- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Introducción
Bogotá en 1846. En primer plano, a la izquierda, capilla del Humilladero, con penitentes. A la derecha, elegantes bogotanas a la moda pasean por la Calle de la Tercera (actual carrera 7.ª entre calles 15 y 17), junto a las iglesias de la Veracruz y San Francisco. De espaldas, mujer del pueblo con atuendo típico. Al fondo, torre y domo de la Catedral. Acuarela sobre papel de Alfred Gustin, 1876. Casa Museo 20 de Julio, Bogotá.
La Virgen y el Niño, acompañada por fray Cristóbal de Torres, santo Domingo de Guzmán, santa Catalina de Siena y santo Tomás de Aquino. Tímpano de la fachada de la iglesia de la Bordadita, siglo xvii. Barro cocido y estucado. Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Bogotá.
Texto de: Julián Vargas Lesmes
A pesar de haber sido fundada por uno de los pocos conquistadores letrados que conoció el Nuevo Mundo, circunstancias confusas rodearon el nacimiento de Bogotá. Tuvo al menos dos fundaciones: la primera y oficial, el 6 de agosto de 1538 —que algunos, desde una perspectiva legalista consideran espuria por cuanto no se rodeó de los requisitos corrientes—, tuvo que ser completada con otro acto, el 27 de abril de 1539.
La carencia de una cultura urbana entre los muiscas no permitió tender un puente de continuidad, ni influir en el diseño básico de la ciudad que se fundara en 1538. A pesar de sus avances en otros aspectos, los muiscas de la sabana tan sólo lograron estabilizar tenues aglomeraciones de caseríos alrededor de la vivienda del zipa. Por esto, la historia estrictamente urbana de Santafé comprende un horizonte casi exclusivamente hispánico.
La ciudad se asentó en medio de los muiscas, una de las culturas indígenas más desarrolladas y populosas del Nuevo Reino. Si en materia urbana la impronta indígena no tuvo mayor repercusión, su alta concentración en la sabana sí tuvo consecuencias directas e indirectas en la definición de características globales, tanto en términos sociales como culturales. Hizo posible la edificación de un tren de vida señorial mediante la reducción de los aborígenes a una condición servil, tanto en el campo como en la ciudad. Al igual que en otras ciudades andinas, esta situación permitió crear una altiva casta de “vecinos” que utilizó las dignidades ciudadanas para su propio beneficio.
El avance real de la Santafé recién fundada fue bastante lento. En contraste, una vez ganó el estatus de capital, las distinciones asociadas a tal rango se sucedieron rápidamente y, en menos de 15 años, obtuvo todos los honores de gran ciudad. Con la concentración de las dignidades judicial, gubernamental y religiosa en continuo aumento, Santafé tuvo la impronta de una ciudad burocrática y eclesiástica, que reunía a esas castas de letrados y jueces, de clérigos y frailes, las cuales influyeron definitivamente en el talante de su sociedad.
A pesar de la precariedad física de nuestra ciudad, su privilegiada posición y el reverdecimiento económico de la producción sabanera, le dieron a finales del siglo xvi el primero de sus esquivos auges. Además de ser capital administrativa, Santafé fue durante esta época centro minero, punto obligado donde el oro y la plata de todo el país debían ser “quintados y marcados”. Sus haciendas, que todavía podían aprovechar una reserva generosa de mano de obra indígena, empezaron a exportar cereales (trigo en especial) a las partes bajas del Magdalena y a la costa. La afluencia de dinero privado y el tren de gastos y mercancías fueron percibidos por Rodríguez Freile como la primera época de oro de la ciudad.
Sin embargo, sería tan sólo hasta la segunda mitad del siglo xvii cuando Santafé completó los rasgos definitivos que la distinguieron durante la mayor parte de su historia colonial. El Cabildo, desde su fundación y por mucho tiempo, no tuvo el respaldo suficiente para emprender obras de envergadura. Sólo a comienzos del siglo xvii la ciudad logró agrietar el monopolio sobre la mano de obra indígena de que disfrutaban los encomenderos. Allanado el obstáculo político, se instauró un sistema de trabajo forzoso en beneficio de la ciudad que se llamó “mita urbana o alquiler general”, lo que permitió su construcción física.
