- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
El ciclo del caucho 1850 - 1932
A comienzos del siglo XX la bonanza cauchera, de hondas repercusiones internacionales, había marcado ya significativamente la fisonomía y la vida de los centros ribereños de la cuenca amazónica, ligados a la extracción y al comercio de la goma un sector del puerto de Manaos hacia 1930.
Tronco de árbol de caucho, "jebe", "síringa" o borracha (Hevea sp.) rayado para obtener el látex. Obsérvense las trazas en la corteza por la repetida aplicación de esta técnica para lograrla "sangría".
Plantación de cultivariedades de caucho, producto de mejoramiento genétíco, en el piedemonte del Departamento de] Caquetá. El cultivo de las Hevea continúa ofre ciendo interés económico. La demanda mundial del producto se mantiene de bido a nuevas tecnologías en aplicacio nes del caucho natural, as¡ 1 como a su eficacia en diversos usos combinado con los cauchos producidos artificial mente. Los nuevos cultivos caucheros han venido siendo impulsados con éxito por el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, INCORA.
La embarcación de Jules Crévaux entrando al río Yary. Usando un medio de transporte semejante, el explorador recorrió los cursos de los ríos Caquetá y Putumayo en el decenio de 1870. Mapa de la Provincia de Maynas, elaborado en 1779 por su gobernador, don Francisco Requena, primer comisionado de límites. "Cón pocas excepciones, entre las que se destaca la labor del coronel íngeniero Don Francisco Requena, fueron militares, políticos, comerciantes y naturalistas portugueses quienes recorrieron la región y expandieron la frontera lusitana con grave detrimento para los intereses de¡ imperio español y las pos~ teriores repúblicas andinas" (Franco, 1986).
Estación cauchera de El Retiro, en el primer decenio del siglo. En 1903, año de fundación de la Casa Arana, había ya cerca de medio centenar de centros de acopio como éste, en los ríos Igara?Paranáy Cara?Paraná, dependientes de la compañía.
El vapor "Río Putumayo", de bandera colombiana, en mantenimiento. La navegación en embarcaciones de este tipo en las áreas amazónicas durante la segunda mitad del siglo XIX, se vio estimulada por las perspectivas que ofrecían diversas economías extractivas, entre ellas, la del caucho fue ocupando paulatinamente lugar preponderante.
El puerto de Manaos hacia 1880.
Naturales de Tabatinga, buscadores de caucho.
Navegación en barco de vapor por el río Putumayo (Ica) hacia finales del decenio de 1870. El fomento de este sistema de transporte en la región, a partir de 1850, estimuló la actividad de los comerciantes, así como la trata de esclavos indígenas de áreas colombianas hacia sectores del río Amazonas.
Las incisiones profundas hechas en la corteza de las Hevea durante la "Sangría". seccionan los vasos conductores de] látex, produciéndose su escurrimiento. En la parte inferior, donde coinciden los cortes hechos en la jornada, Se inserta una pequeña espita de tal manera que el fluido gotee en un recipiente.
Las incisiones profundas hechas en la corteza de las Hevea durante la "Sangría". seccionan los vasos conductores de] látex, produciéndose su escurrimiento. En la parte inferior, donde coinciden los cortes hechos en la jornada, Se inserta una pequeña espita de tal manera que el fluido gotee en un recipiente.
Los procedimientos y el utillaje utilizados en la extracción del látex, y en su preparación para la fabricación del caucho, han sufrido algunas variaciones en el transcurso del siglo XX, pero las etapas del proceso se mantienen. El caucho es retirado de las artesas después de su coagulación.
Sistema actual del laminado de lagorna.
Indígena Witoto de comienzos de siglo. En la época, esta etnia poseía uno de los mayores volúmenes de población aborigen de la Amazonia colombiana. Resultaron, sin embargo, entre los más afectados demográfica y culturalmente, por las políticas aplicadas por las empresas caucheras.
Una calle de Iquitos en la segunda mitad del siglo XIX. La modesta y primaria vida de villorrio que deja adivinar esta ilustración, daría paso, con el auge de la explotación cauchera en la región amazónica ?que adquiere especial dinámica al iniciarse el siglo XX? a un centro de poderosa actividad empresarial y económica, desde donde se influía e intrigaba sobre decisiones Políticas del Perú. Fue la sede de la temible y legendaria Casa Arana Hermanos, fundada en 1903.
"Muchachos? indígenas (boys) al ser vicio de la Casa Arana, con un capataz al frente. Enganchados para aplicar todo el poder coercitivo consustancial al régimen esclavista de las explotacio nes caucheras de la época, resultaban eficientes en sus tareas de control de las poblaciones aborígenes, por el co noci . miento de sus lenguas y de sus hábitos. Conformaban comisiones de 15 a 20 individuos armados.
Visión romántica de finales de¡ siglo XIX sobre el procesamiento de¡ látex. contrastante con las reales condiciones de desarraigo y explotación a que fue sometida la mano de obra en las caucherías.
Mujer Bora condenada a morir de hambre por la Casa Arana. Uno de los documentos más impactantes sobre el periodo de???laviolencia de los perua ? nos ". denominación dada por los indígenas a los acontecimientos de los primeros decenios del presente siglo. Se estima que más de 40. 000 de ellos murieron sólo entre 1900 y 1910, víctimas del régimen de esclavitud impuesto por las actividades caucheras.
La Opera de Manaos, teatro construido en el periodo de la bonanza cauchera, La edificación, le van tada y decorada con materiales traidos del exterior, y esce nario de representaciones de los artis tas más cotizados mundialmente en su época, es símbolo de una etapa histó rica que inició su declive con la caída del precio internacional del caucho amazónico: la fije oca si . onada por la competencia de las plan ? taciones inglesas de Hevea en Malasia y Ceilán.
Vista de una chacra cerca de Manaos a finales del siglo XIX.
Viaje en angarillas cerca de la aldea de Napo". La utilización de la fuerza de trabajo indígena al arbitrio del blanco en las áreas amazónicas, no había estado ausente de la historia en los tiempos previos al ciclo del caucho.
El cónsul británico Mitchel ?destacado en Iquitos a mediados del decenio de 1910?, de visita en una comunidad Witoto, delante de los ???tambores(xilófonos) manguaré ?hembra? y
Los objetivos de las misiones de comienzos de siglo, se centraban en la evangelización y aculturación de los indígenas para permitir la integración de sus etnias y de sus territorios a las corrientes de la economía nacional.
Visión panorámica del barracón cauchero de El Encanto, sobre el río Cara ? Paraná, hacia 1914. La Casa Arana había dividido sus operaciones entre dos grandes distritos, uno de ellos tenía como sede El Encanto, y el segundo la localidad de La Chorrera, sobre el río Igara?Paraná. En estos centros se acopiaba el caucho extraido de las diferen ? tes sucursales y se embarcaba hacia Iquitos Desde ellos se controlaba también el cumplimiento de las providencias que decidían sobre vidas y bienes en los territorios administrados.
Sede central de la estación cauchera de El Encanto. La bandera peruana ondeaba sobre territorios tomados coer citivamente por osados empresarios de aquel país, que en 1907 llegaron a consolidar el control de la navegación por el río Putumayo.
Grupo de indios salvajes del Caquetá ", fue el título dado por el padre Gaspar de Pinell a esta ilustración, incluida en la memoria de su labor apostólica por los ríos Putumayo, Guayabero, Caquetá y Caguán, publicada en 1929. Los intentos de revitalización de las actividades misioneras en territorios amazónicos a mediados del siglo XIX no lograron mayores resultados Corrientes posteriores intensificadas hacia 19 10, fueron más auspiciosas y en la práctica definieron los rasgos principales del panorama pastoral actual de la iglesia católica en dichas áreas del país.
Acción de guerra durante el conflicto, colombo?peruano por los territorios amazónicos. Su detonante: la toma de Leticia por los peruanos el lo. de septiembre de 1932.
El desconocimiento, por parte del Perú, del Tratado Lozano?Salomón ?definido con Colombia en 1922 y ratificado por el Congreso de aquella nación en 1928?, así como las acciones de fuerza consiguientes sobre territorios de nuestro país, produjeron amplíos llamamientos a la solidaridad nacional.
El ejército colombiano participante en los entrentamientos con el Perú, se hallaba conformado por soldados de diversos lugares del interior. Pero también había, entre ellos, indígenas del oriente del país. Misioneros capuchinos oficiaron como capellanes militares.
Testimonios sobre los tiempos, los actores y los lugares del conflicto. Fue necesario que ocurriera una guerra para garantizarlos derechos de Colombia en la A Amazonia y para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo.
Testimonios sobre los tiempos, los actores y los lugares del conflicto. Fue necesario que ocurriera una guerra para garantizarlos derechos de Colombia en la A Amazonia y para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo.
El general Alfredo Vásquez Cobo (centro), a quien el presidente Enrique Olaya Herrera nombrara comandante enjefe de la Expedición Militar al Amazonas (1932?1934), empresa que terminó por recuperar los territorios que legitimamente Pertenecían a Colombia. Alfonso López Fumarejo (derecha) influyó en la creación de un clima propicio para la solución final del conflicto. Con tal objetivo, y a título individual, visitó a comienzos de 1933 al mariscal Oscar Benavides, presidente del Perú, a quien había conocido en Londres (Fotografía tomada durante la primera presidencia del doctor López Pumarejo?)
Tropas coiombianas en la mani . gua y en los ríos amazónicos El alegato so bre los espacios que nos habían sido usurpados, reforzó los atisbos de una conciencia sobre la soberanía territo rial, y sobre la necesidad de definir e impulsar políticas de ocupación e incorporación de las áreas de frontera. Así, en los primeros decenios del siglo, el país descubrió la existencia de una Colombia amazónica.
Tropas coiombianas en la mani . gua y en los ríos amazónicos El alegato so bre los espacios que nos habían sido usurpados, reforzó los atisbos de una conciencia sobre la soberanía territo rial, y sobre la necesidad de definir e impulsar políticas de ocupación e incorporación de las áreas de frontera. Así, en los primeros decenios del siglo, el país descubrió la existencia de una Colombia amazónica.
Roberto Pineda Camacho
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad de los Andes
El territorio del Caquetá y sus habitantes en 1850
La región amazónica había resistido exitosamente a los intentos de integración de la economía colonial. Esta situación era palpable a mediados del siglo pasado. Para 1849, los inexactos censos de la época estimaban la población total del territorio del Caquetá (conformado por las antiguas jurisdicciones de Mocoa y Andakí) en 16.791 habitantes, de los cuales 254 eran blancos, entre ellos dos sacerdotes (en Sibundoy y Aguarico) (Cuervo, 1894).
En el mismo año, la vieja población de Mocoa albergaba 370 personas, incluidos 40 colonos. Entonces desempeñaba un precario rol de epicentro regional y de eslabón del comercio entre Pasto y Belérri del Pará. En 1858, por ejemplo, un diligente prefecto utilizaba aquel poblado como base de operaciones para negociar grandes cantidades de cacao y cera de abejas con Pasto, y oro, zarzaparrilla y quina con Belém. Al tiempo, en esta última ciudad se aprovisionaba de ropa y otras mercancías que vendía a los nativos de aquella región, así como a los vecinos de Popayán y Pasto.
Los Siona eran los indígenas más numerosos del alto Putumayo. Su idioma había sido popularizado por los misioneros franciscanos durante el sigloXVIII, ya que había sido tomado como lengua franca de las misiones de la zona. Su territorio se extendía desde el río Orito hasta las riberas del río Caucayá; vivían dispersos en diversas localidades (San Diego, San José, Montepa, Concepción), en las cuales la capilla central y otros aspectos del asentamiento recordaban la presencia frustrada de los misioneros (Obando, 1980).
Los pueblos tenían un carácter inestable; cuando el jefe o un personaje importante fallecía (entre ellos un hombre blanco que supiese leer y escribir) la localidad se abandonaba. En estos casos se dispersaban sus habitantes por otras poblaciones, o establecían una nueva aldea.
Estos indígenas eran por lo menos de derecho monógamos. La autoridad local la compartían el cabildo y los chamanes, quienes constituían el verdadero poder regional.
Los Siona se dedicaban a la agricultura, la caza y la pesca, y abastecían a Mocoa con productos de estas dos últimas actividades; para fortuna de los viajeros, tenían grandes habilidades como bogas.
Su presentación personal no podía ser más hermosa. Lucían tocados de plumas y se pintaban el rostro y los pies con colores rojos. Los hombres lucían en el cuello multitud de sartas, algunas de semillas de olor penetrante y de vistosas chaquiras multicolores y, atadas a los brazos, plantas de fuerte olor aromático. Las mujeres usaban collares de chaquiras y una corta enagua. Todos vestían una cushma al estilo andino, aunque con la desaparición de las misiones se vieron obligados a fabricarlas de cortezas de árboles (Ibid).
En la antigua región de los Andaki vivían, entre otros, los Makaguaje, Koreguaje, Tama y Karihona, establecidos en múltiples localidades dispersas en la selva y en las orillas de los ríos. Los Makaguaje habitaban, por ejemplo, las partes altas de los ríos Mecaya, Senseya y Caucaya. Ambos sexos vestían una túnica de corteza vegetal de color morado, llevaban las cejas depiladas y las orejas, narices y labios horadados, colocándose allí plumas y chaquiras. Cultivaban yuca amarga, recolectaban hormigas, capturaban tortugas. Aunque gustaban mucho del arroz con mantequilla, sus platos preferidos eran el 11 casaramano" y el gusano "mojojoy". Comerciaban en particular con cera, hamacas, curare, peines, etc. a cambio de herramientas y chaquiras que recibían de los pastusos (Friede, 1945).
Los Koreguaje también vestían bellamente. Fabricaban sus collares y coronas con plumas de garza o de guacamayo, chaquiras y conchas de madre perla. Llevaban ceñidos los brazos y las piernas con una cuerda muy apretada.
Cuando un hombre Koreguaje moría le pintaban todo el cuerpo, posteriormente lo colgaban en un árbol para que "se lo coman los gusanos y queden los huesos limpios". Al cabo de una cuarentena sus restos eran incinerados, y las cenizas consumidas por sus parientes más próximos durante una fiesta ritual.
Cultivaban yuca, plátano, caña de azúcar y maíz, entre otros productos. Se dedicaban también a la extracción de cera para intercambiarla por mercancías. A este respecto los Karíhona eran, de acuerdo con el misionero Albis (1934), bien precavidos. Así, si un hacha importada por los pastusos se rompía, la devolvían con este discurso: "Toma tu hacha que no sirvió; no vuelvas con herramienta floja, porque te molestas con el tan largo camino y pierdes tu trabajo".
En aquel entonces la localidad de Solano, sobre el río Caquetá, constituía la avanzada de la colonización, aunque allí residían solamente 32 blancos y un total de 223 nativos. El pueblo estaba formado por unas pocas casas de paja, y se hallaba comunicado con el valle de Neiva mediante un camino de herradura (Figueroa, 1986).
La comarca de Araracuara y el "rescate" de indígenas
El sector del río Caquetá comprendido entre los raudales de Araracuara y Cupatí (La Pedrera) y el curso inferior del Putumayo colombiano. permanecía aún más aislado de la acción del naciente Estado. Sus habitantes se encontraban vinculados fundamentalmente con el Amazonas brasileño, e incluso con la región del Río Negro.
Entre Araracuara y los chorros de La Pedrera existía una densa población indígena que había logrado aislarse, en parte por la protección natural que dispensaban los raudales. Asimismo, en las áreas aldedañas a los ríos Igara Paraná y Cara Paraná vivía una población aborigen numerosa.
Los viajeros de comienzos del presente siglo dan cuenta de una alta concentración demográfica y de la existencia de diversos grupos indígenas (Bora, Andoke, Witoto, Muinane, Resiguero, Okaina, etc.) en los bajos ríos Caquetá y Putumayo. Estas gentes estaban divididas en diversos linajes locales, los cuales generalmente residían en una o más malocas, o casas colectivas. Cada maloca estaba presidida por un jefe o "capitán cuya función fundamental era la promoción de la actividad ritual. Los miembros de una maloca se dividían en diferentes rangos sociales y rituales, según su pertenencia al grupo de los 11 propios" de la maloca o al de los "trabajadores".
La economía local se basaba en la agricultura de 11 roza y quema", con siembra de productos como la yuca brava, el ñame, la piña, el chontaduro y algunas plantas psicotrópicas, así como en la caza, la pesca y la recolección de productos silvestres.
En el área de los ríos Miriti Paraná y Apaporis se concentraban, por otra parte, varios grupos indígenas (Yukuna, Tanimuka, Matapí, Letuama, Koeruna, etc.), hablantes de lenguas de las familias Arawak y Tukano. Habitaban en grandes malocas y poseían instrumentos rituales similares, en parte, a los de los indígenas del río Caquetá. Los grupos domésticos estaban jerarquizados en "propios" y Ciertas sociedades del área practicaban el ritual de Yuruparí, típico de las comunidades ribereñas de los ríos Vaupés e Isana.
La colonización brasileña de las márgenes del bajo río Caquetá (Japurá) era también muy limitada. Así, en 1850, en esta región existían sólo una feligresía y una aldea: Maripí y San Matías. Maripí albergaba 400 indígenas, en su mayor parte Baré, Makú, Mariarana, Passé y Xorríana, si bien había sido inicialmente fundada con el desplazamiento de indios Yuri y Koeruna del Apaporis y del Caquetá. San Matías se componía fundamentalmente de 50 indios Yukuría y Anianá traídos del Miriti Paraná.
Los habitantes de estas localidades se dedicaban a la agricultura, la caza, la pesca, la obtención de manteca de peixe boi (manatí o vaca marina, Triche chus inunguís) y de tortuga o "charapa" (Podocnemis expansa), así como a la extracción de otros recursos silvestres.
En la desembocadura del Putumayo los portugueses construyeron a San Fernando de Icá. La población de Ega o Tefé, situada sobre el río Amazonas (Solimóes), frente a la desembocadura del Caquetá, articulaba la vida económica de estos dos ríos. Según Bates (1962), en 1850 Tefé estaba básicamente habitada por aborígenes de 16 agrupaciones diferentes, muchos de los cuales habían sido vendidos cuando niños por los jefes indígenas de las zonas ribereñas del Caquetá, el Amazonas y el Putumayo.
La actividad económica de Tefé se fundaba, sobre todo, en la utilización servil de la mano de obra nativa. Los indígenas se comunicaban en lengua Geral. Variaban sus actividades según la época estacional Cuando ocurría la bajante del río Amazonas capturaban tortugas, recolectaban sus huevos y preparaban aceite con ellos, y pescaban pirarucú; en otras temporadas extraían ciertos productos como el cacao y la zarzaparrilla. En determinadas fechas celebraban algunas fiestas católicas combinadas con bailes indígenas, como era el caso del ritual de las frutas de los Yuri del Caquetá.
En 1865, Tavares Bastos encontró numerosos Miraña del río Cahuinarí en Tefé, Coarí, Tonantins y Saó Paulo de Olivenga, a donde habían sido llevados intercambiados por herramientas y otras mercancías. Centenares de ellos fallecieron como consecuencia de las enfermedades, la depresión inicial causada por el desplazamiento y el maltrato recibido. En el Solimóes se conocía a ¡os indios traídos del Caquetá con el nombre genérico de caboclos Miraña, lo que equivalía a calificarlos de salvajes",en oposición a los indios civilizados de las regiones más próximas (Arnaud, 1981).
Posiblemente el fomento de la navegación de vapor, a partir de 1850, permitió que los comerciantes locales incrementaran su actividad o "regatón" por los ríos amazónicos. Esto debió aumentar la trata de esclavos y el desplazamiento hacia el Solimóes de indígenas del Caquetá colombiano.
La tradición oral de los aborígenes de esta región da cuenta aún de aspectos de tales acontecimientos. Según la antropóloga M. Guyot (1979), los Bora, por ejemplo, describen minuciosamente el "Marde la Danta" (como denominan al río Caquetá), desde Tefé, donde estabael gusano de yuca que parecía gusano divino, boa del comercio de la danta" hasta Araracuara, donde se localiza el "hueco del Guacamayo" , "pieza de brujería".
Probablemente, la mayor parte de los indígenas objeto de la trata ocupaban una posición subordinada huérfanos, prisioneros de guerra, gente de bajo rango ritual en el contexto de las culturas locales. Algunos grupos se desplazaban voluntariamente hacia los asentamientos brasileños, en lanchas que ascendían el río. Los comerciantes fluviales fueron simbolizados por la figura del bufeo. Los indígenas Andoke cuentan que algunos de los linajes que habitaban en las riberas del río Caquetá desaparecieron durante el siglo XIX, "engañados" por los delfines que "simulaban" ser comerciantes. Otros testimonios enfatizan en las epidemias acaecidas en ese tiempo, vinculadas al tráfico de esclavos y al comercio, (Pineda C., 1985).
Según un relato Nonuya, los "dueños de las malocas" descendían centenares de kilómetros por el río Caquetá hasta los raudales de Cupatí, para adquirir cierta clase de hachas de acero encargadas a los luso brasileños. De regreso a sus moradas las decoraban y cuidaban con esmero. El primer 11 capitán" Nonuya que consiguió un hacha la estimaba tanto que la tomó, por lo menos inicialmente, como sustituto del banco, y permanecía sentado en ella; esta figura revela el poder simbólico atribuido a la herramienta de acero. La distribución de los utensilios podía desencadenar serios conflictos en el seno de una comunidad; algunos hombres influyentes "brujeaban" al mismo "dueño de la maloca" cuando no eran satisfechas sus aspiraciones, con fórmulas tales como "que te coma el tigre del hacha". (Ibíd.)
En el Río Negro
El gran Vaupés colombiano inmenso territorio comprendido entre los ríos Guaviare y Caquetá, constituido actualmente por las comisarías del Guainía, del Guaviare y del Vaupés forma parte del complejo sistema del alto Orinoco Río Negro. El río Guainía constituye la porción superior de este último, el cual tiene un curso de 1.700 kilómetros de longitud hasta desembocar en el Amazonas.
En las márgenes del Río Negro se presentaba, en 1850, una multiplicidad de situaciones étnicas y sociales. La cultura de los pobladores de su curso inferior y medio hacía parte de la cultura regional amazónica que por más de dos siglos se había desarrollado, lentamente, con la fusión de formas sociales indígenas, portuguesas y aún afroamericanas. La cultura de los caboclos del Río Negro articulaba los sistemas económicos tradicionales indígenas con formas de comercio de "regatón" , y creencias nativas con festividades católicas; existían numerosas prácticas curativas y cognoscitivas tradicionales.
Por esta época se mantenía todavía en vigor el uso de la lengua Geral aún entre pobladores blancos a pesar de los esfuerzos que el gobierno luso brasileño había desplegado desde la segunda mitad del siglo XVIII por erradicarla. Aquella había sido difundida por los misioneros jesuitas portugueses como lengua franca en toda la Amazonia, desde la segunda mitad del siglo XVI. La "Fala Boa o Nheengatu se basaba en la lengua de los indígenas Tupí del litoral brasileño; fue dotada de escritura desde el mismo siglo XVI, con base en los patrones de la gramática latina. Posteriormente su estructura y léxico fueron cambiando, como consecuencia del contacto con el portugués y otras lenguas nativas. En 1720 se había convertido en el vehículo de comunicación social y oficial regional, y había sido adoptada para la enseñanza en las escuelas y talleres organizados por los misioneros (Bessa, 1983).
Los misioneros identificaron al héroe cultura¡ Tupí, denominado Tupán ( espíritu del Trueno cuya morada está en el cielo ), con Cristo. Fomentaron el culto de numerosos santos patronos de las diversas aldeas; algunos de ellos, como San Antonio, fueron venerados por grandes sectores de la región del Río Negro y el ¡sana. Al lado de estas prácticas susbsistían los temores hacia el Curupira (o "espíritu maligno M bosque ) y otros seres del agua y de la selva. Pero la curación de ciertas enfermedades o estados como el "panema", provocado por la aparición del bicho visagento, situación en la cual se perdía hasta la propia sombra (Matta,. 1967) o la violación de numerosas prescripciones, y la inmersión en estados de contaminación, debía estar a cargo de los chamanes o payés tradicionales.
