- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
El poblamiento contemporáneo de la Amazonia

Internado indígena en el corregimiento de Mirití, a orillas del río Miriti? Paraná, Comisaría del Amazonas.
Indígenas Bora
Niña del río Caquetá, hija de indígena Tanimuka y de negro.
Indígena Makuna del río Pira?Paraná.
Indígena Makuna del río Apaporís.
Nina mestiza del río Mirití Paraná.
Indígenas Kurripako elaborando cestería durante el período de pesca y "tortugueo". Las épocas de desove de las tortugas generan grandes migraciones humanas a las playas de los ríos.
El colono lucha por establecerse en las inmediaciones de las vías fluviales Su proyecto de permanencia lo conduce a adoptar usos aborígenes; la vivienda con techo elevado, la inexistencia de paredes, y el piso sobre una plataforma, indican, en este caso, estrategias que lo protegerán del clima. así como de los rebalses de los ríos.
Niño mestizo, hijo de indígena Miraña y de blanco. Río Caquetá.
Indígena Miraña del río Caquetá. Los asentamientos blancos y mestizos han impactado notoriamente a esta etnia. Entre ellos son ya escasos los especialistas en la construcción de las malocas, por lo que viven en habitaciones unifamiliares, afectándose su organización social tradicionaL
Calanoa, sitio de antigua estación cauchera, cercana a la frontera con el Brasil. en el río Caquetá. En el horizonte, entre brumas típicas del amanecer, se halla el más bajo de los raudales de esta corriente fluvial.
Los efectos de la influencia cultural ocasionada por las corrientes colonizadoras, se hacen palpables en la intromisión en algunas de las pautas de expresión aborigen. Ciertos grupos indígenas, como los Tikuna de Puerto Nariño (Comisaría del Amazonas), se han visto involucrados en las corrientes del comercio con algunas de sus manifestaciones artísticas. Sus yanchanas (pinturas sobre cortezas de árboles) son muy apreciadas en el mercado de artesanías.
En los poblados amazónicos ?centros de abastecimiento y de comercio de la producción local? se hace patente el mestizaje cultural en los elementos de la vivienda, en la organización de) espacio, en la utilización de la vegetación.
Los caños de selva adentro son los ejes viales de los campesinos en las avanzadas de la colonización.
Vivienda de colonos. Nótese la característica presencia de pastizales y la utilización del espacio entre el suelo y el piso de la vivienda como corral para el ganado.
Quema del bosque en una vega o área inundable. La aplicación de la técnica de “tumba y quema ", o “tala y quema ", en las orillas de las corrientes de agua, es característica de los colonos. Las técnicas aborígenes del uso del suelo. por el contrario, protegen las márgenes de los ríos y quebradas contra todo deterioro ecológico que conduzca a la disminución de los recursos florísticos o faunisticos.
Viviendas Tikuna, con paredes y pisos de palma de "chonta" " Los grupos de esta etnia, que antiguamente habitaban en malocas ahora viven en casas unifamiliares, en poblados a lo largo del río Amazonas y de algunos de sus afluentes.
Retrato de familia. Colonos de Caño Grande, Comisaría del Guaviare. La ocupación de la tierra, cuando es exitosa, exige y permite la ampliación paulatina de las viviendas. La carabina y la sierra son herramientas para la sobrevivencia. pero también para la devastación.
La Pedrera, bajo río Caquetá. El nombre de esta población trae evocaciones del periodo del conflicto, colomboperuano Pero este asentamiento ha vivido también los auges de la extracción del caucho, las pieles, el pescado, la coca y, en la actualidad, del oro.
La colonización en la Amazonia tiene un alto nivel de exigencias para quienes, Como campesinos del interior, se aventuran en ella.
Colono de la región del raudal de yuruparí.
Inmigrante
Niña mestiza de Araracuara.
Niña mestiza de La Pedrera.
Myriam Jimeno Santoyo
Profesora de la Universidad Nacional de Colombia.
El antropólogo Eduardo Rueda E. recopiló parte significativa del material documental y bibliográfico sobre el cual se basa este artículo.
La historia de la ocupación humana de la región amazónica colombiana se remonta a varios miles de años antes de la llegada de los primeros blancos a América, como se analiza en el capítulo de Elizabeth Reichel sobre los asentamientos prehispánicos en aquellos territorios. Durante los últimos 40 años sin embargo, cambiaron las características de la ocupación humana tradicional y se transformó en gran parte el medio geográfico. Los 403 mil kilómetros cuadrados de territorios colombianos irrigados por afluentes del Amazonas que se extienden al oriente de los Andes, están poblados por 428 mil habitantes. En los albores del siglo estos apenas sobrepasaban los 100 mil, según los datos censales de 1918. En esta población predominaban, de acuerdo con los informes de misioneros y autoridades locales en los cuales se basó el censo, los grupos nativos cuyos ancestros los habían antecedido por lo menos en tres milenios.
¿Cuáles circunstancias históricas modificaron el poblamiento de la Amazonia y las relaciones de ésta con el interior del país? ¿Qué permitió modificar el mito de la región como "infierno verde , morada de temibles indios y numerosas plagas, hasta ofrecerla a los ojos del país como la tierra de promisión para miles de habitantes del interior? Diversos estudios han hecho referencia a estos fenómenos, intentando esbozar repuestas o elementos para ellas.
La marginalidad del área amazónica del proceso histórico del país, sólo comenzó a modificarse a partir del decenio de 1930, a raíz del conflicto con el Perú, en cuya base se encontraba la precaria presencia del Estado colombiano en la región y la ausencia de vínculos económicos y sociales con el resto de la nación. El conflicto llevó a plantear la necesidad de una política colombiana de ocupación de la Amazonia, asociada al control sobre las fronteras. Sin embargo, en esa época no se plasmó una política estatal de colonización que se proyectara en una ocupación e incorporación productiva del territorio. Es significativo que las negociaciones binacionales tendientes a la delimitación de fronteras ocuparan los primeros treinta años de este siglo.
Primeras aproximaciones a la integración de la Amazonia
La explotación cauchera, que tuvo su auge entre los últimos decenios del siglo pasado y algo más de los dos primeros del presente, no auspició la colonización productiva; por el contrario, la Casa Arana la desestimuló y monopolizó el comercio realizado a través del río Amazonas. La explotación de las caucherías dejó aislados, en torno a los viejos centros de aprovisionamiento y comercialización, a buen número de pioneros.
Los puestos de compra de látex establecidos sobre los ríos Unilla e Itilla y los situados a lo largo del alto Vaupés, se transformaron en puertos y pequeñas aldeas, como fue el caso de Miraflores (Molano. 1987).
A finales del siglo XIX, en la vía hacia la vertiente oriental de la cordillera de los Andes, sobre el río Duda, la Compañía Colombiana fundó la población de Uribe. Esta entidad adelantó en forma inusual una producción empresarial; estableció grandes hatos ganaderos, a la par que realizó explotaciones de quina, caucho, cacao y arroz. La empresa entró en decadencia, asolada por las guerras del fin del siglo.
Durante el mismo período, se establecieron como centros comerciales Puerto Rico, Tres Esquinas y San Vicente del Caguán, en el Caquetá. Estas fundaciones, perdidas en el mar selvático, congregaron una reducida población y sólo años más tarde sustentaron una ocupación de importancia.
Por esta época la Amazonia vió reaparecer huestes de misioneros católicos que reiniciaban su labor de conquista de almas y territorios, impulsados por las medidas que se desprendieron de la reforma constitucional de 1886. A estos obstinados trabajadores se debe la fundación de algunos poblados y la apertura de ciertas vías, acciones encaminadas a atraer pobladores "civilizados" del interior del país. En el Caquetá fundaron a Florencia (1902), sobre los restos de un centro de aprovisionamiento de las explotaciones de quina y caucho, y años después a Belén de los Andaquíes (1927). En el Putumayo establecieron las poblaciones de Puerto Umbría (1912), Puerto Asís (1912), Puerto Limón (1922) y San Antonio del Guamués (1922). Los misioneros se apoyaron en los puestos militares fronterizos y junto con ellos constituyeron por largos años la única presencia del Estado colombiano. Los misioneros, como bien lo expresa Brücher (1974), fueron gobierno. Pero a pesar de su labor, el asentamiento de colonos y otros pobladores en este lapso fue escaso. Tan sólo las inmediaciones de Mocoa y Puerto Asís, en el Putumayo, y las de Florencia y Belén de los Andaquíes, en el Caquetá, fueron ocupadas por unos cuantos migrantes del Huila, Tolima y Nariño.
Durante los primeros decenios del presente siglo tuvo continuidad una política de titulación de baldíos que intentaba el fomento de la colonización por medio de la oferta de tierras. En 1922 se creó el primer organismo encargado de auspiciar la colonización, como departamento adscrito al entonces Ministerio de Economía. Su labor, limitada y carente de criterios técnicos, se concretó en el fomento y apoyo a tres frentes colonizadores: el de Caracolicito y Codazzi, en las sabanas del Cesar; el del Sumapaz, en Cundinamarca; y el del Sarare, en las selvas del piedemonte araucano. Las tres regiones se transformarían, con el tiempo, en zonas incorporadas y, en el caso de Codazzi, en base de expansión de la agricultura comercial.
Desde los inicios de la República se intentó definir, por medio de numerosas disposiciones de orden local y nacional, el concepto de terrenos baldíos y el derecho estatal sobre ellos; también se pretendió auspiciar la ocupación de los vastos espacios carentes de incorporación a la economía nacional. Incluso, muchas de las disposiciones buscaron la ocupación territorial mediante la inmigración de extranjeros, con el fin de "mejorar" los complejos étnicos en áreas susceptibles de colonización. En el presente siglo (1920 y 1922) se expidieron diversas leyes en tal sentido. Se expresaba en ellas el interés por ocupar las áreas cálidas y bajas de los valles interandinos y de la costa atlántica. Pero con excepción de núcleos de población árabe, llegados a comienzos de siglo como consecuencia de los reordenamientos europeos que afectaron al imperio turco, estas políticas no encontraron condiciones para generalizarse.
También durante los primeros decenios de este siglo, se destinaron terrenos baldíos en algunos Departamentos para la formación de colonias agrícolas penales. Igualmente, se expidieron varias leyes sobre vigilancia de las áreas fronterizas, enfatizando en la colonización como forma de asegurar la soberanía nacional sobre estos territorios. Se reiteró el interés por explotar zonas ricas en quinas y otras materias de exportación, disputadas por empresas extranjeras, como ocurría con la Casa Arana en las regiones del Caquetá y el Amazonas.
Durante el gobierno de Rafael Reyes, una avalancha de leyes y decretos apoyó el acuerdo establecido entre el Ministerio de Obras Públicas y la Compañía Cano y Cuello, que detentaba la Concesión Caquetá (Artunduaga, 1984:83). El interés especial de Reyes en esa Concesión lo llevó a crear la Intendencia del Alto Caquetá, que involucraba los territorios del Vaupés y del Guainía.
Algunas medidas de reorganización administrativa apuntaron a facilitar la penetración misionera, considerada el medio más eficaz para lograr la asimilación de las comunidades indígenas: otras, pretendieron apoyar la explotación forestal y el establecimiento de colonias agrícolas.
Sin embargo, muchas de estas medidas pronto fueron derogadas. Sólo a raíz de las negociaciones sobre límites entre el gobierno colombiano y el Perú iniciadas en abril de 1910 y que culminaron en el Tratado Lozano Salomón, ratificado por el Congreso en 1928 tomó cuerpo una reorganización políticoadministrativa de nuestra Amazonia. Se crearon entonces las Comisarías del Caquetá y del Amazonas, y una junta de inmigración (1913) para dar apoyo a ¡a incipiente colonia agrícola que se había establecido en el Caquetá.
En 1926, durante el gobierno de Abadía Méndez, se crearon organismos encargados de apoyar la colonización en todos sus frentes. Uno de ellos fue el Instituto Agrícola Nacional, al cual se le asignaron funciones de titulación de baldíos, organización de colonias agrícolas y suministro de crédito para los colonos, ubicados casi exclusivamente en el Caquetá.
Dos años más tarde se dictaron nuevas normas sobre la organización de colonias agrícolas, los sistemas de asignación de tierras y de selección de colonos, y la orientación de los servicios del Estado en materias como estudios técnicos y crédito. Esta estructuración legal e institucional se orientaba hacia la realización de proyectos en el Caquetá, Putumayo y Amazonas.
Sin embargo, la sucesión de normas, decretos y leyes, no configuró una política persistente, y sus realizaciones efectivas sobre el poblamiento y la incorporación productiva de la Amazonia fueron marginales. La región fue en esa época el escenario principal de la penetración misionera a las etnias indígenas, debilitadas en algunos casos hasta los límites de la extinción, tanto demográfica como culturalmente. Aislados y escasos colonos combinaban la apertura de sus parcelas con la caza, la búsqueda de pieles y la extracción maderera.
Las disposiciones revelaban la preocupación estatal por asegurar el dominio territorial y garantizar la soberanía nacional a través de una política de fronteras, pero no trascendieron el mero ordenamiento jurídico.
Durante el período comprendido entre 1920 y 1940 la presión demográfica sobre los territorios periféricos amazónicos fue escasa. Los conflictos de tierras se concentraron en las haciendas señoriales, en las vastas extensiones con diversas pretensiones de dominio y en la presión sobre los resguardos indígenas, ubicados en las cordilleras y los valles interandinos.
