- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
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- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
CHIRIBIQUETELa maloka cósmica de los hombres jaguar / Capítulo X - Acciones de conservación, inicio de la profanación y retos para salvaguardar la maloka cósmica |
Capítulo X - Acciones de conservación, inicio de la profanación y retos para salvaguardar la maloka cósmica
El agua de las riberas profundas y atiborradas de verde flotante, mostraba formas de vida nunca antes vistas con tanta exuberancia y promiscuidad. Tanto que los primeros hombres quedaron convencidos que estas milenarias serranías y tierras escarpadas debían ser un lugar bendecido por los dioses estelares. Era evidente que habían llegado a la maloka cósmica de los animales.
Los torrentes de los 34 raudales del Apaporis no amilanaron a estos nuevos recién llegados. Parecían pasos imposibles y lo siguen siendo. No obstante, esto no desanimó a los exploradores paleoindios, por el contrario, más determinados debieron estar de poder llegar a un paisaje que auguraba ser el centro del mundo. La espuma, la bruma predecía ya el contenido de tan insoslayable fertilidad.
La conquista del espacio deshabitado siempre, desde un inicio debió ser por agua. Los más antiguos exploradores, hace siglos enteros, debieron cursar estas accidentadas, temerarias y torrentosas corrientes para poder llegar a estas solitarias moles de roca, ya habitadas en pleno por la jaguaridad natural. Ahí empezaron a ponerle nombre a la identidad felina que desde mucho antes de la llegada del hombre al continente ya era amo y señor de estos confines.
El frondoso y desconcertante horizonte verde, lleno de profundidad y efervescencia, mostraba al kambó gigante, deambulando por ramas y varas que atravesaban el espacio como signo de vida y abundancia. Rápidamente los hombres primerizos, reconocerían en este colosal sapo las bondades y la eficacia de su veneno y su vigoroso y estimulante exudado con el que harían preparados de vida y muerte.
Enigmáticos seres, como estas dantas, salían al encuentro de los recién llegados, sin mostrar ningún signo de temor. Era evidente que el equilibrio de las fuerzas vitales de estas tierras mostraba tal nivel de distensión y armonía que solo alguien con un enorme poder podía ser el responsable de garantizar tanta abundancia. Para estos hombres primerizos, fue evidente y palpable que estaban entrando a una tierra distinta y singular, reconocida por todos estos seres como la morada del Sol.
La vida estaba por todas partes, destellante y omnipresente como si colgara de los árboles, en racimos. Insectos, frutas, mieles, plantas ceremoniales anticipaban esta Casa del Sol como un refugio estelar, como un enjambre celeste. Había huellas y gestos del significado profundo de un sitio de origen. Este panel acampanado de huestes defensoras advertía, a los recién llegados, cómo deberían manejarse en un mundo lleno de metáforas y significados, como bien fue detallado luego en los murales pictóricos.
Tal como en la gesta conquistadora de Felipe de Utre (Philipp von Hutten) en 1541, estos primeros exploradores entendieron que buscaban no la Casa del Oro, que animaba al alemán, sino la Casa del Padre Sol que, era evidente, sintetizaba en un terruño cosmogónico de doradas rocas el carácter seminal y solar de este sitio sagrado. En su travesía expectante, ambos grupos de expedicionarios –con siglos de diferencia– empezaban a detallar la intrincada línea de un horizonte antediluviano que parecía la fortaleza de los dioses.
Los cerros, con sus rocas brillantes y labradas en siglos de fertilidad, escurrían y manaban agua saturada de espuma y fecundidad. Ya bien en la salida o en la Casa del Sol, la luz siempre abría paso a la demostración de que esta era la Casa del Dorado, pues no de otra forma se podía entender la existencia de un sitio tan lleno de energía seminal, ubicado exactamente en la mitad del mundo.
Caminos entrecortados, laberintos de lava hacen inexpugnable la entrada a las escarpadas cumbres tepuyanas. El Sol había logrado hacer de esta maloka cósmica un verdadero refugio que tornaba en desaf ío monumental llegar a los recónditos lugares donde se dejó plantada la huella solar del inicio.
Las simas de Chiribiquete, cuatro oquedades hasta ahora observables, son quizá la más nítida demostración de que esta es la Casa del Sol y de que estos agujeros divinos del “Principio” fueron hechos claramente por el Padre Sol, cuando remontó hasta acá con su bastón de mando para fungir a este sitio, en la mitad del mundo, como lugar de “Comienzo”. Quizá sea esta la evidencia más clara y palpable del valor sagrado y sublime –como lo advirtieron estos primeros expedicionarios del paleoindio– que se detalla en perdidos mitos del “Origen”.
Indios nativos de la Amazonia con un atuendo muy particular en el adorno de la cara que, como los carijona, llamaba la atención por sus rasgos felinos. En este grabado de 1880 se observa el uso del mazo o la macana, los brazaletes y pantorrillas bien apretados y una corona con pluma de guacamaya para engalanar su identidad guerrera.
Durante los últimos años del posconflicto en Colombia, los detonantes de la usurpación de tierras y destrucción de las selvas milenarias han tenido que enfrentar los peores momentos de la historia. La destrucción y pérdida de la biodiversidad y de los valores culturales de la selva es incalculable y repercute seriamente en la estabilidad ambiental y sociocultaral del territorio.
El horror y la destrucción de las quemas, la tala y la apropiación indebida de este pulmón de carácter mundial, ponen en entredicho la capacidad del Estado, y acrecientan la inestabilidad social y la miseria. Los esfuerzos del gobierno nacional deben seguir adelante, a pesar de la desbordante tarea que implica esta desaforada y demencial cruzada de las mafias ilegales por apropiarse del patrimonio de los colombianos y de los ciudadanos del mundo, que necesitan ver cómo este patrimonio natural y cultural prevalece.
A mediados de los ochenta, la región sur de la Serranía de Chiribiquete fue tomada por el narcotráfico para establecer allí los laboratorios de procesamiento de narcóticos más promisorios. Durante estos años, Chiribiquete, como el resto del país, fue víctima de una violencia y una descomposición sin precedentes hasta que poco a poco el Estado empezó a retomar el orden y, desde entonces, se pudieron exterminar la mayor parte de estos intentos reiterados de establecerse con ánimos delictivos en la zona aprovechando su aislamiento. Infinidad de acciones de la fuerza pública se han librado en estos lugares para erradicar este flagelo de la humanidad. En la imagen, un operativo de la policía Antinarcóticos en cultivos de coca y laboratorios anexos.
Durante los recorridos exploratorios y cartográficos derivados del Tratado de Tordesillas, entre España y Portugal, Francisco Requena tuvo la oportunidad de avanzar y recorrer la zona del río Yarí y otras áreas próximas a la Serranía de Chiribiquete. Como parte de estos recorridos, los emisarios peninsulares pudieron documentar el área por primera vez con un notorio despliegue de habilidades geográficas y cartográficas que llevó a elaborar mapas tan cruciales e importantes como el que se documenta en esta imagen, y que demuestra la presencia de carijonas en algunos raudales sobre dicho río, al igual que de los indios tama, koreguaje y grupos tukano occidental.
La singularidad de las especies de caucho identificadas en la región amazónica alimentaron la idea de muchos empresarios de enriquecerse con su explotación intensiva. Pero, al mismo tiempo, una serie de campañas de investigación botánica prosperaban en la región colombiana para catalogar e investigar las propiedades y prospectos de una gran variedad de especímenes que resultaban promisorios para la ciencia, la farmacopea y los negocios. En la imagen, un grabado de Hevea guianensis que resultó ser una de las especies más insignes de la familia Euphorbiaceae.
Durante mucho tiempo, la extracción del caucho y, por ende, de la savia de goma gotea, se constituyó en una de las actividades extractivas y generó una bonanza sin precedentes en la región amazónica, donde Colombia tuvo un papel importante en el contexto de país exportador. Como toda bonanza, las cosas terminaron por salirse de curso, con serias consecuencias para los grupos indígenas y la naturaleza.
Durante mucho tiempo, la extracción del caucho y, por ende, de la savia de goma gotea, se constituyó en una de las actividades extractivas y generó una bonanza sin precedentes en la región amazónica, donde Colombia tuvo un papel importante en el contexto de país exportador. Como toda bonanza, las cosas terminaron por salirse de curso, con serias consecuencias para los grupos indígenas y la naturaleza.
Detalle de una huella humana que mostraba haber aparecido unas semanas antes de la fotograf ía, en uno de los murales con cueva. Las dimensiones son un tanto imprecisas, por el carácter de la huella y la microerosión.
Detalle de una huella humana (pies descalzos) encontrada en uno de los murales pictográficos de Chiribiquete, de carácter reciente. Las huellas miden 17/18 cm de largo por 11/12 cm de ancho, aproximadamente.
Detalle de un fogón, relativamente reciente, en la base de un mural pictográfico que parece haber servido para efectos rituales.
Grabados y dibujos antiguos realizados por exploradores amazónicos, donde se ilustran miembros de comunidades indígenas carijona y umaúa. Ilustración de indios carijona de Jules Crévaux, 1883.
En su cosmovisión, los karipulakena, hijos del mundo, crearon la vida acuática. Yuruparí, el principal dueño del monte, tiene el mayor estatus dentro del grupo de dueños míticos. Los makuna habitan en las comunidades Piedra Ñi ubicada sobre el río Pirá Paraná, en las orillas del río Comeña, afluente del Pirá Paraná, y en el río Apaporis, al sur del Vaupés. En la imagen, una danza del Mirití-Paraná.
Los grupos del Pira y Mirití-Paraná, como los makuna, yukuna-matapí, bará, carapana, barasana y taiwano, mantienen una estrecha relación con los del Apaporis y se consideran grupos con un gran multilingüismo. En la imagen, comunidad del Mirití-Paraná, prepara una danza ceremonial.
Las comunidades indígenas de los ríos Caquetá-Vaupés- Putumayo-Apaporis-Pira Paraná, entre otros afluentes regionales, comparten una serie de elementos comunes, en los que se destaca la figura emblemática del chamán y todo un complejo ritual y ceremonial que incluye los taburetes, el uso de plantas sagradas, los atuendos y la parafernalia asociada a la deidad tutelar, el amplio conocimiento de la jaguaridad y el manejo de recursos naturales que mantienen gran vínculo con los cerros sagrados.
