- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Cultura Incaica
Entrada con el Huayna Picchu al fondo. Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Viñetas ilustrativas de Felipe Guamán Poma de Ayala tomadas del libro Nueva crónica y buen gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala, publicada por la Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1980. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Terrazas y ruinas. Pisaq, Perú. Jeremy Horner.
Huayna Picchu desde Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Wiñay Wayna, Perú. Jeremy Horner.
Baño del Inca. Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Puyupatamarca, Perú. Jeremy Horner.
Puyupatamarca, Perú. Jeremy Horner.
Puyupatamarca, Perú. Jeremy Horner.
Sacsayhuaman, Perú. Jeremy Horner.
Sacsayhuaman, Perú. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
El signo escalonado en una construcción incaica. Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Coricancha, Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Pisaq, Perú. Jeremy Horner.
Wiñay Wayna, Perú. Jeremy Horner.
Sacsayhuaman, Perú. Jeremy Horner.
Desierto de Atacama y volcán de Lilancabur en la frontera con Bolivia. Pukura de Quilloc, Chile. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Plaza de Armas. Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Texto de: R. Tom Zuidema
En 1530 Francisco Pizarro inició su tercera expedición por las costas del Ecuador y la parte norte del Perú, que terminó en la conquista del imperio incaico. El 15 de noviembre de 1532, su pequeño ejército entró al pueblo inca de Cajamarca en el norte del Perú y al día siguiente apresó a Atahualpa. El rey incaico cayó prisionero y su ejército se desintegró. Meses más tarde, Pizarro envió a su hermano Hernando a una expedición a Pachacamac, el templo más grande del imperio en la costa central del Perú, cerca a Lima.
Hernando Pizarro regresó de su expedición sin haber encontrado mucha resistencia. Luego de ejecutar a Atahualpa, Pizarro salió con sus tropas hacia el Cuzco, la capital del imperio incaico en el sur del Perú, a la que entró el 15 de noviembre de 1533, exactamente un año después de su entrada a Cajamarca. En Cuzco, al final del año, los Incas y los españoles celebraban la coronación de un nuevo rey inca, Manco Inca. Durante dos años, la nobleza incaica pretendió negociar parte de su poder y cultura con los españoles. De hecho, se celebraron algunos rituales de estado incaicos, aunque con mucho menos esplendor.
En abril de 1536, Manco Inca se rebeló contra sus opresores con la intención de recuperar a Cuzco. Luego del fracaso de su rebelión, Manco Inca terminó refugiado en las montañas al este de los Andes, detrás de Machu Picchu, donde él y sus sucesores permanecieron independientes hasta 1572. Allá, Túpac Amaru, con quien se extinguió la dinastía de los Incas, fue capturado, llevado a Cuzco y ejecutado.
Conquistadores españoles, algunos de ellos secretarios de Pizarro, dejaron en sus escritos datos que hablan de vida independiente o semi-independiente en el estado incaico. Luego de recorrer la costa central de Ecuador, uno de estos conquistadores describió un templo donde momias, hechas de piel humana, rellenas de ceniza y paja y con los brazos extendidos sobre estacas, colgaban de los postes del edificio. En un cofre encontraron cabezas, reducidas con una técnica que más tarde se supo era de los Jíbaros del este de los Andes ecuatorianos. La expedición de Pizarro estaba aún en los límites del imperio y por tanto es posible que lo visto perteneciera a otras culturas más al norte.
El día de su entrada a Cajamarca, algunos oficiales españoles se reunieron con Atahualpa en la puerta de su campamento en las afueras del pueblo, donde éste los esperaba sentado en un taburete pequeño o tiana, indicativo de su rango y con su rostro escondido tras un velo.
De acuerdo con costumbres todavía observadas en las poblaciones amazónicas, Hernando Pizarro le hablaba a Atahualpa y, en su lugar, un caballero le respondía. Unas damas de honor atendían al rey, que escupía en sus manos cuando era necesario, y le retiraban los cabellos de su traje por temor a los maleficios. Otras damas, con jarras de oro en cada mano, servían cerveza de maíz a todos los presentes.
Al día siguiente, el ejército de Atahualpa entró a Cajamarca. Primero un escuadrón de soldados jóvenes, vestidos con túnicas de cuadros blancos y negros, barrieron la plaza. El rey llegó en su litera en medio de un escuadrón de ochenta caballeros vestidos con túnicas azules y adornados con pectorales y pulseras de oro. Media hora más tarde, los soldados españoles habían destruido esta escena de esplendor real que nunca más se volvería a ver. El único recuento de un testigo presencial del banquete real que se ofreció al hermano que Pizarro designó para suceder a Atahualpa, describe cómo cada capitán le ofrecía al nuevo rey una pluma blanca en señal de obediencia. Todos se sentaban sobre cojines de telas muy finas y ponían otras debajo de sus pies. La comida se servía en el suelo sobre tapetes de caña. A pesar de todo, este hermano también moriría más tarde en Cajamarca.