Después de esta media centuria de dinamismo, Santafé entró en un largo letargo que se extendió por más de un siglo, hasta fines del siglo xviii. Fue una Santafé estancada demográficamente, con una población principalmente indígena, regionalmente aislada, cuyo único crecimiento estuvo centrado en la Iglesia y la religión. Durante este lapso, Santafé desarrolló una fisonomía que se mantuvo durante buena parte del periodo colonial.
Algunos cambios sociales bastante subterráneos ocurrieron a lo largo de estos siglos de aparente quietud. Durante la primera mitad del siglo xvii, Santafé fue una ciudad predominantemente indígena en términos estadísticos y culturales. La proporción de indios estuvo en el orden de 70 por ciento e influyó decisivamente en sus costumbres y en el paisaje urbano.
Tan sólo hasta finales del siglo xviii puede observarse la intercalación de capas medias compuestas por artesanos, mestizos y tenderos. Los barrios de castas en la periferia rodearon el triángulo fluvial; en el centro y sur, colgado de los cerros, uno de los más importantes del siglo xvii fue Puebloviejo. En el norte, allende el río San Francisco, Pueblonuevo se convirtió en el principal barrio de viviendas indígenas y mestizas; fue el núcleo del barrio de Las Nieves, el más populoso de la ciudad.
Durante este tiempo se afianzó su ritmo lento, de tierra fría, de ciudad taciturna y religiosa. La monótona vida cotidiana se llenaba por la sucesión de los episodios de las vidas privadas, con los que se mezclaban las fiestas públicas, las corridas de toros, las procesiones. De pronto rompía la rutina un sonado asunto pasional o un crimen horrendo, una excomunión, el ahorcamiento de un oidor o de un encomendero, o los escándalos por preeminencias entre el clero y la Audiencia.
Si en otras cosas fue modesta en el concierto de capitales regionales, Santafé tuvo paisaje en abundancia. Sus habitantes se sintieron profundamente orgullosos de su sabana tan próxima a las entretelas de la ciudad. El viajero que inevitablemente entraba por el occidente, desde la Estanzuela o Puente Aranda, podía ver a Santafé ligeramente encaramada sobre las estribaciones de sus cerros más amados. Desde una perspectiva contraria, Santafé fue un balcón sobre la sabana. Las circunstancias climáticas de su ubicación hacían de Santafé un punto gris y encapotado que miraba hacia un occidente luminoso, con extensos sembradíos de trigo que reflejaban su color de sabana, produciendo deliciosos matices en el atardecer. Sus vecinos acostumbraban a subir a sus torres para que el amarillo pintara de delectación sus caras. En sus inmediaciones no faltaban encantadores rincones. Allí se dirigieron animados paseos o se ubicaron primorosamente estancias en medio del aire seco y frío de verano y de las inclinadas praderas de las vegas San Diego y el Fucha.
Pero con la misma generosidad con que la naturaleza la dotó de primores, también la castigó sin piedad. Las epidemias, con su negra cola, se repetían cada 15 años. Acompañaban la comparsa de tragedias corrientes los contrastes entre intensas sequías y pertinaces inviernos, las heladas que dañaban “los panes”, los vendavales que arrancaban tejados, los incendios de casas y templos, las granizadas y, por sobre todo, los temblores y terremotos. Por el temor generalizado que despertaban, éstos quedaron grabados en el inconsciente colectivo, en especial uno de ellos: “el tiempo del ruido”, que hace referencia a los roncos estertores que emitió la tierra en 1687.
