- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Lo que fundan los versos
Libros incunables. Archivo Histórico del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Bogotá.
Pedro A. Quijano. Fundación de Bogotá (detalle), óleo. 1938. Colección Academia de Historia. Bogotá.
Luis Fonseca. Pietro Crespi lee mientras Amaranta borda (detalle), 1970, acrílico sobre lienzo. 59,5 x 49,5 cm. Banco de la República.
Maillart. El monte de la agonía, dibujo. L’Amérique Equinoxiale. M. E. André. París, 1879.
Esclavos trabajando, s. xix. Viajes pintorescos a las dos Américas.
Cena en una casa acomodada, Santa Marta, s. xix. Viajes pintorescos a las dos Américas.
Nazareth, La Guajira.
Procesión del Nazareno, Semana Santa.Mompox, Bolívar.
Semana Santa. Pamplona, Santander del Norte.
Texto de: William Ospina
Abandonada la memoria oral, no nos llegaron los libros que en Europa la habían sustituido. Rota la dependencia de España, nos esforzamos por olvidar los lazos que unieron a nuestros pueblos con aquella península que nos había dado su sangre y su lengua. Arduo y apasionante tema para los historiadores, no sólo la reconstrucción del pasado, sino averiguar por qué y de qué modo nuestro pasado remoto pareció borrarse para las comunidades, por qué la memoria histórica no llegó a ser un elemento fundamental de la vida personal y colectiva. Cómo dimos en la tendencia a olvidar también el pasado reciente, a no heredar la experiencia acumulada por las generaciones, y cómo nos habituamos a vivir en la improvisación y en el instante.
Experiencias como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, donde miles de personas acuden a escuchar a poetas de todo el mundo, o la apasionante labor pedagógica de maestros orales como Estanislao Zuleta, lo mismo que la persistente búsqueda en Antioquia de un lenguaje literario que sepa atrapar los secretos del habla popular, su vivacidad y su diablura, como lo muestran las obras de Efe Gómez, de Tomás Carrasquilla, de Manuel Mejía Vallejo y de Fernando Vallejo, revelan la persistencia en algunas regiones de un intenso anhelo de memoria oral. Ello se entiende por nuestra parcial pertenencia al mundo indígena, pero también porque la memoria escrita, la alternativa de una cultura de lectores, no ha podido abrirse camino, aunque la independencia se inspirara en la Revolución francesa y en el pensamiento ilustrado que la precedía. La precaria democracia que nació con la república estaba manchada por la esclavitud, pero también por la convicción de los criollos notables, ahora en el poder, de que el resto de la población era una humanidad inferior y no merecía los beneficios de la cultura y de la prosperidad. Prejuicios raciales, culturales, geográficos, trabajaban día y noche en el alma de esos criollos arrogantes empeñados, no en engrandecer a sus pueblos, sino en sustituir a los peninsulares adoptando incluso una actitud mucho más excluyente que la que aquellos pudieron mostrar jamás. Hasta es posible entender por qué la dominación de los criollos acabó siendo más oprobiosa: al fin y al cabo también ellos eran mestizos, la servidumbre mestiza y mulata se les parecía un poco más que los españoles, y era preciso extremar la altivez y reforzar las diferencias para no confundirse con esa plebe a la que odiaban, para conservar la irrisoria ilusión de ser los amos por dictado de una condición superior.