Miguel de Estete, el secretario que acompañó a Hernando Pizarro a Pachacamac, describe primero cómo entraron a la fortaleza costera de Paramonga. Sus cinco parapetos estaban pintados con numerosas figuras por fuera y por dentro y dos tigres enmarcaban la puerta principal. Esta fortaleza aún puede ser admirada, aunque sin las pinturas ni los tigres. En las ruinas del pueblo inca de Huanucopampa, entre los tres patios que conducen al palacio real pueden verse las puertas con los dos pumas de piedra que coronan sus dinteles. Pachacamac y la isla de Titicaca, en el lago del mismo nombre, fueron los dos lugares más sagrados del imperio. El primero, en el límite entre la tierra y el océano, cerca de Lima, estaba dedicado al Dios del Inframundo y los Terremotos. Estete vio dos templos, uno abierto e iluminado en una pirámide dedicada al sol y el otro cerrado y oscuro donde reinaba Pachacamac. La gente entraba luego de observar ayunos por un año. El templo del culto al sol fue impuesto por los Incas mientras Pachacamac, que tenía poderes reconocidos en todo el imperio, era el viejo Dios de los pueblos costeros. En contraste, la isla de Titicaca era el lugar, cerca de las antiguas ruinas de Tiahuanaco, donde una vez el dios Viracocha había hecho surgir del inframundo el sol, la luna y los ancestros de los Incas y de otros pueblos del sur de los Andes. El propio Viracocha había ido a la costa, bien a un lugar en Ecuador cerca del territorio donde Pizarro había llegado por primera vez, o a Pachacamac, o a la costa en Chile cerca del límite sur de la expansión incaica.
Como los españoles jamás vieron el esplendor de la ciudad de Cuzco, sus descripciones son muy superficiales. Atahualpa, luego de una guerra civil con su medio hermano Huáscar, tomó primero el botín de guerra de la ciudad y después pagó a los españoles rescate por su libertad. Exceptuando las bellas y firmes murallas, la mayor parte de la ciudad fue destruida durante el sitio de Manco Inca en 1536.
Solamente un cronista nos dejó el relato detallado de un ritual de estado incaico, visto un año antes en el mes de abril. El rey Manco Inca realizó una procesión junto con la alta nobleza y la cosecha traida a Cuzco por la gente de otros rangos. Los grandes señores se ubicaban a los dos lados de una amplia calle, al este de Cuzco, con las momias de sus ancestros acomodadas en carpas. Al amanecer, todos comenzaron a cantar muy quedo. Doscientas mujeres, escogidas para el culto del sol, se movían lentamente de Este a Oeste por el corredor, ofreciendo hojas de coca al Dios. En ciertos momentos, el rey las acompañaba. Al amanecer, el canto se hacía más y más alto, pero después del mediodía las voces bajaban hasta desaparecer con el ocaso. Todos rezaban al sol pidiéndole su regreso. Después de repetir este ritual por ocho días, el rey y la reina, a la cabeza de los caballeros y las damas más importantes del imperio, iniciaban el nuevo año agrícola arando un campo cercano consagrado a la ancestral diosa del maíz. Muchas llamas eran sacrificadas en este ritual y su carne distribuida entre la gente.
Los recuerdos de esta grandiosa fiesta en Cuzco ayudaron a otros cronistas a añadir detalles a la historia, aunque su importancia no puede entenderse sin conocer el relato de este primer testigo presencial. Canciones y danzas de victoria sobre la tierra marcaban el final de la cosecha que mantendría a la gente. Sólo durante este mes estaban permitidos ciertos juegos: el más importante se llamaba Pichqa por los cinco ojos de un dado (este juego es todavía popular en varias partes de los Andes y se juega durante las cinco noches después de la muerte de una persona aunque, al menos en un pueblo, también por el nacimiento de un niño). Una fuente describe la organización formal de los cuarenta caballeros importantes del imperio o sus representantes, que venían a presentar sus respetos al rey. Otro texto explica en detalle la importancia política y económica de esta reunión. Mientras los caballeros ofrecían sus presentes, los súbditos pagaban los tributos. El rey recibía lo uno y lo otro de las cuatro partes de su imperio (Tahuantinsuyo, las “cuatro partes”). Lo que provenía del sur de Collasuyu, las altiplanicies alrededor del lago Titicaca, era pasado por el rey a los señores del norte de Chinchaysuyu y viceversa; aquello proveniente de Antisuyu, las llanuras del Este, era intercambiado por el rey con lo que venía del Cuntisuyu, cerca del océano occidental. Así, esta fiesta era la ocasión y el modelo para un patrón de total intercambio económico.
Cuando, más tarde, Polo de Ondegardo, el cronista mejor informado sobre organización económica del imperio, descubrió en una aproximación teórica, cómo desde febrero en adelante, a comienzos del año incaico, las acllas (vírgenes escogidas), los textiles y muchos otros artículos llegaban al Cuzco para ser redistribuidos en la fiesta de Ayma, de seguro tenía en mente la fiesta descrita. En su época la celebración se había convertido ya en un agregado folclórico a la celebración española de Corpus Christi, todavía popular en Cuzco. El cronista mestizo Garcilaso de la Vega, el Inca, como él mismo se llamaba, había tomado parte de joven en esta combinación. Pero, a diferencia de otros tiempos, la celebración se llevaba a cabo frente a la catedral, no en las afueras del pueblo, y la fecha era calculada por los españoles. A partir de su vívida descripción, Garcilaso de la Vega reinventó una fiesta prehispánica que no conocía y por una razón astronómica distinta a la prehispánica.