Imágen de las primeras expediciones en compañía de los investigadores Jorge Hernández Camacho, Thomas van der Hammen, Heliodoro Sánchez, Gonzalo Andrade y otros integrantes del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el INDERENA.
Imágen de las primeras expediciones en compañía de los investigadores Jorge Hernández Camacho, Thomas van der Hammen, Heliodoro Sánchez, Gonzalo Andrade y otros integrantes del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el INDERENA.
Primeros sobrevuelos realizados sobre la serranía y sus selvas aledañas, entre 1987 y 1989, mientras se construía el primer mapa de Chiribiquete que serviría de base para la declaratoria del parque nacional.
Detalle del primer campamento base levantado en las expediciones de 1991.
Momentos relevantes de las visitas de los expertos de la Unesco en el 2006 y 2017 respectivamente, momentos en los cuales el país trató de avanzar en los preparativos de la nominación de este PNN.
Momentos relevantes de las visitas de los expertos de la Unesco en el 2006 y 2017 respectivamente, momentos en los cuales el país trató de avanzar en los preparativos de la nominación de este PNN.
Momento previo a la decisión final del Consejo de Patrimonio Mundial de la Unesco, deliberación que se llevó a cabo en la ciudad de Manama, en Baréin, en el marco de la 42a Sesión el día 30 de junio de 2018. En la imagen, la Directora de Parques Nacionales, Julia Miranda; el director del Instituto Colombiano de Antropología, Ernesto Montenegro; el ministro Plenipotenciario de la Delegación Permanente de Colombia ante la Unesco, Luis Armando Soto y Carlos Castaño-Uribe, de la Fundación Herencia Ambiental Caribe.
Reunión de evaluación de los expertos de la Unesco con miembros de una de las poblaciones visitadas para conocer, de primera mano, a los pobladores locales de la zona amortiguadora de la posible área a ser incluida en la lista de nominación como Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad (2017).
Esta fabulosa escena de guacamayas azules sobre el río Apaporis, en la parte sur de Chiribiquete, es un magnífico ejemplo de la significación que deben tener dentro del simbolismo sagrado de este sitio. Estas aves, frecuentemente registradas en la iconografía sagrada, se muestran como aves mensajeras de carácter solar.
El Salto Felino - El Salto Jaguar es, sin lugar a dudas, conjuntamente con la Canoa Cósmica, el concepto más importante y envolvente de la identidad de Chiribiquete. Este elemento estructurante muestra en este sitio un largo proceso de afianzamiento y proyecta sus capacidades espirituales y ecológico- funcionales a los hombres y las comunidades artífices de esta Tradición Cultural. El Salto Felino quizá sea uno de los aspectos más envolventes del bagaje conceptual y filosófico del chamanismo amazónico y genera los códigos y claves de comportamiento de una buena parte de los sabedores de la selva pluvial. En el salto se proyecta el momento cúspide y culminante del empoderamiento felino y se constituye en el catalizador de su poder más cosmogónico, más sublime de este ser solar, que extendido de garras viaja todas las noches desde la Vía Láctea para observar y vigilar el cumplimiento de los preceptos míticos. Gracias a Steve Winter por capturar este momento mágico y existencial.
Una sociedad se define no solo por lo que crea, sino por lo que se niega a destruir.
- John C. Sawhill
A lo largo de estas páginas hemos presentado una información que es el resultado de muchos años de dedicación a una tarea que empezó desde la primera vez que divisamos en el horizonte lejano esta monumental serranía, misteriosa y aislada, que, poco a poco, nos fue entregando sus secretos. En cada viaje, en cada estadía, en cada experiencia vivida en este sitio, fuimos confirmando la complejidad de lidiar con tal magnitud de acervo patrimonial cultural, donde no solo se halla parte de la conciencia milenaria de esta nación, sino del mundo entero. Durante años, a medida que avanzaba lentamente nuestro conocimiento de Chiribiquete, caímos en cuenta de lo complejo que significaba “narrar” desde el punto de vista espiritual lo que allí existe plasmado en las rocas. Ese conocimiento ancestral está codificado y resulta ininteligible para el profano, y, por ello, reflexionamos largamente sobre la necesidad de mantener oculto y protegido algo que, a la naturaleza y a la razón existencial de los pueblos milenarios, resultaba imprescindible. Para ellos, Chiribiquete revestía –y tiene aún hoy– un valor sagrado.
Cuando uno busca desde la racionalidad el conocimiento encerrado en Chiribiquete y en el conjunto de serranías vecinas de nuestra Amazonia (La Lindosa, Tunahi, Macarena, entre otras), es evidente la superficialidad e incapacidad de nuestra mal llamada “civilización” para entender tal conocimiento, ni siquiera para su conservación y protección. Durante siglos, Chiribiquete no solo estuvo felizmente aislada sino también protegida de la osadía y empeño de muchos occidentales que, desde la invasión europea, pretendieron llegar hasta ella para sacar provecho. Esta amenaza continúa hasta nuestros días y, lamentablemente, ahora ya parece imposible protegerla de la adversidad. Recabando la historia, muchos fueron los intentos de apropiarla y dominarla en el pasado. Estuvo presente, por ejemplo, el fantasma de la búsqueda de El Dorado, la explotación del caucho y el genocidio que generó su extracción, afectando especialmente a los últimos guardianes del lugar, los carijona. Chiribiquete estuvo cerca de convertirse en área para la siembra de caucho durante la Segunda Guerra Mundial; en campo petrolero de “interés nacional”; en área para la minería de oro y otros minerales preciosos, con la complacencia de la “autoridad” selvática de las farc. A esto se suman el arrasamiento causado por el auge cocalero y ganadero actual en la selva perimetral y su frontera interna a manos de capitales oscuros, y el espejismo del llamado turismo de aventura, que están tratando de romper las fronteras de la gestión institucional.
Muchas de estas últimas acciones llegarán, con el paso del tiempo, a tapizar este territorio de grandes haciendas ganaderas, a costa del patrimonio público del actual Parque Nacional Natural y de toda su zona periférica, también en la mira de los grandes cultivos de palma africana, como ha venido ocurriendo durante los últimos 20 años desde Villavicencio hasta Calamar, sin que se ponga freno a la controvertible política de la ingobernabilidad. Hoy, más que nunca, ante la desmedida avalancha de adversidad que se ha visto progresar en los últimos dos años, no queda más que abrazar decididamente el Sistema de Parques Nacionales para defender lo que no tiene precio. Su desaparición no tiene cómo medirse en efectos adversos para la cultura, la historia y el patrimonio ecológico y ambiental de Colombia. Nos anima, en este momento, que esta obra pueda contribuir no solo a conocer mejor este patrimonio, sino a que todos entendamos que perder Chiribiquete colocaría al país en una categoría de nación inepta, incapaz de proteger su identidad y sus recursos.
El Dorado ilusorio - El Dorado sol
El mito de El Dorado fue tomando forma desde la empinada Sierra Nevada de Santa Marta, cuando los invasores europeos empezaron a rastrear el origen de la abundante orfebrería indígena de esta región que los españoles llamaron Provincia de Tayrona. Luego de incursionar y saquear las numerosas ciudades de cimientos de piedras y ver el elevado nivel de organización sociopolítica de sus habitantes, los peninsulares se dieron cuenta de que, buena parte, de la materia prima que era de carácter solar para los indios, llegaba hasta ellos mediante rutas de intercambios comerciales que iban más hacia el sur, siguiendo por el actual río Magdalena. Su ambición por el oro los llevaría primero a la región de La Mojana, donde había obras de ingeniería hidráulica colosales. A pesar de que este territorio ya no estaba en su apogeo, el legendario Gran Zenú estaba sembrado de sepulcros indígenas llenos de riquezas sorprendentes. Allí conocieron a las sociedades de los antiguos zenúes y la organización de un extenso territorio formado por el Finzenú –en la hoya del río Sinú–, el Panzenú –en la hoya del río San Jorge– y el Zenufana –en los ríos Cauca y Nechí–, cuyos caciques intercambiaban productos de todo tipo para sus complejas ceremonias, entre ellos oro, al que asignaban un origen mítico (Falchetti, 2009).
Las incursiones en este territorio comenzaron en 1515, cuando Francisco Becerra fue enviado desde Urabá al mando de una expedición que llegó al pueblo del Finzenú, principal asentamiento de los zenúes en la hoya del río Sinú. Luego, las incursiones se intensificaron con la llegada de Pedro de Heredia en 1534, cuando partió de la recién fundada ciudad de Cartagena y condujo una expedición hasta este territorio. Allí saqueó un templo que albergaba grandes estatuas de madera recubiertas de oro, de donde colgaban unas hamacas llenas de ofrendas; pero lo que más llamó entonces su atención fue el entorno del santuario, pues estaba cubierto de montículos artificiales de diferentes tamaños que servían de sepulcros especiales para los chamanes (o piaches) de esta etnia. Por supuesto, fueron de inmediato profanados y saqueados, obteniendo en ellos cantidades importantes de piezas de orfebrería, botín que según el tesorero de Cartagena, que formaba parte de la expedición, ascendía a más de treinta mil pesos oro de esos días (Friede, 1956: III, 265, en Falchetti, 2009) –suma, de hecho, muy considerable–. El saqueo de los túmulos funerarios continuó y fue muy productivo, de tal suerte que, en menos de un año los españoles habían encontrado grandes tumbas, muchas de las cuales aportaron cada una de ellas, entre 10 mil y 20 mil castellanos en piezas de oro fino y otro tanto en piezas de oro bajo. Tal como lo documenta Falchetti (2009), Finzenú se convirtió en el primer sitio de guaquería sistemática en el continente americano, y el oro de sus sepulcros contribuyó durante diez años al sostenimiento de la gobernación de Cartagena, con el que incluso se financió la construcción de sus célebres murallas para defenderse de bucaneros y piratas, amén de muchos otros destinos que nunca quedaron registrados en los libros contables.
