- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Historia
Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada cuyos originales reposan en el Jardín Botánico de Madrid. Oscar Monsalve.
Imagen del mundo americano, contemplado por Humboldt y Bonpland años antes de la Independencia de la Nueva Granada. Oscar Monsalve.
De la obra "América Pintoresca, descripción de viajes al nuevo continente por los más modernos exploradores" entre ellos Carlos Wiener, Doctor Crevaux, D. Charnay, etc., edición ilustrada con profusión de grabados, publicada en Barcelona por Montaner y Simon en 1884. Oscar Monsalve.
Antirrhinum majus hybrid. Oscar Monsalve.
Grabado tomado de "Americae Moralis Indiae Occidentalis Historae", de Juan Teodoro De Bry, publicado en Frankfurt en 1594. Oscar Monsalve.
Grabado tomado de "Americae Moralis Indiae Occidentalis Historae", de Juan Teodoro De Bry, publicado en Frankfurt en 1594. Oscar Monsalve.
"Nido", grabado de F. Maulle sobre un dibujo de H. Giacomelli, tomado del "Papel Periódico Ilustrado". Oscar Monsalve.
Grabado de Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Grabado de Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Grabado de Juan Teodoro De Bry. Cuando los españoles llegaron a América, descubrieron que los indígenas mantenían un estrecho contacto con la naturaleza, fenómeno que se conserva aún y se asombran, del sentido estético que tenían para sus arreglos florales. Oscar Monsalve.
El grabado representa el baile de los indios mapuyes, según J. Gumilla, en "El Orinoco Ilustrado", publicado en Barcelona en 1791. Oscar Monsalve.
Grabado publicado en 1602, es de Juan Teodoro De Bry; muestra nuevamente, la relación de la vivienda y de la vida diaria con las plantas. Oscar Monsalve.
Los indígenas rindiendo pleitesía al conquistador español, según Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Esclavos negros trabajando en un trapiche, según grabado del holandés Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Tomado del libro "Relación Histórica del viaje hecho de orden de su Majestad a la América Meridional", impreso en Madrid en 1748 por Antonio Marín. Oscar Monsalve.
La forma como De Bry se imaginaba, en 1594, que sería la vida en un poblado indígena, con sus jardines, bohíos de gran altura, cercados, fogatas, ceremonias y rituales, sembrados, bailes, descomunales frutos y hortalizas siguiendo el testimonio de los viajes como si los indígenas habitaran en medio de un auténtico paraíso. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Los dibujos son perfectos, llenos de detalles casi fotográficos y en muchas ocasiones servían para suplir las descripciones de los investigadores o para complementarlas. Oscar Monsalve.
Los dibujos son perfectos, llenos de detalles casi fotográficos y en muchas ocasiones servían para suplir las descripciones de los investigadores o para complementarlas. Oscar Monsalve.
Los dibujos son perfectos, llenos de detalles casi fotográficos y en muchas ocasiones servían para suplir las descripciones de los investigadores o para complementarlas. Oscar Monsalve.
Los alcances de la Expedición Botánica son tan vastos que todavía no se acaban de analizar todos los descubrimientos, análisis, y logros de este grupo científico y humano que se dedicó a descifrar la naturaleza de un país que apenas estaba encontrándose consigo mismo. Oscar Monsalve.
Detalle de un libro de Nicolae Josephi Jacquin, en 1780, muestran la influencia de la flora americana en Europa. Oscar Monsalve.
Los jardines y huertas romanas, dibujados en 1774, muestran la influencia de la flora americana en Europa. Oscar Monsalve.
Los jardines y huertas romanas, dibujados en 1780, muestran la influencia de la flora americana en Europa. Oscar Monsalve.
Grabados de Nicolai Josephi Jacquin, 1780, los caracteres tipo de las flores de la familia Rubiaceae. Oscar Monsalve.
Grabados de Nicolai Josephi Jacquin, 1780, la caracterización de la flor de la orquídea epistefium. Oscar Monsalve.
Grabados de Nicolai Josephi Jacquin, 1780, la descripción de caracteres tipo del género cinchona. Oscar Monsalve.
El ginoturo del género capparis. Oscar Monsalve.
Fruto baceiforme. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Planta de la familia convulvaceae. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Detalle del fruto en balasusta de la granada. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Flores con andróforo. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Tulipán mostrando su inflorescencia en escapo. Oscar Monsalve.
El "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian. La portadilla de este libro es muy expresiva, y simbólica de la riqueza con que nos obsequió la madre naturaleza. Oscar Monsalve.
Flor aumentada del bejuco, característica de la familia Aristolochiaceae. Oscar Monsalve.
Apreciación de la inflorescencia masculina, de la palma cutherpe. Oscar Monsalve.
Apreciación de la inflorescencia masculina, de la palma cutherpe. Oscar Monsalve.
Cultivadores de anís de la zona de Ocaña, captados por el dibujante Carmelo Fernández, en esta acuarela que es un elemento valioso dentro del legado de la Comisión Corográfica, que tuvo lugar en Colombia a mediados del siglo XIX. Oscar Monsalve.
Acuarela de Manuel María Paz sobre los indios correguajes del Caquetá, con sus guirnaldas de flores pendiendo de la cabeza, obra que forma parte de la colección de acuarelas de la Comisión Corográfica que conserva la Biblioteca Nacional en Bogotá. Oscar Monsalve.
Letra capital caligrafiada, con motivos de flores en un documento genealógico bogotano de 1795. Oscar Monsalve.
Acuarela de la Comisión Corográfica, realizada por Carmelo Fernández entre 1850 y 1851, mientras atravesaba los territorios de Tunja, Ocaña, Vélez y Santander. Oscar Monsalve.
Acuarela de la Comisión Corográfica, realizada por Carmelo Fernández entre 1850 y 1851, mientras atravesaba los territorios de Tunja, Ocaña, Vélez y Santander. Oscar Monsalve.
Los trazos de Carmelo Fernández reviven, muchos años después, los rasgos, vestimentas, actitudes y costumbres de mediados del siglo pasado en Colombia. Oscar Monsalve.
Los trazos de Carmelo Fernández reviven, muchos años después, los rasgos, vestimentas, actitudes y costumbres de mediados del siglo pasado en Colombia. Oscar Monsalve.
Letra capital caligrafiada. Oscar Monsalve.
Estos eran los paisajes de la Nueva Granada contemplados por los ojos asombrados de Humboldt y Bonpland. Han sido reproducidos en el libro "Voyage de Humboldt et Bonpland, Vues des Cordilleres et Monuments des peuples indigenes de L Amerique", publicado en París 1808, por J.G. Cotta. Oscar Monsalve.
En el mismo libro de los viajes de Humboldt y Bonpland, aparece este "Pont de Cordage pres de Peripe". Oscar Monsalve.
Esta vista del río Cauca cerca de Cartago, dibujada por Moynet como ilustración de contexto de "América Pintoresca", refleja lo que vieron los viajeros franceses del siglo XIX mientras recorrían la Nueva Granada. Oscar Monsalve.
De la obra "América Pintoresca, descripción de viajes al nuevo continente por los más modernos exploradores" entre ellos Carlos Wiener, Doctor Crevaux, D. Charnay, etc., edición ilustrada con profusión de grabados, publicada en Barcelona por Montaner y Simon en 1884. Oscar Monsalve.
Texto de: Alberto Duque López
El Almirante no podía creer lo que estaba viendo. A la luz rosada del amanecer y mientras los marineros tropezaban con las piedras, los palos y las palmeras de la playa de una de las islas Lucayas, no podía salir de su asombro mirando en la madrugada que nadie podría olvidar después, el espectáculo de esas casas pequeñas, rústicas y vacías, rodeadas de jardines de todos los colores y aromas.
En el amanecer de ese Nuevo Mundo nadie habló, y el Almirante, con el pelo gris y largo, los ojos claros y el corazón inquieto, se arrodilló entre las flores, arrancó una y en ceremonia simple pero muy significativa, como después se lo contaría a la reina Isabel, la olió y por un momento sintió que el mundo entero desaparecía y que los marineros y el barco y el ruido de las olas contra las piedras quedaban opacados, ante el aroma de esa flor que retuvo en sus manos durante varios minutos.
Cristóbal Colón, quien murió sin saber que había descubierto un continente, estaba rindiendo un homenaje a la sensibilidad de los indígenas americanos quienes durante varios siglos, antes de su llegada, habían organizado su vida cotidiana alrededor del cuidado de jardines con numerosas variedades de flores.
Las crónicas inventadas alrededor de los primeros habitantes del Continente Americano afirmaban que sólo sabían de la Muerte y la Destrucción, que no entendían la Belleza, ni tenían tiempo para el Amor. No era así.
Más tarde, cuando el susto provocado por la barba y el pelo rojo de los conquistadores comenzó a pasar, los indígenas aceptaron acercarse al Almirante, le regalaron flores, y con ese acto sencillo quedó confirmada una de las más profundas y hermosas aficiones de los habitantes de este Nuevo Mundo las flores, el cultivo de las flores y la búsqueda de un placer rudimentario pero estético a través de esos jardines que los conquistadores irían encontrando en otros lugares del Nuevo Continente.
No es un secreto que los indígenas que habitaban las zonas que hoy tienen nombres propios (Colombia, Perú, México, para citar sólo tres), poseían un enorme sentido de la ornamentación de sus casas con flores.
En distintas ocasiones los cronistas de entonces y los historiadores de ahora han sostenido encontradas teorías sobre el papel que las flores tenían en la vida cotidiana de los habitantes prehispánicos, y algunos, quizás repitiendo leyendas llevadas a España y Europa por los conquistadores, insistían en que los nativos preferían olores fuertes como el del achiote y desdeñaban aromas suaves que encontraban en las flores que cultivaban.
Lo que quedó claro es que los indígenas tenían su propia escala de valores para aceptar o rechazar los olores, y que las flores, en muchos casos, eran tomadas más como adornos visuales y no olorosos, o eran utilizadas para pociones y remedios que podían mejorarles el ánimo.
Desde el alba de la creación del mundo, las flores han sido elementos definitivos en todas las culturas. Los indígenas siempre supieron aprovecharlas, utilizarlas, ubicarlas en su entorno íntimo y darles el significado ritual que todavía se conserva en algunas de las tribus que sobreviven en Colombia y América.
Ahí están los cronistas de la época, en numerosos libros. Ahí está la reconstrucción de esos años turbulentos. Ahí aparecen las imágenes, como si fuera una película colocada en una grabadora de video, que nos cuenta cómo los indios tenían en las flores unos de los elementos más importantes de sus jornadas diarias.
Los indígenas de la zona del Putumayo y el Caquetá usando flores y plantas olorosas como la vainilla, en forma de guirnaldas, que colocaban a la entrada de las casas y se las colgaban del cuello.
Al pie de los Andes, hombres y mujeres con flores y plumas y hierbas olorosas colgando a las espaldas, para que el enemigo no los viera en medio del follaje, para que los aromas de las flores y la suavidad de las plumas y la fragancia de las hierbas levantaran una especie de cortina entre ellos y el resto del mundo.
Las muchachas indígenas utilizando flores de distintas especies para aromatizar las camas o las hamacas o las esteras, o darle otro olor al cuerpo que apenas despertaba a los deseos ajenos o para que la divinidad más cercana las protegiera del mal de ojo.
Más tarde, bajo otro cielo, bajo otros dioses, las imágenes mostrarán a las jóvenes barriendo los templos católicos, implantados por los misioneros europeos, con escobas formadas con ramas olorosas para que el ambiente cargado con los cirios y las oraciones se hiciera más leve, como el aire de la madrugada.
Un misionero que escribió crónicas, el padre Acosta, muchos años después recordaría cómo son los indios muy amigos de flores y en la Nueva España más que en otra parte del mundo y así usan hacer varios ramilletes que allá nombran suchiles, con tanta variedad y gala que no se puede desear más. A los señores y a los huéspedes, por honor, es uso ofrecerles los principales suchiles o ramilletes. Y eran tantos, cuando andábamos en aquella provincia, que no sabía el hombre qué hacer con ellos.
La magia del olor, el color y hasta el sabor de las flores.
Y el mismo misionero agrega Pero fuera de estas suertes de flores que son llevadas de acá, hay allá otras muchas cuyos nombres no sabré decir, coloradas y amarillas y azules y moradas y blancas con mil diferencias, las cuales suelen los indios ponerse por gala en las cabezas como plumaje. Variedades que muchas de esas flores no tienen más que la vista porque el olor no es bueno o es grosero, o ninguno aunque haya algunas de excelente olor
El asombro del Almirante y de los conquistadores que siguieron llegando, aumentaría al contemplar cómo no sólo en sus actos cotidianos y religiosos los indígenas utilizaban las flores sino, también, en sus bailes y fiestas, y mientras más importante era el personaje más aparecía cargado de ellas.