Para estas tragedias colectivas como para la tranquilidad en la vida diaria se tenía el consuelo de la religión. La Iglesia fue el mayor pilar de la sociedad, y el catolicismo llenó uno a uno casi todos los intersticios del vivir cotidiano, desde el nacimiento hasta la muerte. El santafereño corriente se bautizaba en Las Nieves o en La Catedral, era confirmado solemnemente; si llegaba a estudiar lo hacía en una corporación semi-eclesiástica (colegios mayores) y, si su alcurnia lo respaldaba, sus restos descansaban también en una iglesia. Dominicos, franciscanos, agustinos, jesuitas y capuchinos —a finales del siglo xviii— ocuparon el lugar central en términos sociales, económicos y espaciales. Las órdenes llegaron a ser los más grandes terratenientes, y en conjunto poseían más de la mitad del suelo sabanero.
Pero no todo era recogimiento y sentido estricto en la vida. A través del rompecabezas documental del archivo pueden verse los puntos grises del discurrir en Santafé. La gran proporción de gente común y corriente, con componente indígena o mestizo llevaba una vida particular, apartada de los cánones conocidos. En su gran mayoría, los santafereños no cumplían con el precepto del matrimonio y llegaron a desarrollar un submundo en lugares poco controlados. A partir del siglo xvii las chicherías se generalizaron y fueron teatro de borracheras, riñas y acercamientos sexuales. Además del juego, proliferaron otros sitios de recreo y esparcimiento. Las cartas, los dados y las apuestas clandestinas calentaron las horas y aliñaron el aburrimiento santafereño. A mediados del siglo xviii nos encontramos con una ciudad que renace y que empieza un ciclo de dinamismo en todos los campos, que comienza a romper su cáscara de aldea y disimula un poco el barniz enteramente religioso que la cubrió durante dos siglos. El comercio y una revitalizada administración civil abrieron el surco por el cual se construyeron más obras y se introdujo una mentalidad diferente. Es la primera vez en su historia que la iniciativa civil y militar sobrepasa con creces a la religiosa.
En esta época de cierre de su etapa colonial, Santafé sufrió un significativo cambio demográfico y social. Su población predominantemente mestiza completó los 20 000 habitantes, lo cual la hizo superar su condición aldeana. A la par se fortaleció su infraestructura urbana y se ampliaron sus funciones administrativas. Después de haber permanecido atada durante más de dos siglos al esquema de tres parroquias, la ciudad se dio en 1774 una nueva reordenación territorial y un estatuto de “policía urbana”. Fue ésta su segunda edad de oro, su época de mayor brillo en toda su historia, cuyo ímpetu en materia intelectual y social se manifestó sustentando una élite más poderosa y caracterizada que le dio un impulso de casi medio siglo y que impugnó los lazos seculares con España al abrir una nueva época. Y en este empeño, como en otras ocasiones de su historia, ganó la república, pero perdió la ciudad.
Este destilado de algunos rasgos prominentes de Santafé muestra nuestro empeño por construir una historia integral de la ciudad desde una perspectiva distinta de la que hasta ahora lo han hecho sus amables y amorosos cronistas. Quisimos profundizar en los aspectos sociales, los menos conocidos y explorados. Este esfuerzo por develar nuevos aspectos de la historia urbana fue en gran parte una labor de equipo. La materia prima fueron los expedientes del Archivo Histórico Nacional de Colombia, después de una exhaustiva labor de revisión de sus índices. Quiero destacar la paciente y escrupulosa labor de Guillermo Vera, quien puso a nuestra disposición su viejo interés en la medicina colonial y su extraordinario conocimiento sobre el archivo. La recopilación de la información pertinente a censos, vida cotidiana, fiestas y diversiones se dejaron al impulso y picardía investigativa de Eduardo Ariza. Patricia Vargas y su inclinación antropológica desbrozaron y le dieron peso al tema del indígena en la ciudad, materia que fue diligentemente continuada por Martha Zambrano. El material necesario para aquello que iba a ser un capítulo sobre la Iglesia y sus actividades económicas, que sirvió para complementar otras secciones, fue cubierto por Luz Piedad Caicedo. Por último, quiero mencionar a Luz Yanila Molano López, siempre dispuesta a apoyar con su computador, la labor de mecanografía y corrección de textos.
