- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
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- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
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- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
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- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
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- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
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- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
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- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
La Marina de Guerra
La Misión Naval inglesa, contratada por el gobierno del presidente Olaya Herrera, trajo dos destructores construidos para Portugal en sus astilleros con los nombres de Duero y Tajo. Y tomaron los nombres de Antioquia y Caldas, e ingresaron a la Armada Colombiana. Tarea importante para la referida Misión Naval fue la formación de tripulaciones colombianas. Aparece aquí el primer grupo de marinos colombianos que iniciaron el relevo de los ingleses, a bordo de los destructores Antioquia y Caldas. Con la invasión peruana al Trapecio Amazónico colombiano, la nación vio que se había olvidado del mar. Aparte de los cañoneros Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, tan sólo el guardacostas artillado Pichincha podía trasladarse al Sur por sus propios medios. El gobierno adquirió entonces unidades navales de guerra. El buque de pasajeros Diximude, sembrador de minas alemán llamado Grill, regresó a su tarea inicial de combate y, con el nombre de Córdova, fue artillado y reacondicionado para su nueva misión.
Con la invasión peruana al Trapecio Amazónico colombiano, la nación vio que se había olvidado del mar. Aparte de los cañoneros Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, tan sólo el guardacostas artillado Pichincha podía trasladarse al Sur por sus propios medios. El gobierno adquirió entonces unidades navales de guerra. El buque de pasajeros Diximude, sembrador de minas alemán llamado Grill, regresó a su tarea inicial de combate y, con el nombre de Córdova, fue artillado y reacondicionado para su nueva misión.
En su carácter de vicepresidente encargado del Poder, el general Francisco de Paula Santander revivió la Escuela Náutica.
El cañonero fluvial Cartagena, fondeado aquí frente ala base de Caucaya, fue adquirido en 1928 en el gobierno de Miguel Abadía Méndez y con su gemelo el Santa Marta, fueron destacados a la Amazonia, donde se hallaban al estallar el conflicto.
Famoso fue en su época el muelle de Puerto Colombia, antes de que la apertura de Bocas de Ceniza convirtiera a Barranquilla en Puerto de Mar. Aquí embarcaron las tropas colombianas del general Efraín Rojas, rumbo a la Amazonia.
Transporte Royal Higinlander defabricación inglesa. Adquirido porel general Vásquez Cobo, artilladoy convertido en el Mosquera.
Cañonero fluvial Santa Marta, de fabricación inglesa, que jugó, al lado del Cartagena, papel preponderante en el conflicto.
Eva por fluvial Nariño, buque hospital, anclado en Tarapacá, sobre el río Putumayo, después de la reconquista del puerto.
Tripulación del cañonero Santa Marta en 1935, después de finalizado el conflicto.
En el conflicto, embarcaciones peruanas quedaron bajo control colombiano. La Huayna Capac, una de ellas.
El buque mercante Sinchi‑Roca, de bandera peruana, quedó como el Huayna‑Capac al servicio del Ejército de Colombia.
Lancha San Miguel de bandera peruana.
Lancha Emita, de bandera brasileña, alquilada para transportes militares. A su lado, la Huayna‑Capac.
El Yamarí se adquirió en Manaos en 1933, para reemplazarar Nariño como buque hospital. Sin propulsión propia, se dotó con 75 camas, laboratorio, sala de operaciones y demás elementos que lo hicieron muy adecuado para su función. Cuatro médicos le fueron asignados junto con el personal auxiliar necesario.
En agosto de 1931 se ordenó el traslado del cañonero Cartagena de Santa Cruz, en el río Magdalena, a Caucaya en el Putumayo, por los informes que llegaron al gobierno de la situación en los ríos del Sur.
Alfonso López Pumarejo, como presidente de Colombia, nombró representantes de las diferentes regiones del país como cadetes de la Escuela Naval. Así nació la tercera Escuela Naval, bajo la dirección del capitán de navío Ralph D. Binney, de la Real Armada Inglesa, y a bordo del buque escuela Cúcuta.
El destructor Caldas fue, con el Antioquia, el comienzo real del poder naval colombiano. En su tonelaje y función fueron las más poderosas unidades a flote de Suramérica.
El Antioquia, construido por las firmas Vickers Armstrong y Yarrow Company en Lisboa, estaba dotado de cañones Vickers de 120 mm, piezas antiaéreas de 40 mm, torres lanzatorpedos Weymouth y rieles para lanzamiento de cargas de profundidad.
Texto de: Vicealmirante (R) Carlos E. Ospina Cubillos
Introducción
El Conflicto Colombo Peruano tuvo una decisiva influencia en la definitiva formación y en el desarrollo de la Armada de Colombia. Su efecto se vio, no sólo en la acelerada adquisición de material naval, sino en que puso de presente al país, en especial al gobierno, la importancia de mantener una fuerza naval permanente, organizada, preparada y debidamente ubicada, situación que no existía. Organización, personal y material son factores que deben crecer juntos y difícilmente pueden improvisarse. Tal como lo demuestra la historia, el elemento buque, el cañón, la máquina, la estructura logística, son muy importantes y en una emergencia son relativamente fáciles de adquirir, pero si no tienen tras de sí al hombre, al tripulante, al oficial que lo opera con mística, con calor, con sabiduría, que les hace tomar vida infundiéndoles su interés en una causa, entonces el frío material no deja de ser lo que sencillamente es.
Colombia carecía de tripulaciones, material y organización. En la mejor forma trató de solucionar este problema y gracias al entusiasmo de sus dirigentes políticos y militares y al fervor patriótico que despertaron los acontecimientos sucedidos en Leticia, pudo organizar, adquirir y tripular en tiempo mínimo una fuerza naval y fluvial que fue factor decisivo en la solución favorable del conflicto en su aspecto bélico, con su presencia, operaciones fluviales y transporte de la fuerza terrestre hacia el teatro de guerra.
Aunque las acciones se centralizaron en el aspecto fluvial, dado que este era el único medio de transporte y ubicación en la zona de conflicto, también se planteó y solucionó el aspecto marítimo, con la adquisición, por primera vez, de dos poderosos destructores que fueron base y principio real de nuestro moderno poder naval. El conflicto en sí se desarrolló en plena selva amazónica, donde las únicas vías de transporte y de vida son los ríos. Sobre sus riberas están las poblaciones y los puntos estratégicos militares y comerciales. Ellos, los gigantescos, desconocidos y misteriosos ríos, fueron las vías sobre las que se desarrollaron las principales acciones y en ellos las Fuerzas Militares escribieron páginas valiosas, que reafirmaron la necesidad y la importancia de una marina de guerra, especializada y altamente técnica en la difícil misión de velar por la soberanía patria en las agitadas aguas de los mares y en las silenciosas y enigmáticas de los ríos.
Recuento histórico
Observando el mapa del mundo con miras a un análisis geopolítico y económico, Colombia, con sus gigantescas costas pacífica y atlántica y sus caudalosos ríos que la enmarcan al Sur y al Oriente, debería tener gran vocación y desarrollo marinero. Sin embargo, es solamente en el decenio de los treinta cuando, tímidamente, descubrimos el valor de nuestra posición geográfica y sus demandas sobre el desarrollo del poder marítimo.
La poca importancia que se dio a nuestro desarrollo marinero, puede tener su explicación en la misma configuración geográfica de nuestro territorio, que encerró en medio de remotas montañas y lejanos valles el centro político, cultural y económico del país. No fue esencial mirar al mar, pues dentro de los Andes se encontraba todo, recursos, riquezas, alimentos y hasta campos de batalla que permitieron las guerras internas. Así, cada vez que la marina surgía y cumplía su misión, se cubría de gloria, pero volvía a desaparecer. Las sucesivas apariciones de nuestra Armada se pueden recordar así:
En 1822, mediante decreto No. 086 del 28 de julio, el general Francisco de Paula Santander crea la Escuela Náutica en Cartagena, nombrando como Director al capitán de navío Rafael Tono. Sus planes eran ambiciosos con miras a una expedición marítima que proyectara su poder hacia Cuba, México, Argentina. Esta época gloriosa de nuestra historia marítima está marcada por la presencia de José Prudencio Padilla, el héroe que nace en Riohacha en 1784 y luego de una vasta experiencia marinera en la Armada Española, adelanta en Colombia la campaña que sellaría en el mar nuestra independencia, con su épica culminación en el triunfo del Lago de Maracaibo el 24 de julio de 1823.
Infortunadamente, el impulso de la Escuela Náutica fundada por el general Santander va decayendo y durante la administración del general Tomás Cipriano de Mosquera, por decreto del 25 de noviembre de 1483, se suprimen las Fuerzas Navales, los buques se desartillan, se convierten en mercantes o se dan de baja.
Sin embargo, el alma marinera de nuestro pueblo sigue latente, y en 1860, al reorganizarse la Universidad de Cartagena, aparece la Escuela Náutica como una de sus dependencias. En 1869 aún subsiste pero, a pesar de ello, la falta de buques, de oficiales especializados y en particular de voluntad política hacen que este nuevo esfuerzo se diluya y desaparezca.
Un nuevo renacer se presenta cuando el general Rafael Reyes, por medio del decreto 793 del 6 de julio de 1907, crea la Escuela Naval Nacional, que inicia sus actividades a bordo del vapor Marroquín que, junto con los cruceros Pinzón y Cartagena y los cañoneros Hércules y Boyacá, constituían la marina de guerra de la época. Fue nombrado director de la naciente escuela el teniente Alberto Asmussen de la Armada de Chile y como subdirector el señor Guillermo Holguín Lloreda. Esta nueva etapa termina en febrero de 1910. De los 34 aspirantes iniciales, sólo se gradúan ocho. La Escuela Naval se clausura, los buques se traspasan a la gobernación de Bolívar y luego son vendidos.
Los oficiales graduados se encuentran sin buques y un nuevo intento de tener marina de guerra organizada se pierde, alejando a Colombia del poder marítimo. Algunos oficiales viajan a especializarse a Chile y España y, posteriormente, alcanzan a prestar sus servicios en el año de 1932 y 1933, durante el desarrollo del Conflicto Colombo Peruano. Fueron ellos: Pablo Emilio Nieto, Luis María Galindo, Virgilio Mastrodoménico, Mario Caicedo Camacho y Froilán Valenzuela.
Primeras unidades
Durante la presidencia del general Pedro Nel Ospina, en el año de 1925, se adquirieron tres guardacostas para el Ministerio de Hacienda y fueron asignados al servicio de aduanas. Su construcción se realizó en Francia en los astilleros “Chartiers et Atteliers” de Saint Nazaire y fueron bautizados con los nombres de Pichincha, Carabobo y Junín.
Estas pequeñas y nobles unidades tenían las siguientes características:
- Desplazamiento: 120 toneladas
- Eslora: 30.48 metros
- Manga: 6.29 metros
Estas unidades, posteriormente, fueron transferidas al Ministerio de Guerra para atender las necesidades del conflicto. De las tres le correspondió al Pichincha viajar a los ríos del Sur y tomar parte destacada en las operaciones fluviales realizadas en el teatro amazónico.
