- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Economía regional y urbana
A fines del siglo xviii, el marqués de San Jorge, Jorge Miguel Lozano de Peralta, contaba entre sus propiedades la hacienda El Novillero, la más grande de toda la sabana. Durante mucho tiempo ostentó el rango de alférez real y obtuvo el único título nobiliario que hubo en toda la historia de Santafé. Pese a su título y riquezas, se rebeló contra la corona y, según la leyenda, apoyó la revolución de los Comuneros, incitó al descontento y conspiró en Santafé, por lo cual fue arrestado en 1784 y enviado a las mazmorras de Bocachica, en Cartagena, donde murió el 11 de agosto de 1793. Óleo de Joaquín Gutiérrez, 1775. Museo de Arte Colonial, Bogotá.
Mapa del Valle del Tunjuelo. Santafé tuvo desde un comienzo jurisdicción sobre todos los pueblos vecinos; incluso gozaba del derecho a imponer y recaudar tarifas.
Calendario lunar de los muiscas, el cual orientaba los ciclos agrícolas. Boceto de Alejandro de Humboldt, dibujo de M. Le Chanoine. Atlas Pittoresque. Biblioteca Nacional, Bogotá.
Orejones de la sabana y sus familias, en una estancia típica de las haciendas sabaneras. Óleo de José Manuel Groot, Hacienda de la sabana, 1857. Fondo Cultural Cafetero.
Este mapa, de 1627, muestra el pueblo de Soacha, el cual era una reserva de mano de obra indígena para el servicio de las haciendas cercanas. La asignación de tierras se hizo inicialmente teniendo en cuenta la proximidad de núcleos de indios encomenderos.
Los propietarios de las haciendas de la sabana construían grandes y elegantes mansiones en las cuales residían por temporadas. Plumilla de Arnoldo Michaelsen.
La hacienda El Novillero fue el resultado de la fusión de varias estancias de ganado mayor, llevada a cabo por don Francisco Maldonado de Mendoza a principios del siglo xvii. Abarcaba una superficie de alrededor de 30 000 hectáreas y fue por mucho tiempo la dehesa de Bogotá.
Doña María Tadea González Manrique, primera esposa del marqués de San Jorge, con quien tuvo siete hijas mujeres y dos varones, el menor de ellos Jorge Tadeo Lozano, sabio naturalista, presidente de Cundinamarca y mártir de la Independencia. Óleo de Joaquín Gutiérrez. Museo de Arte Colonial, Bogotá.
La quinta de Fucha, o hacienda de Montes, al sur de Bogotá, le fue obsequiada a don Antonio Nariño en 1803 por un tío de su mujer, el sacerdote Francisco de Meza. Allí pasó Nariño los años posteriores a su segunda prisión de seis años, y allí también organizó nuevas conspiraciones. Óleo de Luis Núñez Borda.
Sobre la margen izquierda del río Bogotá y desde la hacienda Fute hasta el Salto de Tequendama, se extendía la hacienda Canoas, perteneciente a don José Urdaneta. Dibujo de Alberto Urdaneta sobre una fotografía de Racines.
Con ocasión del mercado semanal, los viernes las plazas de mercado se colmaban de gentes de todas las condiciones sociales. Estos eran los principales centros de abastecimiento de la ciudad. Grabado de Riou en América pintoresca.
El excesivo fiscalismo del siglo xviii llevó a proyectar la construcción de una casa de rentas, cuyos planos vemos aquí.
En 1765 se fundó en las afueras del sur de Santafé, y a orillas del río San Cristóbal, una fábrica de pólvora. Los súbditos tenían prohibido acercarse en 100 metros a la redonda, salvo que tuvieran permiso del superior gobierno. En el dibujo, un barril de pólvora de los que se utilizaban en la fábrica de Santafé.
Llegada de víveres para abastecer las tiendas de la ciudad.
Transporte de correo y mercancías hacia Bogotá por las montañas del Quindío. Travesía del sargento. Dibujo de Sainson y Boilly, grabado de Beyer. Voyage Pittoresque dans les deux Amériques, Biblioteca Luis Ángel Arango.
Moneda de oro o plata, denominada macuquina, por sus bordes recortados y mordidos, que se utilizó casi hasta mediados del siglo xix. Tesoro de Mesuno, encontrado en el río Magdalena frente a Honda, en 1936. Colección numismática del Banco de la República.
Después de largos años de gestión por parte de mandatarios y comerciantes de Santafé, se instituyó en la capital del Nuevo Reino, en 1718, una Casa de Moneda, cuya sede definitiva se construyó en 1756 en el mismo sitio (calle 11 entre carreras 5.ª y 4.ª) donde hoy funciona un importante complejo cultural. Colección numismática del Banco de la República.
Después de largos años de gestión por parte de mandatarios y comerciantes de Santafé, se instituyó en la capital del Nuevo Reino, en 1718, una Casa de Moneda, cuya sede definitiva se construyó en 1756 en el mismo sitio (calle 11 entre carreras 5.ª y 4.ª) donde hoy funciona un importante complejo cultural. Colección numismática del Banco de la República.
Con el avance del comercio, a fines del siglo xviii, se regularizó en Santafé la acuñación de moneda. En su estudio sobre la moneda legal en Colombia dice Alberto Vergara y Vergara: “Durante la dominación española en el Continente, desde la Conquista, no hubo moneda legal propiamente dicha. En las casas de moneda de España, y luego en las de Santafé, México y el Perú, se acuñaban monedas de oro, plata y vellón, ajustándose a las disposiciones legales sobre peso, ley y tipo, y generalmente por cuenta de los particulares, quienes suministraban el material y pagaban los derechos fijados.
Era muy rigurosa la reglamentación de las casas de moneda, y muchos los requisitos que debían llenarse antes de entregar las especies a la circulación, a fin de que correspondieran en un todo con el valor que se les señalaba. La falsificación de monedas o circulación de las falsas y de las prohibidas se castigaba con la pena de muerte y de confiscación de bienes. Se guardaba escrupulosamente la fe del soberano, y se miraba como un desacato a su majestad no recibir la moneda corriente”. En la ilustración, monedas de diferente denominación y de distintas épocas, acuñadas entre 1720 y 1800, de oro, plata y vellón, pertenecientes a la denominación moneda fija y perpetua, establecida en 1652.
Las rigurosas medidas proteccionistas y el monopolio comercial impuestos por la corona a lo largo de buena parte de la época colonial, estancaron el desarrollo económico de las colonias americanas.
A partir de 1766, bajo el reinado de Carlos III de Borbón, se expidió el estatuto de “comercio libre”, que dio un gran impulso a las transacciones entre las colonias y la metrópoli.
Las rigurosas medidas proteccionistas y el monopolio comercial impuestos por la corona a lo largo de buena parte de la época colonial, estancaron el desarrollo económico de las colonias americanas.
A partir de 1766, bajo el reinado de Carlos III de Borbón, se expidió el estatuto de “comercio libre”, que dio un gran impulso a las transacciones entre las colonias y la metrópoli.
Felipe IV de Habsburgo, rey de España (1605-1665), llamado el Grande. Intentó, asesorado por su favorito el conde-duque de Olivares, una política exterior ambiciosa que mantuviera la hegemonía española en Europa. Fue el penúltimo de la dinastía de los Austrias que gobernó España desde Carlos V.
Texto de: Julián Vargas Lesmes
Para los conquistadores y en general para el español post-medieval, la posesión de la tierra tenía otros significados más poderosos que el puramente económico. En ella estaban involucrados el rango social, la categoría personal y otros privilegios que implicaba dicha posesión. Para los conquistadores de primera hora que llegaron a la sabana el poblamiento propiamente dicho tuvo una importancia secundaria. Gran parte de ellos prefirió continuar las incursiones de conquista y la vida azarosa en búsqueda de tesoros y metales preciosos. Otros pocos, sin embargo, prefirieron orientarse hacia una vida sedentaria “poblando la tierra”, usufructuando estancias y la adjudicación de indios para las encomiendas.
El proceso económico en las fases de Conquista y Colonia podría sintetizarse, según la modalidad económica dominante, en las siguientes tres etapas:
- Expediciones de conquista y búsqueda intensa de metales preciosos (hasta 1550).
- Encomienda fundada esencialmente en mano de obra indígena (hasta 1600). Y en menor grado,
minería de plata. (Las Lajas, Mariquita).
- Estancias, haciendas y comercio (a partir del siglo xvii).
La tierra se asignaba en forma de mercedes adjudicadas por las autoridades. En la primera fase fueron los encomenderos, es decir, los que recibieron repartimientos de indios, quienes por lo general recibieron las mercedes de tierra. Desde un punto de vista legal, la asignación de encomiendas no daba derecho sobre las tierras. De manera enfática, la corona quiso separar el control sobre los indios de la soberanía territorial. Sin embargo, la parte básica del proceso de apropiación de la tierra siguió, como en muchos otros aspectos, un curso extralegal —“de facto”, dice Colmenares— en beneficio del principal poder local: la encomienda1.
Finalizando el siglo xvi, hacia 1590, las mejores tierras de la sabana estaban asignadas. Quiere ello decir que en un periodo de 50 años la composición básica de la tenencia de tierras estaba virtualmente definida. Empero, la concesión de mercedes alcanzó a extenderse hasta la tercera década del siglo xvii Tomamos del Archivo Carrasquilla las siguientes cifras que dan una idea de la trayectoria que siguieron en un principio las mercedes de tierra:
MERCEDES DE TIERRA EN LA SABANA (1548 - 1630)Parte Oriental R. Bogotá.1540 - 1560 | 4 |
1561 - 1580 | 1 |
1581 - 1600 | 9 |
1601 - 1620 | 10 |
1621 - 1630 | 4 |
TOTAL | 28 |
Fuente: Sistematización del Archivo Carrasquilla de tierras, realizada por Beatriz Castro.
El cuadro muestra cómo la mayor actividad registrada en transacciones por mercedes de tierra se da a finales del siglo xvi y comienzos del siglo xvii, cuando la asignación de tierras toma un canal regular.
A partir de 1592 con la pérdida de hegemonía social por parte de los encomenderos y con la afirmación del poder del monarca, se le quita al Cabildo su potestad en la asignación de tierras. Desde esta fecha hasta 1640 hubo cambios en las condiciones para otorgar tierras.
Existían un conducto regular y un funcionario, que dependía de la Audiencia y del presidente. Por otra parte se produjo un cambio de gran importancia consistente en el tamaño de las mercedes, es decir, la unidad de área para asignar (estancia de ganado mayor) se redujo en 12,5 veces. Además se puso en vigencia un número mayor de requisitos y controles administrativos para la adjudicación de tierras.
La petición de merced se hacía al presidente y éste, a su vez, utilizaba como oficiales de campo a los corregidores para una labor de inspección sobre el terreno a entregar. Esto no excluía la posibilidad de manipular la decisión. Los documentos muestran casos de soborno. Esta situación señala la influencia que en este campo se ejercía en los niveles inferiores. Cuando la decisión dependía del Cabildo, las conexiones directas de la élite contaban decisivamente. Ahora, con la existencia de una mayor diversidad social, otros estratos blancos podían acceder a la tierra2.
Para fines del siglo xvi se hizo un intento —con motivación fiscal— por revisar y sanear los títulos de las tierras. Como una buena parte de éstas permanecían bajo posesión y sin títulos de merced, y, como todas las tierras eran “realengas”, se pensó en cobrar una tarifa que permitiera legalizarlas (“composición de tierras”). A pesar de las expectativas y del realce que se le ha dado a la medida (Liévano Aguirre la llamó la “primera reforma agraria”), sus resultados fueron bien pobres. La corona no recibió lo que esperaba en términos fiscales, y la tenencia de la tierra no se afectó3. Entre 1595 y 1602, época durante la cual se efectuaron los pagos de las composiciones a la Caja Real de Santafé, ingresaron por este concepto un total de 13 000 pesos oro. Cifra bien pobre puesto que en comparación con los ingresos por Requinto —impuesto recién estatuido— es bastante inferior. Ante la ausencia de medios coercitivos por parte del poder colonial, la composición se volvió casi una acción voluntaria. La corona no estaba en condiciones de comprar las propiedades no legalizadas, ni podía obligar a los ocupantes a pagar. Pocas estancias y haciendas se acogieron a la figura de la composición y las que lo hicieron aportaron sumas insignificantes. Para poner un ejemplo bastante ilustrativo, El Novillero (40 000 hectáreas aproximadamente), se compuso por una suma de 568 pesos oro.
En 1600, cuando llegó el visitador Egas de Guzmán, el oidor Henríquez propuso que las tierras cuya posesión no pudiera ser correctamente justificada se vendieran en pública subasta a fin de brindar la posibilidad de poseer tierra a otros estratos sociales como comerciantes, medianos agricultores y funcionarios de distintos niveles de la burocracia.
Lo que sí hizo esta serie de visitas fue poner de presente una nueva realidad en cuanto a la tenencia de tierras: la tierra de la sabana empezó a tener valor y a adquirir movilidad a partir del siglo xvii. Se convertirá, a partir de esta época, en el principal recurso y alrededor de ella se ordenará la vida económica y social de Santafé.
En el siglo xviii hubo algunos conatos reformistas. Se dio el importante paso de nombrar un “juez de tierras” para revisar títulos y resolver todo tipo de litigios y problemas. En 1724, y más tarde en 1754, se realizaron intentos por revisar y “limpiar” los títulos. El enfoque, sin embargo, fue predominantemente fiscal.
A la precariedad legal de la posesión se sumó la imprecisión de los linderos que separaban unos predios de otros. Se aceptaba tácitamente que el mejor mojón era el consenso entre los vecinos. Sin embargo, esto no siempre ocurría y por lo tanto proliferaban los pleitos y querellas entre propietarios.
Fuera de estos intentos por afectar la tenencia de tierra, no se conocen otras acciones efectivas por parte de la corona. En general, la estructura de propiedad del suelo pasará por una ocupación de hecho en la cual la acción del poder colonial y de las leyes tan sólo podrá refrendarla pero no cambiarla.
AGRICULTURA Y PRODUCCIóN
Las condiciones agronómicas de la sabana en la época de la Conquista no eran tan óptimas como hoy se piensa. La agricultura se vio constantemente afectada por los ciclos climáticos y sus fuertes contrastes, dentro de los que alternaban las sequías con las inundaciones, en grave detrimento de cultivos y cosechas. Estos factores, unidos a un muy bajo drenaje del suelo sabanero, fueron fatídicos tanto para la agricultura muisca como para la española. A estas razones habría que agregar el largo periodo de cosecha y los problemas con las heladas. Existen referencias documentales sobre el temor y el daño que ocasionaron las heladas sabaneras a los muiscas. La agricultura de gran altitud, en términos generales, ha limitado la densidad poblacional y el grado de realización de las culturas que sustentan.
Los muiscas, a pesar de tener una gran variedad de cultivos totalmente adaptados a las condiciones, no desarrollaron toda su agricultura en la sabana. Para enfrentar los problemas agronómicos de esta zona construyeron terrazas de cultivo y zanjas de desagüe. Existen también indicaciones de que el maíz lo cultivaban en camellones (Aguado). Pero los muiscas no llegaron a construir grandes obras de infraestructura. Las carencias tecnológicas y la falta de una centralización política los limitaron en este aspecto. La solución adoptada para enfrentar estas dificultades fue la consolidación de una agricultura bien integrada en diferentes climas. Los muiscas habitaron un mosaico de nichos ambientales, desde los climas cálidos hasta los paramunos. El pueblo de Bogotá, por ejemplo, tenía tierras en el Valle de Tena en donde cultivaba maíz, frutales, plátanos, caña, ají, ahuyama y patata4. Establecieron, de esta forma, lo que los antropólogos llaman un control vertical de los pisos térmicos. Un sistema que hace complementarios los cultivos y esfuerzos, dando por resultado una amplia gama de frutos y la capacidad de producir excedentes alimenticios.
Muy poco tiempo después de su advenimiento, los españoles introdujeron en la sabana los cultivos propios de sus tierras. El clima de la sabana permitió desarrollar la agricultura de cereales, base de la dieta hispana. El español promedio que llegó a nuestro país provenía de la zona mediterránea cuya alimentación se basa en los cereales panificables, los vegetales de huerta, las legumbres secas, el aceite, el vino y la carne de carnero5.
Por otra parte, además de las semillas, trajeron animales útiles que eran desconocidos en estas tierras. Según doña Soledad Acosta de Samper, “Quesada trajo los caballos, Belalcázar los cerdos y Federman las gallinas”. Pero fue el conquistador Jerónimo Lebrón el que introdujo en grande las más importantes innovaciones en materia agrícola, puesto que trajo semillas de garbanzo, trigo, cebada, cebolla, fríjol y arveja en grandes cantidades. Por supuesto, se siguieron adelantando los cultivos americanos tales como maíz, papa, yuca, ahuyama, hibias, cubios, ají, aguacate, plátano, etc. La dieta urbana, en consecuencia, adquirió una gran variedad al superponer los productos españoles con los nativos. Los indígenas siguieron otorgando en su alimentación diaria una notable preferencia por sus alimentos atávicos. De ahí que en una crónica fechada en 1610 se decía que “los indios, teniendo turmas y maíz, tienen todo el sustento necesario”.
Los indígenas asimilaron muy rápido el conocimiento y manejo de los nuevos cultivos, así como el manejo y cuidado de los animales que antaño desconocían (caballos, vacunos y ovejas). A su vez, aportaron su profundo conocimiento de las tierras y de los ciclos climáticos.
La más trascendental innovación de la tecnología agrícola europea fue la sustitución de los rudimentarios instrumentos indígenas de piedra y de madera por los metálicos. Los españoles trajeron hachas, arados, barretas, azuelas, palas, azadones, hoces y harneros metálicos. La contribución más valiosa fue sin duda alguna el arado metálico con rejas a manera de rastrillo. Hay un ejemplo que resulta particularmente ilustrativo: la tarea de cortar un árbol de tallo grueso con hacha metálica se hacía en la décima parte del tiempo requerido con hacha de piedra.
