- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Movilización Nacional
El 7 de agosto de 1930 se posesionó como presidente de Colombia Enrique Olaya Herrera. Lo acompañan Julián Uribe Gaviria, Jesús M. Yepes, señora Olaya de Aya, coroneles Luis María Castañeda, Leopoldo Piedrahíta, Ernesto Buenaventura y el dirigente santandereano Alejandro Galvis Galvis. El relevo de los dos partidos tradicionales en la dirección de¡ Estado había enfrentado al nuevo presidente con los candidatos conservadores Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo. El Conflicto Amazónico de 1932 uniría sus esfuerzos en una causa histórica. El primero como presidente de la Comisión Asesora de¡ Ministerio de Relaciones Exteriores y el segundo como comandante en jefe de la Expedición Militar enviada para el rescate de los territorios que se pretendió arrebatara Colombia.
Eduardo Santos.
Jorge Eliécer Gaitán
Guillermo Valencia.
Segundo gabinete del presidente Enrique Olaya Herrera. Correos y Telégrafos, Alberto Pumarejo, Industrias, Francisco José Chaux; Hacienda y Crédito Público, Esteban Jaramillo; Gobierno, Agustín Morales; Presidente, Enrique Olaya Herrer Relaciones Exteriores, Roberto Urdaneta; Guerra, Carlos Uribe Gaviria; Educación, Julio Carrizosa; Obras Públicas, Alfonso Araújo.
Al tener noticia de la invasión peruana al Trapecio Amazónico el pueblo colombiano colmó calles y plazas con fervor patriotico.
Al tener noticia de la invasión peruana al Trapecio Amazónico el pueblo colombiano colmó calles y plazas con fervor patriotico.
Al tener noticia de la invasión peruana al Trapecio Amazónico el pueblo colombiano colmó calles y plazas con fervor patriotico.
Doña María Teresa Londoño de Olaya Herrera, en su condición de Primera Dama de la nación, fue la persona encargada de presidir la Junta del Empréstito Patriótico. Le colaboraron distinguidas damas dentro de las cuales cabe destacar: sentadas, señoras Beatriz Rocha de Dávila, María Vega de Arango, María Teresa Londoño de Olaya Herrera, Cecilia Rocha de Obregón y Rosa Vega de Valenzuela, de pie, señora Margot Dávila de Londoño, señorita Rosa Holguín, señora Tina Dávila de Sáenz, señoritas Lola Fajardo y Leonor Rocha.
La Escuela Nacional de Medicina, fue construida en el Parque de los Mártires de Bogotá con fondos sobrantes de¡ empréstito para el Conflicto Amazónico.
El instituto Nacional de Radium, precursor del actual de Cancerología, fue otra importante realización médico‑científica resultante del Conflicto Amazónico.
Los capellanes militares cumplieron destacada labor en la moral espiritual de las tropas y en fortalecer los sentimientos patrióticos de los hombres en armas para la defensa de la heredad nacional.
El Conflicto Amazónico tuvo la virtud de despertar la conciencia colombiana a una realidad geográfica hasta entonces poco menos que ausente de sus preocupaciones. La selva y los grandes ríos que la atraviesan eran más una novela trágica que una vivencia geográfica. Algunas localidades perdidas en la profundidad de la manigua ni siquiera figuraban en el mapa mental de los colombianos. Caucaya pasó de pequeño caserío sobre el río Putumayo a sede del Destacamento y base fluvial y aérea, bautizada luego como Puerto leguízamo en honor de uno de los héroes de la guerra en comienzo. Puerto Asís evolucionó de centro misional a eslabón decisivo de las comunicaciones del interior hacia el alto Putumayo. Tarapacá, reconquistado por las armas colombianas, fue a partir del 15 de febrero de 1933 base de partida para la continuación de las operaciones encaminadas a lograr el dominio estratégico de las dos riberas del Putumayo.
El Conflicto Amazónico tuvo la virtud de despertar la conciencia colombiana a una realidad geográfica hasta entonces poco menos que ausente de sus preocupaciones. La selva y los grandes ríos que la atraviesan eran más una novela trágica que una vivencia geográfica. Algunas localidades perdidas en la profundidad de la manigua ni siquiera figuraban en el mapa mental de los colombianos. Caucaya pasó de pequeño caserío sobre el río Putumayo a sede del Destacamento y base fluvial y aérea, bautizada luego como Puerto leguízamo en honor de uno de los héroes de la guerra en comienzo. Puerto Asís evolucionó de centro misional a eslabón decisivo de las comunicaciones del interior hacia el alto Putumayo. Tarapacá, reconquistado por las armas colombianas, fue a partir del 15 de febrero de 1933 base de partida para la continuación de las operaciones encaminadas a lograr el dominio estratégico de las dos riberas del Putumayo.
Texto de: Mayor General, Juan Salcedo Lora.
El Gobierno de Colombia ante los hechos
Liderazgo del presidente Enrique Olaya Herrera
Quiso la Divina Providencia que al frente de los destinos de Colombia estuviera el más capaz en las horas aciagas del conflicto. No siempre gozan los pueblos de tal prerrogativa, mas siempre depositan en las urnas la confianza de sentirse representados por el mejor y de que éste pueda estar a la altura de las circunstancias.
Para ascender al primer cargo de la nación hubo de vencer Enrique Olaya Herrera, en franca lid, a los candidatos Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo. Vale la pena conocer el concepto que emitiera el primero de los nombrados sobre la personalidad y prestancia del doctor Olaya Herrera, “... orador, periodista, diplomático, hombre de estado, son voces que aplicadas a él, expresan exactamente realidades máximas. Así consta en nuestros anales de 40 años acá y no es dado rectamente omitir o atenuar esos exitosos atributos... de cierto puede ya aventurar el historiador que Enrique Olaya Herrera fue excelsa cumbre de proyección continental y aún mas todavía...”1.
Poseía el presidente Olaya un amplio conocimiento de todo cuanto se había discutido acerca del problema limítrofe con el Perú, gracias al desempeño brillante que tuvo en la cartera de Relaciones Exteriores, durante los gobiernos de los doctores Carlos E. Restrepo y Jorge Holguín, hasta participar en el Acta Tripartita de Washington, en mayo de 1925, con el delegado vecino Hernán Velarde y el brasileño Samuel de Souza Lea Grande. El ascenso al poder del coronel Luis María Sánchez Cerro en agosto de 1930, mediante un golpe de cuartel, llevaría como mascarón de proa la recuperación de territorio presuntamente entregado a Colombia por “traidores gobernantes” peruanos derrocados; pero, para fortuna de Colombia y de su vocación democrática, un hombre de talla magistral ocuparía la presidencia el 7 de agosto del mismo año: Enrique Olaya Herrera. Las dimensiones entre los dos gobernantes eran realmente de contraste y fueron en su época para los analistas extranjeros el mejor presagio del éxito colombiano en las confrontaciones diplomáticas y bélicas.
Mientras en el Perú existían profundas divergencias políticas y convulsiones cuartelescas, en Colombia la hidalguía nacionalizaba las relaciones y hermanaba el sentimiento patrio.
El general Vásquez Cobo, ducho en el campo diplomático y derrotado en la contienda política, fue llamado por el triunfante Olaya Herrera para liderar el contingente militar. En París cambió sus prendas diplomáticas para vestir nuevamente de soldado. El otro derrotado en la reciente confrontación política, Guillermo Valencia, actuó con brillantez como presidente de la Comisión Asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores; Roberto Urdaneta Arbeláez se desempeñaba en dicho ministerio y, al frente de la representación diplomática ante la Sociedad de las Naciones en Ginebra, fue designado otro eximio colombiano: el doctor Eduardo Santos.
El Ministro de Guerra, doctor y capitán de la reserva Carlos Uribe Gaviria, contó para tan importante etapa de la vida nacional con la asesoría extraordinaria de quien ayudara a principios de siglo en la formación de nuestras primeras promociones de la Escuela Superior de Guerra (1909), el señor general Francisco Javier Díaz, de nacionalidad chilena. Este retornó de Chile como asesor en octubre de 1932, una vez sucedido el ataque a Leticia, y hacia Centro y Suramérica partió el doctor Jorge Eliécer Gaitán en gira de propaganda a favor de Colombia.
