Al Excelentísimo Señor Embajador don Carlos Meléndez, Presidente de la República

Texto de: Porfirio Barba Jacob

Señor:

A Ud. que tan notablemente ha encarnado el alma salvadoreña en los días de prueba de la gran catástrofe, y que con tanta grandeza moral ha sabido infundir ánimo en los moradores y excitarlos a la obra magna de la reconstrucción, dedico estas páginas, pálido relato del desastre, y que apenas darán vaga idea de la angustia que dominó nuestros espíritus la noche aciaga del jueves de Corpus, y de los sufrimientos de que fuimos víctimas en los días subsiguientes.

Tiene esta breve narración un doble objeto: contar a los países centroamericanos el proceso del gran terremoto, hacerles sentir el horror de la tragedia que nos azotó con sus alas, mostrarles la desolación y la ruina que dejó el espantoso fenómeno, y enseñarles, al propio tiempo, con qué noble ímpetu y qué serena y enérgica voluntad, se ha sobrepuesto a su desgracia este pueblo, y cómo, sobre las ruinas lamentables de su gran ciudad, potente, rica y bella, se encumbra hoy San Salvador como un titán para reconstruir el hogar deshecho.

Si mis palabras revelan siquiera opacamente la terribilidad del fenómeno, y si sugieren, aunque sea de modo imperfecto, la noción del heroísmo, de la disciplina y de la serenidad de la Metrópoli en las horas de prueba, yo creeré haber realizado mi propósito.

En fin, señor, sírvase Ud. aceptar mi ofrenda, si no por lo que vale como obra literaria, al menos por lo que significa como un tributo de condolencia por el desastre y de admiración hacia las virtudes de este pueblo prócer.