambista, y en que, al mismo tiempo, principió a consolidarse la navegación a vapor por el río Magdalena. Los artesanos se veían así compelidos a ocuparse de la política.
La Sociedad Democrática
Emeterio Heredia, uno de los fundadores, en octubre de 1847, de la Sociedad de Artesanos y Labradores escribió, como respuesta al folleto Desengaño de su colega Ambrosio López, otro de los fundadores de la asociación, estas palabras:
“Organizamos esta sociedad compuesta de los artesanos de la capital porque sentíamos las funestas consecuencias de la bárbara ley que se dictó en aquel mismo año rebajando los derechos de importación y facultando con ella la introducción de varios artículos que en el país pueden manufacturarse igualmente a los extranjeros; tal medida que atacaba directamente nuestro bienestar y las profesiones que forman la ocupación de la mayor parte de la sociedad en general era preciso combatirla, y para ello se creyó indispensable reunirnos en sociedad para reclamar por medio de una representanción a las Cámaras Legislativas se reformase dicha ley, que usurpaba violentamente nuestros derechos con detrimento de la subsistencia de nuestras familias; y en efecto hízose y elevóse la representación al Senado y allí encalló porque siempre se nos ha mirado bajo una triste condición y casi con un absoluto desprecio. … La representación de que se habla fue elevada en tiempo de la administración del General Mosquera y negada”.
Las acusaciones lanzadas por los artesanos contra Mosquera, en las que lo sindicaban de ser el causante de su ruina, fueron aprovechadas por los liberales para granjearse el apoyo de este importante gremio. A Mosquera se le acusaba también de ser el más conspicuo representante de la oligarquía política y económica. Se decía de él que pertenecía a la “Sagrada Familia”, por ser hermano del ex presidente Joaquín Mosquera y del arzobispo Manuel José Mosquera y suegro del ex presidente Pedro Alcántara Herrán. Todo esto facilitó el trabajo adelantado por los liberales para captarse las simpatías de la clase artesanal. El sastre Ambrosio López, abuelo del ex presidente López Pumarejo, y uno de los más aguerridos dirigentes de los artesanos, relata en su escrito Desengaño qué se les decía entonces a los artesanos:
“Trabajemos compañeros, que bajando a estos pérfidos y tiranos conservadores subirá el General López, el áncora de las salvaciones públicas, quien… con el personal de nuestro partido liberal… nos hará felices haciendo valiosos nuestros artefactos, derogando esa ley dada por los conservadores, esa ley que ha bajado tanto los derechos a las obras que nosotros podemos trabajar en el país”.
En dos sentidos se realizó la concientización de los artesanos: en el de la lucha contra el librecambio y en favor de la protección a las manufacturas nacionales, aspecto en que sobre todo enfatizaban dirigentes salidos de la propia masa artesanal; y en el del enfrentamiento a la oligarquía conservadora gobernante desde 1837, contra toda clase de privilegios de casta y por la democratización general del país, aspecto en que fundamentalmente insistían políticos del Partido Liberal que empezaron a influir a los democráticos, y en particular jóvenes activistas liberales como José María Samper, Salvador Camacho Roldán, Carlos Martín y otros. Pronto los artesanos tuvieron que escoger por cuál de estas dos prédicas debían inclinarse; pero es un hecho que la virulencia de ambas despertó en ellos un profundo sentimiento clasista, social y político, pues al solo agravamiento de su situación económica y social por la competencia de las manufacturas extranjeras en el lapso de tiempo que va de octubre de 1847 a abril de 1854 no se puede atribuir la beligerancia política que adquirieron hasta atreverse, en 1854, a tomar el poder.
Por lo pronto, en 1849, la Sociedad de Artesanos y Labradores se transformó en la Sociedad Democrática, con un claro sentido político.
Influencia de la República francesa de 1848
En 1848, año anterior al triunfo liberal con José Hilario López a la cabeza, llegó a Bogotá la noticia de la proclamación revolucionaria de la Segunda República francesa, acontecimiento que produjo una fuerte sacudida ideológica en la juventud liberal e incluso en algunos conservadores como don Mariano Ospina Rodríguez, que quería echar al vuelo las campanas de la catedral para celebrar el fausto suceso11. En consecuencia, no puede desconocerse el vigoroso influjo que tuvieron los hechos revolucionarios europeos de 1848 sobre la marea liberal y progresista de 1849 en la Nueva Granada.
Se hablaba entonces con mucha insistencia de una ideología “socialista” que, por supuesto, era de carácter escencialmente liberal y que solía denominarse ?socialista simplemente porque por primera vez en la historia política del país se proclamaba el interés por buscar soluciones a los problemas sociales más apremiantes. En suma, una ideología básicamente romántica, algunos de cuyos breviarios eran las producciones literarias más populares de ese género en la época: la Historia de los girondinos, de Lamartine; Los misterios de París, de Eugenio Sué, y, más tarde, muy en especial, Los miserables, del gran Victor Hugo, que dio entonces la vuelta al mundo como el evangelio de todos aquellos que luchaban contra las desigualdades y las injusticias de la sociedad.
El nuevo “socialismo” de la juventud liberal, contradictoriamente, afirmaba su compromiso al mismo tiempo con los intereses de toda la sociedad y con las leyes “naturales” de la economía, para las cuales era contraproducente proteger las artesanías nacionales de la competencia extranjera. Era una vaga inclinación por “lo social” y, al mismo tiempo, un calculado interés en la fuerza que darían al Partido Liberal las masas urbanas y en particular los artesanos, su sector más fácilmente organizable y movilizable. Esto se lograría por medio de la educación, que al mismo tiempo se veía como la forma de contribuir a elevar la cultura del pueblo, con lo que se le ayudaba a salir de la miseria (supuestamente causada por la falta de educación) y se le adoctrinaba en los aspectos fundamentales en que el liberalismo principalmente requería de su movilización. Así lo expresó José María Samper en su Historia de un alma:
“Siendo los artesanos fuertes por el número, convenía neutralizar su fuerza material con otra más inteligente; y tanto por esta conveniencia como por entusiasmo democrático, centenares de jóvenes e individuos que no eran artesanos se hicieron recibir miembros de la Democrática. … ¿Qué hacíamos todos en la Democrática? Perorar y… organizar las fuerzas brutas del liberalismo. Pronto comprendí que aquel juego de peroraciones desarregladas sería estéril… a menos que se procurase la educación moral y política de los artesanos, casi todos ignorantes e incultos por extremo. Tomé interés, por tanto, en que se organizase, cumpliendo con uno de los objetos reglamentarios de la sociedad, un sistema de enseñanza gratuita; y dando el ejemplo establecí dos clases por mi parte, dictando lecciones orales de Moral y Derecho Constitucional en dos noches de cada semana. Mis lecciones eran escuchadas con placer por más de trescientos artesanos, y muchos de ellos, en las demás noches en que no había sesiones, asistían a clase de escritura, de historia patria, etc.”.
Estos jóvenes maestros crearon entre sus discípulos del artesanado una fuerte conciencia antioligárquica que, paradójicamente, no tardaría en volverse contra ellos.
Importancia de las manufacturas nacionales
La activa campaña ideológica de los liberales caía en terreno fértil, por una parte, debido al promisorio relevo que en esos momentos se operaba en el gobierno, el cual pasaba de manos de los ministeriales gobernantes desde 1837 a las de los liberales. Por otra, los artesanos padecían la ofensiva de las manufacturas extranjeras debido a los motivos antes expuestos. Y el problema se agudizaba con el hecho evidente de que la producción artesanal neogranadina era probablemente de las más altas en América Latina.
A propósito de esto escribía Camacho Roldán en sus Memorias que en la sola línea de tejidos de algodón y lana la producción alcanzaba un guarismo de más de seis y quizá de 7 000 000 de pesos en las provincias de Tunja, el Socorro y algo en las de Bogotá y Pasto. Que se fabricaban telas de algodón para camisa, pantalón, sábanas, colchas, ruanas, cortinas, toldos, hamacas y vestido interior de hombres y mujeres, desde calidades ordinarias hasta tejidos bastante finos y de bonita apariencia, además de frazadas, ruanas, telas para enaguas (frisa), monteras, medias, guantes, chumbes y sombreros de fieltro de lana. “Con estas telas se vestían las dos terceras partes de la población a lo menos, y se exportaba a Venezuela y Ecuador en cantidades de dos a trescientos mil pesos anuales. Sólo la gente acomodada usaba telas europeas”.
La protección aduanera había sido hasta allí menos importante para estas manufacturas locales que la que le ofrecían los pésimos caminos y la difícil topografía nacional. Pero, como ya vimos, el desarrollo tecnológico europeo y las lentas mejoras en las vías de comunicación y medios de transporte en el país iban reduciendo cada vez más esta protección. Los comerciantes importadores por su parte utilizaban su influencia política para reducirla aún más bregando por imponer el librecambismo pleno, pero los artesanos insistían en volver a crearla a partir de unas mayores barreras arancelarias. Luchaban contra cambios tecnológicos que no estaba en su mano controlar y contra políticas que apresuraban su ruina, que sí era posible neutralizar, por lo que volvieron sus ojos al Estado para conseguir de él la protección que los tiempos y los librecambistas les negaban. Por ello los artesanos se dedicaron a la política y como Bogotá era la ciudad que más concentraba mercancías extranjeras en el país, fue aquí donde se desarrolló con mas intensidad la resistencia política de los artesanos.
El Alacrán
Entre el 28 de enero y el 22 de febrero de 1849 circularon en Bogotá siete números de un periódico que se llamó El Alacrán, fundado, orientado y dirigido principalmente por el joven panfletario Joaquín Pablo Posada, que se haría famoso y temible con ese mismo seudónimo. El periódico asumió una posición radical contra la plutocracia mercantil y financiera de la ciudad. Vale anotar que cinco años más tarde, Posada tuvo una activa participación en el golpe de Estado que dieron el ejército y los artesanos, encabezados por el general José María Melo, con el propósito, entre otros, de proteger a la clase artesanal del país. El director del periódico escribía una columna que tituló “Comunismo”, en la que sustentaba en verdad una ideología, según decía su autor, “de inspiración evangélica”, lo cual es verosímil, si se tiene en cuenta que, dadas las comunicaciones de la época y el aislamiento de nuestro país, no era posible que Posada hubiera tenido tiempo de conocer El manifiesto del Partido Comunista publicado por Marx y Engels apenas unos meses antes en Europa. Consideramos importante citar un aparte de los virulentos artículos publicados en El Alacrán por Joaquín Pablo Posada porque en el momento que circularon influyeron en los artesanos de Bogotá de una manera reveladora, aunque hay que reconocer que atípica, del adoctrinamiento que los artesanos recibían por esta época de algunos jóvenes radicales:
“… Las añejas ideas de propiedad individual, deben ceder el campo a la idea del comunismo, que quiere decir: lo que hay en el mundo es de todos los hombres, todos tienen igual derecho a todo. … Y todas esas grandes riquezas hoy acumuladas en pocas manos; esas grandes riquezas cuyo origen sin excepción de ninguna, ha sido el engaño, la astucia, la iniquidad, se repartirán. … Vendrá un día en que los reyes, los grandes y los ricos no aparezcan sino en los teatros para servir de irrisión y divertimiento de las gentes. … Regido el mundo por el comunismo, esencia pura de la moral cristiana, jamás, jamás volverá a ser víctima triste de tan monstruosa diferencia”.
