- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
I - Cuatro Días Antes
Texto de: Porfirio Barba Jacob
Una señora como de cincuenta años y una señorita como de veinte, que podría pasar por su hija si no fuese porque no hay en ella un solo rasgo fisonómico que la asemeje a la matrona, se detienen a la puerta del Hospital Rosales1.
—¿Qué desean ustedes? –interroga el portero.
—Queremos ver a don Augusto Paniagua y a don Joaquín Osorio Ruiz2 –responde la señora.
—En los altos del Pensionado, cuarto número 80 –dice el portero, y les franquea el paso.
Momentos más tarde, las dos visitantes toman asiento en la pequeña alcoba que nos sirve de sanatorio a mi amigo Joaquín y a mí. La señorita es hermana de mi compañero de cuarto; la señora es mi madre3.
Después del saludo lleno de efusión recíproca, una y otra se informan con respecto a nuestra salud. ¡Estamos ya muy bien! Cuatro o seis días más, y podremos dejar el hospital y volver a la vida del trabajo.
La hermana de mi amigo clava en mí sus ojos profundos, serenos, de un castaño luminoso, y luego deja caer su mirada, por el ventanal abierto hacia el Oriente, sobre la ciudad que yace a nuestros pies. Y yo comprendo el mudo lenguaje: parece indicarme que allá abajo, entre las calles de la bella y laboriosa metrópoli, nos esperan la actividad y la alegría: que una de aquellas casas, ya dispuesta para el amor, nos abrigará muy pronto en su seno y será el santuario de nuestros espíritus juveniles.
Hablamos de los últimos sucesos. La guerra europea es, naturalmente, uno de los primeros temas de conversación. ¡Aquello es horrible, y no se vislumbra todavía la esperanza de paz! Por fortuna, nuestro país se ha sustraído prudentemente al gran incendio universal, y continúa prosperando la sombra del olivo simbólico. Ni aun la escasez que aflige a otras comarcas vendrá a turbar la marcha ascendente de la nación: el pueblo afanoso y progresista trabaja ahora más que nunca: por todas partes se advierte la actividad de los agricultores; se sembrará este año más que otro alguno. Las lluvias van a empezar, y la tierra agradecida nos dará mil granos por cada grano de los que arrojemos a su seno.
Y así, pasando de un tema a otro, venimos a parar al fin en uno que era inminente: se trata de un viaje de mi madre. Ha sido invitada, desde hace mucho tiempo, a pasar una corta temporada en la hacienda de Colombia4, propiedad de nuestro amigo don Roberto Álvarez. El viaje, diferido por causa de mi enfermedad, es ahora posible, puesto que yo estoy convaleciente. Insisto en que se realice: el campo, el aire, el reposo a la sombra de una amistad noble y discreta, son el mejor estímulo de la salud. Y convenimos, por fin, en que mi madre partirá al día siguiente, y en que yo iré a buscarla poco después de mi salida del hospital.
La visita toca a su fin: es tarde y se aproxima la hora en que los enfermos van a la mesa. Mi madre se despide con un abrazo de suprema ternura, me recomienda que no cometa desmanes, y se adelanta un poco, mientras conversa con Joaquín. Yo aprovecho la coyuntura que así se me ofrece para cambiar dos palabras con Consuelo. ¿Qué nos hemos dicho? Nada, o casi nada: algunas frases sencillas e inocentes, que quizás a un extraño parecerían vanas, pero cuyo hondo sentido sabemos bien nosotros. En fin nuestros corazones sonríen en lo íntimo; nuestros ojos se buscan; nuestras manos se estrechan. Y la esperanza crece, y la alegría se afirma en nosotros.
Bajamos. Ya en la plazuela, donde el sol del Poniente riega sus últimos oros, un nuevo abrazo, un nuevo apretón de manos. El tranvía acaba de llegar. Y mi madre y Ella se alejan al fin.
Joaquín y yo vamos a sentarnos, por breves minutos, en los escaños que rodean el jardincillo del hospital hacia el Sur. Tenemos a la espalda la estatua del sabio doctor Álvarez; a la derecha el parque, donde se alza, en medio de figuras alegóricas, el elegante monumento que la gratitud consagra al insigne filántropo Rosales5; al frente, la Escuela de Medicina6, grandiosa en medio de su sencillez, como un templo consagrado a la Ciencia.