Direcciones del esfuerzo diplomático
El equipo colombiano había sido puesto en marcha y se accionaron, por lo mismo, todos los resortes necesarios para producir el más grande y bello movimiento nacionalista y el más auténtico de todos los tiempos. Toda la estructura se movió y todos los sentimientos se enrumbaron hacia el interés vital de la mancillada soberanía en nuestro espacio amazónico. La prensa fue una sola; los intelectuales, los políticos, todos a una y por diferentes caminos exaltaron el más puro patriotismo. Todo se hizo recolectable y posible en medio de la indignación por la ofensa recibida. Nunca antes ni después se vio tan pura y nítida el alma de Colombia. Surgieron de la nada hombres y armas. Los más extraños caminos confluyeron hacia el Trapecio amazónico hasta el zarpe (el 17 de enero de 1933) desde Manaos, de las naves de guerra colombianas a órdenes del general Alfredo Vásquez Cobo.
Alrededor de la bandera y un pedazo de tierra amazó-nica, la unión nacional fue factor determinante en el desarrollo del proceso, tanto en las acciones bélicas como en las diplomáticas. Para comprender el acontecimiento es necesario citar detenidamente los argumentos del informe del doctor Guillermo Valencia (como presidente de la Comisión Asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores) elaborado para contrarrestar la posición diplomática peruana que pretendía la integración de una comisión conciliatoria para dilucidar el caso de la ocupación de Leticia. La altura conceptual, jurídica y filosófica de sus palabras constituye página ejemplar de la más refinada diplomacia. Decía el informe:
“ ... La gestión peruana encaminada a someter al procedimiento conciliatorio de Washington el caso de Leticia, se originó en el suceso así efectuado: un grupo de nacionales peruanos en la madrugada del día 1º de septiembre último, asaltaron el puerto colombiano de Leticia; depusieron las autoridades legítimas y obligaron a las familias colombianas allí existentes a refugiarse en territorio brasileño. Desde el día del ataque a esa población indefensa, la ocupan sus asaltantes en forma sediciosa...”
“Leticia fue incorporada al territorio colombiano en virtud del pacto de límites suscrito con el Perú en 1922 y ejecutado en 1923. El gobierno peruano ha reconocido y reconoce la validez de este Tratado, y aunque en un principio ofreció colaboración a Colombia para debelar el movimiento, desvirtuó su actitud posteriormente al aplicar lo sucedido como un brote incontenible del nacionalismo peruano... Planteó Colombia el caso como de su exclusiva incumbencia por tratarse de una rebelión dentro de su propio territorio.
El Perú, para ser lógico, ha debido actuar en consecuencia puesto que el derecho de Colombia a recuperar la sección usurpada en la frontera amazónica, se funda en su soberanía, que arranca del Tratado que le reconoció a Leticia; soberanía aceptada por el Perú tácita y explícitamente. Se ha empeñado éste en trocar cuestión internacional lo que para Colombia reviste condición de asunto sujeto al ejercicio de su soberanía interior que repele toda injerencia por parte de un poder extraño. El Perú, dentro de una actitud nebulosa y equívoca, ha tomado medidas sobre la región fronteriza, que no armonizan con el reconocimiento que él hace del derecho de Colombia sobre la zona afectada de su territorio amazónico... La frontera no es solamente la línea que limita con frialdad dos celosas soberanías. Es linde de convivencia en la armonía y en el orden para el bien recíproco... Lo que pugna con los más triviales principios de interdependencia estatal es recurrir a la violencia como primer recurso, a nombre de un sedicente patriotismo que no resistiría análisis sin entregar como resultado componentes de muy baja ley.
No es atropellando el derecho ajeno como puede justificarse el propio, y los gobiernos que están encargados funcionalmente de atender estos asuntos con criterio levantado y cordial, deben llamar al orden a los transgresores y no fomentar situaciones de hecho con la esperanza de conseguir con ellas las posiciones del derecho... la apreciación de cualquier estadista del continente americano tiene por fuerza que inspirarse en el análisis del caso, cuyo simple enunciado bástale a fijar rumbo para sus conclusiones. Sustitúyanse los principios básicos en que se funda el concepto de estado con las vaguedades de una sicología gaseosa; abandónense normas que crearon y sustentan los organismos internacionales a que hoy se apela en nombre y representación del desafuero, para sustituirlas por hipótesis opinables, y se habrá inferido agravio y muerte a la ley de naciones. Ningún hombre de estado, ningún patriota de América a quien se plantee el caso de Leticia se decidirá por equiparar a la nación ofendida con el opaco pelotón de asaltantes para escucharles con iguales títulos en los estrados internacionales.
La credencial con que se presenta el Perú como vocero está viciada esencialmente, porque si él ha sido extraño al movimiento y no lo prohíja, no puede defenderlo, y si comparece como Estado, tiene que empezar negando los atributos de la ajena soberanía que ha reconocido enfáticamente tantas veces.
Abandonar el seguro banco de la verdad jurídica para lanzarse al torbellino de las tesis cambiantes; dejar la marcha segura por rectos caminos, para abismarse en los inextricables laberintos de una política rifeña, es programa que no conseguirá la adhesión de ningún hombre justo y mucho menos de colombiano alguno... El arreglo tranquilo del asunto, estriba éste en que un estado soberano soporte tranquilamente la expulsión de sus autoridades, la sustitución de su bandera, el reiterado aviso de que ha cesado su función de dominio sobre parte de su territorio; el desahucio transmitido a nombre de un matonismo desafiante y convenga en renunciar a lo que es suyo para evitarles incomodidades a sus detentadores, para no cometer el atroz delito de emplear la fuerza contra quienes están fortificados en la zona usurpada manteniendo por fuerza lo que consiguieron abusando de ella. Renuncie Colombia a su soberanía para satisfacer una incontenible aspiración nacional del Perú. ¿De cuál Perú? ¿Del que celebró el tratado y ha venido cumpliéndolo o del que, reconociendo su validez, alude hoy a él para cohonestar el atropello consumado por la vanguardia de los revisionistas? Cuán diferentes serían las notas del Perú y los memorándum de su comisionado especial en Washington si fuésemos nosotros los asaltantes, e Iquitos? originalmente ecuatoriano? la porción sustraída a la soberanía peruana ... ”2.´
El 6 de febrero de 1933 la Liga de las Naciones emitió concepto favorable hacia Colombia. Tarapacá, Güepí, Buenos Aires, Puca?Urco o Saravia y en fin, sitios y hazañas, héroes y gestas en medio de la acción diplomática permanente, para llegar finalmente al 25 de mayo con la conclusión del convenio de Ginebra. ¡Armas y diplomacia habían prevalecido!
La patria en pie
A raíz del asalto a Leticia el presidente Enrique Olaya Herrera hizo un llamado a los hijos de esta patria inmortal con el cual arrastró todas las opiniones y obtuvo caudalosa respuesta, a fin de contribuir a la defensa y protección del patrimonio común puesto en entredicho con la violenta arremetida. Tan grave ultraje a la soberanía nacional había despertado el patriotismo del país. El pueblo colombiano se llenó de hondo y profundo amor por su suelo. Las juventudes se aprestaron a servir abnegadamente en las filas del ejército nacional en forma por demás voluntaria. Hubo que rechazar a centenares de jóvenes que preferían dejar los libros para empuñar las armas de la república. Es digno recordar aquí el noble gesto de nuestras mujeres, que no escatimaron esfuerzo alguno en la defensa de la patria y entregaron sus anillos de compromiso, las solteras, y las argollas de matrimonio las casadas, en cumplimiento del llamado presidencial. Hasta las familias más humildes que guardaban algún objeto de valor a manera de tesoro, lo entregaron por la salud de Colombia.
Los diferentes estamentos sociales de la nación contribuyeron, en la medida de sus capacidades, a reunir finalmente todo con las valiosas condecoraciones de los más distinguidos oficiales de Colombia y hacerlo fundir en el Banco de la República. Convertidas las joyas en grandes y llamativos lingotes de oro, se procedió a conseguir los recursos urgentes para la inesperada guerra.
Los periodistas colombianos, llenos de emoción patriótica, difundieron a través de los distintos medios toda la información conocida, logrando conmover así a los taciturnos espíritus y poner tanto a ricos como a pobres en pie de guerra. En efecto, diariamente se presentaban a los distintos cuarteles del país centenares de voluntarios que querían viajar hacia el Sur. Tanto las escuelas como los colegios se convirtieron prácticamente en cuarteles, pues allí se adiestraba a los animosos jóvenes en los asuntos castrenses. Es digno de tener en cuenta el aporte prestado en la guerra con el Perú, por eminentes médicos de quienes se dice que, la mayoría de ellos, aceptaron sueldo de soldados rasos.