Ya a la altura del número tres de El Alacrán, sus redactores fueron a la cárcel, desde donde siguieron escribiendo y editando el periódico. En el número cinco editorializaron así:
“… Mientras tengamos la mente libre y una pluma; mientras veamos a los Calvos, Montoyas, Uribes, Santamarías, Escobares, Silvas y tantos otros, que gastan en una noche de orgía, en el traje de una mujer, o en una mesa de juego, tanto y más de lo que bastaría para satisfacer las necesidades de cincuenta familias al día siguiente; mientras tengamos ocasión de contemplar esos horribles inicuos contrastes de la superabundancia de los unos y de la suprema miseria de los otros; mientras veamos este círculo de agiotistas ganar en una hora con una perfidia y dos plumadas, más de lo que ganan cincuenta honrados artesanos en un año, en una palabra, mientras siga la sociedad organizada como lo está y tengamos aliento y una imprenta que nos sirva de órgano, levantaremos siempre resuelta y enérgicamente nuestra voz…”.
No sorprende entonces que en Bogotá llegaran a ser tan virulentos los enfrentamientos entre “guaches” y “cachacos”, como adelante veremos.
Consecuencias del 7 de marzo de 1849
Bien conocido es el célebre episodio de la elección presidencial del general José Hilario López por el Congreso, ante el cual se hicieron presentes los artesanos liberales para presionar a la corporación en favor de aquél. Fue entonces cuando el diputado Mariano Ospina Rodríguez estampó en su papeleta esta histórica leyenda: “Voto por López para que los diputados no sean asesinados”. En esa forma Ospina logró habilidosamente difundir la especie según la cual la elección de López había sido ilegítima y espuria y un golpe de fuerza mucho más que un acto democrático. De todas maneras, a raíz del triunfo de López, los artesanos tomaron conciencia de su peso político, cambiaron el nombre de su agremiación por el de Sociedad Democrática de Artesanos y se alinearon para defender el gobierno que habían ayudado a elegir.
A finales de 1849 los conservadores, inspirados por los jesuitas, fundaron la Sociedad Popular, una organización similar a la Democrática pero claramente orientada a oponerse a ella y a contrarrestar su fuerza. No tardaron en presentarse los primeros incidentes violentos entre los dos grupos. El primero ocurrió en el Coliseo, el 15 de enero de 1850, donde la Popular había organizado un acto con algunos oradores. Sin embargo los de la Democrática ocuparon una fila de palcos, empezaron a provocar a sus adversarios y no tardó en armarse la trifulca. Al día siguiente una comisión de la Democrática formada por sus miembros más radicales, se reunió con el gobernador José María Mantilla para exigir por su conducto al presidente de la república la expulsión inmediata de los jesuitas, el despido de todos los empleados públicos conservadores y la disolución de la Sociedad Popular12.
En su edición del 20 de enero de 1850 El Constitucional de Cundinamarca informó que la Sociedad Democrática de Bogotá había ofrecido en forma gratuita al gobierno sus servicios como policías regulares o como simples ciudadanos armados en defensa de las instituciones. En otras palabras, pedían que se les convirtiera en el brazo armado del gobierno. La alianza de los artesanos con el Partido Liberal era todavía muy firme debido a que aquéllos confiaban en que el nuevo gobierno accedería a sus solicitudes en materia de protección aduanera.
Para López la situación resultó difícil puesto que no podía aceptar en su totalidad las peticiones de los artesanos pero tampoco le resultaba conveniente irse frontalmente contra ellos. En consecuencia, por medio de leyes expedidas el 29 de mayo y el 2 de junio de 1849 había decretado la elevación de los derechos de aduana en un 10 por ciento. Además, según el libro Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, escrito por sus hijos Ángel y Rufino José, se ofreció a los artesanos que se establecerían talleres en que se perfeccionasen en los principales ramos de la industria, y que alzados los derechos de introducción para los artefactos extranjeros ellos podrían abastecer el mercado nacional sin competencia. “Y esto sin contar con lo que los locos o pérfidos les ofrecían sobre una nueva repartición de bienes que los sacaría de la condición de pobres. Pero como tales ofrecimientos tardaban en cumplirse, comenzaron las quejas, y con amargura decían que los proyectados talleres, pedidos por uno de los secretarios al Congreso, habían venido a parar en un decreto del Ejecutivo para establecer en la Universidad enseñanza de dibujo lineal y de estadística”.
Artesanos versus gólgotas
En lo fundamental las peticiones de los artesanos no podían ser satisfechas por el gobierno, que en últimas representaba intereses contrarios a éstos, lo cual trajo consecuencias en muy corto tiempo. Refiriéndose a ellas informa Camacho Roldán en sus Memorias que, “pronto empezamos a notar que ya no se miraba [en la Sociedad Democrática de Artesanos] con simpatía a los miembros que habían recibido educación de colegio y usaban vestidos de mejor clase que la ruana y la chaqueta, con lo cual cesó la concurrencia de estas personas [a las reuniones de la Democrática]”. La coyuntura en que se produjo el rompimiento entre artesanos y liberales gólgotas la describe con lujo de detalles José María Samper en su Historia de un alma:
“Un día hubo en la Democrática sesión extraordinaria convocada para resolver si se firmaba una petición al Congreso en el sentido de exigir un alza fuerte de derechos. Concurrí a la sesión, encontré reunidos más de trescientos miembros… Pedí la palabra, subí a la tribuna y me opuse al alza de derechos… casi todos los artesanos montaron en cólera al escuchar mis razones, y uno de ellos, —un maestro herrero, Miguel León… — pidió a gritos que se me hiciese bajar de la tribuna.
”Aún no bajaré, dije al interruptor.
”¡Con lo dicho basta!, gritó otro. ¡Ya sabemos que usted está contra nosotros!
”Lejos de eso, estoy en favor de ustedes, puesto que combato un error pernicioso para todos y principalmente para los artesanos mismos.
”¡Nosotros entendemos las cosas de otro modo! ¡Que baje el orador!
”¿No hay, pues, libertad de pensamiento y de palabra?, exclamé.
”¡Contra los enemigos sí; contra nosotros no!, replicó un zapatero de campanillas.
”Que baje el orador.
”No he concluido.
”¡No importa! ¡Abajo! ¡Abajo!
”¿Por la fuerza?
”Si es necesario, ¡a palos!
”Me bajé en efecto, atravesé el salón mirando a la asamblea democrática con supremo desdén y nunca volví a ninguna de sus sesiones”.
Los artesanos presentaron su solicitud al Congreso pidiendo una mayor alza de los derechos de importación. Pero en primer debate, el 8 de mayo de 1850, la Cámara negó la solicitud, con lo cual aumentó el rencor de los artesanos contra los liberales gólgotas, que habían sido los principales inspiradores de la negativa.
La Escuela Republicana
La ruptura de la juventud gólgota con los artesanos llevó a la primera a organizar otra sociedad en la que pudiera reunirse con los de su propia clase social y manera de pensar. Fue la Escuela Republicana, instalada en el salón de grados de la universidad el 25 de septiembre de 1850 por más de un centenar de jóvenes liberales, en su mayoría catedráticos y estudiantes universitarios. La Republicana se constituyó en adelante, desde otra vertiente ideológica, en un nuevo apoyo al gobierno de López.
Sobre la importancia de esta nueva agrupación escribe José María Samper en Historia de un alma que la Escuela Republicana fue la crisálida del Partido Radical, fracción toda juvenil del viejo Partido Liberal, y que aun el sobrenombre que se les dio a los radicales por sus adversarios nació de la Escuela Republicana: “En uno de mis discursos pronunciados en la tribuna de la Republicana, invoqué en favor de las ideas socialistas e igualadoras al mártir del Gólgota, y hablé de este lugar como el Sinaí de la nueva ley social. Pusiéronme en la prensa de oposición el sobrenombre de gólgota, y luego, por ampliación, nos lo acomodaron a todos los que, también por espíritu de imitación, nos llamábamos radicales”.
La Sociedad Filotémica
Fue éste el nombre que dieron los conservadores a la organización que fundaron con objetivos similares a los que perseguía la Escuela Republicana. Esta sociedad despertó la ojeriza de los artesanos de la Democrática, los cuales sabotearon, no sólo con ruidos destemplados, sino inclusive con piedras arrojadas a las ventanas, un concierto de homenaje a Bolívar que presentó la Filotémica en el salón de grados de la universidad la víspera de su instalación.
Enfrentamientos
Las sociedades Democrática y Popular establecieron secciones en los barrios de la ciudad, y a medida que se caldeaba el clima político, que finalmente llevó al estallido de la guerra civil en julio de 1851, ambos grupos tuvieron roces frecuentes y violentos que en ocasiones dejaron muertos y heridos. Algunos sectores populares como los alrededores de La Peña, Egipto y Santa Bárbara fueron los escenarios de estos combates. Luego de uno de ellos informó el gobernador Patrocinio Cuéllar en El Constitucional de Cundinamarca del 22 de marzo de 1851: “Yo mismo contuve a dos o trescientos hombres [de la Democrática], que desatentados, y fuera de sí por la exaltación que en ellos habían producido los hechos que acababan de pasar, querían allanar la casa de la imprenta de El Día [periódico conservador de propiedad de Mariano Ospina Rodríguez], ya porque se aseguraba que allí se habían refugiado algunos de los autores [del incidente], ya porque se cree que de aquella casa salen los proyectiles que mantienen la alarma”. Los ecos de este incidente dieron lugar a un debate en el Parlamento que terminó en una tremenda algazara, protagonizada por los democráticos contra los congresistas conservadores.
Uno de los problemas realmente graves que se afrontaban entonces consistió en que la Sociedad Democrática no sólo era adversa al Partido Conservador, sino que estaba escapando al control de los liberales de una de cuyas alas, la gólgota, era ya decidida adversaria. La Democrática en general estaba asumiendo comportamientos cada vez más clasistas, orientando su lucha contra las clases altas de ambos partidos. Como resultado, las élites de los dos partidos se aliaron contra ella y fue entonces cuando empezaron a dirigírsele acusaciones de tremenda gravedad. Por esa época comenzó la ciudad a padecer una alarmante ola de asaltos y robos, probablemente como secuela de la disolución de los resguardos, que la cúpula bipartidista de conservadores y gólgotas se apresuró a atribuir a la Sociedad Democrática. En la ya citada Vida de Rufino Cuervo se encuentran ecos de esta situación:
“Aumentaba el horror que se tenía a los ladrones, el vestido adoptado comúnmente por los democráticos, el cual consistía en un gran sombrero de paja y una ruana amplísima de bayeta roja forrada de azul que los cubría hasta los pies, y se prestaba a ocultar un trabuco o un garrote. Toda mujer que reparaba en que uno de estos sujetos ponía la vista en una casa, la creía ya designada para un asalto”.
Alarmados los notables de la ciudad por la aterradora ola de inseguridad, promovieron la expedición de la ley de jurados, encaminada a poner en sus manos a los sindicados de los crímenes y asaltos que estaba sufriendo la ciudad. Así fue juzgado por los notables el doctor Raimundo Russi, que había sido institutor y juez parroquial de Bogotá y que en ese momento era secretario de la Democrática “y uno de los más calurosos propagadores de las doctrinas socialistas”. El juicio que se siguió a Russi, en el que se le aplicó retroactivamente la nueva ley, tomó el sesgo de una venganza de clase. Hubo un vigoroso movimiento de los artesanos en favor del acusado pero nada pudieron hacer y el reo fue ajusticiado en Bogotá el 17 de julio de 1851.