Inspirarse en la Revolución francesa planteaba el desafío de la democracia, establecer una mínima igualdad ante la ley. Esto a su vez habría exigido la formación de ciudadanos modernos, educados, informados, críticos, exigentes. Pero, a los ojos de los señores, si la servidumbre se vuelve educada la perdemos como servidumbre, si se vuelve informada empieza a meterse en lo que no debiera, si asume una actitud crítica frente a las cuestiones sociales se hace incómoda y mortificante y, si empieza a exigir, pronto se creerá con derecho a ser dueña de algo. No es que el Estado haya olvidado por descuido que la educación era importante, o que no haya tenido recursos suficientes para adelantar la revolución educativa que tantos siglos de opresión y de exclusión exigían para formar verdaderos ciudadanos: para los dirigentes era una prioridad, y siguió siéndolo, no educar, en el alto sentido de formar ciudadanos, y apenas si se resignaron a dar la información y el adiestramiento necesarios para formar buenos operarios y mayordomos productivos. Todavía hoy, cuando se plantea el tema de la educación, los tecnócratas suelen pensar que la solución no es adelantar una gran renovación de la filosofía que la orienta y de su estrategia a largo plazo, sino diseñar métodos rápidos de adiestramiento para formar operarios presurosos y técnicos con destrezas básicas. Nunca ven a los posibles aprendices como seres de alta dignidad y de hondo sentido humano, sino como accidentes demográficos a los que hay que adiestrar en lo mínimo. Olvidan que hasta el más pobre operario, sin una formación dignificante como ciudadano y como ser humano, puede ser más peligroso que las hordas de Tamerlán. Olvidan que no invertir en educación equivale automáticamente a invertir en ignorancia, en fanatismo, en resentimiento y en desigualdad social, y que las víctimas de esa pedagogía negligente no son sólo las gentes humildes sino toda lo sociedad, incluidos los más poderosos y los mejor educados.
Una de las más dañinas prácticas de la historia de Colombia, que se prolongó mucho más que en otros países, fue la formal interdicción de la lectura por parte de la Iglesia, indebidamente convertida en tutora del Estado y protagonista de la vida política. El índice católico prohibió la lectura libre hasta bien avanzado el siglo xx, y todavía en Colombia, desdichadamente, los niveles de lectura son muy bajos comparados con países como Argentina o México, para no hablar de los países de Europa a los que Colombia puede compararse por su extensión y por su población. Si necesitamos encontrar nuevas diferencias que expliquen por qué en Colombia pasan cosas que no pasan en México, ni en Ecuador, ni en Argentina, ni en Venezuela, basta recordar que la separación entre la Iglesia y el Estado, la reforma de la propiedad agraria y la instauración de una educación laica son tareas que se iniciaron en México con la Reforma de fines del siglo xix y que se fortalecieron con la Revolución; que esas reformas liberales se cumplieron en Argentina con los gobiernos de Roca y de Irigoyen a comienzos de siglo y en Ecuador por la labor de Eloy Alfaro en la misma época. Colombia, que se envanecía de llamar a su capital la Atenas suramericana, permanecía a mediados del siglo xx hundida en una niebla medieval, de clérigos y de gamonales, mientras la mayor parte de los países vecinos habían accedido a algunas de las ventajas básicas de la modernidad occidental. Buena prueba de ello es que cuando los colombianos querían casarse por lo civil, estaban obligados a buscar en cualquiera de los países vecinos, desplazarse hasta Venezuela, Ecuador o Panamá, para disfrutar del más elemental de los privilegios de la democracia moderna, y hasta los funcionarios que sostenían el Estado clerical recurrían a esa astucia cuando lo necesitaban.
Sin embargo, como bien lo ha dicho el filósofo Danilo Cruz Vélez, la literatura había sido desde el comienzo la verdadera normalidad del país. La literatura colombiana es riquísima, y ya la Conquista había visto surgir la epopeya infinita de Juan de Castellanos. Nombrar la realidad en la literatura es algo que sólo parece posible después de una larga tradición, más fácil es al comienzo fantasear y crear mundos ideales y míticos para refugio de la imaginación. Por eso es tan importante pensar en la extraña voz de Castellanos, el primer poeta de Colombia, y se diría que el primer colombiano del que tengamos noticia, en el alto sentido que Bolívar le daría a esa exigente palabra. La palabra colombiano, en verdad, parece exigir de quien la lleva pertenecer a la modernidad, pertenecer a la época que se abrió con el encuentro de los mundos, no desconocer el carácter profundamente europeo de su cultura, pero al mismo tiempo, el vasto cuerpo tácito de América que le da a ese nombre su significación histórica y su trascendencia.