Después de la revolucionaria introducción de las herramientas metálicas transcurrió algún tiempo durante el cual las faenas agrícolas siguieron dependiendo exclusivamente de la energía humana hasta ya entrado el siglo xvii, cuando vino el valiosísimo aporte de la energía animal.
La tecnología agrícola introducida por los españoles no varió sustancialmente durante todo el periodo colonial. Su adopción social fue un proceso lento y restringido. Desde luego, las herramientas eran costosas y escasas. No fue una tecnología ampliamente distribuida. La introducción en los niveles inferiores fue lenta. Los indígenas siguieron empleando sus herramientas tradicionales pero aprendieron a usar otras técnicas por el trabajo en las haciendas.
Pero pese a todas estas dificultades, la implantación de la nueva tecnología permitió una utilización mucho más intensiva de la tierra hasta el punto de que se llegaron a obtener en la sabana dos cosechas en el año.
La primera cosecha de trigo se dio en las cercanías de Tunja en 1543. El cultivo de la cebada fue un poco más tardío. Paralelamente con los primeros cultivos de trigo vino la construcción de molinos para el abastecimiento de harina y la consecuente producción de pan. Según las crónicas, fue doña Elvira Gutiérrez, esposa del conquistador Juan Montalvo, la primera persona que en Santafé produjo pan de trigo en un horno rudimentario. A medida que los caminos fueron mejorando lentamente, en la misma forma se fue intensificando el empleo de caballos y mulas y disminuyendo el de indios para el transporte de pasajeros y carga, especialmente en los viajes hacia el Magdalena.
Lo corriente durante el siglo xvii (que se puede extrapolar a todo el periodo) era un uso mixto del suelo: agricultura y ganadería. En orden descendente de importancia, los principales cultivos eran trigo, maíz, cebada y papa. En ganadería, y en el mismo orden, las principales crías eran ovejas, vacunos, cerdos y cabras.
PRODUCCIóN GANADERA
A pesar de la marcada preferencia de los españoles por la ganadería frente a la agricultura, la producción de carne en la sabana fue insuficiente durante todo el periodo colonial para abastecer la demanda de Santafé. Las condiciones favorables de la sabana no fueron suficientes para incentivar una ganadería apreciable. Los bajos requerimientos de mano de obra y la existencia de grandes extensiones con pastos, también en abundancia, no alcanzaron a contrarrestar las condiciones adversas del mercado. Adicionalmente, merece destacarse la tendencia cultural del español hacia la ganadería. A los ojos peninsulares, la ganadería tuvo siempre un prestigio mayor que la agricultura, oficio manual propio de plebeyos y moros.
Durante toda su historia Santafé tuvo que apelar a la importación de ganados de la provincia de Neiva y más específicamente de Timaná. No obstante, este problema se agudizó porque muy pronto las provincias empezaron a mostrarse renuentes a venderle carne a Santafé. Otro factor que también afectó seriamente la producción ganadera en la sabana fue el control de precios, que en muchas ocasiones se mostró tan rígido e inflexible que desalentó la producción.
La inclinación española hacia la ganadería se concentró en la cría de ovejas. No olvidemos que desde mucho antes del descubrimiento de América la cría de ganado lanar fue probablemente la línea más rica y próspera de la economía peninsular. Este fenómeno tuvo una clara razón de ser. Los avances y retrocesos propios de la lucha secular de los cristianos españoles contra los invasores moros constituían un factor desestimulante para las labores agrícolas, debido a que quien las emprendía estaba corriendo el grave riesgo de tener que ceder al enemigo, en virtud de los azares de la guerra, sus cultivos y cosechas. Por el contrario, el ganado ovino permitía a sus propietarios una extraordinaria movilidad que los ponía a salvo de los ya descritos peligros que acechaban al agricultor. Estos elementos explican la pujanza y la prosperidad que alcanzó la producción de ganado lanar en España, y especialmente en Castilla, donde la Mesta (nombre que se le dio a la agremiación de grandes criadores de ganado ovino) fue sin duda alguna el más poderoso grupo económico de la península.
En la sabana se extendió notablemente la cría de ovejas, pues además de los bajos requirimientos de mano de obra permitía utilizar un subproducto bastante importante: la lana. Este producto fue introduciéndose como materia prima de los tejidos poco a poco, de manera que logró extenderse y crear un cambio radical en la vestimenta indígena y mestiza. Reemplazó el algodón como materia prima, y a la manta por la ruana de lana. Así fue creándose una difundida demanda que permite entender el predominio de las actividades ovinas sobre las vacunas. Además, la utilización de la lana permitía circunvalar el principal obstáculo de la ganadería vacuna, es decir, el control de precios que actuó como depresor de la actividad.
PERFIL SOCIAL DE LA HACIENDA
Las primeras mercedes de tierra se otorgaron con una largueza desmesurada. Estas primeras propiedades se pueden clasificar en cuatro grupos según tamaño y destinación:
- estancias de ganado mayor (vacuno)
- estancias de pan sembrar (agricultura)
- estancias de ganado menor (ovinos)
- estancias de pan coger (huertos).
En el siglo xvi una estancia de ganado mayor podía medir fácilmente 6 000 pasos, que en términos contemporáneos serían 2 500 hectáreas. Muy pronto, hacia 1585, las autoridades se percataron de que estas medidas eran ciertamente excesivas y decidieron reducirlas. A partir de ese momento se estableció que una estancia de ganado mayor no podía pasar de 327 hectáreas. La estancia de pan sembrar, también para Santafé, tenía 90,3 hectáreas6. Se adjudicaban, de igual modo, con fines mixtos. Una estancia de ganado menor y pan coger tenía 141,4 hectáreas7. Sin embargo, las primeras mercedes de tierra quedaron intactas y fueron la base de las grandes propiedades de la sabana. Las haciendas más famosas y extensas datan del tercio de siglo inmediatamente posterior a la fundación de Santafé.
No existe un patrón de ubicación muy definido, pero es posible despejar algo al respecto. No puede tomarse como centro preferencial de ubicación la ciudad de Santafé, como podría ser la pauta normal. En general, la tierra en esta segunda parte de siglo fue un factor subsidiario de la disponibilidad de trabajo. Los encomenderos buscaron que se les asignaran tierras cerca de poblados, reducciones o repartimientos de indios. Los poblados y el número de tributarios se convirtieron en ubicadores de haciendas e indicadores de la “valorizacion” de la tierra.
Las mayores posesiones estuvieron, de manera predominante, en el suroccidente y suroriente de la sabana: Facatativá, Serrezuela, Bojacá, Funza, Bosa y, en menor proporción, en la parte alta del noroccidente, o sea en Suba. La mayor extensión unitaria decrecía en número y tamaño hacia el Nororiente (Chocontá, Fúquene), donde hubo posesiones de tamaño diverso8.
Frente a la mayor movilidad “comercial” de las encomiendas, las grandes haciendas se mantuvieron relativamente indivisas a lo largo del siglo xvi y las primeras décadas del siglo xvii. Durante el siglo xvi, en comparación con las encomiendas, esto es, disposición de mano de obra indígena y tributos, la posesión de grandes terrenos no tuvo mucho valor.
Las grandes propiedades permanecerían indivisas por la ausencia de demanda de tierras. Buena parte de las transacciones registradas en el siglo xvi están clasificadas como mercedes.
Los grandes globos de propiedad empiezan a desmembrarse a partir del siglo xvii. La insolvencia o las necesidades extraordinarias (dotes, viudez, etc.) motivaron las primeras divisiones de las haciendas más rancias.
En general, la falta de oportunidades productivas en la tierra se tradujo en una baja demanda. Tan sólo hasta entrado el siglo xvii se crearía un mercado de tierras significativo.
En el cuadro estadístico reconstruido a partir del Archivo Carrasquilla puede verse que el mercado de tierras muestra una especial animación a partir del siglo xvii. De toda la historia de la tenencia de tierras es el periodo con mayor cantidad de transacciones y con el más alto promedio anual.
Desde luego, las tendencias en la movilidad territorial están conectadas con tendencias generales que tienen que ver con los ciclos de la economía minera; no obstante, existen determinantes regionales. Una de ellas es la pérdida de rentabilidad de las encomiendas y, al ser los encomenderos los principales tenedores, se configura una situación bastante favorable a la divisibilidad o a la venta de tierras.
En esta época de iliquidez el comprador no podía pagar el total del precio. Como resultado, casi cualquier transacción era mediada por una deuda “a censo”, en virtud de la cual la tierra quedaba “hipotecada” a un tercero o al comprador mismo. Antes de 1740 las haciendas transadas incluían como anexo y beneficio de la misma el acceso a trabajo indígena que por usanza o costumbre podía seguir disfrutando.
Después del periodo de gran movilidad en la tierra, que se extiende entre los años 1600 y 1660, sigue un periodo de estancamiento en el cual prácticamente se paraliza el mercado. Este lapso se prolonga por más de un siglo (1660-1770) para volver a tomar vuelo en la tardía Colonia.
EL NOVILLERO
A diferencia de México y Perú, en la sabana de Bogotá prácticamente no existió el mayorazgo como fenómeno. Hubo sí, algunos casos notables de grandes propiedades que permanecieron durante siglos en manos de la misma familia. El encomendero de Serrezuela, Antonio Vergara y Azcárate, creó en 1640 la hacienda Casablanca, la cual permaneció en poder de sus descendientes hasta 1866. Pero el caso más notable es el del encomendero de Bogotá, Francisco Maldonado de Mendoza, cuya hacienda El Novillero permaneció en manos de sus descendientes hasta la tercera década del siglo xix. No hay total conformidad entre las versiones que existen sobre el tamaño desmesurado que llegó a alcanzar esta propiedad. Los investigadores más cautelosos le han atribuido 30 000 hectáreas. Otros con menor fundamento han afirmado que alcanzó las 45 000 hectáreas9. De todas maneras, cualquiera que sea la realidad, sus tierras eran todas planas y fértiles. El historiador Colmenares afirma que El Novillero llegó a equivaler en su extensión a una tercera parte de la sabana. Este fenómeno se fue haciendo realidad gracias a un continuo y habilidoso proceso de compra de tierras vecinas al núcleo inicial, que estaba compuesto por 17 estancias de ganado mayor que le habían sido otorgadas a Maldonado a manera de mercedes.
Disfrutó además esta hacienda del formidable privilegio de su ubicación. Como estaba situada en el extremo noroccidental de la sabana (camino de Tocaima) se la utilizó parcialmente como dehesa para la “posa y ceba” de los ganados que procedían de Neiva para el abasto de Santafé. La hacienda recibía el ganado que venía de Neiva a un peso y medio la cabeza y después de seis meses de engorde lo vendía en Santafé a seis pesos. El Novillero funcionó como dehesa hasta el final de la Colonia y todavía le quedaban tierras para arrendar a diversos propietarios.
Se calcula que la capacidad total para pastar de El Novillero oscilaba entre 5 000 y 10 000 cabezas de ganado mayor y muchos miles de ovejas. Además, la hacienda producía anualmente 24 000 arrobas de trigo. Se calcula que la renta del encomendero sólo por concepto de pastoreo era de cerca de 2 600 pesos al año10.
HACIENDAS Y PRODUCCIóN
En la primera época de las haciendas sabaneras se notó un incremento muy rápido del trigo y de la ganadería mayor y menor.
Durante la primera época una parte del abastecimiento de víveres y productos alimenticios debió recaer en la mano de obra indígena, tanto por su trabajo en las haciendas y en la producción independiente como en sus propias parcelas. Durante el siglo xvi la responsabilidad del abasto de Santafé estaba en manos de los encomenderos-hacendados. La producción agrícola de los indígenas se entregaba en especie agrícola como tributo, el cual era plenamente manejado por los encomenderos hacendados.
La pequeña y mediana producción mestiza o blanca, que reemplazara la producción agrícola indígena, empezó a ser significativa durante el segundo tercio del siglo xvii. Los indígenas, además del recargo en trabajo, disminuyeron su vocación agrícola por física falta de tiempo para dedicar a sus parcelas. El sistema de aprovisionamiento, basado en una red vertical de comercio, cayó en manos de los españoles, quedando cada comunidad aislada y sin excedentes propios para intercambiar.
La última parte del siglo xvi y comienzos del xvii fue una etapa de florecimiento de la producción de las haciendas, de mayor presencia regional. La sabana en general tuvo mercados en otras provincias y disfrutó de un pequeño auge minero representado por las vetas de Mariquita. Las haciendas, ante la provisión de mano de obra prácticamente gratuita, tuvieron una expansión vertiginosa. El trigo de la sabana fue exportado en forma de grano, harina e incluso aglutinado (llamado bizcocho) hacia Tunja, los puertos del Magdalena (Honda y Mompox) y embarcado hacia el Caribe (Cartagena).
La actividad principal y de mayor permanencia de la hacienda sabanera descansó en el ganado lanar. Se llegó a constituir un hato significativo de ovejas utilizándolo en obrajes de lana.
El caso más conspicuo, que no debe ser representativo, es el de Beltrán de Caicedo, encomendero de Suesca, que tuvo dos haciendas (también en la misma jurisdicción) con cerca de 20 000 ovejas (primer tercio del siglo xvii). En las haciendas de Suesca (La Ovejera y Suesca) criaba y levantaba las ovejas. Una vez realizada la lana, la enviaba a otra hacienda, también de su propiedad, situada en Pacho, donde funcionaba un obraje respaldado por trabajo esclavo (80 adultos)11.
Algunas haciendas durante este periodo alcanzaron un apreciable nivel de complejidad y manejaron un cierto volumen de recursos. Lograron integrar diferentes tipos de trabajo (concierto, encomienda y esclavismo) y realizaron un intento de integración vertical, es decir, llevaron a cabo diferentes fases de producción en distintas unidades (caso de Beltrán de Caicedo).
MEDIANA Y PEQUEÑA PROPIEDAD
Diversas circunstancias operaron para que desde comienzos del siglo xvii empezara a ser notoria la presencia de la mediana propiedad no indígena. Entre otras, pueden señalarse las siguientes:
- inmigración de blancos pobres
- división parcial y por retazos de haciendas
- mercedes de tierra de mediana extensión
- reemplazo de la producción agrícola de los indios.
Los hacendados utilizaron pequeños globos de terreno como fuente de financiación y pago de servicios (ya se mencionó la costumbre de dar pedazos de tierra a manera de dote). Otros los utilizaron como pago o regalaron parcelas a subordinados o empleados fieles.
A comienzos del siglo xvii (1606), con motivo de una escasez de carne, se mandó hacer una relación de pequeñas estancias con fines de requisición. El resultado fue una especie de censo de pequeñas propiedades en la sabana.
LUGAR | NÚMERO |
Suba | 2 |
Sopó | 6 |
Guasca | 16 |
Guatavita | 2 |
Chocontá | 2 |
Simijaca, Fúquene | 10 |
Nemocón | 6 |
Cajicá, Tabio, Cota y Chía | 10 |
Tunjuelo, Bosa y Fontibón | 38 |
Los niveles inferiores de la terratenencia, tal como son percibidos y clasificados en la época colonial podrían definirse así:
- Estancieros: propietarios medios
- Labradores y cosecheros: pequeños propietarios.
Este segmento de propietarios empezó a aumentar durante el siglo xvii y a diversificar la tenencia de tierras. Serán los que saturen el espacio físico en la sabana y los encargados de la expansión de la frontera, durante la época de auge en las transacciones y, posteriormente, en el periodo de estancamiento (1660-1770).
Los blancos pobres y los labradores mestizos empezarían agrupándose alrededor de los pueblos de indios y los resguardos. Las visitas sucesivas mostrarán este fenómeno; también los juicios por conflictos alrededor de la tierra. El paulatino desmoronamiento de la organización indígena llevaría a una mayor cantidad de indígenas a abandonar el tribalismo, huir a las obligaciones del tributo y empezar el mestizaje. Este mestizaje progresivo, que comenzó a incrementarse a partir de la segunda mitad del siglo xvii, llevó consigo la adopción de un estatus campesino, es decir, de la pequeña producción agrícola individual. Otro contingente, integrado por indios desposeídos de tierras y de sus vínculos de parentesco, establecería relaciones de arriendo con las haciendas. Desde las primeras décadas del siglo xvii, pueden verse casos en los cuales los hacendados otorgan tierras a los indios dentro de sus dominios, con el permiso de sembrar maíz, como una forma de retención laboral12. Este ofrecimiento como estrategia de la hacienda contiene el germen de la relación de arriendo.
Para fines del siglo xviii la proporción indios y mestizos, según las visitas, ya se había invertido. La sabana empezó a tener una cierta saturación demográfica que posiblemente estaba sustentada en parcelas no muy grandes. Un documento de 1780 hace notar el exceso de población y sugiere una colonización de las laderas y provincias vecinas, pues “habiéndose recaído la población en el centro de la provincia se han estrechado tanto sus habitantes”13.
Esta mayor presencia de la pequeña producción no significó, sin embargo, un cambio sustancial en la tenencia de la tierra o en la estructura de la población. Es evidente que la relación entre tierra y población era en extremo inequitativa. Entre el 80 y el 90 por ciento de la población de la sabana tenía acceso solamente a una proporción de tierra que podría calcularse entre el 10 y el 20 por ciento del total. Por otra parte, entre el 60 y el 70 por ciento de la tierra pertenecía al 2 por ciento de los propietarios14.
ECONOMíA EN El áREA URBANA
Durante mucho tiempo la principal entrada de productos básicos a la ciudad se hizo por el mercado a campo abierto en la Plaza Mayor. El mercado de plaza fue el lugar de abasto más importante y los días de mercado aumentaron, se adaptaron a la demanda, localizaron y especializaron el sistema. Los mismos cosecheros venían con sus productos a ponerlos directamente en venta. La presencia y la importancia de los intermediarios (“revendores”, “recatones”) no están definidas, pero éstos aumentaron su número y su peso dentro del comercio de acuerdo con el volumen poblacional. Podemos decir que, dada la escasa magnitud a que llegó la demanda de Santafé, el sistema de plaza de mercado, incluso en su versión más desarrollada, no tuvo reemplazo en todo el periodo colonial.