Hay un episodio que narra José María Samper en su Historia de un alma, muy revelador de la estrecha solidaridad de clase que, aun por encima de las diferencias partidistas, existía entre gólgotas y conservadores. Este episodio tuvo lugar cuando estalló la guerra civil de 1851 y se relaciona con una conspiración que estaban urdiendo en Bogotá los filotémicos (conservadores) contra el gobierno del general José Hilario López. Samper narra cómo se supo una noche que los filotémicos estaban ocultos en una casa, provistos de armas y municiones, y que aquella misma noche iban a salir de Bogotá para incorporarse a las guerrillas que se habían levantado por los lados de Guasca, con lo que el gobierno mandó que los aprehendieran los artesanos de la Democrática:
“Al saber yo lo que ocurría me dirigí donde el Presidente López y le puse de presente que los filotémicos eran jóvenes de talento, delicados y de la mejor sociedad, y que no era justo ni prudente el exponerlos a ultrajes de parte de los democráticos. En consecuencia, le pedí concediera a la Republicana la comisión de arrestar a los filotémicos y llevarlos luego a su mismo cuartel para tratarles como a camaradas. Accedió con mucho gusto el General López a mi súplica”.
Muy diferente será el tratamiento que gólgotas y conservadores darán tres años más tarde a los artesanos de Bogotá que tomaron prisioneros luego de la fracasada toma del poder por los democráticos con el general Melo.
El desengaño definitivo
Durante la guerra civil de 1851 los artesanos de la Sociedad Democrática formaron batallones de guardia nacional para defender al gobierno contra la insurrección conservadora. Sin embargo, al restablecerse la paz con el triunfo de las armas oficiales, los artesanos vieron defraudadas de nuevo sus esperanzas al negarse el gobierno a hacer efectivas las promesas tantas veces formuladas. Es importante reproducir apartes del texto de una hoja volante que en 1851 hizo circular en Bogotá el dirigente artesanal Cruz Ballesteros. Este documento es muy revelador de la actitud de desilusión en que se hallaban en ese momento los artesanos.
“La teoría y la realidad::
”[Antes de la elección de José Hilario López los liberales nos decían] que hasta entonces todo había sido opresión, desprecio, humillaciones y ruina para los artesanos; y prometían que si el poder caía en sus manos, entonces veríamos lo que es realmente la democracia, entonces nuestra industria sería protegida, el poder y sus beneficios dejarían de ser el patrimonio de unos pocos oligarcas orgullosos y vendrían a manos de los artesanos que constituimos realmente el pueblo…
”En los primeros momentos del triunfo, las notabilidades y los zánganos del partido, todos confesaron la deuda, y todos aclamaron a los artesanos de Bogotá, miembros de la Democrática, como los libertadores de la patria, los salvadores de la libertad, los rescatadores de la democracia. ¡Oh, qué de elogios, qué de alabanzas, qué de adulaciones se nos prodigaron entonces! … todavía nos necesitaban; el Partido Conservador era poderoso en las cámaras, en las asambleas, en los cabildos… entonces se nos decía: La pujanza del Partido Conservador no deja realizar la democracia… anuladlo, que calle, que sucumba, y entonces veréis qué dulce, qué deliciosa, qué fecunda en bienestar y en dignidad para vosotros es la democracia que nosotros vamos a realizar. Redoblamos nuestros esfuerzos para conseguir tal objeto… Efectivamente los conservadores salieron de la escena política, callaron y sucumbieron. Llegamos pues al término apetecido, cumplióse el plazo de tantas y tan magníficas promesas… Entonces… a las lisonjas y a las adulaciones que nos prodigaban los ambiciosos y los hambrientos de destinos, han sucedido los desdenes y el desprecio; más aún, la opresión y los ultrajes…
”… Cuando estalló la guerra todos los artesanos liberales ocurrimos voluntarios y entusiasmados a ofrecer nuestros brazos para defender el gobierno del 7 de marzo. Varias compañías de la guardia nacional de Bogotá conformadas por artesanos marcharon a las zonas de guerra, y llenaron en ellas honrosamente su deber… Los restos de esas compañías han regresado en el presente mes… en el estado más deplorable. … Ahora dicen los liberales. Ya los conservadores han sido derrotados y el gobierno tiene muchos miles de soldados, qué nos importan esos guaches [artesanos]”13.
El 19 de mayo de 1853
La ruptura, que ya era un hecho, entre democráticos y gólgotas, se oficializó en las elecciones de 1852 cuando cada uno de los grupos apoyó candidatos distintos. Los gólgotas votaron por Tomás Herrera y los democráticos por el general José María Obando, que gozaba de un amplio prestigio como dirigente popular, gracias a lo cual venció a su contendor por un margen muy amplio. En las asambleas cantonales de la provincia de Bogotá, el triunfo de Obando sobre Herrera fue por 106 votos contra 11. Sin embargo, la situación política se tornó en extremo difícil debido a la mayoría que consiguieron los gólgotas y los conservadores en el Congreso. Los choques empezaron a presentarse desde el principio, ya que el Parlamento asumió una actitud desafiante frente al ejecutivo. El principal de los objetivos del Congreso era reducir a la impotencia al presidente Obando mediante una reforma constitucional que, a través de desmontes sustanciales de autoridad, dejara al ejecutivo virtualmente inerme frente al Congreso y a un federalismo naciente.
Los democráticos también tuvieron que ver en los sucesos que empezaron a precipitarse. Al respecto José Manuel Restrepo anotó en su Diario político y militar, el 19 de mayo de 1853, que en las dos noches anteriores la Sociedad Democrática de la capital había tenido sesiones muy acaloradas porque el Congreso planeaba reducir las tarifas de aduana, lo que aumentaría la importación de manufacturas extranjeras con la consiguiente ruina de las nacionales. En consecuencia, invitaron a todos los socios a que firmaran una petición en contra y concurrieran a presentarla el día 19 a la Cámara de Representantes.
Los democráticos fijaron carteles en las calles por medio de los cuales invitaban a los artesanos a asistir en masa a las barras del Congreso para presionar el establecimiento de altos aranceles que protegieran eficazmente sus manufacturas. Todos ellos recordaban con optimismo el papel decisivo que habían desempeñado en circunstancias similares durante la elección de José Hilario López en 1849. Empero, los jóvenes gólgotas y conservadores no se quedaron atrás y también se dieron cita en las barras armados de palos, cachiporras, e inclusive uno que otro puñal. En esas condiciones las fuerzas antagónicas se encontraron en el recinto del Congreso, con lo que todo hacía prever una tormenta de incalculables proporciones.
La sesión se adelantó en medio de los chiflidos y aplausos de las barras. Al final, según el Alcance a la Gaceta Oficial n.o 1527, del 20 de mayo de 1853, la Cámara de Representantes resolvió pasar al Senado la petición de los democráticos, para que allí, donde estaba en curso el proyecto de ley de importaciones, se tuviese presente en la discusión. “Hubo deseos de resolver que se archivase la petición, para que se viese que el modo adoptado para lograr buen éxito, faltando el respeto debido al Congreso, obraba precisamente en sentido contrario”. Aquí damos la palabra a Cordovez Moure, en ese momento joven protagonista de los hechos que relata: “… Al saber el populacho, que ocupaba las inmediaciones del edificio, el resultado obtenido, se arrojó impetuoso sobre la puerta de entrada al recinto de la Cámara, gritando, enfurecido: ¡Adentro! ¡Es la hora! ¡Archivémoslos a pedradas! ¡Mueran los gólgotas!”. Continúa Venancio Ortiz en su Historia de la revolución del 17 de abril de 1854: “Entonces algunos jóvenes gólgotas empezaron a descolgarse de la galería superior para combatir, como lo creían inevitable y los que estaban abajo se esforzaban por penetrar al recinto de la Cámara con el mismo fin. El populacho se contuvo… Entonces los democráticos se salieron (a la plaza) resueltos a atacar en campo más ancho a los diputados”.
Y sigue relatando don José María Cordovez Moure: “… Al salir del recinto, los representantes se vieron rodeados de numeroso concurso de gentes del pueblo, en el cual se distinguía a los albañiles por el mandil de cuero que entonces usaban los del gremio. … Los muchachos y mujeres desempedraban con barras el pavimento para proporcionar proyectiles a los asaltantes, y los defensores del Congreso nos acogimos a la galería… dio principio al ataque lanzando contra las galerías un diluvio de piedras… quedando los cachacos sin posible retirada, acometidos de frente y de flanco, recibiendo los pedriscos, de los cuales no se desperdiciaba ni uno solo… Nos tocó seguir por el lado de San Bartolomé… dando y recibiendo pedradas y tiros de revólver, hasta que no quedó ni un enemigo en la plaza. Resultado del combate: un artesano muerto por puñal… y bastantes aporreados y apedreados de una y otra parte…”. Según Gustavo Arboleda, los democráticos, “al advertir la llegada de la tropa, se retiraron hacia el oriente, arrojando piedras a sus contrarios, quienes los siguieron hasta más arriba de la plaza”.
En los incidentes del 19 de mayo se impusieron los cachacos. Durante los mismos ocurrió un desgraciado suceso que agudizó todavía más la enemistad mortal entre los dos bandos. Un joven perteneciente al grupo gólgota conservador fue detenido como responsable de haber asestado la puñalada mortal al artesano. El culpable pasó muy poco tiempo en prisión, pues pronto resultó sobreseído y el hecho permaneció impune.
El 8 de junio de 1853
En esta fecha, apenas pasadas tres semanas de la última contienda, los dos bandos volvieron a enfrentarse en circunstancias de mayor gravedad. Una causa de que se hubiera reavivado la lucha consistió en que el Congreso, gracias a su mayoría gólgota-conservadora, sancionó definitivamente la nueva Constitución que desde tiempo atrás venía gestando y que, como ya lo hemos anotado, contrariaba el esquema ideológico dentro del cual el presidente Obando y sus aliados los liberales draconianos querían conducir el Estado. Por otra parte, Cordovez Moure informa de la razón inmediata que produjo estos nuevos enfrentamientos:
“… Los artesanos y cachacos, continuaron mirándose de mal ojo y dispuestos a buscarse camorra en cada ocasión que se presentara propicia para irse a las manos; bien que los últimos nos creímos invencibles e invulnerables desde el día en que, gracias a la falta de razón de los primeros, llevaron la peor parte en el motín de mayo citado. Y esta persuasión influyó en gran parte para que los que vestíamos levita nos creyésemos autorizados a provocar y torear a los artesanos, quienes a su vez buscaban el modo de sacarse el clavo de los cachiporrazos y demás caricias que les cupieron en suerte en la jornada del ataque al Congreso. Empero, ¡poco tiempo duró la ilusión de la inmarcesible gloria que ceñía nuestras juveniles sienes con coronas de invicto laurel!”.