Igual que aquella tarde, muchas otras solíamos reposar en los escaños Joaquín y yo. La casualidad nos había reunido en el hospital, y nuestras relaciones, hasta entonces un poco frías, se habían hecho cada vez más amplias y cordiales. A él le atraían mi esperanza inquebrantable, mi espíritu grave y alegre a un tiempo mismo, y un poco también mi prematura experiencia de la vida; a mí me encantaban en él la sencillez de su corazón, la bondad sonriente de su alma, y una ingenuidad dulce y un poco triste que se revelaba en sus más breves palabras. Por otra parte, su semblante me descubría rasgos evocadores del ser amado: el cabello negro profundo, los ojos castaños luminosos, y no sé qué dejos de voz, como los de Consuelo cuando solía interrogarme…
Aquel día, después de la comida, fuimos a dar el cotidiano paseo en torno del hospital. Nos gustaba contemplar el valle formado por el cerco azulino de las montañas, entre las cuales descuella, imponente y severo, el volcán de San Salvador: ¡duerma el monstruo su sueño por siglos de siglos, mientras la ciudad, potente y confiada, crece a sus pies, y se gloría de su obra, y dilata su orgullo, y eleva palacios, y acumula riquezas! Ahora la veíamos encender sus millares de luces. Más tarde la contemplaríamos ceñida por el halo rosáceo que sus luminarias proyectan en el cielo nocturno. ¡Ciudad laboriosa, ciudad fuerte, cerebro de la Nación, noble renuevo de la mejor savia latina!
Era ya entrada la sombra cuando regresamos al hospital. Tanto en nuestro pabellón como en el de las mujeres, los enfermos se habían recogido ya. Las Hermanas dirigían el canto de las preces, alivio de los espíritus humildes. Y en el vasto edificio, donde se albergaban cerca de ochocientos enfermos, reinaba una tranquilidad majestuosa. De vez en cuando, la queja de algún doliente que había sido operado pocas horas antes. Y otra vez el himno con sus coros graves y profundos.
Cuando subimos a nuestro cuarto, situado en el segundo piso, los compañeros de pensión y de convalecencia leían los diarios y comentaban la guerra. Por fin, a eso de las nueve, todos nos hallábamos recogidos. Paz en nuestros corazones. Paz en la casa del dolor. Paz en la gran ciudad, que apenas nos enviaba un vago murmullo y un débil resplandor a través de las ventanas abiertas…
Notas
- Los primeros hospitales de San Salvador, el San Juan de Dios y el del Patrocinio, fueron fundados en 1806, en las cercanías de los actuales Mercado Sagrado Corazón e iglesia del Calvario, por los filántropos españoles Fernando Antonio Escobar (1725-1807) y José Abascal. Para reemplazarlos, en 1883 se premió con mil pesos el plano del nuevo nosocomio general, elaborado por el malogrado capitán francés Albert Toufflet, y se negociaron sus terrenos al poniente de la ciudad, gracias al patronato religioso de San Vicente de Paúl y al cuantioso legado monetario dejado por el millonario político José Rosales. La primera piedra de los cimientos del ahora Hospital Rosales fue colocada en una ceremonia especial desarrollada el 12 de abril de 1891, cuando se depositó en ese lugar una metálica «cápsula del tiempo», que contenía una copia del acta de creación de la institución y ejemplares de los diarios capitalinos de aquella mañana. Los componentes prefabricados de la edificación fueron comprados por catálogo a la prestigiosa Société de Forges D’Aisseau, empresa belga que también había vendido edificios metálicos a Costa Rica. Traídas al país en grandes cajas y barcos, las partes fueron ensambladas bajo la dirección del ingeniero Andrés Bertrand y la construcción total fue inaugurada el 13 de julio de 1902. Ahora, el Hospital Rosales es considerada la estructura de lámina de hierro más grande de América Latina.
- Augusto Paniagua, Ricardo Arenales y Porfirio Barba Jacob eran seudónimos de ese escritor y periodista errante que fue el colombiano Miguel Ángel Osorio Benítez (1883-1942).