Mientras tanto, Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y el alemán Nicolás de Federmán iniciaron la búsqueda del verdadero “Dorado” en las intrincadas tierras de los muiscas en el altiplano cundiboyacense. Con la misma motivación, los tres llegaron a la Sabana de Bogotá desde Santa Marta, Quito y la región de Coro en Venezuela, respectivamente, lo que los llevaría más adelante a constatar la existencia de ritos y ceremonias en las lagunas sagradas de los páramos del altiplano, donde se usaban balsas en que los indios transportaban oro para ofrendarlo a sus dioses. Esta llegada con propósitos monetarios al territorio del Sol y de la Luna, los llevó a entablar una copiosa reclamación de derechos y capitulaciones. Estas peticiones tomaban tiempo para resolverse en la corona española, mientras tanto sus protagonistas se enfrentaban movidos por la codicia. Incluso, entre los mismos allegados de la casa real, y en todos los rincones de la Europa imperial, se agrandaron las fábulas sobre El Dorado, una supuesta ciudad dorada ya no en la provincia de “Xerrira” o de los zipas muiscas, sino más al sur.
Tal como lo describe Juan Friede (1959) en su obra Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y fundación de Bogotá (1536-1539), según documentos del Archivo General de Indias, Sevilla. (Revelaciones y rectificaciones), fue la propia Real Audiencia de Santo Domingo la que propuso que estas grandes riquezas se encontraban al sur, a la altura de la línea ecuatorial. Quizá surgieron allí algunas de las grandes expediciones que se organizaron para buscar El Dorado en la Amazonia colombiana, y en otros lugares como en el Orinoco, donde la atención se focalizó en la búsqueda de una tal ciudad dorada. Así, por ejemplo, en diciembre de 1541, Francisco de Orellana, dejando atrás a su superior, Gonzalo Pizarro, apremiado por abastecimientos, siguió su marcha aguas abajo por el río Coca y el Napo, buscando al señor de los omaguas, quien aparentemente tenía muchos vasallos y riquezas. Después de muchas jornadas de camino, el grupo llegó a un río aun más caudaloso en el que se enfrentaron con aguerridas mujeres, en junio de 1542, a quienes llamaron “Amazonas”, nombre este con el que se conocería a esta gran arteria fluvial que desemboca en el Atlántico. Una vez Orellana da cuenta de haber salido a este inmenso río, emprende su ruta al nororiente para reclamar la conquista del País de las Amazonas, y regresar en la búsqueda del proverbial Dorado que, según las conjeturas de la época, estaba en algún lugar de esta jungla verde. Por una ruta un tanto diferente, atravesando los llanos de Venezuela y Colombia, el teniente general de Coro, Philipp von Hutten (llamado por los españoles Felipe de Utre), de la aliada Casa Welser, parte en 1541, tratando de llegar a la provincia de Papamene, donde esperaba lograr alianzas que lo llevaran a un destino cierto de riquezas. Allí se entera por el cacique Guayupe de que debería seguir en la búsqueda del metal dorado hasta la ciudad de Macatoa, en la otra margen del río Guayuare (hoy Guaviare), porque todo indicaba que cerca de ese sitio había un reino relacionado con la Casa del Sol Dorado.
En su recorrido, Utre llega a la sierra inexplorada que llamaron “Punta de Pardaos” (actual sierra de la Macarena), pero ya sus pertrechos y abastecimientos escaseaban y decide retornar a San Juan de los Llanos para preparar bien su búsqueda de la ciudad de Macatoa, ubicada más hacia el sur, a la altura del eje ecuatorial, cuyo asentamiento pertenecía aparentemente a los indios omeguas, guaguas o ditaguas1, según le habían informado muchas de las tribus contactadas durante el viaje. ?A propósito de esta expedición del conquistador alemán, hace poco, el periodista y cineasta Jörg Denzer, de la misma nacionalidad y con quien hemos sostenido algunos encuentros en Colombia debido a su gran interés por el trabajo adelantado en Chiribiquete, nos relataba el seguimiento que él ha hecho sobre el relato de este militar alemán durante la Conquista y las novedades que se han encontrado en algunas cartas que fueron publicadas hace algunos años, enviadas por el teniente general a su padre y a un amigo2 en 1542, con quienes comparte sus aventuras y algunas reflexiones de sus pesquisas. En estas misivas, habla de la existencia de una sierra en la que habita una nación a la que llaman “inmortales o los que no pueden morir” y se mofa de esta aseveración. Así mismo, comenta que en este sitio está un pueblo muy guerrero, los omaguas o los choques, que viven en una tierra de pura selva y cerros, que se comen a sí mismos y que están en guerra con todos sus vecinos. Anotó, también, que no usaban arcos sino rodelas de madera y dardos, y que los enfrentaban directamente sin tenerles miedo. Denzer señala en su investigación que encuentra algunas alusiones importantes a estos aborígenes en la crónica de Juan de Castellanos3, quien describe que los indios choques pintan el sol en todos sus escudos, con sus rayos, nariz, ojos y boca, como relató también Gaspar de Carvajal4 en la expedición de Francisco de Orellana, en un lugar antes de la desembocadura del río Caquetá. Dice que todas estas gentes adoraban y tienen por su dios al Sol, al que llaman Chisse (Denzer, comunicación personal).
El desenlace de esta primera expedición, con numerosas bajas a manos de los omaguas, casi termina con su vida porque resulta herido en batalla, mucho antes de traspasar la férrea frontera de la serranía que era meticulosamente custodiada por estos beligerantes indígenas. No obstante, más tarde menciona en sus relatos la existencia de anchos caminos que permitían divisar a lo lejos una gran población, con calles rectas, casas muy juntas y un edificio elevado que sobresalía en medio de todas las construcciones. Todo ello ha sido interpretado como las formaciones tepuyanas. La historia de Von Hutten es importante, pues quizá fue la única persona blanca que, junto con sus hombres de armas, estuvo más cerca de la Serranía del Chiribiquete en las primeras décadas de la conquista europea. Su interés y decisión de buscar, sobre esta ruta, el mítico y legendario Dorado tendría sentido, asumiendo que era la búsqueda de la Casa del Sol, pues así lo entendían los informantes aborígenes. Lo que buscaba, más que un sitio de riquezas metálicas, era el lugar mítico de origen solar, que coincide con el contenido simbólico y sagrado de estos tepuyes.
De las caucheras al genocidio de los carijona
Este pueblo, asentado en los alrededores de la serranía del Chiribiquete, debió entrar a esta zona alrededor del año 1000 d.C., como parte de numerosos movimientos de grupos indígenas de origen karib, que llegaron a la región norte de Suramérica. Se ha dicho en repetidas ocasiones que podrían ser los responsables de dar inicio a la Tradición Pictórica de Chiribiquete, pero toda la evidencia aquí presentada no concuerda con esta tesis. Lo que sí sabemos con certeza es que estuvieron muchos años allí, aprovechando su inexpugnable y privilegiada condición de aislamiento. No nos cabe duda de que ellos fueron partícipes del mantenimiento del contenido de esta tradición por parte de sus chamanes. Tal como lo dijo el investigador Roberto Franco, mucha de la toponimia de la serranía contiene vocablos carijona, como también subyacen otras lenguas5 que pudieron llegar al territorio antes que los aguerridos guaques, huaques, mesayas, unamuas, hianakotos y kotos, nombres que forman parte del repertorio de gentilicios con los que se conocía a los carijona, según los llamaban sus vecinos y en una amplia región de los ríos Yarí, Guaviare, Caquetá, Mesay, Apaporis, Putumayo y Vaupés, hasta donde llegaba su influencia bélica. Los diferentes nombres que recibieron expresaban el temor y el carácter despectivo con que los veían los grupos colindantes, siempre a la defensiva y alertas a sus incursiones que les reportaron un profundo respeto por bravos y belicosos. Los carijonas fueron también llamados murciélagos, guaguas, omaguas, enaguas y otros términos, que traducían su cercanía con el temido felino, tal como sindi (el carnívoro o príncipe de los tigres en lengua andoque), riama (come gente, para los uitoto) y ocho (en coreguaje) (Franco, 2002).
Los carijona disminuyeron de población, estimada en unas 20.000 almas a finales del siglo xviii, hasta una cifra no superior a 14 familias dispersas en la Amazonia colombiana, casi todas en procesos de aculturación interétnica en la actualidad y a punto de que su lengua desaparezca. Su inexorable extinción étnica se vio propiciada especialmente por todos los procesos de invasión de las caucherías, el conflicto étnico y las enfermedades que trajeron estos fenómenos sociales. Luego, los buscadores del Hevea (caucho) terminaron por despoblar la región de Chiribiquete. Se sabe que los carijona opusieron una resistencia férrea a las caucherías y atacaron las instalaciones de algunas compañías a comienzos del siglo anterior (entre otros “Calderón Hermanos” en el Cuñaré y el poblado de Calamar, Guaviare). Las últimas malokas carijonas en el río Apaporis fueron documentadas a mediados de los años treinta del siglo xx y su ubicación fue juiciosamente identificada en el trabajo de Franco (2002 y 2011), quien contó con el apoyo de algunos informantes carijona en algunas poblaciones de la Amazonia colombiana. De acuerdo con Franco, en el Ajaju vivía la gente tigre; más abajo, sobre el Apaporis, estaban los akaribá, la gente gusano, en su cuenca media la población de Pacú y Maracanaima (donde hay mucha maraca de monte), allí llegó con los caucheros una epidemia de sarampión; después estaba Guacuri, cerca de la boca del caño Macayarí, donde vivía la gente hormiga; Barranco, en la boca del caño Tacunema y Peñas Blancas, donde vivía la gente pato real (Franco, 2011). Actualmente sobreviven unas pocas familias en el resguardo indígena de Puerto Nare, municipio de Miraflores (Guaviare), y algunas familias a lo largo del río Caquetá en las localidades de La Pedrera, Puerto Córdoba y Puerto Santander, en el departamento de Amazonas.