Doña María Teresa Londoño de Olaya Herrera, en su condición de primera dama de la nación, fue la persona encargada de presidir la Junta del Empréstito Patriótico. En su empeño por salvar a Colombia no estuvo sola, le colaboraron distinguidas damas, dentro de las cuales cabe destacar a doña Beatriz Rocha de Dávila, María Vega de Arango y Cecilia Rocha de Obregón. Algunas otras damas llegaron a formar equipos deportivos, los que, por sus presentaciones, dejaron buenos dividendos para engrosar el anhelado empréstito.
El general Pompilio Gutiérrez entregó siete medallas de oro ganadas en batallas de las guerras civiles y tarjetas de oro con inscripciones de hechos bélicos.
El director de la Escuela Superior de Guerra, coronel Arturo Borrero, donó cuatro medallas de oro ganadas en los campos de batalla y una tarjeta, también de oro, que le fuera obsequiada en Ginebra (Suiza) durante el desempeño del cargo de agregado militar; cedió, además, sus argollas de matrimonio.
Si el conflicto no tuvo, como es sabido, las proporciones de una guerra, sí las tuvo el brote magistral de patriotismo que propició la movilización nacional, nunca antes sucedida, nunca después repetida y nunca más deseada.
Movilización económica
Había sostenido el Ministro de Hacienda, Esteban Jaramillo, ante el Senado en 1933 que: “... Colombia ha estado arreglando las finanzas de la paz; pero llegado el caso haremos también las finanzas de la guerra ”.3.
Ello fue cumplido y, en la combinación de los empréstitos con los impuestos para dedicar los recursos obtenidos hacia los fines bélicos, se capeó el temporal y se manejó la emergencia favorablemente. Ni los empréstitos solos, ni los impuestos, individualmente, hubieran podido ser la solución indicada, mas sí su combinación, tal como quedó demostrado. Mediante la ley 12 de 1932 el gobierno quedó autorizado para endeudarse hasta por $10’000.000 para atender los gastos más urgentes. La situación suscitada en Leticia fue posible por el estado crítico en que se hallaba la defensa militar del país. Esta reposaba, en lo externo, en la confianza del cumplimiento de los tratados por parte de los países vecinos y, en lo interno, en el consenso de la opinión pública y el espíritu altamente pacífico. Ambos conceptos están expuestos a ser meras ilusiones o argumentos para desguarnecer a una nación mientras se ocultan las verdaderas motivaciones, si no dispone de un adecuado poder armado que los respalde. Cada guerra exterior ha obedecido a la violación de un pacto y cada convulsión interna demuestra que los pueblos son pacíficos hasta que dejan de serlo y que el consenso de la opinión pública es efímero y endeble.
Acorde con la nueva ley se establecieron gravámenes para los espectáculos públicos, juegos, loterías y giros a residentes fuera del territorio nacional. A lo anterior se sumó el patriótico caudal de las contribuciones, que permitió alcanzar la suma de $10’382.183,68, incluyendo el valor de las joyas que damas, caballeros y niños aportaron generosamente a la causa, con un valor en oro de $123.963,17. El sábado 22 de octubre de 1932 fue de regocijo nacional, al conocerse la noticia de que la colecta había sobrepasado los $ 10’000.000. ¡Antes de 30 días Colombia había cumplido con su destino!
Para ajustar las cargas presupuestales de la guerra fue necesario, terminado el conflicto, continuar las acciones del gobierno para legalización de los gastos, justificación de las inversiones, y lo más importante para las futuras relaciones vecinales: regularizar la inversión para los años venideros en un aparato militar que garantizara para el pueblo colombiano la inviolabilidad de las fronteras nacionales. El decreto legislativo número 2429 de 1934 reorganiza, por ejemplo, la llamada “Cuota militar “en el sentido de reglamentar la recolección, asignar el porcentaje y las deducciones para los aportantes, así como las exenciones a tal impuesto. Este decreto llevó la firma del nuevo presidente de la república, Alfonso López Pumarejo, en 1935. Sería necesario expedir un nuevo decreto reglamentario del anterior para tasar, exigir y recaudar por trimestres vencidos, definir el capital, y en fin, para ilustrar a los contribuyentes.
No fue fácil apelar a los recursos extraordinarios en medio de una grave crisis económica que afectaba no solamente a Colombia sino al mundo entero. Alemania culminaba su propia crisis, Gran Bretaña abandonaba el patrón oro, al igual que Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Egipto, Grecia y varios países americanos. Como lo sostenía el Ministro Esteban Jaramillo “... todo ello no ha sido otra cosa que la erupción casi repentina de fuerzas ocultas de descomposición que venían minando desde hacia tiempo el edificio secular de las finanzas públicas y privadas, la ruptura inesperada de la vieja máquina económica, sometida por varios anos a una presión que tarde o temprano había de ser superior a su capacidad de resistencia... ”4. Buenos gestos, buenas obras. ¡Miles de damas se habían despojado de sus pertenencias para apoyar a los hombres en la guerra! Hombres de guerra que en nombre de Colombia ofrendaban sus vidas en las lejanas selvas del Sur. Recolectado el gesto nacionalista y convertido en oro, no alcanzó a ser aplicado en su totalidad al conflicto, pero dio inicio a uno de los más pro vechosos centros de protección médica del país, el Instituto de Cancerología, debido a ese gesto femenino. La ley 33 de 1934 dispuso que tales contribuciones ten drían como destino obras benéficas y de protección social. Así fue posible fundar el Instituto Nacional de Radium, teóricamente creado desde 1928, pero sin que se hubiese podido concretar tan feliz iniciativa. Una junta especial integrada por facultativos destacados ejecutó y desarrolló el proyecto para darle vida a este centro adscrito a la Facultad de Medicina de Bogotá. ¡Cuánto beneficio surgió de la respuesta de un pueblo al llamado de Colombia!
El Ejército: de la paz a la guerra
El conflicto con el Perú, surgido del asalto pirá-tico a Leticia, puso de relieve esta verdad descarnada y dura: en tan angustiosa situación el país carecía, en forma increíble, de todo cuanto era indispensable para organizar su defensa, para respaldar sus derechos y hacer respetar su dignidad. Ni armamentos, ni militares, ni oficialidad, ni medios de transporte, ni ejército que mereciera este nombre, ni siquiera caminos por donde transportar rápidamente las tropas, nada, fuera de soldados valerosos y dispuestos al último sacrificio, tenía la república...”5.
Así, duramente calificada la situación de la milicia, rezan en sus primeras líneas las memorias del Ministerio de Guerra para los cuatro años del gobierno liberal de Olaya Herrera. ¿Cuánto se cambió? ¿Cómo operó esa precipitada movilización en tan singular conflicto? La misma memoria nos lo dice “... De un ejército sin cuarteles, sin cañones, sin aviones, sin barcos, sin hospitales, sin servicio de sanidad, etc., hemos pasado a una poderosa armada que cuenta hoy con una de las fuerzas aéreas más respetables y numerosas de Suramérica; con el más moderno armamento de artillería e infantería; con una excelente base para formar la marina de guerra; con factores inseparables para la organización de los cuerpos de estado mayor, con fortificaciones en los principales puertos de la República; con bases aéreas admirablemente dotadas en los sitios más estratégicos y que garantizan la defensa de nuestras fronteras y, en fin, con la estructura básica del Ejército que en un momento dado pueda necesitar la nación para mostrarse fuerte y respetable ...”
En años anteriores se habían hecho intentos para especializar unidades, pero no se contó con la dotación necesaria que les daría el carácter de tales, por ejemplo, no hubo cañones para los artilleros ni caballos para los hombres de caballería. Por lo mismo, nunca se pensó en tener depósitos de movilización con armamento y materiales, en tanto que brillaban por su ausencia los planes de adquisición.
El conflicto con el Perú no dio tiempo para nada más de lo que humanamente se hizo, pues las precarias condiciones de las unidades de combate eran el reflejo de una cúpula ausente, lejana e inconexa, sin una verdadera gestión militar o una función de estado mayor. Incrustado en el Estado Mayor General figuraba un servicio territorial y de movilización y unas secciones de armamento y municiones, vestuario, equipo y menaje, alojamiento y construcciones. Ni lo uno ni lo otro respondieron a las exigencias de la guerra. El armamento en 1932 era obsoleto y obedecía a lo adquirido en la reforma militar de principios de siglo.