Mientras tanto, la situación interna del país se va complicando para la época, especialmente por problemas laborales en el río Magdalena, arteria principal de las comunicaciones del país. Esta situación comenzó a preocupar al gobierno y fue así como en uso de las autorizaciones concedidas por la ley 51 de 1925, se decretó un crédito extraordinario para la adquisición de algunos cañoneros fluviales, con el fin de controlar el orden público del área.
En el año de 1929, y en principio, se escogieron las propuestas de tres astilleros constructores y se recomendó al presidente de la república adquirir un cañonero a cada uno de ellos. Esta recomendación afortunadamente no tuvo curso, ante controversias de orden comercial que se presentaron al elaborar los contratos y se optó por tomar contacto con un gobierno extranjero, en este caso Inglaterra, y hacer la adquisición por intermedio del mismo. Fue así como el encargado de negocios de Colombia en Londres, Alejandro Michelsen, firmó el 31 de agosto de 1929, el contrato respectivo con los astilleros de la Yarrow para construir tres cañoneros. En este contrato se describen las características de las tres unidades, su costo (195.000 dólares americanos por unidad), la participación del Almirantazgo Británico en la inspección de la construcción y, entre otras condiciones más, se especifica la forma en que los cañoneros desarmados deberían ser empacados, enviados a Barranquilla y armados en esa ciudad, situación esta que posteriormente se cambió en forma que los cañoneros llegaron a Puerto Colombia navegando por sí mismos.
Esta adquisición tomó especial importancia puesto que para el año de 1928, la Flotilla Fluvial de Guerra que existía con dependencia del Ejército Nacional, únicamente estaba constituida por los cañoneros Hércules y Colombia, los que en el río Magdalena prestaban sus servicios militares de patrulla y vigilancia, además del transporte de correo y pasajeros. Según decreto 446 de 1930, se creó el puesto de Comandante de Flotilla Fluvial de Guerra que sería servido por un oficial del grado de coronel.
El Presidente Mosquera era un buque de río de propulsión a rueda. Llegó desarmado a Puerto Colombia destinado a otro país. Allí, después de un tiempo de abandono, fue adquirido por el gobierno colombiano y armado en Barranquilla, siendo bautizado Cañonero Colombia, nombre que posteriormente fue cambiado por Presidente Mosquera. Su desplazamiento era de 200 toneladas, eslora de 150 pies, manga 35 pies, calado 3 1/2 pies, armamento dos cañones de 3,7 mm. Su tripulación, según decreto consistía en un Comandante de grado teniente coronel y 29 tripulantes; además llevaba una guarnición militar compuesta por un oficial, cinco suboficiales y 16 soldados.
Después de intenso uso durante muchos años en el río Magdalena, fue llevado a Cartagena donde prestaba algunos limitados servicios portuarios. Una noche, estando acoderado a un destructor, y por errores de operación durante la maniobra de toma de agua, se hundió, siendo necesaria una complicada faena posterior para remover sus restos del área cercana al muelle. En cuanto a la otra unidad, el vapor Hércules (mercante adaptado como cañonero) el día 16 de junio de 1928, en viaje regular entre Barranquilla y La Dorada, cerca a la pequeña población de Sitionuevo, sufrió un grave siniestro , posiblemente por causa de su caldera o por alguna carga explosiva que transportaba, lo que originó en pocos minutos la pérdida de la nave y la muerte de 42 personas, incluyendo a su comandante el coronel jesús Aranguren.
Este grave incidente y la difícil situación que por problemas de orden público se registraba en el Magdalena Medio, facilitaron la adquisición y aceleraron la traída de los tres cañoneros construidos en los astilleros Yarrow de Glasgow Inglaterra, mencionados anteriormente, y que fueron llamados Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, gloriosas unidades que habrían de definir, en gran parte, el futuro Conflicto Colombo Peruano.
Estas unidades tenían las siguientes características:
- Desplazamiento: 142 toneladas
- Eslora: 41.9 metros
- Manga: 7.16 metros
- Calado proa: 3 pies
- Calado popa: 4 pies
- Máquinas: 2 semidiesel de 300 caballos cada una
- Velocidad: 10 nudos
- Tripulación: 2 oficiales, 32 tripulantes
- Armamento: 2 cañones de 75 mm. Boffor, 1 cañón antiaéreo de 20 mm, Oerlikon 4 ametralladoras Vickers de 7 mm
Los tres cañoneros llegaron a Puerto Colombia desde Inglaterra por sus propias máquinas tras 24 días de navegación. Su tripulación inglesa, una vez traídos los buques y tras una corta etapa de instrucción, los entregó en el río Magdalena, donde poco después dejaron de ser operativos.
Al tener estas unidades en el río Magdalena, por medio del decreto 1131 de 1930 se organizó la Flotilla Fluvial de Guerra del río Magdalena constituida, además de los tres cañoneros nuevos, por el Colombia que, a partir de este mismo decreto, se llamaría Presidente Mosquera. La flotilla dependería directamente del Ministerio de Guerra y su misión sería garantizar el orden público. Su comandante debería ser un coronel o general de brigada. En los ríos Amazonas y Putumayo, el Ministerio de Industrias poseía desde 1928 dos buques transporte, el Nariño y la lancha Huila. Ambas unidades prestaron sus servicios a la colonización militar, pasando al Ministerio de Guerra en septiembre de 1932. El vapor Nariño fue adquirido en Manaos en 1928 para la labor de colonización del Putumayo y Amazonas. Su desplazamiento era de 140 toneladas, no tenía armamento y su tripulación consistía de 24 personas. Fue comandado al principio por el señor Abel Calderón y posteriormente por el subteniente de nuestro Ejército Alfonso Pinzón Forero. Su desempeño inicial, transportando la comisión encargada de tomar posesión de los territorios delimitados por el Tratado Lozano?Salomón, su posterior labor de patrullaje y control en el área de Leticia y su misión de transporte durante el conflicto, lo llevaron a prestar servicios valiosos en el control del área fluvial del Sur. Mediante decreto 631 de 1933, fue trasladado del Ministerio de Industrias al de Guerra, anexándolo a la Flotilla del Amazonas.
La lancha Huila fue adquirida en época cercana a 1919, en Manaos y, junto con el Nariño, asignada al proceso de colonización del Putumayo y el Amazonas. Tenía un desplazamiento de 80 toneladas, su capitán era el señor Francisco Vargas y durante el conflicto sirvió como unidad de transporte. Mediante decreto 1289 de 1932 se integró a la Flotilla del Amazonas.
Poder Naval
Afortunadamente, en agosto de 1931 y ante los informes que llegaron al alto gobierno de la situación en los ríos del Sur, se ordenó el traslado de los cañoneros Cartagena y Santa Marta de Santa Cruz en el río Magdalena a Caucaya en el Putumayo. Esta misión de por sí es una página destacada en nuestra historia marinera; para cumplirla fueron designados el mayor José Dolores Solano, el teniente Hernando Mora Angueyra, el subteniente Luis Baquero y un pequeño grupo de suboficiales y soldados del Ejército quienes, con interés y empeño ejemplar, se convirtieron en hábiles marineros y futuros comandantes y tripulantes operativos en los ríos de la Amazonia.
Los dos cañoneros se llevaron a Barranquilla, donde se adaptaron para realizar la navegación en alta mar teniendo en cuenta que eran unidades fluviales. Se les quitó la cofa y se les adaptó una falsa proa, entre otras modificaciones, y así zarparon a Cartagena vía Canal del Dique. De allí salieron rumbo al Amazonas el 29 de octubre de 1931. Hasta allí los acompañaron los oficiales ingleses que habían sido contratados por el gobierno para asesorar esta difícil misión. Se recuerda al capitán Todovan, Comandante del Cartagena, y al capitán Domes, Comandante del Santa Marta.
Por medio del decreto 1389 de 1931 y para su viaje al Putumayo, se asignó una partida de gastos por valor de 2.440 pesos para alimentación, lavado y peluquería, y 1.000 pesos para aprovisionamiento en el Amazonas. De Belén del Pará zarparon a Manaos donde fueron revisados y nuevamente acondicionados para su misión fluvial.
Su travesía continuó y llegaron a Caucaya, donde establecieron su base principal. La presencia de estas dos poderosas naves en el alto Putumayo, fue decisiva en la estrategia que prosiguió en acción después de la toma de Tarapacá. Hallándose los cañoneros Cartagena y Santa Marta en el Putumayo, el gobierno reorganizó sus fuerzas fluviales mediante el decreto 1507 del 31 de agosto de 1931, creando dos flotillas, la del Putumayo con las dos unidades mencionadas y la del Magdalena con el Barranquilla y el Mosquera.
Asimismo, mediante decreto 1546 de 1931, se llamó al servicio activo al teniente primero de navío Luis M. Galindo y se le destinó como comandante de cañonero en la flotilla del Amazonas y, por decreto 1623 de 1931, se reconocieron los estudios adelantados en Chile por el oficial Froilán Valenzuela Urueña y se le ascendió al grado de teniente primero de navío.
Con el fin de incrementar la navegación de los dos cañoneros del río Magdalena y rebajar los gastos del Estado en transporte de personal y carga, se expidió el decreto 450 de 1932, que amplió la misión de los cañoneros Barranquilla y Mosquera con el transporte gratuito de personas y material del Ministerio de Guerra y el de transporte de empleados públicos y elementos oficiales según tarifas e itinerarios fijos.
En cuanto a los cañoneros del río Putumayo, mediante decreto 1093 de 1932, se les asignó a cada uno una partida mensual de 10 pesos para aseo de armamento, y para combustible 400 pesos.
Fuerza naval al estallar el conflicto
Para septiembre de 1932, la fuerza naval de Colombia, reorganizada últimamente por el decreto 1289 del 29 de julio de 1932, se reducía a dos excelentes cañoneros en el alto Putumayo (Cartagena y Santa Marta) y a dos cañoneros en el río Magdalena (Barranquilla y Mosquera). Estos últimos, bajo comando del capitán Carlos Pinzón Azuero, fueron llevados a Barranquilla y reparados. Para un país cruzado por ríos navegables y circundado de mares, país que veía venir un serio conflicto de límites, sus recursos humanos y materiales en el área naval eran, pues, en extremo limitados.
Adquisiciones navales
La administración del presidente Enrique Olaya Herrera, respaldada por la movilización ejemplar de todo el país ante los sucesos de Leticia, organizó la defensa nacional dotando al Ejército de lo posible para que cumpliera su misión.