La lengua carijona (tsahá), que forma parte de la familia caribe (carífona), cuya penetración se hizo por el Amazonas y Caquetá, posiblemente entró al Yarí desde el oriente. Está ampliamente emparentada con los grupos trio y akuriyo de las Guayanas, aunque en Colombia está próxima a desaparecer debido a todo lo aquí indicado. No se debe perder de vista que, en los años setenta, había alguna colonización de caucheros y de cazadores, aun en los sitios de Tacunema, Macayarí, Pacoa y Jirijirimo, lugares que habían sido identificados como potenciales para la explotación industrial desde antes de la Segunda Guerra Mundial (Franco, 2011); y todos los proyectos del gobierno estadounidense auguraban extensas plantaciones en toda esta región hasta el Ajaju, pues ya se habían identificado botánicamente las especies más promisorias, sus mejores variedades y su localización. Milagrosamente, la intención de realizar estas plantaciones a nivel industrial se desestimó a última hora, gracias a que en Asia se lograban mejoras notables y procedimientos más eficientes a menor costo con la producción sintética del caucho, con lo que Suramérica se libró de este problema (Davis, 2004). Lo más grave es que aquello hubiera ocurrido en los alrededores de Chiribiquete, según lo evaluado por la Secretaria de Guerra de los Estados Unidos a comienzos de los años cuarenta.
Durante más de un siglo, la explotación de caucho generó una bonanza de tal magnitud en la Amazonia peruana, brasileña y colombiana, que estimuló el crecimiento de ciudades como Iquitos, Manaos y Leticia; pero el precio pagado fue la esclavitud, los vejámenes, las violaciones y el genocidio de millares de indígenas, hombres, mujeres y niños. Ha sido uno de los episodios más aberrantes de la historia de estos países, con la anuencia de los políticos de turno. Los indígenas fueron sometidos a trabajos forzados, y sus mujeres violadas y abusadas con una crueldad difícil de creer, orquestado por la infame Casa Arana6. A todo esto se sumó el conflicto fronterizo entre Colombia y Perú, nacido de la intención peruana de apropiarse de una parte de territorio colombiano. Al ganar Colombia la guerra, se firmó el Tratado Salomón-Lozano, por el cual el Perú reconocía la soberanía de Colombia sobre los territorios comprendidos entre los ríos Caquetá y Putumayo y se le cedía a Colombia el llamado Trapecio Amazónico, con poblados como Leticia a orillas del río Amazonas. La persecución a muchos pueblos indígenas, por parte de los caucheros colombianos y peruanos, obligó a muchos grupos nativos a iniciar un desplazamiento forzado por muchas regiones de la Amazonia, y es probable que varios hayan buscado refugio en el interior de la selva, en sitios más inexpugnables, como Chiribiquete. En los últimos años, se han concretado pruebas sobre la posible presencia de grupos indígenas en aislamiento voluntario en el parque, o que incluso haya allí grupos no contactados antes.
Tráfico ilegal de especies, narcotráfico, minería ilícita, deforestación, guerrilla y paramilitarismo
La explotación de los recursos naturales, especialmente la explotación ilegal, ha sido una constante durante décadas en muchos países de la región. En el contexto amazónico, quizá sea el sitio donde más atropellos se han cometido, debido a la falta de controles y a las dificultades para poder seguir las cadenas de tráfico ilegal que aprovechan estas amplias fronteras para evadir a las autoridades y lucrarse sin reparo de la destrucción que ocasionan. En Colombia, aunque es difícil seguir las pistas de lo ocurrido en décadas anteriores, se estima que entre 1930 y 1969, las exportaciones de fauna silvestre representaron un valor aproximado a 1 punto del producto interno bruto (PIB), entre mamíferos (63,29% del valor total), reptiles (36,73%) aves (0,73%). Es decir que, sin contar lo relativo a peces, en 1964 las exportaciones de fauna silvestre llegaron a representar el 11,9% del PIB, de acuerdo con Baptiste et al., 2002. Solo hasta finales de la década de 1970 se establece la veda permanente en todo el territorio nacional para la caza deportiva de mamíferos, aves y reptiles de la fauna silvestre (Resolución 0787 de junio 22 de 1977). Antes de esto, era frecuente ver asombrosos decomisos de pieles como las de jaguar y caimán negro, por mencionar solo dos de los ejemplos más notables. Tal como se ha indicado en algunos estudios recientes (Baptiste, 2002; Mancera y Reyes, 2008), en Colombia no se tienen estadísticas completas de tráfico ilegal, pero se asume que el volumen es de gran magnitud y las propias autoridades ambientales estiman que lo que se documenta no es mayor al 10% de lo que realmente se saca ilegalmente del país (Baptiste et al., 2002).
Un caso dramático se vio durante los años setenta con el mercado legal e ilícito de madera, actividad que llevó prácticamente a la extinción de la caoba y el cedro. Hoy día, en la mayoría de los sitios de explotación, las maderas finas han sido ya entresacadas y durante varios años se ha denunciado que estas cadenas de ilegalidad han estado movidas por verdaderas mafias que han sabido aprovecharse hábilmente de las necesidades de los colonos insolventes que llegan a este territorio buscando oportunidades de trabajo. Con esta misma doctrina, y al amparo de otros intereses de financiamiento de economías ilegales, se está talando la Amazonia colombiana, aprovechando la coyuntura aparente del proceso de paz que empezó a concretarse desde el año 2017. En este mismo año, la deforestación en la Amazonia tuvo un incremento del 65% (más de 144.000 hectáreas), según cifras oficiales, y algo similar ocurrió durante el año 2018, con una particularidad si se considera que los dos departamentos donde estas cifras parecen crecer exponencialmente son los que involucran al Parque Nacional Chiribiquete. El círculo maldito deforestación-cultivo de coca-expansión de la frontera ganadera, prevaleciente en los últimos 40 años en la Amazonia, parece haberse consolidado en los dos departamentos de Caquetá y Guaviare. En tal sentido, la bonanza del narcotráfico, que se instaló en la región desde mediados de los setenta, llegó para quedarse con un repunte de dramática significancia para la conservación del patrimonio natural y cultural.
Lamentablemente, el narcotráfico ha tenido dos impactos importantes relacionados con la integralidad y la conservación de la región y del Parque Nacional. Uno de ellos está asociado con esta deforestación sin precedentes que ya hemos anotado, y el otro con el establecimiento de laboratorios de producción de cocaína que se enquistaron especialmente en la zona sur, desde comienzos de la década de 1980, tal como ocurrió con el connotado caso de “Tranquilandia”7, un lugar construido y operado en una de las mesetas entre la mesa de Iguaje y la de Araracuara, con pista de aterrizaje para aviones DC-9 y Curtis. Afortunadamente, durante los años inmediatamente posteriores a la declaratoria del parque, se logró erradicar muchas otras pistas y laboratorios localizados en el perímetro sur y los controles de tráfico aéreo mejoraron significativamente, sin que esto quiera decir que no sea necesario seguir extremando todas las medidas necesarias de control, especialmente en lo que atañe al mayor mal actual: la deforestación. En la historia reciente, con la intervención pública, se ha logrado repeler y destruir algunos nuevos intentos de pequeños laboratorios y pistas cortas de aterrizaje, pero también la llegada de dragas y equipos para la minería ilegal, introducidos al río Apaporis desde San José y Calamar por el Itilla, y desde trochas por Miraflores.
La presencia de las farc en este sitio ha sido una constante desde hace muchas décadas y varias veces nos hemos topado con la evidencia de su presencia y el rastro de sus campamentos, todo lo cual ha significado una zozobra adicional para la seguridad de los investigadores. Es totalmente conocido que, en la actualidad, las dos disidencias más fuertes continúan delinquiendo en la zona y esto representa un riesgo latente para cualquier persona que ose entrar al área sin la debida seguridad. Un aspecto nunca antes referido fue el encuentro que hicimos de un panel rocoso, al lado de un mural pictórico arqueológico, con dibujos hechos por guerrilleros de las farc en lápiz y carbón. Este hecho asombroso y desconcertante nos llenó de indignación y sobrecogimiento, aunque siempre agradecimos que no lo hubieran hecho encima de las pinturas aborígenes. Durante un largo rato dispuse a un par de mis ayudantes para tratar de limpiar el paredón; al cabo del esfuerzo aún se notaba el registro de tan curiosa manía de dejar consignada nuestra presencia a través de grafitis, no pudiéndose salvar ni este sitio sagrado de ese mal. El sitio de intervención muestra un nutrido conjunto de representaciones humanas, hombres y mujeres, con algunos escritos y mensajes, así como la fecha en la que se realizó esta acción, 1993, en la base de su “inspirada” intrusión.
Expedicionarios en la zona de Chiribiquete
Una de las primeras incursiones al territorio próximo a Chiribiquete se realiza por parte del cartógrafo real Francisco Requena, quien recorre una sección del río Apaporis como parte de las comisiones oficiales de límites, conjuntamente con el representante de Portugal, Joáo Wilkens, que el Tratado de Tordesillas entre España y Portugal había señalado realizar para la demarcación amazónica de ambos imperios. Gracias a ellos, se tienen los primeros informes oficiales de la parte de la cuenca del Caquetá-Japurá. En el diario de Requena, quien como comisario español recorrió la zona en 1782, se menciona el río Yarí y se documenta la presencia de carijonas en algunos raudales sobre dicho río, al igual que indios tama y coreguaje y grupos tucano occidental.
A comienzos del siglo pasado, Theodor Koch Grünberg incursiona por el río Vaupés desde su boca hasta los Lagos del Dorado, un poco más abajo del actual pueblo de Miraflores. Dice el explorador que los carijona vivían en el Macayá y durante sus travesías por el Apaporis los exploradores encontraron varios barrancones de caucheros, como los del quebradón de Carurú, el lago Espejo o lago Uaruá y la boca del Hirisa (Franco, 2011). Estos exploradores documentan en su diario la existencia de malokas indígenas carijona en el Macaya y Cunyari; los tsahátsaha entre el Cunyary y el Mesai; los mahatoyana y los yakaoyana en el Macaya; los kaikutschana en el Apaporis, y los kahatonari en el Mesai. Según Koch Grunberg, el grupo karib de los carijonas ocupaba en ese momento toda la gran región entre el alto Caiary-Vaupés y el alto Yapurá (Franco, 2002 y 2011). Más recientemente, en 1912, Hamilton Rice, médico, geógrafo, geólogo y explorador estadounidense, recorrió con Gregorio Calderón, un conocido cauchero, un área próxima a la zona de Chiribiquete, entrando por una trocha desde Calamar en el Unilla, que por esa época, tenía más de 20 casas, hasta la banda derecha del Itilla. De allí salieron por tierra hasta el río Tutuyo y siguieron al sur hasta llegar al río Macayá, en un claro que abrieron, conocido después como Puerto Paulina, desde donde se divisaban las cimas de Chiribiquete. Desde allí, recorrieron un dificultoso camino para llegar al río Mesay, afluente del Yarí, estableciendo puntos geográficos de gran interés de esta desconocida zona. Ubica el sitio de Corinto, el viejo puerto cauchero de la zona, en la banda izquierda del Macayá, arriba de su confluencia con el Ajaju. Aunque en el año de 1904 Koch Grunberg había mencionado algunas malokas carijonas en el Macayá, ya para el año de 1912 no estaban (Franco, 2011).