Brücher (1974) estimaba que en 1938 habitaban la zona cordillerana unos 8 millones de personas, en la Amazonia, en el mismo año, según datos censales, había 50.783 habitantes, el 0.59% de la población total del país en ese momento (ver cuadro sobre Evolución de la población total en la Amazonia colombiana, 1918 1985). No se requería aún recurrir a la ocupación de las llanuras amazónicas como factor de supervivencia para ciertas capas campesinas. Amplios territorios, próximos a las áreas incorporadas, ofrecían las posibilidades de expansión al campesino independiente que luchaba por eludir las relaciones impuestas por el sistema de la gran hacienda. No obstante, muchos de estos terrenos incultos ya habían sido titulados por el Estado o eran simplemente reclamados por supuestos propietarios ausentistas que permanecían en el viejo hábito de acaparar terrenos en espera de su valorización, tanto por el trabajo de los colonos como por las obras públicas a cargo del Estado. Por esa razón, las tensiones sociales se concentraron en estas zonas.
Adicionalmente, la precariedad de las finanzas públicas, la pobreza de la base técnica del Estado y el débil desarrollo económico general no permitían la implementación de políticas ambiciosas para la integración productiva de la Amazonia. Tampoco el país contaba con un mercado interno suficiente. La demanda de bienes agrícolas de las zonas urbanas era satisfecha desde las áreas rurales circunvecinas.
Sutti Ortiz (1984) menciona otros factores que dificultaban la integración de los territorios amazónicos al conjunto del país, entre ellas la escasez de capital nacional y la falta de estímulos necesarios para la intensificación de la agricultura en mayor escala. De manera que la limitada expansión de la frontera agrícola se dirigió hacia zonas marginales de Antioquia, Caldas y Tolima.
Por otra parte, el acaparamiento de vastas extensiones que se daba en las diferentes zonas del país, no afectó en forma significativa a la Amazonia. Desde el comienzo de la República, las arcas del Estado buscaron en los baldíos un mecanismo financiero adicional. Las frecuentes emisiones de bonos de deuda pública y su posibilidad de ser pagados con estos territorios, favoreció desde el Estado esta apropiación. Pero las tierras de la Amazonia no fueron objeto de acaparamiento real debido a que la inexistencia de la infraestructura requerida para su vinculación potencia¡ o real al mercado interior del país, les negaba perspectivas de valorización.
La guerra con el Perú marcó el inicio de una política más definida del Estado hacia la Amazonia. Fue necesaria la rápida apertura de vías que permitieran el envío de tropas y su posterior aprovisionamiento. Se abrieron así las carreteras Altamira Florencia y Pasto Mocoa, y se mejoró la de Bogotá a Villavicencio. Por otra parte, fue necesario ensanchar los puestos militares fronterizos existentes y fundar nuevos a lo largo de los ríos Putumayo y Caquetá, como Puerto Leguízamo, La Tagua y Araracuara.
La guerra dejó algunos habitantes del interior alrededor de los poblados temporalmente ensanchados. Pero a pesar de que el conflicto levantó los ánimos patrióticos del partido liberal en el poder, y el rescate de las fronteras asociado a la colonización fue eje de numerosas intervenciones oficiales, esto no se tradujo ni en políticas de trascendencia, ni en movimientos migratorios relevantes hacia la Amazonia.
Desde el punto de vista administrativo, esta región continuó como parte genérica de los Territorios Nacionales, con precaria estructura de servicios, escasa presencia estatal y débil conexión con el país cordillerano. Tan sólo algunos hacendados fueron atraídos hacia el Caquetá, entre los cuales sobresalen los hermanos Lara, quienes en 1935 comenzaron la explotación de Larandia con algo más de 1.000 hectáreas, que llegarían a 35.000 hacia 1975. Esta empresa, con la demanda creciente de mano de obra que generó, se convirtió en factor de atracción de inmigrantes.
Sin embargo, la ola colonizadora aún no se iniciaba. Las zonas del interior de nuestra Amazonia, como el Vaupés y el Amazonas y las áreas orientales del Caquetá y del Putumayo, permanecieron marginadas de la débil e incipiente ocupación del piedemonte. Aunque el censo de 1938 no lo indica, es probable que buena parte de los casi 51.000 habitantes de la Amazonia de ese entonces fuesen indígenas, si bien diezmados por los efectos devastadores de las caucherías. Desconectada del interior del país, la región continuó con predominio de la cultura nativa, pero bajo la estricta vigilancia de los misioneros católicos.
La colonización agraria
Durante el período transcurrido entre el conflicto con el Perú y el auge de la inmigración de colonos del interior a la Amazonia, se dio un segundo ascenso de la explotación cauchera, a la par que la extracción y el comercio de productos como la fibra de chiquichiqui, las pieles y las maderas atrajeron temporalmente algunos pobladores.
Las necesidades de aprovisionamiento de caucho natural para los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial obligaron a explotarlo, entre otros lugares, en las selvas colombianas. La compañía norteamericana Rubber Development and Co. fiJó su base de operaciones en Mirafiores, alto Vaupés; fundó Calamar y estableció numerosos puestos de compra, en especial sobre las partes altas de los ríos Itilla y Unilla y en el medio Vaupés. Al parecer, los bosques más ricos se situaban en las cercanías del Itilla. Para asegurar el comercio y el aprovisionamiento, la compañía abrió trochas entre San Martín, en los Llanos, y Boca de Monte, hoy Granada: y entre San José del Guaviare y Calamar. Este nuevo auge del caucho revivió la utilización de las redes del "endeude", con base en la población nativa y en trabajadores traídos del interior (Molano, 1987).
Pero tampoco en esta ocasión la explotación del caucho incentivó el uso agrícola de la región, si bien la apertura de las vías aludidas permitió su posterior ocupación. Los suministros necesarios fueron asegurados por la Rubber desde la zona andina; de los productos locales, tan sólo el pescado y la fariña tuvieron alguna demanda. Al retirarse la compañía, al finalizar la guerra, algunos pocos obreros del interior permanecieron como colonos (Ibid.). Por su parte, los grupos indígenas, en especial aquellos ubicados en el alto y medio Vaupés, se vieron atrapados en actividades de las nuevas caucherías, que si bien no revistieron el carácter semiesclavista de las de comienzos del siglo (descritas por Pineda Camacho en el capítulo sobre el ciclo cauchero), influyeron en la expansión de circuitos comerciales y de relaciones salariales, en el endeudamiento como medio de adquirir mercancías y en desplazamientos de población, (Las modalidades básicas de relación existentes en ese entonces revivieron con ocasión del reciente boom de explotación, el de la "hoja verde"). Es de anotar que si bien la extracción del caucho natural decayó con la salida de la compañía norteamericana, permanecieron patronos "mestizos" en el negocio, utilizando mano de obra indígena. Incluso hasta mediados del decenio de 1970, poblaciones nativas del Guaviare, el Vaupés y el Amazonas veían partir anualmente grupos de varones que durante meses se internaban en los siringales.
Tiempo después de la segunda ola cauchera, la demanda de pieles finas recorrió devastadoramente la Amazonia; el Guaviare vivió el auge de la extracción de pescado; en el Guainía, los comerciantes de fibra de chiquichiqui endeudaban a los indígenas; y pequeños grupos de aserradores recorrían el Caquetá en busca de maderas, mientras los comerciantes los aguardaban en los puestos urbanos de compra.
Pero si bien ni el boom cauchero, ni el comercio de pescado, pieles, madera, fibras o plumas, implicaron la colonización productiva, surgían ciertas condiciones al interior de la frontera agrícola, y una exigua infraestructura y una base de población no indígena permitían la transformación de la ocupación precaria de la Amazonia.
En 1951 la Amazonia colombiana tenía un total de 90.364 habitantes. De ellos, 45.471 residían en el Caquetá, sección que se destacaba dentro del conjunto por esta concentración demográfica (ver cuadro sobre Evolución de la población total ... )
Desde finales del decenio de 1940 un conjunto de circunstancias modificó el ritmo del poblamiento de la región. Desde entonces se aceleró la inmigración espontánea, partiendo del piedemonte amazónico y siguiendo las rutas fluviales y terrestres existentes. Esta inmigración se asentó en las inmediaciones de la cordillera, dibujando una ancha franja paralela a la misma, y estrechos cordones orientados según la dirección de los ríos principales (Ver mapa sobre Proceso de colonización de la Amazonia colombiana).
Esta forma de asentamiento ha implicado la concentración de los migrantes sobre ciertas áreas, mientras que en el interior amazónico persisten la población dispersa y aislados enclaves ribereños y de frontera. Algunos estimativos consideran que el área colonizada se aproxima a los 4 millones de hectáreas.
El aspecto más importante de este proceso radica en que la migración contemporánea ha implicado la apropiación agrícola del territorio y en buena medida una colonización campesina. Se marca, así, una diferencia con los auges precedentes, pues éste involucra una población permanente que ha modificado drásticamente parte del medio amazónico, marginando y expulsando a los pobladores nativos próximos a las áreas de colonización e incluso, en ciertas zonas, llevándolos a la extinción como etnias.
El crecimiento de la población
La información demográfica sobre los territorios amazónicos colombianos, si bien presenta limitaciones y deficiencias, permite observar algunas tendencias definidas del crecimiento de la población proveniente del interior, y la pérdida de importancia relativa, y en algunos casos absoluta, por parte de los grupos indígenas, hecho en el que estaría involucrada no sólo su desaparición sino, también, entre otros factores, la pérdida de los elementos de identidad étnica.
Según los resultados de los censos de este siglo para los que es posible obtener información desagregada sobre los territorios amazónicos colombianos, ha existido siempre una apreciable diferencia entre el volumen de la población establecida en las zonas cercanas al eje andino (Caquetá y Putumayo) y el de aquellas de selva adentro. Diferencia que, sin embargo, ha tendido a reducirse: los residentes cerca a los Andes eran, en 1964 y 1973, 5.4 veces más numerosos que los segundos; en 1985 esta relación se reduce a 3.6.
Mientras las secciones amazónicas cercanas a los Andes sumaron una población total de 36.602 habitantes en 1938 y de 73.576 en 1951, las de selva adentro sólo alcanzaban las cifras de 14.181 y 16.788 habitantes en los mismos años, respectivamente. Ya desde entonces era evidente ¡a importancia de) Caquetá dentro del conjunto mientras que, como caso opuesto, en el Guaviare no se iniciaba aún la colonización masiva y dependía para su administración de la Comisaría del Vaupés.
En 1964, el Caquetá y el Putumayo duplicaban su población en relación con la de 1951, la primera de manera muy holgada. Amazonas y Vaupés presentaban un crecimiento menos marcado. En ese mismo año, el 76.4% de la población del Caquetá habitaba en zonas rurales; con el censo de 1973, tal población rural redujo levemente su participación al 71.9% y en 1985 pasa a ser la mitad de la población total del Departamento.
En el caso del Vaupés, los datos de 1964 registraban un incremento de población correspondiente probablemente a la inmigración hacia la región de lo que luego sería la Comisaría del Guaviare, proceso que justamente se iniciaba en ese lapso. El incremento de población en los territorios de esta última sección, creada en 1977, toma fuerza en el período intercensal 1973 1985, cuando quedan atrás los "días del pescado y las pieles", y se asienta la colonización campesina (Molano, 1987).
Los censos de 1973 y 1985 registraron de manera desagregada la población indígena (ver cuadro sobre Población total, urbana y rural, y residente en áreas con predominio indígena en la Amazonia colombiana, 1973 y 1985). Tal información ofrece limitaciones por las dificultades propias de la cobertura y de la recolección de los datos en esas regiones inhóspitas para el empadronamiento y, adicionalmente, por cuanto se incluye población ajena a las etnias, pero residente en las zonas de asentamientos. Sin embargo, las cifras proporcionan una aproximación a la situación global.
En 1973, en el Caquetá, se censaron 16.850 residentes en zonas con población predominantemente indígena que representaban el 9.34% del volumen total de habitantes en esa sección del país; en el Putumayo, 8.461, es decir, el 12.6% del total: en el Amazonas 9.828, o sea el 62.7%; en el Guainía 5.144, es decir el 77.5%; y 17.213 en el Vaupés, que corresponden al 74.03% de la población total de esa Comisaría. Era evidente el predominio de la población nativa en Amazonas, Guainía y Vaupés, lo que las caracterizaba frente a aquellas áreas con predominio de la población colonizadora.
Los datos censales de 1985 sobre población indígena presentan fuertes e inesperadas variaciones con relación a los de 1973, lo que dificulta su utilización y debilita la base comparativa.
En 1973 fueron censados 57.496 residentes en áreas con predominio indígena en la Amazonia, mientras en 1985 se registran 46.367. Se aprecia una disminución en los empadronados en el Caquetá, Putumayo, y Vaupés (incluyendo Guaviare), especialmente drástica en el primer caso. Si bien es cierto que la colonización ha implicado para numerosas comunidades pérdidas considerables de territorio, y que algunas se han visto obligadas a desplazarse, la disminución parece obedecer más a carencias y deficiencias en la recolección de la información censal, que a reducción global de la población. Así lo indican fuentes secundarias, tanto de investigadores como de conocedores locales. No existen evidencias que determinen tal disminución en el período intercensal en referencia; en el caso del Caquetá, son conocidos los efectos devastadores no sólo de la colonización, sino de la violencia, que ha tenido períodos de manifestación en los últimos dos lustros en la zona; sin duda estos factores han cobrado víctimas entre la población indígena y pueden aun incidir en su reducción; pero en manera alguna en las proporciones sugeridas por la comparación de los dos censos. Es factible una sobreestimación en los datos referentes a 1973, pero no en la magnitud de esta diferencia, lo que hace pensar, salvo evaluaciones más detenidas, en limitaciones serias en la información del censo de 1985, la cual, por lo demás, se presenta, tanto para los Departamentos como para los Territorios Nacionales, como resultado de la recolección, sin ajustes de cobertura.