Parte muy importante de la formación de la fuerza naval que debería atender el conflicto, se debe al general Alfredo Vásquez Cobo. Desde su cargo de ministro plenipotenciario en Francia, recomendó al presidente, el 14 de septiembre de 1932, la adquisición de buques de guerra capaces de enfrentar al enemigo en el Teatro del Amazonas. Esta recomendación obedecía a un plan militar que bosquejó este gran colombiano en donde aseguraba que “Al dominar el agua se triunfaría en tierra”. El plan propuesto fue consultado al doctor Eduardo Santos en París, quien envió un mensaje al presidente Enrique Olaya Herrera el 1º de octubre de 1932, el cual, en uno de sus párrafos, dice: “Proyecto Vásquez Cobo para el Amazonas paréceme espléndido, tal como él piénsalo, pero es preciso realizarlo sin ahorrar ninguno de los elementos que garanticen rotundo éxito. Suplico al gobierno aceptar opción propuesta para cruceros españoles y estudiar la conveniencia de comprarlos. Yo no vacilaría en destinar los millones del empréstito a adquirir una decisiva superioridad marítima y fluvial para hacer respetar nuestra integridad territorial sin necesidad de intervenciones ajenas”. Como se observa, dos grandes hombres, políticos y grandes conocedores de Colombia y del complicado manejo de las relaciones internacionales, reconocen lo que Colombia no había desarrollado hasta entonces.
El gobierno central, consciente del realismo de los conceptos expuestos por el doctor Eduardo Santos y por el general Vásquez Cobo, se vale del segundo para adelantar diligencias por medio de la embajada en España, para adquirir en ese país dos unidades modernas tipo crucero, una de ellas de 9.000 toneladas. Si estas dos poderosas unidades se hubieran adquirido, la historia de nuestra marina hubiera sido bien diferente. Su presencia hubiera exigido grandes esfuerzos en formación de personal, medios técnicos y logísticos que, sin lugar a dudas, se habrían realizado, con lo cual nuestra Armada hubiera tenido otro punto de partida.
Infortunadamente, por razones diplomáticas, de costo y en razón de que el gobierno nacional aún no veía urgente la necesidad del poder marítimo, se concentró en el desarrollo del poder fluvial amazónico, lo que impidió esta adquisición. Algunos consejeros recomendaron al gobierno nacional que la protección de la costa pacífica ante posible ataque marítimo, se podría hacer con defensa aérea, error de apreciación y desconocimiento no sólo del área sino de las limitaciones de la naciente aviación disponible. En todo caso, la acertada recomendación del general Vásquez Cobo de adquirir dos cruceros, ya fuera para el conflicto reducido o ante posible complicación de una guerra total, fue descartada. Insistentemente se buscaron otros buques de guerra, se tomaron contactos con España, Estonia e Inglaterra, pero las diligencias fallaron ya fuera por falta de tripulaciones propias, por maniobras diplomáticas de otros países interesados 0 por tratados internacionales vigentes. A pesar de lo anterior, se siguió adelante con el plan de llegar al área del conflicto con otras unidades más pequeñas, y así se tomó contacto con los astilleros franceses de Saint Nazaire de la Société des Chartiers et Atteliers, los mismos que habían construido los tres guardacostas en uso en Colombia, y quienes propusieron la readaptación de dos buques construidos como unidades de guerra, que habían sido convertidos en buques mercantes, y así nacieron el Mosquera y el Córdova.
Se compró el buque de pasajeros Diximude construido en 1919, antiguo sembrador de minas alemán llamado Grill, 600 toneladas, eslora 58 metros, manga 7.50 metros y sus dos calderas podían quemar carbón o leña fue armado con cuatro cañones franceses de 75 mm, seis ametralladoras pesadas y diez livianas, todas con su correspondiente munición. Su autonomía era de 2.000 millas, por lo que fue necesario llevarlo desde Francia hasta Belén del Pará remolcado. Esta unidad se llamó Córdova y, después de su destacada participación en las operaciones fluviales del conflicto, fue llevada a Cartagena, donde prácticamente fue abandonada, deteriorándose irreversiblemente, por lo cual terminó usada como blanco de artillería de los destructores Caldas y Antioquia, siendo hundida frente a Cartagena el 11 de junio de 1937. Este evento fue filmado por los hermanos Acevedo, pioneros del cine en Colombia.
Se consiguió, además, un buque inglés llamado Royal Highlander de 1.700 toneladas. Su caldera, al igual que el Diximude, podía quemar carbón y leña. Este buque había sido construido corno crucero auxiliar de guerra y por ello fue fácilmente reacondicionado, siendo armado con dos cañones de 75 mm, dos ametralladoras antiaéreas y diez livianas, todos ellos con su dotación de munición. Esta unidad se llamó Mosquera y viajó por sus propios medios a Belén del Pará, tripulada por cuarenta y dos marineros franceses.
Después del conflicto, este buque viajó a Cartagena y, años después, encalló frente a la punta del Castillo Grande, donde aún se puede ver parte de su casco sobresaliendo de las olas. Los trabajos de astilleros de estas dos unidades se adelantaron aceleradamente, así como la consecución del personal extranjero que tripularía las unidades. En cuanto al delicado aspecto del comando de la expedición, debe recordarse el gesto patriótico del general Vásquez Cobo de llevarla personalmente hasta el Amazonas, ofrecimiento que fue aceptado por el presidente Olaya Herrera.
Mientras se conformaban y llegaban las expediciones que venían de Europa y de Colombia, fue necesario acudir a otros medios disponibles en el área amazónica para poder transportar y movilizar el personal y la carga que llegaba del interior del país vía Puerto Asís y vía Florencia. En el río Putumayo se emplearon con excelente rendimiento tres lanchas, cuyos nombres aparecen en las memorias de las operaciones logísticas del conflicto, fueron:
La lancha Huayna-Capac y lancha Sinchi-Roca, de bandera peruana, y pertenecían a la firma Israel de Iquitos y; según documento de la Legación Británica en Bogotá, de fecha enero 12 de 1933, el jefe de dicha firma era un “Súbdito británico, en realidad el Anglo South American Bank, por intermedio de su sucursal en Iquitos”, quien tenía a su favor una prenda o empeño sobre esas lanchas. El gobierno de Colombia, puesto que no pudo comprarlas, pagó por su arriendo la suma de $12.093.90 y $8.431.21 respectivamente, hasta el día 3 de julio de 1933.
La Huayna-Capac tenía 39 toneladas de registro y remolcaba la Chata Bolívar de 40 toneladas. Su capitán era el señor M. R. Cossio. Operó al mando del teniente colombiano José María Chávez.
La Sinchi-Roca tenía 48 toneladas de registro, su capitán era Ponciano Sánchez y su armador Julio Delgado; operó al mando del teniente colombiano Alfonso Pinzón Forero. Lancha Emita, bandera brasileña, 20 toneladas de registro, pertenecía a don León Deoz, quien la arrendó al gobierno colombiano por 644 pesos mensuales. Se usó en el transporte entre Puerto Asís y Caucaya, incluso remolcando canoas. Esta lancha estuvo al servicio de Colombia hasta principios del mes de abril de 1933, cuando el dueño de la lancha solicitó terminar el contrato. El 20 de abril zarpó hacia Brasil y, aproximadamente a 100 kilómetros abajo de Caucaya, fue atacada por aviones del Perú, que produjeron la muerte del tripulante Manuel Mello e hirieron a otros tres tripulantes. La lancha regresó a Caucaya para ser reparada y atender a los heridos. Esta situación originó la correspondiente reclamación.
Transporte en el Caquetá
Gran cantidad de hombres y provisiones que eran enviados a la zona del conflicto desde el interior del país, llegaban por tierra vía Gigante-Florencia; desde allí se llevaban a Venecia, donde eran embarcados en grandes balsas hechas de troncos y, con la ayuda de un grupo sacrificado de bogas, eran conducidas a favor de la corriente hasta el río Caquetá y de allí a La Tagua, pequeño caserío ubicado en el punto más cercano del río a Caucaya, en el Putumayo.
El traslado terrestre a este último puerto se hacía a lo largo de 21 kilómetros de selva, muy difíciles por la contextura pantanosa y fangosa del terreno.
Debe recordarse que todo llegaba prácticamente del interior del país, incluyendo el combustible para los cañoneros que venía en latas de cinco galones. Este tren logístico exigió mucho sacrificio, tanto en el transporte de balsas por el río como en el desplazamiento terrestre que se hacía en recuas de mulas, nobles animales que ayudaron significativamente a esta dura labor.
Otras adquisiciones navales
En Manaos, Brasil, y ante los sucesos de Leticia, se buscó en 1933 la posibilidad de adquirir unidades a flote que, por estar en el área, pudieran atender las necesidades de las tropas. Fue así como se negoció con la compañía inglesa Madeira Mamore Rollway la adquisición de un buque llamado Barbosa, que pasó a ser el Bogotá y cuyo principal objeto fue remolcar la nave hospital Yamary. Su eslora era de 68.9 metros, manga 7,16 metros, calado en proa 8 pies y en popa 12. Su comandante, Virgilio Mastrodoménico, lo reporta como un buque económico, ya que “de Belén del Pará a Manaos sólo consumió 80 toneladas de carbón y 32.000 astillas de leña”. Fue armado con un cañón en proa calibre.88 K5 ? Krupp, dos cañones calibre 75 mm y dos ametralladoras dobles antiaéreas de 13 mm.
Se adquirió también en Manaos el Yamary, unidad sin propulsión propia, que se destinó como buque hospital. Tenía para ello 75 camas, laboratorio, sala de operaciones, cuatro médicos y además elementos que lo hacían muy útil para su función. Su desplazamiento era de 300 toneladas, con una eslora de 46 metros y manga de 10,5 metros. Esta unidad, después de prestar excelentes servicios en Tarapacá y Leguízamo, se hundió junto a la Base de Leguízamo, donde aún se ve su proa apuntando al cielo.
A medida que la adquisición de material de guerra para defender el área amazónica se iba concretando, el gobierno nacional principió a preocuparse por la situación de las costas marítimas, especialmente teniendo en cuenta la disponibilidad de medios que para esa acción tenía Perú, con sus unidades a flote tipo crucero. Al respecto, con fecha 7 de octubre, el gobierno pidió a su embajada en París la cotización de cuatro cañones de 150 milímetros para defensa de sus costas. El general Vásquez Cobo, ante esta solicitud y con una gran visión táctica, explicó lo complicado de la instalación y movilidad de esta clase de armamento pesado en tierra y sugirió comprar un buque español llamado Eduardo Dato, cuyos “cañones serán la mejor defensa movible de nuestras costas”. A pesar de lo avanzado de las diligencias para adquirir esta unidad, al fin no se pudieron concretar, por haberse interpuesto la diplomacia peruana, invocando la neutralidad de España. Como dato curioso el Eduardo Dato fue hundido por el crucero Almirante Cervera en la guerra civil española de 1936?1939.
Para defender a Buenaventura se contrataron finalmente dos cañones de 126 mm. con 500 proyectiles, que fueron llevados por un coronel de Artillería, quien durante tres meses los instaló y enseñó su operación a personal colombiano. En París, mientras tanto, y gracias a la patriótica actividad del general Vásquez Cobo, se terminaron de alistar los buques Córdova y Mosquera, los cuales, en alto grado de equipamiento, zarparon rumbo al Amazonas, ambos con tripulaciones francesas.
El Córdova lo hizo el 9 de noviembre a órdenes de Camilo Vásquez Carrizosa, hijo del general Vásquez Cobo, recientemente graduado de ingeniero civil.
El Mosquera zarpó de El Havre el 2 de diciembre rumbo a Belén del Pará. Su demora se debió a que le fueron instalados dos cañones Krupp de 88 mm.