Los testimonios sobre la cultura de las flores entre los indígenas abundan cuando Melchor de Salazar, en 1593, realizó por medio de sus oficiales una expedición al río San Juan, en la parte meridional del Chocó, en Colombia, se encontró con chozas limpias y curiosas de los noanamaes llenas de jardines.
Por su parte, Lucas Fernández de Piedrahíta, en uno de los apartes de su Historia General de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, escribe Hallándose flores de toda hermosura y fragancia y como las tierras gozan de una continuada primavera, siempre se ven árboles, y campos verdes, y siempre floridos, porque el tiempo de las frutas no embaraza el de las flores de todo goza juntamente, y en un mismo sitio, y aun las flores, que se han llevado de España, participando aquel clima, siempre lucen en sus jardines, sucediéndose unas a otras, sin que las matas de que proceden lleguen a tiempo de verse desnudas de su hermosura.
Y sobre los caciques, el mismo cronista tiene esta descripción: “Ellos caminaban en andas muy curiosas de madera, que llevaban los indios sobre los hombros. Llevaban numerosa copia de indios consigo, y de los que iban adelante, unos quitaban las pajas, piedras, y terrones del camino, y otros se ocupaban en tender mantas, flores y juncia, para que pasase sobre ellas en los caminos, que ay de Bogotá a Subyá y Chia, y en el que ay de Tenjo se ven oy estas señales de calzada y calles, y de los estanques en que se bañaban“.
Según los cronistas, los indígenas colombianos cultivaban las flores con un destino específico, y algunas eran utilizadas para los muertos. Para sus expediciones de caza, hacían tragar a sus animales domésticos algunas flores que los excitaban y enfurecían, con el fin de asegurar las presas que buscaban en medio de la selva o las costas. De otras flores venenosas extraían el zumo necesario para untar las puntas de las lanzas y flechas. Y para las danzas, numerosas tribus americanas buscaban afanosamente en el follaje las flores de Thevetia, de enorme valor ornamental, por unos cascabeles que hacían más gratas las ceremonias.
Aún hoy en día los indígenas Cunas de la zona del Darién al noroeste de Colombia mantienen sobre el empajado de sus viviendas, flores de cuipo que con el viento emanan una fragancia tranquilizadora.
Los conquistadores pronto descubrieron el motivo de tantas flores en puertas y entradas de las casas indígenas con sus colores y fragancias, según sus leyendas, se defendían de la presencia de extraños.
Esta alianza de los indígenas con las flores fue aprovechada por los misioneros católicos, para quienes era una forma de paganismo la adoración de los nativos ante las fuerzas naturales. Gracias a ese proceso curioso de sincretismo, los indígenas aceptaron e incorporaron a sus creencias domésticas, las nuevas ofertas ideológicas impuestas por los religiosos españoles. Así ha ocurrido a lo largo de la historia con los pueblos aparentemente vencidos aceptan las condiciones del invasor, presuntamente acatan sus leyes y sus nuevas costumbres, pero lo que en realidad hacen es injertarlas dentro de su contexto social y sicológico.
Por eso, cuando los misioneros dejaron a los indígenas las tareas de arreglar las iglesias y los altares y las imágenes sagradas, los nativos y sus descendientes mestizos de la época colonial emplearon las flores y las frutas en las tallas de los altares, los frisos y las columnas, y aprovecharon, aparte de su condición estética, el recurso de las flores como una prolongación del sistema mágico para protegerse de las amenazas externas que venían utilizando desde varios siglos atrás.
Una de las muestras más elocuentes de ese sincretismo se dio cuando los indígenas ejecutaban sus danzas tradicionales en medio de ceremonias católicas, mientras los asistentes arrojaban flores recogidas de zonas cercanas.
Esas relaciones de indígenas, conquistadores y flores en todos los actos de la vida cotidiana durante la Conquista y los siglos posteriores, tuvo su apogeo en la Colonia. Cuando se establecieron las bases para las relaciones entre los distintos grupos humanos, los indígenas siguieron insistiendo en sus propios recursos culturales, utilizando las flores, bailando y buscando la protección de sus dioses, aunque tenían a la mano el Dios traído en los barcos grandes que una mañana de 1492 aparecieron como animales monstruosos.
Mientras tanto, durante esos años, los jardines europeos se enriquecieron con las semillas y muestras llevadas por los colonizadores desde el Nuevo Mundo.
La expectativa era tan grande ante la llegada de los grandes veleros cargados de animales, plantas e indígenas, que el mismo rey Felipe II envió a su médico de cabecera a estudiar las plantas curativas que crecían silvestres en América. Fue así como el doctor Francisco Hernández, maravillado con la variedad de plantas usadas por los nativos (más de 3.000 especies según los cálculos más modestos), dedicó más de siete años al análisis de todas y cada, produciendo artículos que las publicaciones científicas de la época acogían con voracidad.
Las flores siempre fueron un elemento vital para los habitantes del Nuevo Mundo, y su relación con ellas se mantiene a través de distintas épocas, como lo prueba uno de los cronistas de la vida colonial en Cartagena de Indias al escribir sobre uno de los festejos populares:
Para la gente pobre, libres y esclavos, pardos, negros, labradores, carboneros, carreteros, pescadores, gente con zapatos y descalzos no había salón de baile ni ellos habrían podido soportar la cortesía y circunspección que más o menos rígidas se guardaban en las reuniones de personas de alguna educación, de todos los colores y todas las razas. Ellos, prefiriendo la libertad natural de su clase, bailaban a cielo descubierto al son del atronador tambor africano, que se golpea con las manos sobre el parche y hombres y mujeres en gran ruedo, apareados pero sueltos sin darse las manos, dando vueltas alrededor de los tamborileros mientras las mujeres tenían enflorada la cabeza con profusión, empapada en agua de azahar y regando flores por el suelo.
Otro cronista, Gonzalo Hernández de Oviedo, hace esta descripción de los indígenas colombianos: En las cabezas traen por la mayor parte unas guirnaldas de colores con una flor en la frente de la color que más les agrada, y los principales y los señores y los caciques traen unos bonetes de algodón de cierta hechura, y en algunas partes traen las cofias hechas de red.
Cada grupo social organizaba su fiesta y en cada una de estas reuniones las flores se convertían en el atractivo principal las flores en el pelo de las mujeres, en la ropa de los hombres, en los arcos que separaban las habitaciones, en la entrada de las casas, en las calles, en los carruajes, en los instrumentos de los músicos mientras tocaban.
Aunque estos grupos sociales y étnicos no se mezclaban y cada uno se divertía con sus propios recursos musicales, etílicos y gastronómicos, tenían un elemento común las flores.
Los indios bailaban al son de sus gaitas y una especie de flauta que los europeos identificaban como la zampoña. De dos en dos, dándose la mano y haciendo rueda, teniendo los músicos en el centro, se enfrentaban a la pareja, se agarraban, se soltaban, golpeaban el suelo llevando el compás de la música.
Los negros bailaban sus currulaos para celebrar el santo de su patrón o el cumpleaños del amo o alguna fiesta especial no dejaban de bailar hasta quedar exhaustos.
Otra categoría social, que organizaba sus propias fiestas, estaba compuesta por los que llamaban blancos de la tierra, es decir, los médicos, los boticarios, los pintores, los plateros, los personajes de raza blanca pero que no eran nobles ni tenían el poder de los otros blancos.
Las flores eran los elementos comunes en los diferentes grupos humanos y en cada uno de ellos, con un significado especial. Una de las expresiones populares que han conservado más intacta su naturaleza a través de los siglos, ha sido el Carnaval que se celebra 40 días antes de la Semana Santa en distintas ciudades y numerosos pueblos de las costas colombianas, del Atlántico y del Pacífico.
Cada uno de los grupos étnicos aportó a estos Carnavales su cuota de música, tradiciones, leyendas, comidas, bebidas y sobre todo, bailes. Fue un proceso de maceración social, político y cultural permanente.
Los indígenas, aceptando aparentemente las leyes de los conquistadores, mezclando sus creencias y costumbres con las que les imponían los extranjeros mientras intentaban sobrevivir, aún en las peores circunstancias de exterminio, como es notable en distintas zonas colombianas. Los negros, sumando sus rencores y pesares en sus palenques, echando mano de una auténtica resistencia pasiva mientras se incubaba lo que a principios del siglo XIX se convertiría en una insurrección general. Los blancos criollos, ejerciendo sus oficios y relacionándose con los otros grupos étnicos y sociales, amasando los grupos humanos que durante la revolución jugarían un papel significativo. Los españoles, equivocándose en la perspectiva histórica que tenían sobre su predominio en lo que entonces se conocía como el Nuevo Reino de Granada.
Lo interesante de todo ese proceso que estremecía a millones de seres humanos y naciones que no lo eran todavía, es cómo las flores siempre fueron un factor común en la vida cotidiana utilizadas por los indígenas para frenar el mal de ojo que podían echarles los enemigos naturales; empleadas por los médicos y boticarios blancos para apaciguar los dolores de una clientela que se resistía al lavado, desangres, extracciones dolorosas y otras operaciones que los convertían en verdaderos ángeles demoníacos; usadas por la población negra en todos sus rituales tradicionales, en esos altares levantados en lo profundo de la selva, especialmente cuando uno de ellos lograba escapar a los perros del amo y rezaba a sus deidades que venían del otro lado del mar y las montañas.
Los cronistas y viajeros que durante los siglos coloniales nos visitaron, han escrito numerosas páginas sobre el papel de las flores en este Nuevo Mundo, que sigue siendo nuevo en muchos aspectos.
Cada uno de esos testigos va descubriendo poco a poco las maravillas de la naturaleza con fragmentos como estos:
"La flor de la Curia echa flores moradas y muy pequeñitas y lindas, y florecen en el mes de mayo y la hoja parece la de la salvia, aunque ésta es más puntiaguda y más delgada y más verde, y quiere algo parecerse a la del lentisco y su olor es semejante a la del trébol y se le saca agua para rociar la ropa y ponerle buen olor ... ";
"Hay en Castilla del Oro en muchas partes y señaladamente en el puerto del Nombre de Dios en la misma playa, junto al mar, gran cantidad de lirios blancos con una manera de flor extremada y cosa muy de ver nacen espesísimos por todas aquellas hojas es más claro que el de las espadañas de Castilla y echan en medio un tallo o varilla de tres palmas de alto, poco más o menos, y en el medio una manera de nudo del que salen tres o cuatro hojas ... ";
"Las flores no faltan todo el año, de suerte que en la Pascua de Navidad se adornan y engalanan los altares con ramilletes de azucenas y clavellinas y alhelíes y otras mil hermosísimas flores de los más diversos colores ... ";
"El achiote es una planta que produce unos ramilletes de flores, medio blancas, medio encarnadas, y de cada ramillete resultan muchos racimos de frutas encarnadas, cuya cáscara es áspera y espinosa como las de las castañas ... ";
"Del medio de esas matas salen arbolitos altísimos, que producen flores amarillas, de que se saca miel de calidad grande, y unas frutillas tan grandes como aceitunas, y de su color, que sirven de jabón a los indios para lavar su ropa".
Imágenes de una época, que anticipan otras fases de la historia de la flor. El primer conocimiento científico que tenemos en Colombia de nuestras flores, el rescate de la mineralogía, la astronomía, la entomología, la geografía y la zoología que entonces se desarrollaban bajo nuestros cielos, se debe a la sensibilidad de un hombre, José Celestino Mutis, y la sabiduría y visión de otro que tenía un doble oficio, arzobispo y virrey, y se llamaba Antonio Caballero y Góngora. Los dos, anticipándose a científicos y curiosos, pusieron en marcha ese experimento formidable, la Expedición Botánica. Dentro de ésta se formó la primera elite Científica de Colombia.
Dicen los expertos que los alcances de este programa botánico son tan vastos, que todavía no hemos acabado de descifrar todos los descubrimientos, análisis, experimentos, comentarios y logros de un grupo científico y humano, sin precedentes en el continente americano, que se dedicó a ordenar, catalogar y descifrar las principales manifestaciones naturales que un país, que apenas estaba comenzando a encontrarse consigo mismo, era capaz de contener.