Al producirse la agresión contaba Colombia con once (11) aviones pequeños de escaso radio de acción, de los cuales solamente siete estaban en condiciones de volar y, en el aspecto naval, bajo la sección ?Flotillas Fluviales y Aéreas?, dependiente del Ministerio de Guerra, se encontraban cuatro cañoneras de dotación, de las cuales solamente la Colombia estaba en operación, pues las restantes simplemente estaban dotadas de personal para su conservación. En agosto de 1931, ante la insistencia de los asesores militares que recorrían el territorio amazónico, se ordenó el traslado de las cañoneras Cartagena y Santa Marta desde el río Magdalena, creándose así la Flotilla Fluvial de guerra de los ríos Amazonas, Putumayo y Caquetá. Como base se escogió el puesto de Caucaya con su comando respectivo. En septiembre se aumentaría la flotilla con el traspaso, desde el Ministerio de Industrias, del barco de transporte General Nariño y las lanchas Huila y Cecilia lo mismo que tres botes con motores fuera de borda.
Ante la gravedad de los hechos el gobierno se vio obligado a adquirir más buques de transporte y cañoneras. El Ministerio de Hacienda cedió igualmente los guardacostas Pichincha, Carabobo y Junín. Con la parte servible del equipo anterior la cañonera Barranquilla, y el transporte Bogotá, se formó la Expedición Amazónica, a la cual se incorporaría más adelante la cañonera Mariscal Sucre. Para el río Caquetá se adquirió una lancha y dos remolcadores, cada uno con capacidad para mover cinco planchones. En el Putumayo se armaron dos remolcadores iguales y varios botes con motores fuera de borda. Con esto se cubrió de gloria la que sería nuestra Armada Nacional y se justificó la adquisición de nuevas unidades en los años subsiguientes, garantizando el control y el patrullaje de los ríos y mares en casi todo el territorio nacional.
En el ramo de Sanidad se había creado desde 1931 el departamento respectivo, que tuvo brillante desempeño en la prevención de enfermedades propias del adverso ambiente del Teatro de Operaciones del Sur. Si hoy tales condiciones son duras, no es difícil imaginar el obstáculo tan grande que representaban en ese entonces, incrementado por la cultura imperante, en cuanto a salud e higiene, en nuestros contingentes.
Fue abierta y manifiesta la preocupación permanente del gobierno en este campo y así lo demuestra el propio presidente en el mensaje que dirige a los comandantes de las guarniciones de Pasto, Neiva, Puerto Asís, Florencia, Potosí y La Tagua: “ ... Sírvanse dar cumplimiento a las siguientes instrucciones del Director General de Sanidad, con el fin de prevenir enfermedades de tropas y evitar infectar sitios en los cuales, habiendo vehículo de contagio de ciertas enfermedades, puede evitarse la propagación de flagelos, sobre todo a lugares más bajos, aparentemente indemnes. No debe movilizarse hacia Putumayo individuos enfermos, especialmente palúdicos que puedan ser origen de contagio para los sanos por medio del mosquito que pudiera no estar infectado. Los ofíciales de sanidad tendrán especial cuidado en la selección de personal ateniéndose a los períodos de incubación, etc. En los lugares donde no haya filtros esterilizantes debe hervirse el agua. Procuren en lo posible alimentación mixta no haciéndola exclusivamente de una mayor cantidad de animal o vegetal con el fin de prevenir el beri?beri. Comandos deben coadyuvar decididamente y facilitar labores a médicos e inspectores de saneamiento como la medida más importante para sanear el medio ambiente y suprimir así causas de enfermedades que, una vez adquiridas, complican la sanidad del Ejército y dificultan e incapacitan, para las mismas operaciones militares. Sírvanse avisar recibo. Olaya Herrera...”6.
Hubo que trabajar, como es lógico, en el área netamen-te civil y en la militar pues, por virtud de las operaciones, tendría que romperse la quietud del medio ambiente y alterarse las condiciones sanitarias e higiénicas, de por sí precarias. Se designaron oficiales de sanidad para las unidades comprometidas y fue digna de admiración la respuesta de los médicos al llamado que hizo el gobierno, lo que permitió, entre otras cosas, establecer hospitales de campaña con la eficaz contribución del Ministerio de Obras Públicas en el ámbito de la consecución y construcción de instalaciones. La Cruz Roja se sumó a la contribución bienhechora, estable ciendo un hospital médico?quirúrgico en Potosí. Lo que se hizo en el período del conflicto fue un esfuerzo nunca después repetido. Nada de lo que se ha hecho en la paz supera la grandiosidad en espíritu, entrega, dedicación e inmediatos resultados. Las direcciones nacionales de higiene y de sanidad del Ejército hermanaron las razones de su existencia para llevar a cabo la tarea titánica de hacer menos onerosa la cuota de sacrificio del pueblo colombiano. Militares, civiles, médicos, enfermeras, religiosos, todos contribuyeron; pero es digna de resaltar la tarea cumplida por los médicos y el sacrificio heroico del doctor Eduardo Lee Ayala al naufragar la lancha correo Simón Araújo en el río Orteguaza el 21 de octubre de 1933. Lo realizado en el período de la emergencia se extendió en los años siguientes hasta diluirse con el correr del tiempo en los recuerdos y retornar la memoria colectiva casi al estado anterior al suceso. Se necesitó un conflicto para mover a todo un pueblo hacia la realidad de ese gran espacio amazónico. Este resumen bien merece llevar el sello de quien, como Ministro de Guerra, plasmara en sus memorias el esfuerzo realizado; así lo cita el doctor Carlos Uribe Gaviria: “ ... La grave emergencia en que puso al Estado colombiano el conflicto con el Perú fue pródiga en dolorosas lecciones que una elemental prudencia aconseja tomar muy en cuenta aprovechando las duras experiencias iniciales para corregir con discreción y persistencia, errores, anomalías y deficiencias inveteradas en la estructura mecánica de la instítución armada...
“... Al encontrarse el gobierno frente a la imperiosa necesidad de respaldar la defensa de la soberanía nacional con el instrumento dedicado por la naturaleza a esa función ?que lo es aquí como en todo el mundo la Armada Nacional? con justa y patriótica angustia se puso de evidencia el hecho alarmante de que el reducido pie de fuerza con que entonces se contaba, si suficiente para dar una sensación de seguridad en el orden interno en un pueblo aferrado irrevocablemente a la vida de paz y tranquilidad por una bella tradición de 30 años, resultaba minúsculo para la empresa gigantesca en que ahora se veía comprometido como guardián insustituible del amor patrio... “El estudio técnico que, con el concurso de expertos militares, algunos de ellos reconocidas autoridades de otros países, llevó a cabo el ejecutivo nacional, le permitió implantar una reorganización fundamental en todas las unidades del Ejército, mediante la cual pudo elevarse el contingente de las tropas en acción a todo lo largo del frente amazónico a la no despreciable cifra de 12.000 hombres, con margen amplísimo para elevar este número al doble o triple, según fuera el desarrollo que tomaran los acontecimientos......”7.
Cursos extraordinarios de oficiales
Como “Los hijos de Leticia” quedaron denominados para la historia los oficiales pertenecientes a las promociones extraordinarias o cursos de emergencia que se realizaron. Se jugaron todas las cartas disponibles: aceleración de la promoción prevista para diciembre de 1932, la cual salió en octubre. Otra menos numerosa en enero de 1933 y dos extraordinarias en 1933, combinando alumnos antiguos con otros que tenían menos de un año de milicia, provenientes directamente de colegios, universidades y empresas, que fueron formados precipitadamente como subtenientes de reserva y luego, algunos de ellos, pasaron al servicio activo mediante nuevos cursos en la Escuela Militar. El decreto 1585 del 25 de octubre de 1932 permitió desarrollar y ejecutar la producción de oficiales.
La emergencia y la falta de planeación forjaron, con la improvisación, lo que se necesitaba y estaba al alcance cada día, cada hora, en los tiempos de crisis. Así, de la academia militar Ricaurte surgió un curso, otro de profesionales o universitarios de distintas ciudades del país y, finalmente, los cursos extraordinarios del año 33; pero, como suele suceder al retornar la calma, muchos permanecieron en la carrera y hacen honor a las armas de la república. De allí surgieron tres de los ex presidentes de la junta Militar, generales Luis E. Ordóñez (1932), Rafael Navas Pardo (1933) y almirante Rubén Piedrahíta (1933); distinguidos Ministros de Guerra como los generales Alfonso Saiz Montoya, Rafael Hernández Pardo y Alberto Ruiz Novoa y muchos otros generales, almirantes, coroneles y demás grados, que se sumaron a las nuevas Fuerzas Militares henchidas de orgullo, hidalguía y entrega a la patria.