La expedición que zarpó de Europa rumbo al Amazonas, constituida por estos dos buques, venía al mando del general Vásquez Cobo, a quien el presidente de la república le asignó el cargo de “General Comandante de la Expedición”.
Ante la necesidad de transportar por vía marítima tropa a la zona del conflicto, se compró en Nueva York a la Columbian Line un buque llamado Bridgetown, construido en Inglaterra, al que se le cambió el nombre por el de Boyacá. Esta unidad viajó a Colombia y allí embarcó 700 hombres que, a órdenes del general Efraín Rojas, zarparon rumbo a Belén del Pará, junto con el Pichincha y el cañonero Barranquilla, unidad exclusivamente fluvial, que al navegar en alta mar sufrió varios daños que lo obligaron a entrar a Curazao a reparaciones; después seguió en forma independiente a reunirse en el río Amazonas con el resto de la flota.
El día 21 de diciembre el Mosquera llega a Belén del Pará y fondea junto al Córdova, que ya había llegado. Ambos esperan al Destacamento del Amazonas . que venía de Puerto Colombia.
El Boyacá y el Pichincha llegan el día 28 de diciembre; el Barranquilla al mando del capitán Pablo E. Nieto, en razón de los serios problemas de navegación en alta mar, fue autorizado para regresar a Colombia. Sin embargo, su comandante y tripulación siguieron adelante y, tras una recalada de emergencia en Curazao, llegaron el 14 de enero a Belén del Pará y prosiguieron río arriba hasta reunirse con el resto de la flota el 8 de febrero en las bocas del Putumayo.
Tenemos pues que el día 21 de diciembre de 1932 se reúnen en Belén del Pará, la llamada “Expedición Punitiva” al mando del general Alfredo Vásquez Cobo y el Destacamento del Amazonas al mando del general Efraín Rojas. Constaba en total de 791 personas y para ese momento, de cuatro buques: Mosquera, Córdova, Boyacá y Pichincha. Ante una duda sobre los aspectos de comando, el presidente de la república define claramente que el mando supremo corresponde al general Vásquez Cobo, que así continúa dirigiendo las operaciones de la expedición con el mando militar, civil, fiscal y diplomático de toda la fuerza.
Mirando hacia el mar
A medida que los esfuerzos del gobierno del presidente Olaya fueron cubriendo las primeras necesidades para atender el conflicto en la zona amazónica, se siguió insistiendo, ahora con mayor empeño, en lograr dotar al país de material naval que pudiera defender las costas oceánicas del Pacífico y del Atlántico. A pesar de haber fallado las tentativas de adquirir unida- des de guerra en varios países, se siguió insistiendo y, en afortunado momento, se iniciaron con el gobierno de Portugal las diligencias para adquirir dos modernos destructores, de cinco que las firmas Vickers Armstrong y Yarrow Company estaban construyendo en Lisboa para ese país. Las dos unidades tenían los nombres de Douro y Tajo (Duero y Tajo), y aunque en un principio hubo reacciones contrarias a su venta, ésta se logró culminar con gran diplomacia y habilidad. Gracias a ella Colombia tuvo a su servicio dos excelentes buques que, con su poder de fuego, velocidad de 36 nudos y características marineras, le dieron la fuerza necesaria para hacer respetar sus mares y para iniciar una Armada basada en excelente tecnología. Las dos nuevas unidades fueron bautizadas Antioquia (ex?Duero) y Caldas (ex?Tajo) y estaban dotadas del siguiente armamento: cuatro cañones Vickers de 120 milímetros, tres piezas antiaéreas de 40 milímetros, dos torres lanzatorpedos Weymouth y rieles para lanzamiento de cargas de profundidad.
Para recibirlos, el gobierno nacional nombró una comisión integrada por el capitán Eduardo Bonitto, el mayor Hernando Mora Angueyra, el coronel Régulo Gaitán y dos ingenieros. Los buques, después de exitosas pruebas en aguas portuguesas, y tripulados por 25 oficiales y 231 suboficiales de la reserva naval inglesa, zarparon para Colombia, a donde arribaron el 14 de mayo de 1934, dirigiéndose posteriormente al océano Pacífico, iniciando el 24 de mayo la presencia del poder naval colombiano en esas vastas aguas. Durante muchos años estas dos unidades fueron la columna vertebral de nuestra fuerza naval. En ellas la tripulación inglesa fue enseñando y entrenando a nuestros marineros y junto con su tecnología fueron entregando, como valiosa herencia, su mística marinera, sus tradiciones y cultura pofesional. La presencia de los destructores Antioquía y Caldas en la Marina colombiana marca una página valiosa, que nos enfrentó a la necesidad de organizar y crear una institución naval acorde con las necesidades del país y, sobre todo, a la inaplazable tarea de formar hombres propios para tripular sus naves. Tarea esta que se concretó posteriormente con la fundación de la Escuela de Grumetes, de acuerdo con el decreto 853 del 20 de abril de 1934, a bordo del transporte Boyacá, dirigida por el capitán de navío alemán Erich Ritcher y con la decisión del presidente Alfonso López de “llamar a exámenes al personal de aspirantes para cadetes y oficiales navales” (decreto 224 de 1934), y de nombrar a un selecto grupo de representantes de las diferentes regiones del país como cadetes de la Escuela Naval (decreto 712 de 1935). Así nació la tercera Escuela Naval, bajo la sabia dirección del capitán de navío Ralph D. Binney, de la Real Armada Inglesa, y a bordo del buque?escuela Cúcuta se inició la tan necesaria formación de personal naval colombiano.
Refuerzos marítimos
Solucionadas las primeras necesidades bélicas y conformada ya en las aguas del río Amazonas la primera expedición llamada Punitiva a órdenes del general Vásquez Cobo, se continuó la labor de adquirir material naval, tanto armado como de transporte, pensando en la necesidad de reforzar las operaciones para una posible toma militar de Leticia. Fue así como ingresaron a nuestra flota las siguientes unidades:
Cañonero Bogotá: comprado en Francia. Era un antiguo siembra?minas alemán de nombre Heligoland, parecido al Córdova. Su armamento consistía en un cañón Krupp en proa de 88 mm, dos cañones de 75 mm franceses, y dos ametralladoras dobles antiaéreas de 13,2 mm. Según inspección pasada a su arribo, la unidad era “fuerte y muy bien dotada para combatir”. Esta unidad zarpa con tripulación francesa y llega a Belén del Pará el 24 de febrero de 1933, donde su tripulación original es reemplazada por personal colombiano a las órdenes del capitán Virgilio Mastroménico. Su primera labor fue hacer una serie de reparaciones urgentes al buque y aprovisionarlo para su viaje hacia Colombia río arriba, una vez llegara el cañonero Sucre, que venía navegando hacia ese mismo destino.
Cañonero Mariscal Sucre: Antiguo yate llamado Flying Fox. Fue adquirido en los Estados Unidos por el general (r) Carlos Cortés Vargas, quien se embarcó como su primer comandante. Fue armado con dos cañones de 75 mm, una ametralladora antiaérea y cuatro ametralladoras pesadas. Esta unidad, muy rápida pero de poca estabilidad, zarpa directamente de Estados Unidos hacia la desembocadura del río Amazonas a finales del mes de enero, recala en Puerto España, Trinidad, el 16 de febrero, en Cayena, Guayana Francesa, el 12 de marzo, y llegan a Belén del Pará el 5 de marzo de 1933. El día 7 de marzo, el presidente de la república nombra al general Cortés Vargas como Inspector de la Flotilla Fluvial (con carácter civil) y lo autoriza para seguir embarcado en el Mariscal Sucre, dejando definido que el general Efraín Rojas sigue al mando de la Expedición. Esta unidad prosiguió posteriormente su ruta aguas arriba para reunirse, junto con el Bogotá, a la Expedición Punitiva.
Transporte Cúcuta: Esta unidad tuvo un profundo significado en la Armada colombiana, pues en ella surgieron los primeros oficiales de nuestra nueva era. Fue adquirido bajo la idea de conformar una segunda expedición que reforzara el poder bélico del país ante una eventual recuperación militar de Leticia. Construido en 1913, tenía una capacidad de carga de 6.500 toneladas y un desplazamiento máximo cercano a las 12.000 toneladas. Su eslora era de 128 metros, manga 16 metros y calado máximo de 8 metros, velocidad de crucero de 10 nudos. Inicialmente se llamó Crofton Hall y posteriormente su nombre fue cambiado por Commercial Traveler con bandera norteamericana. Gracias a la diligencia de Antonio María Pradilla, agente comercial del Ministerio de Guerra en Nueva York, se negoció la compra del buque en forma rápida y ventajosa para Colombia. Para solucionar las posibles demoras que el gobierno norteamericano podría poner a la venta directa al gobierno colombiano, el buque fue vendido al señor Pradilla, quien inmediatamente se lo vendió a Colombia. Su costo fue de 120.000 dólares.
El buque fue recibido oficialmente el día 2 de mayo de 1934 y bautizado con el nombre de Cúcuta, quedando bajo bandera colombiana. Su tripulación al mando del capitán J.R. Hodges, consistía de 34 hombres, todos ellos extranjeros. El 3 de mayo zarpó hacia Puerto Colombia, a donde arribó el 11 de mayo. En ese puerto se embarcó el Batallón Camilo Torres, aguerrida unidad que había sido previamente entrenada para combate en la selva. El Cúcuta zarpó junto con un buque alquilado a la United Fruit Company, al cual se le puso el nombre de Ciudad de Pasto y el buque tanque Cabimas, que arribaron a Belén del Pará a finales del mes de mayo, proyectando con su poder la firme decisión de Colombia de recuperar a Leticia.
En esos mismos días, y como conjunción de todos los esfuerzos diplomáticos, militares y políticos del país, se puso fin con el Protocolo de Río de janeiro a tan insólito enfrentamiento.
El Cúcuta posteriomente llegó a Manaos, transbordó la carga que transportaba y regresó a Colombia para, meses después, viajar a Estados Unidos, donde sería acondicionado como buque?escuela y principiaría a entrenar la semilla más valiosa de los primeros oficiales navales de la nueva marina nacional.
En conclusión, al iniciarse el Conflicto Colombo?Perua-no, la marina de guerra de Colombia estaba reducida a una mínima fuerza fluvial que no podía en ninguna forma adelantar operaciones bélicas significativas. Gracias a la visión del presidente de la república y de sus mandos militares y políticos, así como a la movilización de todo el país en defensa de su territorio, se pudo adquirir material naval, diseñar una organización apropiada e improvisar tripulaciones.
Fueron acciones que, afortunadamente, tuvieron éxito gracias a los factores que se conjugaron, entre ellos la excepcional calidad humana y méritos de nuestra gente. De ello fueron conscientes nuestros gobernantes y, previendo una futura situación, se sembró la semilla de la Armada moderna, de una Escuela Naval plena de mística y tecnología y de la necesidad de unas unidades a flote, siempre entrenadas y listas para hacer respetar nuestra sagrada soberanía.