La respiración cotidiana del siglo XVIII y los estremecimientos del siglo siguiente pueden comprenderse en las páginas rescatadas de los apuntes, documentos y cartas enviadas y recibidas por Mutis; en la obra Influjo del clima sobre los seres organizados del sabio Caldas; en los Apuntamientos de Eloy Valenzuela y en los textos de Pedro Fermín de Vargas, Fray Diego García, Jorge Tadeo Lozano, Francisco A. Zea, José Ignacio de Pombo y otros científicos. Siguiendo estos textos, mirando más allá de las anotaciones, palpando el asombro por los descubrimientos cotidianos, se alcanza a medir la urgencia histórica que empujaba a los neogranadinos al encuentro de su Libertad.
Mutis siempre se interesó por las flores colombianas, y estas dos reflexiones lo reflejan: "Antes de llegar a este sitio y en las laderas de la provincia de Santa Marta, hay una maravillosa flor de pasión, toda encarnada. Aún no he podido determinar si sea especie conocida", y en otra página de su Diario comenta: "El día 27 salimos de Guarumo, y había una terrible niebla para ganar la vuelta del arado, donde comimos metidos en el monte. Allí vi una bellísima Aristoloquia, que los del país llaman Contra Capitana, por la singularísima eficacia que dicen tiene contra las culebras. Conservo la flor que me presentaron. Es como una cafetera globosa con un pico muy largo y otra lengüeta por encima".
Alternando su oficio doble de médico del Virrey y botánico, además de farmacéutico y médico que visitaba las barriadas de Santa Fe, Mutis se preocupó por la calidad artística de las láminas que ahora conforman uno de los mayores tesoros de la época, láminas en las cuales, entre otros elementos, las flores asoman como símbolos de una naturaleza que estaba siendo desbravada. Es que el dibujo ocupó durante esa época un lugar muy significativo porque el artista era el único capaz de preservar, para futuros investigadores, los elementos más importantes de la flora y la fauna que eran disecados por los sabios, perdiéndose con ello numerosas particularidades típicas de cada especie, al quedar fraccionado ese material. Por ello el dibujo era más importante, en términos de utilidad posterior, que las descripciones suministradas por los sabios y expedicionarios.
Los dibujantes pintaban con una precisión sorprendente aun los detalles más diminutos, y las semillas y flores y hojas aparecen como retratados. Los artistas empleados por Mutis fueron criollos, a excepción de dos españoles, José Calzada y Sebastián Méndez, quienes colaboraron estrechamente con los otros 18 dibujantes que tuvo la Expedición Botánica.
Se destaca por su trabajo brillante, el dibujante Francisco Javier Matiz, considerado por Humboldt el mejor de todos, el más destacado pintor de flores del mundo y un excelente botánico. Al lado de Salvador Rizzo ejecutó la mayor parte de las 6.600 láminas que se hallan guardadas en Madrid y, además, ambos formaron la Escuela de Pintores y Dibujantes Científicos de la Nueva Granada.
Aislado del resto del mundo civilizado, viviendo 48 años en el virreinato, formando a quienes lo acompañarían y sucederían en esta tarea casi poética, Mutis permaneció como uno de los ejes principales de la vida cultural, científica y diaria que estaba incubando una insurrección que contaría en sus filas con prestantes miembros de su Expedición. No es simple coincidencia que fuera Mutis quien organizara aquí la primera cátedra de Matemáticas en el Nuevo Mundo, en cuya atmósfera tibia el sabio revelaría a sus asombrados oyentes el sistema de Copérnico, cátedra que lo indispuso con la Inquisición. Pero su polifacético conocimiento no abandonaba nunca al botánico. Mutis escribe en su Diario: "Hablando del azuceno que es el floral de Cartagena y su botánica, me contaron que para la hidropesía era, en efecto, admirable la corteza de dicho árbol. La preparación era la siguiente una libra de corteza hervida en una cantidad de agua, que embebiese alguna porción, de modo que saliese un cocimiento bien teñido. Añadió que alguna virtud debería tener, cuando los gusanos que le destruyen sus hojas las apetecen con tanta ansia. Reflexión a la cual no me opuse, aunque conocí su poca fuerza y ninguna verosimilitud“.
Cuentan que uno de los momentos más emocionantes fue el encuentro con las flores silvestres mientras bajaba con sus discípulos desde la Sabana de Bogotá hacia tierra caliente. Los colores salvajes y alegres, la conformación de sus elementos, el olor, la atmósfera peculiar que creaban a la orilla de los caminos llenos de piedras y abrojos, impresionaron a los viajeros quienes de bruces sobre la hierba se dedicaron, con los instrumentos que llevaban en sus alforjas, a desmenuzar algunas flores para comprenderlas mejor.
Ese asombro era una prolongación del mismo estupor que sintió Colón cuando aprendió a descifrar los colores y los olores de las flores que los indígenas se colocaban en la cabeza y entre los dientes. El mismo asombro que nos dura todavía.
La Expedición Botánica sobrepasa cualquiera de las empresas militares, científicas, religiosas o políticas emprendidas por España a este lado del mar.
Es una historia fascinante. Tan fascinante como esas flores que han sobrevivido al tiempo y la memoria de los hombres, más allá de los muros de los Museos, en América o Europa, donde las nuevas generaciones se asombran ante las circunstancias difíciles que debieron enfrentar esos científicos que más parecían aventureros.
El 29 de abril de 1783 comenzó la Expedición Botánica. Mutis cuenta así la primera jornada de una experiencia sobre la cual habrá que seguir hablando:
"Después de las muchas fatigas y cuidados que cuesta en estos países la preparación de un viaje destinado a los progresos de la Historia Natural, con la crecida compañía de compañeros y criados, a que corresponde un abultado equipaje, salimos finalmente con destino a La Mesa de Juan Díaz, sitio que elegí por todas sus proporciones para la pronta colección de producciones naturales. Salimos de la ciudad poco después de mediodía, dirigiendo nuestra marcha por la salida de San Victorino Divertía al doctor Eloy Valenzuela, reconociendo de paso y de a caballo muchas plantas y flores que me son familiares después de veinte y dos en América".
En ese momento no sabían si contaban con el apoyo del rey Carlos III aunque tenían el respaldo del arzobispo Virrey Caballero y GNgora quien, un mes atrás, había solicitado el permiso real a través de un oficio detallado, enviado a José Gálvez, Marqués de la Sonora y Ministro de Indias.
Por su parte, Francisco José de Caldas, uno de los mejores discípulos y compañeros de Mutis, refleja con claridad el espíritu de la Expedición y la riqueza de la naturaleza colombiana y de sus flores en este fragmento de su obra: "Cuando atravesamos un bosque, hallamos al lado del roble colosal un musgo humilde; la palmera erguida que ha sustentado muchas generaciones, tiene cerca de sí al lirio efímero; unas se arrastran sobre la tierra, otras se elevan a los cielos. Sobre el cuerpo inmenso del robusto caracolí dan cien giros espirales de banisteria y el convólvulo que, entrelazándose de todos modos, forman festones y caprichos en que se brilla el oro al lado de la púrpura. El toluifera aromático se halla asociado al venenoso manzanillo, y la quina, el árbol de la vida, la más preciosa producción del reino vegetal, mezclada confusamente con la apacua y con la ortiga. Más allá aparece el lisianto enorme, de cuyos ramos pende o flota en el aire el salvaje ramo que, imitando la forma de una cabellera encanecida, imprime en el gigante de los bosques el carácter de la venerable ancianidad. El loranto y las orquídeas, desdeñándose de tomar su jugo de la tierra, han fijado su residencia sobre la copa de los grandes árboles. Por todas partes vemos el junco al lado de la rosa, la grama con la encina, el cardo y el tomillo; los aromas mezclados con las exhalaciones mortales, el antídoto con el veneno, lo grande y lo pequeño, lo bello y lo horroroso, lo estéril y lo fecundo, la dilatada duración y los momentos. Concluimos que las plantas se han esparcido sobre la superficie de los Andes sin designio, y que la confusión y el desorden reinan por todas partes".
El asombro del sabio Mutis ante una flor o un pájaro de colores perdido entre los gigantescos árboles de la selva, concordaba muy bien con el asombro de los muchachos que lo seguían a todas partes, haciéndole preguntas sin cansarse, al subir y bajar montañas, cuyo contenido el maestro iba anotando en su diario, auténtico tesoro científico para quienes quieran conocer en un gran primer plano la naturaleza colombiana.
Mutis, muerto en 1808, no estuvo presente ese 20 de julio de 1810 cuando, presuntamente por un incidente causado por unas flores y un florero negados a unos criollos por un español, se organizó el Cabildo Abierto en Santa Fe de Bogotá, a las once de la mañana y cuando las calles se encontraban en la mayor actividad de la jornada.
Sin embargo, sus discípulos estuvieron allí y muchos murieron por defender las enseñanzas nacionalistas aprendidas de un hombre que, según el historiador Eduardo Mendoza Varela, estudioso de la Expedición Botánica y sus efectos, “era bueno, sano, pulcro e inocente“.
De los discípulos de Mutis que toman las riendas de esta empresa cultural, científica y espiritual, sobresale el sabio Francisco José de Caldas, fundador del Semanario del Nuevo Reino de Granada, en cuyas páginas se publicaron algunos de los trabajos más interesantes de la Expedición, convirtiéndose en uno de los más destacados órganos de difusión científica en el Nuevo Mundo.
La Corona no se queda con los brazos cruzados y envía a un militar de carrera, Pablo Morillo, para que intente pacificar las colonias alzadas. La Pacificación chocará con las ideas y los cuerpos de los discípulos de Mutis, sus compañeros de andanzas por montañas, valles, ríos y cañadas. Sinforoso Mutis es encarcelado. Carbonell, un amanuense de la Expedición es ahorcado. Los escuadrones de fusilamiento se colocan ante los cuerpos indefensos de Tadeo Lozano, Salvador Rizo, Francisco José de Caldas y otros científicos y disparan.
El Pacificador piensa, con razón, que la Ciencia es subversiva y que la Expedición Botánica, lo que queda de ella en forma de libros, documentos, láminas, dibujos, mapas y otros materiales, debe ser enviada a la Corona. Treinta años de trabajos sin interrupción, treinta años de sueños y esperanzas, de buenos y malos ratos, de risas y lágrimas, de ascensos a las cumbres más escarpadas y descensos a los valles y hondonadas más profundos, tienen que ser desmontados, empacados y enviados en barcos a España.
Rafael Sevilla, uno de los oficiales encargados por el Pacificador para organizar el envío del material a puerto español, diría después:
"Era un verdadero museo de historia natural del país. Cuadrúpedos, aves, reptiles, insectos raros, objetos preciosos del reino animal, colecciones de maderas, muestras de cristal de roca, de oro y platino; la macana y la hamaca de los caciques; la riquísima custodia que había traído de Popayán como símbolo de la libertad, era lo que tenía yo que encajonar y clasificar e inventariar. Imposible me habría sido cumplir solo aquella comisión y afortunadamente entre los prisioneros aristócratas estaba el doctor Mutis (Sinforoso), sabio naturalista que había sido jefe de Policía bajo el gobierno rebelde".
Curiosas palabras de las cuales no están alejadas la exageración y la imaginación. La labor del equipo encabezado por Mutis fue recogida, o mejor, apretada en 104 cajas que llegaron a España en mayo de 1817. Sólo una parte de esa labor llegó porque durante el empaque y después en la travesía, por simples razones de espacio y peso, numerosos ejemplares del Herbario, animales disecados y manuscritos valiosos, fueron arrojados al mar.
El Jardín Botánico de Madrid recibió el tesoro. La iconografía, los herbarios y los manuscritos que sobrevivieron al injusto saqueo fueron colocados en sitios adecuados y ahí se conservan hasta la fecha. Otra parte del material, como minerales y animales, fue colocada en el Museo y Archivo de Ciencias Naturales en Madrid. Pero la sensación que queda en el visitante es que a pesar del rescate, tanto en España como en Colombia, de estos trabajos, se perdieron valiosas muestras de la dedicación de Mutis y sus compañeros.
Con el envío a España de ese material, la Expedición Botánica quedaba sin autorización para seguir funcionando. Sin embargo, Francisco Javier Matiz organizó otro grupo de estudiosos con el fin de no suspender los estudios e investigaciones y formó una nueva escuela. De ésta surgieron personajes interesantes y notables como Juan María Céspedes, Cerda Bayón y José Jerónimo Triana. Sería Triana precisamente quien, en 1881, conseguiría permiso, después de toda clase de problemas, para clasificar o, como rezaba la autorización, “para denominar científica y vulgarmente y publicar por su cuenta la colección de dibujos y láminas de la Flora y Fauna de Mutis“.