Inicialmente, el mercado principal estuvo localizado en la llamada Plaza de las Yerbas, hoy Parque de Santander. A partir de 1550 se realizó en la Plaza Mayor, sin que desapareciera el anterior.
El día de mercado en Santafé podría reconstruirse vivamente observando con detenimiento los mercados de los pueblos. Eran días de gran agitación y movimiento en los que llegaba a triplicarse la población de la ciudad. El primer acto era la misa, y luego empezaba el vértigo de las transacciones, compraventas y negocios de toda índole. Lógicamente, el día de mercado era el mejor para las chicherías, cuyas ventas se multiplicaban hasta lo inverosímil. Al caer la tarde eran frecuentes las riñas y a menudo los visitantes organizaban carreras de caballos, con apuestas, en las principales calles. Cantidades ingentes de caballos y mulas hacían intransitables las calles con sus desechos. Un documento se queja de los peligros que se podían correr con tal cantidad de bestias en la calle. Golpeaban en la cara con su cola a los transeúntes, quienes corrían con “los riesgos de una coz o atropellamientos con otros impolíticos incómodos [detritus orgánico]”15. Había restos de viandas y basuras por doquier. Los vendedores ambulantes llenaban las calles con sus voces anunciando pan, esteras, velas o carbón. La animación era también aprovechada por mendigos que, vestidos de nazarenos, incomodaban con sus peticiones. Los maromeros y saltimbanquis aglomeraban a la gente en las esquinas. Los innumerables clientes de las chicherías protagonizaban pendencias callejeras y cometían toda suerte de atentados mayores y menores contra la seguridad y la salubridad de la ciudadanía.
En las primeras horas del alba arribaban los cosecheros, ya que les estaba prohibido llegar de noche a fin de impedir que fueran interceptados por los regatones (llamados “atravesadores”) que solían salirles al encuentro en horas nocturnas y en las afueras de la ciudad para comprarles sus productos a precios bajos y luego revenderlos en la ciudad. Los cosecheros iban directamente a la plaza y allí se instalaban formando “cuadros”, es decir, dejando abiertos callejones para que por ellos circularan los compradores. En las primeras reglamentaciones que se establecieron se contempló el problema que para la ciudad representaban las bestias sueltas en calles y plazas y se trató de fijar espacios destinados a guardarlas allí16.
Fuera de la plaza de mercado existían tres tipos de expendios al por menor que servían de red básica de distribución en la ciudad: las pulperías, que vendían víveres; las tiendas de mercaderías, que expendían géneros diversos, y, finalmente, las chicherías, que distribuían el funesto licor y que eran los lugares a donde las gentes acudían para divertirse.
Las pulperías, como expendedoras de víveres, fueron un complemento de las plazas de mercado en cuanto sirvieron como pequeñas bodegas para los cosecheros17. La situación estratégica en que se encontraban los pulperos les permitió en cierta forma manejar el mercado de víveres y ejercieron una función muy importante en el abastecimiento diario de las vituallas domiciliarias. Casi toda compra al por menor se hacía al fiado. Las autoridades reglamentaban en algunos casos la venta al fiado pues su frecuencia daba lugar a una gran cantidad de demandas por suma de pesos. Estas formas rudimentarias de crédito se manejaban en cuadernos, de los cuales subsisten algunos ejemplos curiosos que demuestran que estos pequeños créditos se otorgaban esencialmente con base en el buen nombre y la honorabilidad de los clientes. Veamos uno de 1626:
“Misia doña Ignacia de Paya debe 11 reales por cuenta de 4 varas de bayeta amarilla que llevó a su ahijada. Más el dicho día dos varas y media de toca amarilla que llevó el propio. Una media onza de seda que llevó Jacinta, una morena… El señor doctor Obando debe en 22 de Septiembre 2 varas y 112 de tafetán negro a peso y medio. Más el dicho día dos varas y 114 de tafetán azul más diez varas de… más un par de medias de lana…18.
En otros productos del abasto de primera necesidad la distribución se convirtió en una actividad monopolizada. Tal era el caso de la carne y las velas, que se manejaban por el sistema conocido como estanco. La carne se vendía en una de las tres carnicerías, donde era despedazada y ofrecida en cecinas. La venta al por menor se hacía directamente en el matadero y era un privilegio del “obligado” de la carnicería. Otro producto casi tan importante eran las velas, cuya distribución resultaba similar pero pasaba por otro proceso antes de ir al consumo final. El sebo obtenido en la carnicería era vendido en bruto a fábricas o corporaciones que se encargaban de elaborar las velas con esta materia prima. En las cuentas al por mayor figuran conventos y monasterios, los cuales tenían organizado un proceso propio de fabricación de velas. Este sebo en bruto se vendía en “palancas” o en “arrobas”. En las cuentas de carnicería de 1712 figuran 33 fábricas de velas. El producto terminado era otra vez entregado al abastecedor quien tenía el privilegio de venderlo en un “estanco de velas”, el cual ocupaba un lugar principal en la Plaza Mayor. Se sabe de tal establecimiento porque existe un documento de 1744 que autoriza la provisión de velas —como parte de sus privilegios— a los funcionarios de la Real Audiencia19. En otro pleito (1746) se disputa el arrendamiento del local entre Francisco Quevedo, abastecedor, quien administraba la tienda, y Francisco de Tordesillas, dueño del local20. Las velas terminadas se vendían o se contabilizaban en unidades llamadas palancas. Pensamos que puede indicar una vara larga con velas colgando de su propio pabilo, como todavía sigue en uso en ciertas regiones.
Durante el siglo xviii, especialmente en su segunda mitad, el mecanismo de distribución de productos dentro de la ciudad se fue volviendo más complejo y difícil de manejar. Como en otros aspectos, el crecimiento urbano en la Colonia tardía tomaría desprevenidos a los administradores de la ciudad. Las autoridades se quejaban permanentemente de “especulación”. Es posible que las grandes variaciones del mercado, en el cual la escasez extrema por problemas climáticos y abundancia, añadido al rígido control de precios, hayan creado el ambiente para un intento de manipulación de los precios.
De la lectura de documentos al respecto, pueden reconstruirse los hilos principales del mercado interno de la ciudad para el último tercio del siglo?xviii. Existían cuatro líneas de abastecimiento para el consumidor corriente en Santafé:
- Al por menor. Plaza Mayor y de San Francisco. Día principal de mercado: los viernes y los jueves. La relación entre cosechero (productor) y consumidor era directa.
- Los pulperos y tenderos quienes, según su capacidad, compraban directamente a los cosecheros, obraban como intermediarios organizados y vendían al por menor. Su volumen de compra no era alto y abastecían a los parroquianos en días en que no había mercado.
- Un conjunto de revendedores en pequeña escala, que ocupaban puestos en la plaza y que tenían su propia clientela.
- Los grandes revendedores y principales agentes del mercado al por mayor. Eran los “revendedores pudientes” y los “monopolistas de superior clase”, tal como se les menciona en los documentos. Se los señalaba como los “más dañosos y perjudiciales al público” y los que causaban “mayores quebrantos al común y particulares”. Se concentraban en los géneros que hoy se llamarían “no perecederos”, es decir, susceptibles de almacenar por cierto tiempo sin dañarse. Según mención explícita, se trataba del cacao, los “azúcares”, el arroz y las harinas21. Según el documento, los grandes revendedores habían desarrollado una red particular: “se depositaban en 10 ó 12 individuos” que acechaban la llegada de los cosecheros y tenían capacidad económica para comprar en cantidad a menores precios.
En 1787 el síndico procurador denunciaba en un memorial la alarmante proliferación de revendedores y la consecuente carestía de los artículos esenciales y exponía consideraciones y propuestas para mejorar el poder de negociación frente a los intermediarios. Para esta época es evidente la proliferación de revendedores y sus mecanismos que, frente a los ojos de la administración, constituían la causa principal del alza de precios. Las diferentes menciones permiten suponer que los revendedores salían a encontrar a los cosecheros para comprar por adelantado y de esta manera manipular los precios e influir sobre el volumen de abastecimiento ofrecido en la plaza de mercado. De esta manera podían dirigir los víveres comprados a otros lugares y crear escasez temporal en la ciudad. Los responsables de tal acción eran llamados “atravesadores”.
“El abuso que hacen los regatones y revendedores que salen a los caminos, y pueblos a comprar los víveres para estancarlos después en la ciudad y venderlos por un precio antojadizo”22.
Previniendo este hecho que debió ser corriente, las autoridades prohibían que los cosecheros entraran de noche a la ciudad y que se comprara en las afueras de la misma. Para tal efecto se prohibieron el comercio en tres leguas en contorno de Santafé, la compra en los caminos y que los productos fueran llevados a otros pueblos dentro de la distancia indicada.
“Estos [los revendedores] son por lo regular gente vaga que por no tener oficio se mantienen de este modo, y como son tantos ya no esperan a comprar por mayor en esta capital sino que salen a los caminos reales y aun a los pueblos inmediatos”.
Frente a la situación se propusieron estas soluciones:
- “1) Que no puedan comprar los revendedores a los legítimos dueños antes de las tres de la tarde del viernes en que ya se considera abastecido al público…”. Antes de esta fecha, la hora límite eran las doce del día. La medida tenía por finalidad permitir que en primer lugar se abastecieran directamente los consumidores y no se sacara la porción de víveres comprada por los revendedores. Las amas de casa lo sabían y mantuvieron durante toda la Colonia la sabia costumbre de “madrugar a comprar” en día de mercado.
- ”2) Que no puedan vender los jueves y viernes (días de mercado).
- ”3) Que se les prohíba expresamente salir a los caminos reales a interceptar los víveres…
- ”4) Que ningún alguacil pueda ser revendedor…
- ”5) … Que se les señale el precio en que pueden vender los días permitidos.
- ”6) Que se les obligue a tener la plaza limpia.
- ”7) Que los dueños que traen azúcar no la vendan por mayor a los pulperos hasta pasados tres días”23.
El Cabildo no vaciló en aceptar la totalidad de estas recomendaciones y designó de inmediato a un regidor para que, con la colaboración de los alcaldes de barrio, las hiciera cumplir y ejecutar.
Mostrando una gran lógica, el Cabildo comprendió que, dado el tamaño de Santafé, si se quería regular el mercadeo de artículos de primera necesidad no bastaban únicamente las medidas de naturaleza policiva. Por consiguiente, empezó a considerar la necesidad de alquilar un espacio para establecer allí un depósito (“almacenes o repesos públicos”), administrado por las autoridades municipales y que expendiera los víveres al público. Era lo que hoy llamaríamos una central de abastos orientada esencialmente a la regulación del mercado agrícola. Esta idea, desde luego, no era nueva. Tenía antiguos y numerosos antecedentes no sólo en otras ciudades coloniales sino inclusive en la España contemporánea e incluso medieval. En España se crearon mecanismos tales como la “Casa de la Harina”, un lugar de depósito de granos que mantenía el abasto y regulaba los precios. Desde 1489 existía en Madrid una institución de esta naturaleza creada para proteger los precios del pan e intermediar con justicia la compra de la harina. Desde la baja Edad Media existieron en España “alhóndigas” (vocablo de origen árabe), almacenes y depósitos de trigo y otros granos que, además de ejercer una función reguladora sobre los precios, controlaban pesas y medidas. Las alhóndigas o “pósitos” se trasplantaron desde comienzos del periodo colonial al virreinato de Nueva España (México), donde funcionaron en varias ciudades cumpliendo la misma misión y haciendo además reservas de trigo y maíz para periodos de escasez.
Lamentablemente esta útil y valiosa iniciativa, finalmente, no se puso en práctica en Santafé.
ECONOMíA DE LA SABANA
El abasto de Santafé
Tan importante fue para la administración colonial el correcto abastecimiento de los centros urbanos que dicha función estuvo sometida en casi todas sus líneas al régimen del monopolio.
Era un punto de preocupación tanto económico como político. En los regímenes precapitalistas la escasez de alimentos ha sido la principal fuente de levantamientos populares. La posición geográfica de Santafé resultó privilegiada en materia de abastos alimenticios, dadas la feracidad del suelo sabanero y, por otro lado, su cercanía a otros pisos térmicos. Todo esto le permitió contar con una excepcional variedad de frutos durante todo el año. Además, Santafé haría valer su calidad de centro metropolitano para abastecerse forzada y ventajosamente en detrimento de regiones vecinas. Los productores de Tunja y el alto Magdalena tenían la obligación de suministrar a Santafé determinadas cuotas de trigo y carne a precios acordados con las autoridades capitalinas.
Los dos productos críticos del abasto eran los ingredientes básicos de la dieta española, el trigo y la carne. Sobre estos dos artículos se ejerció un control de precios estricto y permanente durante todo el periodo colonial y se aplicaron medidas fuertes y exageradas como el control de precios. A lo largo de toda su historia, Santafé, amparada en su supremacía política, forzó una estabilidad de los precios a largo plazo, hasta el punto de conservarlos prácticamente invariables durante dos siglos y medio.
La explicación de este fenómeno tan particular reside en el esfuerzo de los altos funcionarios coloniales por defender su nivel de vida. La burocracia tenía salarios bajos y estables. En la defensa de este precario ingreso se encuentra la clave para el rígido control de precios de la carne que, como vimos anteriormente, tuvo resonantes consecuencias, la principal de ellas inhibir el desarrollo de una actividad ganadera en la sabana y, colateralmente, prohijar el desabastecimiento de Santafé.
Metidos en tan rígida cintura, los hacendados de la sabana se dieron a la tarea de exportar ilegalmente sus productos a regiones tan lejanas como Antioquia, Mompox y Cartagena y a otros lugares más próximos como Honda y Mariquita. Todas estas zonas donde había buena demanda de productos sabaneros. Lógicamente, las autoridades de la capital respondieron con medidas más drásticas aún.
Igualmente, se ejercía un control muy severo sobre la elaboración y mercadeo del pan, artículo que daba lugar a uno de los más intensos movimientos comerciales de Santafé. Sólo la producción y venta de chicha rivalizaban con el pan. Hacia 1602 estaban registradas en la ciudad 49 panaderías o “amasaderos”, como las llamaban entonces24.
A fines del siglo xviii los panaderos, ante la inflexibilidad de los controles, optaron por bajarle el peso al pan. El Cabildo contraatacó dictando una ordenanza en virtud de la cual los panaderos quedaban obligados a expender su producto marcándolo con un sello que identificara el respectivo amasadero para efectos del control y posibles sanciones. Pero finalmente el Cabildo se vio obligado a ser un poco más flexible aceptando que el peso del pan variara según el valor de la harina25. En esa forma se establecieron entonces tres categorías de pan, de primera, de segunda y de tercera, y se fijaron públicamente los precios correspondientes a cada categoría.
Otro producto tan importante como el pan era el sebo animal con el que se fabricaban las rudimentarias velas que, al quemarse, despedían un olor muy poco grato pero que eran indispensables por ser el único medio de alumbrado doméstico con que contaba la capital. En su condición de artículo de primera necesidad, las velas de sebo, en la fase de mercadeo y venta, estaban sujetas al régimen de estanco como parte del privilegio que tenía el “abastecedor”. En 1712 se destaca la fábrica de Lázaro Hernández que, según un cuaderno de abastos, procesó en ese año 770 arrobas de sebo entregado por el abastecedor, Con la escasez de ganado, las velas corrían una suerte semejante. Sin embargo, estas crisis tenían alivio parcial en los jiferos clandestinos que sacrificaban reses a espaldas de la ley y vendían cuero y sebo de contrabando26.
La leña era también un producto de primera necesidad en Santafé, ante todo para la cocción y horneo de los alimentos. Parte del tributo que cobraban los encomenderos se pagaba en leña. En el siglo xvii se fijó un servicio obligando a las comunidades indígenas a aportar a la ciudad una cuota determinada en cargas de leña, servicio que recibió el nombre de “mita de leña”. Más tarde se abolió la mita y aparecieron numerosos “leñateros” independientes cuyo oficio era proveer de leña y carbón vegetal a Santafé.
Además de la vacuna, la carne ovina era muy apetecida en la ciudad. Los carneros llegaron a representar la mitad de los animales sacrificados en las carnicerías santafereñas. En contraste con los frecuentes problemas que encontró el abastecimiento de ganado vacuno, la sabana en todo momento pudo proveer en forma generosa a la capital de carne ovina, así como de sebo de la misma procedencia para la elaboración de velas. De un carnero se sacaban entre 14 y 17 palancas de velas, las cuales valían entre 319 y 380 pesos27.
La carne de cerdo ocupaba el tercer lugar, aunque también su consumo era considerable. La carne de carnero y la de cerdo debieron ser productos sustitutos de la carne vacuna. Aunque no se tienen datos seriados sobre el consumo de cerdo, a juzgar por la cifra encontrada, el consumo debió ser apreciable. Para 1772 se registra para Santafé un total de 4 016 porcinos. El sacrificio de cerdos dejaba un importante producto secundario, el tocino. La manteca de cerdo reemplazaría dentro de la dieta española el aceite de oliva como medio para freír. Además, el gusto español por la grasa de cerdo, el cual pasó a América, tiene razones culturales y religiosas. En la península sirvió como elemento básico para identificar a los cristianos viejos y genuinos, ya que el consumo de grasa porcina está desde tiempos bíblicos duramente proscrito por la ley mosaica. Los judíos eran en aquellos tiempos especialmente celosos en la observancia de esta norma, debido a lo cual el repudio al tocino sirvió infinidad de veces para descubrir a no pocos falsos conversos. Los cristianos de antiguas raíces, en contraste, no sólo comían tocino sin medida, sino que gustaban de hacer pública ostentanción de su grasosa dieta a manera de signo distintivo de su inequívoca condición de cristianos viejos.