El ejemplo anterior ilustra gráficamente un problema que afecta a todos los cronistas después de 1550. Ellos reconstruían un pasado incaico con base en datos que escuchaban y a partir de una realidad colonial muy diferente. Su argumentación se inscribía en la perspectiva renacentista, como hoy la antropología tampoco puede sustraerse a su marco contemporáneo. Tal vez el único cronista que escribió en 1551 y que pudo proyectarse y vivir en el mundo incaico fue Juan de Betanzos, un intérprete del quechua para españoles e Incas, casado con una mujer que había sido prometida como futura reina a Atahualpa, su pariente cercano, y hermana del asesor real. Como traductor del pensamiento incaico, Betanzos presentó su libro “en la manera y orden en que hablan los nativos”, indicando que los “indios comunes hablan siguiendo sus caprichos y como en un sueño.” Él describe el mundo Inca como una leyenda, dando un relato más coherente acerca de la vida social, económica y ritual del antiguo Cuzco independiente.
El marco del relato de Betanzos sirve como un mito de origen. Cuzco fue atacado por la confederación de los Chancas, que vivían alrededor de los coloniales y actuales Andahuaylas, nombre proyectado sobre su supuesta capital. El rey y el príncipe heredero encargaron la defensa de la ciudad a un hijo menor. Primero, Inca Yupanqui fue milagrosamente ayudado por veinte individuos que aparecieron más allá del horizonte. Con la reconstrucción de la ciudad en mente, Inca Yupanqui, envió veinte nobles a los valles vecinos para reunir mano de obra y reconstruir el sistema de canales en el valle. Luego, los hombres le ofrecieron sus hijas en matrimonio. En este contexto puede verse cómo la escala social de diez grupos de alto nivel y diez de bajo nivel, que mencionan algunos cronistas posteriores, surgió a partir de los lazos económicos reforzados por esas primeras alianzas, aspecto en el cual Betanzos es más claro que los demás cronistas.
Cada grupo externo recibía una sección especial del valle para que su gente trabajara, al cabo de cuatro meses este grupo era reemplazado por otro. Cada grupo traía su propia comida e implementos y para su almacenamiento construía bodegas dentro del territorio asignado. En recompensa por el trabajo, se distribuían textiles y alimentos cada cuatro meses.
Betanzos nos cuenta cómo este sistema desapareció casi al tiempo con la entrada de los españoles al Cuzco. Sin embargo, los primeros conquistadores y cronistas observaron aspectos generales del sistema. Los grandes señores venían por períodos de cuatro meses al Cuzco, donde cada uno mantenía su casa que, probablemente, era ocupada por otro señor cuando partía. Así, había tres períodos al año en que estos señores se reemplazaban unos a otros con su séquito, regalos y tributos. Hay también la descripción específica de que la gente alrededor del lago Titicaca enviaba al Cuzco mil hombres con sus manadas de llamas para que sirvieran en la distribución real de la carne por un año. Es probable que éstos llegaran a reemplazar a un grupo anterior en el mismo sistema de cuatro meses. (El lugar para la distribución de la carne aún se llama en Cuzco “El Portal de la Carne.”) Al principio, el tributo a los españoles continuó con base en los mismos cuatro meses pero, hacia 1570, el sistema cambió para adaptarse al sistema europeo de tributar en época de Navidad y de la fiesta de San Juan (junio 24). El cambio afectó la interpretación que los cronistas posteriores hicieron de la cultura incaica. Por ejemplo, la distribución en períodos de cuatro meses tenía como eje los tres festivales más importantes del año incaico: los de la siembra (hacia agosto y septiembre), los rituales reales de iniciación (hacia diciembre y enero) y los de la cosecha (hacia abril y mayo). Después se celebraban grandes rituales de sacrificio de niños y niñas “escogidos” (aclla), llamados Cápac hucha (“obligación real”). Pero, después de 1570, algunas crónicas señalan que estos sacrificios se habían efectuado alrededor de los dos solsticios, es decir, cerca de Navidad y de la fiesta de San Juan.