Algunos censos estimaban en 31 el total de poblados blancos o mestizos existentes en 1840 en las márgenes del Río Negro. Para ese año se calculaba su población total en 28.793 habitantes, de los cuales 14.899 correspondían a la parte baja y 13.894 a los asentamientos nucleados de sus sectores altos, controlados en alguna medida por el imperio del Brasil. La vida de este río tenía como epicentro la ciudad de Manaos, que para entonces estaba poblada por 8.500 habitantes, de los cuales aproximadamente 900 eran blancos. Las localidades del alto Río Negro albergaban indígenas de diversos grupos étnicos (Baré, Baniwa, Makú, Vaupés y Coeuana). Se trataba de pequeños asentamientos cuya población oscilaba entre unas cuantas decenas hasta unos pocos centenares de moradores; sólo excepcionalmente se encontraban poblados que rebasaran estas cifras.
Los pobladores del alto Río Negro, como en general los de toda la Amazonia, se dedicaban a la extracción de ciertos recursos silvestres o a la fabricación de algunos objetos artesanales que intercambiaban por mercancías. En 1840 solamente existía una población nucleada en el río Vaupés, localizada en su desembocadura: Coané, con 250 habitantes, indígenas Tukano del mismo río, y Coeuana (Kubeo). Los pobladores de Coané extraían brea, cayarurú y zarzaparrilla.
En la parte superior del alto Río Negro vale decir en el Guainía, Isana, Vaupés, Tiquié, etc los indígenas se encontraban mucho más libres del control portugués, posiblemente por la existencia de numerosos raudales que dificultaban el desplazamiento de las embarcaciones de remo o de vela, y que hacían casi imposible el ascenso de los buques de vapor. Alfred Russell Wallace constató, según lo relatara en su famoso libro A narrative of travels on the Amazon and Río Negro, un contraste entre la situación del Vaupés y del Isana.
Las comunidades Baniwa del río Isana tenían un estilo de asentamiento caboclo, con pequeñas casas de techos pajizos y paredes de barro, habitadas por familias nucleares. Al contrario, las sociedades del Vaupés vivían, sobre todo a partir del río Cuduyarí, en grandes malocas y casas colectivas, donde celebraban sus rituales tradicionales. Wallace habría encontrado también asentamientos tradicionales en el ¡sana si hubiese ascendido aún más el río o penetrado en ciertos de sus afluentes.
Mesianismo y opresión social en los ríos Isana y Vaupés
En 1850 51, Tenheiro Aranha, primer presidente de la provincia del Amazonas (en el Brasil), inició la puesta en práctica de diversas políticas oficiales destinadas a "reactivar" económicamente la región del Río Negro y a incorporar a la vida "útil" a sus habitantes indígenas, particularmente a los llamados "Gentios", o sea aquellos que todavía mantenían su independencia de las autoridades del imperio brasileño y se hallaban marginados de la actividad comercial. Su estrategia se basaba en el reforzamiento militar de los puestos fronterizos y en el fomento de las misiones (Wright, 1981).
Jefes del área fronteriza como aquel, junto con algunos comerciantes, intensificaron la explotación económica de la fuerza de trabajo nativa, pues obligaron a los indios a movilizarse a ciertas áreas del bosque con el fin de recolectar productos forestales, entre ellos zarzaparrilla, para pagar sus deudas, o acaparaban su producción de faríña, bancos, cerámica, hamacas, etc.
Durante el decenio de 1850 se incrementó notablemente el tráfico de esclavos indígenas con la complicidad de las mismas autoridades de Manaos y de Belérri del Pará, quienes requerían a los comerciantes la traída de aborígenes (generalmente niños) de la zona en mención o de las áreas aledañas. Además, el gobierno local estimuló el desplazamiento compulsivo de los indios para trabajar en obras públicas como fue el caso de la construcción del fuerte del Cocuy o de Cucuhy en condiciones pre carias para su supervivencia. Simultáneamente se presentaron diversas epidemias de viruela y "fiebres malignas" que asolaron los poblados. Como consecuencia de esta situación, los indígenas optaron por abandonar los asentamientos ribereños y se refugiaron en el interior del bosque.
En este contexto surgieron diversos movimientos mesiánicos en los ríos ¡sana y Vaupés. En 1857, un mestizo llamado Venancio, que había sufrido los vejámenes del "endeude", organizó un movimiento y se proclamó como "El Santo", "ElCristo?" y, por último, "Dios". Sus seguidores más próximos le llamaron "Padre Santo", "Santa María" y "San Lorenzo". Venancio predicaba, bautizaba, perdonaba las deudas, casaba y curaba. Sus ceremonias religiosas se organizaban en torno de una cruz, mientras que los participantes entonaban diversas letanías. Solía presentar algunos síntomas catalépticos, y argüía que durante los mismos se comunicaba con Dios.
Este mesías no solamente perdonaba las deudas, con el consiguiente escándalo entre los comerciantes, sino que aseveraba que Dios le había comunicado la inminencia de un cataclismo universal, un incendio del cual solamente se salvarían sus seguidores del ¡sana. De otra parte predicaba la liberación del trabajo ya que, según él, en el paraíso no se necesitaría hacerlo ni poseer chagras. Esto afectaba particularmente a los blancos, que dependían del trabajo del indio y de las demandas de mercancías. Como ha sido señalado por los antropólogos Robin Wright (198 1) y Egon Schaden (1983 84), el movimiento mesiánico de Venancio articulaba patrones religiosos cristianos con temas propios de la religión Baniwa.
Las autoridades civiles y eclesiásticas respondieron violentamente. La iglesia del ¡sana fue perseguida por las guarniciones locales; algunos de los líderes fueron encarcelados. Venancio se vio obligado a huir al alto Río Negro venezolano. los indígenas se desbandaron temerosos de las masacres y atropellos, como los que recientemente se habían produ cido.
En 1858 se señaló la existencia de otro movimiento rebelde en el Vaupés. Este agrupaba indios Baniwa y Tukano. Alejandro, el "Cristo del Vaupés", también bautizaba, casaba y curaba, a sus reuniones asistía hasta un millar de personas, haciendo temer a los blancos una rebelión india generalizada contra ellos. Según un misionero, se llegó a atentar contra la vida de un sacerdote que visitaba el área de las cachiveras de San Jerónimo.
Alejandro proclamaba que el orden social del mundo sería invertido, "transformándose" los indios en blancos, adquiriendo su poder y su riqueza. Los blancos pasarían a ser subordinados o trabajadores. Los propios indios serían sacerdotes, por lo que no tendrían necesidad de recurrir a padres extranjeros.
Este movimiento fue también severamente perseguido, aunque Alejandro conociendo lo acontecido con algunos seguidores de Venancio prudentemente cambiaba de lugar, y jamás pudo ser capturado por los brasileños. Apenas había pasado el clímax de su movimiento en el Vaupés, cuando nuevos fenómenos mesiánicos aparecieron al norte de la región, en el río Xié.
Se inicia el ciclo del caucho
La creciente demanda internacional de caucho natural y la revolución en los transportes, con la introducción de la navegación de vapor, modificaron, a partir de la mitad del siglo XIX, el panorama regional. La Amazonia se constituyó en el centro de febriles actividades extractivas que estuvieron acompañadas de una bonanza sin precedentes para ciertos grupos dominantes, así como de un régimen de trabajo oprobioso para la mayor parte de los siringueiros.
El nombre del caucho proviene de la lengua de los indígenas Maina, de la selva amazónica peruana (su etimología es: caa=madera, árbol, y ochu = chorrear, que llora). Se trata como se sabe, del látex de diversos árboles, particularmente especies del género Hevea, que se extrae rayando o cortando superficialmente sus troncos.
Los europeos tuvieron noticia del caucho desde el segundo viaje de Colón. No obstante, su interés por el mismo creció cuando La Condamine, comisionado por la Academia de Ciencias de París para medir el arco del meridiano del Ecuador, envió a aquella una comunicación y muestras de este exudado vegetal (que los indígenas llamaban también "heve" o 'jebe", nombre que aún se usa en la Amazonia peruana y sectores adyacentes a la colombiana para especies del género Hevea. Esta última denominación botánica fue propuesta originalmente por el medico y botánico francés Fusée Aublet, en 1775, como una versión latina del fitónimo indígena). Las comunicaciones de Fresneau, naturalista francés que trabajaba en Cayena, también contribuyeron en el incremento de las expectativas sobre este nuevo producto.
El caucho se destaca por su notable elasticidad e impermeabilidad. Aunque a principios del siglo XIX esta materia tenía ya algunas aplicaciones industriales de escala reducida (botas, capas, mangueras, etc.), su utilización se hallaba restringida por su gran sensibilidad a los cambios de temperatura, los que alteraban notablemente la calidad del producto. La invención de los procesos de masticación, por Hancock en 1819, y de vulcanización, por Good Year en 1839, abrieron el campo a su explotación industrial en gran escala ya que permitieron superar aquel y otros problemas.
En 1845, William Thorrison diseñó la fabricación de neumáticos con caucho; pero sólo en 1888 el veterinario irlandés Dunlop reinicia el uso de tales neumáticos instalándolos en la bicicleta de su hijo. Como la industria de estos vehículos estaba en su apogeo, aquel desarrollo técnico fue sistemáticamente utilizado a partir de entonces. Su futuro quedó asegurado cuando se consolidó, a principios del siglo XX, la industria automotriz, con la consiguiente demanda de la goma para las llantas y otras piezas para los vehículos.
Desde 1825 se produce el crecimiento de la explotación del caucho natural a nivel mundial; en ese año se extraían solamente 30 toneladas; en 1860 son ya 2.670; esta cifra ascendería a 50.000 y 94.000 en 1900 y 1910, respectivamente. La mayor parte del caucho se extraía del área amazónica, particularmente del Brasil (Le Bras, 1961).
El caucho amazónico adquirió un lugar destacado en las economías del Brasil y del Perú. En 1830 se explotaban en el primer país, 156 toneladas; tal cifra ascendió en 1850 a 1.447 y en 1890 a 23.650 (Santos, 1980). Años más tarde, en 1912, llegó a las 37.178 toneladas. En este país el caucho fue el segundo renglón de exportación después del café. Para el Perú la actividad cauchera en el Amazonas también tuvo considerable significación. En 1862 apenas se extrajeron 2 toneladas, pero ya en 1900 la cantidad se elevó a 2.247; tal volumen asciende aún más considerablemente años después.
El ciclo de la quina y del caucho negro en el alto Caquetá y Putumayo
El tránsito al ciclo del caucho estuvo precedido, en el piedemonte amazónico colombiano, por la búsqueda de la quina. Los asentamientos que se establecieron entonces, y las actividades que se dieron en la vertiente oriental de la cordillera en esta etapa, tuvieron más relación con el comercio del producto, y con los lugares de acceso a donde se lo encontraba pisos térmicos templado y frío de los Andes , que con las tareas de la extracción propiamente dicha.
Los primeros quineros aparecieron en el territorio del Caquetá durante el decenio de 1870. El valle del Suaza, en el alto Magdalena, se convirtió en la sede de las nuevas corrientes migratorias, que se instalaron en Santa Librada (Suaza) y La Concepción (antigua La Ceja). Los buscadores de la corteza vegetal, que se utilizaba para la producción de drogas antimaláricas, se internaban también por el río Orteguaza y otras áreas aledañas y comerciaban el producto a través de Neiva. Un proceso similar se daba en el alto Putumayo. La tranquila Mocoa se convirtió en centro de actividades quineras, se conformó allí una élite local y la actividad mercantil se incrementá notablemente. Una embarcación movida por vapor navegaba el Putumayo y abastecía regularmente a los extractores.
En 1875 inició operaciones la Casa Elías Reyes y Hnos. La empresa se proyectó por el río Putumayo y fundó en sus riberas diversos establecimientos de acopio. Y obtuvo de parte del emperador del Brasil, don Pedro ll, el privilegio de comerciar entre el Amazonas y Puerto Sofía, sobre el Putumayo. En 1876 la Casa Reyes inauguró, con el "Tundama 11 , la navegación de vapores de bandera colombiana por este río; posteriormente adquirió nuevas embarcaciones para el transporte de quina, caucho y tagua al Brasil, desde donde importaba también, hacia la región, variadas mercancías (Reyes, 1902).
Diversas empresas caucheras se fundaron sobre los ríos Caquetá, Putumayo, Orteguaza y Caguán, utilizando la fuerza de trabajo nativa y la de algunos trabajadores de] interior.
El caucho negro (Castilla elastica) que se daba en algunas de estas zonas tiene cualidades y rendimientos inferiores a los de las especies brasilIensis y Hevea guianensis, que son las más apreciadas por la calidad de su látex. Por este motivo los caucheros derribaban los árboles, provocando en pocos años su extinción en grandes regiones. A estas dificultades se agregaban los problemas de su acarreo a través de la cordillera hacia los centros clel interior, especialmente a Neiva. El caucho negro del Caquetá era transportado únicamente por hombres, que debían transitar por peligrosos senderos. Cuando se llevaba por el río, a Manaos o a Iquitos, se elevaban considerablemente los costos del producto.
Los caucheros de) Caquetá apoyados en algunas ocasiones por el mismo prefecto se negaban a seguir las indicaciones oficiales destinadas a evitar el aniquilamiento de los árboles, ya que, alegaban, no había otra forma de hacer rentable el producto. Algunos de ellos argüían, además, que si se retiraban del área, el mismo espacio sería ocupado por caucheros de los países limítrofes, con gran perjuicio para el suyo propio.
La Guerra de los Míl Días (1899 1902) precipitó la crisis de la explotación de la Castilla elástica. Los dueños de las caucherías dependían, para su aprovisionamiento, de las casas comerciales establecidas en Neiva. Estas daban a crédito las mercancías y los elementos indispensables para la extracción del látex, y se constituían en los compradores y exportadores de la goma. Los caucheros adelantaban bienes a sus trabajadores, quienes se veían comprometidos, al cabo de un período fijo (generalmente un "fabrico", o temporada de trabajo del caucho), a pagarlos con látex.
Los comerciantes de Neiva consideraron que los riesgos económicos de sus operaciones se habían elevado, ya que sus productos podían ser confiscados o destruidos al ser conducidos por el río Magdalena; la guerra había concentrado el capital comercial en pocos grupos, lo que les permitía monopolizar el mercadeo del caucho e imponer los precios de otras mercancías. En otros términos, llegaron a vender caro sus mercancías y a comprar a un menor precio relativo la goma. Los caucheros se defendieron trasladando, naturalmente, los nuevos costos a sus trabajadores. Así que, a finales del siglo XIX, la extracción se paralizó; los barracones se encontraban atestados de trabajadores ociosos, ocupados en juegos de azar, dedicados a la bebida y a las mujeres (lo que técnicamente se llama consumo "conspicuo y ostentoso ), sin asomo de motivación para el trabajo, pero endeudándose aceleradamente.
La razón de esta paradoja es más o menos comprensible, porque ¿qué incentivo había para seguir trabajando, si cada vez eran más escasos los árboles de caucho negro y había que alejarse más del campamento principal y recorrer un número mayor de trochas o picas para ganar menos, pues la paga por kilo había descendido? Todos los patrones, los trabajadores y la clientela anexa (prostitutas, comerciantes, etc.) estaban atrapados en la "ley M endeude : unos le debían cada vez más a otros, pero a su vez estos le debían más a terceros, que residían en los centros. Y ¿quién podía desatar el lío si no se justificaba trabajar tan duro, no obstante que el precio del caucho seguía en vertiginoso ascenso en el mercado internacional?
La explotación del caucho y el sistema del "endeude"
El caucho puede ser extraído de especies de diversos géneros. La Hevea brasiliensis (verdadero caucho, borracha o siringa) se localiza en las zonas de bajos del río Amazonas, particularmente en los sectores medio y bajo de su curso. De acuerdo con el geógrafo C. Domínguez (1985), en la Amazonía colombiana solamente se encuentran si se exceptúa el Trapecio, que posee Hevea brasiliensis las especies Hevea guianensis (en la "tierra firme" de la selva oriental, incluido el Trapecio y descontando el piedemonte) y Hevea benthamiana (en los bajos de las cuencas del Río Negro y del Vaupés). La Castilla elástica predomina en el piedemonte; hay otras gomas de inferior calidad distribuidas en todo el territorio. Si bien existen concentraciones relativas, los árboles se encuentran dispersos en grandes áreas, como toda la flora amazónica.
Debido a esta distribución de los árboles, para la extracción de la goma el siringueiro o cauchero varios debe abrir diversas trochas o estradas de kilómetros. Las primeras horas de la mañana se aprovechan para hacer diversas incisiones en cada corteza, para que fluya el látex. Se coloca un recipiente que recibe la leche" al pie del tronco, mientras que se rayan los demás árboles de la jornada. El cauchero está de regreso al mediodía; entonces, sólo o acompañado por su mujer u otros familiares, procede a recoger la "leche" acumulada en los diversos recipientes.
El látex se mezclaba en el campamento con ciertos ácidos (en la actualidad ácido fórmico) con el objeto de coagularlo; posteriormente se le daba la forma definitiva y se secaba al sol o con humo. Los detalles de las técnicas de extracción pueden haber variado en algunos de sus procedimientos, pero en términos generales se mantienen.
El proceso relativamente simple para su extracción, contrasta con el alto nivel tecnológico de la transformación del caucho y sus derivados en los países importadores de la materia prima.
El trabajo del caucho se basaba, fundamentalmente, en una cadena de créditos que involucraba a diversas casas con funciones diferentes y con una compleja estructura de comercialización. En Belém del Pará, por ejemplo, algunas firmas monopolizaban la comercialización exterior de la goma, mientras que otras se especializaban en la importación de las mercancías y objetos destinados a los siringales.
Los bancos mantenían relación principalmente con las empresas exportadoras e importadoras. De estas dependían, a su vez, las casas "aviadoras de un nivel intermedio, que financiaban las operaciones de otros caucheros. En el nivel más bajo de la cadena se encontraba el cauchero extractor, quien, solo o con su familia, debía entregar determinadas cantidades de goma a cambio de las provisiones y demás bienes que necesitaba para su subsistencia y para el proceso de trabajo.
Aunque el caucho o los bienes suministrados a los siringueiros rasos se valoraban en dinero, éste se hallaba ausente de las diversas operaciones económicas. Un testimonio de la época, citado por Barbara Winstein (1983), historiadora especialista en el tema, ha expresado lo anterior en estos términos:
"El Amazonas es la tierra del crédito. No hay capital; el siringueiro debe al patrón: el patrón debe a la 'casa aviadora', la 'casa aviadora' debe al extranjero, y así sucesivamente".
La operación tenía de por sí sus riesgos ya que dependía de las "promesas" de los involucrados. El sistema funcionaba mediante unas reglas de juego de honor, si bien no faltaba la intervención de la policía. Un cauchero podría desplazarse a otras áreas, pero, a no ser que otro patrón lo recibiese, era difícil para el "aviador" reponer el valor M adelanto. El cauchero extractor mantenía cierto control sobre su propia producción, aunque la dispersión del personal trabajador propio de la explotación cauchera les inhibía acciones colectivas.
Según la ética del trabajo local, no se debía vender el caucho a patrón distinto del propio; las deudas de un trabajador podían ser lícitamente transferidas, en términos de la legalidad local, a otros caucheros; pero ¿cómo podía ser de otro modo, si no había prácticamente circulante que permitiera a un cauchero pagar a otro en dinero la deuda de un trabajador? En algunas regiones se implantaron redes típicamente clientelistas entre el cauchero proveedor y sus trabajadores , esto amarraba aún más la fuerza de trabajo a los patrones.
El sistema del "endeude" era, en realidad, una relación de carácter social más amplia, que fundamentaba la existencia de toda la sociedad amazónica de ese entonces, como en parte lo sigue haciendo. Con frecuencia los caucheros patrones eran compadres de sus trabajadores y por lo tanto debían esperar reciprocidad de sus socios",así como los trabajadores tenían la expectativa de recibir protección y ayuda de aquellos. En casos extremos, cuando no pudo establecerse una relación de clientela, se conformó una sociedad prácticamente esclavista, en la que la fuerza de trabajo no tuvo siquiera la posibilidad de reproducirse demográfica y socialmente. El carácter no monetario de la economía condicionaba la existencia de otras formas de intercambio tradicional e impedía la formación de un cálculo "racional", en términos de la economía formal.
Los indios y trabajadores, en general, quedaron al arbitrio de los "dueños" de la escritura, de la aritmética y de las pesas. Estos podían manipular los libros de cuentas a su antojo, sin que nunca el endeudado tuviese la posibilidad de redimirse en su vida, o incluso en la de sus hijos- del "endeude".
La formación de la Casa Arana en el Putumayo
Ante la desaparición del caucho negro y la voracidad de algunos de sus socios de Neiva, los caucheros del alto Caquetá no tuvieron otra alternativa que desplazarse hacia el oriente, o sea a las porciones altas de los ríos Caquetá, Putumayo y Vaupés. Algunos fundaron "colonias en las riberas del Caquetá, entre La Tagua y los chorros de Araracuara; otros más audaces penetraron a las cabeceras de los ríos Igara Paraná y Cara Paraná.
En 1901 existían 22 colonias en los bajos Caquetá y Putumayo, particularmente sobre los ríos Igara Paraná, Cara Paraná y alto Cahuinarí; estas colonias eran en su mayor parte de propiedad de caucheros colombianos y se hallaban sostenidas básicamente por mano de obra de grupos Witoto (Figueroa, 1986).
Tal cantidad de centros de extracción era considerable; un par de años antes los caucheros apenas conocían estas regiones, y la mayor parte de la gente nativa sabía de los "blancos" únicamente por referencias de la historia tradicional, pero no de manera directa. Los caucheros tuvieron la fortuna de encontrarse en una región densamente poblada por numerosos grupos indígenas, aunque el látex local era de baja calidad ("sernambi" o "Jebe débil").
Los pobladores aborígenes estaban interesados en conseguir mercancías; con entusiasmo (a pesar de las reservas de algunos "capitanes" o jefes) recibieron hachas y otros instrumentos que debían cancelar de manera diferida, con goma. Los caucheros incrementaron la circulación de ciertos objetos que hasta entonces eran escasos y que debían pagarse, como se expuso con anterioridad, a un costo humano y social muy alto.
Ahora las hachas de acero circularon, posiblemente, entre grupos subalternos o personas que antes no tenían acceso a ellas. Las monedas, tan valoradas para collares y tan apetecidas por las; mujeres, fueron probablemente más "fáciles" de conseguir. Pero el uso del término "masificación" para referirse a la difusión de la propiedad sobre estos y otros artículos tal vez no corresponda con la realidad, ya que los caucheros dosificaron la entrega de sus mercancías. Aquellas gentes indígenas que carecían. de estos bienes se veían a sí mismas como 11 pobres y apenas adquirían una cantidad limitada de ellos.
La dinámica del barracón de Indiana (colonia cauchera en el alto Igara Paraná) da cuenta de la forma como se aceleró la historia en el proceso de la explotación cauchera. Indiana, (actualmente La Chorrera), había sido fundada en 1900 por Benjamín Larrañaga. En 1902, Julio César Arana, transportador peruano, se asoció con aquel y se convirtió en copropietario del siringal que incluía campamentos anexos en los ríos Igara Paraná y Cahuinarí, y algunos de sus afluentes. Esta compañía disponía ya de 12.000 indígenas inscritos en sus libros de cuentas sólo dos años después de fundada.
Para entonces la situación no era nada fácil para los aborígenes, porque algunos patrones comenzaron a obligarlos a trabajar forzadamente en la extracción del caucho. Según Joaquín Rocha (1905), quien visitó la región a principios de siglo, en la terminología de la época se llamaba "conquistadora aquel individuo que lograra "entrar en negocios con los indios de esa tribu y conseguir que le trabajen en extracción de caucho y que le hagan sementera y casa, en la cual se queda a vivir en medio de ellos". Estos indígenas eran llamados entonces "civilizados", y en algunos casos el mismo cauchero asumía las funciones de "civilizador".
Pero cuando los indígenas se resistían no había la menor vacilación en acudir a la violencia, calificándolos de "antropófagos" o "salvajes", o en inventarse "rebeliones" que legitimaran su exterminio. Cuando un grupo se oponía a "civilizarse" se adoptaban diversas tácticas, entre ellas asaltar la maloca y mantener como rehenes a mujeres y niños hasta que el jefe y los demás entraran "en razón". En algunas ocasiones el cauchero desposaba a una mupr indígena, y así sus parientes (cuñados) nativos se vinculaban al trabajo del blanco (Taussig, 1986).