Los cachacos aprovecharon la celebración de la tradicional fiesta de “La Octava”, que tenía lugar en el barrio de Las Nieves, lugar de residencia de gran parte de los artesanos, para “colarse” en la fiesta y provocar a los democráticos. En esta oportunidad fueron expulsados sin mayores consecuencias, pero la refriega estalló nuevamente y los cachacos tuvieron que replegarse a la Plazuela de San Francisco, donde recibieron refuerzos y armas que les permitieron repeler a los democráticos. Sigue narrando Cordovez Moure, allí presente:
“Con el laudable propósito de impedir que volviéramos a las manos, se situó un cordón de soldados a la parte norte del puente; pero el atributo de invencibilidad que nos teníamos discernido por derecho de nacimiento nos hizo creer que el obstáculo interpuesto tenía por exclusivo objeto proteger a los artesanos contra los furores de los cachacos, y en consonancia con tal errónea persuasión subió de punto nuestra osadía hasta provocar, con inaudita audacia y temeridad, no sólo a los artesanos, sino también a [los militares]… llegando nuestra insensatez hasta disparar los revólveres, de lo cual resultaron un húsar muerto y varios artesanos heridos… El escuadrón de húsares, con lanzas enristradas y cual huracán devastador, asomó sobre el puente y tomó la dirección de la Plaza de Bolívar, atropellando, pisoteando y despejando las tres calles reales. Todos huimos…”.
En estas reyertas y disturbios la multitud democrática estuvo a punto de asaltar y tomar la sede de la Gobernación donde se habían refugiado varios cachacos. El doctor Florentino González, a quien los artesanos conocían por ser uno de los más tenaces inspiradores y defensores de la política librecambista fue atacado por los democráticos en la segunda calle del comercio y molido a garrotazos. La tardía aunque finalmente oportuna intervención de la autoridad lo salvó de la muerte. Igual riesgo corrió el doctor Eustorgio Salgar al llegar a su casa. Como en esta ocasión la mejor parte en las pendencias callejeras la llevaron los artesanos, dice a propósito Cordovez Moure:
“Nuestra condición de vencidos nos convirtió en verdaderos parias respecto a los artesanos. Si arrojaban lavazas de las viviendas del pueblo, caían sobre el desgraciado que, vestido de levita, acertara a pasar por el frente de la puerta. No se podía transitar fuera de las calles centrales de la ciudad sin exponerse a lances provocados por los obreros, y de las seis de la tarde en adelante era peligrosísimo encontrarse fuera de la casa a causa de los apaleadores nocturnos de cachacos”.
No obstante, poco después la situación se tornó adversa para los democráticos puesto que algunos de ellos hirieron de muerte en la calle a un cachaco. Lo cual no fue lo más grave, sino que, al revés de lo que ocurrió con la muerte del artesano a manos de los cachacos en los disturbios de mayo, en esta ocasión la justicia actuó con una celeridad desconcertante, detuvo oportunamente al culpable, Nepomuceno Palacios, lo juzgó en forma sumaria y lo condenó a muerte. La ejecución tuvo lugar el 5 de agosto. Quedaba en esa forma demostrado que la justicia se inclinaba descaradamente del lado de los poderosos, lo cual exacerbó mucho más los ánimos. Un dirigente de la Sociedad Democrática, Miguel León, redactó y difundió entonces por la ciudad un cartel que decía:
“¡Artesanos: desengañaos! Ayer aún existía Nepomuceno Palacios. Hoy ya no existe. Ya fue sacrificado. Su causa fue pronta porque no tenía ningún título de Doctor ni tampoco de gólgota”14.
Antecedentes del golpe de abril de 1854
Los sucesos del 19 de mayo y 8 de junio de 1853 pusieron de presente la polarización de clases que se había producido en Bogotá. El conflicto hervía a todos los niveles empezando por los más altos. Como ya lo vimos, la mayoría gólgota-conservadora del Congreso había impuesto al presidente Obando y a sus aliados draconianos una Constitución que reducía al mínimo los poderes de la rama ejecutiva. En efecto, la nueva Constitución arrebataba al presidente de la república el nombramiento de gobernadores, el cual pasaba a hacerse por elección popular. Otras leyes establecieron la separación de la Iglesia y el Estado, con lo cual éste perdía el control sobre aquélla, y legalizaron el matrimonio civil y el divorcio. Se proyectó también estatuir el libre comercio de armas con el propósito de que los ciudadanos contaran con elementos para enfrentarse al poder del gobierno en caso de que éste asumiera características tiránicas. Por otra parte, los legisladores no ocultaban su intención de llevar al ejército a un nivel de virtual disolución para sustituirlo por una pequeña guardia nacional. Era claro que todos estos cambios radicales conducían prácticamente a un desmantelamiento del Estado centralista tradicional en beneficio del libre juego de las fuerzas económicas del “dejar hacer”, y de un nuevo esquema federalista que empezaba a levantar cabeza.
Los opositores a esta política, que eran los artesanos, los liberales draconianos que apoyaban a Obando y los militares cuyo más destacado dirigente era el general José María Melo, se aproximaron para hacer frente a un enemigo que se consolidaba progresivamente. La Sociedad Democrática de Bogotá en su sesión del 8 de enero de 1854 acordó ponerse en comunicación con las del resto del país para formar un frente único. Por el lado de los gólgotas y conservadores se producían algunos abusos tan evidentes que el ya citado historiador Venancio Ortiz, abierto simpatizante de la causa gólgota-conservadora, admitió que “algunos ricos monopolizaban los víveres sin piedad. Los pobres sufrían de hambre”.
El mismo autor trae un cuadro sucinto y dramático de la situación que se vivía en estos comienzos de 1854. Según él los directores de la Democrática concitaban al pueblo contra los ricos:
“‘Ellos’, les decían, ‘tienen dinero, armas y cuentan con las autoridades porque las tienen compradas; ellos habitan en casas fuertes que parecen castillos inexpugnables… [pero] nuestra causa es santa, porque es nada menos que la conservación de nuestras familias y para llevarla a cabo, seremos valerosos, constantes y feroces si preciso fuere. Tendremos presente que es mejor morir en un combate con honor, que en un miserable junco de hambre y sed’… Se ponían también en los lugares más públicos, grandes cartelones con estas palabras: ‘Pan, trabajo o muerte’; pero los ricos, ciegos por su egoísmo, no cedían un punto ni valuaban su peligro”.
“Pan, trabajo o muerte”, fue una consigna que popularizó la Revolución francesa de 1848, la misma que dio origen al anarquismo por una parte y al socialismo por la otra. Indica todo un programa político: el de la función social del Estado. Nada más alejado del liberalismo gólgota del “dejar hacer”.
En relación con la situación, por ordenanza del 26 de enero del mismo 1854 la legislatura provincial de Bogotá, ante la seguridad de que el ejército apoyaría un posible golpe de Estado a favor del presidente Obando en la lucha que éste sostenía contra el Congreso gólgota-conservador, y ante el hecho de que la guardia nacional o milicia cívica estaba integrada casi en su totalidad por miembros de la Democrática, decidió conformar una organización militar nueva con el nombre de Cuerpos Auxiliares de Policía, con la misión de “prestar auxilio a las autoridades locales para mantener el orden, para conservar la tranquilidad y la paz; … y en fin, para sostener a dichas autoridades…”15. De inmediato, por decreto del 31 de enero, el gobernador provincial Pedro Gutiérrez Lee, de filiación conservadora, determinó la creación en Bogotá de 10 cuerpos auxiliares de policía compuesto cada uno de 100 comisarios, 10 cabos y tres oficiales16. Al día siguiente hizo nombramiento de los oficiales de los respectivos cuerpos, designando prestantes figuras conservadoras y gólgotas de la capital, encabezadas por los generales Ramón Espina, Manuel María Franco, Rafael Mendoza y algunos civiles como Francisco Eustaquio Álvarez, entre otros17.
El gobernador, en comunicación que dirigió al secretario de Guerra de la nación solicitándole armas para los Cuerpos Auxiliares de Policía que acababa de crear, confesó paladinamente que éstos se dirigían contra los artesanos de la Sociedad Democrática y contra los liberales draconianos que apoyarían un inminente golpe de Estado, pues el ejército nacional, dirigido por el general Melo, no era de su confianza en tan difíciles momentos. Según el gobernador, la nueva fuerza armada se organizaba “con el único objeto de ayudar al Poder Ejecutivo nacional en la noble empresa de sostener la Constitución y salvar [al Congreso] de toda agresión, que pudiera intentarse contra él”18. Y como para que no quedara duda de cuál era el propósito para el que se creaban los novísimos Cuerpos Auxiliares de Policía, la Gobernación hizo publicar en el mismo periódico, del día 4 de febrero, la respuesta del general Manuel María Franco al nombramiento de jefe de uno de estos cuerpos: “[Esta policía], puede ser un día la tabla de salvación para la Constitución, el orden público y las garantías de los granadinos. [Mi destacamento] será uno de los primeros de que pueda disponer la Gobernación en caso necesario”.
El general Franco organizó su destacamento de policía auxiliar y, según informó el gobernador Gutiérrez Lee al Gobierno Nacional en comunicación del 13 de febrero siguiente, “ayer, cerca de la una de la tarde, tuvo la bondad dicho jefe de traer en formación a este despacho el cuerpo de su mando; y al presentarlo dirigió la palabra al infrascrito, manifestando: que para la organización del cuerpo ha procurado escoger artesanos honrados y pacíficos, enteramente ajenos a la política, y de conocida decisión por la causa del orden y de las instituciones; y que el cuerpo que comanda no tiene otro deseo que el de prestar mano fuerte a las autoridades para el sostenimiento de la Constitución y del Gobierno Nacional”19.
Aunque el Cuerpo Auxiliar de Policía comandado por el general Franco estuvo listo a combatir los intentos de los artesanos de la Democrática y de Melo para dar un golpe de Estado, no pudo actuar cuando éste se produjo porque no recibió las armas que solicitó del gobierno, mientras que los artesanos de la Democrática sí recibieron armas de parte de Melo, ya que, como vimos, constituían la guardia nacional.
Informa Gustavo Arboleda en su Historia contemporánea de Colombia que el 6 de marzo de 1854 hubo sesión de la Democrática, a la que asistieron el presidente Obando y el vicepresidente Obaldía, y que frente a ellos los democráticos se expresaron contra los monopolistas y agiotistas, como llamaban a los ricos. “El 20 de marzo elevó la junta central democrática de Bogotá a la Cámara de Representantes, una solicitud manifestando que en su concepto la República se encuentra en un estado de disociación completa y pidiendo la reforma de las instituciones”. O sea, la derogación de la Constitución gólgota aprobada el año anterior. Pidieron además “grandes reformas, y entre ellas el establecimiento de un gran taller industrial, en la capital de la República…”. El establecimiento de talleres nacionales fue otra de las reivindicaciones de los obreros en la Revolución francesa de 1848. Con ellos se buscaba combatir, por cuenta del Estado, el desempleo que crónicamente golpeaba a los asalariados. ¡También, nada más contrario al “dejar hacer” gólgota!
La ofensiva de gólgotas y conservadores contra el ejecutivo seguía su marcha impetuosa. Pese a las objeciones del Gobierno Central, el 20 de marzo el Congreso expidió la ley que legitimaba el libre comercio de armas y municiones. El día 28 el Parlamento redujo el pie de fuerza a sólo 800 hombres dirigidos por un coronel y ordenó disolver inmediatamente la guarnición de Bogotá. En este punto las contradicciones hicieron crisis cuando Obando se negó a sancionar la ley. Finalmente esta pugna no alcanzó a resolverse por las vías legales, pues llegó el histórico 17 de abril para impedirlo.