Evolución de la población total en la Amazonia colombiana. 1918 - 1985
Ver tabla
Población total, urbana y rural y residente en áreas con predominio indígena en la Amazonia colombiana. 1973 y 1985
Ver tabla
En cualquier forma, las cifras muestran que continúa el predominio de la población indígena en Amazonas, Guainía y Vaupés. Allí la población nativa se dispersa sobre una vasta extensión; mientras los núcleos no nativos se afincan alrededor de enclaves de frontera, puestos militares y centros administrativos. En las secciones con predominio de población colonizadora, los habitantes, concentrados en las proximidades de las vías de acceso al interior del país, presentan una gran diversidad por su origen y ocupación: campesinos, comerciantes, misioneros, empresarios.
La población de la Amazonia colombiana alcanza su mayor ritmo de crecimiento en el período intercensal 1951 1964, con un promedio anual cercano al 8.5%. Este ritmo se reduce paulatinamente en los dos períodos intercensales siguientes, con promedios anuales que se aproximan al 6.1% (1964 1973) y 3.8% (1973 1985).
Los resultados del censo nacional de 1985, indican una población de más de 428 mil habitantes en la Colombia amazónica (ver cuadro Población total, urbana y rural ... ). El Departamento del Caquetá y la Intendencia del Putumayo concentran el 78.1 % del total. Entre 1951 y 1985 el Caquetá quintuplicó su población y el Putumayo la multiplicó por cuatro. Estas secciones a comienzos de siglo no llegaban a los diez mil habitantes.
En 1946 en el Caquetá se encontraban ocupados sólo los alrededores de Florencia, dentro de un círculo de unos 10 a 15 kilómetros de diámetro, así como los caminos hacia Belén, Montañita y Puerto Milán sobre el Orteguaza (ver mapa sobre Proceso de colonización de la Amazonia colombiana) (Brücher, 1974). Hoy la colonización ocupa cerca de 1.700.000 hectáreas en un semicírculo que se extiende al suroriente hasta Peñas Blancas, sobre el río Caquetá, dejando atrás el límite tradicional de Tres Esquinas y descendiendo por el río Caguán (González & Ramírez, 1986a y 1986b).
En el Putumayo, hacia 1945, la colonización se situaba en el valle de Mocoa y se extendía por el río Guineo hacia Puerto Asís, en un estrecho y largo cordón. En la actualidad se encuentra ocupando un amplio sector a partir del eje Mocoa Puerto Asís, que desciende hasta Puerto Ospina, sobre el río Putumayo, y se prolonga por sus riberas hasta Puerto Leguízamo y por las márgenes del Caquetá hasta La Tagua. Allí, los frentes de colonización se unen en los escasos kilómetros que separan los dos ríos.
No obstante la permanencia del proceso colonizador, se aprecia disminución en las tasas de crecimiento demográfico en estas secciones, tal como se indicó para el total de la Amazonia. En el Caquetá, por ejemplo, después de darse promedios anuales de crecimiento de población cercanos al 9.8%, entre 1951 y 1964, y al 8.2% entre 1964 y 1973, estos se reducen drásticamente al 1.6% en el período intercensal 1973 1985.
Esta situación de decaimiento de las tasas de crecimiento en las zonas de colonización guarda relación, entre otros factores, con la saturáción de las tierras mejores y más próximas a las vías de comunicación y a los centros regionales, y con la tendencia predominante de la migración hacia las ciudades. Probablemente no ha sido poco el desestímulo para nuevos migrantes la violencia que ha sacudido estas tierras.
Razones de la migración a la llanura amazónica
La atracción de habitantes andinos hacia el oriente obedeció a un conjunto de factores, entre los que es necesario enunciar la concentración de la propiedad territorial en la zona incorporada, la expulsión de trabajadores rurales por la mecanización en ciertas zonas del interior, el crecimiento de las masas rurales sin tierra y empobrecidas, la asfixia económica y social del campesinado y la violencia en zonas rurales densamente pobladas.
De otra parte, el crecimiento del mercado urbano hacía necesaria la ampliación de la frontera agrícola. En el decenio de 1960 el Estado colombiano se vió confrontado por agudos contlictos sociaies que implicaron una modernización del aparato estatal, un esfuerzo por su tecnificación y la extensión de su presencia por medio de planes de desarrollo, en el espíritu de los cuales se destacaba la preocupación por el establecimiento de una política agraria. Esta política, dentro de un moderado reformismo, consideró la ampliación de la frontera agrícola hacia las periferias amazónicas como una necesaria válvula de escape de la presión que se producía en el interior del país y como complemento de la redistribución de la tierra.
Las condiciones sociales que impulsaron la migración hacia la Amazonia, así como los factores de atracción local, permiten distinguir dos grandes períodos en ese proceso. El primero cubre los años que van de 1950 a 1970, mientras el segundo abarca desde este último hasta la fecha. Estos períodos presentan, por supuesto, características locales particulares.
En el primero se destaca el impacto de la violencia político social sobre zonas rurales de Departamentos como Boyacá, los Santanderes, Tolima, Valle y Huila, que indujo al campesinado a buscar nuevos horizontes (ver gráfico sobre Origen de los colonos migrantes a Putumayo, Caquetá y Guaviare). En el segundo, el aspecto determinante es la crisis de la producción campesina, dada la concentración territorial en la zona incorporada.
Entre 1950 y 1970, la población del país alcanzó la mayor tasa de crecimiento de su historia (3.2% anual), y llegó a los 20 millones de habitantes en 1964. A este proceso se sumó, como factor generador de tensiones, la escasez de tierras agrícolas, hasta el punto de que en 1966 se calculaban en un millón las familias campesinas sin tierra suficiente.
La concentración territorial y la segmentación de las unidades campesinas fue particularmente aguda en algunas áreas próximas al piedemonte amazónico, como en el Cauca, Nariño, Huila, Tolirna y Boyacá. Entre 1946 y 1960 la violencia rural, además de masacrar y desterrar a miles de pobladores, redujo las existencias ganaderas en por lo menos 400.000 cabezas.
La violencia, aunada a la necesidad de tierras, impulsó una corriente social que en vez de dirigirse a los centros urbanos, o después de buscar soluciones inútilmente en ellos, intentó recrear la parcela campesina andina más allá de la frontera agrícola. Campesinos minifundistas, peones agrícolas, arrendatarios, pequeños artesanos y comerciantes, llegaron en oleadas progresivas al Caquetá, al Putumayo y posteriormente al Guaviare, en busca de mejores condiciones para la vida (Brücher, 1974).
Utilizaron la infraestructura vial y de los poblados ya existente, fueron copando las mejores tierras y desplazando a las poblaciones indígenas de ellas; tomaron aquellas próximas a los centros de aprovisionamiento, los ríos y los carreteables y se extendieron a lo largo de trochas, penetrando en la selva, en una evolución que Brücher (Ibid.) denominó la 1. colonización lineal". Entre la tierra colonizada y la selva quedaba una franja de transición salpicada de ocupantes aislados, pequeños enclaves de "roza y quema" que paulatinamente desaparecían entre la selva.
Posteriormente, los espacios entre los asentamientos lineales fueron ocupados creándose un paisaje cultura¡ cerrado (Ibid.). Pero la colonización lineal prosigue hasta el presente, alimentada por nuevos colonos o por quienes se vieron obligados a vender su anterior parcela y buscan una segunda oportunidad. Esta colonización sigue hoy por las márgenes del Caquetá y el Putumayo y sus afluentes, reanudando el proceso. En él los colonizadores tardíos deben alearse cada vez más de los epicentros regionales y de las mejores tierras, afrontando un reto mayor para sobrepasar el nivel de la mera subsistencia.
Como producto de esta primera época de asentamientos, la población se concentró en ciertas zonas ya mencionadas, como los valles del Guamués y el Putumayo medio, o el área comprendida entre Florencia y el río Orteguaza hasta su desembocadura en el Caquetá, mientras el oriente permaneció con baja densidad demográfica (ver mapa sobre Proceso de colonización ... ).
A partir del primer período de migraciones, aumentan las diferencias entre el tipo de poblamiento de las regiones amazónicas próximas al piedemonte y el de aquellas del interior de la llanura selvática. Como se planteó anteriormente, en las primeras se da una mayor concentración de la población, y allí se ubican los principales centros urbanos, con excepción de Leticia. En las segundas predomina aún el asentamiento disperso ribereño y la población indígena.
A partir de 1965 los centros urbanos aumentaron y se transformaron los existentes, desarrollándose las funciones de aprovisionamiento y circulación tanto de los productos de la colonización como de los bienes y servicios que ella demanda. Florencia, que en 1912 contaba con 2.000 habitantes, en 1964 tenía ya 28.000, y 66.000 en 1985.
Las poblaciones de selva adentro, con la salvedad de Leticia, experimentaron apenas un ligero crecimiento, permaneciendo como centros administrativos.
Es característico del período la intervención estatal en apoyo a la colonización, especialmente a través de los proyectos financiados con empréstitos internacionales y administrados por el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora. Esta intervención, si bien obró como atractivo para los movimientos de población, se basó en la vasta corriente de inmigración espontánea, de manera que no ha existido en la realidad una colonización planificada o guiada por el Estado, como a menudo se plantea. La colonización impulsada directamente por agencias del gobierno no pasó de ser un fracasado y efímero intento, como luego se verá.
El Estado basó su acción en el apoyo a la colonización espontánea, mediante programas especiales de titulación de baldíos, dotación de infraestructura vial y crédito. Estos servicios, sin embargo, han permanecido rezagados respecto a las necesidades de los colonos, en especial de los carentes de recur¬sos, con implicaciones que se perciben con claridad en los últimos años, marcados por la agitación, el malestar y 1 ' a violencia de los decepcionados de la nueva tierra.
Características locales de la colonización en el periodo 1950-1970
En el Caquetá
Un elemento inicial de atracción para los migrantes hacia el Caquetá fue la existencia de una mejor conexión vial, tanto con el interior del país como dentro del área.
Por otra parte, la hacienda Larandia, en pleno proceso de expansión, atrajo operarios agrícolas en busca de empleo. Su crecimiento fue especialmente rápido entre 1950, cuando tenía 7.200 hectáreas y 1966, cuando llegó a las 33.000, con 52.000 reses y 626 caballos; en 1964 empleaba 600 trabajadores (Brücher, 1974; Artunduaga, 1984).
La ampliación de la hacienda se realizó con la combinación de varios métodos; por una parte adquiríó parcelas de numerosos colonos y finqueros medianos según se dice, de 62 de ellos y, por otra, utilizó el viejo sistema de ampliación con base en el desmonte e incorporación de terrenos por colonos, desplazados una vez recogida la primera y única cosecha. La dinámica de la hacienda como empresa exportadora de carne indudablemente reforzó el desarrollo de la zona, si bien asfixió la colonización campesina en sus inmediaciones. No existe en la Amazonia colombiana un símil de empresa agraria como Larandia.
Entre 1950 y 1962 llegaron al Caquetá, por diversas vías, colonos desplazados por los conflictos que ocurrían en el interior del país; la mayoría como inmigrantes espontáneos, y unos pocos atraídos por las ofertas de la Ca a Agraria dentro del plan de rehabilitación que siguió a las amnistías para los participantes en los enfrentamientos de "la violencia", otorgadas en 1953 y 1959.
En 1954 se desprendió del Tolima una marcha de 3.000 campesinos que huían de la represión oficial manifestada en el norte del Departamento y en el Sumapáz. La "columna de marcha", liderada por la guerrilla comunista, caminó durante meses hasta refugiarse en el río Duda, al otro lado de la cordillera. Una vez instalados en las inmediaciones de Uribe, una de sus avanzadas se estableció en el Caguán, al norte del Caquetá. Otros se dirigieron al alto Guayabero, la Sierra de La Macarena y el río Ariari (Molano, 1987; González & Ramírez, 1986b).
Por su parte, dentro del plan de rehabilitación oficial, bajo el lema "retorno al campo de los hijos de la violencia", se organizaron asentamientos planificados, o con remedos de planificación, en Arauca, Meta, Magdalena medio, Santander (Lebrüa y Carare) y Caquetá. En esta última sección del país se iniciaron los frentes de La Mono, Maguare y Va¡paraíso, con 1.040 familias provenientes del Valle, Caldas, Tolima y Huila. Los errores de planificación y el desconocimiento que tenían las instituciones oficiales del medio natural, llevaron al fracaso a esos proyectos colonizadores. Tan sólo 570 familias permanecieron después de 1961 (Ortiz, 1984).
Las condiciones particulares del suelo y del clima se revelaron con sus limitaciones para el aprovechamiento económico. Se inició así un reto para colonos y agencias estatales: la búsqueda de los instrumentos de conquista del medio amazónico. Pero a pesar de las dificultades, continuó la afluencia de colonos con sus familias, sus ahorros y los más indispensables utensilios.
Desde 1962 el Incora, como ejecutor de la nueva política agraria plasmada en la Ley 135 de 1961, se hizo cargo de los programas de colonización. Para ello obtuvo préstamos de la AID, el Banco Mundial y el BIRF, destinados al Caquetá, el Meta y Arauca, los que se invirtieron en construcción de vías, de escuelas y puestos de salud y en créditos. Y a través del Fondo Ganadero, el mismo Instituto promovió el desarrollo pecuario como renglón productivo prioritario.