#AmorPorColombia
La Marina de Guerra
La Misión Naval inglesa, contratada por el gobierno del presidente Olaya Herrera, trajo dos destructores construidos para Portugal en sus astilleros con los nombres de Duero y Tajo. Y tomaron los nombres de Antioquia y Caldas, e ingresaron a la Armada Colombiana. Tarea importante para la referida Misión Naval fue la formación de tripulaciones colombianas. Aparece aquí el primer grupo de marinos colombianos que iniciaron el relevo de los ingleses, a bordo de los destructores Antioquia y Caldas. Con la invasión peruana al Trapecio Amazónico colombiano, la nación vio que se había olvidado del mar. Aparte de los cañoneros Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, tan sólo el guardacostas artillado Pichincha podía trasladarse al Sur por sus propios medios. El gobierno adquirió entonces unidades navales de guerra. El buque de pasajeros Diximude, sembrador de minas alemán llamado Grill, regresó a su tarea inicial de combate y, con el nombre de Córdova, fue artillado y reacondicionado para su nueva misión.
Con la invasión peruana al Trapecio Amazónico colombiano, la nación vio que se había olvidado del mar. Aparte de los cañoneros Barranquilla, Cartagena y Santa Marta, tan sólo el guardacostas artillado Pichincha podía trasladarse al Sur por sus propios medios. El gobierno adquirió entonces unidades navales de guerra. El buque de pasajeros Diximude, sembrador de minas alemán llamado Grill, regresó a su tarea inicial de combate y, con el nombre de Córdova, fue artillado y reacondicionado para su nueva misión.
En su carácter de vicepresidente encargado del Poder, el general Francisco de Paula Santander revivió la Escuela Náutica.
El cañonero fluvial Cartagena, fondeado aquí frente ala base de Caucaya, fue adquirido en 1928 en el gobierno de Miguel Abadía Méndez y con su gemelo el Santa Marta, fueron destacados a la Amazonia, donde se hallaban al estallar el conflicto.
Famoso fue en su época el muelle de Puerto Colombia, antes de que la apertura de Bocas de Ceniza convirtiera a Barranquilla en Puerto de Mar. Aquí embarcaron las tropas colombianas del general Efraín Rojas, rumbo a la Amazonia.
Transporte Royal Higinlander defabricación inglesa. Adquirido porel general Vásquez Cobo, artilladoy convertido en el Mosquera.
Cañonero fluvial Santa Marta, de fabricación inglesa, que jugó, al lado del Cartagena, papel preponderante en el conflicto.
Eva por fluvial Nariño, buque hospital, anclado en Tarapacá, sobre el río Putumayo, después de la reconquista del puerto.
Tripulación del cañonero Santa Marta en 1935, después de finalizado el conflicto.
En el conflicto, embarcaciones peruanas quedaron bajo control colombiano. La Huayna Capac, una de ellas.
El buque mercante Sinchi‑Roca, de bandera peruana, quedó como el Huayna‑Capac al servicio del Ejército de Colombia.
Lancha San Miguel de bandera peruana.
Lancha Emita, de bandera brasileña, alquilada para transportes militares. A su lado, la Huayna‑Capac.
El Yamarí se adquirió en Manaos en 1933, para reemplazarar Nariño como buque hospital. Sin propulsión propia, se dotó con 75 camas, laboratorio, sala de operaciones y demás elementos que lo hicieron muy adecuado para su función. Cuatro médicos le fueron asignados junto con el personal auxiliar necesario.
En agosto de 1931 se ordenó el traslado del cañonero Cartagena de Santa Cruz, en el río Magdalena, a Caucaya en el Putumayo, por los informes que llegaron al gobierno de la situación en los ríos del Sur.
Alfonso López Pumarejo, como presidente de Colombia, nombró representantes de las diferentes regiones del país como cadetes de la Escuela Naval. Así nació la tercera Escuela Naval, bajo la dirección del capitán de navío Ralph D. Binney, de la Real Armada Inglesa, y a bordo del buque escuela Cúcuta.
El destructor Caldas fue, con el Antioquia, el comienzo real del poder naval colombiano. En su tonelaje y función fueron las más poderosas unidades a flote de Suramérica.
El Antioquia, construido por las firmas Vickers Armstrong y Yarrow Company en Lisboa, estaba dotado de cañones Vickers de 120 mm, piezas antiaéreas de 40 mm, torres lanzatorpedos Weymouth y rieles para lanzamiento de cargas de profundidad.
Texto de: Vicealmirante (R) Carlos E. Ospina Cubillos
Introducción
El Conflicto Colombo Peruano tuvo una decisiva influencia en la definitiva formación y en el desarrollo de la Armada de Colombia. Su efecto se vio, no sólo en la acelerada adquisición de material naval, sino en que puso de presente al país, en especial al gobierno, la importancia de mantener una fuerza naval permanente, organizada, preparada y debidamente ubicada, situación que no existía. Organización, personal y material son factores que deben crecer juntos y difícilmente pueden improvisarse. Tal como lo demuestra la historia, el elemento buque, el cañón, la máquina, la estructura logística, son muy importantes y en una emergencia son relativamente fáciles de adquirir, pero si no tienen tras de sí al hombre, al tripulante, al oficial que lo opera con mística, con calor, con sabiduría, que les hace tomar vida infundiéndoles su interés en una causa, entonces el frío material no deja de ser lo que sencillamente es.
Colombia carecía de tripulaciones, material y organización. En la mejor forma trató de solucionar este problema y gracias al entusiasmo de sus dirigentes políticos y militares y al fervor patriótico que despertaron los acontecimientos sucedidos en Leticia, pudo organizar, adquirir y tripular en tiempo mínimo una fuerza naval y fluvial que fue factor decisivo en la solución favorable del conflicto en su aspecto bélico, con su presencia, operaciones fluviales y transporte de la fuerza terrestre hacia el teatro de guerra.
Aunque las acciones se centralizaron en el aspecto fluvial, dado que este era el único medio de transporte y ubicación en la zona de conflicto, también se planteó y solucionó el aspecto marítimo, con la adquisición, por primera vez, de dos poderosos destructores que fueron base y principio real de nuestro moderno poder naval. El conflicto en sí se desarrolló en plena selva amazónica, donde las únicas vías de transporte y de vida son los ríos. Sobre sus riberas están las poblaciones y los puntos estratégicos militares y comerciales. Ellos, los gigantescos, desconocidos y misteriosos ríos, fueron las vías sobre las que se desarrollaron las principales acciones y en ellos las Fuerzas Militares escribieron páginas valiosas, que reafirmaron la necesidad y la importancia de una marina de guerra, especializada y altamente técnica en la difícil misión de velar por la soberanía patria en las agitadas aguas de los mares y en las silenciosas y enigmáticas de los ríos.
Recuento histórico
Observando el mapa del mundo con miras a un análisis geopolítico y económico, Colombia, con sus gigantescas costas pacífica y atlántica y sus caudalosos ríos que la enmarcan al Sur y al Oriente, debería tener gran vocación y desarrollo marinero. Sin embargo, es solamente en el decenio de los treinta cuando, tímidamente, descubrimos el valor de nuestra posición geográfica y sus demandas sobre el desarrollo del poder marítimo.
La poca importancia que se dio a nuestro desarrollo marinero, puede tener su explicación en la misma configuración geográfica de nuestro territorio, que encerró en medio de remotas montañas y lejanos valles el centro político, cultural y económico del país. No fue esencial mirar al mar, pues dentro de los Andes se encontraba todo, recursos, riquezas, alimentos y hasta campos de batalla que permitieron las guerras internas. Así, cada vez que la marina surgía y cumplía su misión, se cubría de gloria, pero volvía a desaparecer. Las sucesivas apariciones de nuestra Armada se pueden recordar así:
En 1822, mediante decreto No. 086 del 28 de julio, el general Francisco de Paula Santander crea la Escuela Náutica en Cartagena, nombrando como Director al capitán de navío Rafael Tono. Sus planes eran ambiciosos con miras a una expedición marítima que proyectara su poder hacia Cuba, México, Argentina. Esta época gloriosa de nuestra historia marítima está marcada por la presencia de José Prudencio Padilla, el héroe que nace en Riohacha en 1784 y luego de una vasta experiencia marinera en la Armada Española, adelanta en Colombia la campaña que sellaría en el mar nuestra independencia, con su épica culminación en el triunfo del Lago de Maracaibo el 24 de julio de 1823.
Infortunadamente, el impulso de la Escuela Náutica fundada por el general Santander va decayendo y durante la administración del general Tomás Cipriano de Mosquera, por decreto del 25 de noviembre de 1483, se suprimen las Fuerzas Navales, los buques se desartillan, se convierten en mercantes o se dan de baja.
Sin embargo, el alma marinera de nuestro pueblo sigue latente, y en 1860, al reorganizarse la Universidad de Cartagena, aparece la Escuela Náutica como una de sus dependencias. En 1869 aún subsiste pero, a pesar de ello, la falta de buques, de oficiales especializados y en particular de voluntad política hacen que este nuevo esfuerzo se diluya y desaparezca.
Un nuevo renacer se presenta cuando el general Rafael Reyes, por medio del decreto 793 del 6 de julio de 1907, crea la Escuela Naval Nacional, que inicia sus actividades a bordo del vapor Marroquín que, junto con los cruceros Pinzón y Cartagena y los cañoneros Hércules y Boyacá, constituían la marina de guerra de la época. Fue nombrado director de la naciente escuela el teniente Alberto Asmussen de la Armada de Chile y como subdirector el señor Guillermo Holguín Lloreda. Esta nueva etapa termina en febrero de 1910. De los 34 aspirantes iniciales, sólo se gradúan ocho. La Escuela Naval se clausura, los buques se traspasan a la gobernación de Bolívar y luego son vendidos.
Los oficiales graduados se encuentran sin buques y un nuevo intento de tener marina de guerra organizada se pierde, alejando a Colombia del poder marítimo. Algunos oficiales viajan a especializarse a Chile y España y, posteriormente, alcanzan a prestar sus servicios en el año de 1932 y 1933, durante el desarrollo del Conflicto Colombo Peruano. Fueron ellos: Pablo Emilio Nieto, Luis María Galindo, Virgilio Mastrodoménico, Mario Caicedo Camacho y Froilán Valenzuela.
Primeras unidades
Durante la presidencia del general Pedro Nel Ospina, en el año de 1925, se adquirieron tres guardacostas para el Ministerio de Hacienda y fueron asignados al servicio de aduanas. Su construcción se realizó en Francia en los astilleros “Chartiers et Atteliers” de Saint Nazaire y fueron bautizados con los nombres de Pichincha, Carabobo y Junín.
Estas pequeñas y nobles unidades tenían las siguientes características:
- Desplazamiento: 120 toneladas
- Eslora: 30.48 metros
- Manga: 6.29 metros
Estas unidades, posteriormente, fueron transferidas al Ministerio de Guerra para atender las necesidades del conflicto. De las tres le correspondió al Pichincha viajar a los ríos del Sur y tomar parte destacada en las operaciones fluviales realizadas en el teatro amazónico.