#AmorPorColombia
Movilización Nacional
El 7 de agosto de 1930 se posesionó como presidente de Colombia Enrique Olaya Herrera. Lo acompañan Julián Uribe Gaviria, Jesús M. Yepes, señora Olaya de Aya, coroneles Luis María Castañeda, Leopoldo Piedrahíta, Ernesto Buenaventura y el dirigente santandereano Alejandro Galvis Galvis. El relevo de los dos partidos tradicionales en la dirección de¡ Estado había enfrentado al nuevo presidente con los candidatos conservadores Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo. El Conflicto Amazónico de 1932 uniría sus esfuerzos en una causa histórica. El primero como presidente de la Comisión Asesora de¡ Ministerio de Relaciones Exteriores y el segundo como comandante en jefe de la Expedición Militar enviada para el rescate de los territorios que se pretendió arrebatara Colombia.
Eduardo Santos.
Jorge Eliécer Gaitán
Guillermo Valencia.
Segundo gabinete del presidente Enrique Olaya Herrera. Correos y Telégrafos, Alberto Pumarejo, Industrias, Francisco José Chaux; Hacienda y Crédito Público, Esteban Jaramillo; Gobierno, Agustín Morales; Presidente, Enrique Olaya Herrer Relaciones Exteriores, Roberto Urdaneta; Guerra, Carlos Uribe Gaviria; Educación, Julio Carrizosa; Obras Públicas, Alfonso Araújo.
Al tener noticia de la invasión peruana al Trapecio Amazónico el pueblo colombiano colmó calles y plazas con fervor patriotico.
Al tener noticia de la invasión peruana al Trapecio Amazónico el pueblo colombiano colmó calles y plazas con fervor patriotico.
Al tener noticia de la invasión peruana al Trapecio Amazónico el pueblo colombiano colmó calles y plazas con fervor patriotico.
Doña María Teresa Londoño de Olaya Herrera, en su condición de Primera Dama de la nación, fue la persona encargada de presidir la Junta del Empréstito Patriótico. Le colaboraron distinguidas damas dentro de las cuales cabe destacar: sentadas, señoras Beatriz Rocha de Dávila, María Vega de Arango, María Teresa Londoño de Olaya Herrera, Cecilia Rocha de Obregón y Rosa Vega de Valenzuela, de pie, señora Margot Dávila de Londoño, señorita Rosa Holguín, señora Tina Dávila de Sáenz, señoritas Lola Fajardo y Leonor Rocha.
La Escuela Nacional de Medicina, fue construida en el Parque de los Mártires de Bogotá con fondos sobrantes de¡ empréstito para el Conflicto Amazónico.
El instituto Nacional de Radium, precursor del actual de Cancerología, fue otra importante realización médico‑científica resultante del Conflicto Amazónico.
Los capellanes militares cumplieron destacada labor en la moral espiritual de las tropas y en fortalecer los sentimientos patrióticos de los hombres en armas para la defensa de la heredad nacional.
El Conflicto Amazónico tuvo la virtud de despertar la conciencia colombiana a una realidad geográfica hasta entonces poco menos que ausente de sus preocupaciones. La selva y los grandes ríos que la atraviesan eran más una novela trágica que una vivencia geográfica. Algunas localidades perdidas en la profundidad de la manigua ni siquiera figuraban en el mapa mental de los colombianos. Caucaya pasó de pequeño caserío sobre el río Putumayo a sede del Destacamento y base fluvial y aérea, bautizada luego como Puerto leguízamo en honor de uno de los héroes de la guerra en comienzo. Puerto Asís evolucionó de centro misional a eslabón decisivo de las comunicaciones del interior hacia el alto Putumayo. Tarapacá, reconquistado por las armas colombianas, fue a partir del 15 de febrero de 1933 base de partida para la continuación de las operaciones encaminadas a lograr el dominio estratégico de las dos riberas del Putumayo.
El Conflicto Amazónico tuvo la virtud de despertar la conciencia colombiana a una realidad geográfica hasta entonces poco menos que ausente de sus preocupaciones. La selva y los grandes ríos que la atraviesan eran más una novela trágica que una vivencia geográfica. Algunas localidades perdidas en la profundidad de la manigua ni siquiera figuraban en el mapa mental de los colombianos. Caucaya pasó de pequeño caserío sobre el río Putumayo a sede del Destacamento y base fluvial y aérea, bautizada luego como Puerto leguízamo en honor de uno de los héroes de la guerra en comienzo. Puerto Asís evolucionó de centro misional a eslabón decisivo de las comunicaciones del interior hacia el alto Putumayo. Tarapacá, reconquistado por las armas colombianas, fue a partir del 15 de febrero de 1933 base de partida para la continuación de las operaciones encaminadas a lograr el dominio estratégico de las dos riberas del Putumayo.
Texto de: Mayor General, Juan Salcedo Lora.
El Gobierno de Colombia ante los hechos
Liderazgo del presidente Enrique Olaya Herrera
Quiso la Divina Providencia que al frente de los destinos de Colombia estuviera el más capaz en las horas aciagas del conflicto. No siempre gozan los pueblos de tal prerrogativa, mas siempre depositan en las urnas la confianza de sentirse representados por el mejor y de que éste pueda estar a la altura de las circunstancias.
Para ascender al primer cargo de la nación hubo de vencer Enrique Olaya Herrera, en franca lid, a los candidatos Guillermo Valencia y Alfredo Vásquez Cobo. Vale la pena conocer el concepto que emitiera el primero de los nombrados sobre la personalidad y prestancia del doctor Olaya Herrera, “... orador, periodista, diplomático, hombre de estado, son voces que aplicadas a él, expresan exactamente realidades máximas. Así consta en nuestros anales de 40 años acá y no es dado rectamente omitir o atenuar esos exitosos atributos... de cierto puede ya aventurar el historiador que Enrique Olaya Herrera fue excelsa cumbre de proyección continental y aún mas todavía...”1.
Poseía el presidente Olaya un amplio conocimiento de todo cuanto se había discutido acerca del problema limítrofe con el Perú, gracias al desempeño brillante que tuvo en la cartera de Relaciones Exteriores, durante los gobiernos de los doctores Carlos E. Restrepo y Jorge Holguín, hasta participar en el Acta Tripartita de Washington, en mayo de 1925, con el delegado vecino Hernán Velarde y el brasileño Samuel de Souza Lea Grande. El ascenso al poder del coronel Luis María Sánchez Cerro en agosto de 1930, mediante un golpe de cuartel, llevaría como mascarón de proa la recuperación de territorio presuntamente entregado a Colombia por “traidores gobernantes” peruanos derrocados; pero, para fortuna de Colombia y de su vocación democrática, un hombre de talla magistral ocuparía la presidencia el 7 de agosto del mismo año: Enrique Olaya Herrera. Las dimensiones entre los dos gobernantes eran realmente de contraste y fueron en su época para los analistas extranjeros el mejor presagio del éxito colombiano en las confrontaciones diplomáticas y bélicas.
Mientras en el Perú existían profundas divergencias políticas y convulsiones cuartelescas, en Colombia la hidalguía nacionalizaba las relaciones y hermanaba el sentimiento patrio.
El general Vásquez Cobo, ducho en el campo diplomático y derrotado en la contienda política, fue llamado por el triunfante Olaya Herrera para liderar el contingente militar. En París cambió sus prendas diplomáticas para vestir nuevamente de soldado. El otro derrotado en la reciente confrontación política, Guillermo Valencia, actuó con brillantez como presidente de la Comisión Asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores; Roberto Urdaneta Arbeláez se desempeñaba en dicho ministerio y, al frente de la representación diplomática ante la Sociedad de las Naciones en Ginebra, fue designado otro eximio colombiano: el doctor Eduardo Santos.
El Ministro de Guerra, doctor y capitán de la reserva Carlos Uribe Gaviria, contó para tan importante etapa de la vida nacional con la asesoría extraordinaria de quien ayudara a principios de siglo en la formación de nuestras primeras promociones de la Escuela Superior de Guerra (1909), el señor general Francisco Javier Díaz, de nacionalidad chilena. Este retornó de Chile como asesor en octubre de 1932, una vez sucedido el ataque a Leticia, y hacia Centro y Suramérica partió el doctor Jorge Eliécer Gaitán en gira de propaganda a favor de Colombia.