La acción del Incora en el Caquetá, contribuyó al auge colonizador en ese período, auge que se vió reforzado al final del decenio por las medidas de la Ley sobre arrendatarios y aparceros. Raymond Crist y Charles Nissly (1973) estiman que en esa época llegaban al Caquetá en promedio 500 familias pioneras al mes.
Hacia 1970 se habían triplicado las fincas en la región. Entre 1962 y 1966 el Incora tituló 4.660 predios con una extensión total de 238.941 hectáreas; entre la última fecha y 1970 estas cifras fueron de 3.244 y 141.901, en su orden, para un total de 7.904 predios adjudicados sobre una extensión de 380.842 hectáreas en los 9 años. La titulación de baldíos en el Caquetá representaba una porción apreciable de las adjudicaciones de todo el país (González & Ramírez, 1986a).
Las fincas tituladas tenían en promedio 48 hectáreas, extensión que el Incora consideraba adecuada para la zona. Con el tiempo se hizo evidente la insuficiencia de esa superficie para una explotación rentable, dadas las condiciones lateríticas de los suelos, factor que, aunado a la carencia de crédito y sistemas de apoyo en el mercadeo de los productos, llevó al fracaso a numerosos colonos.
Por otra parte, si bien se dió en esa época un auge en la titulación de tierras, sólo se benefició a un sector de colonos, mientras una gran masa no alcanzaba los requisitos de incorporación del predio exigidos para la adjudicación legal y permaneció al margen de los créditos oficiales.
Ante las limitaciones del medio, el Incora optó por auspiciar las explotaciones pecuarias, política alimentada por las agencias internacionales de crédíto. Esta nueva orientación contribuyó al proceso de concentración de la propiedad territorial. Los requerimientos de capital de aquel tipo de actividad y la lenta recuperación del mismo, impidieron que numerosos colonos accedieran a la explotación ganadera o los llevó a que no se mantuvieran en ella y se vieran obligados a vender sus predios. Muchos de ellos, carentes de capital y de fuerza de trabajo, se vieron obligados a acudir al jornaleo o a reiniciar el desmonte en los frentes de expansión de la colonización.
La concentración territorial que se produjo como consecuencia de estos factores, se hizo evidente a partir de mediados de los años setenta, como veremos.
En el Putumayo y el Guaviare
En el caso del Putumayo, la corriente inmigrante, proveniente en su mayor parte del Cauca y de Nariño, cobró impulso en los años 50, proceso que se relaciona con la crisis del campesinado pobre de esas zonas (ver gráfico sobre Orígen de los colonos migrantes ... ).
Hasta esa época los misioneros habían sido los principales promotores de la apertura de vías y del establecimiento de servicios, con miras a atraer inmigrantes a esta región amazóníca.
La primera avanzada colonizadora ocupó el piedemonte, en las cercanías de Mocoa, y se extendió hasta Puerto Umbría y Condagua y luego a Puerto Asís. La apertura de la carretera a Puerto Asís, en 1957, y los trabajos de exploración en busca de petróleo adelantados por la Texaco y la Gulf atrajeron una oleada sin precedentes de inmigrantes originarios de Nariño, Cauca, Valle y Caldas. En 1963 las perforaciones que se realizaban en Orito tuvieron resultados positivos. Numerosas familias llegaron en busca de trabajo como obreros, como comerciantes o artesanos, o para desarrollar algunas de las diversas actividades que surgen en torno de los campos petroleros. La demanda de alimentos y servicios estimuló la colonización campesina en inmediaciones de las nuevas vías y sobre las vegas de los afluentes del Guamués y el Putumayo.
Los poblados de Orito y Puerto Asís se convirtieron en centros de abastecimiento, servicios y diversión para los obreros y empleados de las petroleras, que entre 1963 y 1964 eran 1.000 aproximadamente. Poco después, entre 1967 y 1970, la construcción del oleoducto Orito Tumaco vino a sumarse a la febril actividad en la zona.
Hasta 1973 las empresas petroleras habían invertido alrededor de 130 millones de dólares en la búsqueda de petróleo en los campos de Orito y San Miguel. El gobierno intendencia¡ del Putumayo vió inusitada y repentinamente engrosado su presupuesto por las regalías petroleras, pero los resultados del inesperado auge fueron a parar a manos de ávidos burócratas. El crecimiento de localidades como Puerto Asís, que se convirtió en centro regional, no se vio acompañado por el incremento necesario en servicios y obras de infraestructura. En pleno boom petrolero esta población tenía 56 almacenes, 37 hoteles, fondas y "Iocales de diversión", 27 talleres y 13 edificios de servicios públicos; pero no contaba con hospital, acueducto o alcantarillado suficientes (Brücher, 1974).
La explotación petrolera tampoco mejoró la única vía de acceso al interior del país. Abierta en 1904 por el estímulo de los capuchinos, habilitada precariamente durante la guerra con el Perú, la carreteable continúa hasta el presente en condiciones que limitan una producción agrícola de mayores proporciones.
A partir de 1973 descendió la exploración petrolera, y con ella el auge de la zona. Numerosos trabajadores se establecieron en tierras aún disponibles de las inmediaciones; la región se sumió en la depresión económica, aunque continuó recibiendo corrientes menos importantes de nuevos pobladores.
En el Putumayo, a diferencia del Caquetá, la labor del Incora fue marginal, reducida casi que exclusivamente a la titulación de baldíos y a la administración de unos escasos créditos. La producción de la zona ha sido principalmente agrícola: arroz, plátano, maíz, yuca, los productos típicos de la colonización agraria. Esta producción se ve favorecida por la calidad de los suelos, mejores que los de las otras áreas amazónicas.
Por otra parte, en el Putumayo no se presentó tan aguda la concentración de la propiedad territorial, como sí ocurrió en el Caquetá, y continúa predominando la pequeña propiedad.
En el caso del Guaviare, la colonización avanzó tan sólo después de la saturación de la zona comprendida entre los ríos Ariari y GüéJar, ocurrida a mediados de los años sesenta. Algunos pioneros, ilusionados por un programa radial, habían intentado previamente establecerse Guaviare abajo, en El Retorno; sin embargo, pronto fracasaron dado el aislamiento de la zona.
La colonización estable se dió principalmente a partir del río Guayabero hasta llegar al Guaviare y seguir su curso. Esta siguió los patrones de la colonízación campesina: asentamientos próximos a las vías, lenta incorporación de predios agrícolas y crecimiento de los centros comerciales, en especial el de San José del Guaviare.
Durante el lapso que se está examinando, se produjo una afluencia progresiva de colonos al Guaviare, sin ningún factor de atracción adicional al de la oferta de tierras. Pero hacia la mitad del decenio de 1970 el incremento inusitado del cultivo de la coca creó nuevos incentivos para colonos, comerciantes y otros pobladores. Los colonos atraídos por la nueva explotación recibieron beneficios inalcanzables con las formas agrícolas tradicionales, y toda la región se vió involucrada en la compleja trama de este auge.
1970 - 1980, el fin de una ilusión
Desde mediados de los años setenta, se hacen claros los precarios resultados de lo que se inició como un sueño de tierras.
La afluencia de colonos continuaba, y si bien esta corriente carecía del vigor y la dimensión de los años anteriores, contribuyó a acrecentar el descontento social en los nuevos territorios.
Por su parte, el Estado redujo notablemente los recursos destinados a apoyar la colonización. La conquista de la Amazonia dejó de ser uno de los recursos retóricos preferidos de la política agraria y las agencias crediticias no encuentran ya atractivos los planes de inversión en esas regiones.
En el Caquetá, el paro cívico de 1972 marcó el inicio de un período de agudos conflictos. Fue organizado por miles de colonos en protesta por la carencia de crédito, de mercadeo eficiente, de servicios de salud y educación (González & Ramírez, 1 986b).
Entre 1978 y 1982 esta zona se vió asolada por agudos enfrentamientos entre la población civil, el ejército, diversos grupos guerrilleros y paramilitares, que continúan hasta el presente aunque en forma menos intensa. Los pobladores rurales se vieron seriamente afectados por la situación de guerra que obligó a muchos a abandonar las parcelas y les recordó los abusos de una época de la que venían huyendo (Ibíd.).
A partir de 1982 la política de paz devolvió cierta calma al Caquetá. No obstante, los efectos de la situación anterior se hicieron sentir: la producción agrícola, principalmente la de maíz, plátano y yuca, y la extracción de madera, descendieron notoriamente, en la medida en que la violencia afectó los frentes de expansión de la colonización, que son las áreas donde se concentran tales actividades. La producción pecuaria, que contaba recientemente con 1.300.000 cabezas de ganado, sobre una extensión de 1.450.000 hectáreas, se vió asimismo resentida (Ibid.).
En 1975 la concentración territorial en el Caquetá se expresaba en el hecho de que el 5% de los campesinos carecía de tierra y en que el 85% de los propietarios sólo disponía de] 45% del área titulada (Ortiz, 1984). Paradójicamente la violenciá moderó la concentración territorial; si bien se aminoró la expansión de la frontera agrícola realizada por pequeños campesinos, aumentaron, en cambio, tanto en número como en tamaño, las propiedades medianas dedicadas a la ganadería, que cuentan con el mercado de carnes, por un lado, y el de lácteos, abierto por Nestlé, por otro.
El número de predios inferiores a 50 y mayores de 500 hectáreas disminuyó. Es probable que poseedores de la franja de predios inferiores a 50 hectáreas se vieran obligados a venderlos, tanto por el acoso económico como por la tensión social en la zona. Pero, al parecer, el temor generado por esta última situación alejó también a algunos de los grandes propietarios, cuyas tierras pasaron a manos de una capa de medianos productores.
El Caquetá cuenta en la actualidad con un sector de campesinos sin tierra o sin título de propiedad que les impide el acceso al crédito. Pero se encuentran ocupadas por la colonización 2.850.000 hectáreas de las tierras más aptas para la producción. Florencia se ha convertido en un epicentro regional, con una población (1985) cercana a los 80 mil habitantes (más de 66 mil en la cabecera), que implican una vida urbana propia.
El Putumayo y el Guaviare han vivido, a partir de 1970, al vaivén de los auges y retrocesos de la producción de la coca. Sus territorios han sido escenario de situaciones de tensión y brotes de violencia, especialmente en esta última Comisaría.
La coca atrajo una población variada y transitoria, pero antiguos colonos e indígenas se involucraron en los eslabones inferiores de la incierta cadena. La vida local se ha encarecido y la producción agropecuaria se ha desestímulado, pero para numerosos colonos al borde de la ruina, o con precarias ganancias, el cultivo brinda un alivio temporal.
La producción agrícola en el Putumayo se extiende sobre 800.000 hectáreas distribuidas en 12.000 fincas, de las cuales únicamente para 7.200 existen títulos de propiedad (Domínguez et al., 1986). Tan sólo el 23% de estas tierras se dedica a pastos; predominan, en número y extensión ocupada, los predios pequeños. Los colonos de esta área no ven perspectivas cercanas de mejoramiento, ni en los niveles de ingresos, ni en las condiciones de su vida cotidiana, atados como están a una producción limitada por la carencia de vías y de créditos.
En el Guaviare se encuentran colonizadas alrededor de 800.000 hectáreas en su mayor parte tierras pobres e inundables repartidas en 1.186 predios. Para el 60% de estos, que tienen en su mayoría de 20 a 80 hectáreas, no existe título de propiedad (Domínguez, 1985).
La producción agrícola tradicional ha descendido, mientras se incrementan los cultivos de cacao y de coca. Por el influjo de esta última, el municipio de San José del Guaviare, con más de 31.000 habitantes, concentra el 88% de la población total de la Comisaría. Las condiciones en las que se desarrolla la colonización del Guaviare, a pesar de ser ésta relativamente reciente, han despertado las protestas de los colonos, quienes a mediados de 1986 realizaron un multitudinario paro cívico.
En el Guaviare y en el Putumayo, y en menor medida en el Caquetá, la colonización ha implicado la confrontación con los indígenas, pioneros ocupantes, y su expropiación o la reducción de sus territorios.
La colonización tiene un alto nivel de exigencias para quienes como campesinos pobres se aventuran en ella: la adaptación a un nuevo medio geográfico, social y cultural; el aislamiento: las exigencias de la incorporación y mantenimiento del predio. Las respuestas sobrehumanas necesarias frente a un conjunto de fuerzas adversas y la incertidumbre que marca la vida del colono, los inducen a buscar refugio bien en el pasajero auge de la coca, bien en las variadas sectas religiosas. Estas pretenden brindar nuevos vínculos comunitarios, nuevas identidades y lealtades y firmes patrones de referencia. Al parecer, la religión tradicional no ofrece soporte suficiente para comprender y afrontar las nuevas realidades (Medellín, 1985).
Numerosos colonos provienen como peregrinos de otros frentes de colonización, donde fracasaron, y precisan soportes culturales nuevos. Las diversas iglesias pentecostales, adventistas, los testigos de Jehová, llegan hasta los más apartados rincones conformando cerradas congregaciones de fieles. Sin embargo, estas organizaciones religiosas no pueden desarrollar su credo, basado en realidades ajenas, ni pueden afianzar sus técnicas de resocialización ni sus propuestas culturales (Ibid.).
El mesianismo de algunas sectas, empero, atrae numerosos colonos, quienes, ante lo esquiva que resulta aquí la tierra de promisión, prefieren buscaría en el reino de Cristo.
#AmorPorColombia
El poblamiento contemporáneo de la Amazonia