Gracias a Triana quedaron ordenadas las 6.600 láminas, en 40 carpetas y, según sus palabras, “en géneros y familias, con la indicación de número y la naturaleza de los dibujos en la disposición en que los había encontrado. El resumen completo de los dibujos manifiesta que hay cerca de 2.000 especies de plantas representadas y que ellas lo están en general por dos, tres o más dibujos, de los cuales uno generalmente coloreado y el otro negro, a pluma“.
La labor de Mutis, Caldas y los demás se prolongó en la dedicación de Triana porque éste no sólo ordenó y clasificó de nuevo y le dio sentido al caos en que se encontraban los materiales se le debe el hallazgo de la Quinología de Mutis y el hacer conocer en Europa, mediante exhibiciones y publicaciones, el tesoro iconográfico guardado en el Jardín Botánico de Madrid.
Entusiasmados con las historias escu chadas, sobre la joven América, un joven naturalista alemán llamado Alejandro von Humboldt y su amigo Amadeo Bonpland habían llegado en 1801 a la Nueva Granada en busca de todo lo que tuviera que ver con la Ciencia, interesados en descubrir por ellos mismos las maravillas de una tierra salvaje todavía. Se sometieron varias semanas a ese viaje alucinante, en medio de caimanes y árboles gigantescos y garzas y serpientes que sacaban la lengua, hasta cuando pudieron abrazar a José Celestino Mutis y quedarse varias semanas en su casa de Santa Fe de Bogotá hurgando en sus papeles, revisando sus plantas, contemplando sus animales y confirmando que se encontraban ante una aventura que ni ellos mismos habían podido anticipar varios meses atrás.
Esa aventura, adornada con flores, queda plasmada elocuentemente en este fragmento escrito por el alemán: “La dulce frescura que al calor del día reemplazaba la transparente pureza del estrellado cielo, el balsámico perfume de las flores que las brisas de tierra arrastraban, llevaron la creencia al ánimo de Colón, según Herrera, de que el jardín del Edén, santa morada del primer hombre, se hallaba próximo. Vio en el Orinoco uno de los cuatro ríos, que según las venerables tradiciones esparcidas desde la infancia del mundo, nacían del paraíso para regar y dividir la tierra, adornada de flores sin cesar abiertas“.
En otro pasaje añade Humboldt: “El aire húmedo de la tarde hállase impregnado del perfume de las Ananás; los tallos henchidos de savia de esas Bromeliáceas se destacan de las plantas de escasa elevación que recubren la pradera; bajo la copa de hojas de un verde azulado que las corona, vénse brillar desde lejos sus dorados frutos. En aquellas regiones en que los manantiales que brotan de las rocas se esparcen por el verde tapiz, elevadas palmeras forman abanico en grupos solitarios. Nunca en tan ardiente zona se inclina su cabeza, a impulso del fresco soplo del viento“.
Algunos afirman que Humboldt, con su curiosidad casi infantil y su temperamento impaciente, después de Mutis y Caldas y la Expedición Botánica, fue el descubridor de América. Su permanencia en territorio granadino, la aventura que protagonizó durante varios meses y los resultados de su presencia en ese nuevo mundo, que estaba despertando a los aires de libertad que venían del otro lado del Océano Atlántico y del norte de América, fue muy útil.
Humboldt y Bonpland permanecieron dos meses como huéspedes de esa casa que tenía patio, jardín, una cocina inmensa y muchos sirvientes. El alemán y el francés reconocieron públicamente dentro y fuera de la turbulenta Santa Fe de entonces, los méritos incalculables de aquel español que ya no se sentía europeo.
El historiador Eduardo Mendoza Varela dice que “Humboldt costeó nuestros litorales, subió el Magdalena y alcanzó el altiplano. Camino del sur, cruzó el Quindío, recolectó plantas, trazó esquemas de las montañas, estudió volcanes y volcancitos como los de Turbaco, calculó alturas y vertientes. Probablemente nadie fue más perspicaz en auscultar nuestros trópicos, en sentir sus paisajes y escudriñar sus posibilidades“.
Humboldt permaneció sólo nueve meses en lo que hoy es territorio de Colombia, pero lo que aprendió fue suficiente para los valiosos estudios que estaba realizando. A diferencia de otros científicos de su época, miraba más allá de la simple permanencia de las investigaciones y buscaba la proyección humana, especialmente en una época que él sabía definitiva para el destino de América. Eso se siente en la correspondencia que sostuvo con Simón Bolívar, el mismo Mutis y otros personajes granadinos.
Varios años después, mientras escribía en París una de sus obras más significativas,Ideas para una geografía de las plantas, Humboldt recordaría los calurosos y abrasantes meses que estuvo en estas tierras:
"La geografía de las plantas no sólo ordena éstas según la diferencia de los climas y la altura de las montañas, donde se encuentran observa éstas no sólo según la presión atmosférica, de la temperatura, la humedad ambiental y la tensión eléctrica bajo las cuales se desarrollan; la geografía de las plantas distingue entre las innumerables plantas del planeta, lo mismo que entre los animales, dos clases las solitarias o dispares que crecen de forma aislada y las unidas socialmente como las hormigas y las abejas, que cubren extensas regiones de donde excluyen todas las demás plantas diferentes a ellas".
Humboldt y Bonpland formaron parte de esa corriente curiosa y expectante de científicos, aventureros, personajes vestidos curiosamente, que como los cometas aparecían y desaparecían en medio del verde y lujurioso paisaje americano.
La verdad es que ya en 1540 un grupo de europeos había navegado las anchas y turbulentas aguas del río Amazonas, grupo encabezado por Francisco de Orellana que, más que en plan de conquista, buscaba información científica. En 1640 se conoció la que es considerada la primera descripción del Amazonas, escrita por el padre Cristóbal Acuña, de la Compañía de Jesús, quien acompañó al capitán Pedro Texeira en su viaje de Quito a Belem del Pará el año anterior. Sus descripciones siguen siendo válidas.
Felipe II ordenó varias expediciones científicas que aparentemente no tenían relación con la Conquista que estaba en pleno apogeo en 1577. El sacerdote Samuel Fritz escribe su Diario de Viajes y Francisco de Figueroa su Relación de la Compañía de Jesús en el país de los Mayas.
Charles Marie de La Condamine, quien recorre desde Quito hasta el Atlántico en 1743, descendiendo por el Amazonas, va descubriendo auténticas maravillas como el venenoso curare, los peligrosos barbascos, el caucho que ya era utilizado por numerosas tribus en otras zonas de América y, lo que es más importante, produce un mapa del Amazonas, increíblemente exacto y que sirvió para los viajes y expediciones de otros soñadores.
Serían esos mapas los que despertarían las curiosidades de esos enfebrecidos viajeros llamados Humboldt y Bonpland. Durante los años siguientes, atravesando ríos y selvas y montañas, en algunas ocasiones pereciendo a manos de indígenas y colonos, sobreviviendo a las guerras que incendiaban ese paisaje cada vez menos salvaje, aparecieron y desaparecieron personajes pintorescos como Alexandre Rodríguez Ferreira, quien recorrió el Río Negro entre 1783 y 1792; los naturalistas alemanes Karl Friedrich Philip von Martius y Joan B. Spix, quienes recorrieron la zona del Caquetá; los ingleses Henry Walter Bates y Alfred Russell Wallace, quienes desde 1848 y durante más de diez años de trabajos, recolectaron en la Amazonia más de 8.000 especies de animales y plantas con cuya venta financiaron los gastos de sus expediciones.
El botánico inglés Richard Spruce, quien desde 1849 permaneció 17 años en los ríos Amazonas, Negro y Orinoco recolectando más de 7.000 especímenes de plantas importantes; John Hauxwell, quien coleccionó los primeros ejemplares de aves para estudiar la ornitología tropical en la zona hoy llamada del Trapecio AmazNico?.
Dentro de esta relación de viajeros, merece ser destacada la labor y el significado que encierra la Comisión Corográfica, organizada en 1850 bajo el gobierno del general José Hilario López. Para los críticos, la Comisión tiene dentro de la vida republicana el mismo alcance que tuvo, durante la Colonia, la Expedición Botánica.
López sintió la necesidad de conocer mejor la geografía física, política y humana de Colombia, y encargó a quien se consideraba en ese momento la persona más indicada, el coronel Agustín Codazzi, un geógrafo italiano con experiencia científica ya demostrada con una serie de trabajos realizados en Venezuela, su patria adoptiva. Codazzi escogió como ayudante a Manuel Ancízar, quien publicaría más tarde un libro entretenido, Peregrinación de Alfa, sobre las costumbres del siglo XIX en Colombia.
Con base en los estudios y hallazgos de esta Comisión, Felipe Pérez pudo publicar un libro fundamental para el país, Geografía de los Estados Unidos de Colombia, el cual se convirtió en modelo de este género.
Paralelamente al trabajo geográfico, físico y político, un pintor venezolano, Carmelo Fernández, se convirtió en el primer dibujante de la Comisión, y su trabajo asombra aún a los entendidos. Dejó cerca de trescientas acuarelas en las cuales reflejó significativos aspectos de la vida cotidiana de entonces y referencias al uso de las flores en numerosas circunstancias.
Un fino acuarelista y vicecNsul británico en Santa Marta, Edward Walhouse Mark, se convertiría con su obra en uno de los mejores cronistas visuales a mediados del siglo pasado. Según la presentación del libro sobre su obra, publicado en 1963, “Se estima que su colección de acuarelas es la noticia más completa y fiel que extranjero alguno pudo dar sobre nuestro país a todo lo largo del siglo XIX Pudiera decirse que su mayor valor es el de suministrar la sensación de atmósfera de una época que libros de historia y aun magistrales prosas descriptivas de novelas y cuadros de costumbres no lograron procurar“. Las flores ocuparon un lugar destacado en la obra de Mark, lo mismo que en la de otro artista de la naciente Colombia, Ramón Torres Méndez, considerado el pintor más popular, celebrado y calificado del siglo XIX. Tenía un profundo sentido del humor y una capacidad increíble para reflejar lo que sucedía a su alrededor, ambiente en el cual las flores ocupaban, también, un papel destacado.
Los aportes a la ciencia, la medicina y la misma estética de ese final del siglo XIX, gracias a los descubrimientos logrados mediante estas expediciones en suelo colombiano, son enormes, y dentro de ellas para nuestro caso se destacan las orquídeas y flores llevadas por esos viajeros a Estados Unidos y Europa, con grandes precauciones para que no se dañaran, y que causaron desde entonces verdadero asombro. Muchos años después se presentaría una situación curiosa Colombia exportaría flores hermosas originarias de América, como las alstroemerias que, mejoradas científicamente en el extranjero y regresadas a este país en forma de esquejes o pequeños trozos de planta, inundan con su belleza los mercados de NorteAm?érica y Europa. Estaba comenzando otra época.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial aumentó el número de exploradores y científicos que buscaba, en la Amazonia colombiana, nuevos materiales que sirvieran para la industria de las potencias que participaban en la contienda. Es entonces cuando nombres como el del botánico Richard Evans Schultes, el de Marston Bates, especializado en malaria, o el del biólogo Federico Medem, entre muchos otros, se incorporan significativamente a Colombia y al panorama de sus recursos naturales.
Con el concurso de todos ellos y de un grupo cada vez más creciente e importante de científicos colombianos, ha venido confeccionándose un inventario sobre la flora y la fauna del país mientras, gracias a otro grupo de visionarios, se descubre que las flores pueden convertirse en uno de los recursos más interesantes y valiosos para su economía.
Un inventario alimentado con las crónicas de los primeros viajeros, los testimonios de quienes descubrieron, asombrados, los bosques repletos de lianas, orquídeas y bromelias, los recuerdos de los expedicionarios que iban inventando los caminos por donde ahora, quizás recreando los viajes alucinados de los primeros pobladores, de los conquistadores, de Mutis, Caldas, Humboldt, Pérez Arbeláez, siguen avanzando los que coinciden con la tesis de que, en recursos naturales, Colombia es uno de los países más privilegiados del planeta.
#AmorPorColombia
Historia
Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada cuyos originales reposan en el Jardín Botánico de Madrid. Oscar Monsalve.
Imagen del mundo americano, contemplado por Humboldt y Bonpland años antes de la Independencia de la Nueva Granada. Oscar Monsalve.