Los vínculos de parentesco, la organización social, los rituales de iniciación, las procesiones, los sacrificios e incluso la tecnología y la guerra eran aspectos de las mismas actitudes hacia la vida, todos íntimamente entretejidos. Esto es evidente al analizar el calendario incaico. Uno de sus aspectos más originales, que es sólo una expresión de la larga tradición del pensamiento andino sobre este tema, era la forma como el calendario integraba los conceptos de tiempo y espacio. Los rituales de cada mes estaban a cargo de grupos diferentes, con sus propios vínculos locales y relaciones con la capital. Aunque se reconoce una división general de doce meses en el año, de importancia para Cuzco y sus valles aledaños, un decimotercer mes adicional representaba las relaciones de Cuzco y el rey con todos los señores extranjeros. Los doce señores Incas consejeros del rey tenían un papel en este calendario. Una de sus funciones, cada uno en su propio mes, era supervisar la edad y clase de los jóvenes que más adelante serían soldados. El sistema se extendía también a la supervisión y cuidado de los niños. Las damas Iñaca, una categoría no incaica, se encargaban de ello por períodos de diez u ocho días, considerados subdivisiones del mes. La breve nota escrita por Betanzos sobre este sistema puede considerarse como la última referencia a una realidad social que, desde el instante mismo de la conquista, no tenía cabida ya en la sociedad colonial. Un cronista, Pedro Pizarro, quien había sido amigo de Atahualpa en Cajamarca, señaló que en la corte el rey tenía junto a la reina, otra “esposa” o “hermana” cada ocho días, volviendo a la primera al cabo de un año. Aparentemente, se trata de las mismas damas que Betanzos mencionaba en sus escritos. Pero en vez de representar un “harén”, estas damas pertenecían a una organización presidida por la reina, e incluía también las casas de las acllas, llamadas “vírgenes del sol” y “vírgenes del rey”, que prestaban su energía productiva para la realización de tejidos y cerveza para el Estado. Probablemente, las damas Iñaca y aquellas ofrecidas en matrimonio a Inca Yupanqui por la gente alrededor de Cuzco, mencionadas por Betanzos, eran las mismas damas de honor descritas por Pedro Pizarro.
A diferencia de los grandes panteones descritos en códices prehispánicos y crónicas coloniales con relación a las religiones Azteca y Maya de México y Guatemala, los españoles describieron pocos dioses y diosas en el sistema religioso andino, e incluso las deidades no fueron visualizadas, al menos en el arte incaico. Sin embargo, las crónicas documentadas están llenas de nombres de lugares sagrados en forma de montañas y rocas, lagos y cascadas, y toda clase de objetos naturales o hechos por el hombre con significados rituales. En primera instancia hay tres dioses: el Sol, el Rayo y Viracocha, y una diosa, Pachamama, “Madre Tierra.” El rey gobernante era considerado hijo del sol, pero no hay mitos del Cuzco que describan sus actos. El dios rayo era visto en varias partes del país como un dios activo de la montaña; en Cuzco existen sólo referencias indirectas a sus acciones. Viracocha fue rápidamente identificado con el Creador. Sin embargo, las religiones andinas no parecen haberse involucrado mucho en debates teológicos, y un acercamiento al tema desde este ángulo es sólo parcialmente provechoso, ya sea como apoyo o crítica a los intereses españoles. Como figura mítica, Viracocha era conocido por varios nombres. El mito de Coniraya, comparado con el de Viracocha en el centro del Perú, es tal vez el que mejor preserva esta imagen prehispánica. Coniraya perseguía a una mujer por el río hasta el templo de Pachacamac, al borde del océano. La mujer escapó y él no la pudo seguir más. A lo largo de la leyenda y mediante acciones que lo describen jocosamente, este dios va definiendo los intereses de la gente en la tierra para cultivo, en el agua para riego y en los animales salvajes para el uso ritual. Una forma original de representar a Viracocha en Cuzco, aunque en una crónica tardía, es como fuerza de la naturaleza, un gigante que durante un mes de fuerte lluvia vino por el río Villcanota (de Sureste a Noroeste), amenazando con destruir el pueblo. Pero las crónicas de Cuzco también describen a Viracocha como un dios creador del sol, la luna y los ancestros de distintos pueblos de la isla de Titicaca. En vez de seguir el curso de un río, como habían hecho Coniraya y el gigante, él viajaba por todo el país, pasando el río Villcanota para llegar al mar en Ecuador. Allí desaparecía, no entrando al agua, sino pasando sobre ella hacia el horizonte. Este mito se adaptó bien a los intereses imperiales de los Incas y recibió una re-interpretación colonial cuando los españoles incluyeron a los Andes como parte de su imperio universal. Pronto, los actos de Viracocha fueron integrados y duplicados en los mitos coloniales de los apóstoles San Bartolomé o Santo Tomás, de los que se creía habían viajado por todo el país llevando el Cristianismo mucho antes que los españoles.
Los numerosos lugares sagrados, huacas, mencionados en diversos documentos locales, son de mayor interés inmediato para el estudio de la religión andina. Hay mitos, por ejemplo, que los describen como actores. En 1560, los españoles se dieron cuenta de que el culto de las huacas en Cuzco estaba organizado de acuerdo con un complicado esquema de direcciones provenientes del templo del sol. Esta organización servía varios propósitos sociales, ofrecía una descripción topográfica del valle, de interés para la distribución de la tierra, el riego, la ganadería y la explotación de canteras. Fue mediante esta técnica de descripción formal e integrada como los Incas visualizaron sus intereses políticos en la organización espacial y temporal de su valle, convirtiéndose, a la vez, en modelo e instrumento para la organización de su imperio.