Desde tiempos prehispánicos, los muiscas derivaron parte de su alimento de la no muy variada pero sí rica fauna ictiológica de los ríos sabaneros. Los indios conservaron a través de generaciones una notable destreza en la pesca fluvial, tanto con red como con anzuelo. A partir de la Conquista, el consumo de estos peces se incrementó de manera muy considerable, no sólo por su exquisita calidad, sino por las prolongadas vedas de carne que imponían los tiempos de cuaresma. Para nostalgia de quienes deploramos la transformación de nuestro río Bogotá en una cloaca inerte, maloliente y sin vida, resulta oportuna la lectura del siguiente pasaje del cronista Villamor en 1722:
“Este caudaloso río [Bogotá] provee para el regalo abundantes peces dedos especies: unos pequeños de figura de sardina llamados ‘guapuchas’, y otros mayores de color amarillo, negro y azul, sin escamas llamados ‘capitán’, en los que ha hallado la curiosidad misterio, porque divididas las espinas de la cabeza, en cada una se representa una imagen de los instrumentos de la pasión de Nuestro Redentor”28.
El capitán se convirtió en una de las más finas delicadezas en los refectorios de la gente acomodada. Existen referencias informando que era secado y ahumado (“moqueado”) a fin de conservarlo y/o comerciarlo. El capitán se siguió encontrando en los ríos de la sabana hasta finales del periodo colonial. No obstante, en la última época estaba ya a punto de su total extinción.
Suministro de carne
Ya vimos con cuántas dificultades tropezó el suministro de carne vacuna a esta capital durante el periodo colonial. Era, como también lo sabemos, una actividad controlada por el sistema de arriendo de la obligación de abasto a una persona. Al encargado de esta función se le llamó sucesivamente “obligado de carnicerías” y luego simplemente “abastecedor”. Su misión esencial era proveer a la capital de carne ovina y vacuna, y de sebo para la fabricación de velas. Su periodo era de 10 meses, durante los cuales debía comprar a los diversos proveedores suficiente ganado para satisfacer las necesidades de la ciudad. Era una actividad harto compleja y que además exigía un gran capital para poder desarrollarla. El “obligado” tenía que conseguir el ganado, cebarlo (por lo general en El Novillero, que se llamaba por antonomasia la “dehesa de Bogotá”), administrar y vigilar la operación de las carnicerías y supervisar la venta de la carne y el sebo. Uno de los costos más elevados que debía afrontar era el del arriendo de El Novillero. Si se tiene presente que el consumo de Santafé era de unas 4 000 reses al año, el arriendo oscilaba entre los 5 000 y los 8 000 patacones anuales. El abastecedor traía el ganado, lo engordaba en El Novillero y, una vez cumplida esta fase, lo conducía a Santafé para el degüello. Hacia fines del siglo xviii se sacrificaban entre 65 y 100 semovientes por semana.
Al agrupar las cifras detalladas de 25 semanas para 1751, podemos tener una idea de los componentes del negocio del sacrificio del ganado. Por cada novillo el abastecedor obtenía un total de 9,8 pesos como producido bruto de su venta (esta cifra, desde luego, no incluye costos). En 25 semanas, es decir, durante medio año, la carnicería arrojaba un movimiento de 24 189 pesos, lo cual es una cifra bastante apreciable. Fácilmente podría ser uno de los negocios con mayor movimiento en la órbita económica de Santafé.
Además de la carne, el sacrificio de ganado producía algunos subproductos no menos importantes. El principal de ellos era el sebo, altamente valorado por ser la materia prima del alumbrado doméstico en Santafé. Otros subproductos de menor importancia, según el “corte” acostumbrado en la Colonia, eran la lengua, el “menudo” o “mondongos”, el cuero y, en menor medida, las vejigas. El cuero era un insumo muy importante en la fabricación de diferentes utensilios domésticos: botijas (para almacenar líquidos), muebles, arcones y cajas, asientos, sillas de montar etc. Por cada novillo se obtenía en carne, limpia de sebo, un 67 por ciento del producto monetario que obtenía el abastecedor por la venta del ganado. Después seguía en importancia el sebo, que constituía un 31,8 por ciento del total. El cuero tan sólo representaba un 3,8 por ciento del valor total.
El cargo necesitaba una gran solidez económica y casi que suponía un gran lucimiento social. ?Los miembros más respetables de la sociedad criolla santafereña lo tomaron durante el siglo xvii. Por ejemplo, Alonso de Caicedo, dueño de El Novillero y encomendero de Bogotá, fue abastecedor en 1694; José Ricaurte, tesorero de la Real Casa de Moneda y alcalde ordinario de Santafé, lo fue durante las décadas del veinte y el treinta del siglo xviii.
El cuadro sobre sacrificio de ganado en Santafé no muestra una tendencia explícita. Los datos, difícilmente obtenidos, pueden acusar defectos; sin embargo, muestran una oferta de carne estancada, pues ni siquiera crece acorde con la población. Muestra, además de las evidencias encontradas en los documentos (quejas, medidas, etc.), un bajo abastecimiento en materia de carne para la Santafé del siglo xviii.
Con dificultades para obtener carne, el cargo de abastecedor se fue haciendo menos codiciado, hasta que llegó el momento en que empezó a sufrir largas vacancias porque nadie quería tomarlo. El inflexible control de precios y los crecientes riesgos contribuyeron en primer término a que se produjera esta situación. Como consecuencia de ella, el Cabildo se vio precisado a ofrecer estímulos adicionales, como un atractivo apoyo financiero con dineros de la Caja de Bienes de Difuntos. Inclusive en 1721 el Cabildo solicitó a la Compañía de Jesús que se hiciera cargo del abastecimiento, pero los sagaces jesuitas declinaron el “honor” que se les brindaba arguyendo que su condición de siervos de Dios era incompatible con el ejercicio de un menester lucrativo.
Los ciclos económicos
La posibilidad de ubicar ciclos de largo plazo se encuentra en la observación de la economía interregional. El carácter autosuficiente de la zona y la lentitud del aumento demográfico, centra la atención sobre las condiciones de exportación de la sabana.
En esta perspectiva las posibilidades de crecimiento regional a un ritmo mayor que el aumento de la población, depende de la demanda extrarregional de sus productos. En la Nueva Granada colonial el único sector económico con potencial de expansión (por su amplia demanda internacional) es el minero. Esta relación se comprueba en el examen de la economía sabanera. Los ciclos planteados para la Nueva Granada a grandes rasgos coinciden con los ciclos de auge y estancamiento de la economía regional. Se comprueba así la alta relación entre la economía minera y la producción regional.
Los ciclos económicos están en buena parte reflejados en la mayor o menor intensidad de las transacciones de tierras. Veamos el siguiente cuadro que se basa en datos del archivo Carrasquilla.
Aparece aquí el primer periodo el cual abarca la concesión de las primeras mercedes de tierra. La mayor cantidad de transacciones se observa en el segundo, que es el de la gran expansión de la agricultura en las haciendas y en las pequeñas y medianas propiedades.
A partir de 1660 se inició una etapa de parálisis casi total en las transacciones de tierra, tal como lo demuestra el cuadro. Esta depresión se prolongó por más de un siglo, hasta que las medidas y reformas de Carlos III reactivaron la economía y, como consecuencia de ello, el movimiento de la propiedad rural.
Es curioso observar el contraste que muestra la estadística sobre censos construida a partir de los documentos existentes en el Archivo Nacional para cinco comunidades religiosas. Las cifras agrupadas muestran un auge en los censos (préstamos hipotecarios) otorgados por las órdenes religiosas. Estas organizaciones, por su particular constitución (capacidad de recibir tributos, donaciones y legados y por su influencia moral y política), podían tener dinero líquido en épocas de depresión. Estas condiciones las convertían en prestamistas, en el principal y casi único agente financiero de la época colonial. Precisamente durante este periodo de depresión, el volumen de censos otorgados por la Iglesia creció a su punto máximo. A partir de la mitad del siglo xvii empieza un ascenso fuerte.
Entre 1651 y 1700 se pueden contabilizar 34 censos otorgados con el conjunto de estas comunidades. Pero el periodo más alto es la mitad del siglo?xviii. En su transcurso subieron a 78 el número de censos, para decaer posteriormente. Esta nueva tendencia descendente, a partir de 1750, va totalmente en contravía con el ritmo de crecimiento económico. Lo que se puede concluir a primera vista es que las épocas de depresión en la sabana estimulaban la actividad de préstamo y concomitantemente la acción de las órdenes religiosas.
Es factible suponer que el gran avance de la Iglesia en la tenencia de tierras (casi tres cuartas partes de la sabana estaban en sus manos a finales del xvii) se lleva a cabo durante épocas de estancamiento económico.
Los ciclos económicos de la sabana obedecieron a muchos factores de los que hoy llamaríamos macroeconómicos. El altiplano tenía el privilegio de una tierra excepcionalmente apta para el cultivo del trigo. Por ello, otras regiones que carecían de esta prerrogativa natural lo demandaban continuamente. Y era esta demanda la que sostenía la producción de trigo, ya que el estancamiento de la población santafereña hasta mediados del siglo xvii y la estabilidad forzosa de los precios, eran factores que habrían desestimulado totalmente dicha producción de no haber existido la demanda de otras regiones. Sin embargo, esta demanda disminuyó como consecuencia de la depresión de la minería en Antioquia y el Tolima y de la sustitución del trigo sabanero por grano importado en los puertos del Magdalena y en Cartagena.
Hasta 1590 era obligatorio que toda la producción minera fuera traída a Santafé para ser quintada y marcada. Por lo tanto, numerosas caravanas afluían a la capital a traer los metales, creando así una constante demanda de alimentos, textiles burdos y otras mercancías. Pero como después de esta fecha tales funciones fueron descentralizadas, este valioso mercado desapareció. Por su parte, el mercado de Cartagena para el trigo sabanero llegó a un punto de virtual extinción a causa de la harina de contrabando que llegaba a este puerto procedente de las colonias inglesas de América del Norte.
Comercio interregional
Durante casi todo el siglo xvii fue la zona del Alto Magdalena el gran abastecedor de carne de Santafé. Neiva, Timaná y La Plata eran regiones de buenos pastos y favorables condiciones ecológicas donde se daba ganado vacuno en abundancia. Estos semovientes no recibían casi ningún cuidado por lo que los costos de producción eran especialmente bajos. El principal problema radicaba en las dificultades de movilización. El viaje de las manadas de Neiva a Santafé tomaba un promedio de 20 días.
Las relaciones entre las dos regiones fueron complementarias hasta finales del siglo xvii (1680), época en la cual otras zonas (diferentes a Santafé) demandaron con igual urgencia la producción neivana. La región de Quito, que hasta entonces había estado satisfactoriamente abastecida por el ganado procedente del Cauca, aumentó su demanda, debido a lo cual los quiteños empezaron a ofrecer mejores precios por el ganado del alto Magdalena. Lógicamente, los ganaderos de Neiva y zonas aledañas preferían enviar sus reses a Quito, lo que generó de inmediato una situación conflictiva, pues el ganado de mejor calidad tomó el rumbo del sur mientras el menos apetecible fue enviado a Santafé. Empezaron entonces el forcejeo y las presiones políticas de la capital para obligar a Neiva a remitirle la totalidad de su producción. Finalmente se llegó a un acuerdo consistente en que Neiva y las regiones adyacentes se comprometían a enviar anualmente una cuota mínima de 4 500 novillos a Santafé.
Los ganaderos de Neiva y Timaná suscribieron el convenio pero no bajaron la guardia y de inmediato procedieron a llevar la querella ante el rey. Esta pugna fue prolongada y tenaz. La balanza se inclinó alternativamente hacia uno y otro lado, hubo infinidad de pleitos; la corona favoreció en principio a los neivanos, pero al fin la contraofensiva jurídica de los santafereños logró que en 1712 la corona volviera a otorgar la prioridad en el abasto a Santafé. Por último se impuso el sistema de transar con base en cuotas, lo que reemplazó con ventaja a los viejos litigios29. En 1733, Neiva se comprometió a entregar 1 500 novillos semestrales a la dehesa de Bogotá, quedando en libertad para negociar sin cortapisas sus excedentes con las otras regiones que los demandaran. En cierta forma puede decirse que Neiva obtuvo ventajas importantes en la negociación. Consiguió disminuir su cuota de los 4 500 novillos anuales que se pactaron en principio a sólo 3 000, con lo cual incrementó su capacidad para surtir otros mercados. Además obtuvo un aumento del 17 por ciento en el ganado puesto en la dehesa. Empero, Santafé siguió pagando precios inferiores a los que ofrecía Quito. En otras palabras, aunque hizo concesiones, terminó imponiendo sus prerrogativas de capital. Durante la segunda mitad del siglo xviii irrumpió vigorosamente la Compañía de Jesús como proveedor de carne de Santafé. Su organización suprarregional y sus numerosas propiedades rurales le permitieron tender un auténtico puente entre Neiva y Santafé para llevar a cabo todo el proceso, sin perder dinero. El levante del ganado se realizaba en Neiva; la fase final (ceba) tenía lugar ya en la sabana. Pero las intermedias se iban cumpliendo a lo largo de la cadena de haciendas que los jesuitas poseían entre los dos extremos de la vía. La hacienda Villavieja (actual departamento del Huila) y la hacienda Doima, en la jurisdicción de Ibagué, eran las sedes de levante de ganado flaco. De allí pasaban las reses a la hacienda El Espinal, en cuyos potreros descansaban y se recuperaban los animales evitando así grandes pérdidas de peso. El eslabón final de la cadena era la hacienda La Chamicera, al occidente de la sabana, donde el ganado descansaba y engordaba30. Este sistema normalizó y regularizó el mercado de carnes. Pero en 1780, ya expulsados los jesuitas, Santafé experimentó una aguda escasez de carne. La situación se hizo hasta tal grado crítica que las autoridades virreinales tuvieron finalmente que ceder en su vieja y obstinada política de monopolios, estancos y controles para dar paso a una progresiva liberalización en el comercio y el abasto de carne y derivados31. Hacia finales del periodo colonial, el sistema había hecho crisis. Con los vecinos presionando una libertad absoluta para la venta de carne y la excepción de pago de alcabalas y propios y ante la inminencia de los continuos periodos de escasez, las autoridades no tendrían muchas alternativas32. Poco a poco fue languideciendo el sistema de abasto forzoso y del monopolio de carne.
——
Notas
- 1. Colmenares, Germán, Historia económica y social de Colombia 1537-1719, Editorial La Carreta, Medellín, 1975.
- 2. Villamarín, Juan A., Encomenderos and Indians in the Formation of Colonial Society in the Sabana of Bogotá, Colombia-1537 to 1740, 1972, Ph. D. Dissertation, Brandeis University, pág. 292.
- 3. Liévano Aguirre, Indalecio, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Bogotá, 1968, tercera edición, Tercer Mundo Ediciones.
- 4. Langebaek, Carl, “Cuando los muiscas diversificaron la agricultura y crearon el intercambio”, en Boletín cultural y bibliográfico, vol. 12, n.o 3, Biblioteca Luis Ángel Arango, 1985, págs. 6-8.
- 5. Solano, Francisco, “Introducción al estudio del abastecimiento urbano de la ciudad colonial”, en Hardoy, Jorge E. & Schadel, Richard, (comp.), Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a través de la historia, Ediciones SIAP, Buenos Aires, 1975.
- 6. Colmenares, Germán, Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, Medellín, 1975, Editorial La Carreta, pág. 204.
- 7. Tovar Pinzón, Hermes, Grandes empresas agrícolas y ganaderas, 1980, pág. 141.
- 8. Villamarín, Juan A., op. cit., 1972.
- 9. Colmenares, Germán, op. cit., 1975, pág. 203.
- 10. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 20, fols. 29r, 33r, 46v-48.
- 11. Villamarín, Juan A., op. cit., 1972, págs. 306-310.
- 12. AHNC, Fondo Tierras de Cundinamarca, tomo 34, fols. 201r - 203r.
- 13. AHNC, Fondo Real Audiencia, tomo 17, fol. 398.
- 14. Villamarín & Villamarín, op. cit., 1975a.
- 15. Las “gentes del campo y orejones [el término aparece desde fines del xviii]… dejan sus bestias, caballos y recuas en la calle arrimados a la pared y de ordinario con el cabestro dentro de las tiendas y en cierta manera armando un lazo que embaraza el camino y tráfico de la gente de a pie…”. AHNC, Mejoras Materiales, tomo 17, fols. 474v.
- 16. Se estableció para tal efecto un “lugar cerrado y firme”. El sitio asignado por el Cabildo era un solar “que atiende el teniente coronel de milicias reformadas Don Miguel de Rivas en la esquina de la calle que baja de la plaza para el convento de La Concepción de que sólo dista una cuadra, al cual se ha puesto puerta con este motivo para que no se salgan y las encuentren los dueños cuando vayan a buscarlas para restituirse a sus pueblos, sin detenerse con ellas en las calles, tiendas o chicherías, bien que estos deberán cuidar de que no las vayan a sacar de allí otros que no lo sean del propio modo que lo hacen por ahora dejándolos en la plaza…”. AHNC, Fondo Mejoras Materiales, tomo 17, fols. 474r.
- 17. AHNC, Fondo Milicias y Marina, tomo 138, fols. 575.
- 18. AHNC, Fondo Archivos, tomo 6, fols. 714.
- 19. AHNC, Fondo Abastos, tomo 4, fols. 335.
- 20. AHNC, Fondo Abastos, tomo 7, fols. 67-124.
- 21. AHNC, Fondo Abastos, tomo 14, fols. 63r-66v.
- 22. Revista del Archivo Nacional, tomo 3, pág. 73.
- 23. Revista del Archivo Nacional, vol. 2, pág. 73.
- 24. AHNC, Fondo Quinas, tomo 1, fols. 39.
- 25. Revista del Archivo Nacional, vol. 1, pág. 73.
- 26. AHNC, Fondo Abastos, tomo 1, fols. 989r.
- 27. AHNC, Fondo Abastos, tomo 2, fols. 953.
- 28. Transcrito por Martínez, Carlos, Bogotá reseñada por cronistas y viajeros, Bogotá, 1978, Escala, Fondo Editorial, pág. 29.
- 29. AHNC, Fondo Abastos, tomo 4, fols. 578-579.
- 30. Colmenares, Germán, Historia económica y social de Colombia, 1969, págs. 106-109.
- 31. AHNC, Fondo Real Audiencia, tomo 1, fols. 660.
- 32. AHNC, Fondo Real Audiencia, tomo 1, fols. 660.