De la obra "América Pintoresca, descripción de viajes al nuevo continente por los más modernos exploradores" entre ellos Carlos Wiener, Doctor Crevaux, D. Charnay, etc., edición ilustrada con profusión de grabados, publicada en Barcelona por Montaner y Simon en 1884. Oscar Monsalve.
Antirrhinum majus hybrid. Oscar Monsalve.
Grabado tomado de "Americae Moralis Indiae Occidentalis Historae", de Juan Teodoro De Bry, publicado en Frankfurt en 1594. Oscar Monsalve.
Grabado tomado de "Americae Moralis Indiae Occidentalis Historae", de Juan Teodoro De Bry, publicado en Frankfurt en 1594. Oscar Monsalve.
"Nido", grabado de F. Maulle sobre un dibujo de H. Giacomelli, tomado del "Papel Periódico Ilustrado". Oscar Monsalve.
Grabado de Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Grabado de Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Grabado de Juan Teodoro De Bry. Cuando los españoles llegaron a América, descubrieron que los indígenas mantenían un estrecho contacto con la naturaleza, fenómeno que se conserva aún y se asombran, del sentido estético que tenían para sus arreglos florales. Oscar Monsalve.
El grabado representa el baile de los indios mapuyes, según J. Gumilla, en "El Orinoco Ilustrado", publicado en Barcelona en 1791. Oscar Monsalve.
Grabado publicado en 1602, es de Juan Teodoro De Bry; muestra nuevamente, la relación de la vivienda y de la vida diaria con las plantas. Oscar Monsalve.
Los indígenas rindiendo pleitesía al conquistador español, según Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Esclavos negros trabajando en un trapiche, según grabado del holandés Juan Teodoro De Bry. Oscar Monsalve.
Tomado del libro "Relación Histórica del viaje hecho de orden de su Majestad a la América Meridional", impreso en Madrid en 1748 por Antonio Marín. Oscar Monsalve.
La forma como De Bry se imaginaba, en 1594, que sería la vida en un poblado indígena, con sus jardines, bohíos de gran altura, cercados, fogatas, ceremonias y rituales, sembrados, bailes, descomunales frutos y hortalizas siguiendo el testimonio de los viajes como si los indígenas habitaran en medio de un auténtico paraíso. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Esta lámina forma parte de uno de los libros favoritos del sabio Mutis, el "Hortus Romanus" publicado en la capital italiana en 1774. Oscar Monsalve.
Los dibujos son perfectos, llenos de detalles casi fotográficos y en muchas ocasiones servían para suplir las descripciones de los investigadores o para complementarlas. Oscar Monsalve.
Los dibujos son perfectos, llenos de detalles casi fotográficos y en muchas ocasiones servían para suplir las descripciones de los investigadores o para complementarlas. Oscar Monsalve.
Los dibujos son perfectos, llenos de detalles casi fotográficos y en muchas ocasiones servían para suplir las descripciones de los investigadores o para complementarlas. Oscar Monsalve.
Los alcances de la Expedición Botánica son tan vastos que todavía no se acaban de analizar todos los descubrimientos, análisis, y logros de este grupo científico y humano que se dedicó a descifrar la naturaleza de un país que apenas estaba encontrándose consigo mismo. Oscar Monsalve.
Detalle de un libro de Nicolae Josephi Jacquin, en 1780, muestran la influencia de la flora americana en Europa. Oscar Monsalve.
Los jardines y huertas romanas, dibujados en 1774, muestran la influencia de la flora americana en Europa. Oscar Monsalve.
Los jardines y huertas romanas, dibujados en 1780, muestran la influencia de la flora americana en Europa. Oscar Monsalve.
Grabados de Nicolai Josephi Jacquin, 1780, los caracteres tipo de las flores de la familia Rubiaceae. Oscar Monsalve.
Grabados de Nicolai Josephi Jacquin, 1780, la caracterización de la flor de la orquídea epistefium. Oscar Monsalve.
Grabados de Nicolai Josephi Jacquin, 1780, la descripción de caracteres tipo del género cinchona. Oscar Monsalve.
El ginoturo del género capparis. Oscar Monsalve.
Fruto baceiforme. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Planta de la familia convulvaceae. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Detalle del fruto en balasusta de la granada. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Flores con andróforo. Oscar Monsalve.
Dentro de la biblioteca personal del sabio Mutis se encontraba una obra importante, el "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian, libro que inspiró la realización de los dibujos de la flora de Bogotá. Tulipán mostrando su inflorescencia en escapo. Oscar Monsalve.
El "Recueil des plantes de Indies" de M.S Merian. La portadilla de este libro es muy expresiva, y simbólica de la riqueza con que nos obsequió la madre naturaleza. Oscar Monsalve.
Flor aumentada del bejuco, característica de la familia Aristolochiaceae. Oscar Monsalve.
Apreciación de la inflorescencia masculina, de la palma cutherpe. Oscar Monsalve.
Apreciación de la inflorescencia masculina, de la palma cutherpe. Oscar Monsalve.
Cultivadores de anís de la zona de Ocaña, captados por el dibujante Carmelo Fernández, en esta acuarela que es un elemento valioso dentro del legado de la Comisión Corográfica, que tuvo lugar en Colombia a mediados del siglo XIX. Oscar Monsalve.
Acuarela de Manuel María Paz sobre los indios correguajes del Caquetá, con sus guirnaldas de flores pendiendo de la cabeza, obra que forma parte de la colección de acuarelas de la Comisión Corográfica que conserva la Biblioteca Nacional en Bogotá. Oscar Monsalve.
Letra capital caligrafiada, con motivos de flores en un documento genealógico bogotano de 1795. Oscar Monsalve.
Acuarela de la Comisión Corográfica, realizada por Carmelo Fernández entre 1850 y 1851, mientras atravesaba los territorios de Tunja, Ocaña, Vélez y Santander. Oscar Monsalve.
Acuarela de la Comisión Corográfica, realizada por Carmelo Fernández entre 1850 y 1851, mientras atravesaba los territorios de Tunja, Ocaña, Vélez y Santander. Oscar Monsalve.
Los trazos de Carmelo Fernández reviven, muchos años después, los rasgos, vestimentas, actitudes y costumbres de mediados del siglo pasado en Colombia. Oscar Monsalve.
Los trazos de Carmelo Fernández reviven, muchos años después, los rasgos, vestimentas, actitudes y costumbres de mediados del siglo pasado en Colombia. Oscar Monsalve.
Letra capital caligrafiada. Oscar Monsalve.
Estos eran los paisajes de la Nueva Granada contemplados por los ojos asombrados de Humboldt y Bonpland. Han sido reproducidos en el libro "Voyage de Humboldt et Bonpland, Vues des Cordilleres et Monuments des peuples indigenes de L Amerique", publicado en París 1808, por J.G. Cotta. Oscar Monsalve.
En el mismo libro de los viajes de Humboldt y Bonpland, aparece este "Pont de Cordage pres de Peripe". Oscar Monsalve.
Esta vista del río Cauca cerca de Cartago, dibujada por Moynet como ilustración de contexto de "América Pintoresca", refleja lo que vieron los viajeros franceses del siglo XIX mientras recorrían la Nueva Granada. Oscar Monsalve.
De la obra "América Pintoresca, descripción de viajes al nuevo continente por los más modernos exploradores" entre ellos Carlos Wiener, Doctor Crevaux, D. Charnay, etc., edición ilustrada con profusión de grabados, publicada en Barcelona por Montaner y Simon en 1884. Oscar Monsalve.
Texto de: Alberto Duque López
El Almirante no podía creer lo que estaba viendo. A la luz rosada del amanecer y mientras los marineros tropezaban con las piedras, los palos y las palmeras de la playa de una de las islas Lucayas, no podía salir de su asombro mirando en la madrugada que nadie podría olvidar después, el espectáculo de esas casas pequeñas, rústicas y vacías, rodeadas de jardines de todos los colores y aromas.
En el amanecer de ese Nuevo Mundo nadie habló, y el Almirante, con el pelo gris y largo, los ojos claros y el corazón inquieto, se arrodilló entre las flores, arrancó una y en ceremonia simple pero muy significativa, como después se lo contaría a la reina Isabel, la olió y por un momento sintió que el mundo entero desaparecía y que los marineros y el barco y el ruido de las olas contra las piedras quedaban opacados, ante el aroma de esa flor que retuvo en sus manos durante varios minutos.
Cristóbal Colón, quien murió sin saber que había descubierto un continente, estaba rindiendo un homenaje a la sensibilidad de los indígenas americanos quienes durante varios siglos, antes de su llegada, habían organizado su vida cotidiana alrededor del cuidado de jardines con numerosas variedades de flores.
Las crónicas inventadas alrededor de los primeros habitantes del Continente Americano afirmaban que sólo sabían de la Muerte y la Destrucción, que no entendían la Belleza, ni tenían tiempo para el Amor. No era así.
Más tarde, cuando el susto provocado por la barba y el pelo rojo de los conquistadores comenzó a pasar, los indígenas aceptaron acercarse al Almirante, le regalaron flores, y con ese acto sencillo quedó confirmada una de las más profundas y hermosas aficiones de los habitantes de este Nuevo Mundo las flores, el cultivo de las flores y la búsqueda de un placer rudimentario pero estético a través de esos jardines que los conquistadores irían encontrando en otros lugares del Nuevo Continente.
No es un secreto que los indígenas que habitaban las zonas que hoy tienen nombres propios (Colombia, Perú, México, para citar sólo tres), poseían un enorme sentido de la ornamentación de sus casas con flores.
En distintas ocasiones los cronistas de entonces y los historiadores de ahora han sostenido encontradas teorías sobre el papel que las flores tenían en la vida cotidiana de los habitantes prehispánicos, y algunos, quizás repitiendo leyendas llevadas a España y Europa por los conquistadores, insistían en que los nativos preferían olores fuertes como el del achiote y desdeñaban aromas suaves que encontraban en las flores que cultivaban.
Lo que quedó claro es que los indígenas tenían su propia escala de valores para aceptar o rechazar los olores, y que las flores, en muchos casos, eran tomadas más como adornos visuales y no olorosos, o eran utilizadas para pociones y remedios que podían mejorarles el ánimo.
Desde el alba de la creación del mundo, las flores han sido elementos definitivos en todas las culturas. Los indígenas siempre supieron aprovecharlas, utilizarlas, ubicarlas en su entorno íntimo y darles el significado ritual que todavía se conserva en algunas de las tribus que sobreviven en Colombia y América.
Ahí están los cronistas de la época, en numerosos libros. Ahí está la reconstrucción de esos años turbulentos. Ahí aparecen las imágenes, como si fuera una película colocada en una grabadora de video, que nos cuenta cómo los indios tenían en las flores unos de los elementos más importantes de sus jornadas diarias.
Los indígenas de la zona del Putumayo y el Caquetá usando flores y plantas olorosas como la vainilla, en forma de guirnaldas, que colocaban a la entrada de las casas y se las colgaban del cuello.
Al pie de los Andes, hombres y mujeres con flores y plumas y hierbas olorosas colgando a las espaldas, para que el enemigo no los viera en medio del follaje, para que los aromas de las flores y la suavidad de las plumas y la fragancia de las hierbas levantaran una especie de cortina entre ellos y el resto del mundo.
Las muchachas indígenas utilizando flores de distintas especies para aromatizar las camas o las hamacas o las esteras, o darle otro olor al cuerpo que apenas despertaba a los deseos ajenos o para que la divinidad más cercana las protegiera del mal de ojo.
Más tarde, bajo otro cielo, bajo otros dioses, las imágenes mostrarán a las jóvenes barriendo los templos católicos, implantados por los misioneros europeos, con escobas formadas con ramas olorosas para que el ambiente cargado con los cirios y las oraciones se hiciera más leve, como el aire de la madrugada.
Un misionero que escribió crónicas, el padre Acosta, muchos años después recordaría cómo son los indios muy amigos de flores y en la Nueva España más que en otra parte del mundo y así usan hacer varios ramilletes que allá nombran suchiles, con tanta variedad y gala que no se puede desear más. A los señores y a los huéspedes, por honor, es uso ofrecerles los principales suchiles o ramilletes. Y eran tantos, cuando andábamos en aquella provincia, que no sabía el hombre qué hacer con ellos.
La magia del olor, el color y hasta el sabor de las flores.