Mientras tanto, la situación interna del país se va complicando para la época, especialmente por problemas laborales en el río Magdalena, arteria principal de las comunicaciones del país. Esta situación comenzó a preocupar al gobierno y fue así como en uso de las autorizaciones concedidas por la ley 51 de 1925, se decretó un crédito extraordinario para la adquisición de algunos cañoneros fluviales, con el fin de controlar el orden público del área.
En el año de 1929, y en principio, se escogieron las propuestas de tres astilleros constructores y se recomendó al presidente de la república adquirir un cañonero a cada uno de ellos. Esta recomendación afortunadamente no tuvo curso, ante controversias de orden comercial que se presentaron al elaborar los contratos y se optó por tomar contacto con un gobierno extranjero, en este caso Inglaterra, y hacer la adquisición por intermedio del mismo. Fue así como el encargado de negocios de Colombia en Londres, Alejandro Michelsen, firmó el 31 de agosto de 1929, el contrato respectivo con los astilleros de la Yarrow para construir tres cañoneros. En este contrato se describen las características de las tres unidades, su costo (195.000 dólares americanos por unidad), la participación del Almirantazgo Británico en la inspección de la construcción y, entre otras condiciones más, se especifica la forma en que los cañoneros desarmados deberían ser empacados, enviados a Barranquilla y armados en esa ciudad, situación esta que posteriormente se cambió en forma que los cañoneros llegaron a Puerto Colombia navegando por sí mismos.
Esta adquisición tomó especial importancia puesto que para el año de 1928, la Flotilla Fluvial de Guerra que existía con dependencia del Ejército Nacional, únicamente estaba constituida por los cañoneros Hércules y Colombia, los que en el río Magdalena prestaban sus servicios militares de patrulla y vigilancia, además del transporte de correo y pasajeros. Según decreto 446 de 1930, se creó el puesto de Comandante de Flotilla Fluvial de Guerra que sería servido por un oficial del grado de coronel.
El Presidente Mosquera era un buque de río de propulsión a rueda. Llegó desarmado a Puerto Colombia destinado a otro país. Allí, después de un tiempo de abandono, fue adquirido por el gobierno colombiano y armado en Barranquilla, siendo bautizado Cañonero Colombia, nombre que posteriormente fue cambiado por Presidente Mosquera. Su desplazamiento era de 200 toneladas, eslora de 150 pies, manga 35 pies, calado 3 1/2 pies, armamento dos cañones de 3,7 mm. Su tripulación, según decreto consistía en un Comandante de grado teniente coronel y 29 tripulantes; además llevaba una guarnición militar compuesta por un oficial, cinco suboficiales y 16 soldados.
Después de intenso uso durante muchos años en el río Magdalena, fue llevado a Cartagena donde prestaba algunos limitados servicios portuarios. Una noche, estando acoderado a un destructor, y por errores de operación durante la maniobra de toma de agua, se hundió, siendo necesaria una complicada faena posterior para remover sus restos del área cercana al muelle. En cuanto a la otra unidad, el vapor Hércules (mercante adaptado como cañonero) el día 16 de junio de 1928, en viaje regular entre Barranquilla y La Dorada, cerca a la pequeña población de Sitionuevo, sufrió un grave siniestro , posiblemente por causa de su caldera o por alguna carga explosiva que transportaba, lo que originó en pocos minutos la pérdida de la nave y la muerte de 42 personas, incluyendo a su comandante el coronel jesús Aranguren.
Este grave incidente y la difícil situación que por problemas de orden público se registraba en el Magdalena Medio, facilitaron la adquisición y aceleraron la traída de los tres cañoneros construidos en los astilleros Yarrow de Glasgow Inglaterra, mencionados anteriormente, y que fueron llamados Cartagena, Barranquilla y Santa Marta, gloriosas unidades que habrían de definir, en gran parte, el futuro Conflicto Colombo Peruano.
Estas unidades tenían las siguientes características:
- Desplazamiento: 142 toneladas
- Eslora: 41.9 metros
- Manga: 7.16 metros
- Calado proa: 3 pies
- Calado popa: 4 pies
- Máquinas: 2 semidiesel de 300 caballos cada una
- Velocidad: 10 nudos
- Tripulación: 2 oficiales, 32 tripulantes
- Armamento: 2 cañones de 75 mm. Boffor, 1 cañón antiaéreo de 20 mm, Oerlikon 4 ametralladoras Vickers de 7 mm
Los tres cañoneros llegaron a Puerto Colombia desde Inglaterra por sus propias máquinas tras 24 días de navegación. Su tripulación inglesa, una vez traídos los buques y tras una corta etapa de instrucción, los entregó en el río Magdalena, donde poco después dejaron de ser operativos.
Al tener estas unidades en el río Magdalena, por medio del decreto 1131 de 1930 se organizó la Flotilla Fluvial de Guerra del río Magdalena constituida, además de los tres cañoneros nuevos, por el Colombia que, a partir de este mismo decreto, se llamaría Presidente Mosquera. La flotilla dependería directamente del Ministerio de Guerra y su misión sería garantizar el orden público. Su comandante debería ser un coronel o general de brigada. En los ríos Amazonas y Putumayo, el Ministerio de Industrias poseía desde 1928 dos buques transporte, el Nariño y la lancha Huila. Ambas unidades prestaron sus servicios a la colonización militar, pasando al Ministerio de Guerra en septiembre de 1932. El vapor Nariño fue adquirido en Manaos en 1928 para la labor de colonización del Putumayo y Amazonas. Su desplazamiento era de 140 toneladas, no tenía armamento y su tripulación consistía de 24 personas. Fue comandado al principio por el señor Abel Calderón y posteriormente por el subteniente de nuestro Ejército Alfonso Pinzón Forero. Su desempeño inicial, transportando la comisión encargada de tomar posesión de los territorios delimitados por el Tratado Lozano?Salomón, su posterior labor de patrullaje y control en el área de Leticia y su misión de transporte durante el conflicto, lo llevaron a prestar servicios valiosos en el control del área fluvial del Sur. Mediante decreto 631 de 1933, fue trasladado del Ministerio de Industrias al de Guerra, anexándolo a la Flotilla del Amazonas.
La lancha Huila fue adquirida en época cercana a 1919, en Manaos y, junto con el Nariño, asignada al proceso de colonización del Putumayo y el Amazonas. Tenía un desplazamiento de 80 toneladas, su capitán era el señor Francisco Vargas y durante el conflicto sirvió como unidad de transporte. Mediante decreto 1289 de 1932 se integró a la Flotilla del Amazonas.
Poder Naval
Afortunadamente, en agosto de 1931 y ante los informes que llegaron al alto gobierno de la situación en los ríos del Sur, se ordenó el traslado de los cañoneros Cartagena y Santa Marta de Santa Cruz en el río Magdalena a Caucaya en el Putumayo. Esta misión de por sí es una página destacada en nuestra historia marinera; para cumplirla fueron designados el mayor José Dolores Solano, el teniente Hernando Mora Angueyra, el subteniente Luis Baquero y un pequeño grupo de suboficiales y soldados del Ejército quienes, con interés y empeño ejemplar, se convirtieron en hábiles marineros y futuros comandantes y tripulantes operativos en los ríos de la Amazonia.
Los dos cañoneros se llevaron a Barranquilla, donde se adaptaron para realizar la navegación en alta mar teniendo en cuenta que eran unidades fluviales. Se les quitó la cofa y se les adaptó una falsa proa, entre otras modificaciones, y así zarparon a Cartagena vía Canal del Dique. De allí salieron rumbo al Amazonas el 29 de octubre de 1931. Hasta allí los acompañaron los oficiales ingleses que habían sido contratados por el gobierno para asesorar esta difícil misión. Se recuerda al capitán Todovan, Comandante del Cartagena, y al capitán Domes, Comandante del Santa Marta.
Por medio del decreto 1389 de 1931 y para su viaje al Putumayo, se asignó una partida de gastos por valor de 2.440 pesos para alimentación, lavado y peluquería, y 1.000 pesos para aprovisionamiento en el Amazonas. De Belén del Pará zarparon a Manaos donde fueron revisados y nuevamente acondicionados para su misión fluvial.
Su travesía continuó y llegaron a Caucaya, donde establecieron su base principal. La presencia de estas dos poderosas naves en el alto Putumayo, fue decisiva en la estrategia que prosiguió en acción después de la toma de Tarapacá. Hallándose los cañoneros Cartagena y Santa Marta en el Putumayo, el gobierno reorganizó sus fuerzas fluviales mediante el decreto 1507 del 31 de agosto de 1931, creando dos flotillas, la del Putumayo con las dos unidades mencionadas y la del Magdalena con el Barranquilla y el Mosquera.
Asimismo, mediante decreto 1546 de 1931, se llamó al servicio activo al teniente primero de navío Luis M. Galindo y se le destinó como comandante de cañonero en la flotilla del Amazonas y, por decreto 1623 de 1931, se reconocieron los estudios adelantados en Chile por el oficial Froilán Valenzuela Urueña y se le ascendió al grado de teniente primero de navío.
Con el fin de incrementar la navegación de los dos cañoneros del río Magdalena y rebajar los gastos del Estado en transporte de personal y carga, se expidió el decreto 450 de 1932, que amplió la misión de los cañoneros Barranquilla y Mosquera con el transporte gratuito de personas y material del Ministerio de Guerra y el de transporte de empleados públicos y elementos oficiales según tarifas e itinerarios fijos.
En cuanto a los cañoneros del río Putumayo, mediante decreto 1093 de 1932, se les asignó a cada uno una partida mensual de 10 pesos para aseo de armamento, y para combustible 400 pesos.
Fuerza naval al estallar el conflicto
Para septiembre de 1932, la fuerza naval de Colombia, reorganizada últimamente por el decreto 1289 del 29 de julio de 1932, se reducía a dos excelentes cañoneros en el alto Putumayo (Cartagena y Santa Marta) y a dos cañoneros en el río Magdalena (Barranquilla y Mosquera). Estos últimos, bajo comando del capitán Carlos Pinzón Azuero, fueron llevados a Barranquilla y reparados. Para un país cruzado por ríos navegables y circundado de mares, país que veía venir un serio conflicto de límites, sus recursos humanos y materiales en el área naval eran, pues, en extremo limitados.
Adquisiciones navales
La administración del presidente Enrique Olaya Herrera, respaldada por la movilización ejemplar de todo el país ante los sucesos de Leticia, organizó la defensa nacional dotando al Ejército de lo posible para que cumpliera su misión.