#AmorPorColombia
Introducción
Bogotá en 1846. En primer plano, a la izquierda, capilla del Humilladero, con penitentes. A la derecha, elegantes bogotanas a la moda pasean por la Calle de la Tercera (actual carrera 7.ª entre calles 15 y 17), junto a las iglesias de la Veracruz y San Francisco. De espaldas, mujer del pueblo con atuendo típico. Al fondo, torre y domo de la Catedral. Acuarela sobre papel de Alfred Gustin, 1876. Casa Museo 20 de Julio, Bogotá.
La Virgen y el Niño, acompañada por fray Cristóbal de Torres, santo Domingo de Guzmán, santa Catalina de Siena y santo Tomás de Aquino. Tímpano de la fachada de la iglesia de la Bordadita, siglo xvii. Barro cocido y estucado. Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, Bogotá.
Texto de: Julián Vargas Lesmes
A pesar de haber sido fundada por uno de los pocos conquistadores letrados que conoció el Nuevo Mundo, circunstancias confusas rodearon el nacimiento de Bogotá. Tuvo al menos dos fundaciones: la primera y oficial, el 6 de agosto de 1538 —que algunos, desde una perspectiva legalista consideran espuria por cuanto no se rodeó de los requisitos corrientes—, tuvo que ser completada con otro acto, el 27 de abril de 1539.
La carencia de una cultura urbana entre los muiscas no permitió tender un puente de continuidad, ni influir en el diseño básico de la ciudad que se fundara en 1538. A pesar de sus avances en otros aspectos, los muiscas de la sabana tan sólo lograron estabilizar tenues aglomeraciones de caseríos alrededor de la vivienda del zipa. Por esto, la historia estrictamente urbana de Santafé comprende un horizonte casi exclusivamente hispánico.
La ciudad se asentó en medio de los muiscas, una de las culturas indígenas más desarrolladas y populosas del Nuevo Reino. Si en materia urbana la impronta indígena no tuvo mayor repercusión, su alta concentración en la sabana sí tuvo consecuencias directas e indirectas en la definición de características globales, tanto en términos sociales como culturales. Hizo posible la edificación de un tren de vida señorial mediante la reducción de los aborígenes a una condición servil, tanto en el campo como en la ciudad. Al igual que en otras ciudades andinas, esta situación permitió crear una altiva casta de “vecinos” que utilizó las dignidades ciudadanas para su propio beneficio.
El avance real de la Santafé recién fundada fue bastante lento. En contraste, una vez ganó el estatus de capital, las distinciones asociadas a tal rango se sucedieron rápidamente y, en menos de 15 años, obtuvo todos los honores de gran ciudad. Con la concentración de las dignidades judicial, gubernamental y religiosa en continuo aumento, Santafé tuvo la impronta de una ciudad burocrática y eclesiástica, que reunía a esas castas de letrados y jueces, de clérigos y frailes, las cuales influyeron definitivamente en el talante de su sociedad.
A pesar de la precariedad física de nuestra ciudad, su privilegiada posición y el reverdecimiento económico de la producción sabanera, le dieron a finales del siglo xvi el primero de sus esquivos auges. Además de ser capital administrativa, Santafé fue durante esta época centro minero, punto obligado donde el oro y la plata de todo el país debían ser “quintados y marcados”. Sus haciendas, que todavía podían aprovechar una reserva generosa de mano de obra indígena, empezaron a exportar cereales (trigo en especial) a las partes bajas del Magdalena y a la costa. La afluencia de dinero privado y el tren de gastos y mercancías fueron percibidos por Rodríguez Freile como la primera época de oro de la ciudad.
Sin embargo, sería tan sólo hasta la segunda mitad del siglo xvii cuando Santafé completó los rasgos definitivos que la distinguieron durante la mayor parte de su historia colonial. El Cabildo, desde su fundación y por mucho tiempo, no tuvo el respaldo suficiente para emprender obras de envergadura. Sólo a comienzos del siglo xvii la ciudad logró agrietar el monopolio sobre la mano de obra indígena de que disfrutaban los encomenderos. Allanado el obstáculo político, se instauró un sistema de trabajo forzoso en beneficio de la ciudad que se llamó “mita urbana o alquiler general”, lo que permitió su construcción física.