Además de su extraordinario papel como botánico y quizás el más talentoso etnobotánico de la época, Richard E. Schultes viajó por este territorio con el fin de investigar para la Rubber Development Corporation la navegabilidad del río Apaporis y determinar la abundancia y factibilidad comercial de explotar la Hevea, género del cual se derivaron diversas especies de caucho durante varios años. Como parte de su tarea comercial y científica, Schultes identificó el caucho nativo, Hevea lutea, Hevea guianensis, Hevea Benthamiana, Hevea viridis, Hevea viridis var. Toxicodendorides (Davis, 2004 y Franco, 2002 y 2011), así como otra planta con látex, Senefelderopsis chiribiquetensis, familiar de la balata y Hevea nitidia, de la variedad toxicondendroides. La primera expedición de Schultes la realizó subiendo de Miraflores al Itilla, hasta un sitio llamado Puerto Trinidad, desde donde salía una trocha de los balateros hasta el río Macayá. Llegaron al Macayá, a un sitio que llamaron la Cachivera del Diablo, donde se ahogó un ayudante, y construyeron un campamento en un alto desde donde se veía la confluencia del Macayá y el Ajaju. A este sitio lo llamaron Puerto Hevea por la gran abundancia de cauchos en sus alrededores. Identificaron un sitio para establecer una pista de aterrizaje y, desde allí, exploró el sector del Cerro de la Campana próximo al Ajaju y el Macayá. Se dice que en este sitio observó algunas pictografías que atribuyó a los antepasados de los carijonas. Tal como lo menciona Franco (2011), en toda esta zona Schultes calculó que había un cuarto de millón de árboles de Hevea y, para explorar el medio Apaporis, utilizó una segunda trocha que salía de Puerto Nare al río Macayarí y de allí al Apaporis. Para toda la cuenca, este investigador calculó 16,7 millones de árboles, lo que justificó su explotación comercial en apoyo al esfuerzo de guerra de los Estados Unidos. Durante estos años, y hasta el final de la guerra, la Rubber Development Corporation sacó caucho del Apaporis y otros ríos, usando transporte aéreo y mano de obra indígena de otras zonas del Vaupés para trabajar en los diversos campamentos que se establecieron sobre el Apaporis, Soratama, Tacunema y Puerto Hevea, entre los más importantes (Franco, 2011).
Más recientemente, dos grupos de investigación científica hemos tenido oportunidad de adelantar trabajos de campo de forma sistemática y recurrente. El primero, en la zona norte-centro, cuyas expediciones las iniciara el autor en su calidad de director de Parques Nacionales, en la década de los años noventa, en compañía de un nutrido grupo de científicos y especialistas8 que han aportado un invaluable esfuerzo, desde hace muchos años, abriendo las puertas al conocimiento científico, con apoyo inestimable y decisivo de profesores y estudiantes del INDERENA, el Instituto de Ciencias de la UNC, el Instituto SINCHI, las Universidades del Quindío y Amazonas; fundaciones de la sociedad civil como Omacha, WWF, Fundacion Herencia Ambiental Caribe y otros organismos y personas muy destacadas. El segundo grupo, realizando también un gran esfuerzo, esta vez de forma más estable, durante la década de los noventa, en la zona sur (Puerto Abeja), en una Estación Biológica establecida en convenio con Parques Nacionales y la Fundación Puerto Rastrojo. El trabajo de Patricio von Hildebrand y María Cristina Peñuela abrió la oportunidad de contar con un numeroso grupo de estudiantes y pasantes para realizar nutridos inventarios y monitoreo con metodologías sistemáticas y de largo plazo que, en el caso norte, eran imposibles de aplicar por las características del terreno y las limitaciones existentes.
Actualmente, el PNN Serranía de Chiribiquete se ha constituido como un ícono dentro del sistema de parques nacionales y del país. La prioridad fundamental en estos años ha estado orientada a protegerlo y estudiarlo. Por tanto, el área de conservación ha definido una estrategia que ha ido asegurando la vocación investigativa (campos de la antropología-arqueología, las ciencias naturales, la geología y demás disciplinas técnicas de monitoreo espacial, etc.) que, junto con su zona de amortiguamiento, permitan su conservación y su posicionamiento como estandarte emblemático de la historia natural y cultural para la humanidad, no obstante las serias limitaciones y restricciones con las que se debe adelantar dicho esfuerzo en este lugar, tal como lo ha dispuesto su plan de manejo y los procedimientos de investigación.
Grupos aislados no contactados o en aislamiento voluntario: un elemento estratégico de la excepcionalidad
Entre los aspectos más sobresalientes del Parque Nacional y de este territorio en particular, está el que tiene que ver con las evidencias, aparentemente circunstanciales, de la existencia de grupos nativos no contactados o, así mismo, de indígenas en aislamiento voluntario. Durante la inmensa cantidad de sobrevuelos hechos en tres décadas por diferentes sectores del parque, hemos observado desde el aire áreas de pequeños “abiertos”, selva adentro, seguramente para cultivar algunas plantas de pancoger. Estos grupos son muy discretos y evidentemente muy aislados de cualquier vía de penetración fluvial. En nuestras observaciones, pudimos comprobar que eran espacios menores de 250 metros de diámetro y que la vegetación había sido removida artificialmente. Hemos respetado este aislamiento, evitando bajar o llegar a ellos para verificar con más exactitud quiénes son. En estos pequeños abiertos no hay construcciones de ningún tipo y hemos documentado que, al cabo de unos meses de recuperación, estos abiertos se cicatrizan, mimetizándose totalmente con la selva.
Otro aspecto clave ha sido la evidencia de huellas de pisadas humanas que hemos documentado en un par de abrigos rocosos en el trascurso de todas nuestras investigaciones. Si bien es cierto que no podemos afirmar categóricamente que pertenecen a los no contactados o en aislamiento voluntario, existen razones para asociarlos con el uso de los sitios pictóricos, donde se han documentado registros de presencia y utilización de los murales con fines rituales. En uno de los abrigos observamos el uso de pinturas muy recientes, acompañadas de fogatas que fueron datadas después de 1950 y que, a nuestro parecer, pueden ser más recientes que 20 años. En algún sector al norte de la serranía por donde transitábamos en actividades de prospección arqueológica, vimos huellas de penetración de lo que imaginamos un pequeño grupo de personas con ramas dobladas, que se habían dirigido al sitio al que nos proponíamos llegar. Por el tipo de evidencia en la vegetación, esto había ocurrido varias semanas antes de nuestra incursión y allí encontramos la impronta de una huella humana en el sitio de las pinturas. Incluso en una oportunidad, en un abrigo en el que trabajábamos y en el cual no pernoctábamos por la dificultad de su acceso, pudimos observar una huella humana, encima precisamente de una huella de nuestros propios rastros de bota del día anterior, lo cual nos permite pensar que algún grupo humano estaba en el sector sin dejarse ver.
A comienzos de 2017, en San José del Guaviare tuvimos oportunidad de conversar con algunos de los comandantes de la guerrilla de las farc, aprovechando una reunión que adelantaba este grupo desmovilizado con instituciones gubernamentales, como parte del proceso de paz y del establecimiento de las zonas de concentración. Omitiendo detalles específicos de las charlas sostenidas con varios de ellos –que accedieron a una serie de entrevistas, dado el interés que teníamos por conocer aspectos relacionados con la región de Chiribiquete–, nos permitieron escuchar algunas de sus vivencias en la zona desde comienzos de los noventa en las que resultó más que evidente que este grupo ha utilizado este lugar como campamento estacional debido a su carácter inexpugnable. Como parte de los temas charlados –siendo de nuestro interés todo aquello relacionado con los no contactados–, se nos refirió su encuentro ocasional con algunos de ellos. Nos sorprendió escuchar la confirmación de varios contactos con un grupo de indios nukak en diversas oportunidades. Nos comentaron también la situación de algunos mineros, que entraron a la zona para aprovechar los minerales a las orillas de algunos ríos principales, pero que desaparecieron misteriosamente, “como si los indígenas se los hubieran llevado”, en su opinión, pues allá adentro hay indios muy “agresivos y peligrosos”. “Nunca los encontramos, quedó todo abandonado”, puntualizaron.
De acuerdo con el trabajo sistemático y detallado que adelantó Roberto Franco, desde el año 2000 hasta la fecha de su fatal deceso en un accidente de avioneta en la Amazonia colombiana en septiembre del 20149, algunos de los pueblos indígenas contactados que viven alrededor del Chiribiquete, como los actuales murui, los propios carijonas y los grupos tukano oriental, mencionan la presencia de los aislados en su tradición oral. En Colombia se ha avanzado recientemente en la implementación de una política pública de protección de los pueblos aislados que se inició en el Plan de Desarrollo del 2010-2014, cuando por primera vez se lograron incorporar algunas directrices para iniciar el proceso de reglamentación y política para su cuidado y consideración (Aristizábal, 2013). Es necesario señalar que se habla de “pueblos aislados” y no de “no contactados” porque se considera que estos pueblos decidieron voluntariamente aislarse de la sociedad mayor, especialmente por todo lo que ha significado para la mayoría de estos, la cercanía y la relación con “el blanco colombiano”. El tema de las poblaciones no contactadas empezó a ser una realidad y una preocupación del Estado desde hace una década, cuando se empezó a legislar al respecto. Los acontecimientos ocurridos con el pueblo nukak a finales de los años ochenta, cuando grupos de mujeres y niños de esta etnia llegaron por primera vez a Calamar (Guaviare), sufriendo un proceso de aculturación, no se debe volver a repetir. El PNNCh se ha ido considerando, por parte de indígenas contactados (resguardos periféricos) y las instituciones, como la mejor opción para garantizar su permanencia y su protección, en caso de que existan.