Direcciones del esfuerzo diplomático
El equipo colombiano había sido puesto en marcha y se accionaron, por lo mismo, todos los resortes necesarios para producir el más grande y bello movimiento nacionalista y el más auténtico de todos los tiempos. Toda la estructura se movió y todos los sentimientos se enrumbaron hacia el interés vital de la mancillada soberanía en nuestro espacio amazónico. La prensa fue una sola; los intelectuales, los políticos, todos a una y por diferentes caminos exaltaron el más puro patriotismo. Todo se hizo recolectable y posible en medio de la indignación por la ofensa recibida. Nunca antes ni después se vio tan pura y nítida el alma de Colombia. Surgieron de la nada hombres y armas. Los más extraños caminos confluyeron hacia el Trapecio amazónico hasta el zarpe (el 17 de enero de 1933) desde Manaos, de las naves de guerra colombianas a órdenes del general Alfredo Vásquez Cobo.
Alrededor de la bandera y un pedazo de tierra amazó-nica, la unión nacional fue factor determinante en el desarrollo del proceso, tanto en las acciones bélicas como en las diplomáticas. Para comprender el acontecimiento es necesario citar detenidamente los argumentos del informe del doctor Guillermo Valencia (como presidente de la Comisión Asesora del Ministerio de Relaciones Exteriores) elaborado para contrarrestar la posición diplomática peruana que pretendía la integración de una comisión conciliatoria para dilucidar el caso de la ocupación de Leticia. La altura conceptual, jurídica y filosófica de sus palabras constituye página ejemplar de la más refinada diplomacia. Decía el informe:
“ ... La gestión peruana encaminada a someter al procedimiento conciliatorio de Washington el caso de Leticia, se originó en el suceso así efectuado: un grupo de nacionales peruanos en la madrugada del día 1º de septiembre último, asaltaron el puerto colombiano de Leticia; depusieron las autoridades legítimas y obligaron a las familias colombianas allí existentes a refugiarse en territorio brasileño. Desde el día del ataque a esa población indefensa, la ocupan sus asaltantes en forma sediciosa...”
“Leticia fue incorporada al territorio colombiano en virtud del pacto de límites suscrito con el Perú en 1922 y ejecutado en 1923. El gobierno peruano ha reconocido y reconoce la validez de este Tratado, y aunque en un principio ofreció colaboración a Colombia para debelar el movimiento, desvirtuó su actitud posteriormente al aplicar lo sucedido como un brote incontenible del nacionalismo peruano... Planteó Colombia el caso como de su exclusiva incumbencia por tratarse de una rebelión dentro de su propio territorio.
El Perú, para ser lógico, ha debido actuar en consecuencia puesto que el derecho de Colombia a recuperar la sección usurpada en la frontera amazónica, se funda en su soberanía, que arranca del Tratado que le reconoció a Leticia; soberanía aceptada por el Perú tácita y explícitamente. Se ha empeñado éste en trocar cuestión internacional lo que para Colombia reviste condición de asunto sujeto al ejercicio de su soberanía interior que repele toda injerencia por parte de un poder extraño. El Perú, dentro de una actitud nebulosa y equívoca, ha tomado medidas sobre la región fronteriza, que no armonizan con el reconocimiento que él hace del derecho de Colombia sobre la zona afectada de su territorio amazónico... La frontera no es solamente la línea que limita con frialdad dos celosas soberanías. Es linde de convivencia en la armonía y en el orden para el bien recíproco... Lo que pugna con los más triviales principios de interdependencia estatal es recurrir a la violencia como primer recurso, a nombre de un sedicente patriotismo que no resistiría análisis sin entregar como resultado componentes de muy baja ley.
No es atropellando el derecho ajeno como puede justificarse el propio, y los gobiernos que están encargados funcionalmente de atender estos asuntos con criterio levantado y cordial, deben llamar al orden a los transgresores y no fomentar situaciones de hecho con la esperanza de conseguir con ellas las posiciones del derecho... la apreciación de cualquier estadista del continente americano tiene por fuerza que inspirarse en el análisis del caso, cuyo simple enunciado bástale a fijar rumbo para sus conclusiones. Sustitúyanse los principios básicos en que se funda el concepto de estado con las vaguedades de una sicología gaseosa; abandónense normas que crearon y sustentan los organismos internacionales a que hoy se apela en nombre y representación del desafuero, para sustituirlas por hipótesis opinables, y se habrá inferido agravio y muerte a la ley de naciones. Ningún hombre de estado, ningún patriota de América a quien se plantee el caso de Leticia se decidirá por equiparar a la nación ofendida con el opaco pelotón de asaltantes para escucharles con iguales títulos en los estrados internacionales.
La credencial con que se presenta el Perú como vocero está viciada esencialmente, porque si él ha sido extraño al movimiento y no lo prohíja, no puede defenderlo, y si comparece como Estado, tiene que empezar negando los atributos de la ajena soberanía que ha reconocido enfáticamente tantas veces.
Abandonar el seguro banco de la verdad jurídica para lanzarse al torbellino de las tesis cambiantes; dejar la marcha segura por rectos caminos, para abismarse en los inextricables laberintos de una política rifeña, es programa que no conseguirá la adhesión de ningún hombre justo y mucho menos de colombiano alguno... El arreglo tranquilo del asunto, estriba éste en que un estado soberano soporte tranquilamente la expulsión de sus autoridades, la sustitución de su bandera, el reiterado aviso de que ha cesado su función de dominio sobre parte de su territorio; el desahucio transmitido a nombre de un matonismo desafiante y convenga en renunciar a lo que es suyo para evitarles incomodidades a sus detentadores, para no cometer el atroz delito de emplear la fuerza contra quienes están fortificados en la zona usurpada manteniendo por fuerza lo que consiguieron abusando de ella. Renuncie Colombia a su soberanía para satisfacer una incontenible aspiración nacional del Perú. ¿De cuál Perú? ¿Del que celebró el tratado y ha venido cumpliéndolo o del que, reconociendo su validez, alude hoy a él para cohonestar el atropello consumado por la vanguardia de los revisionistas? Cuán diferentes serían las notas del Perú y los memorándum de su comisionado especial en Washington si fuésemos nosotros los asaltantes, e Iquitos? originalmente ecuatoriano? la porción sustraída a la soberanía peruana ... ”2.´
El 6 de febrero de 1933 la Liga de las Naciones emitió concepto favorable hacia Colombia. Tarapacá, Güepí, Buenos Aires, Puca?Urco o Saravia y en fin, sitios y hazañas, héroes y gestas en medio de la acción diplomática permanente, para llegar finalmente al 25 de mayo con la conclusión del convenio de Ginebra. ¡Armas y diplomacia habían prevalecido!
La patria en pie
A raíz del asalto a Leticia el presidente Enrique Olaya Herrera hizo un llamado a los hijos de esta patria inmortal con el cual arrastró todas las opiniones y obtuvo caudalosa respuesta, a fin de contribuir a la defensa y protección del patrimonio común puesto en entredicho con la violenta arremetida. Tan grave ultraje a la soberanía nacional había despertado el patriotismo del país. El pueblo colombiano se llenó de hondo y profundo amor por su suelo. Las juventudes se aprestaron a servir abnegadamente en las filas del ejército nacional en forma por demás voluntaria. Hubo que rechazar a centenares de jóvenes que preferían dejar los libros para empuñar las armas de la república. Es digno recordar aquí el noble gesto de nuestras mujeres, que no escatimaron esfuerzo alguno en la defensa de la patria y entregaron sus anillos de compromiso, las solteras, y las argollas de matrimonio las casadas, en cumplimiento del llamado presidencial. Hasta las familias más humildes que guardaban algún objeto de valor a manera de tesoro, lo entregaron por la salud de Colombia.
Los diferentes estamentos sociales de la nación contribuyeron, en la medida de sus capacidades, a reunir finalmente todo con las valiosas condecoraciones de los más distinguidos oficiales de Colombia y hacerlo fundir en el Banco de la República. Convertidas las joyas en grandes y llamativos lingotes de oro, se procedió a conseguir los recursos urgentes para la inesperada guerra.
Los periodistas colombianos, llenos de emoción patriótica, difundieron a través de los distintos medios toda la información conocida, logrando conmover así a los taciturnos espíritus y poner tanto a ricos como a pobres en pie de guerra. En efecto, diariamente se presentaban a los distintos cuarteles del país centenares de voluntarios que querían viajar hacia el Sur. Tanto las escuelas como los colegios se convirtieron prácticamente en cuarteles, pues allí se adiestraba a los animosos jóvenes en los asuntos castrenses. Es digno de tener en cuenta el aporte prestado en la guerra con el Perú, por eminentes médicos de quienes se dice que, la mayoría de ellos, aceptaron sueldo de soldados rasos.