Internado indígena en el corregimiento de Mirití, a orillas del río Miriti? Paraná, Comisaría del Amazonas.

Indígenas Bora

Niña del río Caquetá, hija de indígena Tanimuka y de negro.

Indígena Makuna del río Pira?Paraná.

Indígena Makuna del río Apaporís.

Nina mestiza del río Mirití Paraná.

Indígenas Kurripako elaborando cestería durante el período de pesca y "tortugueo". Las épocas de desove de las tortugas generan grandes migraciones humanas a las playas de los ríos.

El colono lucha por establecerse en las inmediaciones de las vías fluviales Su proyecto de permanencia lo conduce a adoptar usos aborígenes; la vivienda con techo elevado, la inexistencia de paredes, y el piso sobre una plataforma, indican, en este caso, estrategias que lo protegerán del clima. así como de los rebalses de los ríos.

Niño mestizo, hijo de indígena Miraña y de blanco. Río Caquetá.

Indígena Miraña del río Caquetá. Los asentamientos blancos y mestizos han impactado notoriamente a esta etnia. Entre ellos son ya escasos los especialistas en la construcción de las malocas, por lo que viven en habitaciones unifamiliares, afectándose su organización social tradicionaL

Calanoa, sitio de antigua estación cauchera, cercana a la frontera con el Brasil. en el río Caquetá. En el horizonte, entre brumas típicas del amanecer, se halla el más bajo de los raudales de esta corriente fluvial.

Los efectos de la influencia cultural ocasionada por las corrientes colonizadoras, se hacen palpables en la intromisión en algunas de las pautas de expresión aborigen. Ciertos grupos indígenas, como los Tikuna de Puerto Nariño (Comisaría del Amazonas), se han visto involucrados en las corrientes del comercio con algunas de sus manifestaciones artísticas. Sus yanchanas (pinturas sobre cortezas de árboles) son muy apreciadas en el mercado de artesanías.

En los poblados amazónicos ?centros de abastecimiento y de comercio de la producción local? se hace patente el mestizaje cultural en los elementos de la vivienda, en la organización de) espacio, en la utilización de la vegetación.

Los caños de selva adentro son los ejes viales de los campesinos en las avanzadas de la colonización.

Vivienda de colonos. Nótese la característica presencia de pastizales y la utilización del espacio entre el suelo y el piso de la vivienda como corral para el ganado.

Quema del bosque en una vega o área inundable. La aplicación de la técnica de “tumba y quema ", o “tala y quema ", en las orillas de las corrientes de agua, es característica de los colonos. Las técnicas aborígenes del uso del suelo. por el contrario, protegen las márgenes de los ríos y quebradas contra todo deterioro ecológico que conduzca a la disminución de los recursos florísticos o faunisticos.

Viviendas Tikuna, con paredes y pisos de palma de "chonta" " Los grupos de esta etnia, que antiguamente habitaban en malocas ahora viven en casas unifamiliares, en poblados a lo largo del río Amazonas y de algunos de sus afluentes.

Retrato de familia. Colonos de Caño Grande, Comisaría del Guaviare. La ocupación de la tierra, cuando es exitosa, exige y permite la ampliación paulatina de las viviendas. La carabina y la sierra son herramientas para la sobrevivencia. pero también para la devastación.

La Pedrera, bajo río Caquetá. El nombre de esta población trae evocaciones del periodo del conflicto, colomboperuano Pero este asentamiento ha vivido también los auges de la extracción del caucho, las pieles, el pescado, la coca y, en la actualidad, del oro.

La colonización en la Amazonia tiene un alto nivel de exigencias para quienes, Como campesinos del interior, se aventuran en ella.

Colono de la región del raudal de yuruparí.

Inmigrante

Niña mestiza de Araracuara.