Según Franco (2011), los pueblos indígenas aislados dentro de la región periférica a la Serranía de Chiribiquete (zona plana selvática) serían, entre otros, un grupo carijona entre los ríos Ajaju y Macayá; un grupo urumi o jurumi, entre los ríos Luisa y Yarí (primeros chorros del Yarí); un grupo carijona o murui, entre los altos ríos Mirití, Metal y Yavilla; y un grupo murui al norte de Araracuara entre los ríos Cuemaní y Sainí.
Comunidades contactadas y vecinas del PNN
Hasta antes de la última ampliación del PNNCh no existían resguardos indígenas superpuestos y la mayoría de los resguardos se localizaba en área de influencia directa (zona amortiguadora). En la última ampliación, se incorporaron algunos segmentos de territorios resguardados en la zona norte, que requieren un tipo especial de interrelación. En los municipios con jurisdicción o aledaños al área protegida, se encuentran 21 resguardos indígenas de gran variedad de etnias (Tabla siguiente). Los dos resguardos que limitan y se introducen, parcial o totalmente, en la última ampliación del PNN son: Itilla y los Llanos de Yari-Yaguará.
Los estudios antropológicos y etnográficos, además de los interrelacionamientos que el Sistema de Parques Nacionales ha empezado a realizar con estos grupos asentados en la periferia (zona amortiguadora), permiten comprender la importancia cultural de las diferentes expresiones y cosmovisiones de los grupos indígenas vecinos. En particular en cuanto a sus maneras tradicionales de manejo del mundo, así como el entendimiento del patrimonio cultural asociado a Chiribiquete y otros cerros y formaciones satélites del territorio. Así pues, los salados, los cerros y los raudales, junto con las representaciones de arte rupestre de la región (pictografías y petroglifos), poseen un alto contenido histórico y simbólico y son lugares sagrados, protegidos por dueños espirituales, donde los chamanes negocian los animales de cacería y la extracción de plantas medicinales especiales a cambio de almas de personas muertas (Castaño-Uribe, 2006; SPNNCh, 2015). De acuerdo con los etnógrafos que realizaron aproximaciones a estos territorios, los raudales y chorros corresponden a hitos del pensamiento chamánico y a sitios estratégicos tradicionales para proteger el territorio.
RESGUARDO INDÍGENA | ETNIA (S) | ÁREA (ha) | JURISDICCIÓN |
La Asunción | tucano oriental | El Retorno | |
Gran Resguardo del Vaupés | cubeo y 18 grupos más | 3'375.125 | Mitú y Carurú |
Arara- Bacatí- Carurú- Lagos de Jamaicurú | tucano y otras | 264.800 | Carurú y Miraflores |
Vuelta del Alivio | wanano | 38.750 | Miraflores |
Yavilla II | cubeo | 30.000 | Miraflores |
Lagos del Dorado, Lagos de El Paso y El Remanso | tucano y otras | 43.980 | Miraflores |
Puerto Viejo y Puerto Esperanza | cubeo y otras | 9.100 | Miraflores |
Barranquillita | tucano | 22.265 | Miraflores |
La Yuquera | tucano | 7.708 | Calamar |
Puerto Monforth | tucano | 907 | Miraflores |
Centro Miraflores | tucano | 545 | Miraflores |
Puerto Nare | tucano, cubeo y Wanano | 23.368 | Miraflores |
Tucán Caño Giriza y Puerto la Palma | tucanos, desanos | 5.877 | Miraflores |
Llanos del Yarí - Yaguara II (colindante) | pijaos, tucanos, piratapuyos y nazas | 146.500 | San Vicente, San José del Guaviare y La Macarena |
El Itilla (colindante) | cubeos, desanos, carapanas y otras | 1'603.294 | Calamar |
Miriti - Paraná (colindante) | yukuna, tanimuka, matapí, y otras | 260.933 | Mirití Paraná, La Pedrera |
Nonuya de Villa Azul (colindante) | andoque, letuama, muinane y otras | 62.178,3 | La Chorrera, La Pedrera, Santander, Araracuara |
Aduche | andoque | 6.960 | Santander y Solano |
Mesai | uitoto | 211.480 | Solano |
Puerto Zábalo - Los Monos | uitoto | 263.093,4 | Solano |
Monochoa | uitoto | 263.093,4 | Solano y Santander |
Los sitios sagrados son lugares importantes del territorio desde la creación del mundo, ya que en estos se desarrollaron eventos mitológicos que definieron el origen de poderes, conocimientos y recursos imprescindibles para el mantenimiento de la vida, así como se originaron las enfermedades y su tratamiento. Cada uno de estos sitios tiene un dueño con quien los chamanes tienen que negociar el uso de los recursos que allí se encuentran o que tienen su origen en ese espacio (Arhem, Cañón, Angulo y García, 2004). Entre varios de estos grupos, la tradición ritual, mitológica y cosmogónica muestra gran afinidad con los aspectos de la TCC sobre la conceptualización y prácticas de manejo de la selva y el equilibrio energético. Según ellos, son los chamanes –en sus viajes de trance a sitios sagrados como Chiribiquete– quienes se encargan de este trabajo; es allá donde se localiza “la maloka de los animales”. Por ejemplo, para los tukano, desano, barasano y yukuna (Reichel-Dolmatoff, 1968 y 1997).
Como ya se indicó, en el propio territorio del PNNCh se encontraban hasta hace pocas décadas grupos de indios carijona, de filiación lingüística Karib, quienes lo cuidaban. Por referencias etnohistóricas y recientes relatos etnográficos (Franco, 2002), sabemos que esta etnia llegó al área hace unos 800 años (300 años antes de la conquista) y se compenetraron como parte de la Tradición Cultural de las pinturas. Su cultura no era diferente los elementos tradicionales propios de los grupos que llegaron desde el Alto Xingú y el Delta del río Amazonas. Se revisó una amplia documentación etnográfica para constatar la relación de los carijona de Chiribiquete con los grupos trio, akuriyo, kakuriyo, tunayana (katwena), tureakeares y wayanas, todos de filiación lingüística Karib (Magaña y Jara, 1990, entre otros), así como para establecer de la mejor manera posible su contexto cosmogónico y mitológico (Castaño-Uribe, 2006).
Una Esperanza para la Conservación
El Contexto Nacional
Dentro de sus límites, el Parque Nacional Natural de Chiribiquete protege tres cuartas partes de la serranía y representa una de las áreas mejor conservadas de la Amazonia colombiana, y quizá de todo el país. En sus 4,3 millones de hectáreas se han documentado gran cantidad de elementos de carácter natural, cultural y arqueológico, entre los cuales sobresale el arte rupestre como una de las manifestaciones más notables, puesto que logra documentar una expresión cultural de alto contenido simbólico y ritual, asociada con elementos propios de los ecosistemas amazónicos. Desde su creación en 1989, las dificultades para adelantar campañas arqueológicas y biológicas extensas y permanentes han sido grandes, debido a las condiciones de aislamiento, a la complejidad de sus geoformas y a los excesivos sobrecostos que implica cualquier movilidad dentro del área. Esta debe hacerse principalmente por vía aérea, empleando helicópteros para el desplazamiento de investigadores y personal operativo de apoyo, lo cual limita el acceso y la gestión operativa e investigativa, especialmente en la porción septentrional del polígono que se estableció en 1989, con una extensión inicial de 1´280.000 hectáreas (Acuerdo n.° 0045 del 21 de septiembre de 1989-INDERENA y Resolución Ejecutiva n.° 120 del 21 de septiembre de 1989, expedida por el Ministerio de Agricultura).
Posteriormente, en el año 2013, después de una larga negociación con diferentes agencias del Gobierno Nacional, incluida la Agencia Nacional de Hidrocarburos, se pudo avanzar en la ampliación del Parque Nacional Natural en una extensión aproximada de 1´483.399 ha, para un total aproximado de 2´782.354 ha (Resolución n.o 1038 del 21 de agosto de 2013, expedida por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible). Con esta ampliación, se favorecieron varios ecosistemas especialmente sensibles e importantes, en el costado suroccidental, hacia los municipios de Cartagena del Chairá, San Vicente del Caguán y Solano en Caquetá, y un sector norte en el municipio de Calamar en el Guaviare. Por último, el gobierno nacional efectuó una nueva ampliación estratégica para alcanzar una superficie total de 4´268.095 ha, en los municipios de San José del Guaviare, Miraflores y Calamar, en el Guaviare; y en San Vicente del Caguán y Solano, en el departamento del Caquetá (Resolución 1256 del 10 de julio de 2018, del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible-MADS).
La pregunta es: ¿Qué tanto significa la declaratoria de un Parque Nacional en medio de un contexto patrimonial como el que se ha descrito para esta serranía, desde este punto de vista? La verdad es que existen razones de más para demostrar por qué estos espacios naturales de alto valor natural y cultural, poco alterados por la actividad humana, ameritan sustento, rigor y representatividad jurídica e institucional, para el corto, mediano y largo plazo. Esa es la responsabilidad de una nación. Es evidente que, por sus valores naturales y culturales, en Chiribiquete estamos ante un caso superlativo de responsabilidad que merece dedicarle toda nuestra atención, abordar de manera preferente su cuidado y protección y determinar el interés general de la nación. Como se ha podido indicar, la nación ha entendido a lo largo de los últimos 30 años –desde que se inició la declaratoria de parque– que este es un sitio excepcional y que debe ser, no solo un ícono especial de conservación nacional, sino un área particular que encarne el patrimonio natural colombiano, debido a la excepcional conjugación de sus valores que no se encuentran en ninguna otra parte del país ni del continente. Ahora bien, a lo largo de estos tres momentos de declaratoria (1989) y ampliación (2013-2018), el Sistema de Parques Nacionales ha logrado demostrar científicamente los criterios de Representatividad (representar al sistema natural al que pertenece); Extensión (tener una superficie adecuada como para permitir su evolución natural, de modo que se mantengan sus características y se asegure el funcionamiento de los procesos ecológicos en el presente y en el futuro); Estado de conservación (que predominen ampliamente las condiciones naturales y de funcionalidad ecológica); Continuidad territorial (ser continuo, sin fraccionamientos antrópicos que rompan la armonía de los ecosistemas); y Protección exterior (estar rodeado por un territorio susceptible de ser declarado como zona periférica de protección) que, en este caso, debe estar en armonía con la política de resguardos indígenas y la concomitancia cultural.