#AmorPorColombia
Economía regional y urbana
A fines del siglo xviii, el marqués de San Jorge, Jorge Miguel Lozano de Peralta, contaba entre sus propiedades la hacienda El Novillero, la más grande de toda la sabana. Durante mucho tiempo ostentó el rango de alférez real y obtuvo el único título nobiliario que hubo en toda la historia de Santafé. Pese a su título y riquezas, se rebeló contra la corona y, según la leyenda, apoyó la revolución de los Comuneros, incitó al descontento y conspiró en Santafé, por lo cual fue arrestado en 1784 y enviado a las mazmorras de Bocachica, en Cartagena, donde murió el 11 de agosto de 1793. Óleo de Joaquín Gutiérrez, 1775. Museo de Arte Colonial, Bogotá.
Mapa del Valle del Tunjuelo. Santafé tuvo desde un comienzo jurisdicción sobre todos los pueblos vecinos; incluso gozaba del derecho a imponer y recaudar tarifas.
Calendario lunar de los muiscas, el cual orientaba los ciclos agrícolas. Boceto de Alejandro de Humboldt, dibujo de M. Le Chanoine. Atlas Pittoresque. Biblioteca Nacional, Bogotá.
Orejones de la sabana y sus familias, en una estancia típica de las haciendas sabaneras. Óleo de José Manuel Groot, Hacienda de la sabana, 1857. Fondo Cultural Cafetero.
Este mapa, de 1627, muestra el pueblo de Soacha, el cual era una reserva de mano de obra indígena para el servicio de las haciendas cercanas. La asignación de tierras se hizo inicialmente teniendo en cuenta la proximidad de núcleos de indios encomenderos.
Los propietarios de las haciendas de la sabana construían grandes y elegantes mansiones en las cuales residían por temporadas. Plumilla de Arnoldo Michaelsen.
La hacienda El Novillero fue el resultado de la fusión de varias estancias de ganado mayor, llevada a cabo por don Francisco Maldonado de Mendoza a principios del siglo xvii. Abarcaba una superficie de alrededor de 30 000 hectáreas y fue por mucho tiempo la dehesa de Bogotá.
Doña María Tadea González Manrique, primera esposa del marqués de San Jorge, con quien tuvo siete hijas mujeres y dos varones, el menor de ellos Jorge Tadeo Lozano, sabio naturalista, presidente de Cundinamarca y mártir de la Independencia. Óleo de Joaquín Gutiérrez. Museo de Arte Colonial, Bogotá.
La quinta de Fucha, o hacienda de Montes, al sur de Bogotá, le fue obsequiada a don Antonio Nariño en 1803 por un tío de su mujer, el sacerdote Francisco de Meza. Allí pasó Nariño los años posteriores a su segunda prisión de seis años, y allí también organizó nuevas conspiraciones. Óleo de Luis Núñez Borda.
Sobre la margen izquierda del río Bogotá y desde la hacienda Fute hasta el Salto de Tequendama, se extendía la hacienda Canoas, perteneciente a don José Urdaneta. Dibujo de Alberto Urdaneta sobre una fotografía de Racines.
Con ocasión del mercado semanal, los viernes las plazas de mercado se colmaban de gentes de todas las condiciones sociales. Estos eran los principales centros de abastecimiento de la ciudad. Grabado de Riou en América pintoresca.
El excesivo fiscalismo del siglo xviii llevó a proyectar la construcción de una casa de rentas, cuyos planos vemos aquí.
En 1765 se fundó en las afueras del sur de Santafé, y a orillas del río San Cristóbal, una fábrica de pólvora. Los súbditos tenían prohibido acercarse en 100 metros a la redonda, salvo que tuvieran permiso del superior gobierno. En el dibujo, un barril de pólvora de los que se utilizaban en la fábrica de Santafé.
Llegada de víveres para abastecer las tiendas de la ciudad.
Transporte de correo y mercancías hacia Bogotá por las montañas del Quindío. Travesía del sargento. Dibujo de Sainson y Boilly, grabado de Beyer. Voyage Pittoresque dans les deux Amériques, Biblioteca Luis Ángel Arango.
Moneda de oro o plata, denominada macuquina, por sus bordes recortados y mordidos, que se utilizó casi hasta mediados del siglo xix. Tesoro de Mesuno, encontrado en el río Magdalena frente a Honda, en 1936. Colección numismática del Banco de la República.
Después de largos años de gestión por parte de mandatarios y comerciantes de Santafé, se instituyó en la capital del Nuevo Reino, en 1718, una Casa de Moneda, cuya sede definitiva se construyó en 1756 en el mismo sitio (calle 11 entre carreras 5.ª y 4.ª) donde hoy funciona un importante complejo cultural. Colección numismática del Banco de la República.
Después de largos años de gestión por parte de mandatarios y comerciantes de Santafé, se instituyó en la capital del Nuevo Reino, en 1718, una Casa de Moneda, cuya sede definitiva se construyó en 1756 en el mismo sitio (calle 11 entre carreras 5.ª y 4.ª) donde hoy funciona un importante complejo cultural. Colección numismática del Banco de la República.
Con el avance del comercio, a fines del siglo xviii, se regularizó en Santafé la acuñación de moneda. En su estudio sobre la moneda legal en Colombia dice Alberto Vergara y Vergara: “Durante la dominación española en el Continente, desde la Conquista, no hubo moneda legal propiamente dicha. En las casas de moneda de España, y luego en las de Santafé, México y el Perú, se acuñaban monedas de oro, plata y vellón, ajustándose a las disposiciones legales sobre peso, ley y tipo, y generalmente por cuenta de los particulares, quienes suministraban el material y pagaban los derechos fijados.
Era muy rigurosa la reglamentación de las casas de moneda, y muchos los requisitos que debían llenarse antes de entregar las especies a la circulación, a fin de que correspondieran en un todo con el valor que se les señalaba. La falsificación de monedas o circulación de las falsas y de las prohibidas se castigaba con la pena de muerte y de confiscación de bienes. Se guardaba escrupulosamente la fe del soberano, y se miraba como un desacato a su majestad no recibir la moneda corriente”. En la ilustración, monedas de diferente denominación y de distintas épocas, acuñadas entre 1720 y 1800, de oro, plata y vellón, pertenecientes a la denominación moneda fija y perpetua, establecida en 1652.
Las rigurosas medidas proteccionistas y el monopolio comercial impuestos por la corona a lo largo de buena parte de la época colonial, estancaron el desarrollo económico de las colonias americanas.
A partir de 1766, bajo el reinado de Carlos III de Borbón, se expidió el estatuto de “comercio libre”, que dio un gran impulso a las transacciones entre las colonias y la metrópoli.
Las rigurosas medidas proteccionistas y el monopolio comercial impuestos por la corona a lo largo de buena parte de la época colonial, estancaron el desarrollo económico de las colonias americanas.
A partir de 1766, bajo el reinado de Carlos III de Borbón, se expidió el estatuto de “comercio libre”, que dio un gran impulso a las transacciones entre las colonias y la metrópoli.
Felipe IV de Habsburgo, rey de España (1605-1665), llamado el Grande. Intentó, asesorado por su favorito el conde-duque de Olivares, una política exterior ambiciosa que mantuviera la hegemonía española en Europa. Fue el penúltimo de la dinastía de los Austrias que gobernó España desde Carlos V.
Texto de: Julián Vargas Lesmes
Para los conquistadores y en general para el español post-medieval, la posesión de la tierra tenía otros significados más poderosos que el puramente económico. En ella estaban involucrados el rango social, la categoría personal y otros privilegios que implicaba dicha posesión. Para los conquistadores de primera hora que llegaron a la sabana el poblamiento propiamente dicho tuvo una importancia secundaria. Gran parte de ellos prefirió continuar las incursiones de conquista y la vida azarosa en búsqueda de tesoros y metales preciosos. Otros pocos, sin embargo, prefirieron orientarse hacia una vida sedentaria “poblando la tierra”, usufructuando estancias y la adjudicación de indios para las encomiendas.
El proceso económico en las fases de Conquista y Colonia podría sintetizarse, según la modalidad económica dominante, en las siguientes tres etapas:
- Expediciones de conquista y búsqueda intensa de metales preciosos (hasta 1550).
- Encomienda fundada esencialmente en mano de obra indígena (hasta 1600). Y en menor grado,
minería de plata. (Las Lajas, Mariquita).
- Estancias, haciendas y comercio (a partir del siglo xvii).
La tierra se asignaba en forma de mercedes adjudicadas por las autoridades. En la primera fase fueron los encomenderos, es decir, los que recibieron repartimientos de indios, quienes por lo general recibieron las mercedes de tierra. Desde un punto de vista legal, la asignación de encomiendas no daba derecho sobre las tierras. De manera enfática, la corona quiso separar el control sobre los indios de la soberanía territorial. Sin embargo, la parte básica del proceso de apropiación de la tierra siguió, como en muchos otros aspectos, un curso extralegal —“de facto”, dice Colmenares— en beneficio del principal poder local: la encomienda1.
Finalizando el siglo xvi, hacia 1590, las mejores tierras de la sabana estaban asignadas. Quiere ello decir que en un periodo de 50 años la composición básica de la tenencia de tierras estaba virtualmente definida. Empero, la concesión de mercedes alcanzó a extenderse hasta la tercera década del siglo xvii Tomamos del Archivo Carrasquilla las siguientes cifras que dan una idea de la trayectoria que siguieron en un principio las mercedes de tierra:
MERCEDES DE TIERRA EN LA SABANA (1548 - 1630)Parte Oriental R. Bogotá.1540 - 1560 | 4 |
1561 - 1580 | 1 |
1581 - 1600 | 9 |
1601 - 1620 | 10 |
1621 - 1630 | 4 |
TOTAL | 28 |
Fuente: Sistematización del Archivo Carrasquilla de tierras, realizada por Beatriz Castro.
El cuadro muestra cómo la mayor actividad registrada en transacciones por mercedes de tierra se da a finales del siglo xvi y comienzos del siglo xvii, cuando la asignación de tierras toma un canal regular.
A partir de 1592 con la pérdida de hegemonía social por parte de los encomenderos y con la afirmación del poder del monarca, se le quita al Cabildo su potestad en la asignación de tierras. Desde esta fecha hasta 1640 hubo cambios en las condiciones para otorgar tierras.
Existían un conducto regular y un funcionario, que dependía de la Audiencia y del presidente. Por otra parte se produjo un cambio de gran importancia consistente en el tamaño de las mercedes, es decir, la unidad de área para asignar (estancia de ganado mayor) se redujo en 12,5 veces. Además se puso en vigencia un número mayor de requisitos y controles administrativos para la adjudicación de tierras.
La petición de merced se hacía al presidente y éste, a su vez, utilizaba como oficiales de campo a los corregidores para una labor de inspección sobre el terreno a entregar. Esto no excluía la posibilidad de manipular la decisión. Los documentos muestran casos de soborno. Esta situación señala la influencia que en este campo se ejercía en los niveles inferiores. Cuando la decisión dependía del Cabildo, las conexiones directas de la élite contaban decisivamente. Ahora, con la existencia de una mayor diversidad social, otros estratos blancos podían acceder a la tierra2.
Para fines del siglo xvi se hizo un intento —con motivación fiscal— por revisar y sanear los títulos de las tierras. Como una buena parte de éstas permanecían bajo posesión y sin títulos de merced, y, como todas las tierras eran “realengas”, se pensó en cobrar una tarifa que permitiera legalizarlas (“composición de tierras”). A pesar de las expectativas y del realce que se le ha dado a la medida (Liévano Aguirre la llamó la “primera reforma agraria”), sus resultados fueron bien pobres. La corona no recibió lo que esperaba en términos fiscales, y la tenencia de la tierra no se afectó3. Entre 1595 y 1602, época durante la cual se efectuaron los pagos de las composiciones a la Caja Real de Santafé, ingresaron por este concepto un total de 13 000 pesos oro. Cifra bien pobre puesto que en comparación con los ingresos por Requinto —impuesto recién estatuido— es bastante inferior. Ante la ausencia de medios coercitivos por parte del poder colonial, la composición se volvió casi una acción voluntaria. La corona no estaba en condiciones de comprar las propiedades no legalizadas, ni podía obligar a los ocupantes a pagar. Pocas estancias y haciendas se acogieron a la figura de la composición y las que lo hicieron aportaron sumas insignificantes. Para poner un ejemplo bastante ilustrativo, El Novillero (40 000 hectáreas aproximadamente), se compuso por una suma de 568 pesos oro.
En 1600, cuando llegó el visitador Egas de Guzmán, el oidor Henríquez propuso que las tierras cuya posesión no pudiera ser correctamente justificada se vendieran en pública subasta a fin de brindar la posibilidad de poseer tierra a otros estratos sociales como comerciantes, medianos agricultores y funcionarios de distintos niveles de la burocracia.
Lo que sí hizo esta serie de visitas fue poner de presente una nueva realidad en cuanto a la tenencia de tierras: la tierra de la sabana empezó a tener valor y a adquirir movilidad a partir del siglo xvii. Se convertirá, a partir de esta época, en el principal recurso y alrededor de ella se ordenará la vida económica y social de Santafé.
En el siglo xviii hubo algunos conatos reformistas. Se dio el importante paso de nombrar un “juez de tierras” para revisar títulos y resolver todo tipo de litigios y problemas. En 1724, y más tarde en 1754, se realizaron intentos por revisar y “limpiar” los títulos. El enfoque, sin embargo, fue predominantemente fiscal.
A la precariedad legal de la posesión se sumó la imprecisión de los linderos que separaban unos predios de otros. Se aceptaba tácitamente que el mejor mojón era el consenso entre los vecinos. Sin embargo, esto no siempre ocurría y por lo tanto proliferaban los pleitos y querellas entre propietarios.
Fuera de estos intentos por afectar la tenencia de tierra, no se conocen otras acciones efectivas por parte de la corona. En general, la estructura de propiedad del suelo pasará por una ocupación de hecho en la cual la acción del poder colonial y de las leyes tan sólo podrá refrendarla pero no cambiarla.
AGRICULTURA Y PRODUCCIóN
Las condiciones agronómicas de la sabana en la época de la Conquista no eran tan óptimas como hoy se piensa. La agricultura se vio constantemente afectada por los ciclos climáticos y sus fuertes contrastes, dentro de los que alternaban las sequías con las inundaciones, en grave detrimento de cultivos y cosechas. Estos factores, unidos a un muy bajo drenaje del suelo sabanero, fueron fatídicos tanto para la agricultura muisca como para la española. A estas razones habría que agregar el largo periodo de cosecha y los problemas con las heladas. Existen referencias documentales sobre el temor y el daño que ocasionaron las heladas sabaneras a los muiscas. La agricultura de gran altitud, en términos generales, ha limitado la densidad poblacional y el grado de realización de las culturas que sustentan.
Los muiscas, a pesar de tener una gran variedad de cultivos totalmente adaptados a las condiciones, no desarrollaron toda su agricultura en la sabana. Para enfrentar los problemas agronómicos de esta zona construyeron terrazas de cultivo y zanjas de desagüe. Existen también indicaciones de que el maíz lo cultivaban en camellones (Aguado). Pero los muiscas no llegaron a construir grandes obras de infraestructura. Las carencias tecnológicas y la falta de una centralización política los limitaron en este aspecto. La solución adoptada para enfrentar estas dificultades fue la consolidación de una agricultura bien integrada en diferentes climas. Los muiscas habitaron un mosaico de nichos ambientales, desde los climas cálidos hasta los paramunos. El pueblo de Bogotá, por ejemplo, tenía tierras en el Valle de Tena en donde cultivaba maíz, frutales, plátanos, caña, ají, ahuyama y patata4. Establecieron, de esta forma, lo que los antropólogos llaman un control vertical de los pisos térmicos. Un sistema que hace complementarios los cultivos y esfuerzos, dando por resultado una amplia gama de frutos y la capacidad de producir excedentes alimenticios.
Muy poco tiempo después de su advenimiento, los españoles introdujeron en la sabana los cultivos propios de sus tierras. El clima de la sabana permitió desarrollar la agricultura de cereales, base de la dieta hispana. El español promedio que llegó a nuestro país provenía de la zona mediterránea cuya alimentación se basa en los cereales panificables, los vegetales de huerta, las legumbres secas, el aceite, el vino y la carne de carnero5.
Por otra parte, además de las semillas, trajeron animales útiles que eran desconocidos en estas tierras. Según doña Soledad Acosta de Samper, “Quesada trajo los caballos, Belalcázar los cerdos y Federman las gallinas”. Pero fue el conquistador Jerónimo Lebrón el que introdujo en grande las más importantes innovaciones en materia agrícola, puesto que trajo semillas de garbanzo, trigo, cebada, cebolla, fríjol y arveja en grandes cantidades. Por supuesto, se siguieron adelantando los cultivos americanos tales como maíz, papa, yuca, ahuyama, hibias, cubios, ají, aguacate, plátano, etc. La dieta urbana, en consecuencia, adquirió una gran variedad al superponer los productos españoles con los nativos. Los indígenas siguieron otorgando en su alimentación diaria una notable preferencia por sus alimentos atávicos. De ahí que en una crónica fechada en 1610 se decía que “los indios, teniendo turmas y maíz, tienen todo el sustento necesario”.
Los indígenas asimilaron muy rápido el conocimiento y manejo de los nuevos cultivos, así como el manejo y cuidado de los animales que antaño desconocían (caballos, vacunos y ovejas). A su vez, aportaron su profundo conocimiento de las tierras y de los ciclos climáticos.
La más trascendental innovación de la tecnología agrícola europea fue la sustitución de los rudimentarios instrumentos indígenas de piedra y de madera por los metálicos. Los españoles trajeron hachas, arados, barretas, azuelas, palas, azadones, hoces y harneros metálicos. La contribución más valiosa fue sin duda alguna el arado metálico con rejas a manera de rastrillo. Hay un ejemplo que resulta particularmente ilustrativo: la tarea de cortar un árbol de tallo grueso con hacha metálica se hacía en la décima parte del tiempo requerido con hacha de piedra.