Niña mestiza de La Pedrera.
Myriam Jimeno Santoyo
Profesora de la Universidad Nacional de Colombia.
El antropólogo Eduardo Rueda E. recopiló parte significativa del material documental y bibliográfico sobre el cual se basa este artículo.
La historia de la ocupación humana de la región amazónica colombiana se remonta a varios miles de años antes de la llegada de los primeros blancos a América, como se analiza en el capítulo de Elizabeth Reichel sobre los asentamientos prehispánicos en aquellos territorios. Durante los últimos 40 años sin embargo, cambiaron las características de la ocupación humana tradicional y se transformó en gran parte el medio geográfico. Los 403 mil kilómetros cuadrados de territorios colombianos irrigados por afluentes del Amazonas que se extienden al oriente de los Andes, están poblados por 428 mil habitantes. En los albores del siglo estos apenas sobrepasaban los 100 mil, según los datos censales de 1918. En esta población predominaban, de acuerdo con los informes de misioneros y autoridades locales en los cuales se basó el censo, los grupos nativos cuyos ancestros los habían antecedido por lo menos en tres milenios.
¿Cuáles circunstancias históricas modificaron el poblamiento de la Amazonia y las relaciones de ésta con el interior del país? ¿Qué permitió modificar el mito de la región como "infierno verde , morada de temibles indios y numerosas plagas, hasta ofrecerla a los ojos del país como la tierra de promisión para miles de habitantes del interior? Diversos estudios han hecho referencia a estos fenómenos, intentando esbozar repuestas o elementos para ellas.
La marginalidad del área amazónica del proceso histórico del país, sólo comenzó a modificarse a partir del decenio de 1930, a raíz del conflicto con el Perú, en cuya base se encontraba la precaria presencia del Estado colombiano en la región y la ausencia de vínculos económicos y sociales con el resto de la nación. El conflicto llevó a plantear la necesidad de una política colombiana de ocupación de la Amazonia, asociada al control sobre las fronteras. Sin embargo, en esa época no se plasmó una política estatal de colonización que se proyectara en una ocupación e incorporación productiva del territorio. Es significativo que las negociaciones binacionales tendientes a la delimitación de fronteras ocuparan los primeros treinta años de este siglo.
Primeras aproximaciones a la integración de la Amazonia
La explotación cauchera, que tuvo su auge entre los últimos decenios del siglo pasado y algo más de los dos primeros del presente, no auspició la colonización productiva; por el contrario, la Casa Arana la desestimuló y monopolizó el comercio realizado a través del río Amazonas. La explotación de las caucherías dejó aislados, en torno a los viejos centros de aprovisionamiento y comercialización, a buen número de pioneros.
Los puestos de compra de látex establecidos sobre los ríos Unilla e Itilla y los situados a lo largo del alto Vaupés, se transformaron en puertos y pequeñas aldeas, como fue el caso de Miraflores (Molano. 1987).
A finales del siglo XIX, en la vía hacia la vertiente oriental de la cordillera de los Andes, sobre el río Duda, la Compañía Colombiana fundó la población de Uribe. Esta entidad adelantó en forma inusual una producción empresarial; estableció grandes hatos ganaderos, a la par que realizó explotaciones de quina, caucho, cacao y arroz. La empresa entró en decadencia, asolada por las guerras del fin del siglo.
Durante el mismo período, se establecieron como centros comerciales Puerto Rico, Tres Esquinas y San Vicente del Caguán, en el Caquetá. Estas fundaciones, perdidas en el mar selvático, congregaron una reducida población y sólo años más tarde sustentaron una ocupación de importancia.
Por esta época la Amazonia vió reaparecer huestes de misioneros católicos que reiniciaban su labor de conquista de almas y territorios, impulsados por las medidas que se desprendieron de la reforma constitucional de 1886. A estos obstinados trabajadores se debe la fundación de algunos poblados y la apertura de ciertas vías, acciones encaminadas a atraer pobladores "civilizados" del interior del país. En el Caquetá fundaron a Florencia (1902), sobre los restos de un centro de aprovisionamiento de las explotaciones de quina y caucho, y años después a Belén de los Andaquíes (1927). En el Putumayo establecieron las poblaciones de Puerto Umbría (1912), Puerto Asís (1912), Puerto Limón (1922) y San Antonio del Guamués (1922). Los misioneros se apoyaron en los puestos militares fronterizos y junto con ellos constituyeron por largos años la única presencia del Estado colombiano. Los misioneros, como bien lo expresa Brücher (1974), fueron gobierno. Pero a pesar de su labor, el asentamiento de colonos y otros pobladores en este lapso fue escaso. Tan sólo las inmediaciones de Mocoa y Puerto Asís, en el Putumayo, y las de Florencia y Belén de los Andaquíes, en el Caquetá, fueron ocupadas por unos cuantos migrantes del Huila, Tolima y Nariño.
Durante los primeros decenios del presente siglo tuvo continuidad una política de titulación de baldíos que intentaba el fomento de la colonización por medio de la oferta de tierras. En 1922 se creó el primer organismo encargado de auspiciar la colonización, como departamento adscrito al entonces Ministerio de Economía. Su labor, limitada y carente de criterios técnicos, se concretó en el fomento y apoyo a tres frentes colonizadores: el de Caracolicito y Codazzi, en las sabanas del Cesar; el del Sumapaz, en Cundinamarca; y el del Sarare, en las selvas del piedemonte araucano. Las tres regiones se transformarían, con el tiempo, en zonas incorporadas y, en el caso de Codazzi, en base de expansión de la agricultura comercial.
Desde los inicios de la República se intentó definir, por medio de numerosas disposiciones de orden local y nacional, el concepto de terrenos baldíos y el derecho estatal sobre ellos; también se pretendió auspiciar la ocupación de los vastos espacios carentes de incorporación a la economía nacional. Incluso, muchas de las disposiciones buscaron la ocupación territorial mediante la inmigración de extranjeros, con el fin de "mejorar" los complejos étnicos en áreas susceptibles de colonización. En el presente siglo (1920 y 1922) se expidieron diversas leyes en tal sentido. Se expresaba en ellas el interés por ocupar las áreas cálidas y bajas de los valles interandinos y de la costa atlántica. Pero con excepción de núcleos de población árabe, llegados a comienzos de siglo como consecuencia de los reordenamientos europeos que afectaron al imperio turco, estas políticas no encontraron condiciones para generalizarse.
También durante los primeros decenios de este siglo, se destinaron terrenos baldíos en algunos Departamentos para la formación de colonias agrícolas penales. Igualmente, se expidieron varias leyes sobre vigilancia de las áreas fronterizas, enfatizando en la colonización como forma de asegurar la soberanía nacional sobre estos territorios. Se reiteró el interés por explotar zonas ricas en quinas y otras materias de exportación, disputadas por empresas extranjeras, como ocurría con la Casa Arana en las regiones del Caquetá y el Amazonas.
Durante el gobierno de Rafael Reyes, una avalancha de leyes y decretos apoyó el acuerdo establecido entre el Ministerio de Obras Públicas y la Compañía Cano y Cuello, que detentaba la Concesión Caquetá (Artunduaga, 1984:83). El interés especial de Reyes en esa Concesión lo llevó a crear la Intendencia del Alto Caquetá, que involucraba los territorios del Vaupés y del Guainía.
Algunas medidas de reorganización administrativa apuntaron a facilitar la penetración misionera, considerada el medio más eficaz para lograr la asimilación de las comunidades indígenas: otras, pretendieron apoyar la explotación forestal y el establecimiento de colonias agrícolas.
Sin embargo, muchas de estas medidas pronto fueron derogadas. Sólo a raíz de las negociaciones sobre límites entre el gobierno colombiano y el Perú iniciadas en abril de 1910 y que culminaron en el Tratado Lozano Salomón, ratificado por el Congreso en 1928 tomó cuerpo una reorganización políticoadministrativa de nuestra Amazonia. Se crearon entonces las Comisarías del Caquetá y del Amazonas, y una junta de inmigración (1913) para dar apoyo a ¡a incipiente colonia agrícola que se había establecido en el Caquetá.
En 1926, durante el gobierno de Abadía Méndez, se crearon organismos encargados de apoyar la colonización en todos sus frentes. Uno de ellos fue el Instituto Agrícola Nacional, al cual se le asignaron funciones de titulación de baldíos, organización de colonias agrícolas y suministro de crédito para los colonos, ubicados casi exclusivamente en el Caquetá.
Dos años más tarde se dictaron nuevas normas sobre la organización de colonias agrícolas, los sistemas de asignación de tierras y de selección de colonos, y la orientación de los servicios del Estado en materias como estudios técnicos y crédito. Esta estructuración legal e institucional se orientaba hacia la realización de proyectos en el Caquetá, Putumayo y Amazonas.
Sin embargo, la sucesión de normas, decretos y leyes, no configuró una política persistente, y sus realizaciones efectivas sobre el poblamiento y la incorporación productiva de la Amazonia fueron marginales. La región fue en esa época el escenario principal de la penetración misionera a las etnias indígenas, debilitadas en algunos casos hasta los límites de la extinción, tanto demográfica como culturalmente. Aislados y escasos colonos combinaban la apertura de sus parcelas con la caza, la búsqueda de pieles y la extracción maderera.
Las disposiciones revelaban la preocupación estatal por asegurar el dominio territorial y garantizar la soberanía nacional a través de una política de fronteras, pero no trascendieron el mero ordenamiento jurídico.
Durante el período comprendido entre 1920 y 1940 la presión demográfica sobre los territorios periféricos amazónicos fue escasa. Los conflictos de tierras se concentraron en las haciendas señoriales, en las vastas extensiones con diversas pretensiones de dominio y en la presión sobre los resguardos indígenas, ubicados en las cordilleras y los valles interandinos.
Brücher (1974) estimaba que en 1938 habitaban la zona cordillerana unos 8 millones de personas, en la Amazonia, en el mismo año, según datos censales, había 50.783 habitantes, el 0.59% de la población total del país en ese momento (ver cuadro sobre Evolución de la población total en la Amazonia colombiana, 1918 1985). No se requería aún recurrir a la ocupación de las llanuras amazónicas como factor de supervivencia para ciertas capas campesinas. Amplios territorios, próximos a las áreas incorporadas, ofrecían las posibilidades de expansión al campesino independiente que luchaba por eludir las relaciones impuestas por el sistema de la gran hacienda. No obstante, muchos de estos terrenos incultos ya habían sido titulados por el Estado o eran simplemente reclamados por supuestos propietarios ausentistas que permanecían en el viejo hábito de acaparar terrenos en espera de su valorización, tanto por el trabajo de los colonos como por las obras públicas a cargo del Estado. Por esa razón, las tensiones sociales se concentraron en estas zonas.
Adicionalmente, la precariedad de las finanzas públicas, la pobreza de la base técnica del Estado y el débil desarrollo económico general no permitían la implementación de políticas ambiciosas para la integración productiva de la Amazonia. Tampoco el país contaba con un mercado interno suficiente. La demanda de bienes agrícolas de las zonas urbanas era satisfecha desde las áreas rurales circunvecinas.
Sutti Ortiz (1984) menciona otros factores que dificultaban la integración de los territorios amazónicos al conjunto del país, entre ellas la escasez de capital nacional y la falta de estímulos necesarios para la intensificación de la agricultura en mayor escala. De manera que la limitada expansión de la frontera agrícola se dirigió hacia zonas marginales de Antioquia, Caldas y Tolima.
Por otra parte, el acaparamiento de vastas extensiones que se daba en las diferentes zonas del país, no afectó en forma significativa a la Amazonia. Desde el comienzo de la República, las arcas del Estado buscaron en los baldíos un mecanismo financiero adicional. Las frecuentes emisiones de bonos de deuda pública y su posibilidad de ser pagados con estos territorios, favoreció desde el Estado esta apropiación. Pero las tierras de la Amazonia no fueron objeto de acaparamiento real debido a que la inexistencia de la infraestructura requerida para su vinculación potencia¡ o real al mercado interior del país, les negaba perspectivas de valorización.
La guerra con el Perú marcó el inicio de una política más definida del Estado hacia la Amazonia. Fue necesaria la rápida apertura de vías que permitieran el envío de tropas y su posterior aprovisionamiento. Se abrieron así las carreteras Altamira Florencia y Pasto Mocoa, y se mejoró la de Bogotá a Villavicencio. Por otra parte, fue necesario ensanchar los puestos militares fronterizos existentes y fundar nuevos a lo largo de los ríos Putumayo y Caquetá, como Puerto Leguízamo, La Tagua y Araracuara.
La guerra dejó algunos habitantes del interior alrededor de los poblados temporalmente ensanchados. Pero a pesar de que el conflicto levantó los ánimos patrióticos del partido liberal en el poder, y el rescate de las fronteras asociado a la colonización fue eje de numerosas intervenciones oficiales, esto no se tradujo ni en políticas de trascendencia, ni en movimientos migratorios relevantes hacia la Amazonia.
Desde el punto de vista administrativo, esta región continuó como parte genérica de los Territorios Nacionales, con precaria estructura de servicios, escasa presencia estatal y débil conexión con el país cordillerano. Tan sólo algunos hacendados fueron atraídos hacia el Caquetá, entre los cuales sobresalen los hermanos Lara, quienes en 1935 comenzaron la explotación de Larandia con algo más de 1.000 hectáreas, que llegarían a 35.000 hacia 1975. Esta empresa, con la demanda creciente de mano de obra que generó, se convirtió en factor de atracción de inmigrantes.
Sin embargo, la ola colonizadora aún no se iniciaba. Las zonas del interior de nuestra Amazonia, como el Vaupés y el Amazonas y las áreas orientales del Caquetá y del Putumayo, permanecieron marginadas de la débil e incipiente ocupación del piedemonte. Aunque el censo de 1938 no lo indica, es probable que buena parte de los casi 51.000 habitantes de la Amazonia de ese entonces fuesen indígenas, si bien diezmados por los efectos devastadores de las caucherías. Desconectada del interior del país, la región continuó con predominio de la cultura nativa, pero bajo la estricta vigilancia de los misioneros católicos.
La colonización agraria
Durante el período transcurrido entre el conflicto con el Perú y el auge de la inmigración de colonos del interior a la Amazonia, se dio un segundo ascenso de la explotación cauchera, a la par que la extracción y el comercio de productos como la fibra de chiquichiqui, las pieles y las maderas atrajeron temporalmente algunos pobladores.
Las necesidades de aprovisionamiento de caucho natural para los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial obligaron a explotarlo, entre otros lugares, en las selvas colombianas. La compañía norteamericana Rubber Development and Co. fiJó su base de operaciones en Mirafiores, alto Vaupés; fundó Calamar y estableció numerosos puestos de compra, en especial sobre las partes altas de los ríos Itilla y Unilla y en el medio Vaupés. Al parecer, los bosques más ricos se situaban en las cercanías del Itilla. Para asegurar el comercio y el aprovisionamiento, la compañía abrió trochas entre San Martín, en los Llanos, y Boca de Monte, hoy Granada: y entre San José del Guaviare y Calamar. Este nuevo auge del caucho revivió la utilización de las redes del "endeude", con base en la población nativa y en trabajadores traídos del interior (Molano, 1987).
Pero tampoco en esta ocasión la explotación del caucho incentivó el uso agrícola de la región, si bien la apertura de las vías aludidas permitió su posterior ocupación. Los suministros necesarios fueron asegurados por la Rubber desde la zona andina; de los productos locales, tan sólo el pescado y la fariña tuvieron alguna demanda. Al retirarse la compañía, al finalizar la guerra, algunos pocos obreros del interior permanecieron como colonos (Ibid.). Por su parte, los grupos indígenas, en especial aquellos ubicados en el alto y medio Vaupés, se vieron atrapados en actividades de las nuevas caucherías, que si bien no revistieron el carácter semiesclavista de las de comienzos del siglo (descritas por Pineda Camacho en el capítulo sobre el ciclo cauchero), influyeron en la expansión de circuitos comerciales y de relaciones salariales, en el endeudamiento como medio de adquirir mercancías y en desplazamientos de población, (Las modalidades básicas de relación existentes en ese entonces revivieron con ocasión del reciente boom de explotación, el de la "hoja verde"). Es de anotar que si bien la extracción del caucho natural decayó con la salida de la compañía norteamericana, permanecieron patronos "mestizos" en el negocio, utilizando mano de obra indígena. Incluso hasta mediados del decenio de 1970, poblaciones nativas del Guaviare, el Vaupés y el Amazonas veían partir anualmente grupos de varones que durante meses se internaban en los siringales.