Doña María Teresa Londoño de Olaya Herrera, en su condición de primera dama de la nación, fue la persona encargada de presidir la Junta del Empréstito Patriótico. En su empeño por salvar a Colombia no estuvo sola, le colaboraron distinguidas damas, dentro de las cuales cabe destacar a doña Beatriz Rocha de Dávila, María Vega de Arango y Cecilia Rocha de Obregón. Algunas otras damas llegaron a formar equipos deportivos, los que, por sus presentaciones, dejaron buenos dividendos para engrosar el anhelado empréstito.
El general Pompilio Gutiérrez entregó siete medallas de oro ganadas en batallas de las guerras civiles y tarjetas de oro con inscripciones de hechos bélicos.
El director de la Escuela Superior de Guerra, coronel Arturo Borrero, donó cuatro medallas de oro ganadas en los campos de batalla y una tarjeta, también de oro, que le fuera obsequiada en Ginebra (Suiza) durante el desempeño del cargo de agregado militar; cedió, además, sus argollas de matrimonio.
Si el conflicto no tuvo, como es sabido, las proporciones de una guerra, sí las tuvo el brote magistral de patriotismo que propició la movilización nacional, nunca antes sucedida, nunca después repetida y nunca más deseada.
Movilización económica
Había sostenido el Ministro de Hacienda, Esteban Jaramillo, ante el Senado en 1933 que: “... Colombia ha estado arreglando las finanzas de la paz; pero llegado el caso haremos también las finanzas de la guerra ”.3.
Ello fue cumplido y, en la combinación de los empréstitos con los impuestos para dedicar los recursos obtenidos hacia los fines bélicos, se capeó el temporal y se manejó la emergencia favorablemente. Ni los empréstitos solos, ni los impuestos, individualmente, hubieran podido ser la solución indicada, mas sí su combinación, tal como quedó demostrado. Mediante la ley 12 de 1932 el gobierno quedó autorizado para endeudarse hasta por $10’000.000 para atender los gastos más urgentes. La situación suscitada en Leticia fue posible por el estado crítico en que se hallaba la defensa militar del país. Esta reposaba, en lo externo, en la confianza del cumplimiento de los tratados por parte de los países vecinos y, en lo interno, en el consenso de la opinión pública y el espíritu altamente pacífico. Ambos conceptos están expuestos a ser meras ilusiones o argumentos para desguarnecer a una nación mientras se ocultan las verdaderas motivaciones, si no dispone de un adecuado poder armado que los respalde. Cada guerra exterior ha obedecido a la violación de un pacto y cada convulsión interna demuestra que los pueblos son pacíficos hasta que dejan de serlo y que el consenso de la opinión pública es efímero y endeble.
Acorde con la nueva ley se establecieron gravámenes para los espectáculos públicos, juegos, loterías y giros a residentes fuera del territorio nacional. A lo anterior se sumó el patriótico caudal de las contribuciones, que permitió alcanzar la suma de $10’382.183,68, incluyendo el valor de las joyas que damas, caballeros y niños aportaron generosamente a la causa, con un valor en oro de $123.963,17. El sábado 22 de octubre de 1932 fue de regocijo nacional, al conocerse la noticia de que la colecta había sobrepasado los $ 10’000.000. ¡Antes de 30 días Colombia había cumplido con su destino!
Para ajustar las cargas presupuestales de la guerra fue necesario, terminado el conflicto, continuar las acciones del gobierno para legalización de los gastos, justificación de las inversiones, y lo más importante para las futuras relaciones vecinales: regularizar la inversión para los años venideros en un aparato militar que garantizara para el pueblo colombiano la inviolabilidad de las fronteras nacionales. El decreto legislativo número 2429 de 1934 reorganiza, por ejemplo, la llamada “Cuota militar “en el sentido de reglamentar la recolección, asignar el porcentaje y las deducciones para los aportantes, así como las exenciones a tal impuesto. Este decreto llevó la firma del nuevo presidente de la república, Alfonso López Pumarejo, en 1935. Sería necesario expedir un nuevo decreto reglamentario del anterior para tasar, exigir y recaudar por trimestres vencidos, definir el capital, y en fin, para ilustrar a los contribuyentes.
No fue fácil apelar a los recursos extraordinarios en medio de una grave crisis económica que afectaba no solamente a Colombia sino al mundo entero. Alemania culminaba su propia crisis, Gran Bretaña abandonaba el patrón oro, al igual que Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Egipto, Grecia y varios países americanos. Como lo sostenía el Ministro Esteban Jaramillo “... todo ello no ha sido otra cosa que la erupción casi repentina de fuerzas ocultas de descomposición que venían minando desde hacia tiempo el edificio secular de las finanzas públicas y privadas, la ruptura inesperada de la vieja máquina económica, sometida por varios anos a una presión que tarde o temprano había de ser superior a su capacidad de resistencia... ”4. Buenos gestos, buenas obras. ¡Miles de damas se habían despojado de sus pertenencias para apoyar a los hombres en la guerra! Hombres de guerra que en nombre de Colombia ofrendaban sus vidas en las lejanas selvas del Sur. Recolectado el gesto nacionalista y convertido en oro, no alcanzó a ser aplicado en su totalidad al conflicto, pero dio inicio a uno de los más pro vechosos centros de protección médica del país, el Instituto de Cancerología, debido a ese gesto femenino. La ley 33 de 1934 dispuso que tales contribuciones ten drían como destino obras benéficas y de protección social. Así fue posible fundar el Instituto Nacional de Radium, teóricamente creado desde 1928, pero sin que se hubiese podido concretar tan feliz iniciativa. Una junta especial integrada por facultativos destacados ejecutó y desarrolló el proyecto para darle vida a este centro adscrito a la Facultad de Medicina de Bogotá. ¡Cuánto beneficio surgió de la respuesta de un pueblo al llamado de Colombia!
El Ejército: de la paz a la guerra
El conflicto con el Perú, surgido del asalto pirá-tico a Leticia, puso de relieve esta verdad descarnada y dura: en tan angustiosa situación el país carecía, en forma increíble, de todo cuanto era indispensable para organizar su defensa, para respaldar sus derechos y hacer respetar su dignidad. Ni armamentos, ni militares, ni oficialidad, ni medios de transporte, ni ejército que mereciera este nombre, ni siquiera caminos por donde transportar rápidamente las tropas, nada, fuera de soldados valerosos y dispuestos al último sacrificio, tenía la república...”5.
Así, duramente calificada la situación de la milicia, rezan en sus primeras líneas las memorias del Ministerio de Guerra para los cuatro años del gobierno liberal de Olaya Herrera. ¿Cuánto se cambió? ¿Cómo operó esa precipitada movilización en tan singular conflicto? La misma memoria nos lo dice “... De un ejército sin cuarteles, sin cañones, sin aviones, sin barcos, sin hospitales, sin servicio de sanidad, etc., hemos pasado a una poderosa armada que cuenta hoy con una de las fuerzas aéreas más respetables y numerosas de Suramérica; con el más moderno armamento de artillería e infantería; con una excelente base para formar la marina de guerra; con factores inseparables para la organización de los cuerpos de estado mayor, con fortificaciones en los principales puertos de la República; con bases aéreas admirablemente dotadas en los sitios más estratégicos y que garantizan la defensa de nuestras fronteras y, en fin, con la estructura básica del Ejército que en un momento dado pueda necesitar la nación para mostrarse fuerte y respetable ...”
En años anteriores se habían hecho intentos para especializar unidades, pero no se contó con la dotación necesaria que les daría el carácter de tales, por ejemplo, no hubo cañones para los artilleros ni caballos para los hombres de caballería. Por lo mismo, nunca se pensó en tener depósitos de movilización con armamento y materiales, en tanto que brillaban por su ausencia los planes de adquisición.
El conflicto con el Perú no dio tiempo para nada más de lo que humanamente se hizo, pues las precarias condiciones de las unidades de combate eran el reflejo de una cúpula ausente, lejana e inconexa, sin una verdadera gestión militar o una función de estado mayor. Incrustado en el Estado Mayor General figuraba un servicio territorial y de movilización y unas secciones de armamento y municiones, vestuario, equipo y menaje, alojamiento y construcciones. Ni lo uno ni lo otro respondieron a las exigencias de la guerra. El armamento en 1932 era obsoleto y obedecía a lo adquirido en la reforma militar de principios de siglo.