Después de la revolucionaria introducción de las herramientas metálicas transcurrió algún tiempo durante el cual las faenas agrícolas siguieron dependiendo exclusivamente de la energía humana hasta ya entrado el siglo xvii, cuando vino el valiosísimo aporte de la energía animal.
La tecnología agrícola introducida por los españoles no varió sustancialmente durante todo el periodo colonial. Su adopción social fue un proceso lento y restringido. Desde luego, las herramientas eran costosas y escasas. No fue una tecnología ampliamente distribuida. La introducción en los niveles inferiores fue lenta. Los indígenas siguieron empleando sus herramientas tradicionales pero aprendieron a usar otras técnicas por el trabajo en las haciendas.
Pero pese a todas estas dificultades, la implantación de la nueva tecnología permitió una utilización mucho más intensiva de la tierra hasta el punto de que se llegaron a obtener en la sabana dos cosechas en el año.
La primera cosecha de trigo se dio en las cercanías de Tunja en 1543. El cultivo de la cebada fue un poco más tardío. Paralelamente con los primeros cultivos de trigo vino la construcción de molinos para el abastecimiento de harina y la consecuente producción de pan. Según las crónicas, fue doña Elvira Gutiérrez, esposa del conquistador Juan Montalvo, la primera persona que en Santafé produjo pan de trigo en un horno rudimentario. A medida que los caminos fueron mejorando lentamente, en la misma forma se fue intensificando el empleo de caballos y mulas y disminuyendo el de indios para el transporte de pasajeros y carga, especialmente en los viajes hacia el Magdalena.
Lo corriente durante el siglo xvii (que se puede extrapolar a todo el periodo) era un uso mixto del suelo: agricultura y ganadería. En orden descendente de importancia, los principales cultivos eran trigo, maíz, cebada y papa. En ganadería, y en el mismo orden, las principales crías eran ovejas, vacunos, cerdos y cabras.
PRODUCCIóN GANADERA
A pesar de la marcada preferencia de los españoles por la ganadería frente a la agricultura, la producción de carne en la sabana fue insuficiente durante todo el periodo colonial para abastecer la demanda de Santafé. Las condiciones favorables de la sabana no fueron suficientes para incentivar una ganadería apreciable. Los bajos requerimientos de mano de obra y la existencia de grandes extensiones con pastos, también en abundancia, no alcanzaron a contrarrestar las condiciones adversas del mercado. Adicionalmente, merece destacarse la tendencia cultural del español hacia la ganadería. A los ojos peninsulares, la ganadería tuvo siempre un prestigio mayor que la agricultura, oficio manual propio de plebeyos y moros.
Durante toda su historia Santafé tuvo que apelar a la importación de ganados de la provincia de Neiva y más específicamente de Timaná. No obstante, este problema se agudizó porque muy pronto las provincias empezaron a mostrarse renuentes a venderle carne a Santafé. Otro factor que también afectó seriamente la producción ganadera en la sabana fue el control de precios, que en muchas ocasiones se mostró tan rígido e inflexible que desalentó la producción.
La inclinación española hacia la ganadería se concentró en la cría de ovejas. No olvidemos que desde mucho antes del descubrimiento de América la cría de ganado lanar fue probablemente la línea más rica y próspera de la economía peninsular. Este fenómeno tuvo una clara razón de ser. Los avances y retrocesos propios de la lucha secular de los cristianos españoles contra los invasores moros constituían un factor desestimulante para las labores agrícolas, debido a que quien las emprendía estaba corriendo el grave riesgo de tener que ceder al enemigo, en virtud de los azares de la guerra, sus cultivos y cosechas. Por el contrario, el ganado ovino permitía a sus propietarios una extraordinaria movilidad que los ponía a salvo de los ya descritos peligros que acechaban al agricultor. Estos elementos explican la pujanza y la prosperidad que alcanzó la producción de ganado lanar en España, y especialmente en Castilla, donde la Mesta (nombre que se le dio a la agremiación de grandes criadores de ganado ovino) fue sin duda alguna el más poderoso grupo económico de la península.
En la sabana se extendió notablemente la cría de ovejas, pues además de los bajos requirimientos de mano de obra permitía utilizar un subproducto bastante importante: la lana. Este producto fue introduciéndose como materia prima de los tejidos poco a poco, de manera que logró extenderse y crear un cambio radical en la vestimenta indígena y mestiza. Reemplazó el algodón como materia prima, y a la manta por la ruana de lana. Así fue creándose una difundida demanda que permite entender el predominio de las actividades ovinas sobre las vacunas. Además, la utilización de la lana permitía circunvalar el principal obstáculo de la ganadería vacuna, es decir, el control de precios que actuó como depresor de la actividad.
PERFIL SOCIAL DE LA HACIENDA
Las primeras mercedes de tierra se otorgaron con una largueza desmesurada. Estas primeras propiedades se pueden clasificar en cuatro grupos según tamaño y destinación:
- estancias de ganado mayor (vacuno)
- estancias de pan sembrar (agricultura)
- estancias de ganado menor (ovinos)
- estancias de pan coger (huertos).
En el siglo xvi una estancia de ganado mayor podía medir fácilmente 6 000 pasos, que en términos contemporáneos serían 2 500 hectáreas. Muy pronto, hacia 1585, las autoridades se percataron de que estas medidas eran ciertamente excesivas y decidieron reducirlas. A partir de ese momento se estableció que una estancia de ganado mayor no podía pasar de 327 hectáreas. La estancia de pan sembrar, también para Santafé, tenía 90,3 hectáreas6. Se adjudicaban, de igual modo, con fines mixtos. Una estancia de ganado menor y pan coger tenía 141,4 hectáreas7. Sin embargo, las primeras mercedes de tierra quedaron intactas y fueron la base de las grandes propiedades de la sabana. Las haciendas más famosas y extensas datan del tercio de siglo inmediatamente posterior a la fundación de Santafé.
No existe un patrón de ubicación muy definido, pero es posible despejar algo al respecto. No puede tomarse como centro preferencial de ubicación la ciudad de Santafé, como podría ser la pauta normal. En general, la tierra en esta segunda parte de siglo fue un factor subsidiario de la disponibilidad de trabajo. Los encomenderos buscaron que se les asignaran tierras cerca de poblados, reducciones o repartimientos de indios. Los poblados y el número de tributarios se convirtieron en ubicadores de haciendas e indicadores de la “valorizacion” de la tierra.
Las mayores posesiones estuvieron, de manera predominante, en el suroccidente y suroriente de la sabana: Facatativá, Serrezuela, Bojacá, Funza, Bosa y, en menor proporción, en la parte alta del noroccidente, o sea en Suba. La mayor extensión unitaria decrecía en número y tamaño hacia el Nororiente (Chocontá, Fúquene), donde hubo posesiones de tamaño diverso8.
Frente a la mayor movilidad “comercial” de las encomiendas, las grandes haciendas se mantuvieron relativamente indivisas a lo largo del siglo xvi y las primeras décadas del siglo xvii. Durante el siglo xvi, en comparación con las encomiendas, esto es, disposición de mano de obra indígena y tributos, la posesión de grandes terrenos no tuvo mucho valor.
Las grandes propiedades permanecerían indivisas por la ausencia de demanda de tierras. Buena parte de las transacciones registradas en el siglo xvi están clasificadas como mercedes.
Los grandes globos de propiedad empiezan a desmembrarse a partir del siglo xvii. La insolvencia o las necesidades extraordinarias (dotes, viudez, etc.) motivaron las primeras divisiones de las haciendas más rancias.
En general, la falta de oportunidades productivas en la tierra se tradujo en una baja demanda. Tan sólo hasta entrado el siglo xvii se crearía un mercado de tierras significativo.
En el cuadro estadístico reconstruido a partir del Archivo Carrasquilla puede verse que el mercado de tierras muestra una especial animación a partir del siglo xvii. De toda la historia de la tenencia de tierras es el periodo con mayor cantidad de transacciones y con el más alto promedio anual.
Desde luego, las tendencias en la movilidad territorial están conectadas con tendencias generales que tienen que ver con los ciclos de la economía minera; no obstante, existen determinantes regionales. Una de ellas es la pérdida de rentabilidad de las encomiendas y, al ser los encomenderos los principales tenedores, se configura una situación bastante favorable a la divisibilidad o a la venta de tierras.
En esta época de iliquidez el comprador no podía pagar el total del precio. Como resultado, casi cualquier transacción era mediada por una deuda “a censo”, en virtud de la cual la tierra quedaba “hipotecada” a un tercero o al comprador mismo. Antes de 1740 las haciendas transadas incluían como anexo y beneficio de la misma el acceso a trabajo indígena que por usanza o costumbre podía seguir disfrutando.
Después del periodo de gran movilidad en la tierra, que se extiende entre los años 1600 y 1660, sigue un periodo de estancamiento en el cual prácticamente se paraliza el mercado. Este lapso se prolonga por más de un siglo (1660-1770) para volver a tomar vuelo en la tardía Colonia.
EL NOVILLERO
A diferencia de México y Perú, en la sabana de Bogotá prácticamente no existió el mayorazgo como fenómeno. Hubo sí, algunos casos notables de grandes propiedades que permanecieron durante siglos en manos de la misma familia. El encomendero de Serrezuela, Antonio Vergara y Azcárate, creó en 1640 la hacienda Casablanca, la cual permaneció en poder de sus descendientes hasta 1866. Pero el caso más notable es el del encomendero de Bogotá, Francisco Maldonado de Mendoza, cuya hacienda El Novillero permaneció en manos de sus descendientes hasta la tercera década del siglo xix. No hay total conformidad entre las versiones que existen sobre el tamaño desmesurado que llegó a alcanzar esta propiedad. Los investigadores más cautelosos le han atribuido 30 000 hectáreas. Otros con menor fundamento han afirmado que alcanzó las 45 000 hectáreas9. De todas maneras, cualquiera que sea la realidad, sus tierras eran todas planas y fértiles. El historiador Colmenares afirma que El Novillero llegó a equivaler en su extensión a una tercera parte de la sabana. Este fenómeno se fue haciendo realidad gracias a un continuo y habilidoso proceso de compra de tierras vecinas al núcleo inicial, que estaba compuesto por 17 estancias de ganado mayor que le habían sido otorgadas a Maldonado a manera de mercedes.
Disfrutó además esta hacienda del formidable privilegio de su ubicación. Como estaba situada en el extremo noroccidental de la sabana (camino de Tocaima) se la utilizó parcialmente como dehesa para la “posa y ceba” de los ganados que procedían de Neiva para el abasto de Santafé. La hacienda recibía el ganado que venía de Neiva a un peso y medio la cabeza y después de seis meses de engorde lo vendía en Santafé a seis pesos. El Novillero funcionó como dehesa hasta el final de la Colonia y todavía le quedaban tierras para arrendar a diversos propietarios.
Se calcula que la capacidad total para pastar de El Novillero oscilaba entre 5 000 y 10 000 cabezas de ganado mayor y muchos miles de ovejas. Además, la hacienda producía anualmente 24 000 arrobas de trigo. Se calcula que la renta del encomendero sólo por concepto de pastoreo era de cerca de 2 600 pesos al año10.
HACIENDAS Y PRODUCCIóN
En la primera época de las haciendas sabaneras se notó un incremento muy rápido del trigo y de la ganadería mayor y menor.
Durante la primera época una parte del abastecimiento de víveres y productos alimenticios debió recaer en la mano de obra indígena, tanto por su trabajo en las haciendas y en la producción independiente como en sus propias parcelas. Durante el siglo xvi la responsabilidad del abasto de Santafé estaba en manos de los encomenderos-hacendados. La producción agrícola de los indígenas se entregaba en especie agrícola como tributo, el cual era plenamente manejado por los encomenderos hacendados.
La pequeña y mediana producción mestiza o blanca, que reemplazara la producción agrícola indígena, empezó a ser significativa durante el segundo tercio del siglo xvii. Los indígenas, además del recargo en trabajo, disminuyeron su vocación agrícola por física falta de tiempo para dedicar a sus parcelas. El sistema de aprovisionamiento, basado en una red vertical de comercio, cayó en manos de los españoles, quedando cada comunidad aislada y sin excedentes propios para intercambiar.
La última parte del siglo xvi y comienzos del xvii fue una etapa de florecimiento de la producción de las haciendas, de mayor presencia regional. La sabana en general tuvo mercados en otras provincias y disfrutó de un pequeño auge minero representado por las vetas de Mariquita. Las haciendas, ante la provisión de mano de obra prácticamente gratuita, tuvieron una expansión vertiginosa. El trigo de la sabana fue exportado en forma de grano, harina e incluso aglutinado (llamado bizcocho) hacia Tunja, los puertos del Magdalena (Honda y Mompox) y embarcado hacia el Caribe (Cartagena).
La actividad principal y de mayor permanencia de la hacienda sabanera descansó en el ganado lanar. Se llegó a constituir un hato significativo de ovejas utilizándolo en obrajes de lana.
El caso más conspicuo, que no debe ser representativo, es el de Beltrán de Caicedo, encomendero de Suesca, que tuvo dos haciendas (también en la misma jurisdicción) con cerca de 20 000 ovejas (primer tercio del siglo xvii). En las haciendas de Suesca (La Ovejera y Suesca) criaba y levantaba las ovejas. Una vez realizada la lana, la enviaba a otra hacienda, también de su propiedad, situada en Pacho, donde funcionaba un obraje respaldado por trabajo esclavo (80 adultos)11.
Algunas haciendas durante este periodo alcanzaron un apreciable nivel de complejidad y manejaron un cierto volumen de recursos. Lograron integrar diferentes tipos de trabajo (concierto, encomienda y esclavismo) y realizaron un intento de integración vertical, es decir, llevaron a cabo diferentes fases de producción en distintas unidades (caso de Beltrán de Caicedo).
MEDIANA Y PEQUEÑA PROPIEDAD
Diversas circunstancias operaron para que desde comienzos del siglo xvii empezara a ser notoria la presencia de la mediana propiedad no indígena. Entre otras, pueden señalarse las siguientes:
- inmigración de blancos pobres
- división parcial y por retazos de haciendas
- mercedes de tierra de mediana extensión
- reemplazo de la producción agrícola de los indios.
Los hacendados utilizaron pequeños globos de terreno como fuente de financiación y pago de servicios (ya se mencionó la costumbre de dar pedazos de tierra a manera de dote). Otros los utilizaron como pago o regalaron parcelas a subordinados o empleados fieles.
A comienzos del siglo xvii (1606), con motivo de una escasez de carne, se mandó hacer una relación de pequeñas estancias con fines de requisición. El resultado fue una especie de censo de pequeñas propiedades en la sabana.
LUGAR | NÚMERO |
Suba | 2 |
Sopó | 6 |
Guasca | 16 |
Guatavita | 2 |
Chocontá | 2 |
Simijaca, Fúquene | 10 |
Nemocón | 6 |
Cajicá, Tabio, Cota y Chía | 10 |
Tunjuelo, Bosa y Fontibón | 38 |
Los niveles inferiores de la terratenencia, tal como son percibidos y clasificados en la época colonial podrían definirse así:
- Estancieros: propietarios medios
- Labradores y cosecheros: pequeños propietarios.
Este segmento de propietarios empezó a aumentar durante el siglo xvii y a diversificar la tenencia de tierras. Serán los que saturen el espacio físico en la sabana y los encargados de la expansión de la frontera, durante la época de auge en las transacciones y, posteriormente, en el periodo de estancamiento (1660-1770).
Los blancos pobres y los labradores mestizos empezarían agrupándose alrededor de los pueblos de indios y los resguardos. Las visitas sucesivas mostrarán este fenómeno; también los juicios por conflictos alrededor de la tierra. El paulatino desmoronamiento de la organización indígena llevaría a una mayor cantidad de indígenas a abandonar el tribalismo, huir a las obligaciones del tributo y empezar el mestizaje. Este mestizaje progresivo, que comenzó a incrementarse a partir de la segunda mitad del siglo xvii, llevó consigo la adopción de un estatus campesino, es decir, de la pequeña producción agrícola individual. Otro contingente, integrado por indios desposeídos de tierras y de sus vínculos de parentesco, establecería relaciones de arriendo con las haciendas. Desde las primeras décadas del siglo xvii, pueden verse casos en los cuales los hacendados otorgan tierras a los indios dentro de sus dominios, con el permiso de sembrar maíz, como una forma de retención laboral12. Este ofrecimiento como estrategia de la hacienda contiene el germen de la relación de arriendo.
Para fines del siglo xviii la proporción indios y mestizos, según las visitas, ya se había invertido. La sabana empezó a tener una cierta saturación demográfica que posiblemente estaba sustentada en parcelas no muy grandes. Un documento de 1780 hace notar el exceso de población y sugiere una colonización de las laderas y provincias vecinas, pues “habiéndose recaído la población en el centro de la provincia se han estrechado tanto sus habitantes”13.
Esta mayor presencia de la pequeña producción no significó, sin embargo, un cambio sustancial en la tenencia de la tierra o en la estructura de la población. Es evidente que la relación entre tierra y población era en extremo inequitativa. Entre el 80 y el 90 por ciento de la población de la sabana tenía acceso solamente a una proporción de tierra que podría calcularse entre el 10 y el 20 por ciento del total. Por otra parte, entre el 60 y el 70 por ciento de la tierra pertenecía al 2 por ciento de los propietarios14.
ECONOMíA EN El áREA URBANA
Durante mucho tiempo la principal entrada de productos básicos a la ciudad se hizo por el mercado a campo abierto en la Plaza Mayor. El mercado de plaza fue el lugar de abasto más importante y los días de mercado aumentaron, se adaptaron a la demanda, localizaron y especializaron el sistema. Los mismos cosecheros venían con sus productos a ponerlos directamente en venta. La presencia y la importancia de los intermediarios (“revendores”, “recatones”) no están definidas, pero éstos aumentaron su número y su peso dentro del comercio de acuerdo con el volumen poblacional. Podemos decir que, dada la escasa magnitud a que llegó la demanda de Santafé, el sistema de plaza de mercado, incluso en su versión más desarrollada, no tuvo reemplazo en todo el periodo colonial.
Inicialmente, el mercado principal estuvo localizado en la llamada Plaza de las Yerbas, hoy Parque de Santander. A partir de 1550 se realizó en la Plaza Mayor, sin que desapareciera el anterior.