Tiempo después de la segunda ola cauchera, la demanda de pieles finas recorrió devastadoramente la Amazonia; el Guaviare vivió el auge de la extracción de pescado; en el Guainía, los comerciantes de fibra de chiquichiqui endeudaban a los indígenas; y pequeños grupos de aserradores recorrían el Caquetá en busca de maderas, mientras los comerciantes los aguardaban en los puestos urbanos de compra.
Pero si bien ni el boom cauchero, ni el comercio de pescado, pieles, madera, fibras o plumas, implicaron la colonización productiva, surgían ciertas condiciones al interior de la frontera agrícola, y una exigua infraestructura y una base de población no indígena permitían la transformación de la ocupación precaria de la Amazonia.
En 1951 la Amazonia colombiana tenía un total de 90.364 habitantes. De ellos, 45.471 residían en el Caquetá, sección que se destacaba dentro del conjunto por esta concentración demográfica (ver cuadro sobre Evolución de la población total ... )
Desde finales del decenio de 1940 un conjunto de circunstancias modificó el ritmo del poblamiento de la región. Desde entonces se aceleró la inmigración espontánea, partiendo del piedemonte amazónico y siguiendo las rutas fluviales y terrestres existentes. Esta inmigración se asentó en las inmediaciones de la cordillera, dibujando una ancha franja paralela a la misma, y estrechos cordones orientados según la dirección de los ríos principales (Ver mapa sobre Proceso de colonización de la Amazonia colombiana).
Esta forma de asentamiento ha implicado la concentración de los migrantes sobre ciertas áreas, mientras que en el interior amazónico persisten la población dispersa y aislados enclaves ribereños y de frontera. Algunos estimativos consideran que el área colonizada se aproxima a los 4 millones de hectáreas.
El aspecto más importante de este proceso radica en que la migración contemporánea ha implicado la apropiación agrícola del territorio y en buena medida una colonización campesina. Se marca, así, una diferencia con los auges precedentes, pues éste involucra una población permanente que ha modificado drásticamente parte del medio amazónico, marginando y expulsando a los pobladores nativos próximos a las áreas de colonización e incluso, en ciertas zonas, llevándolos a la extinción como etnias.
El crecimiento de la población
La información demográfica sobre los territorios amazónicos colombianos, si bien presenta limitaciones y deficiencias, permite observar algunas tendencias definidas del crecimiento de la población proveniente del interior, y la pérdida de importancia relativa, y en algunos casos absoluta, por parte de los grupos indígenas, hecho en el que estaría involucrada no sólo su desaparición sino, también, entre otros factores, la pérdida de los elementos de identidad étnica.
Según los resultados de los censos de este siglo para los que es posible obtener información desagregada sobre los territorios amazónicos colombianos, ha existido siempre una apreciable diferencia entre el volumen de la población establecida en las zonas cercanas al eje andino (Caquetá y Putumayo) y el de aquellas de selva adentro. Diferencia que, sin embargo, ha tendido a reducirse: los residentes cerca a los Andes eran, en 1964 y 1973, 5.4 veces más numerosos que los segundos; en 1985 esta relación se reduce a 3.6.
Mientras las secciones amazónicas cercanas a los Andes sumaron una población total de 36.602 habitantes en 1938 y de 73.576 en 1951, las de selva adentro sólo alcanzaban las cifras de 14.181 y 16.788 habitantes en los mismos años, respectivamente. Ya desde entonces era evidente ¡a importancia de) Caquetá dentro del conjunto mientras que, como caso opuesto, en el Guaviare no se iniciaba aún la colonización masiva y dependía para su administración de la Comisaría del Vaupés.
En 1964, el Caquetá y el Putumayo duplicaban su población en relación con la de 1951, la primera de manera muy holgada. Amazonas y Vaupés presentaban un crecimiento menos marcado. En ese mismo año, el 76.4% de la población del Caquetá habitaba en zonas rurales; con el censo de 1973, tal población rural redujo levemente su participación al 71.9% y en 1985 pasa a ser la mitad de la población total del Departamento.
En el caso del Vaupés, los datos de 1964 registraban un incremento de población correspondiente probablemente a la inmigración hacia la región de lo que luego sería la Comisaría del Guaviare, proceso que justamente se iniciaba en ese lapso. El incremento de población en los territorios de esta última sección, creada en 1977, toma fuerza en el período intercensal 1973 1985, cuando quedan atrás los "días del pescado y las pieles", y se asienta la colonización campesina (Molano, 1987).
Los censos de 1973 y 1985 registraron de manera desagregada la población indígena (ver cuadro sobre Población total, urbana y rural, y residente en áreas con predominio indígena en la Amazonia colombiana, 1973 y 1985). Tal información ofrece limitaciones por las dificultades propias de la cobertura y de la recolección de los datos en esas regiones inhóspitas para el empadronamiento y, adicionalmente, por cuanto se incluye población ajena a las etnias, pero residente en las zonas de asentamientos. Sin embargo, las cifras proporcionan una aproximación a la situación global.
En 1973, en el Caquetá, se censaron 16.850 residentes en zonas con población predominantemente indígena que representaban el 9.34% del volumen total de habitantes en esa sección del país; en el Putumayo, 8.461, es decir, el 12.6% del total: en el Amazonas 9.828, o sea el 62.7%; en el Guainía 5.144, es decir el 77.5%; y 17.213 en el Vaupés, que corresponden al 74.03% de la población total de esa Comisaría. Era evidente el predominio de la población nativa en Amazonas, Guainía y Vaupés, lo que las caracterizaba frente a aquellas áreas con predominio de la población colonizadora.
Los datos censales de 1985 sobre población indígena presentan fuertes e inesperadas variaciones con relación a los de 1973, lo que dificulta su utilización y debilita la base comparativa.
En 1973 fueron censados 57.496 residentes en áreas con predominio indígena en la Amazonia, mientras en 1985 se registran 46.367. Se aprecia una disminución en los empadronados en el Caquetá, Putumayo, y Vaupés (incluyendo Guaviare), especialmente drástica en el primer caso. Si bien es cierto que la colonización ha implicado para numerosas comunidades pérdidas considerables de territorio, y que algunas se han visto obligadas a desplazarse, la disminución parece obedecer más a carencias y deficiencias en la recolección de la información censal, que a reducción global de la población. Así lo indican fuentes secundarias, tanto de investigadores como de conocedores locales. No existen evidencias que determinen tal disminución en el período intercensal en referencia; en el caso del Caquetá, son conocidos los efectos devastadores no sólo de la colonización, sino de la violencia, que ha tenido períodos de manifestación en los últimos dos lustros en la zona; sin duda estos factores han cobrado víctimas entre la población indígena y pueden aun incidir en su reducción; pero en manera alguna en las proporciones sugeridas por la comparación de los dos censos. Es factible una sobreestimación en los datos referentes a 1973, pero no en la magnitud de esta diferencia, lo que hace pensar, salvo evaluaciones más detenidas, en limitaciones serias en la información del censo de 1985, la cual, por lo demás, se presenta, tanto para los Departamentos como para los Territorios Nacionales, como resultado de la recolección, sin ajustes de cobertura.
Evolución de la población total en la Amazonia colombiana. 1918 - 1985
Ver tabla
Población total, urbana y rural y residente en áreas con predominio indígena en la Amazonia colombiana. 1973 y 1985
Ver tabla
En cualquier forma, las cifras muestran que continúa el predominio de la población indígena en Amazonas, Guainía y Vaupés. Allí la población nativa se dispersa sobre una vasta extensión; mientras los núcleos no nativos se afincan alrededor de enclaves de frontera, puestos militares y centros administrativos. En las secciones con predominio de población colonizadora, los habitantes, concentrados en las proximidades de las vías de acceso al interior del país, presentan una gran diversidad por su origen y ocupación: campesinos, comerciantes, misioneros, empresarios.
La población de la Amazonia colombiana alcanza su mayor ritmo de crecimiento en el período intercensal 1951 1964, con un promedio anual cercano al 8.5%. Este ritmo se reduce paulatinamente en los dos períodos intercensales siguientes, con promedios anuales que se aproximan al 6.1% (1964 1973) y 3.8% (1973 1985).
Los resultados del censo nacional de 1985, indican una población de más de 428 mil habitantes en la Colombia amazónica (ver cuadro Población total, urbana y rural ... ). El Departamento del Caquetá y la Intendencia del Putumayo concentran el 78.1 % del total. Entre 1951 y 1985 el Caquetá quintuplicó su población y el Putumayo la multiplicó por cuatro. Estas secciones a comienzos de siglo no llegaban a los diez mil habitantes.
En 1946 en el Caquetá se encontraban ocupados sólo los alrededores de Florencia, dentro de un círculo de unos 10 a 15 kilómetros de diámetro, así como los caminos hacia Belén, Montañita y Puerto Milán sobre el Orteguaza (ver mapa sobre Proceso de colonización de la Amazonia colombiana) (Brücher, 1974). Hoy la colonización ocupa cerca de 1.700.000 hectáreas en un semicírculo que se extiende al suroriente hasta Peñas Blancas, sobre el río Caquetá, dejando atrás el límite tradicional de Tres Esquinas y descendiendo por el río Caguán (González & Ramírez, 1986a y 1986b).
En el Putumayo, hacia 1945, la colonización se situaba en el valle de Mocoa y se extendía por el río Guineo hacia Puerto Asís, en un estrecho y largo cordón. En la actualidad se encuentra ocupando un amplio sector a partir del eje Mocoa Puerto Asís, que desciende hasta Puerto Ospina, sobre el río Putumayo, y se prolonga por sus riberas hasta Puerto Leguízamo y por las márgenes del Caquetá hasta La Tagua. Allí, los frentes de colonización se unen en los escasos kilómetros que separan los dos ríos.
No obstante la permanencia del proceso colonizador, se aprecia disminución en las tasas de crecimiento demográfico en estas secciones, tal como se indicó para el total de la Amazonia. En el Caquetá, por ejemplo, después de darse promedios anuales de crecimiento de población cercanos al 9.8%, entre 1951 y 1964, y al 8.2% entre 1964 y 1973, estos se reducen drásticamente al 1.6% en el período intercensal 1973 1985.
Esta situación de decaimiento de las tasas de crecimiento en las zonas de colonización guarda relación, entre otros factores, con la saturáción de las tierras mejores y más próximas a las vías de comunicación y a los centros regionales, y con la tendencia predominante de la migración hacia las ciudades. Probablemente no ha sido poco el desestímulo para nuevos migrantes la violencia que ha sacudido estas tierras.
Razones de la migración a la llanura amazónica
La atracción de habitantes andinos hacia el oriente obedeció a un conjunto de factores, entre los que es necesario enunciar la concentración de la propiedad territorial en la zona incorporada, la expulsión de trabajadores rurales por la mecanización en ciertas zonas del interior, el crecimiento de las masas rurales sin tierra y empobrecidas, la asfixia económica y social del campesinado y la violencia en zonas rurales densamente pobladas.
De otra parte, el crecimiento del mercado urbano hacía necesaria la ampliación de la frontera agrícola. En el decenio de 1960 el Estado colombiano se vió confrontado por agudos contlictos sociaies que implicaron una modernización del aparato estatal, un esfuerzo por su tecnificación y la extensión de su presencia por medio de planes de desarrollo, en el espíritu de los cuales se destacaba la preocupación por el establecimiento de una política agraria. Esta política, dentro de un moderado reformismo, consideró la ampliación de la frontera agrícola hacia las periferias amazónicas como una necesaria válvula de escape de la presión que se producía en el interior del país y como complemento de la redistribución de la tierra.
Las condiciones sociales que impulsaron la migración hacia la Amazonia, así como los factores de atracción local, permiten distinguir dos grandes períodos en ese proceso. El primero cubre los años que van de 1950 a 1970, mientras el segundo abarca desde este último hasta la fecha. Estos períodos presentan, por supuesto, características locales particulares.
En el primero se destaca el impacto de la violencia político social sobre zonas rurales de Departamentos como Boyacá, los Santanderes, Tolima, Valle y Huila, que indujo al campesinado a buscar nuevos horizontes (ver gráfico sobre Origen de los colonos migrantes a Putumayo, Caquetá y Guaviare). En el segundo, el aspecto determinante es la crisis de la producción campesina, dada la concentración territorial en la zona incorporada.
Entre 1950 y 1970, la población del país alcanzó la mayor tasa de crecimiento de su historia (3.2% anual), y llegó a los 20 millones de habitantes en 1964. A este proceso se sumó, como factor generador de tensiones, la escasez de tierras agrícolas, hasta el punto de que en 1966 se calculaban en un millón las familias campesinas sin tierra suficiente.
La concentración territorial y la segmentación de las unidades campesinas fue particularmente aguda en algunas áreas próximas al piedemonte amazónico, como en el Cauca, Nariño, Huila, Tolirna y Boyacá. Entre 1946 y 1960 la violencia rural, además de masacrar y desterrar a miles de pobladores, redujo las existencias ganaderas en por lo menos 400.000 cabezas.
La violencia, aunada a la necesidad de tierras, impulsó una corriente social que en vez de dirigirse a los centros urbanos, o después de buscar soluciones inútilmente en ellos, intentó recrear la parcela campesina andina más allá de la frontera agrícola. Campesinos minifundistas, peones agrícolas, arrendatarios, pequeños artesanos y comerciantes, llegaron en oleadas progresivas al Caquetá, al Putumayo y posteriormente al Guaviare, en busca de mejores condiciones para la vida (Brücher, 1974).
Utilizaron la infraestructura vial y de los poblados ya existente, fueron copando las mejores tierras y desplazando a las poblaciones indígenas de ellas; tomaron aquellas próximas a los centros de aprovisionamiento, los ríos y los carreteables y se extendieron a lo largo de trochas, penetrando en la selva, en una evolución que Brücher (Ibid.) denominó la 1. colonización lineal". Entre la tierra colonizada y la selva quedaba una franja de transición salpicada de ocupantes aislados, pequeños enclaves de "roza y quema" que paulatinamente desaparecían entre la selva.
Posteriormente, los espacios entre los asentamientos lineales fueron ocupados creándose un paisaje cultura¡ cerrado (Ibid.). Pero la colonización lineal prosigue hasta el presente, alimentada por nuevos colonos o por quienes se vieron obligados a vender su anterior parcela y buscan una segunda oportunidad. Esta colonización sigue hoy por las márgenes del Caquetá y el Putumayo y sus afluentes, reanudando el proceso. En él los colonizadores tardíos deben alearse cada vez más de los epicentros regionales y de las mejores tierras, afrontando un reto mayor para sobrepasar el nivel de la mera subsistencia.
Como producto de esta primera época de asentamientos, la población se concentró en ciertas zonas ya mencionadas, como los valles del Guamués y el Putumayo medio, o el área comprendida entre Florencia y el río Orteguaza hasta su desembocadura en el Caquetá, mientras el oriente permaneció con baja densidad demográfica (ver mapa sobre Proceso de colonización ... ).
A partir del primer período de migraciones, aumentan las diferencias entre el tipo de poblamiento de las regiones amazónicas próximas al piedemonte y el de aquellas del interior de la llanura selvática. Como se planteó anteriormente, en las primeras se da una mayor concentración de la población, y allí se ubican los principales centros urbanos, con excepción de Leticia. En las segundas predomina aún el asentamiento disperso ribereño y la población indígena.
A partir de 1965 los centros urbanos aumentaron y se transformaron los existentes, desarrollándose las funciones de aprovisionamiento y circulación tanto de los productos de la colonización como de los bienes y servicios que ella demanda. Florencia, que en 1912 contaba con 2.000 habitantes, en 1964 tenía ya 28.000, y 66.000 en 1985.
Las poblaciones de selva adentro, con la salvedad de Leticia, experimentaron apenas un ligero crecimiento, permaneciendo como centros administrativos.
Es característico del período la intervención estatal en apoyo a la colonización, especialmente a través de los proyectos financiados con empréstitos internacionales y administrados por el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora. Esta intervención, si bien obró como atractivo para los movimientos de población, se basó en la vasta corriente de inmigración espontánea, de manera que no ha existido en la realidad una colonización planificada o guiada por el Estado, como a menudo se plantea. La colonización impulsada directamente por agencias del gobierno no pasó de ser un fracasado y efímero intento, como luego se verá.
El Estado basó su acción en el apoyo a la colonización espontánea, mediante programas especiales de titulación de baldíos, dotación de infraestructura vial y crédito. Estos servicios, sin embargo, han permanecido rezagados respecto a las necesidades de los colonos, en especial de los carentes de recur¬sos, con implicaciones que se perciben con claridad en los últimos años, marcados por la agitación, el malestar y 1 ' a violencia de los decepcionados de la nueva tierra.