De los caucheros del Putumayo, el gran "triunfador" fue Julio César Arana, quien en pocos años logró implantar una de las casas explotadoras más poderosas del alto Amazonas. Arana era natural de Rioja (Perú); tuvo su primer contacto con el Putumayo como dueño de ¡ancha. Conocía ya otras regiones del Amazonas, había adelantado algunos negocios y establecido un centro cauchero. Al visitar la región del Putumayo posiblemente se percató de su perspectiva; es decir, de la existencia de una abundante fuerza de trabajo "barata", en una coyuntura económica que se caracterizaba por la creciente escasez de la misma (lo que impedía la expansión de la economía cauchera de] Perú).
La posición privilegiada de Arana como comerciante se fundamentaba en la dependencia que existía entre los centros caucheros del Putumayo e Iquitos. En el viaje del Cara Paraná a Iquitos se podían gastar hasta 15 días; la distancia entre el Cara Paraná y Manaos era menor, pero en esta última ciudad los precios de las mercancías eran más altos, por lo menos en 1903. Además, si los bienes se importaban de Manaos debían pagar un doble impuesto en las aduanas brasileña y peruana ya que Colombia no tenía ningún convenio al respecto con el Brasil, y el Perú consideraba como suyo el Putumayo.
En 1903 se fundó la Casa Arana Hermanos. En ese entonces el geógrafo francés F. Robuchon constató la existencia de casi medio centenar de barracones en los ríos Cara Paraná e Igara Paraná, dependientes de la compañía. En dicho año, los centros de explotación del caucho estaban fortificados; los caucheros permanecían constantemente armados temiendo rebeliones o ataques de los indígenas. Para la época ya se habían establecido los métodos violentos que caracterizarían la explotación de esta región por la Casa Arana.
En 1909, la compañía tomó posesión de parte de las riberas del Cara Paraná, asociándose con el cauchero G. Calderón; no obstante, para la fecha existían numerosos caucheros colombianos con sucursales en aquel río. En los años siguientes Arana tomó el control absoluto de la fuerza de trabajo indígena y de todo el territorio situado entre los ríos Caquetá y Putumayo, y desde el río Cara Paraná hasta la desembocadura del Cahuinarí en el Caquetá.
Por diversos medios, y con la ayuda de las fuerzas armadas del Perú, en 1907 desalojó violentamente a los caucheros colombianos que se resistían a venderle sus fundos. Su posición se reforzó con la firma de un modus vívendi entre Colombia y el Perú en el Putumayo, ya que por medio de ese acuerdo los peruanos consolidaron de facto el control de la navegación por el río. Esto provocó el desconcierto de los caucheros colombianos, que no entendían la indolencia del gobierno del general Reyes ante los numerosos atropellos y vejámenes que sufrían.
En 1907, la Casa Arana se transformó en la Peruvian Amazon Company, con sede en Londres, y expidió acciones por un total de un millón de libras esterlinas, si bien la familia Arana conservaba el control de la compañía.
Un régimen esclavista
La Casa Arana había dividido sus operaciones en dos grandes distritos",cuyas sedes principales se encontraban en El Encanto, sobre el río CaraParan?á, y La Chorrera, en el Igara Paraná. Allí se acopiaba el caucho extraído de las diferentes sucursales y se embarcaba hacia lquitos. Cada sucursal tenía bajo su jurisdicción un número considerable de indígenas; estos pertenecían a diversos linajes, pero casi siempre hablaban una misma lengua. En ciertas áreas se difundió el Witoto como lengua franca.
A la cabeza de cada barracón se encontraba un capataz; sus utilidades guardaban relación directa con la cantidad total de caucho extraído. Generalmente existía una comisión de 15 a 20 hombres armados que se encargaban de amedrentar a la población nativa, neutralizar una eventual rebelión, perseguir a los indígenas fugitivos, castigar a los que no cumplían las tareas de producción acordadas o, incluso, enganchar compulsivamente nueva fuerza de trabajo.
Entre el personal de las comisiones se destacaban los "muchachos" (boys), o sea jóvenes criados por los caucheros, armados con fusiles, cuya función en el control de la población indígena era fundamental ya que conocían las lenguas nativas, los hábitos y costumbres de sus paisanos.
La fuerza de trabajo estaba conformada por los nativos hombres, mujeres y niños , quienes debían laborar prácticamente todo el año en los "fábricos" para redimir una deuda que jamás se pagaría. Además, debían sostenerse a si mismos y cultivar, cazar y pescar para los patrones.
A cada jefe de grupo doméstico, o linaje local, se le asignaba una cuota de caucho. Según algunos estimativos, cada familia debía aportar 40 arrobas mensuales; si la balanza no señalaba el peso acordado, los indígenas, sin distinción de edad ni sexo, eran azotados, torturados, mutilados o asesinados a sangre fría. Así mismo podían ser condenados a morir de hambre, o simplemente ser "aperreados" por los grandes mastines de los patrones.
Con frecuencia los indígena! eran asesinados por diversión, como ocurría durante ciertas fiestas, religiosas. Se estima que en el primer decenio del presente siglo murieron aproximadamente 40.000 de ellos; posiblemente un poco más de la mitad de la población aborigen total de la región en aquel momento (Foreign Office, 1912).
En los primeros años de la "violencia de los peruanos" como se refieren los mismos indígenas a estos acontecimientos algunos grupos intentaron rebelarse o huir hacia otros lugares. La superioridad bélica de los caucheros y el temor de los indios a una violencia generalizada, impidieron una resistencia exitosa, pese a ser los primeros muy inferiores numéricamente.
Tal régimen desencadenó un conflicto social de grandes proporciones: un "capitán de la tribu Resigero organizó, según relata el explorador inglés Thomas Whiffen (191 S), un grupo para combatir a los caucheros y a aquellos indígenas de su propia tribu que colaboraban en la explotación. Si le damos crédito a Whiffen, toda la gente Resigero fue víctima de sus ataques, porque "nada en su opinión (del jefe indígena) podía salvar a las tribus".
En ocasiones los indígenas intentaban utilizar medios simbólicos, como la brujería, para expulsara los blancos. Y hubo hechos como el que relata César Uribe Piedrahíta en su novela Toá: un grupo del Cara Paraná intentó "barbasquear" el río con el fin de matar los peces y forzar la emigración de los "blancos" por física hambre.
La acción defensiva de los indígenas frente a quien llamaban el "capitán" rana, así como frente a su organización, se dificultó por la carencia de unidad política entre los diferentes linajes. Los caucheros fomentaron cuidadosamente las rivalidades y conflictos entre aquellos, los cuales posiblemente se habían incrementado por la presencia de brotes epidémicos que los nativos interpretaron como brujería provocada por otros indígenas.
La Casa Arana optó por eliminar sistemáticamente a los "capitanes" y a los ancianos peligrosos que pudieran liderar alguna forma de resistencia. A los indios se les confiscaban con frecuencia sus armas, aunque sus escopetas de fisto, que tantos meses de trabajo les costaban, tenían un poder menor que los Winchester de los caucheros. Estos contaban, además, con el apoyo directo del ejército peruano, que había instalado algunas guarniciones en el Putumayo. Los indios no tuvieron otra alternativa que someterse para sobrevivir.
Escándalo mundial en torno al 'Taraíso del diablo"
Las barbaridades de la Casa Arana ya habían llegado a conocimiento público y de los gobiernos del Perú y de Colombia durante los primeros lustros de este siglo, no obstante la censura de la prensa impuesta por la dictadura de Rafael Reyes. Los caucheros colombianos se habían quejado pública y oficialmente sin que el gobierno tomara provisiones adecuadas, a no ser el modus vívendi mencionado que entregó el control del Putumayo a los peruanos. Se dice que el general Reyes, al ser consultado acerca de tales problemas, argüía que se trataba de cosas de caucheros", para descalificar ciertas situaciones de orden público en la Amazonia. No deja de haber misterio en esta actitud del gobierno, sobre todo cuando en la jefatura del Estado se encontraba un antiguo cauchero que conocía personalmente la región y sus problemas.
El gobierno peruano estaba interesado en propiciar la expansión de la compañía de Arana, ya que de esa forma podía alegar posesión de facto sobre parte de un territorio que estaba en disputa con Colombia.
Algunos periódicos de Lima y Manaos, pero sobre todo La Sanción y La Felpa de Iquitos, dirigidos por el valeroso periodista Saldaña Rocca, iniciaron y mantuvieron una campaña de denuncia de lo que acontecía en el Putumayo, aunque sin obtener resultados concretos.
En 1907, W E. Hardenburg (1912), un ingeniero norteamericano de paso por el Putumayo, fue testigo y víctima de los atropellos peruanos contra los barracones de colombianos en el río Cara Paraná. Su condición de ciudadano norteamericano le otorgó cierta inmunidad frente a las acciones del ejército del Perú, de manera que pudo salir bien librado del incidente, a pesar de haber sido acusado de agente al servicio de Colombia.
Dos años más tarde, en 1909, la prensa inglesa publicó profusamente su testimonio sobre lo que acontecía en el Putumayo bajo la jurisdicción de la compañía británica Feruvian Amazon Company. Estas denuncias, y la labor de la Sociedad Antiesclavista de Londres, desencadenaron un escándalo de grandes proporciones en Inglaterra y en el mundo, que todavía tenían en la memoria los acontecimientos terroríficos vinculados con la explotación del caucho en el Congo. Con el pretexto de que la Peruvian tenía entre su personal súbditos ingleses (negros de Barbados que habían sido traídos años atrás) el gobierno británico envió al cónsul inglés en Rio de Janeiro, Sir Roger Casement, para que investigara la veracidad de los cargos. Al cabo de varios meses de inspección en el Putumayo, Casement concluyó:
"Los crímenes de los que se acusa a muchos hombres ahora al servicio de la Peruvian Amazon Company son del género más atroz, incluyendo asesinatos, violaciones y fiagelaciones constantes. La naturaleza de los hechos es enteramente oprobiosa, y confirma totalmente las peores acusaciones formuladas contra agentes de la Peruvian Amazon Company y sus métodos de administración en el Putumayo". (Foreign Office, 1912. T del e.)
El cónsul inglés consideraba improbable que Arana y los otros miembros del directorio de la compañía no estuviesen al tanto de lo que acontecía; pero a éstos las denuncias no los intimidaron, ni tampoco al gobierno peruano. Al año siguiente (191 l), ambos, el gobierno con la ayuda de la Casa Arana, se tomaron por la fuerza la localidad de La Pedrera, donde Colombia había establecido una pequeña guarnición militar. Con esta toma los peruanos intentaron consolidar su dominio sobre el río Caquetá, al controlar el raudal de Cupatí; así podían estrangular a los caucheros colombianos establecidos en los ríos Miriti Paraná y Apaporis, un área que se había convertido en refugio para los indígenas del sur del Caquetá que huían del régimen de la Peruvian, aunque los caucheros de esta zona no eran ni mucho menos unos ángeles.
Con el asalto a La Pedrera y el escándalo internacional, la opinión pública del país tomó conciencia de lo que sucedía en el Putumayo. Una gran incógnita flotaba en el ambiente: ¿por qué razón durante tantos años las autoridades del país, particularmente el gobierno de Reyes, se habían mostrado negligentes, por decir lo mínimo, con esta situación? Se rumoraba que círculos de la sociedad bogotana, y algunos ministros y altos funcionarios, estaban interesados directamente en que no se conociera la realidad de los hechos acaecidos en el decenio anterior.
En el estado actual de la investigación, resulta aventurado hacer juicios de responsabilidad histórica a Reyes y a su gobierno. Pero los acuciosos investigadores Jorge Villegas y Fernando Botero (1979) tal vez han encontrado la "conexión" del Putumayo al señalar los aparentes lazos de parentesco entre uno de los principales socios de Arana, el señor Vega, ex cónsul de Colombia en Iquitos, y un ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Reyes.
Manaos, los barones del caucho y el "coronel" Funes
Manaos se había convertido en el epicentro de toda la actividad económica de la extensa región del alto Amazonas. Su población había pasado, entre 1850 y 1903, de 8.500 a 50.000 habitantes.
La población era, en palabras del famoso etnólogo alemán Koch Grünberg (1967),"la ciudad industrial más importante de la cuenca interior del Amazonas y el puerto de embarque de las enormes cantidades de caucho que producen anualmente". Contaba con grandes avenidas, alumbrado eléctrico, modistos franceses, ingenieros de Liverpool, sociedades literarias, un teatro para la ópera donde se presentaban famosos cantantes de la época, hipódromo, etc.
A pesar de las fiebres malignas que azotaban la ciudad, con gran número de víctimas, la gente se divertía, cada una a su manera según su rango social. En la avenida Eduardo Ribeiro se regocijaba la sociedad de Manaos, que reunida en pequeñas mesas consumía un helado "chop", un whisky con soda o un simple refresco. Los domingos sus habitantes paseaban en tren eléctrico por la selva aledaña a la ciudad; cada semana, o en los días festivos, la banda mulata de la policía interpretaba música de Wagner, aunque sin duda tampoco faltaban los aires populares ya que "cuando se encienden los ánimos se recuerda que se está viviendo prácticamente al borde de la civilización (Ibid.). Entre los visitantes de la ciudad había numerosos indígenas de las regiones aledañas, quienes vestidos a la moda europea la recorrían en fila, unos tras de otros.
Gran parte de la población de Manaos era indígena 0 cabocla; ésta hacía los trabajos domésticos, o se ganaba el casabe (y el pan) vendiendo el producto de su caza o de su pesca en el mercado local.
La ciudad de principios de siglo era una digna" sede para los barones del caucho: Nicolás Suárez, Julio César Arana, Luis Silva Gómez, Manuel Vicente Carioca, Joaquín González Gómez Araújo y Germino Garrido y Otero. El Río Negro estaba dominado por los dos últimos. Don Germino, oriundo de España, vivía con sus hüos mayores en San Felipe, en el alto curso de aquel río, adonde había llegado en 1880. Según Koch Grünberg, era "un hombre excepcional por todos los aspectos, que conservaba la mentalidad y el carácter europeos Tenía una gran erudición, pues en medio de la selva estaba al tanto del " peligro amarillo", o de los problemas del "equilibrio europeo" y del premio Nobel. Se hallaba suscrito a los más prestigiosos periódicos y poseía una selecta biblioteca.
Los siringales de la empresa de Garrido estaban localizados en las márgenes del río ¡sana y en el alto Río Negro, adyacentes a la frontera venezolana. Parte de sus traba adores eran indios Baniwa (o Kurrij pako); éstos se hallaban sometidos al sistema del "endeude", de manera tal que estaban obligados a pagar en caucho o fariña, o cazando o pescando en el fundo del patrón. Además de Garrido, había otros caucheros de menor jerarquía, que mantenían una relación similar con la fuerza de trabajo nativa.
En el alto río Vaupés, el cauchero Gregorio Calderón había fundado el poblado de Calamarí. La localidad estuvo conformada en sus primeros años por un grupo de trabajadores Kubeo, en 1910 estos fueron reemplazados por indígenas Witoto y Karihona. Algunos caucheros se proyectaron sobre el río Isana y el Vaupés, buscando reclutar compulsivamente fuerza de trabajo indígena. Este último río, en particular, fue constantemente recorrido desde el salto de Yuruparí hasta la desembocadura del Cuduyarí. En el primer decenio del siglo, estos caucheros competían con la Casa Garrido y algunos empresarios menores. Como resultado de la lucha por la consecución de la fuerza de trabajo, las comunidades indígenas abandonaban con frecuencia sus asentamientos tradicionales y buscaban refugio en zonas de difícil acceso.
Aunque los recursos violentos no eran ajenos a la Casa Garrido, don Germino había adoptado otras estrategias de reclutamiento de la fuerza de trabajo. Se dice, por ejemplo, que contaba con un ejército de 400 hombres para proteger sus dominios, pero gran parte de la tropa estaba conformada por sus propios hijos o descendientes. Al parecer había tenido una vida muy prolífica en vástagos de madre indígena lo cual le permitía ser algo más que un patrón frente a las comunidades locales. Era un padrino que brindaba protección frente a abusos de terceros. A veces redimía la deuda de algún indígena, ya fuera por su avanzada edad u otro motivo. En algunas oportunidades se enfrentó con las mismas autoridades brasileñas, ya que éstas explotaban excesivamente a los indios. Sus relaciones con los nativos se daban, según R. Collier (1981), con 11 severidad patriarcal al tiempo que con bondad como lo haría un padre con su hüo".
En el alto Orinoco se había conformado otro gran "imperio", famoso en la literatura colombiana gracias a la La Vorágine, obra de José Eustasio Rivera, publicada en 1924.
El despegue de Tomás Funes, uno de los terribles personajes a que se alude en la novela, se inició un poco antes del 8 de mayo de 1913. cuando aceptó encabezar una rebelión de caucheros y comerciantes del alto Orinoco y Ciudad Bolívar contra el general Roberto Pulido, gobernador del Territorio Federal del Amazonas, en Venezuela. Según el escritor Rafael Gómez Picón (1953), Pulido se aprovechaba de su situación para arruinar a los otros comerciantes o para hacerse a sus ganancias. Por esa época, por ejemplo, ordenó que el caucho del alto Orinoco debía pagar el impuesto directamente en San Fernando de Atabapo; anteriormente este impuesto se hacía efectivo en Ciudad Bolívar con órdenes a cargo de las casas comerciales de aquella ciudad. Como los caucheros carecían de dinero en efectivo por el carácter estructural del sistema del "endeude" a que se ha hecho mención se veían obligados a vender el látex a precios inferiores a su valor real a los agentes de la Casa Pulido, compañía de propiedad del gobernador. Este otorgó, además, a un pariente cercano, los derechos de navegación de vapor por el alto Orinoco y el monopolio para el desplazamiento de automóviles, y de carga, en la zona de los temibles raudales de Atures y Maipures. La situación planteada ocasionó la ruina de numerosas empresas y la quiebra de no pocos barracones y de sus trabajadores.
El alzamiento tuvo éxito; Tomás Funes, apodado desde entonces el "coronel" Funes, se constituyó en líder de un movimiento social más amplio, que abarcó numerosas localidades. Al cabo del tiempo, se convirtió en el hombre fuerte de la región, desafiando incluso al poder central del dictador Juan Vicente Gómez. Simultáneamente, Funes aprovechaba su posición para transformarse en patrón indiscutido del alto Orinoco, en cuyos inmensos siringales trabajaban miles de indígenas sometidos al sistema del "endeude".
El gobierno venezolano pensó que resultaba más político ganar a Funes que combatirlo; éste fue nombrado gobernador, responsable de la región. Entonces se convirtió en un dictador regional, dando lugar a las historias de terror y de violencia que narra justamente Rivera.
11 ¿ Cuál podrá ser la suerte de los caucheros de San Fernando? (se interroga el autor de La Vorágine).Causa pavor considerarla. Pasado el primer acto de tragedia, palidecieron, pero el caudillo que improvisaron ya tenía fuerzas, ya tenía nombre. Le dieron a probar sangre n tiene sed. Venga acá la gobernación. El ó como comerciante, como gomero, sólo por i- mir la competencia; mas como le quedan competidores en los siringales y en las barracas, ha resuelto exterminarlos con igual fin y por eso va asesinando a sus mismos cómplices".
El 30 de enero de 1921 el "coronel" fue fusilado por las tropas del general Emilio Arévalo, quien había tomado por asalto su cuartel del río Atabapo, dando fin a su imperio.
Una élite regional en crisis, cuestionada pero poderosa
Con ocasión del escándalo del Putumayo", la clase dominante de Iquitos y del Departamento de Loreto, en el Perú, rodeó a Arana y expresó en múltiples formas su solidaridad con las "víctimas". Pablo Zumaeta, gerente de la Casa Arana en Iquitos y uno de los principales sindicados, fue elegido, después dé las acusaciones, como vice alcalde de la ciudad, vice presidente de la Cámara de Comercio local, presidente de la Sociedad de Benefactores, etc. Los periódicos locales apenas difundían algunos de los informes internacionales, y con frecuencia se acusaba de mala prensa o como exageraciones a los testimonios y publicaciones extranjeras.
De acuerdo con Stuart Fuller, cónsul norteamericano de la época en Iquitos, esta solidaridad y este silencio se debían no solamente al poder económico y político de la Casa Arana "ue sin duda era considerable," sino también a una actitud secular de las élites dominantes frente al indio y al sistema de peonaje por medio del cual se garantizaba la apropiación de una fuerza de trabajo relativamente escasa y fundamental para el funcionamiento del orden social.
La clase dominante de lquitos temía que una crítica de los excesos del Putumayo llevara a un cuestionamiento del sistema del "endeude" ,provocando una crisis del sistema de trabajo regional y de la cadena de créditos. De ello podrían resultar no solamente elevadas pérdidas, prácticamente irrecuperables, sino también un incremento en los costos de la mano de obra, en una coyuntura de depresión del precio del caucho amazónico que erosionaba la Iquitos tenía en ese momento aproximadamente 15.000 habitantes y dependía básicamente de la explotación del caucho silvestre. Hacía tres años Julio de 1909 enero de 1910) que la goma había alcanzado su cotización más alta en el mercado internacional, pero ahora su valor bajaba cada vez más y se vislumbraba una parálisis del negocio ¿Cómo aceptar, entonces, un cuestionamiento al régimen de trabajo sobre el cual se sostenía semejante urdimbre económica? .
La crisis de la compañía coincide con la caída del precio internacional del caucho amazónico, debida ésta a la competencia de las plantaciones inglesas en Malasia y Ceilán; estos cultivos se habían desarrollado a partir de semillas sacadas furtivamente del Brasil por Wickhan en las últimas décadas del siglo XIX. Camilo Domínguez (1976) opina que ello puede explicar, en parte, la disposición del gobierno británico para provocar el colapso de la compañía angloperuana y ordenar su disolución en 1912, así como su decisión de publicar el Libro Azul del Putumayo (en el cual se detallaban las investigaciones de Casement) como respuesta a la negligencia de las autoridades de Lima para tomar las medidas correctivas adecuadas.
Por otra parte, un gran número de familias de Iquitos había adoptado indígenas de diversas regiones, entre ellos muchos del Putumayo, que llegaban a la ciudad como resultado de un tráfico humano. Si bien los adoptados no tenían ningún salario, recibían alimento y vestido y algunos se hallaban incorporados a la vida familiar. Se había constituido, así, una unidad socio afectiva entre patrón e indígena difícil de deshacer. La reestructuración de esta relación de peonaje suponía un verdadero traumatismo social.
Además, el gobierno de Lima tenía que ser cuidadoso, porque los loretanos estaban relativamente aislados de los centros de poder de la Costa y coqueteaban, de vez en cuando, con proyectos separatistas.
Teniendo en cuenta estas circunstancias regionales, era difícil que se produjeran cambios radicales en la situación de los indígenas del Putumayo. De hecho, como lo constató el cónsul norteamericano citado, en la región del Putumayo los funcionarios del Estado (militares, jueces de paz, comisarios, etc. combinaban sus labores oficiales con cargos directamente ligados a la explotación del caucho, o como empleados de la Casa Arana.
Los intentos reformistas no tenían ninguna perspectiva porque, al fin y al cabo, Arana podía decir "El Estado soy yo". De ahí que, una vez pasado el huracán del escándalo, y con la atención mundial centrada en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, la situación social continuara más o menos similar a la existente en la década anterior, aunque tal vez Arana y sus secuaces aprendieron a 1 cuidar más su mano de obra, porque después del colapso del mercado del caucho, era lo único que les quedaba.
Rebeldes nativos contra el barracón
Los indígenas respondieron de diversas formas a los métodos compulsivos de los caucheros. Como vimos, con frecuencia se desplazaron o huyeron hacia otra áreas buscando refugio. Esta estrategia "cimarrona" recreó probablemente todo el panorama interétnico regional, fusionó grupos y generó una nueva dinámica sociocultural. Pero no siempre los indígenas huían: en muchos casos organizaron sus propios movimientos de resistencia y de lucha contra los caucheros.