#AmorPorColombia
Cultura Incaica
Entrada con el Huayna Picchu al fondo. Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Viñetas ilustrativas de Felipe Guamán Poma de Ayala tomadas del libro Nueva crónica y buen gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala, publicada por la Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1980. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Terrazas y ruinas. Pisaq, Perú. Jeremy Horner.
Huayna Picchu desde Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Wiñay Wayna, Perú. Jeremy Horner.
Baño del Inca. Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Puyupatamarca, Perú. Jeremy Horner.
Puyupatamarca, Perú. Jeremy Horner.
Puyupatamarca, Perú. Jeremy Horner.
Sacsayhuaman, Perú. Jeremy Horner.
Sacsayhuaman, Perú. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
El signo escalonado en una construcción incaica. Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Ollantaytambo, Perú. Jeremy Horner.
Coricancha, Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Machu Picchu, Perú. Jeremy Horner.
Pisaq, Perú. Jeremy Horner.
Wiñay Wayna, Perú. Jeremy Horner.
Sacsayhuaman, Perú. Jeremy Horner.
Desierto de Atacama y volcán de Lilancabur en la frontera con Bolivia. Pukura de Quilloc, Chile. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Plaza de Armas. Cuzco, Perú. Jeremy Horner.
Texto de: R. Tom Zuidema
En 1530 Francisco Pizarro inició su tercera expedición por las costas del Ecuador y la parte norte del Perú, que terminó en la conquista del imperio incaico. El 15 de noviembre de 1532, su pequeño ejército entró al pueblo inca de Cajamarca en el norte del Perú y al día siguiente apresó a Atahualpa. El rey incaico cayó prisionero y su ejército se desintegró. Meses más tarde, Pizarro envió a su hermano Hernando a una expedición a Pachacamac, el templo más grande del imperio en la costa central del Perú, cerca a Lima.
Hernando Pizarro regresó de su expedición sin haber encontrado mucha resistencia. Luego de ejecutar a Atahualpa, Pizarro salió con sus tropas hacia el Cuzco, la capital del imperio incaico en el sur del Perú, a la que entró el 15 de noviembre de 1533, exactamente un año después de su entrada a Cajamarca. En Cuzco, al final del año, los Incas y los españoles celebraban la coronación de un nuevo rey inca, Manco Inca. Durante dos años, la nobleza incaica pretendió negociar parte de su poder y cultura con los españoles. De hecho, se celebraron algunos rituales de estado incaicos, aunque con mucho menos esplendor.
En abril de 1536, Manco Inca se rebeló contra sus opresores con la intención de recuperar a Cuzco. Luego del fracaso de su rebelión, Manco Inca terminó refugiado en las montañas al este de los Andes, detrás de Machu Picchu, donde él y sus sucesores permanecieron independientes hasta 1572. Allá, Túpac Amaru, con quien se extinguió la dinastía de los Incas, fue capturado, llevado a Cuzco y ejecutado.
Conquistadores españoles, algunos de ellos secretarios de Pizarro, dejaron en sus escritos datos que hablan de vida independiente o semi-independiente en el estado incaico. Luego de recorrer la costa central de Ecuador, uno de estos conquistadores describió un templo donde momias, hechas de piel humana, rellenas de ceniza y paja y con los brazos extendidos sobre estacas, colgaban de los postes del edificio. En un cofre encontraron cabezas, reducidas con una técnica que más tarde se supo era de los Jíbaros del este de los Andes ecuatorianos. La expedición de Pizarro estaba aún en los límites del imperio y por tanto es posible que lo visto perteneciera a otras culturas más al norte.
El día de su entrada a Cajamarca, algunos oficiales españoles se reunieron con Atahualpa en la puerta de su campamento en las afueras del pueblo, donde éste los esperaba sentado en un taburete pequeño o tiana, indicativo de su rango y con su rostro escondido tras un velo.
De acuerdo con costumbres todavía observadas en las poblaciones amazónicas, Hernando Pizarro le hablaba a Atahualpa y, en su lugar, un caballero le respondía. Unas damas de honor atendían al rey, que escupía en sus manos cuando era necesario, y le retiraban los cabellos de su traje por temor a los maleficios. Otras damas, con jarras de oro en cada mano, servían cerveza de maíz a todos los presentes.
Al día siguiente, el ejército de Atahualpa entró a Cajamarca. Primero un escuadrón de soldados jóvenes, vestidos con túnicas de cuadros blancos y negros, barrieron la plaza. El rey llegó en su litera en medio de un escuadrón de ochenta caballeros vestidos con túnicas azules y adornados con pectorales y pulseras de oro. Media hora más tarde, los soldados españoles habían destruido esta escena de esplendor real que nunca más se volvería a ver. El único recuento de un testigo presencial del banquete real que se ofreció al hermano que Pizarro designó para suceder a Atahualpa, describe cómo cada capitán le ofrecía al nuevo rey una pluma blanca en señal de obediencia. Todos se sentaban sobre cojines de telas muy finas y ponían otras debajo de sus pies. La comida se servía en el suelo sobre tapetes de caña. A pesar de todo, este hermano también moriría más tarde en Cajamarca.