- En Porfirio Barba Jacob en Guatemala y en el recuerdo (Guatemala, 1995), el escritor guatemalteco Hugo Cerezo Dardón sostiene que esta madre de Osorio es, realmente, su abuela Benedicta Parra de Osorio, fallecida el 2 de diciembre de 1905.
- De acuerdo con el libro de Mauricio Álvarez Geoffroy –Los Álvarez Recuerdos de una familia (San Salvador, 1995)– la finca de café Colombia era, originalmente, propiedad del destacado médico y cirujano colombiano Emilio Álvarez Lalinde y, después, de la familiar Compañía Agrícola de El Salvador. La finca estaba situada a 1.800 pies de altura sobre el nivel del mar, en la zona del volcán de San Salvador conocida como malpais o terreno de lava petrificada cercano a Quezaltepeque.
- Se refiere a José Rosales, banquero nacido en San Salvador el 19 de marzo de 1827 y fallecido en la misma ciudad, el 6 de abril de 1891. Alcalde de la ciudad capital (1860 y 1876), senador y diputado, en su carácter de Tercer Designado fue Presidente de la República del 17 al 21 de junio de 1885, a raíz de la triunfante revolución que el general Francisco Menéndez dirigió contra los gobiernos del doctor Rafael Zaldívar y del general Fernando Figueroa. Por carecer de descendientes, hizo caso de la sugerencia que le hiciera el arzobispo capitalino Adolfo Antonio Pérez y Aguilar y en testamento, firmado el primero de abril de 1885, legó buena parte de su fortuna para la construcción del nuevo hospital de San Salvador, denominado Hospital Rosales en su honor.
- La Escuela de Medicina, Química y Farmacia de la Universidad de El Salvador fue fundada en 1913, en una de las manzanas situadas frente a la entrada principal del Hospital Rosales. Su elegante edificio de cemento armado fue dañado por el terremoto del 7 de junio de 1917 y reinaugurado, con su forma actual, el primero de marzo de 1936.
#AmorPorColombia
I - Cuatro Días Antes
Texto de: Porfirio Barba Jacob
Una señora como de cincuenta años y una señorita como de veinte, que podría pasar por su hija si no fuese porque no hay en ella un solo rasgo fisonómico que la asemeje a la matrona, se detienen a la puerta del Hospital Rosales1.
—¿Qué desean ustedes? –interroga el portero.
—Queremos ver a don Augusto Paniagua y a don Joaquín Osorio Ruiz2 –responde la señora.
—En los altos del Pensionado, cuarto número 80 –dice el portero, y les franquea el paso.
Momentos más tarde, las dos visitantes toman asiento en la pequeña alcoba que nos sirve de sanatorio a mi amigo Joaquín y a mí. La señorita es hermana de mi compañero de cuarto; la señora es mi madre3.
Después del saludo lleno de efusión recíproca, una y otra se informan con respecto a nuestra salud. ¡Estamos ya muy bien! Cuatro o seis días más, y podremos dejar el hospital y volver a la vida del trabajo.
La hermana de mi amigo clava en mí sus ojos profundos, serenos, de un castaño luminoso, y luego deja caer su mirada, por el ventanal abierto hacia el Oriente, sobre la ciudad que yace a nuestros pies. Y yo comprendo el mudo lenguaje: parece indicarme que allá abajo, entre las calles de la bella y laboriosa metrópoli, nos esperan la actividad y la alegría: que una de aquellas casas, ya dispuesta para el amor, nos abrigará muy pronto en su seno y será el santuario de nuestros espíritus juveniles.
Hablamos de los últimos sucesos. La guerra europea es, naturalmente, uno de los primeros temas de conversación. ¡Aquello es horrible, y no se vislumbra todavía la esperanza de paz! Por fortuna, nuestro país se ha sustraído prudentemente al gran incendio universal, y continúa prosperando la sombra del olivo simbólico. Ni aun la escasez que aflige a otras comarcas vendrá a turbar la marcha ascendente de la nación: el pueblo afanoso y progresista trabaja ahora más que nunca: por todas partes se advierte la actividad de los agricultores; se sembrará este año más que otro alguno. Las lluvias van a empezar, y la tierra agradecida nos dará mil granos por cada grano de los que arrojemos a su seno.