El día de mercado en Santafé podría reconstruirse vivamente observando con detenimiento los mercados de los pueblos. Eran días de gran agitación y movimiento en los que llegaba a triplicarse la población de la ciudad. El primer acto era la misa, y luego empezaba el vértigo de las transacciones, compraventas y negocios de toda índole. Lógicamente, el día de mercado era el mejor para las chicherías, cuyas ventas se multiplicaban hasta lo inverosímil. Al caer la tarde eran frecuentes las riñas y a menudo los visitantes organizaban carreras de caballos, con apuestas, en las principales calles. Cantidades ingentes de caballos y mulas hacían intransitables las calles con sus desechos. Un documento se queja de los peligros que se podían correr con tal cantidad de bestias en la calle. Golpeaban en la cara con su cola a los transeúntes, quienes corrían con “los riesgos de una coz o atropellamientos con otros impolíticos incómodos [detritus orgánico]”15. Había restos de viandas y basuras por doquier. Los vendedores ambulantes llenaban las calles con sus voces anunciando pan, esteras, velas o carbón. La animación era también aprovechada por mendigos que, vestidos de nazarenos, incomodaban con sus peticiones. Los maromeros y saltimbanquis aglomeraban a la gente en las esquinas. Los innumerables clientes de las chicherías protagonizaban pendencias callejeras y cometían toda suerte de atentados mayores y menores contra la seguridad y la salubridad de la ciudadanía.
En las primeras horas del alba arribaban los cosecheros, ya que les estaba prohibido llegar de noche a fin de impedir que fueran interceptados por los regatones (llamados “atravesadores”) que solían salirles al encuentro en horas nocturnas y en las afueras de la ciudad para comprarles sus productos a precios bajos y luego revenderlos en la ciudad. Los cosecheros iban directamente a la plaza y allí se instalaban formando “cuadros”, es decir, dejando abiertos callejones para que por ellos circularan los compradores. En las primeras reglamentaciones que se establecieron se contempló el problema que para la ciudad representaban las bestias sueltas en calles y plazas y se trató de fijar espacios destinados a guardarlas allí16.
Fuera de la plaza de mercado existían tres tipos de expendios al por menor que servían de red básica de distribución en la ciudad: las pulperías, que vendían víveres; las tiendas de mercaderías, que expendían géneros diversos, y, finalmente, las chicherías, que distribuían el funesto licor y que eran los lugares a donde las gentes acudían para divertirse.
Las pulperías, como expendedoras de víveres, fueron un complemento de las plazas de mercado en cuanto sirvieron como pequeñas bodegas para los cosecheros17. La situación estratégica en que se encontraban los pulperos les permitió en cierta forma manejar el mercado de víveres y ejercieron una función muy importante en el abastecimiento diario de las vituallas domiciliarias. Casi toda compra al por menor se hacía al fiado. Las autoridades reglamentaban en algunos casos la venta al fiado pues su frecuencia daba lugar a una gran cantidad de demandas por suma de pesos. Estas formas rudimentarias de crédito se manejaban en cuadernos, de los cuales subsisten algunos ejemplos curiosos que demuestran que estos pequeños créditos se otorgaban esencialmente con base en el buen nombre y la honorabilidad de los clientes. Veamos uno de 1626:
“Misia doña Ignacia de Paya debe 11 reales por cuenta de 4 varas de bayeta amarilla que llevó a su ahijada. Más el dicho día dos varas y media de toca amarilla que llevó el propio. Una media onza de seda que llevó Jacinta, una morena… El señor doctor Obando debe en 22 de Septiembre 2 varas y 112 de tafetán negro a peso y medio. Más el dicho día dos varas y 114 de tafetán azul más diez varas de… más un par de medias de lana…18.
En otros productos del abasto de primera necesidad la distribución se convirtió en una actividad monopolizada. Tal era el caso de la carne y las velas, que se manejaban por el sistema conocido como estanco. La carne se vendía en una de las tres carnicerías, donde era despedazada y ofrecida en cecinas. La venta al por menor se hacía directamente en el matadero y era un privilegio del “obligado” de la carnicería. Otro producto casi tan importante eran las velas, cuya distribución resultaba similar pero pasaba por otro proceso antes de ir al consumo final. El sebo obtenido en la carnicería era vendido en bruto a fábricas o corporaciones que se encargaban de elaborar las velas con esta materia prima. En las cuentas al por mayor figuran conventos y monasterios, los cuales tenían organizado un proceso propio de fabricación de velas. Este sebo en bruto se vendía en “palancas” o en “arrobas”. En las cuentas de carnicería de 1712 figuran 33 fábricas de velas. El producto terminado era otra vez entregado al abastecedor quien tenía el privilegio de venderlo en un “estanco de velas”, el cual ocupaba un lugar principal en la Plaza Mayor. Se sabe de tal establecimiento porque existe un documento de 1744 que autoriza la provisión de velas —como parte de sus privilegios— a los funcionarios de la Real Audiencia19. En otro pleito (1746) se disputa el arrendamiento del local entre Francisco Quevedo, abastecedor, quien administraba la tienda, y Francisco de Tordesillas, dueño del local20. Las velas terminadas se vendían o se contabilizaban en unidades llamadas palancas. Pensamos que puede indicar una vara larga con velas colgando de su propio pabilo, como todavía sigue en uso en ciertas regiones.
Durante el siglo xviii, especialmente en su segunda mitad, el mecanismo de distribución de productos dentro de la ciudad se fue volviendo más complejo y difícil de manejar. Como en otros aspectos, el crecimiento urbano en la Colonia tardía tomaría desprevenidos a los administradores de la ciudad. Las autoridades se quejaban permanentemente de “especulación”. Es posible que las grandes variaciones del mercado, en el cual la escasez extrema por problemas climáticos y abundancia, añadido al rígido control de precios, hayan creado el ambiente para un intento de manipulación de los precios.
De la lectura de documentos al respecto, pueden reconstruirse los hilos principales del mercado interno de la ciudad para el último tercio del siglo?xviii. Existían cuatro líneas de abastecimiento para el consumidor corriente en Santafé:
- Al por menor. Plaza Mayor y de San Francisco. Día principal de mercado: los viernes y los jueves. La relación entre cosechero (productor) y consumidor era directa.
- Los pulperos y tenderos quienes, según su capacidad, compraban directamente a los cosecheros, obraban como intermediarios organizados y vendían al por menor. Su volumen de compra no era alto y abastecían a los parroquianos en días en que no había mercado.
- Un conjunto de revendedores en pequeña escala, que ocupaban puestos en la plaza y que tenían su propia clientela.
- Los grandes revendedores y principales agentes del mercado al por mayor. Eran los “revendedores pudientes” y los “monopolistas de superior clase”, tal como se les menciona en los documentos. Se los señalaba como los “más dañosos y perjudiciales al público” y los que causaban “mayores quebrantos al común y particulares”. Se concentraban en los géneros que hoy se llamarían “no perecederos”, es decir, susceptibles de almacenar por cierto tiempo sin dañarse. Según mención explícita, se trataba del cacao, los “azúcares”, el arroz y las harinas21. Según el documento, los grandes revendedores habían desarrollado una red particular: “se depositaban en 10 ó 12 individuos” que acechaban la llegada de los cosecheros y tenían capacidad económica para comprar en cantidad a menores precios.
En 1787 el síndico procurador denunciaba en un memorial la alarmante proliferación de revendedores y la consecuente carestía de los artículos esenciales y exponía consideraciones y propuestas para mejorar el poder de negociación frente a los intermediarios. Para esta época es evidente la proliferación de revendedores y sus mecanismos que, frente a los ojos de la administración, constituían la causa principal del alza de precios. Las diferentes menciones permiten suponer que los revendedores salían a encontrar a los cosecheros para comprar por adelantado y de esta manera manipular los precios e influir sobre el volumen de abastecimiento ofrecido en la plaza de mercado. De esta manera podían dirigir los víveres comprados a otros lugares y crear escasez temporal en la ciudad. Los responsables de tal acción eran llamados “atravesadores”.
“El abuso que hacen los regatones y revendedores que salen a los caminos, y pueblos a comprar los víveres para estancarlos después en la ciudad y venderlos por un precio antojadizo”22.
Previniendo este hecho que debió ser corriente, las autoridades prohibían que los cosecheros entraran de noche a la ciudad y que se comprara en las afueras de la misma. Para tal efecto se prohibieron el comercio en tres leguas en contorno de Santafé, la compra en los caminos y que los productos fueran llevados a otros pueblos dentro de la distancia indicada.
“Estos [los revendedores] son por lo regular gente vaga que por no tener oficio se mantienen de este modo, y como son tantos ya no esperan a comprar por mayor en esta capital sino que salen a los caminos reales y aun a los pueblos inmediatos”.
Frente a la situación se propusieron estas soluciones:
- “1) Que no puedan comprar los revendedores a los legítimos dueños antes de las tres de la tarde del viernes en que ya se considera abastecido al público…”. Antes de esta fecha, la hora límite eran las doce del día. La medida tenía por finalidad permitir que en primer lugar se abastecieran directamente los consumidores y no se sacara la porción de víveres comprada por los revendedores. Las amas de casa lo sabían y mantuvieron durante toda la Colonia la sabia costumbre de “madrugar a comprar” en día de mercado.
- ”2) Que no puedan vender los jueves y viernes (días de mercado).
- ”3) Que se les prohíba expresamente salir a los caminos reales a interceptar los víveres…
- ”4) Que ningún alguacil pueda ser revendedor…
- ”5) … Que se les señale el precio en que pueden vender los días permitidos.
- ”6) Que se les obligue a tener la plaza limpia.
- ”7) Que los dueños que traen azúcar no la vendan por mayor a los pulperos hasta pasados tres días”23.
El Cabildo no vaciló en aceptar la totalidad de estas recomendaciones y designó de inmediato a un regidor para que, con la colaboración de los alcaldes de barrio, las hiciera cumplir y ejecutar.
Mostrando una gran lógica, el Cabildo comprendió que, dado el tamaño de Santafé, si se quería regular el mercadeo de artículos de primera necesidad no bastaban únicamente las medidas de naturaleza policiva. Por consiguiente, empezó a considerar la necesidad de alquilar un espacio para establecer allí un depósito (“almacenes o repesos públicos”), administrado por las autoridades municipales y que expendiera los víveres al público. Era lo que hoy llamaríamos una central de abastos orientada esencialmente a la regulación del mercado agrícola. Esta idea, desde luego, no era nueva. Tenía antiguos y numerosos antecedentes no sólo en otras ciudades coloniales sino inclusive en la España contemporánea e incluso medieval. En España se crearon mecanismos tales como la “Casa de la Harina”, un lugar de depósito de granos que mantenía el abasto y regulaba los precios. Desde 1489 existía en Madrid una institución de esta naturaleza creada para proteger los precios del pan e intermediar con justicia la compra de la harina. Desde la baja Edad Media existieron en España “alhóndigas” (vocablo de origen árabe), almacenes y depósitos de trigo y otros granos que, además de ejercer una función reguladora sobre los precios, controlaban pesas y medidas. Las alhóndigas o “pósitos” se trasplantaron desde comienzos del periodo colonial al virreinato de Nueva España (México), donde funcionaron en varias ciudades cumpliendo la misma misión y haciendo además reservas de trigo y maíz para periodos de escasez.
Lamentablemente esta útil y valiosa iniciativa, finalmente, no se puso en práctica en Santafé.
ECONOMíA DE LA SABANA
El abasto de Santafé
Tan importante fue para la administración colonial el correcto abastecimiento de los centros urbanos que dicha función estuvo sometida en casi todas sus líneas al régimen del monopolio.
Era un punto de preocupación tanto económico como político. En los regímenes precapitalistas la escasez de alimentos ha sido la principal fuente de levantamientos populares. La posición geográfica de Santafé resultó privilegiada en materia de abastos alimenticios, dadas la feracidad del suelo sabanero y, por otro lado, su cercanía a otros pisos térmicos. Todo esto le permitió contar con una excepcional variedad de frutos durante todo el año. Además, Santafé haría valer su calidad de centro metropolitano para abastecerse forzada y ventajosamente en detrimento de regiones vecinas. Los productores de Tunja y el alto Magdalena tenían la obligación de suministrar a Santafé determinadas cuotas de trigo y carne a precios acordados con las autoridades capitalinas.
Los dos productos críticos del abasto eran los ingredientes básicos de la dieta española, el trigo y la carne. Sobre estos dos artículos se ejerció un control de precios estricto y permanente durante todo el periodo colonial y se aplicaron medidas fuertes y exageradas como el control de precios. A lo largo de toda su historia, Santafé, amparada en su supremacía política, forzó una estabilidad de los precios a largo plazo, hasta el punto de conservarlos prácticamente invariables durante dos siglos y medio.
La explicación de este fenómeno tan particular reside en el esfuerzo de los altos funcionarios coloniales por defender su nivel de vida. La burocracia tenía salarios bajos y estables. En la defensa de este precario ingreso se encuentra la clave para el rígido control de precios de la carne que, como vimos anteriormente, tuvo resonantes consecuencias, la principal de ellas inhibir el desarrollo de una actividad ganadera en la sabana y, colateralmente, prohijar el desabastecimiento de Santafé.
Metidos en tan rígida cintura, los hacendados de la sabana se dieron a la tarea de exportar ilegalmente sus productos a regiones tan lejanas como Antioquia, Mompox y Cartagena y a otros lugares más próximos como Honda y Mariquita. Todas estas zonas donde había buena demanda de productos sabaneros. Lógicamente, las autoridades de la capital respondieron con medidas más drásticas aún.
Igualmente, se ejercía un control muy severo sobre la elaboración y mercadeo del pan, artículo que daba lugar a uno de los más intensos movimientos comerciales de Santafé. Sólo la producción y venta de chicha rivalizaban con el pan. Hacia 1602 estaban registradas en la ciudad 49 panaderías o “amasaderos”, como las llamaban entonces24.
A fines del siglo xviii los panaderos, ante la inflexibilidad de los controles, optaron por bajarle el peso al pan. El Cabildo contraatacó dictando una ordenanza en virtud de la cual los panaderos quedaban obligados a expender su producto marcándolo con un sello que identificara el respectivo amasadero para efectos del control y posibles sanciones. Pero finalmente el Cabildo se vio obligado a ser un poco más flexible aceptando que el peso del pan variara según el valor de la harina25. En esa forma se establecieron entonces tres categorías de pan, de primera, de segunda y de tercera, y se fijaron públicamente los precios correspondientes a cada categoría.
Otro producto tan importante como el pan era el sebo animal con el que se fabricaban las rudimentarias velas que, al quemarse, despedían un olor muy poco grato pero que eran indispensables por ser el único medio de alumbrado doméstico con que contaba la capital. En su condición de artículo de primera necesidad, las velas de sebo, en la fase de mercadeo y venta, estaban sujetas al régimen de estanco como parte del privilegio que tenía el “abastecedor”. En 1712 se destaca la fábrica de Lázaro Hernández que, según un cuaderno de abastos, procesó en ese año 770 arrobas de sebo entregado por el abastecedor, Con la escasez de ganado, las velas corrían una suerte semejante. Sin embargo, estas crisis tenían alivio parcial en los jiferos clandestinos que sacrificaban reses a espaldas de la ley y vendían cuero y sebo de contrabando26.
La leña era también un producto de primera necesidad en Santafé, ante todo para la cocción y horneo de los alimentos. Parte del tributo que cobraban los encomenderos se pagaba en leña. En el siglo xvii se fijó un servicio obligando a las comunidades indígenas a aportar a la ciudad una cuota determinada en cargas de leña, servicio que recibió el nombre de “mita de leña”. Más tarde se abolió la mita y aparecieron numerosos “leñateros” independientes cuyo oficio era proveer de leña y carbón vegetal a Santafé.
Además de la vacuna, la carne ovina era muy apetecida en la ciudad. Los carneros llegaron a representar la mitad de los animales sacrificados en las carnicerías santafereñas. En contraste con los frecuentes problemas que encontró el abastecimiento de ganado vacuno, la sabana en todo momento pudo proveer en forma generosa a la capital de carne ovina, así como de sebo de la misma procedencia para la elaboración de velas. De un carnero se sacaban entre 14 y 17 palancas de velas, las cuales valían entre 319 y 380 pesos27.
La carne de cerdo ocupaba el tercer lugar, aunque también su consumo era considerable. La carne de carnero y la de cerdo debieron ser productos sustitutos de la carne vacuna. Aunque no se tienen datos seriados sobre el consumo de cerdo, a juzgar por la cifra encontrada, el consumo debió ser apreciable. Para 1772 se registra para Santafé un total de 4 016 porcinos. El sacrificio de cerdos dejaba un importante producto secundario, el tocino. La manteca de cerdo reemplazaría dentro de la dieta española el aceite de oliva como medio para freír. Además, el gusto español por la grasa de cerdo, el cual pasó a América, tiene razones culturales y religiosas. En la península sirvió como elemento básico para identificar a los cristianos viejos y genuinos, ya que el consumo de grasa porcina está desde tiempos bíblicos duramente proscrito por la ley mosaica. Los judíos eran en aquellos tiempos especialmente celosos en la observancia de esta norma, debido a lo cual el repudio al tocino sirvió infinidad de veces para descubrir a no pocos falsos conversos. Los cristianos de antiguas raíces, en contraste, no sólo comían tocino sin medida, sino que gustaban de hacer pública ostentanción de su grasosa dieta a manera de signo distintivo de su inequívoca condición de cristianos viejos.