Juan de Castellanos, andaluz de origen, llegó muy joven al continente, tenía 22 años cuando conoció las granjerías de perlas del Cabo de la Vela, en la Guajira hoy colombiana, y desde entonces unió entrañablemente su vida al destino de Colombia, tanto de la Colombia que hoy existe como de la amplia Colombia que Bolívar propuso. Cantor del descubrimiento, Castellanos es el fundador de la tradición poética de por lo menos siete países, ya que cantó el avance de Juan Ponce de León y de sus tropas sobre Puerto Rico, de Alvarado sobre Cuba, de Garay sobre la isla de Jamaica, de Ortal y de Sedeño sobre la isla de Trinidad, la conquista de la Española, la larga y doliente conquista de Venezuela por las tropas de los capitanes alemanes Georgio Spira, Nicolás de Federmán, Ambrosio Alfínger y Felipe de Hutten; la conquista del Reino de Santa Marta, de la Guajira y de la Sierra Nevada; la conquista del Sinú y la fundación de Cartagena por Pedro de Heredia; la conquista del río Magdalena y del Nuevo Reino de Granada, hasta la tierra de Yuldama en Honda y hacia las cumbres de la Cordillera Central, por las pendientes del Guarinó, de Gonzalo Jiménez de Quesada; la fundación de Pasto, Popayán y Cali por Sebastián de Belalcázar; la conquista de Antioquia y el descubrimiento del Chocó. Castellanos alcanzó a cantar el viaje por el Amazonas de Orellana en 1541, el viaje ensangrentado de Pedro de Ursúa y de su asesino Lope de Aguirre veinte años después y, finalmente, los primeros asedios de los piratas ingleses a las fortalezas del Caribe.
Quien quiera encontrar el primer fresco de Colombia, el primer cuadro de conjunto, violento y desmesurado pero armonioso y amoroso, de lo que con los siglos se llamaría Colombia, puede leer las octavas reales de Juan de Castellanos, tan abundantes y minuciosas como una gran novela de aventuras, pero además ricas en versos melodiosos y en curiosos y patéticos detalles humanos.
Una de las muchas enseñanzas que nos dejan esas Elegías de varones ilustres de Indias es el modo como algunos conquistadores españoles fueron portadores de una gran cultura, de una formación amplia y profunda a la vez. El modo como Castellanos demuestra conocer a los clásicos griegos y latinos, a los árabes y a los sabios de su tiempo es abrumador. Uno se sorprende de que haya llegado a ser por épocas tan aldeana una sociedad que fue fundada sobre referencias culturales tan sólidas, sobre una curiosidad tan universal y sobre un lenguaje tan rico, tan sofisticado y tan lleno de recursos.
#AmorPorColombia
Lo que fundan los versos
Libros incunables. Archivo Histórico del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Bogotá.
Pedro A. Quijano. Fundación de Bogotá (detalle), óleo. 1938. Colección Academia de Historia. Bogotá.
Luis Fonseca. Pietro Crespi lee mientras Amaranta borda (detalle), 1970, acrílico sobre lienzo. 59,5 x 49,5 cm. Banco de la República.
Maillart. El monte de la agonía, dibujo. L’Amérique Equinoxiale. M. E. André. París, 1879.
Esclavos trabajando, s. xix. Viajes pintorescos a las dos Américas.
Cena en una casa acomodada, Santa Marta, s. xix. Viajes pintorescos a las dos Américas.
Nazareth, La Guajira.
Procesión del Nazareno, Semana Santa.Mompox, Bolívar.
Semana Santa. Pamplona, Santander del Norte.
Texto de: William Ospina
Abandonada la memoria oral, no nos llegaron los libros que en Europa la habían sustituido. Rota la dependencia de España, nos esforzamos por olvidar los lazos que unieron a nuestros pueblos con aquella península que nos había dado su sangre y su lengua. Arduo y apasionante tema para los historiadores, no sólo la reconstrucción del pasado, sino averiguar por qué y de qué modo nuestro pasado remoto pareció borrarse para las comunidades, por qué la memoria histórica no llegó a ser un elemento fundamental de la vida personal y colectiva. Cómo dimos en la tendencia a olvidar también el pasado reciente, a no heredar la experiencia acumulada por las generaciones, y cómo nos habituamos a vivir en la improvisación y en el instante.