Miguel de Estete, el secretario que acompañó a Hernando Pizarro a Pachacamac, describe primero cómo entraron a la fortaleza costera de Paramonga. Sus cinco parapetos estaban pintados con numerosas figuras por fuera y por dentro y dos tigres enmarcaban la puerta principal. Esta fortaleza aún puede ser admirada, aunque sin las pinturas ni los tigres. En las ruinas del pueblo inca de Huanucopampa, entre los tres patios que conducen al palacio real pueden verse las puertas con los dos pumas de piedra que coronan sus dinteles. Pachacamac y la isla de Titicaca, en el lago del mismo nombre, fueron los dos lugares más sagrados del imperio. El primero, en el límite entre la tierra y el océano, cerca de Lima, estaba dedicado al Dios del Inframundo y los Terremotos. Estete vio dos templos, uno abierto e iluminado en una pirámide dedicada al sol y el otro cerrado y oscuro donde reinaba Pachacamac. La gente entraba luego de observar ayunos por un año. El templo del culto al sol fue impuesto por los Incas mientras Pachacamac, que tenía poderes reconocidos en todo el imperio, era el viejo Dios de los pueblos costeros. En contraste, la isla de Titicaca era el lugar, cerca de las antiguas ruinas de Tiahuanaco, donde una vez el dios Viracocha había hecho surgir del inframundo el sol, la luna y los ancestros de los Incas y de otros pueblos del sur de los Andes. El propio Viracocha había ido a la costa, bien a un lugar en Ecuador cerca del territorio donde Pizarro había llegado por primera vez, o a Pachacamac, o a la costa en Chile cerca del límite sur de la expansión incaica.
Como los españoles jamás vieron el esplendor de la ciudad de Cuzco, sus descripciones son muy superficiales. Atahualpa, luego de una guerra civil con su medio hermano Huáscar, tomó primero el botín de guerra de la ciudad y después pagó a los españoles rescate por su libertad. Exceptuando las bellas y firmes murallas, la mayor parte de la ciudad fue destruida durante el sitio de Manco Inca en 1536.
Solamente un cronista nos dejó el relato detallado de un ritual de estado incaico, visto un año antes en el mes de abril. El rey Manco Inca realizó una procesión junto con la alta nobleza y la cosecha traida a Cuzco por la gente de otros rangos. Los grandes señores se ubicaban a los dos lados de una amplia calle, al este de Cuzco, con las momias de sus ancestros acomodadas en carpas. Al amanecer, todos comenzaron a cantar muy quedo. Doscientas mujeres, escogidas para el culto del sol, se movían lentamente de Este a Oeste por el corredor, ofreciendo hojas de coca al Dios. En ciertos momentos, el rey las acompañaba. Al amanecer, el canto se hacía más y más alto, pero después del mediodía las voces bajaban hasta desaparecer con el ocaso. Todos rezaban al sol pidiéndole su regreso. Después de repetir este ritual por ocho días, el rey y la reina, a la cabeza de los caballeros y las damas más importantes del imperio, iniciaban el nuevo año agrícola arando un campo cercano consagrado a la ancestral diosa del maíz. Muchas llamas eran sacrificadas en este ritual y su carne distribuida entre la gente.
Los recuerdos de esta grandiosa fiesta en Cuzco ayudaron a otros cronistas a añadir detalles a la historia, aunque su importancia no puede entenderse sin conocer el relato de este primer testigo presencial. Canciones y danzas de victoria sobre la tierra marcaban el final de la cosecha que mantendría a la gente. Sólo durante este mes estaban permitidos ciertos juegos: el más importante se llamaba Pichqa por los cinco ojos de un dado (este juego es todavía popular en varias partes de los Andes y se juega durante las cinco noches después de la muerte de una persona aunque, al menos en un pueblo, también por el nacimiento de un niño). Una fuente describe la organización formal de los cuarenta caballeros importantes del imperio o sus representantes, que venían a presentar sus respetos al rey. Otro texto explica en detalle la importancia política y económica de esta reunión. Mientras los caballeros ofrecían sus presentes, los súbditos pagaban los tributos. El rey recibía lo uno y lo otro de las cuatro partes de su imperio (Tahuantinsuyo, las “cuatro partes”). Lo que provenía del sur de Collasuyu, las altiplanicies alrededor del lago Titicaca, era pasado por el rey a los señores del norte de Chinchaysuyu y viceversa; aquello proveniente de Antisuyu, las llanuras del Este, era intercambiado por el rey con lo que venía del Cuntisuyu, cerca del océano occidental. Así, esta fiesta era la ocasión y el modelo para un patrón de total intercambio económico.
Cuando, más tarde, Polo de Ondegardo, el cronista mejor informado sobre organización económica del imperio, descubrió en una aproximación teórica, cómo desde febrero en adelante, a comienzos del año incaico, las acllas (vírgenes escogidas), los textiles y muchos otros artículos llegaban al Cuzco para ser redistribuidos en la fiesta de Ayma, de seguro tenía en mente la fiesta descrita. En su época la celebración se había convertido ya en un agregado folclórico a la celebración española de Corpus Christi, todavía popular en Cuzco. El cronista mestizo Garcilaso de la Vega, el Inca, como él mismo se llamaba, había tomado parte de joven en esta combinación. Pero, a diferencia de otros tiempos, la celebración se llevaba a cabo frente a la catedral, no en las afueras del pueblo, y la fecha era calculada por los españoles. A partir de su vívida descripción, Garcilaso de la Vega reinventó una fiesta prehispánica que no conocía y por una razón astronómica distinta a la prehispánica.