Desde tiempos prehispánicos, los muiscas derivaron parte de su alimento de la no muy variada pero sí rica fauna ictiológica de los ríos sabaneros. Los indios conservaron a través de generaciones una notable destreza en la pesca fluvial, tanto con red como con anzuelo. A partir de la Conquista, el consumo de estos peces se incrementó de manera muy considerable, no sólo por su exquisita calidad, sino por las prolongadas vedas de carne que imponían los tiempos de cuaresma. Para nostalgia de quienes deploramos la transformación de nuestro río Bogotá en una cloaca inerte, maloliente y sin vida, resulta oportuna la lectura del siguiente pasaje del cronista Villamor en 1722:
“Este caudaloso río [Bogotá] provee para el regalo abundantes peces dedos especies: unos pequeños de figura de sardina llamados ‘guapuchas’, y otros mayores de color amarillo, negro y azul, sin escamas llamados ‘capitán’, en los que ha hallado la curiosidad misterio, porque divididas las espinas de la cabeza, en cada una se representa una imagen de los instrumentos de la pasión de Nuestro Redentor”28.
El capitán se convirtió en una de las más finas delicadezas en los refectorios de la gente acomodada. Existen referencias informando que era secado y ahumado (“moqueado”) a fin de conservarlo y/o comerciarlo. El capitán se siguió encontrando en los ríos de la sabana hasta finales del periodo colonial. No obstante, en la última época estaba ya a punto de su total extinción.
Suministro de carne
Ya vimos con cuántas dificultades tropezó el suministro de carne vacuna a esta capital durante el periodo colonial. Era, como también lo sabemos, una actividad controlada por el sistema de arriendo de la obligación de abasto a una persona. Al encargado de esta función se le llamó sucesivamente “obligado de carnicerías” y luego simplemente “abastecedor”. Su misión esencial era proveer a la capital de carne ovina y vacuna, y de sebo para la fabricación de velas. Su periodo era de 10 meses, durante los cuales debía comprar a los diversos proveedores suficiente ganado para satisfacer las necesidades de la ciudad. Era una actividad harto compleja y que además exigía un gran capital para poder desarrollarla. El “obligado” tenía que conseguir el ganado, cebarlo (por lo general en El Novillero, que se llamaba por antonomasia la “dehesa de Bogotá”), administrar y vigilar la operación de las carnicerías y supervisar la venta de la carne y el sebo. Uno de los costos más elevados que debía afrontar era el del arriendo de El Novillero. Si se tiene presente que el consumo de Santafé era de unas 4 000 reses al año, el arriendo oscilaba entre los 5 000 y los 8 000 patacones anuales. El abastecedor traía el ganado, lo engordaba en El Novillero y, una vez cumplida esta fase, lo conducía a Santafé para el degüello. Hacia fines del siglo xviii se sacrificaban entre 65 y 100 semovientes por semana.
Al agrupar las cifras detalladas de 25 semanas para 1751, podemos tener una idea de los componentes del negocio del sacrificio del ganado. Por cada novillo el abastecedor obtenía un total de 9,8 pesos como producido bruto de su venta (esta cifra, desde luego, no incluye costos). En 25 semanas, es decir, durante medio año, la carnicería arrojaba un movimiento de 24 189 pesos, lo cual es una cifra bastante apreciable. Fácilmente podría ser uno de los negocios con mayor movimiento en la órbita económica de Santafé.
Además de la carne, el sacrificio de ganado producía algunos subproductos no menos importantes. El principal de ellos era el sebo, altamente valorado por ser la materia prima del alumbrado doméstico en Santafé. Otros subproductos de menor importancia, según el “corte” acostumbrado en la Colonia, eran la lengua, el “menudo” o “mondongos”, el cuero y, en menor medida, las vejigas. El cuero era un insumo muy importante en la fabricación de diferentes utensilios domésticos: botijas (para almacenar líquidos), muebles, arcones y cajas, asientos, sillas de montar etc. Por cada novillo se obtenía en carne, limpia de sebo, un 67 por ciento del producto monetario que obtenía el abastecedor por la venta del ganado. Después seguía en importancia el sebo, que constituía un 31,8 por ciento del total. El cuero tan sólo representaba un 3,8 por ciento del valor total.
El cargo necesitaba una gran solidez económica y casi que suponía un gran lucimiento social. ?Los miembros más respetables de la sociedad criolla santafereña lo tomaron durante el siglo xvii. Por ejemplo, Alonso de Caicedo, dueño de El Novillero y encomendero de Bogotá, fue abastecedor en 1694; José Ricaurte, tesorero de la Real Casa de Moneda y alcalde ordinario de Santafé, lo fue durante las décadas del veinte y el treinta del siglo xviii.
El cuadro sobre sacrificio de ganado en Santafé no muestra una tendencia explícita. Los datos, difícilmente obtenidos, pueden acusar defectos; sin embargo, muestran una oferta de carne estancada, pues ni siquiera crece acorde con la población. Muestra, además de las evidencias encontradas en los documentos (quejas, medidas, etc.), un bajo abastecimiento en materia de carne para la Santafé del siglo xviii.
Con dificultades para obtener carne, el cargo de abastecedor se fue haciendo menos codiciado, hasta que llegó el momento en que empezó a sufrir largas vacancias porque nadie quería tomarlo. El inflexible control de precios y los crecientes riesgos contribuyeron en primer término a que se produjera esta situación. Como consecuencia de ella, el Cabildo se vio precisado a ofrecer estímulos adicionales, como un atractivo apoyo financiero con dineros de la Caja de Bienes de Difuntos. Inclusive en 1721 el Cabildo solicitó a la Compañía de Jesús que se hiciera cargo del abastecimiento, pero los sagaces jesuitas declinaron el “honor” que se les brindaba arguyendo que su condición de siervos de Dios era incompatible con el ejercicio de un menester lucrativo.
Los ciclos económicos
La posibilidad de ubicar ciclos de largo plazo se encuentra en la observación de la economía interregional. El carácter autosuficiente de la zona y la lentitud del aumento demográfico, centra la atención sobre las condiciones de exportación de la sabana.
En esta perspectiva las posibilidades de crecimiento regional a un ritmo mayor que el aumento de la población, depende de la demanda extrarregional de sus productos. En la Nueva Granada colonial el único sector económico con potencial de expansión (por su amplia demanda internacional) es el minero. Esta relación se comprueba en el examen de la economía sabanera. Los ciclos planteados para la Nueva Granada a grandes rasgos coinciden con los ciclos de auge y estancamiento de la economía regional. Se comprueba así la alta relación entre la economía minera y la producción regional.
Los ciclos económicos están en buena parte reflejados en la mayor o menor intensidad de las transacciones de tierras. Veamos el siguiente cuadro que se basa en datos del archivo Carrasquilla.
Aparece aquí el primer periodo el cual abarca la concesión de las primeras mercedes de tierra. La mayor cantidad de transacciones se observa en el segundo, que es el de la gran expansión de la agricultura en las haciendas y en las pequeñas y medianas propiedades.
A partir de 1660 se inició una etapa de parálisis casi total en las transacciones de tierra, tal como lo demuestra el cuadro. Esta depresión se prolongó por más de un siglo, hasta que las medidas y reformas de Carlos III reactivaron la economía y, como consecuencia de ello, el movimiento de la propiedad rural.
Es curioso observar el contraste que muestra la estadística sobre censos construida a partir de los documentos existentes en el Archivo Nacional para cinco comunidades religiosas. Las cifras agrupadas muestran un auge en los censos (préstamos hipotecarios) otorgados por las órdenes religiosas. Estas organizaciones, por su particular constitución (capacidad de recibir tributos, donaciones y legados y por su influencia moral y política), podían tener dinero líquido en épocas de depresión. Estas condiciones las convertían en prestamistas, en el principal y casi único agente financiero de la época colonial. Precisamente durante este periodo de depresión, el volumen de censos otorgados por la Iglesia creció a su punto máximo. A partir de la mitad del siglo xvii empieza un ascenso fuerte.
Entre 1651 y 1700 se pueden contabilizar 34 censos otorgados con el conjunto de estas comunidades. Pero el periodo más alto es la mitad del siglo?xviii. En su transcurso subieron a 78 el número de censos, para decaer posteriormente. Esta nueva tendencia descendente, a partir de 1750, va totalmente en contravía con el ritmo de crecimiento económico. Lo que se puede concluir a primera vista es que las épocas de depresión en la sabana estimulaban la actividad de préstamo y concomitantemente la acción de las órdenes religiosas.
Es factible suponer que el gran avance de la Iglesia en la tenencia de tierras (casi tres cuartas partes de la sabana estaban en sus manos a finales del xvii) se lleva a cabo durante épocas de estancamiento económico.
Los ciclos económicos de la sabana obedecieron a muchos factores de los que hoy llamaríamos macroeconómicos. El altiplano tenía el privilegio de una tierra excepcionalmente apta para el cultivo del trigo. Por ello, otras regiones que carecían de esta prerrogativa natural lo demandaban continuamente. Y era esta demanda la que sostenía la producción de trigo, ya que el estancamiento de la población santafereña hasta mediados del siglo xvii y la estabilidad forzosa de los precios, eran factores que habrían desestimulado totalmente dicha producción de no haber existido la demanda de otras regiones. Sin embargo, esta demanda disminuyó como consecuencia de la depresión de la minería en Antioquia y el Tolima y de la sustitución del trigo sabanero por grano importado en los puertos del Magdalena y en Cartagena.
Hasta 1590 era obligatorio que toda la producción minera fuera traída a Santafé para ser quintada y marcada. Por lo tanto, numerosas caravanas afluían a la capital a traer los metales, creando así una constante demanda de alimentos, textiles burdos y otras mercancías. Pero como después de esta fecha tales funciones fueron descentralizadas, este valioso mercado desapareció. Por su parte, el mercado de Cartagena para el trigo sabanero llegó a un punto de virtual extinción a causa de la harina de contrabando que llegaba a este puerto procedente de las colonias inglesas de América del Norte.
Comercio interregional
Durante casi todo el siglo xvii fue la zona del Alto Magdalena el gran abastecedor de carne de Santafé. Neiva, Timaná y La Plata eran regiones de buenos pastos y favorables condiciones ecológicas donde se daba ganado vacuno en abundancia. Estos semovientes no recibían casi ningún cuidado por lo que los costos de producción eran especialmente bajos. El principal problema radicaba en las dificultades de movilización. El viaje de las manadas de Neiva a Santafé tomaba un promedio de 20 días.
Las relaciones entre las dos regiones fueron complementarias hasta finales del siglo xvii (1680), época en la cual otras zonas (diferentes a Santafé) demandaron con igual urgencia la producción neivana. La región de Quito, que hasta entonces había estado satisfactoriamente abastecida por el ganado procedente del Cauca, aumentó su demanda, debido a lo cual los quiteños empezaron a ofrecer mejores precios por el ganado del alto Magdalena. Lógicamente, los ganaderos de Neiva y zonas aledañas preferían enviar sus reses a Quito, lo que generó de inmediato una situación conflictiva, pues el ganado de mejor calidad tomó el rumbo del sur mientras el menos apetecible fue enviado a Santafé. Empezaron entonces el forcejeo y las presiones políticas de la capital para obligar a Neiva a remitirle la totalidad de su producción. Finalmente se llegó a un acuerdo consistente en que Neiva y las regiones adyacentes se comprometían a enviar anualmente una cuota mínima de 4 500 novillos a Santafé.
Los ganaderos de Neiva y Timaná suscribieron el convenio pero no bajaron la guardia y de inmediato procedieron a llevar la querella ante el rey. Esta pugna fue prolongada y tenaz. La balanza se inclinó alternativamente hacia uno y otro lado, hubo infinidad de pleitos; la corona favoreció en principio a los neivanos, pero al fin la contraofensiva jurídica de los santafereños logró que en 1712 la corona volviera a otorgar la prioridad en el abasto a Santafé. Por último se impuso el sistema de transar con base en cuotas, lo que reemplazó con ventaja a los viejos litigios29. En 1733, Neiva se comprometió a entregar 1 500 novillos semestrales a la dehesa de Bogotá, quedando en libertad para negociar sin cortapisas sus excedentes con las otras regiones que los demandaran. En cierta forma puede decirse que Neiva obtuvo ventajas importantes en la negociación. Consiguió disminuir su cuota de los 4 500 novillos anuales que se pactaron en principio a sólo 3 000, con lo cual incrementó su capacidad para surtir otros mercados. Además obtuvo un aumento del 17 por ciento en el ganado puesto en la dehesa. Empero, Santafé siguió pagando precios inferiores a los que ofrecía Quito. En otras palabras, aunque hizo concesiones, terminó imponiendo sus prerrogativas de capital. Durante la segunda mitad del siglo xviii irrumpió vigorosamente la Compañía de Jesús como proveedor de carne de Santafé. Su organización suprarregional y sus numerosas propiedades rurales le permitieron tender un auténtico puente entre Neiva y Santafé para llevar a cabo todo el proceso, sin perder dinero. El levante del ganado se realizaba en Neiva; la fase final (ceba) tenía lugar ya en la sabana. Pero las intermedias se iban cumpliendo a lo largo de la cadena de haciendas que los jesuitas poseían entre los dos extremos de la vía. La hacienda Villavieja (actual departamento del Huila) y la hacienda Doima, en la jurisdicción de Ibagué, eran las sedes de levante de ganado flaco. De allí pasaban las reses a la hacienda El Espinal, en cuyos potreros descansaban y se recuperaban los animales evitando así grandes pérdidas de peso. El eslabón final de la cadena era la hacienda La Chamicera, al occidente de la sabana, donde el ganado descansaba y engordaba30. Este sistema normalizó y regularizó el mercado de carnes. Pero en 1780, ya expulsados los jesuitas, Santafé experimentó una aguda escasez de carne. La situación se hizo hasta tal grado crítica que las autoridades virreinales tuvieron finalmente que ceder en su vieja y obstinada política de monopolios, estancos y controles para dar paso a una progresiva liberalización en el comercio y el abasto de carne y derivados31. Hacia finales del periodo colonial, el sistema había hecho crisis. Con los vecinos presionando una libertad absoluta para la venta de carne y la excepción de pago de alcabalas y propios y ante la inminencia de los continuos periodos de escasez, las autoridades no tendrían muchas alternativas32. Poco a poco fue languideciendo el sistema de abasto forzoso y del monopolio de carne.
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Notas
- 1. Colmenares, Germán, Historia económica y social de Colombia 1537-1719, Editorial La Carreta, Medellín, 1975.
- 2. Villamarín, Juan A., Encomenderos and Indians in the Formation of Colonial Society in the Sabana of Bogotá, Colombia-1537 to 1740, 1972, Ph. D. Dissertation, Brandeis University, pág. 292.
- 3. Liévano Aguirre, Indalecio, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Bogotá, 1968, tercera edición, Tercer Mundo Ediciones.
- 4. Langebaek, Carl, “Cuando los muiscas diversificaron la agricultura y crearon el intercambio”, en Boletín cultural y bibliográfico, vol. 12, n.o 3, Biblioteca Luis Ángel Arango, 1985, págs. 6-8.
- 5. Solano, Francisco, “Introducción al estudio del abastecimiento urbano de la ciudad colonial”, en Hardoy, Jorge E. & Schadel, Richard, (comp.), Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a través de la historia, Ediciones SIAP, Buenos Aires, 1975.
- 6. Colmenares, Germán, Historia económica y social de Colombia, 1537-1719, Medellín, 1975, Editorial La Carreta, pág. 204.
- 7. Tovar Pinzón, Hermes, Grandes empresas agrícolas y ganaderas, 1980, pág. 141.
- 8. Villamarín, Juan A., op. cit., 1972.
- 9. Colmenares, Germán, op. cit., 1975, pág. 203.
- 10. AHNC, Fondo Caciques e Indios, tomo 20, fols. 29r, 33r, 46v-48.
- 11. Villamarín, Juan A., op. cit., 1972, págs. 306-310.
- 12. AHNC, Fondo Tierras de Cundinamarca, tomo 34, fols. 201r - 203r.
- 13. AHNC, Fondo Real Audiencia, tomo 17, fol. 398.
- 14. Villamarín & Villamarín, op. cit., 1975a.
- 15. Las “gentes del campo y orejones [el término aparece desde fines del xviii]… dejan sus bestias, caballos y recuas en la calle arrimados a la pared y de ordinario con el cabestro dentro de las tiendas y en cierta manera armando un lazo que embaraza el camino y tráfico de la gente de a pie…”. AHNC, Mejoras Materiales, tomo 17, fols. 474v.
- 16. Se estableció para tal efecto un “lugar cerrado y firme”. El sitio asignado por el Cabildo era un solar “que atiende el teniente coronel de milicias reformadas Don Miguel de Rivas en la esquina de la calle que baja de la plaza para el convento de La Concepción de que sólo dista una cuadra, al cual se ha puesto puerta con este motivo para que no se salgan y las encuentren los dueños cuando vayan a buscarlas para restituirse a sus pueblos, sin detenerse con ellas en las calles, tiendas o chicherías, bien que estos deberán cuidar de que no las vayan a sacar de allí otros que no lo sean del propio modo que lo hacen por ahora dejándolos en la plaza…”. AHNC, Fondo Mejoras Materiales, tomo 17, fols. 474r.
- 17. AHNC, Fondo Milicias y Marina, tomo 138, fols. 575.
- 18. AHNC, Fondo Archivos, tomo 6, fols. 714.
- 19. AHNC, Fondo Abastos, tomo 4, fols. 335.
- 20. AHNC, Fondo Abastos, tomo 7, fols. 67-124.
- 21. AHNC, Fondo Abastos, tomo 14, fols. 63r-66v.
- 22. Revista del Archivo Nacional, tomo 3, pág. 73.
- 23. Revista del Archivo Nacional, vol. 2, pág. 73.
- 24. AHNC, Fondo Quinas, tomo 1, fols. 39.
- 25. Revista del Archivo Nacional, vol. 1, pág. 73.
- 26. AHNC, Fondo Abastos, tomo 1, fols. 989r.
- 27. AHNC, Fondo Abastos, tomo 2, fols. 953.
- 28. Transcrito por Martínez, Carlos, Bogotá reseñada por cronistas y viajeros, Bogotá, 1978, Escala, Fondo Editorial, pág. 29.
- 29. AHNC, Fondo Abastos, tomo 4, fols. 578-579.
- 30. Colmenares, Germán, Historia económica y social de Colombia, 1969, págs. 106-109.
- 31. AHNC, Fondo Real Audiencia, tomo 1, fols. 660.
- 32. AHNC, Fondo Real Audiencia, tomo 1, fols. 660.