Y así, pasando de un tema a otro, venimos a parar al fin en uno que era inminente: se trata de un viaje de mi madre. Ha sido invitada, desde hace mucho tiempo, a pasar una corta temporada en la hacienda de Colombia4, propiedad de nuestro amigo don Roberto Álvarez. El viaje, diferido por causa de mi enfermedad, es ahora posible, puesto que yo estoy convaleciente. Insisto en que se realice: el campo, el aire, el reposo a la sombra de una amistad noble y discreta, son el mejor estímulo de la salud. Y convenimos, por fin, en que mi madre partirá al día siguiente, y en que yo iré a buscarla poco después de mi salida del hospital.
La visita toca a su fin: es tarde y se aproxima la hora en que los enfermos van a la mesa. Mi madre se despide con un abrazo de suprema ternura, me recomienda que no cometa desmanes, y se adelanta un poco, mientras conversa con Joaquín. Yo aprovecho la coyuntura que así se me ofrece para cambiar dos palabras con Consuelo. ¿Qué nos hemos dicho? Nada, o casi nada: algunas frases sencillas e inocentes, que quizás a un extraño parecerían vanas, pero cuyo hondo sentido sabemos bien nosotros. En fin nuestros corazones sonríen en lo íntimo; nuestros ojos se buscan; nuestras manos se estrechan. Y la esperanza crece, y la alegría se afirma en nosotros.
Bajamos. Ya en la plazuela, donde el sol del Poniente riega sus últimos oros, un nuevo abrazo, un nuevo apretón de manos. El tranvía acaba de llegar. Y mi madre y Ella se alejan al fin.
Joaquín y yo vamos a sentarnos, por breves minutos, en los escaños que rodean el jardincillo del hospital hacia el Sur. Tenemos a la espalda la estatua del sabio doctor Álvarez; a la derecha el parque, donde se alza, en medio de figuras alegóricas, el elegante monumento que la gratitud consagra al insigne filántropo Rosales5; al frente, la Escuela de Medicina6, grandiosa en medio de su sencillez, como un templo consagrado a la Ciencia.
Igual que aquella tarde, muchas otras solíamos reposar en los escaños Joaquín y yo. La casualidad nos había reunido en el hospital, y nuestras relaciones, hasta entonces un poco frías, se habían hecho cada vez más amplias y cordiales. A él le atraían mi esperanza inquebrantable, mi espíritu grave y alegre a un tiempo mismo, y un poco también mi prematura experiencia de la vida; a mí me encantaban en él la sencillez de su corazón, la bondad sonriente de su alma, y una ingenuidad dulce y un poco triste que se revelaba en sus más breves palabras. Por otra parte, su semblante me descubría rasgos evocadores del ser amado: el cabello negro profundo, los ojos castaños luminosos, y no sé qué dejos de voz, como los de Consuelo cuando solía interrogarme…
Aquel día, después de la comida, fuimos a dar el cotidiano paseo en torno del hospital. Nos gustaba contemplar el valle formado por el cerco azulino de las montañas, entre las cuales descuella, imponente y severo, el volcán de San Salvador: ¡duerma el monstruo su sueño por siglos de siglos, mientras la ciudad, potente y confiada, crece a sus pies, y se gloría de su obra, y dilata su orgullo, y eleva palacios, y acumula riquezas! Ahora la veíamos encender sus millares de luces. Más tarde la contemplaríamos ceñida por el halo rosáceo que sus luminarias proyectan en el cielo nocturno. ¡Ciudad laboriosa, ciudad fuerte, cerebro de la Nación, noble renuevo de la mejor savia latina!
Era ya entrada la sombra cuando regresamos al hospital. Tanto en nuestro pabellón como en el de las mujeres, los enfermos se habían recogido ya. Las Hermanas dirigían el canto de las preces, alivio de los espíritus humildes. Y en el vasto edificio, donde se albergaban cerca de ochocientos enfermos, reinaba una tranquilidad majestuosa. De vez en cuando, la queja de algún doliente que había sido operado pocas horas antes. Y otra vez el himno con sus coros graves y profundos.