Características locales de la colonización en el periodo 1950-1970
En el Caquetá
Un elemento inicial de atracción para los migrantes hacia el Caquetá fue la existencia de una mejor conexión vial, tanto con el interior del país como dentro del área.
Por otra parte, la hacienda Larandia, en pleno proceso de expansión, atrajo operarios agrícolas en busca de empleo. Su crecimiento fue especialmente rápido entre 1950, cuando tenía 7.200 hectáreas y 1966, cuando llegó a las 33.000, con 52.000 reses y 626 caballos; en 1964 empleaba 600 trabajadores (Brücher, 1974; Artunduaga, 1984).
La ampliación de la hacienda se realizó con la combinación de varios métodos; por una parte adquiríó parcelas de numerosos colonos y finqueros medianos según se dice, de 62 de ellos y, por otra, utilizó el viejo sistema de ampliación con base en el desmonte e incorporación de terrenos por colonos, desplazados una vez recogida la primera y única cosecha. La dinámica de la hacienda como empresa exportadora de carne indudablemente reforzó el desarrollo de la zona, si bien asfixió la colonización campesina en sus inmediaciones. No existe en la Amazonia colombiana un símil de empresa agraria como Larandia.
Entre 1950 y 1962 llegaron al Caquetá, por diversas vías, colonos desplazados por los conflictos que ocurrían en el interior del país; la mayoría como inmigrantes espontáneos, y unos pocos atraídos por las ofertas de la Ca a Agraria dentro del plan de rehabilitación que siguió a las amnistías para los participantes en los enfrentamientos de "la violencia", otorgadas en 1953 y 1959.
En 1954 se desprendió del Tolima una marcha de 3.000 campesinos que huían de la represión oficial manifestada en el norte del Departamento y en el Sumapáz. La "columna de marcha", liderada por la guerrilla comunista, caminó durante meses hasta refugiarse en el río Duda, al otro lado de la cordillera. Una vez instalados en las inmediaciones de Uribe, una de sus avanzadas se estableció en el Caguán, al norte del Caquetá. Otros se dirigieron al alto Guayabero, la Sierra de La Macarena y el río Ariari (Molano, 1987; González & Ramírez, 1986b).
Por su parte, dentro del plan de rehabilitación oficial, bajo el lema "retorno al campo de los hijos de la violencia", se organizaron asentamientos planificados, o con remedos de planificación, en Arauca, Meta, Magdalena medio, Santander (Lebrüa y Carare) y Caquetá. En esta última sección del país se iniciaron los frentes de La Mono, Maguare y Va¡paraíso, con 1.040 familias provenientes del Valle, Caldas, Tolima y Huila. Los errores de planificación y el desconocimiento que tenían las instituciones oficiales del medio natural, llevaron al fracaso a esos proyectos colonizadores. Tan sólo 570 familias permanecieron después de 1961 (Ortiz, 1984).
Las condiciones particulares del suelo y del clima se revelaron con sus limitaciones para el aprovechamiento económico. Se inició así un reto para colonos y agencias estatales: la búsqueda de los instrumentos de conquista del medio amazónico. Pero a pesar de las dificultades, continuó la afluencia de colonos con sus familias, sus ahorros y los más indispensables utensilios.
Desde 1962 el Incora, como ejecutor de la nueva política agraria plasmada en la Ley 135 de 1961, se hizo cargo de los programas de colonización. Para ello obtuvo préstamos de la AID, el Banco Mundial y el BIRF, destinados al Caquetá, el Meta y Arauca, los que se invirtieron en construcción de vías, de escuelas y puestos de salud y en créditos. Y a través del Fondo Ganadero, el mismo Instituto promovió el desarrollo pecuario como renglón productivo prioritario.
La acción del Incora en el Caquetá, contribuyó al auge colonizador en ese período, auge que se vió reforzado al final del decenio por las medidas de la Ley sobre arrendatarios y aparceros. Raymond Crist y Charles Nissly (1973) estiman que en esa época llegaban al Caquetá en promedio 500 familias pioneras al mes.
Hacia 1970 se habían triplicado las fincas en la región. Entre 1962 y 1966 el Incora tituló 4.660 predios con una extensión total de 238.941 hectáreas; entre la última fecha y 1970 estas cifras fueron de 3.244 y 141.901, en su orden, para un total de 7.904 predios adjudicados sobre una extensión de 380.842 hectáreas en los 9 años. La titulación de baldíos en el Caquetá representaba una porción apreciable de las adjudicaciones de todo el país (González & Ramírez, 1986a).
Las fincas tituladas tenían en promedio 48 hectáreas, extensión que el Incora consideraba adecuada para la zona. Con el tiempo se hizo evidente la insuficiencia de esa superficie para una explotación rentable, dadas las condiciones lateríticas de los suelos, factor que, aunado a la carencia de crédito y sistemas de apoyo en el mercadeo de los productos, llevó al fracaso a numerosos colonos.
Por otra parte, si bien se dió en esa época un auge en la titulación de tierras, sólo se benefició a un sector de colonos, mientras una gran masa no alcanzaba los requisitos de incorporación del predio exigidos para la adjudicación legal y permaneció al margen de los créditos oficiales.
Ante las limitaciones del medio, el Incora optó por auspiciar las explotaciones pecuarias, política alimentada por las agencias internacionales de crédíto. Esta nueva orientación contribuyó al proceso de concentración de la propiedad territorial. Los requerimientos de capital de aquel tipo de actividad y la lenta recuperación del mismo, impidieron que numerosos colonos accedieran a la explotación ganadera o los llevó a que no se mantuvieran en ella y se vieran obligados a vender sus predios. Muchos de ellos, carentes de capital y de fuerza de trabajo, se vieron obligados a acudir al jornaleo o a reiniciar el desmonte en los frentes de expansión de la colonización.
La concentración territorial que se produjo como consecuencia de estos factores, se hizo evidente a partir de mediados de los años setenta, como veremos.
En el Putumayo y el Guaviare
En el caso del Putumayo, la corriente inmigrante, proveniente en su mayor parte del Cauca y de Nariño, cobró impulso en los años 50, proceso que se relaciona con la crisis del campesinado pobre de esas zonas (ver gráfico sobre Orígen de los colonos migrantes ... ).
Hasta esa época los misioneros habían sido los principales promotores de la apertura de vías y del establecimiento de servicios, con miras a atraer inmigrantes a esta región amazóníca.
La primera avanzada colonizadora ocupó el piedemonte, en las cercanías de Mocoa, y se extendió hasta Puerto Umbría y Condagua y luego a Puerto Asís. La apertura de la carretera a Puerto Asís, en 1957, y los trabajos de exploración en busca de petróleo adelantados por la Texaco y la Gulf atrajeron una oleada sin precedentes de inmigrantes originarios de Nariño, Cauca, Valle y Caldas. En 1963 las perforaciones que se realizaban en Orito tuvieron resultados positivos. Numerosas familias llegaron en busca de trabajo como obreros, como comerciantes o artesanos, o para desarrollar algunas de las diversas actividades que surgen en torno de los campos petroleros. La demanda de alimentos y servicios estimuló la colonización campesina en inmediaciones de las nuevas vías y sobre las vegas de los afluentes del Guamués y el Putumayo.
Los poblados de Orito y Puerto Asís se convirtieron en centros de abastecimiento, servicios y diversión para los obreros y empleados de las petroleras, que entre 1963 y 1964 eran 1.000 aproximadamente. Poco después, entre 1967 y 1970, la construcción del oleoducto Orito Tumaco vino a sumarse a la febril actividad en la zona.
Hasta 1973 las empresas petroleras habían invertido alrededor de 130 millones de dólares en la búsqueda de petróleo en los campos de Orito y San Miguel. El gobierno intendencia¡ del Putumayo vió inusitada y repentinamente engrosado su presupuesto por las regalías petroleras, pero los resultados del inesperado auge fueron a parar a manos de ávidos burócratas. El crecimiento de localidades como Puerto Asís, que se convirtió en centro regional, no se vio acompañado por el incremento necesario en servicios y obras de infraestructura. En pleno boom petrolero esta población tenía 56 almacenes, 37 hoteles, fondas y "Iocales de diversión", 27 talleres y 13 edificios de servicios públicos; pero no contaba con hospital, acueducto o alcantarillado suficientes (Brücher, 1974).
La explotación petrolera tampoco mejoró la única vía de acceso al interior del país. Abierta en 1904 por el estímulo de los capuchinos, habilitada precariamente durante la guerra con el Perú, la carreteable continúa hasta el presente en condiciones que limitan una producción agrícola de mayores proporciones.
A partir de 1973 descendió la exploración petrolera, y con ella el auge de la zona. Numerosos trabajadores se establecieron en tierras aún disponibles de las inmediaciones; la región se sumió en la depresión económica, aunque continuó recibiendo corrientes menos importantes de nuevos pobladores.
En el Putumayo, a diferencia del Caquetá, la labor del Incora fue marginal, reducida casi que exclusivamente a la titulación de baldíos y a la administración de unos escasos créditos. La producción de la zona ha sido principalmente agrícola: arroz, plátano, maíz, yuca, los productos típicos de la colonización agraria. Esta producción se ve favorecida por la calidad de los suelos, mejores que los de las otras áreas amazónicas.
Por otra parte, en el Putumayo no se presentó tan aguda la concentración de la propiedad territorial, como sí ocurrió en el Caquetá, y continúa predominando la pequeña propiedad.
En el caso del Guaviare, la colonización avanzó tan sólo después de la saturación de la zona comprendida entre los ríos Ariari y GüéJar, ocurrida a mediados de los años sesenta. Algunos pioneros, ilusionados por un programa radial, habían intentado previamente establecerse Guaviare abajo, en El Retorno; sin embargo, pronto fracasaron dado el aislamiento de la zona.
La colonización estable se dió principalmente a partir del río Guayabero hasta llegar al Guaviare y seguir su curso. Esta siguió los patrones de la colonízación campesina: asentamientos próximos a las vías, lenta incorporación de predios agrícolas y crecimiento de los centros comerciales, en especial el de San José del Guaviare.
Durante el lapso que se está examinando, se produjo una afluencia progresiva de colonos al Guaviare, sin ningún factor de atracción adicional al de la oferta de tierras. Pero hacia la mitad del decenio de 1970 el incremento inusitado del cultivo de la coca creó nuevos incentivos para colonos, comerciantes y otros pobladores. Los colonos atraídos por la nueva explotación recibieron beneficios inalcanzables con las formas agrícolas tradicionales, y toda la región se vió involucrada en la compleja trama de este auge.
1970 - 1980, el fin de una ilusión
Desde mediados de los años setenta, se hacen claros los precarios resultados de lo que se inició como un sueño de tierras.
La afluencia de colonos continuaba, y si bien esta corriente carecía del vigor y la dimensión de los años anteriores, contribuyó a acrecentar el descontento social en los nuevos territorios.
Por su parte, el Estado redujo notablemente los recursos destinados a apoyar la colonización. La conquista de la Amazonia dejó de ser uno de los recursos retóricos preferidos de la política agraria y las agencias crediticias no encuentran ya atractivos los planes de inversión en esas regiones.
En el Caquetá, el paro cívico de 1972 marcó el inicio de un período de agudos conflictos. Fue organizado por miles de colonos en protesta por la carencia de crédito, de mercadeo eficiente, de servicios de salud y educación (González & Ramírez, 1 986b).
Entre 1978 y 1982 esta zona se vió asolada por agudos enfrentamientos entre la población civil, el ejército, diversos grupos guerrilleros y paramilitares, que continúan hasta el presente aunque en forma menos intensa. Los pobladores rurales se vieron seriamente afectados por la situación de guerra que obligó a muchos a abandonar las parcelas y les recordó los abusos de una época de la que venían huyendo (Ibíd.).
A partir de 1982 la política de paz devolvió cierta calma al Caquetá. No obstante, los efectos de la situación anterior se hicieron sentir: la producción agrícola, principalmente la de maíz, plátano y yuca, y la extracción de madera, descendieron notoriamente, en la medida en que la violencia afectó los frentes de expansión de la colonización, que son las áreas donde se concentran tales actividades. La producción pecuaria, que contaba recientemente con 1.300.000 cabezas de ganado, sobre una extensión de 1.450.000 hectáreas, se vió asimismo resentida (Ibid.).
En 1975 la concentración territorial en el Caquetá se expresaba en el hecho de que el 5% de los campesinos carecía de tierra y en que el 85% de los propietarios sólo disponía de] 45% del área titulada (Ortiz, 1984). Paradójicamente la violenciá moderó la concentración territorial; si bien se aminoró la expansión de la frontera agrícola realizada por pequeños campesinos, aumentaron, en cambio, tanto en número como en tamaño, las propiedades medianas dedicadas a la ganadería, que cuentan con el mercado de carnes, por un lado, y el de lácteos, abierto por Nestlé, por otro.
El número de predios inferiores a 50 y mayores de 500 hectáreas disminuyó. Es probable que poseedores de la franja de predios inferiores a 50 hectáreas se vieran obligados a venderlos, tanto por el acoso económico como por la tensión social en la zona. Pero, al parecer, el temor generado por esta última situación alejó también a algunos de los grandes propietarios, cuyas tierras pasaron a manos de una capa de medianos productores.
El Caquetá cuenta en la actualidad con un sector de campesinos sin tierra o sin título de propiedad que les impide el acceso al crédito. Pero se encuentran ocupadas por la colonización 2.850.000 hectáreas de las tierras más aptas para la producción. Florencia se ha convertido en un epicentro regional, con una población (1985) cercana a los 80 mil habitantes (más de 66 mil en la cabecera), que implican una vida urbana propia.
El Putumayo y el Guaviare han vivido, a partir de 1970, al vaivén de los auges y retrocesos de la producción de la coca. Sus territorios han sido escenario de situaciones de tensión y brotes de violencia, especialmente en esta última Comisaría.
La coca atrajo una población variada y transitoria, pero antiguos colonos e indígenas se involucraron en los eslabones inferiores de la incierta cadena. La vida local se ha encarecido y la producción agropecuaria se ha desestímulado, pero para numerosos colonos al borde de la ruina, o con precarias ganancias, el cultivo brinda un alivio temporal.
La producción agrícola en el Putumayo se extiende sobre 800.000 hectáreas distribuidas en 12.000 fincas, de las cuales únicamente para 7.200 existen títulos de propiedad (Domínguez et al., 1986). Tan sólo el 23% de estas tierras se dedica a pastos; predominan, en número y extensión ocupada, los predios pequeños. Los colonos de esta área no ven perspectivas cercanas de mejoramiento, ni en los niveles de ingresos, ni en las condiciones de su vida cotidiana, atados como están a una producción limitada por la carencia de vías y de créditos.
En el Guaviare se encuentran colonizadas alrededor de 800.000 hectáreas en su mayor parte tierras pobres e inundables repartidas en 1.186 predios. Para el 60% de estos, que tienen en su mayoría de 20 a 80 hectáreas, no existe título de propiedad (Domínguez, 1985).
La producción agrícola tradicional ha descendido, mientras se incrementan los cultivos de cacao y de coca. Por el influjo de esta última, el municipio de San José del Guaviare, con más de 31.000 habitantes, concentra el 88% de la población total de la Comisaría. Las condiciones en las que se desarrolla la colonización del Guaviare, a pesar de ser ésta relativamente reciente, han despertado las protestas de los colonos, quienes a mediados de 1986 realizaron un multitudinario paro cívico.
En el Guaviare y en el Putumayo, y en menor medida en el Caquetá, la colonización ha implicado la confrontación con los indígenas, pioneros ocupantes, y su expropiación o la reducción de sus territorios.
La colonización tiene un alto nivel de exigencias para quienes como campesinos pobres se aventuran en ella: la adaptación a un nuevo medio geográfico, social y cultural; el aislamiento: las exigencias de la incorporación y mantenimiento del predio. Las respuestas sobrehumanas necesarias frente a un conjunto de fuerzas adversas y la incertidumbre que marca la vida del colono, los inducen a buscar refugio bien en el pasajero auge de la coca, bien en las variadas sectas religiosas. Estas pretenden brindar nuevos vínculos comunitarios, nuevas identidades y lealtades y firmes patrones de referencia. Al parecer, la religión tradicional no ofrece soporte suficiente para comprender y afrontar las nuevas realidades (Medellín, 1985).
Numerosos colonos provienen como peregrinos de otros frentes de colonización, donde fracasaron, y precisan soportes culturales nuevos. Las diversas iglesias pentecostales, adventistas, los testigos de Jehová, llegan hasta los más apartados rincones conformando cerradas congregaciones de fieles. Sin embargo, estas organizaciones religiosas no pueden desarrollar su credo, basado en realidades ajenas, ni pueden afianzar sus técnicas de resocialización ni sus propuestas culturales (Ibid.).
El mesianismo de algunas sectas, empero, atrae numerosos colonos, quienes, ante lo esquiva que resulta aquí la tierra de promisión, prefieren buscaría en el reino de Cristo.