En el Isana y en el Vaupés resurgieron los movimientos mesiánicos. Anizeto Salvador, del ¡sana, había conformado un movimiento hacia 1875. Se autoproclamó como el "Mesías" o el "segundo Cristosegún el etnólogo alemán Koch Grünberg (1967):
En curaba enfermos exhalando su aliento sobre ellos o colocándoles las manos sobre el cuerpo y visitaba las poblaciones en medio de enorme boato. Les decía a sus discípulos que no debían trabajar más en las plantaciones, porque estaban con su bendición para que los sembrados crecieran por sí solos, Las gentes venían desde muy lejos para consultarle, le traían cuanto tenían y celebraban fiestas sin fin, con baile que se prolongaba día y noche sin interrupción".
En 1880, en el área del río Vaupés apareció otro mesías.
"Decía llamarse Vicente Cristo e invocaba a los espíritus de los muertos y a Tupana, el Dios de los cristianos. Hacía bailar a sus seguidores alrededor de la cruz y afirmaba ser el representante de Tupana y el padre de los misioneros que habían sido enviados al Caiary Vaupés únicamente debido a que él personalmente le había rogado a Dios que los enviara. Por la fuerza de su personalidad, despertó el fanatismo de los indios a todo lo largo del río y atrajo gran número de adeptos; sin embargo, al poco tiempo abusó de su poder: les aconsejó a los indios que echaran al río a los blancos porque los estaban explotando. Esto provocó pánico en toda la región, donde ya se preveía un levantamiento indígena..." (Ibid.).
La reacción de los caucheros y de las autoridades fue rápida y brutal. Anizeto fue encarcelado y enviado durante un año a trabajos forzados en Manaos, donde tuvo el "honor" de participar en la construcción de la catedral. El "Cristo del Vaupés" fue apaleado y encarcelado varios días en Barcellos. Se argumentaba en todos estos casos que los "sediciosos" abandonaban el trabajo y se dedicaban a la holgazanería.
Pero los rebeldes no se limitaron a estos nombres ni a aquella zona. Koch Grünberg insiste en la existencia de muchos otros líderes cuyos movimientos se fundaban en tradiciones religiosas propias (particularmente Arawak) con simbolismos católicos.
Al sur, en el Trapecio Amazónico, los Tikuna respondían de manera más o menos similar a la opresión de los caucheros de otros sectores. A comienzos del siglo, dos jóvenes tuvieron diversas visiones proféticas y agruparon numerosos adeptos. A uno de ellos, los indígenas le construyeron una casa aparte para que continuara conversando con los espíritus. Ninguno de los dos fue soportado por los caucheros blancos, y fueron atacados; uno de ellos, con el pretexto de que no pagaba impuestos.
En los bajos río Caquetá y Putumayo hubo con frecuencia movimientos de resistencia. Según el antropólogo Horacio Calle (1982), el jefe Witoto Nofurema combatía en el río Cara Paraná a los caucheros blancos y a sus colaboradores nativos. En 1903 una comunidad aborigen Andoke, según algunas fuentes tendió una celada a un grupo de caucheros que pretendía incorporar indígenas a la explotación de la siringa. Sus cabezas fueron cortadas y exhibidas sobre los manguarés; sus brazos y piernas se conservaron en agua para atemorizar a los invasores.
En 1903 y 1904, lfé, un cacique Witoto, se rebeló con su gente, pero fue capturado y muerto por Miguel Loaiza, capataz de la Casa Arana en El Encanto. Los relatos orales de los Muinane dan cuenta de la existencia del "capitán" bora Makapaamine, quien atacaba con tácticas de guerra de guerrillas las lanchas de la compañía. Se dice que era un antiguo boy, criado en lquitos y entrenado por los peruanos, cuyos propósitos eran los de expulsar a todos los blancos de sus territorios.
La región del Apaporis y del Miriti Paraná fue también escenario de luchas entre indios y caucheros. En 1908, por ejemplo, el patrón Braulio Borrero fue muerto por los Yukuna. En 19 10 Cecilio Plata quiso instalarse en el Miriti Paraná utilizando métodos violentos. Al poco tiempo, sin embargo, fue ajusticiado junto con su hijo, por un indio Letuama. Y tres hombres que vinieron a vengarlos cayeron en manos de los Yukuna. Posteriormente, cuenta el antropólogo Martin von Hildebrand, los blancos perpetraron una matanza como represalia (Corry, 1976).
El alzamiento de Yarocamena es el movimiento más célebre de toda la región. Posiblemente ocurrió en 1917; enfrentó a los Witoto, bajo el liderazgo de aquel jefe, con caucheros y tropas del ejército regular del Perú. Después de matar algunos caucheros, los rebeldes se refugiaron en la maloca de la localidad de Atenas, en el alto Igara Paraná. Allí fueron sitiados por sus enemigos; al cabo de algunos días, la maloca fue incendiada y masacrados la mayor parte de sus ocupantes, hombres, mujeres y niños (Yepes & Pineda C., 1985).
Las formas de resistencia social se expresaban también en acciones menos dramáticas pero que afectaban de todas maneras al cauchero. Se mezclaba la goma con piedras y otros objetos; en otras ocasiones ciertos grupos optaron por talar los árboles de caucho, pensando que de esta forma alejarían a los "blancos".
Las misiones a comienzos del siglo XX
Aunque a mediados del siglo pasado algunos misioneros se establecieron en ¡as márgenes del Río Negro, su labor no tuvo mayor impacto, en parte debido a los acontecimientos de esa época ya reseñados. En 1880, los padres franciscanos se instalaron en el Vaupés y fundaron diversos pueblos de misión. Se estima en 22 el total de aldeas misioneras establecidas y habitadas por indígenas de los grupos Desano, Tariano, Tukano, Wanano, Piratapuyo, Baniwa, Kubeo y Makú, entre otros. Los pueblos de Taracuá (San Francisco) e Ipanoré (San Jerónimo Jesús y José), por ejemplo, tenían 245 y 330 habitantes, respectivamente. Tukano (Santa Isabel) y Uirapoco, sobre el río Tiquié, albergaban 173 y 250 almas, en su orden.
En Ipanoré se construyó una iglesia, y en una de sus paredes se pintó comenta el etnólogo Hugh Jones (1981) "una imagen de Yuruparí ardiendo en el infierno".
En 1883 los padres profanaron en este pueblo algunos objetos rituales. Esto provocó un levantamiento de los Tariano, por lo cual los misioneros se vieron obligados a retirarse del área; posiblemente las maquinaciones de los caucheros hayan influido en la rebelión, porque los religiosos eran un obstáculo a su "política laboral". lo cierto es que un misionero intentó desacralizar el ritual de Yuruparí, mostrando durante una misa concurrida las máscaras secretas (makakarua, o máscaras elaboradas con pelos de mono); Koch Grünberg describe así esta profanación:
"El domingo cuando había mucha gente en la iglesia, especialmente mujeres, el padre Mateo, quien celebraba la misa, les mostró súbitamente el Yuruparí, para demostrarles que no debían temer a los demonios y derrotar así, de una sola vez, el paganismo. Un terrible tumulto fue la respuesta a esta mala jugada. Las mujeres se tiraron al suelo y escondieron llenas de miedo el rostro, los hombres trataron de huir, pero encontraron todas las puertas cerradas y al padre José como centinela. Los hombres se lanzaron con bastones y otras armas sobre el padre Mateo ......
Y de no haber sido por un crucifDo de bronce y la intervención de un jefe indígena, los misioneros hubieran salido mal heridos. Los payés ordenaron entonces un ayuno general; durante un mes ejecutaron diversos rituales de purificación; y en los días siguientes Yuruparí apareció en varias oportunidades, hecho que dió lugar a diferentes interpretaciones. Según un chamán, venía a pedir que los indígenas se subordinaran a los misioneros; otros sostenían que tenía ira contra ellos (Wright, 1981).
Esta profanación obligó a los misioneros, de tal manera, a abandonar los pueblos; la mayor parte de estos desapareció, y los indígenas regresaron a sus patrones de asentamiento tradicional.
Para efectos M trabajo misional, a partir de 1910 el Vaupés fue dividido entre los salesianos, bajo el auspicio del Brasil, y los padres monfortianos, delegados por Colombia. Los salesianos restablecieron las misiones en Saó Gabriel (1920), Taracuá (1923) y Yavaraté (1929), entre otras. En 1914 los monfortianos se instalaron en el río Papurí, donde fundaron el poblado de Monfort, con indígenas Tukano. Posteriormente crearon otros centros de misión en el mismo río.
En vez de fomentar desde un principio grandes aldeas, como habían hecho sus predecesores, la estrategia de los nuevos misioneros consistió en levantar "internados" o centros de escolarización para niños indígenas, donde se les retenía durante gran parte del año; así pensaban inculcarles la religión católica, y transmitirles valores, técnicas y conocimientos del mundo blanco". Con los internados se pretendía también aglutinar paulatinamente a los adultos, atraídos por la venta de mercancías que allí se realizaba, así como por ser lugar de compra de algunos de sus productos.
A los niños se les prohibía el uso de sus lenguas vernáculas, a no ser el Tukano, que las misiones tomaron como lengua franca. Los misioneros entendían que debían aculturar a los indígenas, y fomentaban en los menores, según Myriam Jimeno (1979), el aprendizaje del uso de las matemáticas, el valor de la moneda, y otros conceptos de la economía de mercado.
En el plano ideológico, los religiosos prohibieron realizar los rituales de Yuruparí y otras festividades de intercambio. Los viejos incineraron y enterraron los objetos rituales: plumas, collares, flautas. Los padres propiciaron la desaparición de las malocas, estimulando la construcción de casas individuales con características derivadas de la cultura occidental.
Simultáneamente, los misioneros capuchinos penetraban en el sector del alto Putumayo. En 1912 fundaron Puerto Asís y Puerto Umbría, centros de interacción de indígenas y colonos; posteriormente establecieron Alvernia, con un grupo de colonos antioqueños. Las misiones fomentaron la colonización del Putumayo, aunque en parte este proceso venía ocurriendo espontáneamente desde años atrás. Los religiosos tuvieron también un rol destacado en la construcción de obras de infraestructura, como el camino de Pasto a Puerto Asís y el puente "Monclar" sobre el río Mocoa, entre otras.
Las misiones desempeñaron algunas funciones administrativas y civiles, delegadas por el Estado. Sus objetivos se concentraban en evangelizar y acultural a los indígenas, fomentar la colonización e integrar la región del Putumayo a la economía nacional. Sin duda lograron parte de sus propósitos. En 1923, el Putumayo tenía un panorama étnico y demográfico diferente al de medio siglo antes. En Mocoa, Puerto Asís, Santa Rosa y Umbría, entre otros lugares, habitaba una numerosa población "blanca", con propósitos de colonización y asentamiento definitivo. Pero, de otra parte, el incremento de la colonización posiblemente fue causante de numerosas epidemias que diezmaron a ciertas comunidades indígenas como los Siona, entre otros.
Los capuchinos tuvieron también una visión etnocéntrica hacia los indígenas, típica de su época; consideraban muchas de las prácticas y costumbres nativas como pecaminosas o "salvajes"; utilizaron métodos pedagógicos severos y etnocidas. En el valle de Sibundo y establecieron grandes haciendas con base en el trabajo indígena; su evolución y los métodos allí aplicados, han sido estudiados por Víctor Daniel Bonilla (1969).
Las misiones fueron, sin duda, la punta de lanza oficial para la incorporación de las regiones amazónicas al resto del país.
Regionalismo y conflicto colombo peruano
El área comprendida entre los ríos Caquetá y Putumayo, al este del río Caucayá, permaneció bajo el control de la Casa Arana a pesar del escándalo internacional referido y del colapso del mercado del caucho silvestre amazónico. En las márgenes de sus diferentes ríos se localizaban, por otra parte, algunos puestos militares del Perú.
Posiblemente debido a la inminencia de un acuerdo con Colombia, el gobierno peruano se adelantó a reconocer a Arana, mediante resolución de agosto de 192 1, la propiedad de los territorios y los campamentos de la Casa a ambos lados del Putumayo, con una extensión de 5´774.000 hectáreas; esta decisión fue tomada sin tenerse en cuenta los derechos de los miles de indígenas que allí vivían, ni los derechos que Colombia reclamaba. Unos meses más tarde, en marzo de 1922, se firmó el Tratado Lozano Salomón que estableció las fronteras amazónicas entre las Repúblicas de Colombia y del Perú. De acuerdo con el documento suscrito, el río Putumayo constituía el límite entre las dos naciones, correspondiendo a Colombia la banda norte. Así mismo, se reconocía la soberanía de nuestro país sobre un área entre el río Putumayo y el Amazonas, con una zona de 115 kilómetros sobre las riberas de este último río, entre Leticia y Atacuarí. A cambio, Colombia reconocía al Perú la inmensa franja de selva situada entre el Putumayo, el Napo y un amplio sector del curso del Amazonas.
Este arreglo internacional generó una verdadera colisión de intereses entre la clase dominante de Iquitos particularmente su senador Julio César Arana y el gobierno central peruano. ¡Y ello no obstante que el 5 de agosto siguiente el gobierno de su país titulase a Arana el predio citado, incluidas 3.553.600 hectáreas de la banda norte del Putumayo, en un territorio bajo la soberanía de ColombiaL? En Iquitos había también descontento por el reconocimiento del área del Trapecio Amazónico una petición en la que Colombia había permanecido inflexible para llegar a cualquier acuerdo , y ello pesea que el Tratado garantizaba los derechos adquiridos de sus moradores.
De espaldas a lo establecido por los dos países, la Casa Arana continuó expandiéndose en la región, proyectándose fuera de sus dominios hacia áreas contiguas, en busca de balata o enganchando por la fuerza nueva gente indígena.
En 1924 José Eustasio Rivera informó, en El Tíempo de Bogotá, acerca de la penetración de dicha empresa al norte M río Caquetá y de la permanencia de un régimen esclavista en sus operaciones. Los pobladores de Florencia y áreas aledañas temían un posible asalto peruano, ya que se rumoraban movimientos de tropas de dicha nacionalidad. Sin embargo, el gobierno colombiano desmentía las versiones y declaraba que todo estaba en orden. Las voces de alerta de Rivera y de otros colombianos calaron en la opinión pública. En el mismo año, por ejemplo, se produjeron manifestaciones en Medellín para denunciar "la invasión de los peruanos" y los atropellos cometidos contra indios, caucheros y colonos del área usurpada.
A pesar de sus esfuerzos, Arana no logró detener la ratificación de[ Tratado por el Congreso del Perú, en 1928.
Sus actividades no habían pasado desapercibidas en nuestro país, como tampoco lo había sido la paradójica decisión del Perú al titular seis años antes un predio que no le pertenecía porque su propiedad estaba "viciada de nulidad desde su origen". El 22 de diciembre de 1928, un periódico de Bogotá informaba a¡ respecto, de acuerdo con la antropóloga Mary Figueroa (1986):
"Quedó definitiva y ruidosamente vencida la orientación política de la Casa Arana en relación con el Tratado de límites con Colombia. El día de ayer el Congreso Peruano aprobó el Tratado fírmado en 1922 por el Senador Lozano, Ministro Plenipotenciario de Colombia y el señor Salomón, Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, sin modificaciones de ninguna especie, por 102 votos afirmativos contra siete negativos; dentro de los cuales se contaba el dado por el señor Arana".
Ante el fracaso de su iniciativa, Arana optó por desplazar compulsivamente los miles de indígenas que estaban bajo su poder, hacia la banda sur del Putumayo, el río Ampiyacú y las riberas del Napo.
En 1928, un funcionario enviado por el gobierno colombiano para censar las poblaciones del río Caquetá encontró la mayor parte de las localidades sujetas a la Casa Arana totalmente desocupadas, la población indígena deportada y no pocos indios huyendo hacia el norte, al Orteguaza o al MiritiParan?á, para escapar de la diáspora (Mora, 1975).
Muchos indígenas de la Amazonia todavía cuentan cómo fueron conducidos bajo diversos pretextos a La Chorrera y embarcados en ]anchas hacia la margen peruana del Putumayo. En ese entonces centenares de ellos fallecieron víctimas de las enfermedades, el hambre y el trauma causado por el proceso de desplazamiento rápido, masivo y compulsivo. El antaño pobladísimo territorio de la actual Comisaría del Amazonas quedó prácticamente desolado, con unos pocos fugitivos y refugiados en la selva.
En 1930 se organizó una expedición civil y milítar al Putumayo y al Trapecio Amazónico con el fin de tomar posesión de las localidades bajo soberanía colombiana y fomentar colonias militares, entre otros propósitos. Después de un penoso viaje por el camino de herradura que unía a Pasto con Puerto Asís, la comisión llegó al río Putumayo.
La mayor parte de los asentamientos que hallaron eran pequeños caseríos, con viviendas de yaripa y palma. La expedición reorganizó algunos de los principales núcleos humanos, como Caucayá (hoy Puerto Leguízamo), instalando autoridades civiles y dotándolos de servicios mínimos y alguna infraestructura, y también estableció la navegación permanente por el río Putumayo. Un año antes se había iniciado la construcción de la trocha Caucayá La Tagua, un tramo estratégico de 25 kilómetros que comunica los ríos Caquetá y Putumayo.
En el curso de su viaje hasta Manaos los comisionados visitaron las localidades de El Encanto y Tarapacá. En El Encanto fueron "amablemente" recibidos nada menos que por Loaiza y Seminario, agentes de la Casa Arana y copartícipes en el genocidio contra los indígenas.
El 8 de agosto, después de visitar Manaos e lquitos, la comisión llegó a la Hacienda La Victoria (que luego sería rebautizada "Francisco José de Caldas)", contigua a la localidad de Leticia. Una semana más tarde tomaban posesión de la zona según los términos del canje.
Leticia era entonces un pequeño caserío que incluía un resguardo de aduana peruano. Había sido fundada por ciudadanos de ese país en 1867, y apenas había logrado crecer demográfica mente. A unos 20 kilómetros se encontraba la citada hacienda, propiedad de un influyente hombre de lquitos; ésta poseía unas 800 hectáreas desmontadas, dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, con la cual se fabricaba alcohol principalmente utilizado como combustible para ¡a navegación fluvial , aunque también se negociaba con madera fina.
No hubo incidentes durante el canje y la población peruana no manifestó inconformidad alguna. Con excepción de una fría indiferencia de los habitantes de lquitos, con ocasión del desembarco de los comisionados en dicha ciudad, todo resultaba normal.
El 22 de agosto de 1930 un golpe militar depuso al presidente Leguía y el comandante Sánchez Cerro asumió el poder en el Perú. Los opositores de Leguía aducían que éste había entregado el Putumayo a Colombia; y el mismo Sánchez Cerro había declarado que el presidente había "vendido" esa región a Colombia.
Nuestros comisionados tuvieron una primera sorpresa cuando, dos semanas después del canje, volvió a Leticia el prefecto de Loreto en un barco de guerra, pero en condición de asilado político porque había sido desterrado de su patria acusado de alta traición por los loretanos.
Mientras en el Perú la oposición al Tratado aumentaba, nuestro gobierno tomó algunas medidas para salvaguardar la seguridad de Leticia, que empezaba a dar los primeros pasos para su desarrollo. A mediados de 1931, la guarnición fue reforzada con 35 hombres adicionales; esta era una cifra más bien simbólica ya que el Perú disponía en la Amazonia de una fuerza con creces más poderosa.
En febrero de 1932 la guarnición colombiana fue retirada hacia El Encanto ya que carecía de suficiente capacidad defensiva; con razón el comisario del Amazonas, Alfredo Villamil, la describía como 11 un incentivo poderoso para un triunfo fácil", algo que podía llevar a la repetición de lo ocurrido en La Pedrera dos decenios atrás.
Diversos factores, llenos de significados en cuanto a intereses personales, rivalidades políticas, ambiciones económicas, o sentimientos de odio, propiciaron que el proyecto de usurpación fraguado por dos hombres de la Hacienda La Victoria, fuera secundado por las guarniciones militares y la población de la Amazonia peruana e, incluso, por el pueblo de Lima y sus dirigentes. Entre aquellos factores convergentes se apreciaban: el descontento de los loretanos pudientes ante el Tratado; las conveniencias políticas de Sánchez Cerro y de los enemigos de Leguía: el interés de un candidato a la presidencia del Perú, el general Ordóñez, por captar el apoyo regional de Loreto, del cual había sido prefecto; el desafío que representaba para Iquitos el nombramiento de Alfredo Villamil como primer comisario de Leticia ya que con anterioridad se había desempeñado en el consulado de Colombia en aquella ciudad peruana .
Así, pues, el lo. de septiembre de 1932 el conflicto colombo peruano por los territorios amazónicos quedaba planteado con la toma de Leticia por los peruanos. Los acontecimientos que siguen son conocidos. El ejército colombiano, conformado por distinguidos oficiales, por soldados de diversos lugares del interior, pero también por indígenas del oriente colombiano, y auxiliado por misioneros capuchinos como capellanes militares, derrotaron a los peruanos en Tarapacá y Güepí.
La labor de la diplomacia colombiana fue exitosa, y se logró un arreglo bajo el auspicio de la Sociedad de Naciones. Fue necesario que ocurriera una guerra para garantizar los derechos de Colombia en la Amazonia y para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo, aún cuando el gobierno no fuese plenamente consciente de la significación socio histórica de estos hechos.
Algunos historiadores consideran útil preguntarse sobre qué hubiera pasado si en vez de hacerse lo que se hizo se hubiera actuado de otra manera. Con la debida dispensa, preguntémonos: ¿Hubiera logrado Colombia hacer avanzar sus tropas hacia Iquitos como lo pedía un líder político conservador y modificar con el eventual triunfo de las armas, los términos del Tratado? ¿El acuerdo logrado consistió, como lo afirmaba Silvio Villegas, en "mutilar una victoria militar"? Poco probable, porque el comportamiento loretano correspondía al de una sociedad regional relativamente consolidada; a la postre, aquella habría logrado imponerse, aunque quizás no en su punto más débil: el Putumayo. Aquí, sin duda, había perdido la batalla moral 20 años atrás, cuando por complicidad con Arana contribuyó a mantener un orden social genocida.
Epílogo: la historia presente
En 1939 el gobierno de Colombia entró en negociaciones directas con Julio César Arana; a pesar de todo, y como haciendo tabla rasa del pasado, reconoció pagarle US$ 200.000 por el Predio Putumayo y sus mejoras. El Banco Agrícola Hipotecario de Colombia, obrando a nombre de nuestra República, le canceló a Arana en ese tiempo la suma de US$ 40.000.
Veinticinco años más tarde, en 1964, durante el gobierno del presidente Guillermo León Valencia, la Caja Agraria pagó la suma restante a Víctor Israel, causahabiente de la Peruvian Amazon Company, que aparentemente había sido liquidada, y a herederos de Arana, cerrándose así ¡a negociación. Con esto quedaba supuestamente sellada la triste historia de la Casa Arana en Colombia.
En 1975, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, INCORA, estableció varias reservas en el río Caquetá, beneficiando a numerosos indígenas Witoto, Muinane y Andoke. En 1982, se proponía hacer algo similar, constituyendo un gran resguardo en el río Igara Paraná, en cuyas riberas se encuentran diversas localidades habitadas por Witoto, Bora y Okaina, sobrevivientes de la hecatombe cauchera.
Para sorpresa de todo el mundo, la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, descubrió entre sus activos el Predio Putumayo, y demandó suspender todo reconocimiento de los derechos de los indígenas puesto que alegaba ser la propietaria de tales tierras; basaba su alegato en el papel de intermediación desempeñado 40 años atrás. El Predio Putumayo es un territorio de aproximadamente 5´000.000 de hectáreas (según levantamiento realizado recientemente por el INCORA) que abarca una gran par te de la Comisaría del Amazonas, desde el Caquetá hasta el Putumayo, de norte a sur, y desde el río Pupuña hasta cerca de Puerto Leguízamo.
Como un nuevo capítulo de una lúgubre epopeya que pudiera calificarse como "La vorágine del caucho", una entidad del Estado se arroga el derecho de disputarle las tierras a las comunidades indígenas que las han habitado por milenios. Olvida esta entidad los legítimos derechos de los reales dueños de tales territorios, víctimas del genocidio de la casa cauchera y, a su vez, fuente del "derecho" de la misma Caja Agraria. Cuando se escribe una historia, quien testimonia tiene la seria dificultad de determinar cuándo empezar y dónde terminar. En el caso de la historia que nos ocupa, no cabe duda de que el capítulo aún no está cerrado.