Después de esta media centuria de dinamismo, Santafé entró en un largo letargo que se extendió por más de un siglo, hasta fines del siglo xviii. Fue una Santafé estancada demográficamente, con una población principalmente indígena, regionalmente aislada, cuyo único crecimiento estuvo centrado en la Iglesia y la religión. Durante este lapso, Santafé desarrolló una fisonomía que se mantuvo durante buena parte del periodo colonial.
Algunos cambios sociales bastante subterráneos ocurrieron a lo largo de estos siglos de aparente quietud. Durante la primera mitad del siglo xvii, Santafé fue una ciudad predominantemente indígena en términos estadísticos y culturales. La proporción de indios estuvo en el orden de 70 por ciento e influyó decisivamente en sus costumbres y en el paisaje urbano.
Tan sólo hasta finales del siglo xviii puede observarse la intercalación de capas medias compuestas por artesanos, mestizos y tenderos. Los barrios de castas en la periferia rodearon el triángulo fluvial; en el centro y sur, colgado de los cerros, uno de los más importantes del siglo xvii fue Puebloviejo. En el norte, allende el río San Francisco, Pueblonuevo se convirtió en el principal barrio de viviendas indígenas y mestizas; fue el núcleo del barrio de Las Nieves, el más populoso de la ciudad.
Durante este tiempo se afianzó su ritmo lento, de tierra fría, de ciudad taciturna y religiosa. La monótona vida cotidiana se llenaba por la sucesión de los episodios de las vidas privadas, con los que se mezclaban las fiestas públicas, las corridas de toros, las procesiones. De pronto rompía la rutina un sonado asunto pasional o un crimen horrendo, una excomunión, el ahorcamiento de un oidor o de un encomendero, o los escándalos por preeminencias entre el clero y la Audiencia.
Si en otras cosas fue modesta en el concierto de capitales regionales, Santafé tuvo paisaje en abundancia. Sus habitantes se sintieron profundamente orgullosos de su sabana tan próxima a las entretelas de la ciudad. El viajero que inevitablemente entraba por el occidente, desde la Estanzuela o Puente Aranda, podía ver a Santafé ligeramente encaramada sobre las estribaciones de sus cerros más amados. Desde una perspectiva contraria, Santafé fue un balcón sobre la sabana. Las circunstancias climáticas de su ubicación hacían de Santafé un punto gris y encapotado que miraba hacia un occidente luminoso, con extensos sembradíos de trigo que reflejaban su color de sabana, produciendo deliciosos matices en el atardecer. Sus vecinos acostumbraban a subir a sus torres para que el amarillo pintara de delectación sus caras. En sus inmediaciones no faltaban encantadores rincones. Allí se dirigieron animados paseos o se ubicaron primorosamente estancias en medio del aire seco y frío de verano y de las inclinadas praderas de las vegas San Diego y el Fucha.
Pero con la misma generosidad con que la naturaleza la dotó de primores, también la castigó sin piedad. Las epidemias, con su negra cola, se repetían cada 15 años. Acompañaban la comparsa de tragedias corrientes los contrastes entre intensas sequías y pertinaces inviernos, las heladas que dañaban “los panes”, los vendavales que arrancaban tejados, los incendios de casas y templos, las granizadas y, por sobre todo, los temblores y terremotos. Por el temor generalizado que despertaban, éstos quedaron grabados en el inconsciente colectivo, en especial uno de ellos: “el tiempo del ruido”, que hace referencia a los roncos estertores que emitió la tierra en 1687.