Y el mismo misionero agrega Pero fuera de estas suertes de flores que son llevadas de acá, hay allá otras muchas cuyos nombres no sabré decir, coloradas y amarillas y azules y moradas y blancas con mil diferencias, las cuales suelen los indios ponerse por gala en las cabezas como plumaje. Variedades que muchas de esas flores no tienen más que la vista porque el olor no es bueno o es grosero, o ninguno aunque haya algunas de excelente olor
El asombro del Almirante y de los conquistadores que siguieron llegando, aumentaría al contemplar cómo no sólo en sus actos cotidianos y religiosos los indígenas utilizaban las flores sino, también, en sus bailes y fiestas, y mientras más importante era el personaje más aparecía cargado de ellas.
Los testimonios sobre la cultura de las flores entre los indígenas abundan cuando Melchor de Salazar, en 1593, realizó por medio de sus oficiales una expedición al río San Juan, en la parte meridional del Chocó, en Colombia, se encontró con chozas limpias y curiosas de los noanamaes llenas de jardines.
Por su parte, Lucas Fernández de Piedrahíta, en uno de los apartes de su Historia General de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, escribe Hallándose flores de toda hermosura y fragancia y como las tierras gozan de una continuada primavera, siempre se ven árboles, y campos verdes, y siempre floridos, porque el tiempo de las frutas no embaraza el de las flores de todo goza juntamente, y en un mismo sitio, y aun las flores, que se han llevado de España, participando aquel clima, siempre lucen en sus jardines, sucediéndose unas a otras, sin que las matas de que proceden lleguen a tiempo de verse desnudas de su hermosura.
Y sobre los caciques, el mismo cronista tiene esta descripción: “Ellos caminaban en andas muy curiosas de madera, que llevaban los indios sobre los hombros. Llevaban numerosa copia de indios consigo, y de los que iban adelante, unos quitaban las pajas, piedras, y terrones del camino, y otros se ocupaban en tender mantas, flores y juncia, para que pasase sobre ellas en los caminos, que ay de Bogotá a Subyá y Chia, y en el que ay de Tenjo se ven oy estas señales de calzada y calles, y de los estanques en que se bañaban“.
Según los cronistas, los indígenas colombianos cultivaban las flores con un destino específico, y algunas eran utilizadas para los muertos. Para sus expediciones de caza, hacían tragar a sus animales domésticos algunas flores que los excitaban y enfurecían, con el fin de asegurar las presas que buscaban en medio de la selva o las costas. De otras flores venenosas extraían el zumo necesario para untar las puntas de las lanzas y flechas. Y para las danzas, numerosas tribus americanas buscaban afanosamente en el follaje las flores de Thevetia, de enorme valor ornamental, por unos cascabeles que hacían más gratas las ceremonias.
Aún hoy en día los indígenas Cunas de la zona del Darién al noroeste de Colombia mantienen sobre el empajado de sus viviendas, flores de cuipo que con el viento emanan una fragancia tranquilizadora.
Los conquistadores pronto descubrieron el motivo de tantas flores en puertas y entradas de las casas indígenas con sus colores y fragancias, según sus leyendas, se defendían de la presencia de extraños.
Esta alianza de los indígenas con las flores fue aprovechada por los misioneros católicos, para quienes era una forma de paganismo la adoración de los nativos ante las fuerzas naturales. Gracias a ese proceso curioso de sincretismo, los indígenas aceptaron e incorporaron a sus creencias domésticas, las nuevas ofertas ideológicas impuestas por los religiosos españoles. Así ha ocurrido a lo largo de la historia con los pueblos aparentemente vencidos aceptan las condiciones del invasor, presuntamente acatan sus leyes y sus nuevas costumbres, pero lo que en realidad hacen es injertarlas dentro de su contexto social y sicológico.
Por eso, cuando los misioneros dejaron a los indígenas las tareas de arreglar las iglesias y los altares y las imágenes sagradas, los nativos y sus descendientes mestizos de la época colonial emplearon las flores y las frutas en las tallas de los altares, los frisos y las columnas, y aprovecharon, aparte de su condición estética, el recurso de las flores como una prolongación del sistema mágico para protegerse de las amenazas externas que venían utilizando desde varios siglos atrás.
Una de las muestras más elocuentes de ese sincretismo se dio cuando los indígenas ejecutaban sus danzas tradicionales en medio de ceremonias católicas, mientras los asistentes arrojaban flores recogidas de zonas cercanas.
Esas relaciones de indígenas, conquistadores y flores en todos los actos de la vida cotidiana durante la Conquista y los siglos posteriores, tuvo su apogeo en la Colonia. Cuando se establecieron las bases para las relaciones entre los distintos grupos humanos, los indígenas siguieron insistiendo en sus propios recursos culturales, utilizando las flores, bailando y buscando la protección de sus dioses, aunque tenían a la mano el Dios traído en los barcos grandes que una mañana de 1492 aparecieron como animales monstruosos.
Mientras tanto, durante esos años, los jardines europeos se enriquecieron con las semillas y muestras llevadas por los colonizadores desde el Nuevo Mundo.
La expectativa era tan grande ante la llegada de los grandes veleros cargados de animales, plantas e indígenas, que el mismo rey Felipe II envió a su médico de cabecera a estudiar las plantas curativas que crecían silvestres en América. Fue así como el doctor Francisco Hernández, maravillado con la variedad de plantas usadas por los nativos (más de 3.000 especies según los cálculos más modestos), dedicó más de siete años al análisis de todas y cada, produciendo artículos que las publicaciones científicas de la época acogían con voracidad.
Las flores siempre fueron un elemento vital para los habitantes del Nuevo Mundo, y su relación con ellas se mantiene a través de distintas épocas, como lo prueba uno de los cronistas de la vida colonial en Cartagena de Indias al escribir sobre uno de los festejos populares:
Para la gente pobre, libres y esclavos, pardos, negros, labradores, carboneros, carreteros, pescadores, gente con zapatos y descalzos no había salón de baile ni ellos habrían podido soportar la cortesía y circunspección que más o menos rígidas se guardaban en las reuniones de personas de alguna educación, de todos los colores y todas las razas. Ellos, prefiriendo la libertad natural de su clase, bailaban a cielo descubierto al son del atronador tambor africano, que se golpea con las manos sobre el parche y hombres y mujeres en gran ruedo, apareados pero sueltos sin darse las manos, dando vueltas alrededor de los tamborileros mientras las mujeres tenían enflorada la cabeza con profusión, empapada en agua de azahar y regando flores por el suelo.
Otro cronista, Gonzalo Hernández de Oviedo, hace esta descripción de los indígenas colombianos: En las cabezas traen por la mayor parte unas guirnaldas de colores con una flor en la frente de la color que más les agrada, y los principales y los señores y los caciques traen unos bonetes de algodón de cierta hechura, y en algunas partes traen las cofias hechas de red.
Cada grupo social organizaba su fiesta y en cada una de estas reuniones las flores se convertían en el atractivo principal las flores en el pelo de las mujeres, en la ropa de los hombres, en los arcos que separaban las habitaciones, en la entrada de las casas, en las calles, en los carruajes, en los instrumentos de los músicos mientras tocaban.
Aunque estos grupos sociales y étnicos no se mezclaban y cada uno se divertía con sus propios recursos musicales, etílicos y gastronómicos, tenían un elemento común las flores.
Los indios bailaban al son de sus gaitas y una especie de flauta que los europeos identificaban como la zampoña. De dos en dos, dándose la mano y haciendo rueda, teniendo los músicos en el centro, se enfrentaban a la pareja, se agarraban, se soltaban, golpeaban el suelo llevando el compás de la música.
Los negros bailaban sus currulaos para celebrar el santo de su patrón o el cumpleaños del amo o alguna fiesta especial no dejaban de bailar hasta quedar exhaustos.
Otra categoría social, que organizaba sus propias fiestas, estaba compuesta por los que llamaban blancos de la tierra, es decir, los médicos, los boticarios, los pintores, los plateros, los personajes de raza blanca pero que no eran nobles ni tenían el poder de los otros blancos.
Las flores eran los elementos comunes en los diferentes grupos humanos y en cada uno de ellos, con un significado especial. Una de las expresiones populares que han conservado más intacta su naturaleza a través de los siglos, ha sido el Carnaval que se celebra 40 días antes de la Semana Santa en distintas ciudades y numerosos pueblos de las costas colombianas, del Atlántico y del Pacífico.
Cada uno de los grupos étnicos aportó a estos Carnavales su cuota de música, tradiciones, leyendas, comidas, bebidas y sobre todo, bailes. Fue un proceso de maceración social, político y cultural permanente.
Los indígenas, aceptando aparentemente las leyes de los conquistadores, mezclando sus creencias y costumbres con las que les imponían los extranjeros mientras intentaban sobrevivir, aún en las peores circunstancias de exterminio, como es notable en distintas zonas colombianas. Los negros, sumando sus rencores y pesares en sus palenques, echando mano de una auténtica resistencia pasiva mientras se incubaba lo que a principios del siglo XIX se convertiría en una insurrección general. Los blancos criollos, ejerciendo sus oficios y relacionándose con los otros grupos étnicos y sociales, amasando los grupos humanos que durante la revolución jugarían un papel significativo. Los españoles, equivocándose en la perspectiva histórica que tenían sobre su predominio en lo que entonces se conocía como el Nuevo Reino de Granada.
Lo interesante de todo ese proceso que estremecía a millones de seres humanos y naciones que no lo eran todavía, es cómo las flores siempre fueron un factor común en la vida cotidiana utilizadas por los indígenas para frenar el mal de ojo que podían echarles los enemigos naturales; empleadas por los médicos y boticarios blancos para apaciguar los dolores de una clientela que se resistía al lavado, desangres, extracciones dolorosas y otras operaciones que los convertían en verdaderos ángeles demoníacos; usadas por la población negra en todos sus rituales tradicionales, en esos altares levantados en lo profundo de la selva, especialmente cuando uno de ellos lograba escapar a los perros del amo y rezaba a sus deidades que venían del otro lado del mar y las montañas.
Los cronistas y viajeros que durante los siglos coloniales nos visitaron, han escrito numerosas páginas sobre el papel de las flores en este Nuevo Mundo, que sigue siendo nuevo en muchos aspectos.
Cada uno de esos testigos va descubriendo poco a poco las maravillas de la naturaleza con fragmentos como estos:
"La flor de la Curia echa flores moradas y muy pequeñitas y lindas, y florecen en el mes de mayo y la hoja parece la de la salvia, aunque ésta es más puntiaguda y más delgada y más verde, y quiere algo parecerse a la del lentisco y su olor es semejante a la del trébol y se le saca agua para rociar la ropa y ponerle buen olor ... ";
"Hay en Castilla del Oro en muchas partes y señaladamente en el puerto del Nombre de Dios en la misma playa, junto al mar, gran cantidad de lirios blancos con una manera de flor extremada y cosa muy de ver nacen espesísimos por todas aquellas hojas es más claro que el de las espadañas de Castilla y echan en medio un tallo o varilla de tres palmas de alto, poco más o menos, y en el medio una manera de nudo del que salen tres o cuatro hojas ... ";
"Las flores no faltan todo el año, de suerte que en la Pascua de Navidad se adornan y engalanan los altares con ramilletes de azucenas y clavellinas y alhelíes y otras mil hermosísimas flores de los más diversos colores ... ";
"El achiote es una planta que produce unos ramilletes de flores, medio blancas, medio encarnadas, y de cada ramillete resultan muchos racimos de frutas encarnadas, cuya cáscara es áspera y espinosa como las de las castañas ... ";
"Del medio de esas matas salen arbolitos altísimos, que producen flores amarillas, de que se saca miel de calidad grande, y unas frutillas tan grandes como aceitunas, y de su color, que sirven de jabón a los indios para lavar su ropa".
Imágenes de una época, que anticipan otras fases de la historia de la flor. El primer conocimiento científico que tenemos en Colombia de nuestras flores, el rescate de la mineralogía, la astronomía, la entomología, la geografía y la zoología que entonces se desarrollaban bajo nuestros cielos, se debe a la sensibilidad de un hombre, José Celestino Mutis, y la sabiduría y visión de otro que tenía un doble oficio, arzobispo y virrey, y se llamaba Antonio Caballero y Góngora. Los dos, anticipándose a científicos y curiosos, pusieron en marcha ese experimento formidable, la Expedición Botánica. Dentro de ésta se formó la primera elite Científica de Colombia.