Cuando subimos a nuestro cuarto, situado en el segundo piso, los compañeros de pensión y de convalecencia leían los diarios y comentaban la guerra. Por fin, a eso de las nueve, todos nos hallábamos recogidos. Paz en nuestros corazones. Paz en la casa del dolor. Paz en la gran ciudad, que apenas nos enviaba un vago murmullo y un débil resplandor a través de las ventanas abiertas…
Notas
- Los primeros hospitales de San Salvador, el San Juan de Dios y el del Patrocinio, fueron fundados en 1806, en las cercanías de los actuales Mercado Sagrado Corazón e iglesia del Calvario, por los filántropos españoles Fernando Antonio Escobar (1725-1807) y José Abascal. Para reemplazarlos, en 1883 se premió con mil pesos el plano del nuevo nosocomio general, elaborado por el malogrado capitán francés Albert Toufflet, y se negociaron sus terrenos al poniente de la ciudad, gracias al patronato religioso de San Vicente de Paúl y al cuantioso legado monetario dejado por el millonario político José Rosales. La primera piedra de los cimientos del ahora Hospital Rosales fue colocada en una ceremonia especial desarrollada el 12 de abril de 1891, cuando se depositó en ese lugar una metálica «cápsula del tiempo», que contenía una copia del acta de creación de la institución y ejemplares de los diarios capitalinos de aquella mañana. Los componentes prefabricados de la edificación fueron comprados por catálogo a la prestigiosa Société de Forges D’Aisseau, empresa belga que también había vendido edificios metálicos a Costa Rica. Traídas al país en grandes cajas y barcos, las partes fueron ensambladas bajo la dirección del ingeniero Andrés Bertrand y la construcción total fue inaugurada el 13 de julio de 1902. Ahora, el Hospital Rosales es considerada la estructura de lámina de hierro más grande de América Latina.
- Augusto Paniagua, Ricardo Arenales y Porfirio Barba Jacob eran seudónimos de ese escritor y periodista errante que fue el colombiano Miguel Ángel Osorio Benítez (1883-1942).
- En Porfirio Barba Jacob en Guatemala y en el recuerdo (Guatemala, 1995), el escritor guatemalteco Hugo Cerezo Dardón sostiene que esta madre de Osorio es, realmente, su abuela Benedicta Parra de Osorio, fallecida el 2 de diciembre de 1905.
- De acuerdo con el libro de Mauricio Álvarez Geoffroy –Los Álvarez Recuerdos de una familia (San Salvador, 1995)– la finca de café Colombia era, originalmente, propiedad del destacado médico y cirujano colombiano Emilio Álvarez Lalinde y, después, de la familiar Compañía Agrícola de El Salvador. La finca estaba situada a 1.800 pies de altura sobre el nivel del mar, en la zona del volcán de San Salvador conocida como malpais o terreno de lava petrificada cercano a Quezaltepeque.
- Se refiere a José Rosales, banquero nacido en San Salvador el 19 de marzo de 1827 y fallecido en la misma ciudad, el 6 de abril de 1891. Alcalde de la ciudad capital (1860 y 1876), senador y diputado, en su carácter de Tercer Designado fue Presidente de la República del 17 al 21 de junio de 1885, a raíz de la triunfante revolución que el general Francisco Menéndez dirigió contra los gobiernos del doctor Rafael Zaldívar y del general Fernando Figueroa. Por carecer de descendientes, hizo caso de la sugerencia que le hiciera el arzobispo capitalino Adolfo Antonio Pérez y Aguilar y en testamento, firmado el primero de abril de 1885, legó buena parte de su fortuna para la construcción del nuevo hospital de San Salvador, denominado Hospital Rosales en su honor.
- La Escuela de Medicina, Química y Farmacia de la Universidad de El Salvador fue fundada en 1913, en una de las manzanas situadas frente a la entrada principal del Hospital Rosales. Su elegante edificio de cemento armado fue dañado por el terremoto del 7 de junio de 1917 y reinaugurado, con su forma actual, el primero de marzo de 1936.