#AmorPorColombia
El ciclo del caucho 1850 - 1932
A comienzos del siglo XX la bonanza cauchera, de hondas repercusiones internacionales, había marcado ya significativamente la fisonomía y la vida de los centros ribereños de la cuenca amazónica, ligados a la extracción y al comercio de la goma un sector del puerto de Manaos hacia 1930.
Tronco de árbol de caucho, "jebe", "síringa" o borracha (Hevea sp.) rayado para obtener el látex. Obsérvense las trazas en la corteza por la repetida aplicación de esta técnica para lograrla "sangría".
Plantación de cultivariedades de caucho, producto de mejoramiento genétíco, en el piedemonte del Departamento de] Caquetá. El cultivo de las Hevea continúa ofre ciendo interés económico. La demanda mundial del producto se mantiene de bido a nuevas tecnologías en aplicacio nes del caucho natural, as¡ 1 como a su eficacia en diversos usos combinado con los cauchos producidos artificial mente. Los nuevos cultivos caucheros han venido siendo impulsados con éxito por el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, INCORA.
La embarcación de Jules Crévaux entrando al río Yary. Usando un medio de transporte semejante, el explorador recorrió los cursos de los ríos Caquetá y Putumayo en el decenio de 1870. Mapa de la Provincia de Maynas, elaborado en 1779 por su gobernador, don Francisco Requena, primer comisionado de límites. "Cón pocas excepciones, entre las que se destaca la labor del coronel íngeniero Don Francisco Requena, fueron militares, políticos, comerciantes y naturalistas portugueses quienes recorrieron la región y expandieron la frontera lusitana con grave detrimento para los intereses de¡ imperio español y las pos~ teriores repúblicas andinas" (Franco, 1986).
Estación cauchera de El Retiro, en el primer decenio del siglo. En 1903, año de fundación de la Casa Arana, había ya cerca de medio centenar de centros de acopio como éste, en los ríos Igara?Paranáy Cara?Paraná, dependientes de la compañía.
El vapor "Río Putumayo", de bandera colombiana, en mantenimiento. La navegación en embarcaciones de este tipo en las áreas amazónicas durante la segunda mitad del siglo XIX, se vio estimulada por las perspectivas que ofrecían diversas economías extractivas, entre ellas, la del caucho fue ocupando paulatinamente lugar preponderante.
El puerto de Manaos hacia 1880.
Naturales de Tabatinga, buscadores de caucho.
Navegación en barco de vapor por el río Putumayo (Ica) hacia finales del decenio de 1870. El fomento de este sistema de transporte en la región, a partir de 1850, estimuló la actividad de los comerciantes, así como la trata de esclavos indígenas de áreas colombianas hacia sectores del río Amazonas.
Las incisiones profundas hechas en la corteza de las Hevea durante la "Sangría". seccionan los vasos conductores de] látex, produciéndose su escurrimiento. En la parte inferior, donde coinciden los cortes hechos en la jornada, Se inserta una pequeña espita de tal manera que el fluido gotee en un recipiente.
Las incisiones profundas hechas en la corteza de las Hevea durante la "Sangría". seccionan los vasos conductores de] látex, produciéndose su escurrimiento. En la parte inferior, donde coinciden los cortes hechos en la jornada, Se inserta una pequeña espita de tal manera que el fluido gotee en un recipiente.
Los procedimientos y el utillaje utilizados en la extracción del látex, y en su preparación para la fabricación del caucho, han sufrido algunas variaciones en el transcurso del siglo XX, pero las etapas del proceso se mantienen. El caucho es retirado de las artesas después de su coagulación.
Sistema actual del laminado de lagorna.
Indígena Witoto de comienzos de siglo. En la época, esta etnia poseía uno de los mayores volúmenes de población aborigen de la Amazonia colombiana. Resultaron, sin embargo, entre los más afectados demográfica y culturalmente, por las políticas aplicadas por las empresas caucheras.
Una calle de Iquitos en la segunda mitad del siglo XIX. La modesta y primaria vida de villorrio que deja adivinar esta ilustración, daría paso, con el auge de la explotación cauchera en la región amazónica ?que adquiere especial dinámica al iniciarse el siglo XX? a un centro de poderosa actividad empresarial y económica, desde donde se influía e intrigaba sobre decisiones Políticas del Perú. Fue la sede de la temible y legendaria Casa Arana Hermanos, fundada en 1903.
"Muchachos? indígenas (boys) al ser vicio de la Casa Arana, con un capataz al frente. Enganchados para aplicar todo el poder coercitivo consustancial al régimen esclavista de las explotacio nes caucheras de la época, resultaban eficientes en sus tareas de control de las poblaciones aborígenes, por el co noci . miento de sus lenguas y de sus hábitos. Conformaban comisiones de 15 a 20 individuos armados.
Visión romántica de finales de¡ siglo XIX sobre el procesamiento de¡ látex. contrastante con las reales condiciones de desarraigo y explotación a que fue sometida la mano de obra en las caucherías.
Mujer Bora condenada a morir de hambre por la Casa Arana. Uno de los documentos más impactantes sobre el periodo de???laviolencia de los perua ? nos ". denominación dada por los indígenas a los acontecimientos de los primeros decenios del presente siglo. Se estima que más de 40. 000 de ellos murieron sólo entre 1900 y 1910, víctimas del régimen de esclavitud impuesto por las actividades caucheras.
La Opera de Manaos, teatro construido en el periodo de la bonanza cauchera, La edificación, le van tada y decorada con materiales traidos del exterior, y esce nario de representaciones de los artis tas más cotizados mundialmente en su época, es símbolo de una etapa histó rica que inició su declive con la caída del precio internacional del caucho amazónico: la fije oca si . onada por la competencia de las plan ? taciones inglesas de Hevea en Malasia y Ceilán.
Vista de una chacra cerca de Manaos a finales del siglo XIX.
Viaje en angarillas cerca de la aldea de Napo". La utilización de la fuerza de trabajo indígena al arbitrio del blanco en las áreas amazónicas, no había estado ausente de la historia en los tiempos previos al ciclo del caucho.
El cónsul británico Mitchel ?destacado en Iquitos a mediados del decenio de 1910?, de visita en una comunidad Witoto, delante de los ???tambores(xilófonos) manguaré ?hembra? y
Los objetivos de las misiones de comienzos de siglo, se centraban en la evangelización y aculturación de los indígenas para permitir la integración de sus etnias y de sus territorios a las corrientes de la economía nacional.
Visión panorámica del barracón cauchero de El Encanto, sobre el río Cara ? Paraná, hacia 1914. La Casa Arana había dividido sus operaciones entre dos grandes distritos, uno de ellos tenía como sede El Encanto, y el segundo la localidad de La Chorrera, sobre el río Igara?Paraná. En estos centros se acopiaba el caucho extraido de las diferen ? tes sucursales y se embarcaba hacia Iquitos Desde ellos se controlaba también el cumplimiento de las providencias que decidían sobre vidas y bienes en los territorios administrados.
Sede central de la estación cauchera de El Encanto. La bandera peruana ondeaba sobre territorios tomados coer citivamente por osados empresarios de aquel país, que en 1907 llegaron a consolidar el control de la navegación por el río Putumayo.
Grupo de indios salvajes del Caquetá ", fue el título dado por el padre Gaspar de Pinell a esta ilustración, incluida en la memoria de su labor apostólica por los ríos Putumayo, Guayabero, Caquetá y Caguán, publicada en 1929. Los intentos de revitalización de las actividades misioneras en territorios amazónicos a mediados del siglo XIX no lograron mayores resultados Corrientes posteriores intensificadas hacia 19 10, fueron más auspiciosas y en la práctica definieron los rasgos principales del panorama pastoral actual de la iglesia católica en dichas áreas del país.
Acción de guerra durante el conflicto, colombo?peruano por los territorios amazónicos. Su detonante: la toma de Leticia por los peruanos el lo. de septiembre de 1932.
El desconocimiento, por parte del Perú, del Tratado Lozano?Salomón ?definido con Colombia en 1922 y ratificado por el Congreso de aquella nación en 1928?, así como las acciones de fuerza consiguientes sobre territorios de nuestro país, produjeron amplíos llamamientos a la solidaridad nacional.
El ejército colombiano participante en los entrentamientos con el Perú, se hallaba conformado por soldados de diversos lugares del interior. Pero también había, entre ellos, indígenas del oriente del país. Misioneros capuchinos oficiaron como capellanes militares.
Testimonios sobre los tiempos, los actores y los lugares del conflicto. Fue necesario que ocurriera una guerra para garantizarlos derechos de Colombia en la A Amazonia y para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo.
Testimonios sobre los tiempos, los actores y los lugares del conflicto. Fue necesario que ocurriera una guerra para garantizarlos derechos de Colombia en la A Amazonia y para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo.
El general Alfredo Vásquez Cobo (centro), a quien el presidente Enrique Olaya Herrera nombrara comandante enjefe de la Expedición Militar al Amazonas (1932?1934), empresa que terminó por recuperar los territorios que legitimamente Pertenecían a Colombia. Alfonso López Fumarejo (derecha) influyó en la creación de un clima propicio para la solución final del conflicto. Con tal objetivo, y a título individual, visitó a comienzos de 1933 al mariscal Oscar Benavides, presidente del Perú, a quien había conocido en Londres (Fotografía tomada durante la primera presidencia del doctor López Pumarejo?)
Tropas coiombianas en la mani . gua y en los ríos amazónicos El alegato so bre los espacios que nos habían sido usurpados, reforzó los atisbos de una conciencia sobre la soberanía territo rial, y sobre la necesidad de definir e impulsar políticas de ocupación e incorporación de las áreas de frontera. Así, en los primeros decenios del siglo, el país descubrió la existencia de una Colombia amazónica.
Tropas coiombianas en la mani . gua y en los ríos amazónicos El alegato so bre los espacios que nos habían sido usurpados, reforzó los atisbos de una conciencia sobre la soberanía territo rial, y sobre la necesidad de definir e impulsar políticas de ocupación e incorporación de las áreas de frontera. Así, en los primeros decenios del siglo, el país descubrió la existencia de una Colombia amazónica.
Roberto Pineda Camacho
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad de los Andes
El territorio del Caquetá y sus habitantes en 1850
La región amazónica había resistido exitosamente a los intentos de integración de la economía colonial. Esta situación era palpable a mediados del siglo pasado. Para 1849, los inexactos censos de la época estimaban la población total del territorio del Caquetá (conformado por las antiguas jurisdicciones de Mocoa y Andakí) en 16.791 habitantes, de los cuales 254 eran blancos, entre ellos dos sacerdotes (en Sibundoy y Aguarico) (Cuervo, 1894).
En el mismo año, la vieja población de Mocoa albergaba 370 personas, incluidos 40 colonos. Entonces desempeñaba un precario rol de epicentro regional y de eslabón del comercio entre Pasto y Belérri del Pará. En 1858, por ejemplo, un diligente prefecto utilizaba aquel poblado como base de operaciones para negociar grandes cantidades de cacao y cera de abejas con Pasto, y oro, zarzaparrilla y quina con Belém. Al tiempo, en esta última ciudad se aprovisionaba de ropa y otras mercancías que vendía a los nativos de aquella región, así como a los vecinos de Popayán y Pasto.
Los Siona eran los indígenas más numerosos del alto Putumayo. Su idioma había sido popularizado por los misioneros franciscanos durante el sigloXVIII, ya que había sido tomado como lengua franca de las misiones de la zona. Su territorio se extendía desde el río Orito hasta las riberas del río Caucayá; vivían dispersos en diversas localidades (San Diego, San José, Montepa, Concepción), en las cuales la capilla central y otros aspectos del asentamiento recordaban la presencia frustrada de los misioneros (Obando, 1980).
Los pueblos tenían un carácter inestable; cuando el jefe o un personaje importante fallecía (entre ellos un hombre blanco que supiese leer y escribir) la localidad se abandonaba. En estos casos se dispersaban sus habitantes por otras poblaciones, o establecían una nueva aldea.
Estos indígenas eran por lo menos de derecho monógamos. La autoridad local la compartían el cabildo y los chamanes, quienes constituían el verdadero poder regional.
Los Siona se dedicaban a la agricultura, la caza y la pesca, y abastecían a Mocoa con productos de estas dos últimas actividades; para fortuna de los viajeros, tenían grandes habilidades como bogas.
Su presentación personal no podía ser más hermosa. Lucían tocados de plumas y se pintaban el rostro y los pies con colores rojos. Los hombres lucían en el cuello multitud de sartas, algunas de semillas de olor penetrante y de vistosas chaquiras multicolores y, atadas a los brazos, plantas de fuerte olor aromático. Las mujeres usaban collares de chaquiras y una corta enagua. Todos vestían una cushma al estilo andino, aunque con la desaparición de las misiones se vieron obligados a fabricarlas de cortezas de árboles (Ibid).
En la antigua región de los Andaki vivían, entre otros, los Makaguaje, Koreguaje, Tama y Karihona, establecidos en múltiples localidades dispersas en la selva y en las orillas de los ríos. Los Makaguaje habitaban, por ejemplo, las partes altas de los ríos Mecaya, Senseya y Caucaya. Ambos sexos vestían una túnica de corteza vegetal de color morado, llevaban las cejas depiladas y las orejas, narices y labios horadados, colocándose allí plumas y chaquiras. Cultivaban yuca amarga, recolectaban hormigas, capturaban tortugas. Aunque gustaban mucho del arroz con mantequilla, sus platos preferidos eran el 11 casaramano" y el gusano "mojojoy". Comerciaban en particular con cera, hamacas, curare, peines, etc. a cambio de herramientas y chaquiras que recibían de los pastusos (Friede, 1945).
Los Koreguaje también vestían bellamente. Fabricaban sus collares y coronas con plumas de garza o de guacamayo, chaquiras y conchas de madre perla. Llevaban ceñidos los brazos y las piernas con una cuerda muy apretada.
Cuando un hombre Koreguaje moría le pintaban todo el cuerpo, posteriormente lo colgaban en un árbol para que "se lo coman los gusanos y queden los huesos limpios". Al cabo de una cuarentena sus restos eran incinerados, y las cenizas consumidas por sus parientes más próximos durante una fiesta ritual.
Cultivaban yuca, plátano, caña de azúcar y maíz, entre otros productos. Se dedicaban también a la extracción de cera para intercambiarla por mercancías. A este respecto los Karíhona eran, de acuerdo con el misionero Albis (1934), bien precavidos. Así, si un hacha importada por los pastusos se rompía, la devolvían con este discurso: "Toma tu hacha que no sirvió; no vuelvas con herramienta floja, porque te molestas con el tan largo camino y pierdes tu trabajo".
En aquel entonces la localidad de Solano, sobre el río Caquetá, constituía la avanzada de la colonización, aunque allí residían solamente 32 blancos y un total de 223 nativos. El pueblo estaba formado por unas pocas casas de paja, y se hallaba comunicado con el valle de Neiva mediante un camino de herradura (Figueroa, 1986).
La comarca de Araracuara y el "rescate" de indígenas
El sector del río Caquetá comprendido entre los raudales de Araracuara y Cupatí (La Pedrera) y el curso inferior del Putumayo colombiano. permanecía aún más aislado de la acción del naciente Estado. Sus habitantes se encontraban vinculados fundamentalmente con el Amazonas brasileño, e incluso con la región del Río Negro.
Entre Araracuara y los chorros de La Pedrera existía una densa población indígena que había logrado aislarse, en parte por la protección natural que dispensaban los raudales. Asimismo, en las áreas aldedañas a los ríos Igara Paraná y Cara Paraná vivía una población aborigen numerosa.
Los viajeros de comienzos del presente siglo dan cuenta de una alta concentración demográfica y de la existencia de diversos grupos indígenas (Bora, Andoke, Witoto, Muinane, Resiguero, Okaina, etc.) en los bajos ríos Caquetá y Putumayo. Estas gentes estaban divididas en diversos linajes locales, los cuales generalmente residían en una o más malocas, o casas colectivas. Cada maloca estaba presidida por un jefe o "capitán cuya función fundamental era la promoción de la actividad ritual. Los miembros de una maloca se dividían en diferentes rangos sociales y rituales, según su pertenencia al grupo de los 11 propios" de la maloca o al de los "trabajadores".
La economía local se basaba en la agricultura de 11 roza y quema", con siembra de productos como la yuca brava, el ñame, la piña, el chontaduro y algunas plantas psicotrópicas, así como en la caza, la pesca y la recolección de productos silvestres.
En el área de los ríos Miriti Paraná y Apaporis se concentraban, por otra parte, varios grupos indígenas (Yukuna, Tanimuka, Matapí, Letuama, Koeruna, etc.), hablantes de lenguas de las familias Arawak y Tukano. Habitaban en grandes malocas y poseían instrumentos rituales similares, en parte, a los de los indígenas del río Caquetá. Los grupos domésticos estaban jerarquizados en "propios" y Ciertas sociedades del área practicaban el ritual de Yuruparí, típico de las comunidades ribereñas de los ríos Vaupés e Isana.
La colonización brasileña de las márgenes del bajo río Caquetá (Japurá) era también muy limitada. Así, en 1850, en esta región existían sólo una feligresía y una aldea: Maripí y San Matías. Maripí albergaba 400 indígenas, en su mayor parte Baré, Makú, Mariarana, Passé y Xorríana, si bien había sido inicialmente fundada con el desplazamiento de indios Yuri y Koeruna del Apaporis y del Caquetá. San Matías se componía fundamentalmente de 50 indios Yukuría y Anianá traídos del Miriti Paraná.
Los habitantes de estas localidades se dedicaban a la agricultura, la caza, la pesca, la obtención de manteca de peixe boi (manatí o vaca marina, Triche chus inunguís) y de tortuga o "charapa" (Podocnemis expansa), así como a la extracción de otros recursos silvestres.
En la desembocadura del Putumayo los portugueses construyeron a San Fernando de Icá. La población de Ega o Tefé, situada sobre el río Amazonas (Solimóes), frente a la desembocadura del Caquetá, articulaba la vida económica de estos dos ríos. Según Bates (1962), en 1850 Tefé estaba básicamente habitada por aborígenes de 16 agrupaciones diferentes, muchos de los cuales habían sido vendidos cuando niños por los jefes indígenas de las zonas ribereñas del Caquetá, el Amazonas y el Putumayo.
La actividad económica de Tefé se fundaba, sobre todo, en la utilización servil de la mano de obra nativa. Los indígenas se comunicaban en lengua Geral. Variaban sus actividades según la época estacional Cuando ocurría la bajante del río Amazonas capturaban tortugas, recolectaban sus huevos y preparaban aceite con ellos, y pescaban pirarucú; en otras temporadas extraían ciertos productos como el cacao y la zarzaparrilla. En determinadas fechas celebraban algunas fiestas católicas combinadas con bailes indígenas, como era el caso del ritual de las frutas de los Yuri del Caquetá.
En 1865, Tavares Bastos encontró numerosos Miraña del río Cahuinarí en Tefé, Coarí, Tonantins y Saó Paulo de Olivenga, a donde habían sido llevados intercambiados por herramientas y otras mercancías. Centenares de ellos fallecieron como consecuencia de las enfermedades, la depresión inicial causada por el desplazamiento y el maltrato recibido. En el Solimóes se conocía a ¡os indios traídos del Caquetá con el nombre genérico de caboclos Miraña, lo que equivalía a calificarlos de salvajes",en oposición a los indios civilizados de las regiones más próximas (Arnaud, 1981).
Posiblemente el fomento de la navegación de vapor, a partir de 1850, permitió que los comerciantes locales incrementaran su actividad o "regatón" por los ríos amazónicos. Esto debió aumentar la trata de esclavos y el desplazamiento hacia el Solimóes de indígenas del Caquetá colombiano.
La tradición oral de los aborígenes de esta región da cuenta aún de aspectos de tales acontecimientos. Según la antropóloga M. Guyot (1979), los Bora, por ejemplo, describen minuciosamente el "Marde la Danta" (como denominan al río Caquetá), desde Tefé, donde estabael gusano de yuca que parecía gusano divino, boa del comercio de la danta" hasta Araracuara, donde se localiza el "hueco del Guacamayo" , "pieza de brujería".
Probablemente, la mayor parte de los indígenas objeto de la trata ocupaban una posición subordinada huérfanos, prisioneros de guerra, gente de bajo rango ritual en el contexto de las culturas locales. Algunos grupos se desplazaban voluntariamente hacia los asentamientos brasileños, en lanchas que ascendían el río. Los comerciantes fluviales fueron simbolizados por la figura del bufeo. Los indígenas Andoke cuentan que algunos de los linajes que habitaban en las riberas del río Caquetá desaparecieron durante el siglo XIX, "engañados" por los delfines que "simulaban" ser comerciantes. Otros testimonios enfatizan en las epidemias acaecidas en ese tiempo, vinculadas al tráfico de esclavos y al comercio, (Pineda C., 1985).
Según un relato Nonuya, los "dueños de las malocas" descendían centenares de kilómetros por el río Caquetá hasta los raudales de Cupatí, para adquirir cierta clase de hachas de acero encargadas a los luso brasileños. De regreso a sus moradas las decoraban y cuidaban con esmero. El primer 11 capitán" Nonuya que consiguió un hacha la estimaba tanto que la tomó, por lo menos inicialmente, como sustituto del banco, y permanecía sentado en ella; esta figura revela el poder simbólico atribuido a la herramienta de acero. La distribución de los utensilios podía desencadenar serios conflictos en el seno de una comunidad; algunos hombres influyentes "brujeaban" al mismo "dueño de la maloca" cuando no eran satisfechas sus aspiraciones, con fórmulas tales como "que te coma el tigre del hacha". (Ibíd.)
En el Río Negro
El gran Vaupés colombiano inmenso territorio comprendido entre los ríos Guaviare y Caquetá, constituido actualmente por las comisarías del Guainía, del Guaviare y del Vaupés forma parte del complejo sistema del alto Orinoco Río Negro. El río Guainía constituye la porción superior de este último, el cual tiene un curso de 1.700 kilómetros de longitud hasta desembocar en el Amazonas.
En las márgenes del Río Negro se presentaba, en 1850, una multiplicidad de situaciones étnicas y sociales. La cultura de los pobladores de su curso inferior y medio hacía parte de la cultura regional amazónica que por más de dos siglos se había desarrollado, lentamente, con la fusión de formas sociales indígenas, portuguesas y aún afroamericanas. La cultura de los caboclos del Río Negro articulaba los sistemas económicos tradicionales indígenas con formas de comercio de "regatón" , y creencias nativas con festividades católicas; existían numerosas prácticas curativas y cognoscitivas tradicionales.
Por esta época se mantenía todavía en vigor el uso de la lengua Geral aún entre pobladores blancos a pesar de los esfuerzos que el gobierno luso brasileño había desplegado desde la segunda mitad del siglo XVIII por erradicarla. Aquella había sido difundida por los misioneros jesuitas portugueses como lengua franca en toda la Amazonia, desde la segunda mitad del siglo XVI. La "Fala Boa o Nheengatu se basaba en la lengua de los indígenas Tupí del litoral brasileño; fue dotada de escritura desde el mismo siglo XVI, con base en los patrones de la gramática latina. Posteriormente su estructura y léxico fueron cambiando, como consecuencia del contacto con el portugués y otras lenguas nativas. En 1720 se había convertido en el vehículo de comunicación social y oficial regional, y había sido adoptada para la enseñanza en las escuelas y talleres organizados por los misioneros (Bessa, 1983).
Los misioneros identificaron al héroe cultura¡ Tupí, denominado Tupán ( espíritu del Trueno cuya morada está en el cielo ), con Cristo. Fomentaron el culto de numerosos santos patronos de las diversas aldeas; algunos de ellos, como San Antonio, fueron venerados por grandes sectores de la región del Río Negro y el ¡sana. Al lado de estas prácticas susbsistían los temores hacia el Curupira (o "espíritu maligno M bosque ) y otros seres del agua y de la selva. Pero la curación de ciertas enfermedades o estados como el "panema", provocado por la aparición del bicho visagento, situación en la cual se perdía hasta la propia sombra (Matta,. 1967) o la violación de numerosas prescripciones, y la inmersión en estados de contaminación, debía estar a cargo de los chamanes o payés tradicionales.
