Cali

Vestíbulo del Teatro Municipal.   Miguel Salazar.

Convento de La Merced.   Miguel Salazar.

Edificio El Puente, antigua sede de la Compañía Colombiana de Tabaco.   Miguel Salazar.

Paseo Bolívar.   Miguel Salazar.

Centro Cultural de Cali, obra del arquitecto Rogelio Salmona. Aquí funcionan la Secretaría de Cultura y Turismo y Corfecali.   Miguel Salazar.

Museo de Arte Moderno de La Tertulia. Exposición de la Colección de Arte de Suramericana de Seguros.   Miguel Salazar.

Antigua Estación de Ferrocarril, exposición y mural de Hernando Tejada.   Miguel Salazar.

Museo Arqueológico La Merced. Sala Religión.   Miguel Salazar.

Iglesia de La Ermita.   Miguel Salazar.

Texto de: Enrique Santos Molano

Llamada la sultana del Valle, Cali, capital del departamento de Valle del Cauca, es la tercera ciudad del país en importancia industrial, demográfica y urbanística. Con 2’530 756 habitantes, registrados por el censo general del 2005, la gran urbe del occidente colombiano no atraviesa hoy por uno de sus mejores momentos. La decadencia aparente en que ha entrado la ciudad que Sebastián de Belalcázar fundó hace 470 años, el 25 de julio de 1536, se achaca a dos factores principales: las malas administraciones de los últimos tiempos y la pérdida del espíritu cívico que, hasta no hace mucho, caracterizó a los caleños. Se decía, a mediados de la década de los ochenta, que el espíritu cívico había hecho de Cali una de las ciudades más bellas de Colombia, y se dice ahora que la ausencia de espíritu cívico ha permitido que las basuras inunden la ciudad, que las calles parezcan descuidadas, que la inseguridad aumente y que el componente urbano no ofrezca los antiguos atractivos.

Sin embargo, Cali sigue siendo Cali. El río del mismo nombre, que la atraviesa, conserva su entorno paradisíaco, como no lo tiene ninguna ciudad del país. En los espacios públicos se ha intentado crear para el arte una atmósfera renovadora. Los turistas podrán admirar en la portada al mar, la Mariamulata de Enrique Grau; en la manzana T, Las aves del río de Omar Rayo; el Mercurio de Rodrigo Arenas Betancur, en la Plazoleta del Comercio; o a la orilla del río, El Gato de Hernando Tejada, entre otras expresiones artísticas dispuestas para goce de los paseantes, sean turistas o nativos, aunque, para los caleños, el arte público no se diría un estimulante de su espíritu cívico, no ha servido para incitarlos a repensar su ciudad, lo cual, según Juan Pablo Velásquez, jefe del Departamento de Artes Plásticas de Bellas Artes, se explica porque en Cali nunca ha existido una previa noción de urbanismo.

En contraste con lo anterior, quien visita Cali se lleva la idea de una urbe en trance de arrancar hacia el cosmopolitismo. Sus antiguos monumentos no han perdido ápice del encanto que los hizo famosos. La iglesia gótica de la Ermita del Río se levanta sobre el río Cali con la misma imponencia tutelar que Notre Dame de París en el Sena; la iglesia de la Merced, con su Museo Arqueológico y de arte colonial; frente a la Gobernación, la iglesia de San Francisco, con su incomparable torre mudéjar; la Plaza de Caicedo, eje del centro histórico; y entre los edificios postcoloniales, el Teatro Municipal, erigido a principios del siglo xx, sede de importantes eventos culturales; y en la avenida Colombia, el más famoso centro cultural del país, La Tertulia, donde hay, además, galería y museo y se suceden continuamente programas literarios y artísticos de la mayor importancia. Cierra este marco cultural la sede del TEC, Teatro Experimental de Cali, el grupo que, de la mano de Enrique Buenaventura, refundó el teatro colombiano a partir de los años sesenta.

Los suburbios de Cali están conformados por comunidades residenciales florecientes y por elegantes clubes sociales y campestres. Los alrededores de la ciudad brindan paisajes cuya belleza es incansable a la vista. Cerca de Cali, unos 40 minutos al norte, está la hacienda El Paraíso, escenario que utilizó Jorge Isaacs para el idilio inmortal de María. También está cerca la hacienda de Piedechinche, sede del Museo de la Caña de Azúcar; y muy próxima a Cali, a no más de veinte minutos por la vía a Jamundí, la legendaria hacienda colonial de Cañasgordas, donde Eustaquio Palacios, promotor del ferrocarril del Pacífico, situó la trama de su novela histórica El alférez real.