El ejemplo anterior ilustra gráficamente un problema que afecta a todos los cronistas después de 1550. Ellos reconstruían un pasado incaico con base en datos que escuchaban y a partir de una realidad colonial muy diferente. Su argumentación se inscribía en la perspectiva renacentista, como hoy la antropología tampoco puede sustraerse a su marco contemporáneo. Tal vez el único cronista que escribió en 1551 y que pudo proyectarse y vivir en el mundo incaico fue Juan de Betanzos, un intérprete del quechua para españoles e Incas, casado con una mujer que había sido prometida como futura reina a Atahualpa, su pariente cercano, y hermana del asesor real. Como traductor del pensamiento incaico, Betanzos presentó su libro “en la manera y orden en que hablan los nativos”, indicando que los “indios comunes hablan siguiendo sus caprichos y como en un sueño.” Él describe el mundo Inca como una leyenda, dando un relato más coherente acerca de la vida social, económica y ritual del antiguo Cuzco independiente.
El marco del relato de Betanzos sirve como un mito de origen. Cuzco fue atacado por la confederación de los Chancas, que vivían alrededor de los coloniales y actuales Andahuaylas, nombre proyectado sobre su supuesta capital. El rey y el príncipe heredero encargaron la defensa de la ciudad a un hijo menor. Primero, Inca Yupanqui fue milagrosamente ayudado por veinte individuos que aparecieron más allá del horizonte. Con la reconstrucción de la ciudad en mente, Inca Yupanqui, envió veinte nobles a los valles vecinos para reunir mano de obra y reconstruir el sistema de canales en el valle. Luego, los hombres le ofrecieron sus hijas en matrimonio. En este contexto puede verse cómo la escala social de diez grupos de alto nivel y diez de bajo nivel, que mencionan algunos cronistas posteriores, surgió a partir de los lazos económicos reforzados por esas primeras alianzas, aspecto en el cual Betanzos es más claro que los demás cronistas.
Cada grupo externo recibía una sección especial del valle para que su gente trabajara, al cabo de cuatro meses este grupo era reemplazado por otro. Cada grupo traía su propia comida e implementos y para su almacenamiento construía bodegas dentro del territorio asignado. En recompensa por el trabajo, se distribuían textiles y alimentos cada cuatro meses.
Betanzos nos cuenta cómo este sistema desapareció casi al tiempo con la entrada de los españoles al Cuzco. Sin embargo, los primeros conquistadores y cronistas observaron aspectos generales del sistema. Los grandes señores venían por períodos de cuatro meses al Cuzco, donde cada uno mantenía su casa que, probablemente, era ocupada por otro señor cuando partía. Así, había tres períodos al año en que estos señores se reemplazaban unos a otros con su séquito, regalos y tributos. Hay también la descripción específica de que la gente alrededor del lago Titicaca enviaba al Cuzco mil hombres con sus manadas de llamas para que sirvieran en la distribución real de la carne por un año. Es probable que éstos llegaran a reemplazar a un grupo anterior en el mismo sistema de cuatro meses. (El lugar para la distribución de la carne aún se llama en Cuzco “El Portal de la Carne.”) Al principio, el tributo a los españoles continuó con base en los mismos cuatro meses pero, hacia 1570, el sistema cambió para adaptarse al sistema europeo de tributar en época de Navidad y de la fiesta de San Juan (junio 24). El cambio afectó la interpretación que los cronistas posteriores hicieron de la cultura incaica. Por ejemplo, la distribución en períodos de cuatro meses tenía como eje los tres festivales más importantes del año incaico: los de la siembra (hacia agosto y septiembre), los rituales reales de iniciación (hacia diciembre y enero) y los de la cosecha (hacia abril y mayo). Después se celebraban grandes rituales de sacrificio de niños y niñas “escogidos” (aclla), llamados Cápac hucha (“obligación real”). Pero, después de 1570, algunas crónicas señalan que estos sacrificios se habían efectuado alrededor de los dos solsticios, es decir, cerca de Navidad y de la fiesta de San Juan.