Al producirse la agresión contaba Colombia con once (11) aviones pequeños de escaso radio de acción, de los cuales solamente siete estaban en condiciones de volar y, en el aspecto naval, bajo la sección ?Flotillas Fluviales y Aéreas?, dependiente del Ministerio de Guerra, se encontraban cuatro cañoneras de dotación, de las cuales solamente la Colombia estaba en operación, pues las restantes simplemente estaban dotadas de personal para su conservación. En agosto de 1931, ante la insistencia de los asesores militares que recorrían el territorio amazónico, se ordenó el traslado de las cañoneras Cartagena y Santa Marta desde el río Magdalena, creándose así la Flotilla Fluvial de guerra de los ríos Amazonas, Putumayo y Caquetá. Como base se escogió el puesto de Caucaya con su comando respectivo. En septiembre se aumentaría la flotilla con el traspaso, desde el Ministerio de Industrias, del barco de transporte General Nariño y las lanchas Huila y Cecilia lo mismo que tres botes con motores fuera de borda.
Ante la gravedad de los hechos el gobierno se vio obligado a adquirir más buques de transporte y cañoneras. El Ministerio de Hacienda cedió igualmente los guardacostas Pichincha, Carabobo y Junín. Con la parte servible del equipo anterior la cañonera Barranquilla, y el transporte Bogotá, se formó la Expedición Amazónica, a la cual se incorporaría más adelante la cañonera Mariscal Sucre. Para el río Caquetá se adquirió una lancha y dos remolcadores, cada uno con capacidad para mover cinco planchones. En el Putumayo se armaron dos remolcadores iguales y varios botes con motores fuera de borda. Con esto se cubrió de gloria la que sería nuestra Armada Nacional y se justificó la adquisición de nuevas unidades en los años subsiguientes, garantizando el control y el patrullaje de los ríos y mares en casi todo el territorio nacional.
En el ramo de Sanidad se había creado desde 1931 el departamento respectivo, que tuvo brillante desempeño en la prevención de enfermedades propias del adverso ambiente del Teatro de Operaciones del Sur. Si hoy tales condiciones son duras, no es difícil imaginar el obstáculo tan grande que representaban en ese entonces, incrementado por la cultura imperante, en cuanto a salud e higiene, en nuestros contingentes.
Fue abierta y manifiesta la preocupación permanente del gobierno en este campo y así lo demuestra el propio presidente en el mensaje que dirige a los comandantes de las guarniciones de Pasto, Neiva, Puerto Asís, Florencia, Potosí y La Tagua: “ ... Sírvanse dar cumplimiento a las siguientes instrucciones del Director General de Sanidad, con el fin de prevenir enfermedades de tropas y evitar infectar sitios en los cuales, habiendo vehículo de contagio de ciertas enfermedades, puede evitarse la propagación de flagelos, sobre todo a lugares más bajos, aparentemente indemnes. No debe movilizarse hacia Putumayo individuos enfermos, especialmente palúdicos que puedan ser origen de contagio para los sanos por medio del mosquito que pudiera no estar infectado. Los ofíciales de sanidad tendrán especial cuidado en la selección de personal ateniéndose a los períodos de incubación, etc. En los lugares donde no haya filtros esterilizantes debe hervirse el agua. Procuren en lo posible alimentación mixta no haciéndola exclusivamente de una mayor cantidad de animal o vegetal con el fin de prevenir el beri?beri. Comandos deben coadyuvar decididamente y facilitar labores a médicos e inspectores de saneamiento como la medida más importante para sanear el medio ambiente y suprimir así causas de enfermedades que, una vez adquiridas, complican la sanidad del Ejército y dificultan e incapacitan, para las mismas operaciones militares. Sírvanse avisar recibo. Olaya Herrera...”6.
Hubo que trabajar, como es lógico, en el área netamen-te civil y en la militar pues, por virtud de las operaciones, tendría que romperse la quietud del medio ambiente y alterarse las condiciones sanitarias e higiénicas, de por sí precarias. Se designaron oficiales de sanidad para las unidades comprometidas y fue digna de admiración la respuesta de los médicos al llamado que hizo el gobierno, lo que permitió, entre otras cosas, establecer hospitales de campaña con la eficaz contribución del Ministerio de Obras Públicas en el ámbito de la consecución y construcción de instalaciones. La Cruz Roja se sumó a la contribución bienhechora, estable ciendo un hospital médico?quirúrgico en Potosí. Lo que se hizo en el período del conflicto fue un esfuerzo nunca después repetido. Nada de lo que se ha hecho en la paz supera la grandiosidad en espíritu, entrega, dedicación e inmediatos resultados. Las direcciones nacionales de higiene y de sanidad del Ejército hermanaron las razones de su existencia para llevar a cabo la tarea titánica de hacer menos onerosa la cuota de sacrificio del pueblo colombiano. Militares, civiles, médicos, enfermeras, religiosos, todos contribuyeron; pero es digna de resaltar la tarea cumplida por los médicos y el sacrificio heroico del doctor Eduardo Lee Ayala al naufragar la lancha correo Simón Araújo en el río Orteguaza el 21 de octubre de 1933. Lo realizado en el período de la emergencia se extendió en los años siguientes hasta diluirse con el correr del tiempo en los recuerdos y retornar la memoria colectiva casi al estado anterior al suceso. Se necesitó un conflicto para mover a todo un pueblo hacia la realidad de ese gran espacio amazónico. Este resumen bien merece llevar el sello de quien, como Ministro de Guerra, plasmara en sus memorias el esfuerzo realizado; así lo cita el doctor Carlos Uribe Gaviria: “ ... La grave emergencia en que puso al Estado colombiano el conflicto con el Perú fue pródiga en dolorosas lecciones que una elemental prudencia aconseja tomar muy en cuenta aprovechando las duras experiencias iniciales para corregir con discreción y persistencia, errores, anomalías y deficiencias inveteradas en la estructura mecánica de la instítución armada...
“... Al encontrarse el gobierno frente a la imperiosa necesidad de respaldar la defensa de la soberanía nacional con el instrumento dedicado por la naturaleza a esa función ?que lo es aquí como en todo el mundo la Armada Nacional? con justa y patriótica angustia se puso de evidencia el hecho alarmante de que el reducido pie de fuerza con que entonces se contaba, si suficiente para dar una sensación de seguridad en el orden interno en un pueblo aferrado irrevocablemente a la vida de paz y tranquilidad por una bella tradición de 30 años, resultaba minúsculo para la empresa gigantesca en que ahora se veía comprometido como guardián insustituible del amor patrio... “El estudio técnico que, con el concurso de expertos militares, algunos de ellos reconocidas autoridades de otros países, llevó a cabo el ejecutivo nacional, le permitió implantar una reorganización fundamental en todas las unidades del Ejército, mediante la cual pudo elevarse el contingente de las tropas en acción a todo lo largo del frente amazónico a la no despreciable cifra de 12.000 hombres, con margen amplísimo para elevar este número al doble o triple, según fuera el desarrollo que tomaran los acontecimientos......”7.
Cursos extraordinarios de oficiales
Como “Los hijos de Leticia” quedaron denominados para la historia los oficiales pertenecientes a las promociones extraordinarias o cursos de emergencia que se realizaron. Se jugaron todas las cartas disponibles: aceleración de la promoción prevista para diciembre de 1932, la cual salió en octubre. Otra menos numerosa en enero de 1933 y dos extraordinarias en 1933, combinando alumnos antiguos con otros que tenían menos de un año de milicia, provenientes directamente de colegios, universidades y empresas, que fueron formados precipitadamente como subtenientes de reserva y luego, algunos de ellos, pasaron al servicio activo mediante nuevos cursos en la Escuela Militar. El decreto 1585 del 25 de octubre de 1932 permitió desarrollar y ejecutar la producción de oficiales.
La emergencia y la falta de planeación forjaron, con la improvisación, lo que se necesitaba y estaba al alcance cada día, cada hora, en los tiempos de crisis. Así, de la academia militar Ricaurte surgió un curso, otro de profesionales o universitarios de distintas ciudades del país y, finalmente, los cursos extraordinarios del año 33; pero, como suele suceder al retornar la calma, muchos permanecieron en la carrera y hacen honor a las armas de la república. De allí surgieron tres de los ex presidentes de la junta Militar, generales Luis E. Ordóñez (1932), Rafael Navas Pardo (1933) y almirante Rubén Piedrahíta (1933); distinguidos Ministros de Guerra como los generales Alfonso Saiz Montoya, Rafael Hernández Pardo y Alberto Ruiz Novoa y muchos otros generales, almirantes, coroneles y demás grados, que se sumaron a las nuevas Fuerzas Militares henchidas de orgullo, hidalguía y entrega a la patria.