Chiribiquete, ubicado en un punto de convergencia en el bioma amazónico, donde confluyen Amazonia, Orinoquia, Andes y Guayanas, provee el 60% del agua superficial de toda la Amazonia colombiana. Pocos sitios como este permiten albergar el 70% de los mamíferos, el 35% de las aves, el 51% de los reptiles, el 40% de los anfibios y el 70% de los peces continentales que hay en Colombia. Ser un epicentro de la conectividad entre varias unidades biogeográficas: selva pluvial, ecosistemas de ladera andina, sabanas naturales propias de los Llanos Orientales y, como si fuera poco, su propia formación tepuyana, en la que prevalece uno de los legados arqueológicos más distintivos y de gran complejidad simbólica y espiritual, donde están plasmados los elementos propios, quizás originales, de la jaguaridad. Esta singularidad que se vislumbraba desde el inicio de nuestras primeras exploraciones sobre el área que a finales de la década de 1980 declararíamos como parque nacional, permitió ver desde un comienzo la importancia de considerarla un área de interés y reconocimiento mundial. Esta tarea, que se inició hace varias décadas, tomó mucho tiempo en llegar a feliz término.
Contexto nación-local
Una de las estrategias pensadas para poder disminuir la presión sobre el Parque Nacional, tuvo que ver con la incorporación de la serranía de La Lindosa –recientemente declarada Área Arqueológica Protegida por el ICANH– como punto focal del interés público, por presentar los valores y atributos que la constituyen en un continuum cultural, geográfico, ecológico y geomorfológico entre Macarena y Chiribiquete. Esta serranía cumple, a cabalidad, con la condición de poseer prácticamente los mismos elementos arqueológicos, culturales y ecológicos de las otras dos formaciones, incluido lo paisajístico, los escenarios de interés para visitantes, además de pertenecer a la misma tradición arqueológica. Es importante entender que La Lindosa-Cerro Azul es la puerta de entrada a Chiribiquete, dentro de las medidas de un programa de manejo de los bienes arqueológicos del continuum, que permiten orientar la visita a esta área arqueológica, ubicada en cercanías del municipio de San José del Guaviare. La Lindosa permitirá que la visita del público se concentre en esta zona y, de hecho, ya está siendo utilizada en planes de turismo local. De esta forma, se trata de evitar la visita al área protegida de Chiribiquete, teniendo en cuenta que la política del Estado colombiano estará orientada a limitar posibles contactos con las poblaciones en aislamiento.
El Instituto Colombiano de Antropología e Historia ICANH, como autoridad nacional en materia de patrimonio arqueológico, lidera el proceso de gestión y manejo de esta área a nivel nacional y estará apoyándose en la gestión municipal, para cuidar este baluarte arqueológico y cultural. El área cuenta ya con un plan de manejo, formulado en el marco de un acuerdo interinstitucional con la Universidad Nacional de Colombia y la Gobernación del departamento del Guaviare en 2017. Las medidas allí adoptadas, que incluyen protección y control, así como restricciones en el uso del suelo, comprenden además un componente de investigación –que permitirá conocer las ocupaciones humanas tempranas en la región amazónica–; un componente de conservación –que plantea los lineamientos para el desarrollo de los proyectos de restauración y conservación requeridos–; y un componente de divulgación –que plantea las directrices que se implantarán en el área (incluyendo el desarrollo de proyectos comunitarios de turismo en la región, que generen oportunidades de empleo así como apropiación social del patrimonio dentro de la población local).
Contexto internacional
Un día antes de que, desde Cerro Azul en La Lindosa, se anunciara públicamente a los colombianos la nueva y última ampliación de Chiribiquete (1 de julio de 2018), la directora de Parques Nacionales, Julia Miranda; el director del Instituto Colombiano de Antropología, Ernesto Montenegro; el Ministro Plenipotenciario de la Delegación Permanente de Colombia ante la Unesco, Luis Armando Soto, y este autor10, recibimos la deliberación de aprobación del Parque Nacional Serranía de Chiribiquete como sitio de patrimonio natural y cultural de la lista de patrimonio mundial por parte del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, adoptada por este cuerpo durante la 42a sesión, celebrada en la ciudad de Manama, Baréin. Así terminaba felizmente un proceso que había tomado casi tres décadas, desde cuando el gobierno de Colombia registró por primera vez su candidatura ante la Unesco en 1993. En ese año, el Ministerio de Cultura y la Dirección de Parques Nacionales habían concluido el proceso de declaratoria de algunos parques nacionales como patrimonio nacional ante el Consejo Nacional de Patrimonio, entre ellos la Serranía de Chiribiquete. Entonces se procedió a presentar su candidatura formal ante la Unesco, pero no se adelantó en aquel momento ningún proceso de elaboración del dosier requerido como soporte técnico-científico e institucional, por carecer entonces de la información requerida para la nominación. Patrimonio de la Humanidad o Patrimonio Mundial es el título conferido por la Unesco a sitios específicos del planeta (bosques, montañas, lagos, cuevas, desiertos, edificaciones, complejos arquitectónicos, monumentos arqueológicos, rutas culturales, paisajes culturales o ciudades) que han sido propuestos y confirmados para su inclusión en la lista mantenida por el programa Patrimonio de la Humanidad, administrado por el Comité del Patrimonio de la Humanidad –órgano facultativo de dicción–, integrado por 21 estados, elegidos por la Asamblea General de Estados Miembros para un período determinado. Tal como lo definió la Unesco y sus países miembros11, el objetivo del programa de Patrimonio de la Humanidad es catalogar, preservar y dar a conocer sitios de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad.
En el año 2018 –última fecha de aprobación de candidaturas y nominaciones–, el catálogo incluye un total de 1.092 sitios de Patrimonio Mundial, de los cuales 845 son culturales, 209 naturales y 38 mixtos, en 167 países. La Unesco se refiere a cada sitio con un número de identificación único, pero las nuevas inscripciones incluyen a menudo los sitios anteriores enumerados ahora como parte de descripciones más grandes. En consecuencia, el sistema de numeración termina en 1.500, aunque en realidad haya 1.092 catalogados. A esto se añade que muchos de los patrimonios están repartidos en múltiples lugares, incluso siendo el mismo sitio, principalmente aquellos que son rutas culturales, conjuntos de un mismo concepto de sitio natural protegido o paisajes culturales. Aspirar a tener un sitio de Patrimonio Natural y Cultural (patrimonio mixto) es un procedimiento infinitamente más complejo y exigente que las categorías para natural o cultural independientes, lo que se se refleja en el hecho de que hoy tan solo existan 38 en todo el mundo y Chiribiquete, en este momento, es uno de ellos. El dosier se basa en la caracterización del patrimonio de un sitio, para luego definir los criterios de evaluación de valor universal excepcional que ameritan su nominación, para lo que también hay que argumentar aspectos relativos a la integralidad y autenticidad de esos valores, con respaldo científico. A finales de 2004, había un grupo de seis criterios en el ámbito cultural y otros cuatro en el ámbito natural. En 2005 esto se modificó y se unieron para que hubiera un único grupo de diez criterios (los 6 primeros para bienes culturales y los 4 últimos para bienes naturales). No menos importante es que para ser incluido en la lista del Patrimonio de la Humanidad, un sitio debe tener un “Valor Universal Excepcional” (VUE) y debe satisfacer al menos uno de los siguientes criterios de selección:
COMPONENTE CULTURAL
1. Representar una obra maestra del genio creativo humano.
2. Testimoniar un importante intercambio de valores humanos a lo largo de un período de tiempo o dentro de un área cultural del mundo, en el desarrollo de la arquitectura, tecnología, artes monumentales, urbanismo o diseño paisajístico.
3. Aportar un testimonio único o, al menos, excepcional de una tradición cultural o de una civilización existente o ya desaparecida.
4. Ofrecer un ejemplo eminente de un tipo de edificio, conjunto arquitectónico, tecnológico o paisaje, que ilustre una etapa significativa de la historia humana.
5. Ser un ejemplo eminente de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando este se vuelva vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles.
6. Estar directa o tangiblemente asociado con eventos o tradiciones vivas, con ideas o con creencias, con trabajos artísticos y literarios de destacada significación universal. (El Comité considera que este criterio debe estar preferentemente acompañado de otros).
COMPONENTE NATURAL
7. Contener fenómenos naturales superlativos o áreas de excepcional belleza natural e importancia estética.
8. Ser uno de los ejemplos representativos de importantes etapas de la historia de la Tierra, incluyendo testimonios de la vida, procesos geológicos creadores de formas geológicas o características geomórficas o fisiográficas significativas.
9. Ser uno de los ejemplos eminentes de procesos ecológicos y biológicos en el curso de la evolución de los ecosistemas.
10. Contener los hábitats naturales más representativos y más importantes para la conservación de la biodiversidad, incluyendo aquellos que contienen especies amenazadas de destacado valor universal desde el punto de vista de la ciencia y el conservacionismo.