Para estas tragedias colectivas como para la tranquilidad en la vida diaria se tenía el consuelo de la religión. La Iglesia fue el mayor pilar de la sociedad, y el catolicismo llenó uno a uno casi todos los intersticios del vivir cotidiano, desde el nacimiento hasta la muerte. El santafereño corriente se bautizaba en Las Nieves o en La Catedral, era confirmado solemnemente; si llegaba a estudiar lo hacía en una corporación semi-eclesiástica (colegios mayores) y, si su alcurnia lo respaldaba, sus restos descansaban también en una iglesia. Dominicos, franciscanos, agustinos, jesuitas y capuchinos —a finales del siglo xviii— ocuparon el lugar central en términos sociales, económicos y espaciales. Las órdenes llegaron a ser los más grandes terratenientes, y en conjunto poseían más de la mitad del suelo sabanero.
Pero no todo era recogimiento y sentido estricto en la vida. A través del rompecabezas documental del archivo pueden verse los puntos grises del discurrir en Santafé. La gran proporción de gente común y corriente, con componente indígena o mestizo llevaba una vida particular, apartada de los cánones conocidos. En su gran mayoría, los santafereños no cumplían con el precepto del matrimonio y llegaron a desarrollar un submundo en lugares poco controlados. A partir del siglo xvii las chicherías se generalizaron y fueron teatro de borracheras, riñas y acercamientos sexuales. Además del juego, proliferaron otros sitios de recreo y esparcimiento. Las cartas, los dados y las apuestas clandestinas calentaron las horas y aliñaron el aburrimiento santafereño. A mediados del siglo xviii nos encontramos con una ciudad que renace y que empieza un ciclo de dinamismo en todos los campos, que comienza a romper su cáscara de aldea y disimula un poco el barniz enteramente religioso que la cubrió durante dos siglos. El comercio y una revitalizada administración civil abrieron el surco por el cual se construyeron más obras y se introdujo una mentalidad diferente. Es la primera vez en su historia que la iniciativa civil y militar sobrepasa con creces a la religiosa.
En esta época de cierre de su etapa colonial, Santafé sufrió un significativo cambio demográfico y social. Su población predominantemente mestiza completó los 20 000 habitantes, lo cual la hizo superar su condición aldeana. A la par se fortaleció su infraestructura urbana y se ampliaron sus funciones administrativas. Después de haber permanecido atada durante más de dos siglos al esquema de tres parroquias, la ciudad se dio en 1774 una nueva reordenación territorial y un estatuto de “policía urbana”. Fue ésta su segunda edad de oro, su época de mayor brillo en toda su historia, cuyo ímpetu en materia intelectual y social se manifestó sustentando una élite más poderosa y caracterizada que le dio un impulso de casi medio siglo y que impugnó los lazos seculares con España al abrir una nueva época. Y en este empeño, como en otras ocasiones de su historia, ganó la república, pero perdió la ciudad.
Este destilado de algunos rasgos prominentes de Santafé muestra nuestro empeño por construir una historia integral de la ciudad desde una perspectiva distinta de la que hasta ahora lo han hecho sus amables y amorosos cronistas. Quisimos profundizar en los aspectos sociales, los menos conocidos y explorados. Este esfuerzo por develar nuevos aspectos de la historia urbana fue en gran parte una labor de equipo. La materia prima fueron los expedientes del Archivo Histórico Nacional de Colombia, después de una exhaustiva labor de revisión de sus índices. Quiero destacar la paciente y escrupulosa labor de Guillermo Vera, quien puso a nuestra disposición su viejo interés en la medicina colonial y su extraordinario conocimiento sobre el archivo. La recopilación de la información pertinente a censos, vida cotidiana, fiestas y diversiones se dejaron al impulso y picardía investigativa de Eduardo Ariza. Patricia Vargas y su inclinación antropológica desbrozaron y le dieron peso al tema del indígena en la ciudad, materia que fue diligentemente continuada por Martha Zambrano. El material necesario para aquello que iba a ser un capítulo sobre la Iglesia y sus actividades económicas, que sirvió para complementar otras secciones, fue cubierto por Luz Piedad Caicedo. Por último, quiero mencionar a Luz Yanila Molano López, siempre dispuesta a apoyar con su computador, la labor de mecanografía y corrección de textos.