Experiencias como el Festival Internacional de Poesía de Medellín, donde miles de personas acuden a escuchar a poetas de todo el mundo, o la apasionante labor pedagógica de maestros orales como Estanislao Zuleta, lo mismo que la persistente búsqueda en Antioquia de un lenguaje literario que sepa atrapar los secretos del habla popular, su vivacidad y su diablura, como lo muestran las obras de Efe Gómez, de Tomás Carrasquilla, de Manuel Mejía Vallejo y de Fernando Vallejo, revelan la persistencia en algunas regiones de un intenso anhelo de memoria oral. Ello se entiende por nuestra parcial pertenencia al mundo indígena, pero también porque la memoria escrita, la alternativa de una cultura de lectores, no ha podido abrirse camino, aunque la independencia se inspirara en la Revolución francesa y en el pensamiento ilustrado que la precedía. La precaria democracia que nació con la república estaba manchada por la esclavitud, pero también por la convicción de los criollos notables, ahora en el poder, de que el resto de la población era una humanidad inferior y no merecía los beneficios de la cultura y de la prosperidad. Prejuicios raciales, culturales, geográficos, trabajaban día y noche en el alma de esos criollos arrogantes empeñados, no en engrandecer a sus pueblos, sino en sustituir a los peninsulares adoptando incluso una actitud mucho más excluyente que la que aquellos pudieron mostrar jamás. Hasta es posible entender por qué la dominación de los criollos acabó siendo más oprobiosa: al fin y al cabo también ellos eran mestizos, la servidumbre mestiza y mulata se les parecía un poco más que los españoles, y era preciso extremar la altivez y reforzar las diferencias para no confundirse con esa plebe a la que odiaban, para conservar la irrisoria ilusión de ser los amos por dictado de una condición superior.
Inspirarse en la Revolución francesa planteaba el desafío de la democracia, establecer una mínima igualdad ante la ley. Esto a su vez habría exigido la formación de ciudadanos modernos, educados, informados, críticos, exigentes. Pero, a los ojos de los señores, si la servidumbre se vuelve educada la perdemos como servidumbre, si se vuelve informada empieza a meterse en lo que no debiera, si asume una actitud crítica frente a las cuestiones sociales se hace incómoda y mortificante y, si empieza a exigir, pronto se creerá con derecho a ser dueña de algo. No es que el Estado haya olvidado por descuido que la educación era importante, o que no haya tenido recursos suficientes para adelantar la revolución educativa que tantos siglos de opresión y de exclusión exigían para formar verdaderos ciudadanos: para los dirigentes era una prioridad, y siguió siéndolo, no educar, en el alto sentido de formar ciudadanos, y apenas si se resignaron a dar la información y el adiestramiento necesarios para formar buenos operarios y mayordomos productivos. Todavía hoy, cuando se plantea el tema de la educación, los tecnócratas suelen pensar que la solución no es adelantar una gran renovación de la filosofía que la orienta y de su estrategia a largo plazo, sino diseñar métodos rápidos de adiestramiento para formar operarios presurosos y técnicos con destrezas básicas. Nunca ven a los posibles aprendices como seres de alta dignidad y de hondo sentido humano, sino como accidentes demográficos a los que hay que adiestrar en lo mínimo. Olvidan que hasta el más pobre operario, sin una formación dignificante como ciudadano y como ser humano, puede ser más peligroso que las hordas de Tamerlán. Olvidan que no invertir en educación equivale automáticamente a invertir en ignorancia, en fanatismo, en resentimiento y en desigualdad social, y que las víctimas de esa pedagogía negligente no son sólo las gentes humildes sino toda lo sociedad, incluidos los más poderosos y los mejor educados.
Una de las más dañinas prácticas de la historia de Colombia, que se prolongó mucho más que en otros países, fue la formal interdicción de la lectura por parte de la Iglesia, indebidamente convertida en tutora del Estado y protagonista de la vida política. El índice católico prohibió la lectura libre hasta bien avanzado el siglo xx, y todavía en Colombia, desdichadamente, los niveles de lectura son muy bajos comparados con países como Argentina o México, para no hablar de los países de Europa a los que Colombia puede compararse por su extensión y por su población. Si necesitamos encontrar nuevas diferencias que expliquen por qué en Colombia pasan cosas que no pasan en México, ni en Ecuador, ni en Argentina, ni en Venezuela, basta recordar que la separación entre la Iglesia y el Estado, la reforma de la propiedad agraria y la instauración de una educación laica son tareas que se iniciaron en México con la Reforma de fines del siglo xix y que se fortalecieron con la Revolución; que esas reformas liberales se cumplieron en Argentina con los gobiernos de Roca y de Irigoyen a comienzos de siglo y en Ecuador por la labor de Eloy Alfaro en la misma época. Colombia, que se envanecía de llamar a su capital la Atenas suramericana, permanecía a mediados del siglo xx hundida en una niebla medieval, de clérigos y de gamonales, mientras la mayor parte de los países vecinos habían accedido a algunas de las ventajas básicas de la modernidad occidental. Buena prueba de ello es que cuando los colombianos querían casarse por lo civil, estaban obligados a buscar en cualquiera de los países vecinos, desplazarse hasta Venezuela, Ecuador o Panamá, para disfrutar del más elemental de los privilegios de la democracia moderna, y hasta los funcionarios que sostenían el Estado clerical recurrían a esa astucia cuando lo necesitaban.