Algunos censos estimaban en 31 el total de poblados blancos o mestizos existentes en 1840 en las márgenes del Río Negro. Para ese año se calculaba su población total en 28.793 habitantes, de los cuales 14.899 correspondían a la parte baja y 13.894 a los asentamientos nucleados de sus sectores altos, controlados en alguna medida por el imperio del Brasil. La vida de este río tenía como epicentro la ciudad de Manaos, que para entonces estaba poblada por 8.500 habitantes, de los cuales aproximadamente 900 eran blancos. Las localidades del alto Río Negro albergaban indígenas de diversos grupos étnicos (Baré, Baniwa, Makú, Vaupés y Coeuana). Se trataba de pequeños asentamientos cuya población oscilaba entre unas cuantas decenas hasta unos pocos centenares de moradores; sólo excepcionalmente se encontraban poblados que rebasaran estas cifras.
Los pobladores del alto Río Negro, como en general los de toda la Amazonia, se dedicaban a la extracción de ciertos recursos silvestres o a la fabricación de algunos objetos artesanales que intercambiaban por mercancías. En 1840 solamente existía una población nucleada en el río Vaupés, localizada en su desembocadura: Coané, con 250 habitantes, indígenas Tukano del mismo río, y Coeuana (Kubeo). Los pobladores de Coané extraían brea, cayarurú y zarzaparrilla.
En la parte superior del alto Río Negro vale decir en el Guainía, Isana, Vaupés, Tiquié, etc los indígenas se encontraban mucho más libres del control portugués, posiblemente por la existencia de numerosos raudales que dificultaban el desplazamiento de las embarcaciones de remo o de vela, y que hacían casi imposible el ascenso de los buques de vapor. Alfred Russell Wallace constató, según lo relatara en su famoso libro A narrative of travels on the Amazon and Río Negro, un contraste entre la situación del Vaupés y del Isana.
Las comunidades Baniwa del río Isana tenían un estilo de asentamiento caboclo, con pequeñas casas de techos pajizos y paredes de barro, habitadas por familias nucleares. Al contrario, las sociedades del Vaupés vivían, sobre todo a partir del río Cuduyarí, en grandes malocas y casas colectivas, donde celebraban sus rituales tradicionales. Wallace habría encontrado también asentamientos tradicionales en el ¡sana si hubiese ascendido aún más el río o penetrado en ciertos de sus afluentes.
Mesianismo y opresión social en los ríos Isana y Vaupés
En 1850 51, Tenheiro Aranha, primer presidente de la provincia del Amazonas (en el Brasil), inició la puesta en práctica de diversas políticas oficiales destinadas a "reactivar" económicamente la región del Río Negro y a incorporar a la vida "útil" a sus habitantes indígenas, particularmente a los llamados "Gentios", o sea aquellos que todavía mantenían su independencia de las autoridades del imperio brasileño y se hallaban marginados de la actividad comercial. Su estrategia se basaba en el reforzamiento militar de los puestos fronterizos y en el fomento de las misiones (Wright, 1981).
Jefes del área fronteriza como aquel, junto con algunos comerciantes, intensificaron la explotación económica de la fuerza de trabajo nativa, pues obligaron a los indios a movilizarse a ciertas áreas del bosque con el fin de recolectar productos forestales, entre ellos zarzaparrilla, para pagar sus deudas, o acaparaban su producción de faríña, bancos, cerámica, hamacas, etc.
Durante el decenio de 1850 se incrementó notablemente el tráfico de esclavos indígenas con la complicidad de las mismas autoridades de Manaos y de Belérri del Pará, quienes requerían a los comerciantes la traída de aborígenes (generalmente niños) de la zona en mención o de las áreas aledañas. Además, el gobierno local estimuló el desplazamiento compulsivo de los indios para trabajar en obras públicas como fue el caso de la construcción del fuerte del Cocuy o de Cucuhy en condiciones pre carias para su supervivencia. Simultáneamente se presentaron diversas epidemias de viruela y "fiebres malignas" que asolaron los poblados. Como consecuencia de esta situación, los indígenas optaron por abandonar los asentamientos ribereños y se refugiaron en el interior del bosque.
En este contexto surgieron diversos movimientos mesiánicos en los ríos ¡sana y Vaupés. En 1857, un mestizo llamado Venancio, que había sufrido los vejámenes del "endeude", organizó un movimiento y se proclamó como "El Santo", "ElCristo?" y, por último, "Dios". Sus seguidores más próximos le llamaron "Padre Santo", "Santa María" y "San Lorenzo". Venancio predicaba, bautizaba, perdonaba las deudas, casaba y curaba. Sus ceremonias religiosas se organizaban en torno de una cruz, mientras que los participantes entonaban diversas letanías. Solía presentar algunos síntomas catalépticos, y argüía que durante los mismos se comunicaba con Dios.
Este mesías no solamente perdonaba las deudas, con el consiguiente escándalo entre los comerciantes, sino que aseveraba que Dios le había comunicado la inminencia de un cataclismo universal, un incendio del cual solamente se salvarían sus seguidores del ¡sana. De otra parte predicaba la liberación del trabajo ya que, según él, en el paraíso no se necesitaría hacerlo ni poseer chagras. Esto afectaba particularmente a los blancos, que dependían del trabajo del indio y de las demandas de mercancías. Como ha sido señalado por los antropólogos Robin Wright (198 1) y Egon Schaden (1983 84), el movimiento mesiánico de Venancio articulaba patrones religiosos cristianos con temas propios de la religión Baniwa.
Las autoridades civiles y eclesiásticas respondieron violentamente. La iglesia del ¡sana fue perseguida por las guarniciones locales; algunos de los líderes fueron encarcelados. Venancio se vio obligado a huir al alto Río Negro venezolano. los indígenas se desbandaron temerosos de las masacres y atropellos, como los que recientemente se habían produ cido.
En 1858 se señaló la existencia de otro movimiento rebelde en el Vaupés. Este agrupaba indios Baniwa y Tukano. Alejandro, el "Cristo del Vaupés", también bautizaba, casaba y curaba, a sus reuniones asistía hasta un millar de personas, haciendo temer a los blancos una rebelión india generalizada contra ellos. Según un misionero, se llegó a atentar contra la vida de un sacerdote que visitaba el área de las cachiveras de San Jerónimo.
Alejandro proclamaba que el orden social del mundo sería invertido, "transformándose" los indios en blancos, adquiriendo su poder y su riqueza. Los blancos pasarían a ser subordinados o trabajadores. Los propios indios serían sacerdotes, por lo que no tendrían necesidad de recurrir a padres extranjeros.
Este movimiento fue también severamente perseguido, aunque Alejandro conociendo lo acontecido con algunos seguidores de Venancio prudentemente cambiaba de lugar, y jamás pudo ser capturado por los brasileños. Apenas había pasado el clímax de su movimiento en el Vaupés, cuando nuevos fenómenos mesiánicos aparecieron al norte de la región, en el río Xié.
Se inicia el ciclo del caucho
La creciente demanda internacional de caucho natural y la revolución en los transportes, con la introducción de la navegación de vapor, modificaron, a partir de la mitad del siglo XIX, el panorama regional. La Amazonia se constituyó en el centro de febriles actividades extractivas que estuvieron acompañadas de una bonanza sin precedentes para ciertos grupos dominantes, así como de un régimen de trabajo oprobioso para la mayor parte de los siringueiros.
El nombre del caucho proviene de la lengua de los indígenas Maina, de la selva amazónica peruana (su etimología es: caa=madera, árbol, y ochu = chorrear, que llora). Se trata como se sabe, del látex de diversos árboles, particularmente especies del género Hevea, que se extrae rayando o cortando superficialmente sus troncos.
Los europeos tuvieron noticia del caucho desde el segundo viaje de Colón. No obstante, su interés por el mismo creció cuando La Condamine, comisionado por la Academia de Ciencias de París para medir el arco del meridiano del Ecuador, envió a aquella una comunicación y muestras de este exudado vegetal (que los indígenas llamaban también "heve" o 'jebe", nombre que aún se usa en la Amazonia peruana y sectores adyacentes a la colombiana para especies del género Hevea. Esta última denominación botánica fue propuesta originalmente por el medico y botánico francés Fusée Aublet, en 1775, como una versión latina del fitónimo indígena). Las comunicaciones de Fresneau, naturalista francés que trabajaba en Cayena, también contribuyeron en el incremento de las expectativas sobre este nuevo producto.
El caucho se destaca por su notable elasticidad e impermeabilidad. Aunque a principios del siglo XIX esta materia tenía ya algunas aplicaciones industriales de escala reducida (botas, capas, mangueras, etc.), su utilización se hallaba restringida por su gran sensibilidad a los cambios de temperatura, los que alteraban notablemente la calidad del producto. La invención de los procesos de masticación, por Hancock en 1819, y de vulcanización, por Good Year en 1839, abrieron el campo a su explotación industrial en gran escala ya que permitieron superar aquel y otros problemas.
En 1845, William Thorrison diseñó la fabricación de neumáticos con caucho; pero sólo en 1888 el veterinario irlandés Dunlop reinicia el uso de tales neumáticos instalándolos en la bicicleta de su hijo. Como la industria de estos vehículos estaba en su apogeo, aquel desarrollo técnico fue sistemáticamente utilizado a partir de entonces. Su futuro quedó asegurado cuando se consolidó, a principios del siglo XX, la industria automotriz, con la consiguiente demanda de la goma para las llantas y otras piezas para los vehículos.
Desde 1825 se produce el crecimiento de la explotación del caucho natural a nivel mundial; en ese año se extraían solamente 30 toneladas; en 1860 son ya 2.670; esta cifra ascendería a 50.000 y 94.000 en 1900 y 1910, respectivamente. La mayor parte del caucho se extraía del área amazónica, particularmente del Brasil (Le Bras, 1961).
El caucho amazónico adquirió un lugar destacado en las economías del Brasil y del Perú. En 1830 se explotaban en el primer país, 156 toneladas; tal cifra ascendió en 1850 a 1.447 y en 1890 a 23.650 (Santos, 1980). Años más tarde, en 1912, llegó a las 37.178 toneladas. En este país el caucho fue el segundo renglón de exportación después del café. Para el Perú la actividad cauchera en el Amazonas también tuvo considerable significación. En 1862 apenas se extrajeron 2 toneladas, pero ya en 1900 la cantidad se elevó a 2.247; tal volumen asciende aún más considerablemente años después.
El ciclo de la quina y del caucho negro en el alto Caquetá y Putumayo
El tránsito al ciclo del caucho estuvo precedido, en el piedemonte amazónico colombiano, por la búsqueda de la quina. Los asentamientos que se establecieron entonces, y las actividades que se dieron en la vertiente oriental de la cordillera en esta etapa, tuvieron más relación con el comercio del producto, y con los lugares de acceso a donde se lo encontraba pisos térmicos templado y frío de los Andes , que con las tareas de la extracción propiamente dicha.
Los primeros quineros aparecieron en el territorio del Caquetá durante el decenio de 1870. El valle del Suaza, en el alto Magdalena, se convirtió en la sede de las nuevas corrientes migratorias, que se instalaron en Santa Librada (Suaza) y La Concepción (antigua La Ceja). Los buscadores de la corteza vegetal, que se utilizaba para la producción de drogas antimaláricas, se internaban también por el río Orteguaza y otras áreas aledañas y comerciaban el producto a través de Neiva. Un proceso similar se daba en el alto Putumayo. La tranquila Mocoa se convirtió en centro de actividades quineras, se conformó allí una élite local y la actividad mercantil se incrementá notablemente. Una embarcación movida por vapor navegaba el Putumayo y abastecía regularmente a los extractores.
En 1875 inició operaciones la Casa Elías Reyes y Hnos. La empresa se proyectó por el río Putumayo y fundó en sus riberas diversos establecimientos de acopio. Y obtuvo de parte del emperador del Brasil, don Pedro ll, el privilegio de comerciar entre el Amazonas y Puerto Sofía, sobre el Putumayo. En 1876 la Casa Reyes inauguró, con el "Tundama 11 , la navegación de vapores de bandera colombiana por este río; posteriormente adquirió nuevas embarcaciones para el transporte de quina, caucho y tagua al Brasil, desde donde importaba también, hacia la región, variadas mercancías (Reyes, 1902).
Diversas empresas caucheras se fundaron sobre los ríos Caquetá, Putumayo, Orteguaza y Caguán, utilizando la fuerza de trabajo nativa y la de algunos trabajadores de] interior.
El caucho negro (Castilla elastica) que se daba en algunas de estas zonas tiene cualidades y rendimientos inferiores a los de las especies brasilIensis y Hevea guianensis, que son las más apreciadas por la calidad de su látex. Por este motivo los caucheros derribaban los árboles, provocando en pocos años su extinción en grandes regiones. A estas dificultades se agregaban los problemas de su acarreo a través de la cordillera hacia los centros clel interior, especialmente a Neiva. El caucho negro del Caquetá era transportado únicamente por hombres, que debían transitar por peligrosos senderos. Cuando se llevaba por el río, a Manaos o a Iquitos, se elevaban considerablemente los costos del producto.
Los caucheros de) Caquetá apoyados en algunas ocasiones por el mismo prefecto se negaban a seguir las indicaciones oficiales destinadas a evitar el aniquilamiento de los árboles, ya que, alegaban, no había otra forma de hacer rentable el producto. Algunos de ellos argüían, además, que si se retiraban del área, el mismo espacio sería ocupado por caucheros de los países limítrofes, con gran perjuicio para el suyo propio.
La Guerra de los Míl Días (1899 1902) precipitó la crisis de la explotación de la Castilla elástica. Los dueños de las caucherías dependían, para su aprovisionamiento, de las casas comerciales establecidas en Neiva. Estas daban a crédito las mercancías y los elementos indispensables para la extracción del látex, y se constituían en los compradores y exportadores de la goma. Los caucheros adelantaban bienes a sus trabajadores, quienes se veían comprometidos, al cabo de un período fijo (generalmente un "fabrico", o temporada de trabajo del caucho), a pagarlos con látex.
Los comerciantes de Neiva consideraron que los riesgos económicos de sus operaciones se habían elevado, ya que sus productos podían ser confiscados o destruidos al ser conducidos por el río Magdalena; la guerra había concentrado el capital comercial en pocos grupos, lo que les permitía monopolizar el mercadeo del caucho e imponer los precios de otras mercancías. En otros términos, llegaron a vender caro sus mercancías y a comprar a un menor precio relativo la goma. Los caucheros se defendieron trasladando, naturalmente, los nuevos costos a sus trabajadores. Así que, a finales del siglo XIX, la extracción se paralizó; los barracones se encontraban atestados de trabajadores ociosos, ocupados en juegos de azar, dedicados a la bebida y a las mujeres (lo que técnicamente se llama consumo "conspicuo y ostentoso ), sin asomo de motivación para el trabajo, pero endeudándose aceleradamente.
La razón de esta paradoja es más o menos comprensible, porque ¿qué incentivo había para seguir trabajando, si cada vez eran más escasos los árboles de caucho negro y había que alejarse más del campamento principal y recorrer un número mayor de trochas o picas para ganar menos, pues la paga por kilo había descendido? Todos los patrones, los trabajadores y la clientela anexa (prostitutas, comerciantes, etc.) estaban atrapados en la "ley M endeude : unos le debían cada vez más a otros, pero a su vez estos le debían más a terceros, que residían en los centros. Y ¿quién podía desatar el lío si no se justificaba trabajar tan duro, no obstante que el precio del caucho seguía en vertiginoso ascenso en el mercado internacional?
La explotación del caucho y el sistema del "endeude"
El caucho puede ser extraído de especies de diversos géneros. La Hevea brasiliensis (verdadero caucho, borracha o siringa) se localiza en las zonas de bajos del río Amazonas, particularmente en los sectores medio y bajo de su curso. De acuerdo con el geógrafo C. Domínguez (1985), en la Amazonía colombiana solamente se encuentran si se exceptúa el Trapecio, que posee Hevea brasiliensis las especies Hevea guianensis (en la "tierra firme" de la selva oriental, incluido el Trapecio y descontando el piedemonte) y Hevea benthamiana (en los bajos de las cuencas del Río Negro y del Vaupés). La Castilla elástica predomina en el piedemonte; hay otras gomas de inferior calidad distribuidas en todo el territorio. Si bien existen concentraciones relativas, los árboles se encuentran dispersos en grandes áreas, como toda la flora amazónica.
Debido a esta distribución de los árboles, para la extracción de la goma el siringueiro o cauchero varios debe abrir diversas trochas o estradas de kilómetros. Las primeras horas de la mañana se aprovechan para hacer diversas incisiones en cada corteza, para que fluya el látex. Se coloca un recipiente que recibe la leche" al pie del tronco, mientras que se rayan los demás árboles de la jornada. El cauchero está de regreso al mediodía; entonces, sólo o acompañado por su mujer u otros familiares, procede a recoger la "leche" acumulada en los diversos recipientes.
El látex se mezclaba en el campamento con ciertos ácidos (en la actualidad ácido fórmico) con el objeto de coagularlo; posteriormente se le daba la forma definitiva y se secaba al sol o con humo. Los detalles de las técnicas de extracción pueden haber variado en algunos de sus procedimientos, pero en términos generales se mantienen.
El proceso relativamente simple para su extracción, contrasta con el alto nivel tecnológico de la transformación del caucho y sus derivados en los países importadores de la materia prima.
El trabajo del caucho se basaba, fundamentalmente, en una cadena de créditos que involucraba a diversas casas con funciones diferentes y con una compleja estructura de comercialización. En Belém del Pará, por ejemplo, algunas firmas monopolizaban la comercialización exterior de la goma, mientras que otras se especializaban en la importación de las mercancías y objetos destinados a los siringales.
Los bancos mantenían relación principalmente con las empresas exportadoras e importadoras. De estas dependían, a su vez, las casas "aviadoras de un nivel intermedio, que financiaban las operaciones de otros caucheros. En el nivel más bajo de la cadena se encontraba el cauchero extractor, quien, solo o con su familia, debía entregar determinadas cantidades de goma a cambio de las provisiones y demás bienes que necesitaba para su subsistencia y para el proceso de trabajo.
Aunque el caucho o los bienes suministrados a los siringueiros rasos se valoraban en dinero, éste se hallaba ausente de las diversas operaciones económicas. Un testimonio de la época, citado por Barbara Winstein (1983), historiadora especialista en el tema, ha expresado lo anterior en estos términos:
"El Amazonas es la tierra del crédito. No hay capital; el siringueiro debe al patrón: el patrón debe a la 'casa aviadora', la 'casa aviadora' debe al extranjero, y así sucesivamente".
La operación tenía de por sí sus riesgos ya que dependía de las "promesas" de los involucrados. El sistema funcionaba mediante unas reglas de juego de honor, si bien no faltaba la intervención de la policía. Un cauchero podría desplazarse a otras áreas, pero, a no ser que otro patrón lo recibiese, era difícil para el "aviador" reponer el valor M adelanto. El cauchero extractor mantenía cierto control sobre su propia producción, aunque la dispersión del personal trabajador propio de la explotación cauchera les inhibía acciones colectivas.
Según la ética del trabajo local, no se debía vender el caucho a patrón distinto del propio; las deudas de un trabajador podían ser lícitamente transferidas, en términos de la legalidad local, a otros caucheros; pero ¿cómo podía ser de otro modo, si no había prácticamente circulante que permitiera a un cauchero pagar a otro en dinero la deuda de un trabajador? En algunas regiones se implantaron redes típicamente clientelistas entre el cauchero proveedor y sus trabajadores , esto amarraba aún más la fuerza de trabajo a los patrones.
El sistema del "endeude" era, en realidad, una relación de carácter social más amplia, que fundamentaba la existencia de toda la sociedad amazónica de ese entonces, como en parte lo sigue haciendo. Con frecuencia los caucheros patrones eran compadres de sus trabajadores y por lo tanto debían esperar reciprocidad de sus socios",así como los trabajadores tenían la expectativa de recibir protección y ayuda de aquellos. En casos extremos, cuando no pudo establecerse una relación de clientela, se conformó una sociedad prácticamente esclavista, en la que la fuerza de trabajo no tuvo siquiera la posibilidad de reproducirse demográfica y socialmente. El carácter no monetario de la economía condicionaba la existencia de otras formas de intercambio tradicional e impedía la formación de un cálculo "racional", en términos de la economía formal.
Los indios y trabajadores, en general, quedaron al arbitrio de los "dueños" de la escritura, de la aritmética y de las pesas. Estos podían manipular los libros de cuentas a su antojo, sin que nunca el endeudado tuviese la posibilidad de redimirse en su vida, o incluso en la de sus hijos- del "endeude".
La formación de la Casa Arana en el Putumayo
Ante la desaparición del caucho negro y la voracidad de algunos de sus socios de Neiva, los caucheros del alto Caquetá no tuvieron otra alternativa que desplazarse hacia el oriente, o sea a las porciones altas de los ríos Caquetá, Putumayo y Vaupés. Algunos fundaron "colonias en las riberas del Caquetá, entre La Tagua y los chorros de Araracuara; otros más audaces penetraron a las cabeceras de los ríos Igara Paraná y Cara Paraná.
En 1901 existían 22 colonias en los bajos Caquetá y Putumayo, particularmente sobre los ríos Igara Paraná, Cara Paraná y alto Cahuinarí; estas colonias eran en su mayor parte de propiedad de caucheros colombianos y se hallaban sostenidas básicamente por mano de obra de grupos Witoto (Figueroa, 1986).
Tal cantidad de centros de extracción era considerable; un par de años antes los caucheros apenas conocían estas regiones, y la mayor parte de la gente nativa sabía de los "blancos" únicamente por referencias de la historia tradicional, pero no de manera directa. Los caucheros tuvieron la fortuna de encontrarse en una región densamente poblada por numerosos grupos indígenas, aunque el látex local era de baja calidad ("sernambi" o "Jebe débil").
Los pobladores aborígenes estaban interesados en conseguir mercancías; con entusiasmo (a pesar de las reservas de algunos "capitanes" o jefes) recibieron hachas y otros instrumentos que debían cancelar de manera diferida, con goma. Los caucheros incrementaron la circulación de ciertos objetos que hasta entonces eran escasos y que debían pagarse, como se expuso con anterioridad, a un costo humano y social muy alto.
Ahora las hachas de acero circularon, posiblemente, entre grupos subalternos o personas que antes no tenían acceso a ellas. Las monedas, tan valoradas para collares y tan apetecidas por las; mujeres, fueron probablemente más "fáciles" de conseguir. Pero el uso del término "masificación" para referirse a la difusión de la propiedad sobre estos y otros artículos tal vez no corresponda con la realidad, ya que los caucheros dosificaron la entrega de sus mercancías. Aquellas gentes indígenas que carecían. de estos bienes se veían a sí mismas como 11 pobres y apenas adquirían una cantidad limitada de ellos.
La dinámica del barracón de Indiana (colonia cauchera en el alto Igara Paraná) da cuenta de la forma como se aceleró la historia en el proceso de la explotación cauchera. Indiana, (actualmente La Chorrera), había sido fundada en 1900 por Benjamín Larrañaga. En 1902, Julio César Arana, transportador peruano, se asoció con aquel y se convirtió en copropietario del siringal que incluía campamentos anexos en los ríos Igara Paraná y Cahuinarí, y algunos de sus afluentes. Esta compañía disponía ya de 12.000 indígenas inscritos en sus libros de cuentas sólo dos años después de fundada.
Para entonces la situación no era nada fácil para los aborígenes, porque algunos patrones comenzaron a obligarlos a trabajar forzadamente en la extracción del caucho. Según Joaquín Rocha (1905), quien visitó la región a principios de siglo, en la terminología de la época se llamaba "conquistadora aquel individuo que lograra "entrar en negocios con los indios de esa tribu y conseguir que le trabajen en extracción de caucho y que le hagan sementera y casa, en la cual se queda a vivir en medio de ellos". Estos indígenas eran llamados entonces "civilizados", y en algunos casos el mismo cauchero asumía las funciones de "civilizador".
Pero cuando los indígenas se resistían no había la menor vacilación en acudir a la violencia, calificándolos de "antropófagos" o "salvajes", o en inventarse "rebeliones" que legitimaran su exterminio. Cuando un grupo se oponía a "civilizarse" se adoptaban diversas tácticas, entre ellas asaltar la maloca y mantener como rehenes a mujeres y niños hasta que el jefe y los demás entraran "en razón". En algunas ocasiones el cauchero desposaba a una mupr indígena, y así sus parientes (cuñados) nativos se vinculaban al trabajo del blanco (Taussig, 1986).