Dicen los expertos que los alcances de este programa botánico son tan vastos, que todavía no hemos acabado de descifrar todos los descubrimientos, análisis, experimentos, comentarios y logros de un grupo científico y humano, sin precedentes en el continente americano, que se dedicó a ordenar, catalogar y descifrar las principales manifestaciones naturales que un país, que apenas estaba comenzando a encontrarse consigo mismo, era capaz de contener.
La respiración cotidiana del siglo XVIII y los estremecimientos del siglo siguiente pueden comprenderse en las páginas rescatadas de los apuntes, documentos y cartas enviadas y recibidas por Mutis; en la obra Influjo del clima sobre los seres organizados del sabio Caldas; en los Apuntamientos de Eloy Valenzuela y en los textos de Pedro Fermín de Vargas, Fray Diego García, Jorge Tadeo Lozano, Francisco A. Zea, José Ignacio de Pombo y otros científicos. Siguiendo estos textos, mirando más allá de las anotaciones, palpando el asombro por los descubrimientos cotidianos, se alcanza a medir la urgencia histórica que empujaba a los neogranadinos al encuentro de su Libertad.
Mutis siempre se interesó por las flores colombianas, y estas dos reflexiones lo reflejan: "Antes de llegar a este sitio y en las laderas de la provincia de Santa Marta, hay una maravillosa flor de pasión, toda encarnada. Aún no he podido determinar si sea especie conocida", y en otra página de su Diario comenta: "El día 27 salimos de Guarumo, y había una terrible niebla para ganar la vuelta del arado, donde comimos metidos en el monte. Allí vi una bellísima Aristoloquia, que los del país llaman Contra Capitana, por la singularísima eficacia que dicen tiene contra las culebras. Conservo la flor que me presentaron. Es como una cafetera globosa con un pico muy largo y otra lengüeta por encima".
Alternando su oficio doble de médico del Virrey y botánico, además de farmacéutico y médico que visitaba las barriadas de Santa Fe, Mutis se preocupó por la calidad artística de las láminas que ahora conforman uno de los mayores tesoros de la época, láminas en las cuales, entre otros elementos, las flores asoman como símbolos de una naturaleza que estaba siendo desbravada. Es que el dibujo ocupó durante esa época un lugar muy significativo porque el artista era el único capaz de preservar, para futuros investigadores, los elementos más importantes de la flora y la fauna que eran disecados por los sabios, perdiéndose con ello numerosas particularidades típicas de cada especie, al quedar fraccionado ese material. Por ello el dibujo era más importante, en términos de utilidad posterior, que las descripciones suministradas por los sabios y expedicionarios.
Los dibujantes pintaban con una precisión sorprendente aun los detalles más diminutos, y las semillas y flores y hojas aparecen como retratados. Los artistas empleados por Mutis fueron criollos, a excepción de dos españoles, José Calzada y Sebastián Méndez, quienes colaboraron estrechamente con los otros 18 dibujantes que tuvo la Expedición Botánica.
Se destaca por su trabajo brillante, el dibujante Francisco Javier Matiz, considerado por Humboldt el mejor de todos, el más destacado pintor de flores del mundo y un excelente botánico. Al lado de Salvador Rizzo ejecutó la mayor parte de las 6.600 láminas que se hallan guardadas en Madrid y, además, ambos formaron la Escuela de Pintores y Dibujantes Científicos de la Nueva Granada.
Aislado del resto del mundo civilizado, viviendo 48 años en el virreinato, formando a quienes lo acompañarían y sucederían en esta tarea casi poética, Mutis permaneció como uno de los ejes principales de la vida cultural, científica y diaria que estaba incubando una insurrección que contaría en sus filas con prestantes miembros de su Expedición. No es simple coincidencia que fuera Mutis quien organizara aquí la primera cátedra de Matemáticas en el Nuevo Mundo, en cuya atmósfera tibia el sabio revelaría a sus asombrados oyentes el sistema de Copérnico, cátedra que lo indispuso con la Inquisición. Pero su polifacético conocimiento no abandonaba nunca al botánico. Mutis escribe en su Diario: "Hablando del azuceno que es el floral de Cartagena y su botánica, me contaron que para la hidropesía era, en efecto, admirable la corteza de dicho árbol. La preparación era la siguiente una libra de corteza hervida en una cantidad de agua, que embebiese alguna porción, de modo que saliese un cocimiento bien teñido. Añadió que alguna virtud debería tener, cuando los gusanos que le destruyen sus hojas las apetecen con tanta ansia. Reflexión a la cual no me opuse, aunque conocí su poca fuerza y ninguna verosimilitud“.
Cuentan que uno de los momentos más emocionantes fue el encuentro con las flores silvestres mientras bajaba con sus discípulos desde la Sabana de Bogotá hacia tierra caliente. Los colores salvajes y alegres, la conformación de sus elementos, el olor, la atmósfera peculiar que creaban a la orilla de los caminos llenos de piedras y abrojos, impresionaron a los viajeros quienes de bruces sobre la hierba se dedicaron, con los instrumentos que llevaban en sus alforjas, a desmenuzar algunas flores para comprenderlas mejor.
Ese asombro era una prolongación del mismo estupor que sintió Colón cuando aprendió a descifrar los colores y los olores de las flores que los indígenas se colocaban en la cabeza y entre los dientes. El mismo asombro que nos dura todavía.
La Expedición Botánica sobrepasa cualquiera de las empresas militares, científicas, religiosas o políticas emprendidas por España a este lado del mar.
Es una historia fascinante. Tan fascinante como esas flores que han sobrevivido al tiempo y la memoria de los hombres, más allá de los muros de los Museos, en América o Europa, donde las nuevas generaciones se asombran ante las circunstancias difíciles que debieron enfrentar esos científicos que más parecían aventureros.
El 29 de abril de 1783 comenzó la Expedición Botánica. Mutis cuenta así la primera jornada de una experiencia sobre la cual habrá que seguir hablando:
"Después de las muchas fatigas y cuidados que cuesta en estos países la preparación de un viaje destinado a los progresos de la Historia Natural, con la crecida compañía de compañeros y criados, a que corresponde un abultado equipaje, salimos finalmente con destino a La Mesa de Juan Díaz, sitio que elegí por todas sus proporciones para la pronta colección de producciones naturales. Salimos de la ciudad poco después de mediodía, dirigiendo nuestra marcha por la salida de San Victorino Divertía al doctor Eloy Valenzuela, reconociendo de paso y de a caballo muchas plantas y flores que me son familiares después de veinte y dos en América".
En ese momento no sabían si contaban con el apoyo del rey Carlos III aunque tenían el respaldo del arzobispo Virrey Caballero y GNgora quien, un mes atrás, había solicitado el permiso real a través de un oficio detallado, enviado a José Gálvez, Marqués de la Sonora y Ministro de Indias.
Por su parte, Francisco José de Caldas, uno de los mejores discípulos y compañeros de Mutis, refleja con claridad el espíritu de la Expedición y la riqueza de la naturaleza colombiana y de sus flores en este fragmento de su obra: "Cuando atravesamos un bosque, hallamos al lado del roble colosal un musgo humilde; la palmera erguida que ha sustentado muchas generaciones, tiene cerca de sí al lirio efímero; unas se arrastran sobre la tierra, otras se elevan a los cielos. Sobre el cuerpo inmenso del robusto caracolí dan cien giros espirales de banisteria y el convólvulo que, entrelazándose de todos modos, forman festones y caprichos en que se brilla el oro al lado de la púrpura. El toluifera aromático se halla asociado al venenoso manzanillo, y la quina, el árbol de la vida, la más preciosa producción del reino vegetal, mezclada confusamente con la apacua y con la ortiga. Más allá aparece el lisianto enorme, de cuyos ramos pende o flota en el aire el salvaje ramo que, imitando la forma de una cabellera encanecida, imprime en el gigante de los bosques el carácter de la venerable ancianidad. El loranto y las orquídeas, desdeñándose de tomar su jugo de la tierra, han fijado su residencia sobre la copa de los grandes árboles. Por todas partes vemos el junco al lado de la rosa, la grama con la encina, el cardo y el tomillo; los aromas mezclados con las exhalaciones mortales, el antídoto con el veneno, lo grande y lo pequeño, lo bello y lo horroroso, lo estéril y lo fecundo, la dilatada duración y los momentos. Concluimos que las plantas se han esparcido sobre la superficie de los Andes sin designio, y que la confusión y el desorden reinan por todas partes".
El asombro del sabio Mutis ante una flor o un pájaro de colores perdido entre los gigantescos árboles de la selva, concordaba muy bien con el asombro de los muchachos que lo seguían a todas partes, haciéndole preguntas sin cansarse, al subir y bajar montañas, cuyo contenido el maestro iba anotando en su diario, auténtico tesoro científico para quienes quieran conocer en un gran primer plano la naturaleza colombiana.
Mutis, muerto en 1808, no estuvo presente ese 20 de julio de 1810 cuando, presuntamente por un incidente causado por unas flores y un florero negados a unos criollos por un español, se organizó el Cabildo Abierto en Santa Fe de Bogotá, a las once de la mañana y cuando las calles se encontraban en la mayor actividad de la jornada.
Sin embargo, sus discípulos estuvieron allí y muchos murieron por defender las enseñanzas nacionalistas aprendidas de un hombre que, según el historiador Eduardo Mendoza Varela, estudioso de la Expedición Botánica y sus efectos, “era bueno, sano, pulcro e inocente“.
De los discípulos de Mutis que toman las riendas de esta empresa cultural, científica y espiritual, sobresale el sabio Francisco José de Caldas, fundador del Semanario del Nuevo Reino de Granada, en cuyas páginas se publicaron algunos de los trabajos más interesantes de la Expedición, convirtiéndose en uno de los más destacados órganos de difusión científica en el Nuevo Mundo.
La Corona no se queda con los brazos cruzados y envía a un militar de carrera, Pablo Morillo, para que intente pacificar las colonias alzadas. La Pacificación chocará con las ideas y los cuerpos de los discípulos de Mutis, sus compañeros de andanzas por montañas, valles, ríos y cañadas. Sinforoso Mutis es encarcelado. Carbonell, un amanuense de la Expedición es ahorcado. Los escuadrones de fusilamiento se colocan ante los cuerpos indefensos de Tadeo Lozano, Salvador Rizo, Francisco José de Caldas y otros científicos y disparan.
El Pacificador piensa, con razón, que la Ciencia es subversiva y que la Expedición Botánica, lo que queda de ella en forma de libros, documentos, láminas, dibujos, mapas y otros materiales, debe ser enviada a la Corona. Treinta años de trabajos sin interrupción, treinta años de sueños y esperanzas, de buenos y malos ratos, de risas y lágrimas, de ascensos a las cumbres más escarpadas y descensos a los valles y hondonadas más profundos, tienen que ser desmontados, empacados y enviados en barcos a España.
Rafael Sevilla, uno de los oficiales encargados por el Pacificador para organizar el envío del material a puerto español, diría después:
"Era un verdadero museo de historia natural del país. Cuadrúpedos, aves, reptiles, insectos raros, objetos preciosos del reino animal, colecciones de maderas, muestras de cristal de roca, de oro y platino; la macana y la hamaca de los caciques; la riquísima custodia que había traído de Popayán como símbolo de la libertad, era lo que tenía yo que encajonar y clasificar e inventariar. Imposible me habría sido cumplir solo aquella comisión y afortunadamente entre los prisioneros aristócratas estaba el doctor Mutis (Sinforoso), sabio naturalista que había sido jefe de Policía bajo el gobierno rebelde".
Curiosas palabras de las cuales no están alejadas la exageración y la imaginación. La labor del equipo encabezado por Mutis fue recogida, o mejor, apretada en 104 cajas que llegaron a España en mayo de 1817. Sólo una parte de esa labor llegó porque durante el empaque y después en la travesía, por simples razones de espacio y peso, numerosos ejemplares del Herbario, animales disecados y manuscritos valiosos, fueron arrojados al mar.
El Jardín Botánico de Madrid recibió el tesoro. La iconografía, los herbarios y los manuscritos que sobrevivieron al injusto saqueo fueron colocados en sitios adecuados y ahí se conservan hasta la fecha. Otra parte del material, como minerales y animales, fue colocada en el Museo y Archivo de Ciencias Naturales en Madrid. Pero la sensación que queda en el visitante es que a pesar del rescate, tanto en España como en Colombia, de estos trabajos, se perdieron valiosas muestras de la dedicación de Mutis y sus compañeros.