Sin embargo, como bien lo ha dicho el filósofo Danilo Cruz Vélez, la literatura había sido desde el comienzo la verdadera normalidad del país. La literatura colombiana es riquísima, y ya la Conquista había visto surgir la epopeya infinita de Juan de Castellanos. Nombrar la realidad en la literatura es algo que sólo parece posible después de una larga tradición, más fácil es al comienzo fantasear y crear mundos ideales y míticos para refugio de la imaginación. Por eso es tan importante pensar en la extraña voz de Castellanos, el primer poeta de Colombia, y se diría que el primer colombiano del que tengamos noticia, en el alto sentido que Bolívar le daría a esa exigente palabra. La palabra colombiano, en verdad, parece exigir de quien la lleva pertenecer a la modernidad, pertenecer a la época que se abrió con el encuentro de los mundos, no desconocer el carácter profundamente europeo de su cultura, pero al mismo tiempo, el vasto cuerpo tácito de América que le da a ese nombre su significación histórica y su trascendencia.
Juan de Castellanos, andaluz de origen, llegó muy joven al continente, tenía 22 años cuando conoció las granjerías de perlas del Cabo de la Vela, en la Guajira hoy colombiana, y desde entonces unió entrañablemente su vida al destino de Colombia, tanto de la Colombia que hoy existe como de la amplia Colombia que Bolívar propuso. Cantor del descubrimiento, Castellanos es el fundador de la tradición poética de por lo menos siete países, ya que cantó el avance de Juan Ponce de León y de sus tropas sobre Puerto Rico, de Alvarado sobre Cuba, de Garay sobre la isla de Jamaica, de Ortal y de Sedeño sobre la isla de Trinidad, la conquista de la Española, la larga y doliente conquista de Venezuela por las tropas de los capitanes alemanes Georgio Spira, Nicolás de Federmán, Ambrosio Alfínger y Felipe de Hutten; la conquista del Reino de Santa Marta, de la Guajira y de la Sierra Nevada; la conquista del Sinú y la fundación de Cartagena por Pedro de Heredia; la conquista del río Magdalena y del Nuevo Reino de Granada, hasta la tierra de Yuldama en Honda y hacia las cumbres de la Cordillera Central, por las pendientes del Guarinó, de Gonzalo Jiménez de Quesada; la fundación de Pasto, Popayán y Cali por Sebastián de Belalcázar; la conquista de Antioquia y el descubrimiento del Chocó. Castellanos alcanzó a cantar el viaje por el Amazonas de Orellana en 1541, el viaje ensangrentado de Pedro de Ursúa y de su asesino Lope de Aguirre veinte años después y, finalmente, los primeros asedios de los piratas ingleses a las fortalezas del Caribe.
Quien quiera encontrar el primer fresco de Colombia, el primer cuadro de conjunto, violento y desmesurado pero armonioso y amoroso, de lo que con los siglos se llamaría Colombia, puede leer las octavas reales de Juan de Castellanos, tan abundantes y minuciosas como una gran novela de aventuras, pero además ricas en versos melodiosos y en curiosos y patéticos detalles humanos.
Una de las muchas enseñanzas que nos dejan esas Elegías de varones ilustres de Indias es el modo como algunos conquistadores españoles fueron portadores de una gran cultura, de una formación amplia y profunda a la vez. El modo como Castellanos demuestra conocer a los clásicos griegos y latinos, a los árabes y a los sabios de su tiempo es abrumador. Uno se sorprende de que haya llegado a ser por épocas tan aldeana una sociedad que fue fundada sobre referencias culturales tan sólidas, sobre una curiosidad tan universal y sobre un lenguaje tan rico, tan sofisticado y tan lleno de recursos.