De los caucheros del Putumayo, el gran "triunfador" fue Julio César Arana, quien en pocos años logró implantar una de las casas explotadoras más poderosas del alto Amazonas. Arana era natural de Rioja (Perú); tuvo su primer contacto con el Putumayo como dueño de ¡ancha. Conocía ya otras regiones del Amazonas, había adelantado algunos negocios y establecido un centro cauchero. Al visitar la región del Putumayo posiblemente se percató de su perspectiva; es decir, de la existencia de una abundante fuerza de trabajo "barata", en una coyuntura económica que se caracterizaba por la creciente escasez de la misma (lo que impedía la expansión de la economía cauchera de] Perú).
La posición privilegiada de Arana como comerciante se fundamentaba en la dependencia que existía entre los centros caucheros del Putumayo e Iquitos. En el viaje del Cara Paraná a Iquitos se podían gastar hasta 15 días; la distancia entre el Cara Paraná y Manaos era menor, pero en esta última ciudad los precios de las mercancías eran más altos, por lo menos en 1903. Además, si los bienes se importaban de Manaos debían pagar un doble impuesto en las aduanas brasileña y peruana ya que Colombia no tenía ningún convenio al respecto con el Brasil, y el Perú consideraba como suyo el Putumayo.
En 1903 se fundó la Casa Arana Hermanos. En ese entonces el geógrafo francés F. Robuchon constató la existencia de casi medio centenar de barracones en los ríos Cara Paraná e Igara Paraná, dependientes de la compañía. En dicho año, los centros de explotación del caucho estaban fortificados; los caucheros permanecían constantemente armados temiendo rebeliones o ataques de los indígenas. Para la época ya se habían establecido los métodos violentos que caracterizarían la explotación de esta región por la Casa Arana.
En 1909, la compañía tomó posesión de parte de las riberas del Cara Paraná, asociándose con el cauchero G. Calderón; no obstante, para la fecha existían numerosos caucheros colombianos con sucursales en aquel río. En los años siguientes Arana tomó el control absoluto de la fuerza de trabajo indígena y de todo el territorio situado entre los ríos Caquetá y Putumayo, y desde el río Cara Paraná hasta la desembocadura del Cahuinarí en el Caquetá.
Por diversos medios, y con la ayuda de las fuerzas armadas del Perú, en 1907 desalojó violentamente a los caucheros colombianos que se resistían a venderle sus fundos. Su posición se reforzó con la firma de un modus vívendi entre Colombia y el Perú en el Putumayo, ya que por medio de ese acuerdo los peruanos consolidaron de facto el control de la navegación por el río. Esto provocó el desconcierto de los caucheros colombianos, que no entendían la indolencia del gobierno del general Reyes ante los numerosos atropellos y vejámenes que sufrían.
En 1907, la Casa Arana se transformó en la Peruvian Amazon Company, con sede en Londres, y expidió acciones por un total de un millón de libras esterlinas, si bien la familia Arana conservaba el control de la compañía.
Un régimen esclavista
La Casa Arana había dividido sus operaciones en dos grandes distritos",cuyas sedes principales se encontraban en El Encanto, sobre el río CaraParan?á, y La Chorrera, en el Igara Paraná. Allí se acopiaba el caucho extraído de las diferentes sucursales y se embarcaba hacia lquitos. Cada sucursal tenía bajo su jurisdicción un número considerable de indígenas; estos pertenecían a diversos linajes, pero casi siempre hablaban una misma lengua. En ciertas áreas se difundió el Witoto como lengua franca.
A la cabeza de cada barracón se encontraba un capataz; sus utilidades guardaban relación directa con la cantidad total de caucho extraído. Generalmente existía una comisión de 15 a 20 hombres armados que se encargaban de amedrentar a la población nativa, neutralizar una eventual rebelión, perseguir a los indígenas fugitivos, castigar a los que no cumplían las tareas de producción acordadas o, incluso, enganchar compulsivamente nueva fuerza de trabajo.
Entre el personal de las comisiones se destacaban los "muchachos" (boys), o sea jóvenes criados por los caucheros, armados con fusiles, cuya función en el control de la población indígena era fundamental ya que conocían las lenguas nativas, los hábitos y costumbres de sus paisanos.
La fuerza de trabajo estaba conformada por los nativos hombres, mujeres y niños , quienes debían laborar prácticamente todo el año en los "fábricos" para redimir una deuda que jamás se pagaría. Además, debían sostenerse a si mismos y cultivar, cazar y pescar para los patrones.
A cada jefe de grupo doméstico, o linaje local, se le asignaba una cuota de caucho. Según algunos estimativos, cada familia debía aportar 40 arrobas mensuales; si la balanza no señalaba el peso acordado, los indígenas, sin distinción de edad ni sexo, eran azotados, torturados, mutilados o asesinados a sangre fría. Así mismo podían ser condenados a morir de hambre, o simplemente ser "aperreados" por los grandes mastines de los patrones.
Con frecuencia los indígena! eran asesinados por diversión, como ocurría durante ciertas fiestas, religiosas. Se estima que en el primer decenio del presente siglo murieron aproximadamente 40.000 de ellos; posiblemente un poco más de la mitad de la población aborigen total de la región en aquel momento (Foreign Office, 1912).
En los primeros años de la "violencia de los peruanos" como se refieren los mismos indígenas a estos acontecimientos algunos grupos intentaron rebelarse o huir hacia otros lugares. La superioridad bélica de los caucheros y el temor de los indios a una violencia generalizada, impidieron una resistencia exitosa, pese a ser los primeros muy inferiores numéricamente.
Tal régimen desencadenó un conflicto social de grandes proporciones: un "capitán de la tribu Resigero organizó, según relata el explorador inglés Thomas Whiffen (191 S), un grupo para combatir a los caucheros y a aquellos indígenas de su propia tribu que colaboraban en la explotación. Si le damos crédito a Whiffen, toda la gente Resigero fue víctima de sus ataques, porque "nada en su opinión (del jefe indígena) podía salvar a las tribus".
En ocasiones los indígenas intentaban utilizar medios simbólicos, como la brujería, para expulsara los blancos. Y hubo hechos como el que relata César Uribe Piedrahíta en su novela Toá: un grupo del Cara Paraná intentó "barbasquear" el río con el fin de matar los peces y forzar la emigración de los "blancos" por física hambre.
La acción defensiva de los indígenas frente a quien llamaban el "capitán" rana, así como frente a su organización, se dificultó por la carencia de unidad política entre los diferentes linajes. Los caucheros fomentaron cuidadosamente las rivalidades y conflictos entre aquellos, los cuales posiblemente se habían incrementado por la presencia de brotes epidémicos que los nativos interpretaron como brujería provocada por otros indígenas.
La Casa Arana optó por eliminar sistemáticamente a los "capitanes" y a los ancianos peligrosos que pudieran liderar alguna forma de resistencia. A los indios se les confiscaban con frecuencia sus armas, aunque sus escopetas de fisto, que tantos meses de trabajo les costaban, tenían un poder menor que los Winchester de los caucheros. Estos contaban, además, con el apoyo directo del ejército peruano, que había instalado algunas guarniciones en el Putumayo. Los indios no tuvieron otra alternativa que someterse para sobrevivir.
Escándalo mundial en torno al 'Taraíso del diablo"
Las barbaridades de la Casa Arana ya habían llegado a conocimiento público y de los gobiernos del Perú y de Colombia durante los primeros lustros de este siglo, no obstante la censura de la prensa impuesta por la dictadura de Rafael Reyes. Los caucheros colombianos se habían quejado pública y oficialmente sin que el gobierno tomara provisiones adecuadas, a no ser el modus vívendi mencionado que entregó el control del Putumayo a los peruanos. Se dice que el general Reyes, al ser consultado acerca de tales problemas, argüía que se trataba de cosas de caucheros", para descalificar ciertas situaciones de orden público en la Amazonia. No deja de haber misterio en esta actitud del gobierno, sobre todo cuando en la jefatura del Estado se encontraba un antiguo cauchero que conocía personalmente la región y sus problemas.
El gobierno peruano estaba interesado en propiciar la expansión de la compañía de Arana, ya que de esa forma podía alegar posesión de facto sobre parte de un territorio que estaba en disputa con Colombia.
Algunos periódicos de Lima y Manaos, pero sobre todo La Sanción y La Felpa de Iquitos, dirigidos por el valeroso periodista Saldaña Rocca, iniciaron y mantuvieron una campaña de denuncia de lo que acontecía en el Putumayo, aunque sin obtener resultados concretos.
En 1907, W E. Hardenburg (1912), un ingeniero norteamericano de paso por el Putumayo, fue testigo y víctima de los atropellos peruanos contra los barracones de colombianos en el río Cara Paraná. Su condición de ciudadano norteamericano le otorgó cierta inmunidad frente a las acciones del ejército del Perú, de manera que pudo salir bien librado del incidente, a pesar de haber sido acusado de agente al servicio de Colombia.
Dos años más tarde, en 1909, la prensa inglesa publicó profusamente su testimonio sobre lo que acontecía en el Putumayo bajo la jurisdicción de la compañía británica Feruvian Amazon Company. Estas denuncias, y la labor de la Sociedad Antiesclavista de Londres, desencadenaron un escándalo de grandes proporciones en Inglaterra y en el mundo, que todavía tenían en la memoria los acontecimientos terroríficos vinculados con la explotación del caucho en el Congo. Con el pretexto de que la Peruvian tenía entre su personal súbditos ingleses (negros de Barbados que habían sido traídos años atrás) el gobierno británico envió al cónsul inglés en Rio de Janeiro, Sir Roger Casement, para que investigara la veracidad de los cargos. Al cabo de varios meses de inspección en el Putumayo, Casement concluyó:
"Los crímenes de los que se acusa a muchos hombres ahora al servicio de la Peruvian Amazon Company son del género más atroz, incluyendo asesinatos, violaciones y fiagelaciones constantes. La naturaleza de los hechos es enteramente oprobiosa, y confirma totalmente las peores acusaciones formuladas contra agentes de la Peruvian Amazon Company y sus métodos de administración en el Putumayo". (Foreign Office, 1912. T del e.)
El cónsul inglés consideraba improbable que Arana y los otros miembros del directorio de la compañía no estuviesen al tanto de lo que acontecía; pero a éstos las denuncias no los intimidaron, ni tampoco al gobierno peruano. Al año siguiente (191 l), ambos, el gobierno con la ayuda de la Casa Arana, se tomaron por la fuerza la localidad de La Pedrera, donde Colombia había establecido una pequeña guarnición militar. Con esta toma los peruanos intentaron consolidar su dominio sobre el río Caquetá, al controlar el raudal de Cupatí; así podían estrangular a los caucheros colombianos establecidos en los ríos Miriti Paraná y Apaporis, un área que se había convertido en refugio para los indígenas del sur del Caquetá que huían del régimen de la Peruvian, aunque los caucheros de esta zona no eran ni mucho menos unos ángeles.
Con el asalto a La Pedrera y el escándalo internacional, la opinión pública del país tomó conciencia de lo que sucedía en el Putumayo. Una gran incógnita flotaba en el ambiente: ¿por qué razón durante tantos años las autoridades del país, particularmente el gobierno de Reyes, se habían mostrado negligentes, por decir lo mínimo, con esta situación? Se rumoraba que círculos de la sociedad bogotana, y algunos ministros y altos funcionarios, estaban interesados directamente en que no se conociera la realidad de los hechos acaecidos en el decenio anterior.
En el estado actual de la investigación, resulta aventurado hacer juicios de responsabilidad histórica a Reyes y a su gobierno. Pero los acuciosos investigadores Jorge Villegas y Fernando Botero (1979) tal vez han encontrado la "conexión" del Putumayo al señalar los aparentes lazos de parentesco entre uno de los principales socios de Arana, el señor Vega, ex cónsul de Colombia en Iquitos, y un ministro de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Reyes.
Manaos, los barones del caucho y el "coronel" Funes
Manaos se había convertido en el epicentro de toda la actividad económica de la extensa región del alto Amazonas. Su población había pasado, entre 1850 y 1903, de 8.500 a 50.000 habitantes.
La población era, en palabras del famoso etnólogo alemán Koch Grünberg (1967),"la ciudad industrial más importante de la cuenca interior del Amazonas y el puerto de embarque de las enormes cantidades de caucho que producen anualmente". Contaba con grandes avenidas, alumbrado eléctrico, modistos franceses, ingenieros de Liverpool, sociedades literarias, un teatro para la ópera donde se presentaban famosos cantantes de la época, hipódromo, etc.
A pesar de las fiebres malignas que azotaban la ciudad, con gran número de víctimas, la gente se divertía, cada una a su manera según su rango social. En la avenida Eduardo Ribeiro se regocijaba la sociedad de Manaos, que reunida en pequeñas mesas consumía un helado "chop", un whisky con soda o un simple refresco. Los domingos sus habitantes paseaban en tren eléctrico por la selva aledaña a la ciudad; cada semana, o en los días festivos, la banda mulata de la policía interpretaba música de Wagner, aunque sin duda tampoco faltaban los aires populares ya que "cuando se encienden los ánimos se recuerda que se está viviendo prácticamente al borde de la civilización (Ibid.). Entre los visitantes de la ciudad había numerosos indígenas de las regiones aledañas, quienes vestidos a la moda europea la recorrían en fila, unos tras de otros.
Gran parte de la población de Manaos era indígena 0 cabocla; ésta hacía los trabajos domésticos, o se ganaba el casabe (y el pan) vendiendo el producto de su caza o de su pesca en el mercado local.
La ciudad de principios de siglo era una digna" sede para los barones del caucho: Nicolás Suárez, Julio César Arana, Luis Silva Gómez, Manuel Vicente Carioca, Joaquín González Gómez Araújo y Germino Garrido y Otero. El Río Negro estaba dominado por los dos últimos. Don Germino, oriundo de España, vivía con sus hüos mayores en San Felipe, en el alto curso de aquel río, adonde había llegado en 1880. Según Koch Grünberg, era "un hombre excepcional por todos los aspectos, que conservaba la mentalidad y el carácter europeos Tenía una gran erudición, pues en medio de la selva estaba al tanto del " peligro amarillo", o de los problemas del "equilibrio europeo" y del premio Nobel. Se hallaba suscrito a los más prestigiosos periódicos y poseía una selecta biblioteca.
Los siringales de la empresa de Garrido estaban localizados en las márgenes del río ¡sana y en el alto Río Negro, adyacentes a la frontera venezolana. Parte de sus traba adores eran indios Baniwa (o Kurrij pako); éstos se hallaban sometidos al sistema del "endeude", de manera tal que estaban obligados a pagar en caucho o fariña, o cazando o pescando en el fundo del patrón. Además de Garrido, había otros caucheros de menor jerarquía, que mantenían una relación similar con la fuerza de trabajo nativa.
En el alto río Vaupés, el cauchero Gregorio Calderón había fundado el poblado de Calamarí. La localidad estuvo conformada en sus primeros años por un grupo de trabajadores Kubeo, en 1910 estos fueron reemplazados por indígenas Witoto y Karihona. Algunos caucheros se proyectaron sobre el río Isana y el Vaupés, buscando reclutar compulsivamente fuerza de trabajo indígena. Este último río, en particular, fue constantemente recorrido desde el salto de Yuruparí hasta la desembocadura del Cuduyarí. En el primer decenio del siglo, estos caucheros competían con la Casa Garrido y algunos empresarios menores. Como resultado de la lucha por la consecución de la fuerza de trabajo, las comunidades indígenas abandonaban con frecuencia sus asentamientos tradicionales y buscaban refugio en zonas de difícil acceso.
Aunque los recursos violentos no eran ajenos a la Casa Garrido, don Germino había adoptado otras estrategias de reclutamiento de la fuerza de trabajo. Se dice, por ejemplo, que contaba con un ejército de 400 hombres para proteger sus dominios, pero gran parte de la tropa estaba conformada por sus propios hijos o descendientes. Al parecer había tenido una vida muy prolífica en vástagos de madre indígena lo cual le permitía ser algo más que un patrón frente a las comunidades locales. Era un padrino que brindaba protección frente a abusos de terceros. A veces redimía la deuda de algún indígena, ya fuera por su avanzada edad u otro motivo. En algunas oportunidades se enfrentó con las mismas autoridades brasileñas, ya que éstas explotaban excesivamente a los indios. Sus relaciones con los nativos se daban, según R. Collier (1981), con 11 severidad patriarcal al tiempo que con bondad como lo haría un padre con su hüo".
En el alto Orinoco se había conformado otro gran "imperio", famoso en la literatura colombiana gracias a la La Vorágine, obra de José Eustasio Rivera, publicada en 1924.
El despegue de Tomás Funes, uno de los terribles personajes a que se alude en la novela, se inició un poco antes del 8 de mayo de 1913. cuando aceptó encabezar una rebelión de caucheros y comerciantes del alto Orinoco y Ciudad Bolívar contra el general Roberto Pulido, gobernador del Territorio Federal del Amazonas, en Venezuela. Según el escritor Rafael Gómez Picón (1953), Pulido se aprovechaba de su situación para arruinar a los otros comerciantes o para hacerse a sus ganancias. Por esa época, por ejemplo, ordenó que el caucho del alto Orinoco debía pagar el impuesto directamente en San Fernando de Atabapo; anteriormente este impuesto se hacía efectivo en Ciudad Bolívar con órdenes a cargo de las casas comerciales de aquella ciudad. Como los caucheros carecían de dinero en efectivo por el carácter estructural del sistema del "endeude" a que se ha hecho mención se veían obligados a vender el látex a precios inferiores a su valor real a los agentes de la Casa Pulido, compañía de propiedad del gobernador. Este otorgó, además, a un pariente cercano, los derechos de navegación de vapor por el alto Orinoco y el monopolio para el desplazamiento de automóviles, y de carga, en la zona de los temibles raudales de Atures y Maipures. La situación planteada ocasionó la ruina de numerosas empresas y la quiebra de no pocos barracones y de sus trabajadores.
El alzamiento tuvo éxito; Tomás Funes, apodado desde entonces el "coronel" Funes, se constituyó en líder de un movimiento social más amplio, que abarcó numerosas localidades. Al cabo del tiempo, se convirtió en el hombre fuerte de la región, desafiando incluso al poder central del dictador Juan Vicente Gómez. Simultáneamente, Funes aprovechaba su posición para transformarse en patrón indiscutido del alto Orinoco, en cuyos inmensos siringales trabajaban miles de indígenas sometidos al sistema del "endeude".
El gobierno venezolano pensó que resultaba más político ganar a Funes que combatirlo; éste fue nombrado gobernador, responsable de la región. Entonces se convirtió en un dictador regional, dando lugar a las historias de terror y de violencia que narra justamente Rivera.
11 ¿ Cuál podrá ser la suerte de los caucheros de San Fernando? (se interroga el autor de La Vorágine).Causa pavor considerarla. Pasado el primer acto de tragedia, palidecieron, pero el caudillo que improvisaron ya tenía fuerzas, ya tenía nombre. Le dieron a probar sangre n tiene sed. Venga acá la gobernación. El ó como comerciante, como gomero, sólo por i- mir la competencia; mas como le quedan competidores en los siringales y en las barracas, ha resuelto exterminarlos con igual fin y por eso va asesinando a sus mismos cómplices".
El 30 de enero de 1921 el "coronel" fue fusilado por las tropas del general Emilio Arévalo, quien había tomado por asalto su cuartel del río Atabapo, dando fin a su imperio.
Una élite regional en crisis, cuestionada pero poderosa
Con ocasión del escándalo del Putumayo", la clase dominante de Iquitos y del Departamento de Loreto, en el Perú, rodeó a Arana y expresó en múltiples formas su solidaridad con las "víctimas". Pablo Zumaeta, gerente de la Casa Arana en Iquitos y uno de los principales sindicados, fue elegido, después dé las acusaciones, como vice alcalde de la ciudad, vice presidente de la Cámara de Comercio local, presidente de la Sociedad de Benefactores, etc. Los periódicos locales apenas difundían algunos de los informes internacionales, y con frecuencia se acusaba de mala prensa o como exageraciones a los testimonios y publicaciones extranjeras.
De acuerdo con Stuart Fuller, cónsul norteamericano de la época en Iquitos, esta solidaridad y este silencio se debían no solamente al poder económico y político de la Casa Arana "ue sin duda era considerable," sino también a una actitud secular de las élites dominantes frente al indio y al sistema de peonaje por medio del cual se garantizaba la apropiación de una fuerza de trabajo relativamente escasa y fundamental para el funcionamiento del orden social.
La clase dominante de lquitos temía que una crítica de los excesos del Putumayo llevara a un cuestionamiento del sistema del "endeude" ,provocando una crisis del sistema de trabajo regional y de la cadena de créditos. De ello podrían resultar no solamente elevadas pérdidas, prácticamente irrecuperables, sino también un incremento en los costos de la mano de obra, en una coyuntura de depresión del precio del caucho amazónico que erosionaba la Iquitos tenía en ese momento aproximadamente 15.000 habitantes y dependía básicamente de la explotación del caucho silvestre. Hacía tres años Julio de 1909 enero de 1910) que la goma había alcanzado su cotización más alta en el mercado internacional, pero ahora su valor bajaba cada vez más y se vislumbraba una parálisis del negocio ¿Cómo aceptar, entonces, un cuestionamiento al régimen de trabajo sobre el cual se sostenía semejante urdimbre económica? .
La crisis de la compañía coincide con la caída del precio internacional del caucho amazónico, debida ésta a la competencia de las plantaciones inglesas en Malasia y Ceilán; estos cultivos se habían desarrollado a partir de semillas sacadas furtivamente del Brasil por Wickhan en las últimas décadas del siglo XIX. Camilo Domínguez (1976) opina que ello puede explicar, en parte, la disposición del gobierno británico para provocar el colapso de la compañía angloperuana y ordenar su disolución en 1912, así como su decisión de publicar el Libro Azul del Putumayo (en el cual se detallaban las investigaciones de Casement) como respuesta a la negligencia de las autoridades de Lima para tomar las medidas correctivas adecuadas.
Por otra parte, un gran número de familias de Iquitos había adoptado indígenas de diversas regiones, entre ellos muchos del Putumayo, que llegaban a la ciudad como resultado de un tráfico humano. Si bien los adoptados no tenían ningún salario, recibían alimento y vestido y algunos se hallaban incorporados a la vida familiar. Se había constituido, así, una unidad socio afectiva entre patrón e indígena difícil de deshacer. La reestructuración de esta relación de peonaje suponía un verdadero traumatismo social.
Además, el gobierno de Lima tenía que ser cuidadoso, porque los loretanos estaban relativamente aislados de los centros de poder de la Costa y coqueteaban, de vez en cuando, con proyectos separatistas.
Teniendo en cuenta estas circunstancias regionales, era difícil que se produjeran cambios radicales en la situación de los indígenas del Putumayo. De hecho, como lo constató el cónsul norteamericano citado, en la región del Putumayo los funcionarios del Estado (militares, jueces de paz, comisarios, etc. combinaban sus labores oficiales con cargos directamente ligados a la explotación del caucho, o como empleados de la Casa Arana.
Los intentos reformistas no tenían ninguna perspectiva porque, al fin y al cabo, Arana podía decir "El Estado soy yo". De ahí que, una vez pasado el huracán del escándalo, y con la atención mundial centrada en los acontecimientos de la Primera Guerra Mundial, la situación social continuara más o menos similar a la existente en la década anterior, aunque tal vez Arana y sus secuaces aprendieron a 1 cuidar más su mano de obra, porque después del colapso del mercado del caucho, era lo único que les quedaba.
Rebeldes nativos contra el barracón
Los indígenas respondieron de diversas formas a los métodos compulsivos de los caucheros. Como vimos, con frecuencia se desplazaron o huyeron hacia otra áreas buscando refugio. Esta estrategia "cimarrona" recreó probablemente todo el panorama interétnico regional, fusionó grupos y generó una nueva dinámica sociocultural. Pero no siempre los indígenas huían: en muchos casos organizaron sus propios movimientos de resistencia y de lucha contra los caucheros.