Las medidas del Congreso contra el ejército traían frenéticos a los militares; de ahí que no sorprende el siguiente incidente ocurrido el 14 de abril, y del que dio cuenta el periódico El Catolicismo: “Nueva alarma. Un choque particular entre militares y jóvenes gólgotas tenido el viernes santo en la fonda de la Rosa Blanca, iba adquiriendo en aquella tarde grandes dimensiones por haber tomado parte los democráticos de ruana que desde la tercera calle del norte [actual calle 12] atacaron a toda la gente que tenía casaca, arrojando piedras hasta a las ventanas y balcones donde estaban varias familias viendo pasar la procesión”. Nuevamente militares y democráticos enfrentaban de manera conjunta a los gólgotas. Agrega Restrepo en el Diario político y militar que por la tarde, cerca del puente de San Francisco, hubo nuevos choques entre militares y cachacos, “afortunadamente sólo hubo algunos golpes y tiros de piedra; los jóvenes (cachacos) fueron los peor librados”. “Por la noche —continúa Venancio Ortiz— sólo los militares y los guaches paseaban por las calles en bandas atumultuadas vitoreando a los generales Obando y Melo; las bandas se detuvieron al pie de los balcones del presidente, este las arengó en términos de reconvención amistosa; y el tumulto siguió”.
Por su parte Gustavo Arboleda, citando a Camacho Roldán, agrega: “El 16 a las ocho de la mañana apareció la Sociedad Democrática al frente de las puertas del antiguo cuartel del parque de artillería; de 500 a 600 hombres recibieron armas allí, se divisaron con cintas rojas que tenían esta inscripción: ¡Viva el ejército y los democráticos! ¡Abajo monopolistas!, y en formación pasearon las principales calles de la ciudad, vitoreando al ciudadano presidente por la calle de Palacio, casi sin asombro de la población; tal era la seguridad que todos tenían de la proximidad de la revuelta”. Continúa Restrepo sobre este mismo día: “Hay escasez porque algunos hacendados, como los Latorres, han monopolizado la carne y otros víveres de primera necesidad… los que nada tienen dicen que algunos han monopolizado la riqueza que se debe repartir entre los pobres”. En el “Diario de lo ocurrido en Bogotá y otros lugares, desde principio de la revolución del 17 de abril de 1854, hasta el día 5 de diciembre del mismo año”, publicado en el periódico La Esperanza de principios de 1855, encontramos que el día 16 de abril los democráticos recibieron armas porque la guardia nacional, a la que todos ellos pertenecían, salía de la ciudad a realizar ejercicios en sus inmediaciones. Pero también porque al día siguiente debía ayudar a efectuar un golpe de Estado.
El golpe del 17 de abril
En la madrugada de este día histórico la guarnición de Bogotá, empezando por la artillería, comenzó a movilizarse hacia la Plaza de Bolívar. Posteriormente llegó el general José María Melo a la cabeza de 300 húsares a caballo. Sigue narrando el historiador Arboleda:
“Una vez en el lugar indicado, formaron en cuadro las tropas. Los seiscientos democráticos que habían cogido armas en el parque formaron también, y entonces gritó Melo: (¡Abajo los gólgotas!). Eran las cinco de la mañana. Aquel grito fue coreado estrepitosamente y a él siguieron diversas vivas, en especial al Presidente de la República. Hubo repiques de campanas, dianas que empezaron por un bambuco y toques de tambores, cornetas y clarines. El cañón siguió repitiendo sus detonaciones de minuto en minuto hasta las seis de la mañana” .
Es claro que este movimiento no buscaba derrocar a Obando sino que, por el contrario, le brindaba su pleno respaldo solicitándole que lo encabezara y, mediante una fórmula que podríamos denominar de autogolpe de Estado, desconociera la Constitución de 1853, restaurara en su plenitud los poderes que el Congreso le había arrebatado al poder ejecutivo, otorgara finalmente a las manufacturas nacionales la protección que los artesanos venían exigiendo para ellas desde 1847 e impidiera la disolución del ejército.
Una vez ocupada la Plaza de Bolívar, los comisionados de Melo y de los democráticos plantearon sin rodeos la situación a Obando exigiéndole que de inmediato se pusiera al frente del nuevo gobierno. Todas las peticiones fueron en vano. La negativa del mandatario para encabezar el golpe fue inmodificable y rotunda. Ante esa situación, quienes habían sido sus leales partidarios hasta ese momento lo desconocieron como presidente de la república y el general Melo asumió el poder. El mismo día, 17 de abril, Melo dirigió una proclama a la nación y anunció que todas las normas básicas de la nueva Carta Constitucional quedaban sin efecto, por lo cual el Gobierno Central recuperaba las atribuciones que le otorgaba la Constitución de 1843. En consecuencia, casi toda la legislación aprobada por el Parlamento gólgota-conservador de 1853-1854 quedaba derogada y la revolución iniciaba una marcha aparentemente victoriosa.
No obstante, poco habrían de durar las ilusiones de Melo y sus partidarios. Con extraordinaria rapidez se formó un sólido frente bipartidista para derrocar a Melo. Los generales Mosquera, López y Herrán, todos ellos ex presidentes de la república, encabezaron y dirigieron los ejércitos que marcharon sobre Bogotá. Los artesanos de la capital opusieron una resistencia empecinada y valerosa haciéndose fuertes en el convento de los agustinos, en el de San Diego y en el barrio de Las Nieves. Pero todo resultó inútil. La superioridad de fuerzas de la coalición era abrumadora y el 5 de diciembre de 1854 fueron extirpados los últimos focos de resistencia. Muchos de los prisioneros fueron enganchados en el ejército regular y 200 artesanos fueron enviados a Panamá y sometidos a trabajos forzados en condiciones de la más aterradora insalubridad. Escribió entonces Restrepo en su Diario: “Esta medida es excelente para purgar a Bogotá de la peste de los democráticos”. Por su parte, el general Melo salió expulsado del país. Fue a parar a México donde terminó sus días fusilado en una contienda civil. No es ninguna casualidad que la batalla decisiva de esta guerra civil se hubiera librado en las propias calles de Bogotá, y más específicamente en el barrio artesanal de Las Nieves.
EL MOTíN DEL PAN
Demos ahora un salto de dos décadas.
En 1875 había dos temas sobre los cuales se concentraba la atención de los bogotanos. Uno era la campaña electoral que debía conducir a la elección de un nuevo presidente para 1876. El otro era la gran crisis económica mundial que, lógicamente, estaba repercutiendo sobre la frágil y vulnerable economía colombiana. Fue ese el momento en que tuvo lugar en la capital un tormentoso movimiento popular que se conoció como “El motín del pan”.
En 1868 la industria molinera de harina de trigo en Bogotá consistía en tres molinos movidos por rueda hidráulica. El negocio era muy bueno para los empresarios, pues la falta de competencia y el acuerdo entre ellos les permitía exigir a los productores de trigo la maquila que a bien tenían. En vista de tales antecedentes fue como la familia Sayer montó su molino movido por vapor, que sin las contingencias anexas a la rueda hidráulica en los veranos debía funcionar durante todo el año, de día y de noche, lo cual la puso en capacidad de disminuir el precio de la maquila en ?perjuicio de los primitivos empresarios. Éstos, advertidos de la catástrofe que los amenazaba, lograron adquirir por compra el nuevo molino en 1874, menos la máquina de vapor, cuando los Sayer decidieron venderlo para resarcirse de la ingente inversión que realizaron en el momento de la compra e instalación del mismo, y que hasta el momento no habían podido recuperar.
Una vez que los primitivos empresarios volvieron a quedar como dueños exclusivos de la industria de moler trigo, resolvieron aumentar el valor de la maquila, lo que dio por resultado que los panaderos buscaran compensación por medio de un convenio por el cual no fabricarían pan de a cuarto, llamado así por ser el preferido del pueblo pobre en razón a que con dos y medio centavos se obtenían cuatro panes de regular tamaño. También decidieron los panaderos suprimir el vendaje, o “ñapa”, en la venía del pan. Informa Cordovez Moure:
“Los parroquianos que, en la mañana del lunes 18 de enero [de 1875], acudieron a las panaderías en solicitud de pan de a cuarto para el desayuno acostumbrado, supieron con sorpresa la resolución de los panaderos, en virtud de la cual sólo se vendía pan de mayores dimensiones… Aquella operación, que a primera vista no tenía grande importancia, produjo verdadero trastorno económico en los hogares pobres, en razón a que no todos tenían cómo agregar un crédito adicional al presupuesto de gastos, exiguo de suyo. Durante la semana, que principió bajo auspicios favorables para los panaderos y terminó en desastre para éstos, la ciudad semejaba levadura en fermento (que no otra comparación similar al asunto podemos hallar), en vista de la actitud del pueblo, resuelto a no dejarse extorsionar”.
El mismo día de la aplicación de la medida empezaron a aparecer en los muros y puertas de las casas de los panaderos inscripciones con calaveras y las letras “ M. a P.” (Muerte a los panaderos). Éstos por su parte expidieron comunicados en los que justificaban las alzas invocando los incrementos de jornales y la creciente carestía de sus materias primas. A continuación las esquinas se llenaron de carteles que convocaron a las gentes para una cruzada contra los especuladores y monopolistas del pan. Las proclamas terminaban incitando a la “guerra y muerte contra los que nos hambrean”.
En efecto, la multitud, en número cercano a las 2 000 personas, cumplió la cita de la Plaza de Bolívar el sábado 23 de enero, y allí mismo fue designada una comisión que debía dirigirse al Palacio Presidencial para plantear al primer mandatario los reclamos del pueblo. Es curioso el hecho de que en su tránsito hacia la casa de gobierno las gentes vitorearon a un panadero foráneo de apellido Jallade que había anunciado que no impondría ninguna alza en sus productos. El señor Justo Flórez, que presidía la comisión, entró a Palacio e informó con plenos detalles al presidente Santiago Pérez cuáles eran las reivindicaciones de una ciudadanía que se estaba sintiendo lesionada por la codicia de los panaderos. El doctor Pérez accedió de inmediato a dirigirse a la multitud. Salió al balcón y pronunció ante los manifestantes un breve discurso que es una muestra arquetípica del pensamiento de los jefes radicales respecto al “dejar hacer” y al papel del Estado como simple gendarme y protector de las libertades del individuo en todos los terrenos, sin excluir el económico. Dijo en esa oportunidad don Santiago Pérez que le estaba vedado intervenir en el conflicto para inclinar la balanza en cualquiera de los sentidos puesto que la Constitución de la república consagraba la más irrestricta libertad de industria. A continuación expresó que si era verdad que los panaderos estaban cometiendo abusos en los precios de este artículo de primera necesidad, él confiaba en que, ante la protesta popular, los fabricantes de pan entraran en diálogo con las gentes para llegar a una feliz conciliación entre sus intereses y los de los consumidores. Concluyó su alocución pidiendo a los manifestantes cordura y sosiego en su conducta y sus actividades, se despidió afablemente de la muchedumbre y se retiró del balcón20.