Parte muy importante de la formación de la fuerza naval que debería atender el conflicto, se debe al general Alfredo Vásquez Cobo. Desde su cargo de ministro plenipotenciario en Francia, recomendó al presidente, el 14 de septiembre de 1932, la adquisición de buques de guerra capaces de enfrentar al enemigo en el Teatro del Amazonas. Esta recomendación obedecía a un plan militar que bosquejó este gran colombiano en donde aseguraba que “Al dominar el agua se triunfaría en tierra”. El plan propuesto fue consultado al doctor Eduardo Santos en París, quien envió un mensaje al presidente Enrique Olaya Herrera el 1º de octubre de 1932, el cual, en uno de sus párrafos, dice: “Proyecto Vásquez Cobo para el Amazonas paréceme espléndido, tal como él piénsalo, pero es preciso realizarlo sin ahorrar ninguno de los elementos que garanticen rotundo éxito. Suplico al gobierno aceptar opción propuesta para cruceros españoles y estudiar la conveniencia de comprarlos. Yo no vacilaría en destinar los millones del empréstito a adquirir una decisiva superioridad marítima y fluvial para hacer respetar nuestra integridad territorial sin necesidad de intervenciones ajenas”. Como se observa, dos grandes hombres, políticos y grandes conocedores de Colombia y del complicado manejo de las relaciones internacionales, reconocen lo que Colombia no había desarrollado hasta entonces.
El gobierno central, consciente del realismo de los conceptos expuestos por el doctor Eduardo Santos y por el general Vásquez Cobo, se vale del segundo para adelantar diligencias por medio de la embajada en España, para adquirir en ese país dos unidades modernas tipo crucero, una de ellas de 9.000 toneladas. Si estas dos poderosas unidades se hubieran adquirido, la historia de nuestra marina hubiera sido bien diferente. Su presencia hubiera exigido grandes esfuerzos en formación de personal, medios técnicos y logísticos que, sin lugar a dudas, se habrían realizado, con lo cual nuestra Armada hubiera tenido otro punto de partida.
Infortunadamente, por razones diplomáticas, de costo y en razón de que el gobierno nacional aún no veía urgente la necesidad del poder marítimo, se concentró en el desarrollo del poder fluvial amazónico, lo que impidió esta adquisición. Algunos consejeros recomendaron al gobierno nacional que la protección de la costa pacífica ante posible ataque marítimo, se podría hacer con defensa aérea, error de apreciación y desconocimiento no sólo del área sino de las limitaciones de la naciente aviación disponible. En todo caso, la acertada recomendación del general Vásquez Cobo de adquirir dos cruceros, ya fuera para el conflicto reducido o ante posible complicación de una guerra total, fue descartada. Insistentemente se buscaron otros buques de guerra, se tomaron contactos con España, Estonia e Inglaterra, pero las diligencias fallaron ya fuera por falta de tripulaciones propias, por maniobras diplomáticas de otros países interesados 0 por tratados internacionales vigentes. A pesar de lo anterior, se siguió adelante con el plan de llegar al área del conflicto con otras unidades más pequeñas, y así se tomó contacto con los astilleros franceses de Saint Nazaire de la Société des Chartiers et Atteliers, los mismos que habían construido los tres guardacostas en uso en Colombia, y quienes propusieron la readaptación de dos buques construidos como unidades de guerra, que habían sido convertidos en buques mercantes, y así nacieron el Mosquera y el Córdova.
Se compró el buque de pasajeros Diximude construido en 1919, antiguo sembrador de minas alemán llamado Grill, 600 toneladas, eslora 58 metros, manga 7.50 metros y sus dos calderas podían quemar carbón o leña fue armado con cuatro cañones franceses de 75 mm, seis ametralladoras pesadas y diez livianas, todas con su correspondiente munición. Su autonomía era de 2.000 millas, por lo que fue necesario llevarlo desde Francia hasta Belén del Pará remolcado. Esta unidad se llamó Córdova y, después de su destacada participación en las operaciones fluviales del conflicto, fue llevada a Cartagena, donde prácticamente fue abandonada, deteriorándose irreversiblemente, por lo cual terminó usada como blanco de artillería de los destructores Caldas y Antioquia, siendo hundida frente a Cartagena el 11 de junio de 1937. Este evento fue filmado por los hermanos Acevedo, pioneros del cine en Colombia.
Se consiguió, además, un buque inglés llamado Royal Highlander de 1.700 toneladas. Su caldera, al igual que el Diximude, podía quemar carbón y leña. Este buque había sido construido corno crucero auxiliar de guerra y por ello fue fácilmente reacondicionado, siendo armado con dos cañones de 75 mm, dos ametralladoras antiaéreas y diez livianas, todos ellos con su dotación de munición. Esta unidad se llamó Mosquera y viajó por sus propios medios a Belén del Pará, tripulada por cuarenta y dos marineros franceses.
Después del conflicto, este buque viajó a Cartagena y, años después, encalló frente a la punta del Castillo Grande, donde aún se puede ver parte de su casco sobresaliendo de las olas. Los trabajos de astilleros de estas dos unidades se adelantaron aceleradamente, así como la consecución del personal extranjero que tripularía las unidades. En cuanto al delicado aspecto del comando de la expedición, debe recordarse el gesto patriótico del general Vásquez Cobo de llevarla personalmente hasta el Amazonas, ofrecimiento que fue aceptado por el presidente Olaya Herrera.
Mientras se conformaban y llegaban las expediciones que venían de Europa y de Colombia, fue necesario acudir a otros medios disponibles en el área amazónica para poder transportar y movilizar el personal y la carga que llegaba del interior del país vía Puerto Asís y vía Florencia. En el río Putumayo se emplearon con excelente rendimiento tres lanchas, cuyos nombres aparecen en las memorias de las operaciones logísticas del conflicto, fueron:
La lancha Huayna-Capac y lancha Sinchi-Roca, de bandera peruana, y pertenecían a la firma Israel de Iquitos y; según documento de la Legación Británica en Bogotá, de fecha enero 12 de 1933, el jefe de dicha firma era un “Súbdito británico, en realidad el Anglo South American Bank, por intermedio de su sucursal en Iquitos”, quien tenía a su favor una prenda o empeño sobre esas lanchas. El gobierno de Colombia, puesto que no pudo comprarlas, pagó por su arriendo la suma de $12.093.90 y $8.431.21 respectivamente, hasta el día 3 de julio de 1933.
La Huayna-Capac tenía 39 toneladas de registro y remolcaba la Chata Bolívar de 40 toneladas. Su capitán era el señor M. R. Cossio. Operó al mando del teniente colombiano José María Chávez.
La Sinchi-Roca tenía 48 toneladas de registro, su capitán era Ponciano Sánchez y su armador Julio Delgado; operó al mando del teniente colombiano Alfonso Pinzón Forero. Lancha Emita, bandera brasileña, 20 toneladas de registro, pertenecía a don León Deoz, quien la arrendó al gobierno colombiano por 644 pesos mensuales. Se usó en el transporte entre Puerto Asís y Caucaya, incluso remolcando canoas. Esta lancha estuvo al servicio de Colombia hasta principios del mes de abril de 1933, cuando el dueño de la lancha solicitó terminar el contrato. El 20 de abril zarpó hacia Brasil y, aproximadamente a 100 kilómetros abajo de Caucaya, fue atacada por aviones del Perú, que produjeron la muerte del tripulante Manuel Mello e hirieron a otros tres tripulantes. La lancha regresó a Caucaya para ser reparada y atender a los heridos. Esta situación originó la correspondiente reclamación.
Transporte en el Caquetá
Gran cantidad de hombres y provisiones que eran enviados a la zona del conflicto desde el interior del país, llegaban por tierra vía Gigante-Florencia; desde allí se llevaban a Venecia, donde eran embarcados en grandes balsas hechas de troncos y, con la ayuda de un grupo sacrificado de bogas, eran conducidas a favor de la corriente hasta el río Caquetá y de allí a La Tagua, pequeño caserío ubicado en el punto más cercano del río a Caucaya, en el Putumayo.
El traslado terrestre a este último puerto se hacía a lo largo de 21 kilómetros de selva, muy difíciles por la contextura pantanosa y fangosa del terreno.
Debe recordarse que todo llegaba prácticamente del interior del país, incluyendo el combustible para los cañoneros que venía en latas de cinco galones. Este tren logístico exigió mucho sacrificio, tanto en el transporte de balsas por el río como en el desplazamiento terrestre que se hacía en recuas de mulas, nobles animales que ayudaron significativamente a esta dura labor.
Otras adquisiciones navales
En Manaos, Brasil, y ante los sucesos de Leticia, se buscó en 1933 la posibilidad de adquirir unidades a flote que, por estar en el área, pudieran atender las necesidades de las tropas. Fue así como se negoció con la compañía inglesa Madeira Mamore Rollway la adquisición de un buque llamado Barbosa, que pasó a ser el Bogotá y cuyo principal objeto fue remolcar la nave hospital Yamary. Su eslora era de 68.9 metros, manga 7,16 metros, calado en proa 8 pies y en popa 12. Su comandante, Virgilio Mastrodoménico, lo reporta como un buque económico, ya que “de Belén del Pará a Manaos sólo consumió 80 toneladas de carbón y 32.000 astillas de leña”. Fue armado con un cañón en proa calibre.88 K5 ? Krupp, dos cañones calibre 75 mm y dos ametralladoras dobles antiaéreas de 13 mm.
Se adquirió también en Manaos el Yamary, unidad sin propulsión propia, que se destinó como buque hospital. Tenía para ello 75 camas, laboratorio, sala de operaciones, cuatro médicos y además elementos que lo hacían muy útil para su función. Su desplazamiento era de 300 toneladas, con una eslora de 46 metros y manga de 10,5 metros. Esta unidad, después de prestar excelentes servicios en Tarapacá y Leguízamo, se hundió junto a la Base de Leguízamo, donde aún se ve su proa apuntando al cielo.
A medida que la adquisición de material de guerra para defender el área amazónica se iba concretando, el gobierno nacional principió a preocuparse por la situación de las costas marítimas, especialmente teniendo en cuenta la disponibilidad de medios que para esa acción tenía Perú, con sus unidades a flote tipo crucero. Al respecto, con fecha 7 de octubre, el gobierno pidió a su embajada en París la cotización de cuatro cañones de 150 milímetros para defensa de sus costas. El general Vásquez Cobo, ante esta solicitud y con una gran visión táctica, explicó lo complicado de la instalación y movilidad de esta clase de armamento pesado en tierra y sugirió comprar un buque español llamado Eduardo Dato, cuyos “cañones serán la mejor defensa movible de nuestras costas”. A pesar de lo avanzado de las diligencias para adquirir esta unidad, al fin no se pudieron concretar, por haberse interpuesto la diplomacia peruana, invocando la neutralidad de España. Como dato curioso el Eduardo Dato fue hundido por el crucero Almirante Cervera en la guerra civil española de 1936?1939.
Para defender a Buenaventura se contrataron finalmente dos cañones de 126 mm. con 500 proyectiles, que fueron llevados por un coronel de Artillería, quien durante tres meses los instaló y enseñó su operación a personal colombiano. En París, mientras tanto, y gracias a la patriótica actividad del general Vásquez Cobo, se terminaron de alistar los buques Córdova y Mosquera, los cuales, en alto grado de equipamiento, zarparon rumbo al Amazonas, ambos con tripulaciones francesas.
El Córdova lo hizo el 9 de noviembre a órdenes de Camilo Vásquez Carrizosa, hijo del general Vásquez Cobo, recientemente graduado de ingeniero civil.