En el Isana y en el Vaupés resurgieron los movimientos mesiánicos. Anizeto Salvador, del ¡sana, había conformado un movimiento hacia 1875. Se autoproclamó como el "Mesías" o el "segundo Cristosegún el etnólogo alemán Koch Grünberg (1967):
En curaba enfermos exhalando su aliento sobre ellos o colocándoles las manos sobre el cuerpo y visitaba las poblaciones en medio de enorme boato. Les decía a sus discípulos que no debían trabajar más en las plantaciones, porque estaban con su bendición para que los sembrados crecieran por sí solos, Las gentes venían desde muy lejos para consultarle, le traían cuanto tenían y celebraban fiestas sin fin, con baile que se prolongaba día y noche sin interrupción".
En 1880, en el área del río Vaupés apareció otro mesías.
"Decía llamarse Vicente Cristo e invocaba a los espíritus de los muertos y a Tupana, el Dios de los cristianos. Hacía bailar a sus seguidores alrededor de la cruz y afirmaba ser el representante de Tupana y el padre de los misioneros que habían sido enviados al Caiary Vaupés únicamente debido a que él personalmente le había rogado a Dios que los enviara. Por la fuerza de su personalidad, despertó el fanatismo de los indios a todo lo largo del río y atrajo gran número de adeptos; sin embargo, al poco tiempo abusó de su poder: les aconsejó a los indios que echaran al río a los blancos porque los estaban explotando. Esto provocó pánico en toda la región, donde ya se preveía un levantamiento indígena..." (Ibid.).
La reacción de los caucheros y de las autoridades fue rápida y brutal. Anizeto fue encarcelado y enviado durante un año a trabajos forzados en Manaos, donde tuvo el "honor" de participar en la construcción de la catedral. El "Cristo del Vaupés" fue apaleado y encarcelado varios días en Barcellos. Se argumentaba en todos estos casos que los "sediciosos" abandonaban el trabajo y se dedicaban a la holgazanería.
Pero los rebeldes no se limitaron a estos nombres ni a aquella zona. Koch Grünberg insiste en la existencia de muchos otros líderes cuyos movimientos se fundaban en tradiciones religiosas propias (particularmente Arawak) con simbolismos católicos.
Al sur, en el Trapecio Amazónico, los Tikuna respondían de manera más o menos similar a la opresión de los caucheros de otros sectores. A comienzos del siglo, dos jóvenes tuvieron diversas visiones proféticas y agruparon numerosos adeptos. A uno de ellos, los indígenas le construyeron una casa aparte para que continuara conversando con los espíritus. Ninguno de los dos fue soportado por los caucheros blancos, y fueron atacados; uno de ellos, con el pretexto de que no pagaba impuestos.
En los bajos río Caquetá y Putumayo hubo con frecuencia movimientos de resistencia. Según el antropólogo Horacio Calle (1982), el jefe Witoto Nofurema combatía en el río Cara Paraná a los caucheros blancos y a sus colaboradores nativos. En 1903 una comunidad aborigen Andoke, según algunas fuentes tendió una celada a un grupo de caucheros que pretendía incorporar indígenas a la explotación de la siringa. Sus cabezas fueron cortadas y exhibidas sobre los manguarés; sus brazos y piernas se conservaron en agua para atemorizar a los invasores.
En 1903 y 1904, lfé, un cacique Witoto, se rebeló con su gente, pero fue capturado y muerto por Miguel Loaiza, capataz de la Casa Arana en El Encanto. Los relatos orales de los Muinane dan cuenta de la existencia del "capitán" bora Makapaamine, quien atacaba con tácticas de guerra de guerrillas las lanchas de la compañía. Se dice que era un antiguo boy, criado en lquitos y entrenado por los peruanos, cuyos propósitos eran los de expulsar a todos los blancos de sus territorios.
La región del Apaporis y del Miriti Paraná fue también escenario de luchas entre indios y caucheros. En 1908, por ejemplo, el patrón Braulio Borrero fue muerto por los Yukuna. En 19 10 Cecilio Plata quiso instalarse en el Miriti Paraná utilizando métodos violentos. Al poco tiempo, sin embargo, fue ajusticiado junto con su hijo, por un indio Letuama. Y tres hombres que vinieron a vengarlos cayeron en manos de los Yukuna. Posteriormente, cuenta el antropólogo Martin von Hildebrand, los blancos perpetraron una matanza como represalia (Corry, 1976).
El alzamiento de Yarocamena es el movimiento más célebre de toda la región. Posiblemente ocurrió en 1917; enfrentó a los Witoto, bajo el liderazgo de aquel jefe, con caucheros y tropas del ejército regular del Perú. Después de matar algunos caucheros, los rebeldes se refugiaron en la maloca de la localidad de Atenas, en el alto Igara Paraná. Allí fueron sitiados por sus enemigos; al cabo de algunos días, la maloca fue incendiada y masacrados la mayor parte de sus ocupantes, hombres, mujeres y niños (Yepes & Pineda C., 1985).
Las formas de resistencia social se expresaban también en acciones menos dramáticas pero que afectaban de todas maneras al cauchero. Se mezclaba la goma con piedras y otros objetos; en otras ocasiones ciertos grupos optaron por talar los árboles de caucho, pensando que de esta forma alejarían a los "blancos".
Las misiones a comienzos del siglo XX
Aunque a mediados del siglo pasado algunos misioneros se establecieron en ¡as márgenes del Río Negro, su labor no tuvo mayor impacto, en parte debido a los acontecimientos de esa época ya reseñados. En 1880, los padres franciscanos se instalaron en el Vaupés y fundaron diversos pueblos de misión. Se estima en 22 el total de aldeas misioneras establecidas y habitadas por indígenas de los grupos Desano, Tariano, Tukano, Wanano, Piratapuyo, Baniwa, Kubeo y Makú, entre otros. Los pueblos de Taracuá (San Francisco) e Ipanoré (San Jerónimo Jesús y José), por ejemplo, tenían 245 y 330 habitantes, respectivamente. Tukano (Santa Isabel) y Uirapoco, sobre el río Tiquié, albergaban 173 y 250 almas, en su orden.
En Ipanoré se construyó una iglesia, y en una de sus paredes se pintó comenta el etnólogo Hugh Jones (1981) "una imagen de Yuruparí ardiendo en el infierno".
En 1883 los padres profanaron en este pueblo algunos objetos rituales. Esto provocó un levantamiento de los Tariano, por lo cual los misioneros se vieron obligados a retirarse del área; posiblemente las maquinaciones de los caucheros hayan influido en la rebelión, porque los religiosos eran un obstáculo a su "política laboral". lo cierto es que un misionero intentó desacralizar el ritual de Yuruparí, mostrando durante una misa concurrida las máscaras secretas (makakarua, o máscaras elaboradas con pelos de mono); Koch Grünberg describe así esta profanación:
"El domingo cuando había mucha gente en la iglesia, especialmente mujeres, el padre Mateo, quien celebraba la misa, les mostró súbitamente el Yuruparí, para demostrarles que no debían temer a los demonios y derrotar así, de una sola vez, el paganismo. Un terrible tumulto fue la respuesta a esta mala jugada. Las mujeres se tiraron al suelo y escondieron llenas de miedo el rostro, los hombres trataron de huir, pero encontraron todas las puertas cerradas y al padre José como centinela. Los hombres se lanzaron con bastones y otras armas sobre el padre Mateo ......
Y de no haber sido por un crucifDo de bronce y la intervención de un jefe indígena, los misioneros hubieran salido mal heridos. Los payés ordenaron entonces un ayuno general; durante un mes ejecutaron diversos rituales de purificación; y en los días siguientes Yuruparí apareció en varias oportunidades, hecho que dió lugar a diferentes interpretaciones. Según un chamán, venía a pedir que los indígenas se subordinaran a los misioneros; otros sostenían que tenía ira contra ellos (Wright, 1981).
Esta profanación obligó a los misioneros, de tal manera, a abandonar los pueblos; la mayor parte de estos desapareció, y los indígenas regresaron a sus patrones de asentamiento tradicional.
Para efectos M trabajo misional, a partir de 1910 el Vaupés fue dividido entre los salesianos, bajo el auspicio del Brasil, y los padres monfortianos, delegados por Colombia. Los salesianos restablecieron las misiones en Saó Gabriel (1920), Taracuá (1923) y Yavaraté (1929), entre otras. En 1914 los monfortianos se instalaron en el río Papurí, donde fundaron el poblado de Monfort, con indígenas Tukano. Posteriormente crearon otros centros de misión en el mismo río.
En vez de fomentar desde un principio grandes aldeas, como habían hecho sus predecesores, la estrategia de los nuevos misioneros consistió en levantar "internados" o centros de escolarización para niños indígenas, donde se les retenía durante gran parte del año; así pensaban inculcarles la religión católica, y transmitirles valores, técnicas y conocimientos del mundo blanco". Con los internados se pretendía también aglutinar paulatinamente a los adultos, atraídos por la venta de mercancías que allí se realizaba, así como por ser lugar de compra de algunos de sus productos.
A los niños se les prohibía el uso de sus lenguas vernáculas, a no ser el Tukano, que las misiones tomaron como lengua franca. Los misioneros entendían que debían aculturar a los indígenas, y fomentaban en los menores, según Myriam Jimeno (1979), el aprendizaje del uso de las matemáticas, el valor de la moneda, y otros conceptos de la economía de mercado.
En el plano ideológico, los religiosos prohibieron realizar los rituales de Yuruparí y otras festividades de intercambio. Los viejos incineraron y enterraron los objetos rituales: plumas, collares, flautas. Los padres propiciaron la desaparición de las malocas, estimulando la construcción de casas individuales con características derivadas de la cultura occidental.
Simultáneamente, los misioneros capuchinos penetraban en el sector del alto Putumayo. En 1912 fundaron Puerto Asís y Puerto Umbría, centros de interacción de indígenas y colonos; posteriormente establecieron Alvernia, con un grupo de colonos antioqueños. Las misiones fomentaron la colonización del Putumayo, aunque en parte este proceso venía ocurriendo espontáneamente desde años atrás. Los religiosos tuvieron también un rol destacado en la construcción de obras de infraestructura, como el camino de Pasto a Puerto Asís y el puente "Monclar" sobre el río Mocoa, entre otras.
Las misiones desempeñaron algunas funciones administrativas y civiles, delegadas por el Estado. Sus objetivos se concentraban en evangelizar y acultural a los indígenas, fomentar la colonización e integrar la región del Putumayo a la economía nacional. Sin duda lograron parte de sus propósitos. En 1923, el Putumayo tenía un panorama étnico y demográfico diferente al de medio siglo antes. En Mocoa, Puerto Asís, Santa Rosa y Umbría, entre otros lugares, habitaba una numerosa población "blanca", con propósitos de colonización y asentamiento definitivo. Pero, de otra parte, el incremento de la colonización posiblemente fue causante de numerosas epidemias que diezmaron a ciertas comunidades indígenas como los Siona, entre otros.
Los capuchinos tuvieron también una visión etnocéntrica hacia los indígenas, típica de su época; consideraban muchas de las prácticas y costumbres nativas como pecaminosas o "salvajes"; utilizaron métodos pedagógicos severos y etnocidas. En el valle de Sibundo y establecieron grandes haciendas con base en el trabajo indígena; su evolución y los métodos allí aplicados, han sido estudiados por Víctor Daniel Bonilla (1969).
Las misiones fueron, sin duda, la punta de lanza oficial para la incorporación de las regiones amazónicas al resto del país.
Regionalismo y conflicto colombo peruano
El área comprendida entre los ríos Caquetá y Putumayo, al este del río Caucayá, permaneció bajo el control de la Casa Arana a pesar del escándalo internacional referido y del colapso del mercado del caucho silvestre amazónico. En las márgenes de sus diferentes ríos se localizaban, por otra parte, algunos puestos militares del Perú.
Posiblemente debido a la inminencia de un acuerdo con Colombia, el gobierno peruano se adelantó a reconocer a Arana, mediante resolución de agosto de 192 1, la propiedad de los territorios y los campamentos de la Casa a ambos lados del Putumayo, con una extensión de 5´774.000 hectáreas; esta decisión fue tomada sin tenerse en cuenta los derechos de los miles de indígenas que allí vivían, ni los derechos que Colombia reclamaba. Unos meses más tarde, en marzo de 1922, se firmó el Tratado Lozano Salomón que estableció las fronteras amazónicas entre las Repúblicas de Colombia y del Perú. De acuerdo con el documento suscrito, el río Putumayo constituía el límite entre las dos naciones, correspondiendo a Colombia la banda norte. Así mismo, se reconocía la soberanía de nuestro país sobre un área entre el río Putumayo y el Amazonas, con una zona de 115 kilómetros sobre las riberas de este último río, entre Leticia y Atacuarí. A cambio, Colombia reconocía al Perú la inmensa franja de selva situada entre el Putumayo, el Napo y un amplio sector del curso del Amazonas.
Este arreglo internacional generó una verdadera colisión de intereses entre la clase dominante de Iquitos particularmente su senador Julio César Arana y el gobierno central peruano. ¡Y ello no obstante que el 5 de agosto siguiente el gobierno de su país titulase a Arana el predio citado, incluidas 3.553.600 hectáreas de la banda norte del Putumayo, en un territorio bajo la soberanía de ColombiaL? En Iquitos había también descontento por el reconocimiento del área del Trapecio Amazónico una petición en la que Colombia había permanecido inflexible para llegar a cualquier acuerdo , y ello pesea que el Tratado garantizaba los derechos adquiridos de sus moradores.
De espaldas a lo establecido por los dos países, la Casa Arana continuó expandiéndose en la región, proyectándose fuera de sus dominios hacia áreas contiguas, en busca de balata o enganchando por la fuerza nueva gente indígena.
En 1924 José Eustasio Rivera informó, en El Tíempo de Bogotá, acerca de la penetración de dicha empresa al norte M río Caquetá y de la permanencia de un régimen esclavista en sus operaciones. Los pobladores de Florencia y áreas aledañas temían un posible asalto peruano, ya que se rumoraban movimientos de tropas de dicha nacionalidad. Sin embargo, el gobierno colombiano desmentía las versiones y declaraba que todo estaba en orden. Las voces de alerta de Rivera y de otros colombianos calaron en la opinión pública. En el mismo año, por ejemplo, se produjeron manifestaciones en Medellín para denunciar "la invasión de los peruanos" y los atropellos cometidos contra indios, caucheros y colonos del área usurpada.
A pesar de sus esfuerzos, Arana no logró detener la ratificación de[ Tratado por el Congreso del Perú, en 1928.
Sus actividades no habían pasado desapercibidas en nuestro país, como tampoco lo había sido la paradójica decisión del Perú al titular seis años antes un predio que no le pertenecía porque su propiedad estaba "viciada de nulidad desde su origen". El 22 de diciembre de 1928, un periódico de Bogotá informaba a¡ respecto, de acuerdo con la antropóloga Mary Figueroa (1986):
"Quedó definitiva y ruidosamente vencida la orientación política de la Casa Arana en relación con el Tratado de límites con Colombia. El día de ayer el Congreso Peruano aprobó el Tratado fírmado en 1922 por el Senador Lozano, Ministro Plenipotenciario de Colombia y el señor Salomón, Ministro de Relaciones Exteriores del Perú, sin modificaciones de ninguna especie, por 102 votos afirmativos contra siete negativos; dentro de los cuales se contaba el dado por el señor Arana".
Ante el fracaso de su iniciativa, Arana optó por desplazar compulsivamente los miles de indígenas que estaban bajo su poder, hacia la banda sur del Putumayo, el río Ampiyacú y las riberas del Napo.
En 1928, un funcionario enviado por el gobierno colombiano para censar las poblaciones del río Caquetá encontró la mayor parte de las localidades sujetas a la Casa Arana totalmente desocupadas, la población indígena deportada y no pocos indios huyendo hacia el norte, al Orteguaza o al MiritiParan?á, para escapar de la diáspora (Mora, 1975).
Muchos indígenas de la Amazonia todavía cuentan cómo fueron conducidos bajo diversos pretextos a La Chorrera y embarcados en ]anchas hacia la margen peruana del Putumayo. En ese entonces centenares de ellos fallecieron víctimas de las enfermedades, el hambre y el trauma causado por el proceso de desplazamiento rápido, masivo y compulsivo. El antaño pobladísimo territorio de la actual Comisaría del Amazonas quedó prácticamente desolado, con unos pocos fugitivos y refugiados en la selva.
En 1930 se organizó una expedición civil y milítar al Putumayo y al Trapecio Amazónico con el fin de tomar posesión de las localidades bajo soberanía colombiana y fomentar colonias militares, entre otros propósitos. Después de un penoso viaje por el camino de herradura que unía a Pasto con Puerto Asís, la comisión llegó al río Putumayo.
La mayor parte de los asentamientos que hallaron eran pequeños caseríos, con viviendas de yaripa y palma. La expedición reorganizó algunos de los principales núcleos humanos, como Caucayá (hoy Puerto Leguízamo), instalando autoridades civiles y dotándolos de servicios mínimos y alguna infraestructura, y también estableció la navegación permanente por el río Putumayo. Un año antes se había iniciado la construcción de la trocha Caucayá La Tagua, un tramo estratégico de 25 kilómetros que comunica los ríos Caquetá y Putumayo.
En el curso de su viaje hasta Manaos los comisionados visitaron las localidades de El Encanto y Tarapacá. En El Encanto fueron "amablemente" recibidos nada menos que por Loaiza y Seminario, agentes de la Casa Arana y copartícipes en el genocidio contra los indígenas.
El 8 de agosto, después de visitar Manaos e lquitos, la comisión llegó a la Hacienda La Victoria (que luego sería rebautizada "Francisco José de Caldas)", contigua a la localidad de Leticia. Una semana más tarde tomaban posesión de la zona según los términos del canje.
Leticia era entonces un pequeño caserío que incluía un resguardo de aduana peruano. Había sido fundada por ciudadanos de ese país en 1867, y apenas había logrado crecer demográfica mente. A unos 20 kilómetros se encontraba la citada hacienda, propiedad de un influyente hombre de lquitos; ésta poseía unas 800 hectáreas desmontadas, dedicadas al cultivo de la caña de azúcar, con la cual se fabricaba alcohol principalmente utilizado como combustible para ¡a navegación fluvial , aunque también se negociaba con madera fina.
No hubo incidentes durante el canje y la población peruana no manifestó inconformidad alguna. Con excepción de una fría indiferencia de los habitantes de lquitos, con ocasión del desembarco de los comisionados en dicha ciudad, todo resultaba normal.
El 22 de agosto de 1930 un golpe militar depuso al presidente Leguía y el comandante Sánchez Cerro asumió el poder en el Perú. Los opositores de Leguía aducían que éste había entregado el Putumayo a Colombia; y el mismo Sánchez Cerro había declarado que el presidente había "vendido" esa región a Colombia.
Nuestros comisionados tuvieron una primera sorpresa cuando, dos semanas después del canje, volvió a Leticia el prefecto de Loreto en un barco de guerra, pero en condición de asilado político porque había sido desterrado de su patria acusado de alta traición por los loretanos.
Mientras en el Perú la oposición al Tratado aumentaba, nuestro gobierno tomó algunas medidas para salvaguardar la seguridad de Leticia, que empezaba a dar los primeros pasos para su desarrollo. A mediados de 1931, la guarnición fue reforzada con 35 hombres adicionales; esta era una cifra más bien simbólica ya que el Perú disponía en la Amazonia de una fuerza con creces más poderosa.
En febrero de 1932 la guarnición colombiana fue retirada hacia El Encanto ya que carecía de suficiente capacidad defensiva; con razón el comisario del Amazonas, Alfredo Villamil, la describía como 11 un incentivo poderoso para un triunfo fácil", algo que podía llevar a la repetición de lo ocurrido en La Pedrera dos decenios atrás.
Diversos factores, llenos de significados en cuanto a intereses personales, rivalidades políticas, ambiciones económicas, o sentimientos de odio, propiciaron que el proyecto de usurpación fraguado por dos hombres de la Hacienda La Victoria, fuera secundado por las guarniciones militares y la población de la Amazonia peruana e, incluso, por el pueblo de Lima y sus dirigentes. Entre aquellos factores convergentes se apreciaban: el descontento de los loretanos pudientes ante el Tratado; las conveniencias políticas de Sánchez Cerro y de los enemigos de Leguía: el interés de un candidato a la presidencia del Perú, el general Ordóñez, por captar el apoyo regional de Loreto, del cual había sido prefecto; el desafío que representaba para Iquitos el nombramiento de Alfredo Villamil como primer comisario de Leticia ya que con anterioridad se había desempeñado en el consulado de Colombia en aquella ciudad peruana .
Así, pues, el lo. de septiembre de 1932 el conflicto colombo peruano por los territorios amazónicos quedaba planteado con la toma de Leticia por los peruanos. Los acontecimientos que siguen son conocidos. El ejército colombiano, conformado por distinguidos oficiales, por soldados de diversos lugares del interior, pero también por indígenas del oriente colombiano, y auxiliado por misioneros capuchinos como capellanes militares, derrotaron a los peruanos en Tarapacá y Güepí.
La labor de la diplomacia colombiana fue exitosa, y se logró un arreglo bajo el auspicio de la Sociedad de Naciones. Fue necesario que ocurriera una guerra para garantizar los derechos de Colombia en la Amazonia y para erradicar un sistema social profundamente injusto en el Putumayo, aún cuando el gobierno no fuese plenamente consciente de la significación socio histórica de estos hechos.
Algunos historiadores consideran útil preguntarse sobre qué hubiera pasado si en vez de hacerse lo que se hizo se hubiera actuado de otra manera. Con la debida dispensa, preguntémonos: ¿Hubiera logrado Colombia hacer avanzar sus tropas hacia Iquitos como lo pedía un líder político conservador y modificar con el eventual triunfo de las armas, los términos del Tratado? ¿El acuerdo logrado consistió, como lo afirmaba Silvio Villegas, en "mutilar una victoria militar"? Poco probable, porque el comportamiento loretano correspondía al de una sociedad regional relativamente consolidada; a la postre, aquella habría logrado imponerse, aunque quizás no en su punto más débil: el Putumayo. Aquí, sin duda, había perdido la batalla moral 20 años atrás, cuando por complicidad con Arana contribuyó a mantener un orden social genocida.
Epílogo: la historia presente
En 1939 el gobierno de Colombia entró en negociaciones directas con Julio César Arana; a pesar de todo, y como haciendo tabla rasa del pasado, reconoció pagarle US$ 200.000 por el Predio Putumayo y sus mejoras. El Banco Agrícola Hipotecario de Colombia, obrando a nombre de nuestra República, le canceló a Arana en ese tiempo la suma de US$ 40.000.
Veinticinco años más tarde, en 1964, durante el gobierno del presidente Guillermo León Valencia, la Caja Agraria pagó la suma restante a Víctor Israel, causahabiente de la Peruvian Amazon Company, que aparentemente había sido liquidada, y a herederos de Arana, cerrándose así ¡a negociación. Con esto quedaba supuestamente sellada la triste historia de la Casa Arana en Colombia.
En 1975, el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, INCORA, estableció varias reservas en el río Caquetá, beneficiando a numerosos indígenas Witoto, Muinane y Andoke. En 1982, se proponía hacer algo similar, constituyendo un gran resguardo en el río Igara Paraná, en cuyas riberas se encuentran diversas localidades habitadas por Witoto, Bora y Okaina, sobrevivientes de la hecatombe cauchera.
Para sorpresa de todo el mundo, la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero, descubrió entre sus activos el Predio Putumayo, y demandó suspender todo reconocimiento de los derechos de los indígenas puesto que alegaba ser la propietaria de tales tierras; basaba su alegato en el papel de intermediación desempeñado 40 años atrás. El Predio Putumayo es un territorio de aproximadamente 5´000.000 de hectáreas (según levantamiento realizado recientemente por el INCORA) que abarca una gran par te de la Comisaría del Amazonas, desde el Caquetá hasta el Putumayo, de norte a sur, y desde el río Pupuña hasta cerca de Puerto Leguízamo.
Como un nuevo capítulo de una lúgubre epopeya que pudiera calificarse como "La vorágine del caucho", una entidad del Estado se arroga el derecho de disputarle las tierras a las comunidades indígenas que las han habitado por milenios. Olvida esta entidad los legítimos derechos de los reales dueños de tales territorios, víctimas del genocidio de la casa cauchera y, a su vez, fuente del "derecho" de la misma Caja Agraria. Cuando se escribe una historia, quien testimonia tiene la seria dificultad de determinar cuándo empezar y dónde terminar. En el caso de la historia que nos ocupa, no cabe duda de que el capítulo aún no está cerrado.