Lógicamente, la intervención presidencial no sólo no aplacó al pueblo sino que lo exacerbó más aún. Inclusive se oyeron mueras al presidente de la república y de nuevo en la Plaza de Bolívar los dirigentes del movimiento pronunciaron arengas, éstas más incendiarias que las anteriores a la alocución del jefe del Estado. La consecuencia consistió en que, convencidos los ciudadanos de que en las autoridades no tenían apoyo alguno, se dirigieron hacia las diversas panaderías a fin de tomarse justicia por su propia mano. Las casas de los panaderos fueron atacadas y con especial saña la del acaudalado empresario, financista y dueño de molino de trigo Joaquín Sarmiento, a quien el pueblo sindicaba como el responsable número uno de la gigantesca especulación.
En esos días los diversos periódicos de la capital abundaron especialmente en todo tipo de informes y comentarios sobre las causas, desarrollo y consecuencias del “Motín del pan”. Veamos algunas muestras de las informaciones publicadas entonces por la prensa capitalina:
“… A los gritos de ‘Mueran los Panaderos’, ‘Abajo el monopolio’, se encaminó la multitud a… maltratar a pedradas todas las casas de los panaderos tildados de haberse asociado para subir el precio de este artículo… En poco tiempo las ventanas de todos aquellos establecimientos y las de las casas de los antiguos productores de pan, quedaron arrasadas y demolidas, alcanzando el daño hasta los muebles de algunas de ellas. Comenzóse por la habitación del Señor Joaquín Sarmiento, Director del Banco de Bogotá y propietario del Molino de Los Alisos, sobre la cual arrojaron gran lluvia de piedras, rompiendo los cristales de los balcones; … y donde… uno de los serenos que acudió a la puerta del mismo Señor Sarmiento, fue víctima del furor de la multitud… por la bala de un revólver… Luego continuó la multitud por la calle de Florián atacando a piedra la casa de la Señora Juana Durán. Luego siguieron por la carrera de Bogotá al barrio de San Victorino, deteniéndose y atacando a piedra… casi simultáneamente… las casas de panadería y volvieron pedazos en ellas los vidrios y ventanas… Fueron atacadas también las casas de los Señores Osorio y Durán en la calle de las Aguilas; la del Señor Matías Pérez en San Victorino; la de las Señoras Pereira, la del Señor Lorenzana en el Carmen y la de la Señora Otálora y otras en Las Cruces fueron destrozadas por los amotinados… además de la de Ana María Quijano, Concepción Cárdenas y muchas otras más, hasta completar el número de treinta casas, sin contar el ataque hecho en los mismos términos a las ventanas o balcones de los individuos que en otro tiempo habían dado pan al consumo… igualmente fueron rotos los balcones de otras casas en cuyos pisos bajos hay panaderías…
”… Mientras el tumulto recorría la ciudad, la autoridad local se declaraba impotente para contenerlo… pero es que fue tal el tumulto que las autoridades nada pudieron hacer para contener la pueblada, ni después ha habido contra quién proceder… Así duraron las cosas hasta medianoche, hora en que la multitud se dispersó… Apaciguada un tanto la indignación popular, el alcalde acompañado de un piquete salió por las calles y arengó al pueblo, ofreciendo su intermediación para restablecer las cosas a su estado normal… De toda esta zambra resultaron unos tres heridos, entre ellos gravemente un sereno que trató de cumplir con su deber…”21.
El prefecto del departamento de Bogotá expidió inmediatamente a través de bando público un decreto por el que prohibió las reuniones de más de 10 personas en las calles y lugares públicos22. El mismo día el gobernador Eustorgio Salgar colocó la fuerza pública del estado de Cundinamarca bajo la jurisdicción del prefecto de Bogotá a fin de reforzar la custodia de la paz pública en la capital. Simultáneamente, ordenó incrementar dicha fuerza de 225 a 500 hombres. A su turno El Tradicionalista, órgano del llamado conservatismo ultramontano, protestaba airadamente por la incapacidad que había mostrado la fuerza pública en la represión del motín. Al alcalde Peregrino Santacoloma se le inculpó acremente por no haber ordenado disparar contra la multitud y el Cabildo le exigió presentar renuncia de inmediato. No tardó la correspondiente reacción popular, la cual se produjo mediante hojas volantes que invitaban a respaldar al señor Santacoloma acudiendo a la sesión de la municipalidad en que se trataría de su renuncia, para impedir que ésta fuera admitida.
Circuló entonces una proclama beligerante en grado sumo bajo el título de “Llamada primera”, apartes de cuyo texto merecen ser transcritos:
“Al Pueblo
”Llamada Primera.
”… ¿Qué significa la estéril manifestación del sábado? ¡Nada! O a lo sumo un grito de dolor: el llanto del niño que tiene hambre y pide pan.
”¡Pobre pueblo! El pan es lo más urgente; pero se olvida de que está desnudo, de que está reducido a vivir en inmundas pocilgas, como los cerdos, cuyo alquiler no alcanza a pagar con su ímprobo trabajo; en tanto ve a los que se aprovechan de él habitando suntuosos palacios, en la opulencia, en el refinamiento del lujo, gozando de todos los placeres, satisfaciendo todos los caprichos. Para ellos el terciopelo y el raso, las alfombras y los colchones de pluma, los cristales y las porcelanas, los magníficos coches y los soberbios caballos. Para nosotros el duro suelo, el despedazado junco de la miseria, la desnudez para nuestras mujeres, el hambre para nuestros hijos, y el trabajo sin tregua y sin recompensa y sin esperanza para los hombres. Pero en la noche del último sábado unos pocos se reunieron a fin de deliberar acerca de su horrible situación. ?Su primer instintivo impulso fue dirigirse a donde estaba el Presidente de la Unión en busca de consejo y de ayuda. Este funcionario los despidió, no estando en sus atribuciones poner remedio al mal de que se quejaban. Entonces en su desesperación, se desparramaron por la ciudad, atronando los aires con sus gritos, y ciegos de ira lanzaron piedras a los balcones de algún rico propietario y a las puertas y ventanas de algunas panaderías. Esto fue todo… Es decir que antes de anoche el pueblo hambreado rompió unos cuantos vidrios.
”Pero, ¿qué sucedió ayer? Que la autoridad pública despedazó y pisoteó la Constitución, declarando a la población en estado de sitio, suspendiendo las garantías constitucionales. No otra cosa significa el bando publicado a tambor batiente prohibiendo los grupos de ciudadanos que pasen de diez, cuando… la Constitución Nacional consagra y garantiza como un derecho individual ‘la libertad de asociarse sin armas’. No otra cosa significa el voto de censura fulminado anoche, por la corporación municipal contra el Señor Santacoloma, porque no hizo uso de las bayonetas, que el Gobierno Nacional había puesto a su disposición, contra el pueblo desarmado. Y el pueblo que por un mendrugo gritó y amenazó a los panaderos el sábado, calló y se sometió mansamente ante el mandato inicuo que de hecho deja establecida la tiranía. ¡Oh vergüenza!…
”¡Pero no! Aún es tiempo: reunámonos hoy todos… para protestar contra esa audaz violación de nuestras garantías y obligar al funcionario delincuente a reconocer su arbitrariedad y derogar su atentatoria disposición.
”Allá veremos si se atreven a dispersarnos a balazos…
”¡Viva la Constitución!
¡Abajo los opresores del pueblo!
¡Abajo los verdugos de los pobres!
Los artesanos”23.
Los dirigentes del movimiento hicieron circular otra “Llamada” que tenía un enfoque muy atractivo, puesto que apelaba a la soberanía del pueblo como fuente suprema de autoridad. El documento decía:
“Sólo el pueblo es soberano
”El pueblo de Bogotá en uso de su soberanía, en nombre de su omnipotencia; y por su propia autoridad y considerando… Que la Corporación Municipal de la ciudad, cometiendo un perjurio abominable en su sesión del día mismo en que el Prefecto violó la Constitución y dicha Corporación ha secundado aquel proceder acriminando al Señor alcalde porque no asesinó al pueblo en la noche del 23…
”Resuelve:
”Amonestar al Prefecto del Departamento y a la Corporación Municipal de la ciudad por primera vez a que cumplan sus deberes dejando al pueblo que de acuerdo con la Constitución y leyes proceda, no dejando caer en menoscabo las garantías individuales y por lo mismo soportando que inhumanos opresores, y los monopolistas y mandatarios lo degraden y abatan.
”Dado en el Palacio Democrático Popular, a 25 de Enero de 1875.
”¡Viva la República!
”¡Viva la Constitución!
”¡Abajo los traidores y monopolistas!
”¡Viva Rovespierre! [sic]
”¡Viva Danton!
”¡Viva Marat!
”¡Viva Delécluse!
”¡Viva el pueblo soberano!”24.
A pesar del sólido respaldo popular que recibió, el alcalde Santacoloma no se pudo sostener en su puesto y tuvo que dimitir finalmente para ser reemplazado por un funcionario que advirtió desde el principio que no estaba dispuesto a contemporizar con los llamados “retozos democráticos”. Pero los resultados demostraron bien pronto que el movimiento no había perdido la batalla. Los panaderos redujeron el precio de su producto, le aumentaron el tamaño, volvieron a ofrecer al público los tradicionales “vendajes” e iniciaron de nuevo la producción del llamado “pan de a cuarto”. Mencionaron en esos días los periódicos casos tan significativos como el de los monopolistas de otros artículos de gran consumo popular, que decidieron beneficiarse de la experiencia de los panaderos curándose en salud. Los productores de sebo, por ejemplo, aumentaron el tamaño de las velas y no les subieron el precio25.
El señor Joaquín Sarmiento, presidente del Banco de Bogotá, a quien ya conocemos por ser el más poderoso monopolista de harina y haber sido uno de los más severamente afectados en los motines, redactó e hizo circular un extenso documento vindicativo de su prestigio y buen nombre en el que abundaron datos, cifras, argumentos e informaciones de toda índole26.
Este motín es de un carácter fundamentalmente político, pues dentro del conjunto de la dieta popular el pan no tenía la importancia básica de otros alimentos como el maíz o la papa, y por tanto no era un artículo de primera necesidad. En consecuencia es fácil colegir que el movimiento fue la expresión de la angustia popular ante los excesos a que estaba llegando el régimen radical en su política de marginación del Estado del libre juego de la economía. El pueblo de Bogotá se valió de esta coyuntura para plantarse firmemente ante los abusos que, con la absoluta anuencia del Estado, estaban cometiendo los monopolistas. Lo que determinó que las gentes de Bogotá tomaran plena conciencia de los peligros a los cuales los conducía el libre juego desaforado de las fuerzas económicas, fue la ya mencionada alocución del doctor Santiago Pérez que, a pesar de su brevedad, condensó de manera diáfana el pensamiento de quienes creían en la ineficacia todopoderosa del Estado gendarme.