Con el envío a España de ese material, la Expedición Botánica quedaba sin autorización para seguir funcionando. Sin embargo, Francisco Javier Matiz organizó otro grupo de estudiosos con el fin de no suspender los estudios e investigaciones y formó una nueva escuela. De ésta surgieron personajes interesantes y notables como Juan María Céspedes, Cerda Bayón y José Jerónimo Triana. Sería Triana precisamente quien, en 1881, conseguiría permiso, después de toda clase de problemas, para clasificar o, como rezaba la autorización, “para denominar científica y vulgarmente y publicar por su cuenta la colección de dibujos y láminas de la Flora y Fauna de Mutis“.
Gracias a Triana quedaron ordenadas las 6.600 láminas, en 40 carpetas y, según sus palabras, “en géneros y familias, con la indicación de número y la naturaleza de los dibujos en la disposición en que los había encontrado. El resumen completo de los dibujos manifiesta que hay cerca de 2.000 especies de plantas representadas y que ellas lo están en general por dos, tres o más dibujos, de los cuales uno generalmente coloreado y el otro negro, a pluma“.
La labor de Mutis, Caldas y los demás se prolongó en la dedicación de Triana porque éste no sólo ordenó y clasificó de nuevo y le dio sentido al caos en que se encontraban los materiales se le debe el hallazgo de la Quinología de Mutis y el hacer conocer en Europa, mediante exhibiciones y publicaciones, el tesoro iconográfico guardado en el Jardín Botánico de Madrid.
Entusiasmados con las historias escu chadas, sobre la joven América, un joven naturalista alemán llamado Alejandro von Humboldt y su amigo Amadeo Bonpland habían llegado en 1801 a la Nueva Granada en busca de todo lo que tuviera que ver con la Ciencia, interesados en descubrir por ellos mismos las maravillas de una tierra salvaje todavía. Se sometieron varias semanas a ese viaje alucinante, en medio de caimanes y árboles gigantescos y garzas y serpientes que sacaban la lengua, hasta cuando pudieron abrazar a José Celestino Mutis y quedarse varias semanas en su casa de Santa Fe de Bogotá hurgando en sus papeles, revisando sus plantas, contemplando sus animales y confirmando que se encontraban ante una aventura que ni ellos mismos habían podido anticipar varios meses atrás.
Esa aventura, adornada con flores, queda plasmada elocuentemente en este fragmento escrito por el alemán: “La dulce frescura que al calor del día reemplazaba la transparente pureza del estrellado cielo, el balsámico perfume de las flores que las brisas de tierra arrastraban, llevaron la creencia al ánimo de Colón, según Herrera, de que el jardín del Edén, santa morada del primer hombre, se hallaba próximo. Vio en el Orinoco uno de los cuatro ríos, que según las venerables tradiciones esparcidas desde la infancia del mundo, nacían del paraíso para regar y dividir la tierra, adornada de flores sin cesar abiertas“.
En otro pasaje añade Humboldt: “El aire húmedo de la tarde hállase impregnado del perfume de las Ananás; los tallos henchidos de savia de esas Bromeliáceas se destacan de las plantas de escasa elevación que recubren la pradera; bajo la copa de hojas de un verde azulado que las corona, vénse brillar desde lejos sus dorados frutos. En aquellas regiones en que los manantiales que brotan de las rocas se esparcen por el verde tapiz, elevadas palmeras forman abanico en grupos solitarios. Nunca en tan ardiente zona se inclina su cabeza, a impulso del fresco soplo del viento“.
Algunos afirman que Humboldt, con su curiosidad casi infantil y su temperamento impaciente, después de Mutis y Caldas y la Expedición Botánica, fue el descubridor de América. Su permanencia en territorio granadino, la aventura que protagonizó durante varios meses y los resultados de su presencia en ese nuevo mundo, que estaba despertando a los aires de libertad que venían del otro lado del Océano Atlántico y del norte de América, fue muy útil.
Humboldt y Bonpland permanecieron dos meses como huéspedes de esa casa que tenía patio, jardín, una cocina inmensa y muchos sirvientes. El alemán y el francés reconocieron públicamente dentro y fuera de la turbulenta Santa Fe de entonces, los méritos incalculables de aquel español que ya no se sentía europeo.
El historiador Eduardo Mendoza Varela dice que “Humboldt costeó nuestros litorales, subió el Magdalena y alcanzó el altiplano. Camino del sur, cruzó el Quindío, recolectó plantas, trazó esquemas de las montañas, estudió volcanes y volcancitos como los de Turbaco, calculó alturas y vertientes. Probablemente nadie fue más perspicaz en auscultar nuestros trópicos, en sentir sus paisajes y escudriñar sus posibilidades“.
Humboldt permaneció sólo nueve meses en lo que hoy es territorio de Colombia, pero lo que aprendió fue suficiente para los valiosos estudios que estaba realizando. A diferencia de otros científicos de su época, miraba más allá de la simple permanencia de las investigaciones y buscaba la proyección humana, especialmente en una época que él sabía definitiva para el destino de América. Eso se siente en la correspondencia que sostuvo con Simón Bolívar, el mismo Mutis y otros personajes granadinos.
Varios años después, mientras escribía en París una de sus obras más significativas,Ideas para una geografía de las plantas, Humboldt recordaría los calurosos y abrasantes meses que estuvo en estas tierras:
"La geografía de las plantas no sólo ordena éstas según la diferencia de los climas y la altura de las montañas, donde se encuentran observa éstas no sólo según la presión atmosférica, de la temperatura, la humedad ambiental y la tensión eléctrica bajo las cuales se desarrollan; la geografía de las plantas distingue entre las innumerables plantas del planeta, lo mismo que entre los animales, dos clases las solitarias o dispares que crecen de forma aislada y las unidas socialmente como las hormigas y las abejas, que cubren extensas regiones de donde excluyen todas las demás plantas diferentes a ellas".
Humboldt y Bonpland formaron parte de esa corriente curiosa y expectante de científicos, aventureros, personajes vestidos curiosamente, que como los cometas aparecían y desaparecían en medio del verde y lujurioso paisaje americano.
La verdad es que ya en 1540 un grupo de europeos había navegado las anchas y turbulentas aguas del río Amazonas, grupo encabezado por Francisco de Orellana que, más que en plan de conquista, buscaba información científica. En 1640 se conoció la que es considerada la primera descripción del Amazonas, escrita por el padre Cristóbal Acuña, de la Compañía de Jesús, quien acompañó al capitán Pedro Texeira en su viaje de Quito a Belem del Pará el año anterior. Sus descripciones siguen siendo válidas.
Felipe II ordenó varias expediciones científicas que aparentemente no tenían relación con la Conquista que estaba en pleno apogeo en 1577. El sacerdote Samuel Fritz escribe su Diario de Viajes y Francisco de Figueroa su Relación de la Compañía de Jesús en el país de los Mayas.
Charles Marie de La Condamine, quien recorre desde Quito hasta el Atlántico en 1743, descendiendo por el Amazonas, va descubriendo auténticas maravillas como el venenoso curare, los peligrosos barbascos, el caucho que ya era utilizado por numerosas tribus en otras zonas de América y, lo que es más importante, produce un mapa del Amazonas, increíblemente exacto y que sirvió para los viajes y expediciones de otros soñadores.
Serían esos mapas los que despertarían las curiosidades de esos enfebrecidos viajeros llamados Humboldt y Bonpland. Durante los años siguientes, atravesando ríos y selvas y montañas, en algunas ocasiones pereciendo a manos de indígenas y colonos, sobreviviendo a las guerras que incendiaban ese paisaje cada vez menos salvaje, aparecieron y desaparecieron personajes pintorescos como Alexandre Rodríguez Ferreira, quien recorrió el Río Negro entre 1783 y 1792; los naturalistas alemanes Karl Friedrich Philip von Martius y Joan B. Spix, quienes recorrieron la zona del Caquetá; los ingleses Henry Walter Bates y Alfred Russell Wallace, quienes desde 1848 y durante más de diez años de trabajos, recolectaron en la Amazonia más de 8.000 especies de animales y plantas con cuya venta financiaron los gastos de sus expediciones.
El botánico inglés Richard Spruce, quien desde 1849 permaneció 17 años en los ríos Amazonas, Negro y Orinoco recolectando más de 7.000 especímenes de plantas importantes; John Hauxwell, quien coleccionó los primeros ejemplares de aves para estudiar la ornitología tropical en la zona hoy llamada del Trapecio AmazNico?.
Dentro de esta relación de viajeros, merece ser destacada la labor y el significado que encierra la Comisión Corográfica, organizada en 1850 bajo el gobierno del general José Hilario López. Para los críticos, la Comisión tiene dentro de la vida republicana el mismo alcance que tuvo, durante la Colonia, la Expedición Botánica.
López sintió la necesidad de conocer mejor la geografía física, política y humana de Colombia, y encargó a quien se consideraba en ese momento la persona más indicada, el coronel Agustín Codazzi, un geógrafo italiano con experiencia científica ya demostrada con una serie de trabajos realizados en Venezuela, su patria adoptiva. Codazzi escogió como ayudante a Manuel Ancízar, quien publicaría más tarde un libro entretenido, Peregrinación de Alfa, sobre las costumbres del siglo XIX en Colombia.
Con base en los estudios y hallazgos de esta Comisión, Felipe Pérez pudo publicar un libro fundamental para el país, Geografía de los Estados Unidos de Colombia, el cual se convirtió en modelo de este género.
Paralelamente al trabajo geográfico, físico y político, un pintor venezolano, Carmelo Fernández, se convirtió en el primer dibujante de la Comisión, y su trabajo asombra aún a los entendidos. Dejó cerca de trescientas acuarelas en las cuales reflejó significativos aspectos de la vida cotidiana de entonces y referencias al uso de las flores en numerosas circunstancias.
Un fino acuarelista y vicecNsul británico en Santa Marta, Edward Walhouse Mark, se convertiría con su obra en uno de los mejores cronistas visuales a mediados del siglo pasado. Según la presentación del libro sobre su obra, publicado en 1963, “Se estima que su colección de acuarelas es la noticia más completa y fiel que extranjero alguno pudo dar sobre nuestro país a todo lo largo del siglo XIX Pudiera decirse que su mayor valor es el de suministrar la sensación de atmósfera de una época que libros de historia y aun magistrales prosas descriptivas de novelas y cuadros de costumbres no lograron procurar“. Las flores ocuparon un lugar destacado en la obra de Mark, lo mismo que en la de otro artista de la naciente Colombia, Ramón Torres Méndez, considerado el pintor más popular, celebrado y calificado del siglo XIX. Tenía un profundo sentido del humor y una capacidad increíble para reflejar lo que sucedía a su alrededor, ambiente en el cual las flores ocupaban, también, un papel destacado.
Los aportes a la ciencia, la medicina y la misma estética de ese final del siglo XIX, gracias a los descubrimientos logrados mediante estas expediciones en suelo colombiano, son enormes, y dentro de ellas para nuestro caso se destacan las orquídeas y flores llevadas por esos viajeros a Estados Unidos y Europa, con grandes precauciones para que no se dañaran, y que causaron desde entonces verdadero asombro. Muchos años después se presentaría una situación curiosa Colombia exportaría flores hermosas originarias de América, como las alstroemerias que, mejoradas científicamente en el extranjero y regresadas a este país en forma de esquejes o pequeños trozos de planta, inundan con su belleza los mercados de NorteAm?érica y Europa. Estaba comenzando otra época.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial aumentó el número de exploradores y científicos que buscaba, en la Amazonia colombiana, nuevos materiales que sirvieran para la industria de las potencias que participaban en la contienda. Es entonces cuando nombres como el del botánico Richard Evans Schultes, el de Marston Bates, especializado en malaria, o el del biólogo Federico Medem, entre muchos otros, se incorporan significativamente a Colombia y al panorama de sus recursos naturales.
Con el concurso de todos ellos y de un grupo cada vez más creciente e importante de científicos colombianos, ha venido confeccionándose un inventario sobre la flora y la fauna del país mientras, gracias a otro grupo de visionarios, se descubre que las flores pueden convertirse en uno de los recursos más interesantes y valiosos para su economía.
Un inventario alimentado con las crónicas de los primeros viajeros, los testimonios de quienes descubrieron, asombrados, los bosques repletos de lianas, orquídeas y bromelias, los recuerdos de los expedicionarios que iban inventando los caminos por donde ahora, quizás recreando los viajes alucinados de los primeros pobladores, de los conquistadores, de Mutis, Caldas, Humboldt, Pérez Arbeláez, siguen avanzando los que coinciden con la tesis de que, en recursos naturales, Colombia es uno de los países más privilegiados del planeta.