El Mosquera zarpó de El Havre el 2 de diciembre rumbo a Belén del Pará. Su demora se debió a que le fueron instalados dos cañones Krupp de 88 mm.
La expedición que zarpó de Europa rumbo al Amazonas, constituida por estos dos buques, venía al mando del general Vásquez Cobo, a quien el presidente de la república le asignó el cargo de “General Comandante de la Expedición”.
Ante la necesidad de transportar por vía marítima tropa a la zona del conflicto, se compró en Nueva York a la Columbian Line un buque llamado Bridgetown, construido en Inglaterra, al que se le cambió el nombre por el de Boyacá. Esta unidad viajó a Colombia y allí embarcó 700 hombres que, a órdenes del general Efraín Rojas, zarparon rumbo a Belén del Pará, junto con el Pichincha y el cañonero Barranquilla, unidad exclusivamente fluvial, que al navegar en alta mar sufrió varios daños que lo obligaron a entrar a Curazao a reparaciones; después seguió en forma independiente a reunirse en el río Amazonas con el resto de la flota.
El día 21 de diciembre el Mosquera llega a Belén del Pará y fondea junto al Córdova, que ya había llegado. Ambos esperan al Destacamento del Amazonas . que venía de Puerto Colombia.
El Boyacá y el Pichincha llegan el día 28 de diciembre; el Barranquilla al mando del capitán Pablo E. Nieto, en razón de los serios problemas de navegación en alta mar, fue autorizado para regresar a Colombia. Sin embargo, su comandante y tripulación siguieron adelante y, tras una recalada de emergencia en Curazao, llegaron el 14 de enero a Belén del Pará y prosiguieron río arriba hasta reunirse con el resto de la flota el 8 de febrero en las bocas del Putumayo.
Tenemos pues que el día 21 de diciembre de 1932 se reúnen en Belén del Pará, la llamada “Expedición Punitiva” al mando del general Alfredo Vásquez Cobo y el Destacamento del Amazonas al mando del general Efraín Rojas. Constaba en total de 791 personas y para ese momento, de cuatro buques: Mosquera, Córdova, Boyacá y Pichincha. Ante una duda sobre los aspectos de comando, el presidente de la república define claramente que el mando supremo corresponde al general Vásquez Cobo, que así continúa dirigiendo las operaciones de la expedición con el mando militar, civil, fiscal y diplomático de toda la fuerza.
Mirando hacia el mar
A medida que los esfuerzos del gobierno del presidente Olaya fueron cubriendo las primeras necesidades para atender el conflicto en la zona amazónica, se siguió insistiendo, ahora con mayor empeño, en lograr dotar al país de material naval que pudiera defender las costas oceánicas del Pacífico y del Atlántico. A pesar de haber fallado las tentativas de adquirir unida- des de guerra en varios países, se siguió insistiendo y, en afortunado momento, se iniciaron con el gobierno de Portugal las diligencias para adquirir dos modernos destructores, de cinco que las firmas Vickers Armstrong y Yarrow Company estaban construyendo en Lisboa para ese país. Las dos unidades tenían los nombres de Douro y Tajo (Duero y Tajo), y aunque en un principio hubo reacciones contrarias a su venta, ésta se logró culminar con gran diplomacia y habilidad. Gracias a ella Colombia tuvo a su servicio dos excelentes buques que, con su poder de fuego, velocidad de 36 nudos y características marineras, le dieron la fuerza necesaria para hacer respetar sus mares y para iniciar una Armada basada en excelente tecnología. Las dos nuevas unidades fueron bautizadas Antioquia (ex?Duero) y Caldas (ex?Tajo) y estaban dotadas del siguiente armamento: cuatro cañones Vickers de 120 milímetros, tres piezas antiaéreas de 40 milímetros, dos torres lanzatorpedos Weymouth y rieles para lanzamiento de cargas de profundidad.
Para recibirlos, el gobierno nacional nombró una comisión integrada por el capitán Eduardo Bonitto, el mayor Hernando Mora Angueyra, el coronel Régulo Gaitán y dos ingenieros. Los buques, después de exitosas pruebas en aguas portuguesas, y tripulados por 25 oficiales y 231 suboficiales de la reserva naval inglesa, zarparon para Colombia, a donde arribaron el 14 de mayo de 1934, dirigiéndose posteriormente al océano Pacífico, iniciando el 24 de mayo la presencia del poder naval colombiano en esas vastas aguas. Durante muchos años estas dos unidades fueron la columna vertebral de nuestra fuerza naval. En ellas la tripulación inglesa fue enseñando y entrenando a nuestros marineros y junto con su tecnología fueron entregando, como valiosa herencia, su mística marinera, sus tradiciones y cultura pofesional. La presencia de los destructores Antioquía y Caldas en la Marina colombiana marca una página valiosa, que nos enfrentó a la necesidad de organizar y crear una institución naval acorde con las necesidades del país y, sobre todo, a la inaplazable tarea de formar hombres propios para tripular sus naves. Tarea esta que se concretó posteriormente con la fundación de la Escuela de Grumetes, de acuerdo con el decreto 853 del 20 de abril de 1934, a bordo del transporte Boyacá, dirigida por el capitán de navío alemán Erich Ritcher y con la decisión del presidente Alfonso López de “llamar a exámenes al personal de aspirantes para cadetes y oficiales navales” (decreto 224 de 1934), y de nombrar a un selecto grupo de representantes de las diferentes regiones del país como cadetes de la Escuela Naval (decreto 712 de 1935). Así nació la tercera Escuela Naval, bajo la sabia dirección del capitán de navío Ralph D. Binney, de la Real Armada Inglesa, y a bordo del buque?escuela Cúcuta se inició la tan necesaria formación de personal naval colombiano.
Refuerzos marítimos
Solucionadas las primeras necesidades bélicas y conformada ya en las aguas del río Amazonas la primera expedición llamada Punitiva a órdenes del general Vásquez Cobo, se continuó la labor de adquirir material naval, tanto armado como de transporte, pensando en la necesidad de reforzar las operaciones para una posible toma militar de Leticia. Fue así como ingresaron a nuestra flota las siguientes unidades:
Cañonero Bogotá: comprado en Francia. Era un antiguo siembra?minas alemán de nombre Heligoland, parecido al Córdova. Su armamento consistía en un cañón Krupp en proa de 88 mm, dos cañones de 75 mm franceses, y dos ametralladoras dobles antiaéreas de 13,2 mm. Según inspección pasada a su arribo, la unidad era “fuerte y muy bien dotada para combatir”. Esta unidad zarpa con tripulación francesa y llega a Belén del Pará el 24 de febrero de 1933, donde su tripulación original es reemplazada por personal colombiano a las órdenes del capitán Virgilio Mastroménico. Su primera labor fue hacer una serie de reparaciones urgentes al buque y aprovisionarlo para su viaje hacia Colombia río arriba, una vez llegara el cañonero Sucre, que venía navegando hacia ese mismo destino.
Cañonero Mariscal Sucre: Antiguo yate llamado Flying Fox. Fue adquirido en los Estados Unidos por el general (r) Carlos Cortés Vargas, quien se embarcó como su primer comandante. Fue armado con dos cañones de 75 mm, una ametralladora antiaérea y cuatro ametralladoras pesadas. Esta unidad, muy rápida pero de poca estabilidad, zarpa directamente de Estados Unidos hacia la desembocadura del río Amazonas a finales del mes de enero, recala en Puerto España, Trinidad, el 16 de febrero, en Cayena, Guayana Francesa, el 12 de marzo, y llegan a Belén del Pará el 5 de marzo de 1933. El día 7 de marzo, el presidente de la república nombra al general Cortés Vargas como Inspector de la Flotilla Fluvial (con carácter civil) y lo autoriza para seguir embarcado en el Mariscal Sucre, dejando definido que el general Efraín Rojas sigue al mando de la Expedición. Esta unidad prosiguió posteriormente su ruta aguas arriba para reunirse, junto con el Bogotá, a la Expedición Punitiva.
Transporte Cúcuta: Esta unidad tuvo un profundo significado en la Armada colombiana, pues en ella surgieron los primeros oficiales de nuestra nueva era. Fue adquirido bajo la idea de conformar una segunda expedición que reforzara el poder bélico del país ante una eventual recuperación militar de Leticia. Construido en 1913, tenía una capacidad de carga de 6.500 toneladas y un desplazamiento máximo cercano a las 12.000 toneladas. Su eslora era de 128 metros, manga 16 metros y calado máximo de 8 metros, velocidad de crucero de 10 nudos. Inicialmente se llamó Crofton Hall y posteriormente su nombre fue cambiado por Commercial Traveler con bandera norteamericana. Gracias a la diligencia de Antonio María Pradilla, agente comercial del Ministerio de Guerra en Nueva York, se negoció la compra del buque en forma rápida y ventajosa para Colombia. Para solucionar las posibles demoras que el gobierno norteamericano podría poner a la venta directa al gobierno colombiano, el buque fue vendido al señor Pradilla, quien inmediatamente se lo vendió a Colombia. Su costo fue de 120.000 dólares.
El buque fue recibido oficialmente el día 2 de mayo de 1934 y bautizado con el nombre de Cúcuta, quedando bajo bandera colombiana. Su tripulación al mando del capitán J.R. Hodges, consistía de 34 hombres, todos ellos extranjeros. El 3 de mayo zarpó hacia Puerto Colombia, a donde arribó el 11 de mayo. En ese puerto se embarcó el Batallón Camilo Torres, aguerrida unidad que había sido previamente entrenada para combate en la selva. El Cúcuta zarpó junto con un buque alquilado a la United Fruit Company, al cual se le puso el nombre de Ciudad de Pasto y el buque tanque Cabimas, que arribaron a Belén del Pará a finales del mes de mayo, proyectando con su poder la firme decisión de Colombia de recuperar a Leticia.
En esos mismos días, y como conjunción de todos los esfuerzos diplomáticos, militares y políticos del país, se puso fin con el Protocolo de Río de janeiro a tan insólito enfrentamiento.
El Cúcuta posteriomente llegó a Manaos, transbordó la carga que transportaba y regresó a Colombia para, meses después, viajar a Estados Unidos, donde sería acondicionado como buque?escuela y principiaría a entrenar la semilla más valiosa de los primeros oficiales navales de la nueva marina nacional.
En conclusión, al iniciarse el Conflicto Colombo?Perua-no, la marina de guerra de Colombia estaba reducida a una mínima fuerza fluvial que no podía en ninguna forma adelantar operaciones bélicas significativas. Gracias a la visión del presidente de la república y de sus mandos militares y políticos, así como a la movilización de todo el país en defensa de su territorio, se pudo adquirir material naval, diseñar una organización apropiada e improvisar tripulaciones.
Fueron acciones que, afortunadamente, tuvieron éxito gracias a los factores que se conjugaron, entre ellos la excepcional calidad humana y méritos de nuestra gente. De ello fueron conscientes nuestros gobernantes y, previendo una futura situación, se sembró la semilla de la Armada moderna, de una Escuela Naval plena de mística y tecnología y de la necesidad de unas unidades a flote, siempre entrenadas y listas para hacer respetar nuestra sagrada soberanía.