Pero además insistamos en que 1875 era año de elecciones nacionales. En ellas se disputaban la presidencia Aquileo Parra, candidato del gobernante Partido Liberal-Radical y hasta hacía poco ministro de Hacienda, y Rafael Núñez, candidato del liberalismo independiente y del mosquerismo. Los nuñistas contaban con el apoyo de la mayoría de los artesanos de la capital, que aún veían en los radicales a sus peores enemigos, por lo que nada tendría de extraño que detrás de todos estos sucesos hubiera estado también la mano de dirigentes del nuñismo bogotano, interesados en poner en evidencia los efectos impopulares de la política radical del “dejar hacer”, y contribuir así, en vísperas de elecciones, a desacreditar aún más al régimen radical. Un indicio muy importante en favor de esta consideración lo constituye la actitud que tuvo hacia el motín el alcalde Peregrino Santacoloma al abstenerse de reprimir a la multitud, la cual le costó el puesto. Igual podemos decir de los reiterados llamados que se hicieron al pueblo para que acudiera a impedir la destitución del alcalde Santacoloma. Todo se aclara si tenemos en cuenta que este funcionario era una de las más prestantes figuras del nuñismo capitalino.
Otro aspecto de este movimiento que no podemos pasar por alto es el de la alarma que cundió entre los sectores pudientes de la población por el espectro de “La Comuna”. En efecto, sólo habían transcurrido tres años escasos de la Comuna de París, acontecimiento que estremeció al mundo debido esencialmente a que por un tiempo corto pero significativo la clase obrera parisiense se tomó el poder y alcanzó a postular una serie de cambios sociales y económicos ciertamente revolucionarios. De ahí que muchos periódicos al analizar el motín del pan expresaran en Bogotá su honda preocupación en textos como este:
“Todo es empezar… (lo que se puede cernir sobre Colombia se llama) El Pauperismo, La Internacional y La Commune… ¡Pero, no! ¡Aún es tiempo! Deber de todos los que se interesan por la tranquilidad pública es concurrir al llamamiento de la autoridad y prestarle todo el apoyo que necesita para contrarrestar las malas tendencias de los comunistas”27.
Por su parte, tanto los radicales como los conservadores influyeron sobre los sectores artesanales para lograr que se pronunciaran por la paz, por la concordia y contra todo tipo de solución revolucionaria y violenta. Estos objetivos se lograron bien pronto ya que los artesanos de uno y otro partido no tardaron en expedir manifiestos en tal sentido.
El “Motín del pan” ya había llegado a su fin pero no así el aluvión de literatura política que generó. El periodista conservador Manuel María Madiedo postuló, por ejemplo, todo un repertorio ideológico con bases esencialmente religiosas en el que sustentaba la posibilidad y la necesidad de conciliar armoniosamente los intereses de las diversas clases28. A su vez, el sector más extremo del conservatismo, liderado por Miguel Antonio Caro, llamó severamente la atención de la ciudadanía sobre la impotencia que habían mostrado las autoridades ante la asonada de enero y les lanzó la acusación de que no servían más que para ganar elecciones. El conservatismo de Antioquia también intervino en el debate declarando en un manifiesto que estos desórdenes eran “el fruto del comunismo y la impiedad”. El señor Madiedo volvió a la controversia criticando el “dejar hacer” y sosteniendo que siempre funcionaba en contra de los más débiles. En otras palabras, era notorio que ya venía gestándose el intervencionismo de Estado, una de las banderas con que cinco años después el doctor Núñez llegó finalmente al poder.
Bien vale reproducir apartes del editorial que sobre estos temas publicó entonces en El Tradicionalista el distinguido jefe conservador y tratadista político Carlos Martínez Silva para demostrar la inutilidad e inconveniencia de los movimientos populares frente a las “leyes naturales” de la economía, que pone de presente cómo existían sectores conservadores más liberales que los mismos radicales en materia de política económica:
“Baja y alza del precio del pan en bogotá
”¿Los gobiernos general y seccionales pudieron haber hecho algo sin conculcar derechos ajenos, para producir una baja en el precio del pan? Con la excepción de la medida de rebajar las contribuciones, creemos que con esperanzas de un buen resultado no pudieron hacer nada… y aunque hoy se dice que la asonada del sábado ha producido la baja solicitada, tememos mucho que ella sea, en un país en que no se vende el pan pesado, una pura ilusión, una baja ficticia… [porque] no es posible que hombres que se dedican a una industria cualquiera no traten de sacar de ella los gastos de producción del artículo y una remuneración que por lo menos equivalga al interés del capital empleado. Se valdrán de mil arbitrios para conseguir esos fines, y si no los consiguen, ya por la guerra que le haga la gente mal aconsejada o ya por cualquier otro motivo, dejarán la industria y los que quedaran, ya sin competidores, alzarían el precio del artículo fabulosamente. No creemos sin embargo que este cálculo haya entrado en las cabezas de los del motín del sábado…”29.
El epílogo bipartidista que tuvo el “Motín del pan” es muy significativo. El acaudalado presidente del Banco de Bogotá y propietario de molino de trigo, Joaquín Sarmiento, no fue el único que sufrió detrimento en sus bienes personales durante la asonada. Los panaderos, de menor fortuna y posición social también experimentaron pérdidas, especialmente a raíz de las pedreas. Sin embargo el señor Sarmiento fue el único a quien la alta sociedad bogotana, sin distingos de partido, consideró merecedor de un fervoroso desagravio por parte de la ciudadanía. Transcribimos a continuación parte del texto de desagravio en el cual, como podrán apreciarlo los lectores, es más relevante la lectura atenta de las firmas de los remitentes que el texto mismo, por cuanto ellas corresponden a la auténtica cúpula de la política, las finanzas, el comercio y los grandes negocios del Bogotá de entonces:
“Manifestación al señor doctor Joaquín Sarmiento
”…Una pequeña parte del pueblo bogotano, siempre noble y generoso, cegada en un momento de extravío, olvidó los honrosos títulos que en nuestra sociedad hacen a Usted acreedor al tributo de la más alta consideración. No ha habido una sola empresa de reconocida utilidad pública a la cual no haya prestado Usted su concurso de dinero, de luces y de influencia. En vista de los acontecimientos a que aludimos, no ha habido una sola persona que no los haya contemplado con pesar y con sorpresa. Esta consideración será bastante para hacer olvidar en su ánimo los momentos de íntima y suprema amargura infligidos a Usted en un vértigo de extravío y error, que sabrá excusar, puesto que en espíritus levantados como el suyo, vive siempre en el sentimiento esta inmortal máxima: ‘El perdón es como el sándalo, perfuma hasta el hacha que lo derriba’.
”Sus amigos y compatriotas: Santiago Pérez, Vicente, Arzobispo de Bogotá, Roberto Bunch, Eustorgio Salgar, Aquileo Parra, Ramón del Corral, Florentino Vezga, Evaristo de La Torre, Januario Salgar, Rafael Portocarrero, Wenceslao Pizano, Pedro Dordelly, Félix M. Pardo Roche, Nepomuceno Santamaría, Manuel Ponce de León, J. M. Quijano Otero, Vicente Lafaurie, Silvestre Samper, Salvador Camacho Roldán, Eustacio de La Torre N., Carlos B. Rasch, Emiliano Restrepo E., Mariano Tanco, José A. Obregón, Lorenzo Lleras, Miguel Samper, Jorge Holguín, Tomás E. Abello, José María Samper, Carlos Holguín, Víctor Mallarino, José M. Marroquín, José María Quijano, José María Saravia, Rafael Pombo, C. Borda, Jacobo Sánchez…”.
El temor que se apoderó de las clases altas respecto a la posibilidad de una reedición criolla de la Comuna de París, se desvaneció bien pronto, la situación se normalizó y los hombres de negocios volvieron a disfrutar las delicias del “dejar hacer”, que se prolongaron por unos años más, hasta 1880, cuando desde su primera administración Rafel Núñez empezó a asestar los primeros golpes intervencionistas sobre este esquema liberal. Grandes cambios se avizoraban en el futuro cercano. Por lo pronto, en 1876, estalló la guerra civil que marcó el inicio del fin del régimen radical.
EI bogotazo del 93
Lograr control sobre los artesanos, o al menos influir en su organización y sus orientaciones, fue un objetivo sobre el cual el movimiento de la Regeneración puso particular interés.
Desde mediados de la década de los setenta, el conservatismo y los liberales independientes iniciaron la organización de núcleos de artesanos de índole político-religioso-social, las llamadas Sociedades Católicas, que desempeñaron destacado papel en la guerra de 1876-1877 y en el triunfo posterior de la Regeneración. Sin embargo, fue con las medidas proteccionistas aplicadas desde el gobierno y con la actividad desplegada por asociaciones cristianas (como la Sociedad de San Vicente de Paúl), con lo que los artesanos quedaron como fuerza de la Regeneración.
No obstante, el desgaste propio del régimen, las difíciles condiciones sociales por que atravesaban los artesanos, el alto costo de la vida, la acción de grupos de base del liberalismo radical que propagaban la necesidad de la guerra contra la Regeneración, la cerrera recristianización de la sociedad que se manifestaba en una cruzada por un control excesivo de la población y, naturalmente, el viejo grado de autonomía de los artesanos, constituyeron los elementos para el estallido de un nuevo motín en 1893.
Desde las páginas de Colombia Cristiana, Ignacio Gutiérrez Isaza, miembro destacado de la Sociedad San Vicente de Paúl y acaudalado comerciante conservador, inició en diciembre del 92 la publicación de una serie de artículos que, con el nombre genérico de “La Mendicidad”30, debían servir para combatir las “pecaminosas” costumbres de los artesanos a través de juicios como los siguientes: “La honradez les es desconocida; son embusteros, incumplidos de los contratos, cínicos en sus raterías; para ellos no existe el séptimo mandamiento, que han borrado del decálogo”.
Esta actitud no fue respaldada por otros periódicos conservadores de la capital. Uno de los más importantes, El Orden Público, dio a luz el 11 de enero de 1893 un editorial, “Los artesanos de Bogotá vilipendiados”, en donde rechazó abiertamente el tratamiento dado a éstos por Colombia Cristiana. El editorial concluía: “Toda clase social tiene su parte dañada, y si se dirigen censuras contra esta parte, se comprende que no se ataque a la clase entera”. Sin embargo, los artesanos de Bogotá eran extremadamente susceptibles a las manifestaciones de desprecio social que se les dirigían, y celosos de su dignidad y prestigio como gremio. En esta oportunidad habían decidido responder a las ofensas gratuitas, impulsados también al parecer por elementos del liberalismo radical y uno que otro elemento del anarquismo.
Con la entrevista concedida por Rufino Gutiérrez, hermano de Ignacio, podemos reconstruir los sucesos de la semana anterior al motín del 15 y 16 de enero de la siguiente manera31:
Jueves 12 de enero. Viniendo de Chapinero los dos hermanos Gutiérrez fueron detenidos por un artesano “cerca de la iglesia de La Tercera reconviniéndole [a Ignacio] por la aludida publicación y retándolo”.
Viernes 13 de enero. Rufino Gutiérrez acompañó a Ignacio a la casa, “y en el camino trataron en dos ocasiones de atacarnos”. En la noche del mismo día varios individuos hicieron indagaciones en la casa de Ignacio dejando amenazas.
Sábado 14 de enero. En la noche nuevas visitas y rondas amenazantes.
Domingo 15 de enero. A las cuatro y media de la tarde cuando la familia Gutiérrez comía se iniciaron pedreas contra la casa, que fueron controladas por la policía. Según el relato del comisario Becerra, destacado en la segunda división de policía, por la noche del 15 “a las 8 y 15 p. m. se oyeron nuevamente pitadas con la señal de generala… e inmediatamente el comisario marchó al lugar… con 18 agentes armados de remington y 15 de sables y al llegar allí encontró a los amotinados en número de 400 a 500 hombres dando gritos de mueras al señor Gutiérrez y de víctores al pueblo, con mueras y abajos al gobierno y vivas al partido radical… los agentes [repelieron el motín]”32. A partir de medianoche todo quedó calmado.