Los vínculos de parentesco, la organización social, los rituales de iniciación, las procesiones, los sacrificios e incluso la tecnología y la guerra eran aspectos de las mismas actitudes hacia la vida, todos íntimamente entretejidos. Esto es evidente al analizar el calendario incaico. Uno de sus aspectos más originales, que es sólo una expresión de la larga tradición del pensamiento andino sobre este tema, era la forma como el calendario integraba los conceptos de tiempo y espacio. Los rituales de cada mes estaban a cargo de grupos diferentes, con sus propios vínculos locales y relaciones con la capital. Aunque se reconoce una división general de doce meses en el año, de importancia para Cuzco y sus valles aledaños, un decimotercer mes adicional representaba las relaciones de Cuzco y el rey con todos los señores extranjeros. Los doce señores Incas consejeros del rey tenían un papel en este calendario. Una de sus funciones, cada uno en su propio mes, era supervisar la edad y clase de los jóvenes que más adelante serían soldados. El sistema se extendía también a la supervisión y cuidado de los niños. Las damas Iñaca, una categoría no incaica, se encargaban de ello por períodos de diez u ocho días, considerados subdivisiones del mes. La breve nota escrita por Betanzos sobre este sistema puede considerarse como la última referencia a una realidad social que, desde el instante mismo de la conquista, no tenía cabida ya en la sociedad colonial. Un cronista, Pedro Pizarro, quien había sido amigo de Atahualpa en Cajamarca, señaló que en la corte el rey tenía junto a la reina, otra “esposa” o “hermana” cada ocho días, volviendo a la primera al cabo de un año. Aparentemente, se trata de las mismas damas que Betanzos mencionaba en sus escritos. Pero en vez de representar un “harén”, estas damas pertenecían a una organización presidida por la reina, e incluía también las casas de las acllas, llamadas “vírgenes del sol” y “vírgenes del rey”, que prestaban su energía productiva para la realización de tejidos y cerveza para el Estado. Probablemente, las damas Iñaca y aquellas ofrecidas en matrimonio a Inca Yupanqui por la gente alrededor de Cuzco, mencionadas por Betanzos, eran las mismas damas de honor descritas por Pedro Pizarro.
A diferencia de los grandes panteones descritos en códices prehispánicos y crónicas coloniales con relación a las religiones Azteca y Maya de México y Guatemala, los españoles describieron pocos dioses y diosas en el sistema religioso andino, e incluso las deidades no fueron visualizadas, al menos en el arte incaico. Sin embargo, las crónicas documentadas están llenas de nombres de lugares sagrados en forma de montañas y rocas, lagos y cascadas, y toda clase de objetos naturales o hechos por el hombre con significados rituales. En primera instancia hay tres dioses: el Sol, el Rayo y Viracocha, y una diosa, Pachamama, “Madre Tierra.” El rey gobernante era considerado hijo del sol, pero no hay mitos del Cuzco que describan sus actos. El dios rayo era visto en varias partes del país como un dios activo de la montaña; en Cuzco existen sólo referencias indirectas a sus acciones. Viracocha fue rápidamente identificado con el Creador. Sin embargo, las religiones andinas no parecen haberse involucrado mucho en debates teológicos, y un acercamiento al tema desde este ángulo es sólo parcialmente provechoso, ya sea como apoyo o crítica a los intereses españoles. Como figura mítica, Viracocha era conocido por varios nombres. El mito de Coniraya, comparado con el de Viracocha en el centro del Perú, es tal vez el que mejor preserva esta imagen prehispánica. Coniraya perseguía a una mujer por el río hasta el templo de Pachacamac, al borde del océano. La mujer escapó y él no la pudo seguir más. A lo largo de la leyenda y mediante acciones que lo describen jocosamente, este dios va definiendo los intereses de la gente en la tierra para cultivo, en el agua para riego y en los animales salvajes para el uso ritual. Una forma original de representar a Viracocha en Cuzco, aunque en una crónica tardía, es como fuerza de la naturaleza, un gigante que durante un mes de fuerte lluvia vino por el río Villcanota (de Sureste a Noroeste), amenazando con destruir el pueblo. Pero las crónicas de Cuzco también describen a Viracocha como un dios creador del sol, la luna y los ancestros de distintos pueblos de la isla de Titicaca. En vez de seguir el curso de un río, como habían hecho Coniraya y el gigante, él viajaba por todo el país, pasando el río Villcanota para llegar al mar en Ecuador. Allí desaparecía, no entrando al agua, sino pasando sobre ella hacia el horizonte. Este mito se adaptó bien a los intereses imperiales de los Incas y recibió una re-interpretación colonial cuando los españoles incluyeron a los Andes como parte de su imperio universal. Pronto, los actos de Viracocha fueron integrados y duplicados en los mitos coloniales de los apóstoles San Bartolomé o Santo Tomás, de los que se creía habían viajado por todo el país llevando el Cristianismo mucho antes que los españoles.
Los numerosos lugares sagrados, huacas, mencionados en diversos documentos locales, son de mayor interés inmediato para el estudio de la religión andina. Hay mitos, por ejemplo, que los describen como actores. En 1560, los españoles se dieron cuenta de que el culto de las huacas en Cuzco estaba organizado de acuerdo con un complicado esquema de direcciones provenientes del templo del sol. Esta organización servía varios propósitos sociales, ofrecía una descripción topográfica del valle, de interés para la distribución de la tierra, el riego, la ganadería y la explotación de canteras. Fue mediante esta técnica de descripción formal e integrada como los Incas visualizaron sus intereses políticos en la organización espacial y temporal de su valle, convirtiéndose, a la vez, en modelo e instrumento para la organización de su imperio.