Lunes 16 de enero. Fue el día más duro del motín. A las 11 a. m. hubo concentración en el puente de San Francisco presidida por artesanos notables; el objeto era dirigirse a la casa del general Cuervo, ministro de Gobierno, para pedir la libertad de los detenidos por las pedreas del día anterior y el castigo de Colombia Cristiana en aplicación de la ley de imprenta. Pero luego que el ministro se negó a atender a los manifestantes pretextando encontrarse enfermo, éstos se dirigieron a la casa de Ignacio Gutiérrez a reiniciar su ataque, enfrentándose de nuevo a las fuerzas del orden con el saldo de un muerto de los amotinados, Isaac Castillo, que fue baleado por un gendarme. Desde ese momento el motín varió de cariz y se dirigió entonces contra la policía a causa de la vida que ésta había cegado. Por toda Bogotá se dispersaron numerosos grupos armados con cuchillos, palos y piedras que recorrían las calles. Cedemos aquí la palabra al inspector Wenceslao Jiménez:
“Al bajar por la plazuela de San Victorino, subían con el cadáver de Castillo y en aquel lugar, reconocido ya como jefe de policía por la multitud, fui víctima de insultos y pedradas… Al llegar a la Plaza de Bolívar me encontré con el motín que venía desde Santa Bárbara, bajando por la calle de San Carlos, con banderas negras y coloradas, y armados de garrotes, peinillas, cuchillos, piedras e instrumentos de varias clases, y lanzando más o menos estos gritos: ‘Abajo el gobierno’, ‘Abajo la policía’, ‘Viva el partido radical’, ‘Viva el pueblo’, ‘Vivan los artesanos’. Esta desenfrenada turba… destruyó todos los útiles y elementos de la comisaría de la 5.ª circunscripción… Serían ya como las 5 p. m.; parte de los amotinados se encaminó al local de la Dirección [de policía], y parte por la calle Real, en dirección a San Diego, en el mayor desorden, con el propósito, según se veía, de aniquilar todo elemento relacionado con la policía…
”Llegaron a la comisaría de la 3.ª División situada en la calle 24, la cual encontraron abandonada; [allí] rompieron los muebles y útiles de la comisaría… El edificio quedó en lamentable estado de deterioro. Acto continuo salieron y se encaminaron al centro de la ciudad; llegaron al local que ocupa la 2.ª División [donde un gendarme les opuso resistencia]; el pueblo rompe una ventanilla inmediata y por ahí introduce alguno el arma homicida que da la muerte a aquel intrépido agente de policía [luego]… rompen la puerta, se entran, destruyen todo… suben al segundo piso y rompen y destruyen las puertas, vidrieras y muebles de los juzgados… En seguida se dirigieron al local de la 4.ª comisaría. Diez agentes de la División… resistieron el primer ataque hasta que arrollados por la multitud, y viéndose impotentes para rechazarla, salieron y dejaron el local abandonado, a cuyo interior penetraron los amotinados… destruyeron el archivo íntegro, rompieron los muebles y útiles de la comisaría…
”Las partidas eran numerosísimas y era imposible… atender a todas ellas, por grande que hubiera sido la fuerza existente en la ciudad. ?
Por todas las calles recorrían considerables grupos gritando a ‘Lo Comuna’, ‘al 93’, mueras al gobierno, a la policía, etc., etc.… En la plaza [La Capuchina], pretendieron renovar sus ataques…”33. Continúa el comisario Becerra, de la segunda circunscripción: “[En La Capuchina] pusieron un aparato de carros en forma de trinchera, desde donde hacían tiros con piedras en hondas y muchos con remington sobre los agentes… Este ataque fue sostenido hasta las 7 y 30 p. m…”34. Vuelve el inspector Jiménez: “Algunos muertos y muchos heridos de la multitud resultaron en tan doloroso trance… 15 agentes de la 3.ª División… fueron acometidos en la calle por individuos de la multitud, quienes atacaron con piedras y peinillas a los agentes…
”En ese momento, como a las cinco y cuarto de la tarde, otro grupo numeroso se aproximaba al local de la dirección [de policía] en movimiento bélico, con el propósito, según se vela, de [atacarlo]. Las gentes con piedras, instrumentos y armas de distinto género, ya habían hecho otro empuje en las primeras horas de la tarde, causando heridas de gravedad en los agentes… Al fin el ataque era ya tan vigoroso y persistente que el señor director [Gilibert ordenó] hiciéramos fuego… Así se verificó disparando desde los balcones de la dirección a la multItud… En ese encuentro quedaron muertos una serie de infelices…; el fuego empezó a hacerlos disolver, y poco a poco fueron separándose de este sitio para continuar su tarea… en otros varios puntos de la ciudad… Como a las siete y media de la noche se dirigió parte de la numerosa multitud a la casa [del Ministro de Gobierno], Antonio B. Cuervo…; forzaron la puerta… rompieron y destruyeron los muebles y útiles y dejaron todo en completa ruina… [Luego] se encaminaron a la casa del Sr. Luis Bernal, inspector [de policía]; derribaron una de las ventanas; entraron… destruyeron luego con saña feroz el mobiliario de la casa y toda la ropa de la familia…
”Otro grupo se dirigió a Santa Bárbara. Allí forzaron y rompieron la puerta [de la comisaría de policía]; despedazaron los muebles y útiles de la oficina y aún destruyeron casi en su totalidad el archivo… A este tiempo una multitud se encaminaba a la Casa de Corrección de San José de “Tres Esquinas”… llegaron, despedazaron gran número de muebles… abrieron de par en par las puertas y pusieron en libertad a más de 200 [presas]; un número crecido de [ellas] salieron a formar parte de la infernal asonada…
”También un grupo de amotinados se encaminó a la casa del señor Higinio Cualla, alcalde de la ciudad… destruyendo muebles y objetos de distintas clases… [Allí] una parte fue capturada y el resto de amotinados huyó despavorido con la presencia del Ejército que, distribuido en numerosas patrullas, aprehendió a más de 400 amotinados y restableció el orden antes de las doce de la noche”35.
Como lo anotamos en un capítulo anterior, 135 faroles de petróleo fueron también destruidos en esta ocasión, rotos los alambres de telégrafos y teléfonos y derribados los postes que los sostenían.
El gobierno respondió drásticamente a la asonada. Implantó la censura de prensa y sacó el ejército a la calle con órdenes de reprimir el alzamiento con la máxima energía. No se pudo precisar con exactitud el número de muertos y heridos, pero al parecer los primeros pasaron de 20. El ejército intervino no sólo para poner punto final al motín sino también para proteger a la policía, que amenazaba con ser liquidada por la multitud, enardecida por sus desmanes anteriores.
Dejemos constancia de un hecho que observó Rufino Gutiérrez luego del asalto a su casa el primer día, expresión de la gran espontaneidad que caracterizó en lo fundamental al bogotazo del 93: ?
“De aquella hora, las nueve de la noche, en adelante, grupos más o menos numerosos recorrían las calles, lanzando gritos diversos y discordes, lo que hace ver que carecían de jefe y organización. En uno se vitoreaba al ejército y en otro se le insultaba; ?allá se gritaba contra la clase alta, y en la calle siguiente se vitoreaba a la crème; aquí se proponía seguir al norte, y cien metros adelante se resolvía volver al sur”36.
El ministro de Gobierno emitió una proclama en la que afirmaba:
“No se trata, evidentemente, de ningún movimiento político ni de plan alguno comparable a los que el socialismo y el espíritu de anarquía suelen engendrar en las sociedades”37.
Sin embargo el vicepresidente Caro condenó a muchos de los que fueron apresados durante los desórdenes a confinamiento en la isla de San Andrés y a otros al extrañamiento de la capital de la república38. El motín dio, pues, motivo al gobierno para acentuar el acoso contra sus opositores. Apenas dos años después estalló la guerra civil de 1895.
——
Notas
- 1. Memorias de Boussingault, Banco de la República, Bogotá, 1985, tomo III, pág. 52.
- 2. Samper, Miguel, Selección de escritos, Bogotá, Colcultura, Biblioteca Básica Colombiana, vol. 22, págs. 30-31.
- 3. El Eco del Tequendama, 25 de octubre de 1829.
- 4. El Constitucional de Cundinamarca, noviembre 6, 1842.
- 5. Correo de la Ciudad de Bogotá, 8 de agosto de 1822.
- 6. Galvis Noyes, Antonio, “La esclavitud en Bogotá durante el periodo de 1819 a 1851 vista a través de las Notarías Primera, Segunda y Tercera”, Tesis doctoral, Universidad Javeriana, Bogotá, 1974, págs. 81-82.
- 7. Restrepo, José Manuel, Diario político y militar, Biblioteca de la Presidencia de Colombia, Bogotá, 1954, tomo III, pág. 116.
- 8. Arboleda, Gustavo, Historia contemporánea de Colombia, Editorial América, Cali, 1933, tomo I, pág. 302.
- 9. Ibíd., págs. 419-422.
- 10. Restrepo, José Manuel, op. cit., tomo III, pág. 410.
- 11. Camacho Roldán, Salvador, Memorias, Editorial Bedout, págs. 9-10.
- 12. Restrepo, José Manuel, op. cit., tomo IV, págs. 57-58.
- 13. Biblioteca Nacional, Bogotá, Fondo Pineda, vol. 811.
- 14. Ortiz, Venancio, Historia de la revolución del 27 de abril de 1854, Biblioteca Banco Popular, Bogotá, 1972, vol. 36, pág. 42.
- 15. El Repertorio, 28 de enero de 1854.
- 16. Ibíd., 2 de febrero de 1854.
- 17. Ibíd.
- 18. Ibíd.
- 19. Ibíd., 17 de febrero de 1854.
- 20. Diario de Cundinamarca, La América, El Tradicionalista y el Correo de Colombia, enero de 1875.
- 21. Ibíd.
- 22. La América, 27 de enero de 1875.
- 23. Ibíd.
- 24. La América, 29 de enero de 1875.
- 25. El Correo de Colombia, 3 de febrero de 1875; y El Republicano, 12 de febrero de 1875.
- 26. La América, 29 de enero de 1875.
- 27. La Ilustración, 26 de enero de 1875; y La América, 30 de enero de 1875.
- 28. La Ilustración, 26 de enero de 1875.
- 29. El Tradicionalista, 29 de enero de 1875.
- 30. Colombia Cristiana, n.o 10, 11 y 12, diciembre de 1892 y enero de 1893.
- 31. El Correo Nacional, 1.o de febrero de 1893.
- 32. Diario Oficial, 3 de febrero de 1893.
- 33. Diario Oficial, 2 de febrero de 1893. El subrayado es nuestro. Nota del autor.
- 34. Ibíd., 3 de febrero de 1893.
- 35. Ibíd., 2 de febrero de 1893.
- 36. El Correo Nacional, 1.o de febrero de 1893.
- 37. El Orden, 23 de enero de 1893.
- 38. Ibíd., 14 de febrero de 1893.