Parques Nacionales y el Ministerio de Cultura habían avanzado en los trámites para la declaratoria de este sitio desde el año 2004, y el gobierno colombiano, presentó el primer dosier formal en el año 2005. Después de su evaluación en París, el dosier fue devuelto con una cantidad importante de recomendaciones, muchas de carácter técnico, pero otras relacionadas especialmente con la capacidad estatal de cuidado de este sitio que aspiraba a ser nominado. Durante ese mismo año llegó a Colombia una misión de expertos con el ánimo de hacer una visita de campo; los resultados obligaron a posponer el proceso, teniendo claro que sería necesario profundizar notoriamente en lo técnico, lo científico, lo institucional y lo social. A partir de 2015, nuevamente la directora de Parques Nacionales convoca a la institucionalidad y a un grupo de expertos en la investigación científica de la zona y se emprende de nuevo la construcción del dosier, con el apoyo técnico de la Fundación Herencia Ambiental. Se ve la necesidad de avanzar mucho más en materia de investigación de campo, para cumplir con la presentación de los criterios naturales y culturales según las nuevas directrices, definidas en 2005. Desde este momento hasta la entrega del nuevo dosier, se intensifican las acciones de consulta con comunidades indígenas y autoridades locales, así como en lo institucional. Cancillería, ministerios de Cultura y Medio Ambiente, Sistema de Parques Nacionales y el Instituto Colombiano de Antropología empiezan un largo proceso de articulación para generar el entorno de gestión institucional requerido para responder a los cuestionamientos y capacidades identificadas diez años atrás.
En nuestra condición de apoyo técnico para realizar las expediciones e ir construyendo el dosier, se fortaleció la participación activa de un importante grupo de investigadores que ya desde las primeras expediciones, a inicios de la década de 1990, habían participado en los trabajos de campo. Así, fuimos armando una base muy sólida que permitió definir no solo el Valor Universal Excepcional, sino también los criterios que se ensamblarían en la justificación de este sitio como Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad, condición que debe necesariamente mostrar, con mucho juicio y criterio, la integralidad de estas dos variables de forma interactuante y demostrable. Con el apoyo del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia, el Instituto de Investigaciones Amazónicas-SINCHI, la Universidad del Quindío, la Universidad de la Amazonia, la Fundación Omacha, WWF, Sistema de Parques Nacionales, ICANH y la Coordinación de Fundaherencia, se pudo completar finalmente el dosier y presentarlo a comienzos de 2017. Vino luego la visita técnica de Unesco (UICN-ICOMOS)12, realizada durante 8 días en el Parque Nacional en octubre de 2017, y se inició el proceso de consultas de estos órganos con las entidades gubernamentales para resolver y complementar inquietudes sobre la argumentación del VUE y los criterios que fueron finalmente escogidos (III, VIII, IX y X).
En los meses siguientes, el equipo científico de apoyo resolvió, conjuntamente con las instituciones responsables, todas y cada una de las inquietudes surgidas tanto en lo técnico como en la gestión institucional. Finalmente, después de validar toda la información requerida, se aprobó el contenido de la Declaración de Valor Universal Excepcional que, en síntesis, correspondía a mostrar al PNN Chiribiquete como un sitio único debido a que confluyen elementos culturales y naturales singulares, tales como los ecosistemas, las formaciones geológicas y la biodiversidad de cuatro regiones biogeográficas significativas, la existencia de comunidades indígenas en aislamiento y la interrelación entre dichas comunidades y sus entornos, en una profundidad histórica amplia, manifestada en pinturas rupestres antiguas y recientes con un alto nivel de preservación.
Desde el punto de vista cultural y arqueológico, la Declaración de Valor Universal Excepcional demostró por qué las manifestaciones rupestres constituyen una evidencia representativa del paleoarte temprano y, a la vez, son un ejemplo sobresaliente de una secuencia de uso en distintos períodos de ocupación humana en el Amazonas. De igual forma, constituye un caso representativo asociado a eventos o tradiciones vivas, ejemplificadas en las representaciones pictóricas de los grupos indígenas en aislamiento, que siguen haciendo uso de tales prácticas con una connotación simbólica o ceremonial muy importante para la región. Se pudo demostrar que Chiribiquete es de gran importancia como punto neurálgico de conexión para la estabilidad de las poblaciones de jaguares en Suramérica. Su presencia tiene especial significado para los pueblos indígenas, que, además, consideran este lugar como la Gran maloka del jaguar, entendida como representación del universo en la Tierra, y un sitio emblemático o centro de origen cultural y chamánico. Por lo anterior, el PNN Serranía de Chiribiquete constituye un patrimonio cultural y natural de importancia para comprender procesos biogeográficos, ecológicos y evolutivos relacionados con la biota del Neotrópico y para el entendimiento de las manifestaciones rupestres y la interacción de las poblaciones humanas y sus entornos ambientales con un sentido de proyección histórico de la Amazonia y el continente.
A finales de mayo de 2018, se expidió finalmente el concepto técnico de ICOMOS y de la UICN por separado, aprobando el expediente N/C 1174-Chiribiquete National Park - “The Maloka of the Jaguar” (Colombia), lo cual se constituía ya en uno de los aspectos más trascendentes de la nominación y, en particular, del componente cultural que revestía una gran dificultad, dado el alcance de todos los temas involucrados y las discusiones suscitadas por este nuevo contexto de carácter arqueológico y cultural en el continente. Así las cosas, la Secretaría de ICOMOS International expidió el informe llamado Evaluations of Nominations of Cultural and Mixed Properties (ICOMOS Report for the World Heritage Committee - 42nd Ordinary Session), en que ICOMOS recomienda que el Comité del Patrimonio Mundial adopte un proyecto de decisión aprobando la nominación.
Como es bien sabido, estos conceptos técnicos no son necesariamente de obligatorio cumplimiento para los miembros del Comité de Patrimonio Mundial, motivo por el cual faltaban aún las discusiones de orden político en el marco WHC-42 en Manama, que se llevaron a cabo entre el 24 de junio y el 4 de julio del 2018. En esta sección, se examinaron 30 candidaturas de inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial, incluyendo cinco sitios nominados en la categoría de patrimonio natural, 22 en la categoría cultural y tres sitios mixtos (con valores a la vez culturales y naturales). Entre los proyectos discutidos, finalmente fue aprobada la nominación del Parque Nacional Chiribiquete y Colombia fue felicitada tanto por el proceso llevado a cabo, como por el dosier presentado. Muchas de las recomendaciones realizadas atañen a la necesidad imperiosa de proteger el área de los grandes motores de intervención existentes, realizar los mayores esfuerzos posibles para atender las condiciones de sostenibilidad de las poblaciones indígenas y campesinas por fuera del Parque Nacional, y continuar con las actividades de investigación y monitoreo en apoyo constante entre las instituciones responsables del tema cultural y natural y el Ministerio de Defensa.
Territorio sagrado
Los contenidos iconográficos de las pictografías y las características arqueológicas encontradas en las excavaciones científicas permiten considerar a Chiribiquete como centro de identidad y pensamiento chamánico, lo cual ha sido reconocido también por las culturas locales contemporáneas que están asentadas en la zona amortiguadora del parque (miembros de las familias lingüísticas arawak, caribe y tukano oriental, principalmente), mediante la conceptualización de Chiribiquete como un sitio sagrado y centro de poder que recibe, según la cultura, denominaciones como “Casa de los animales”, “Casa de los tigres” “Gran maloka de los jaguares”, “La casa del Sol”, “El enjambre estrellado solar” o como un sitio donde se encuentran los “caminos de poder”. El PNN se localiza en un área muy importante en el contexto cultural amazónico y continental. Los diferentes trabajos de Gerardo Reichel-Dolmatoff en la zona del Vaupés/Caquetá y otros afluentes próximos al parque, mostraron que, como área perteneciente a la zona noroccidental de la Amazonia, esta región se destacó siempre por su papel fundamental en el desarrollo conceptual y filosófico del chamanismo suramericano y el empleo de plantas entéogenas, que cumplieron un papel decisivo en el desarrollo de los contextos sociorreligiosos. Son las cosmovisiones de estos indígenas las que permiten discernir ciertas constantes de pensamiento chamanístico y creencias cuyas raíces se remontan a épocas prehistóricas muy remotas, y cuyas manifestaciones son realmente distintivas, especiales y complejas, porque denotan una forma muy particular de interrelación ecológica, ambiental y social con el territorio.
Para los indígenas amazónicos y para los investigadores que han trabajado allá en el noroeste, mejor conocido como Amazonia noroccidental, los cerros de Chiribiquete son un marcador territorial del mundo espiritual y de un mundo eminentemente chamánico, que es visitado y protegido en pensamiento, considerado como la “orilla del mundo”, es decir, el territorio cosmogónico donde comienza y termina el mundo que conocen (comunicación personal Carlos Rodríguez, 2004 y Clara van der Hammen, 1997). La región exhibe un mosaico de paisajes, ríos y grupos humanos de gran diversidad social y lingüística. En la zona se hablan, aún hoy, no menos de 20 lenguas aborígenes diferentes, comprendidas en más de 12 estirpes lingüísticas de proyección regional, y cuando menos un par de lenguas de estirpe única o idiomas aislados (García y Ruiz, 2007: 260). La diversidad cultural del área se manifiesta en la variedad de lenguas, prácticas para el manejo del agua y la tierra, el arte, la música, formas de organización social, prácticas alimentarias, cosmovisiones del mundo y de innumerables atributos de las sociedades humanas amazónicas-orinocenses (García y Ruiz, 2007: 261) que, cuando se profundiza en la cosmogonía y en la interpretación de los diferentes planos del universo, tienen además un elemento articulador en la cabeza o en la persona del chamán. Es decir, que este es el “sacerdote” que sirve de intermediario entre el supramundo, el inframundo y nuestro mundo terreno, el cual como doctrina está muy relacionado con conceptos de diversidad cultural y biológica con reglas y pautas muy complejas, que comparten un conjunto de valores y de ideas fundamentales [Van der Hammen C.; Reichel-Dolmatoff (1968); Kaj, Århem (2001)].
Como ha quedado en evidencia a lo largo de esta obra, Chiribiquete es un sitio sagrado de carácter natural, cuyos elementos intrínsecos hombre-naturaleza-principio han presidido el origen mítico y la multiplicidad de eventos históricos, quizá más por un interés genuino de carácter cultural que por su relativo aislamiento geográfico. No obstante, esta particularidad cosmogónica, así como su estatus legal nacional e internacional, están en peligro. Su condición de área sagrada se privilegia aun más por su oferta de biodiversidad y el consenso cultural periférico, que es donde se hace deseable mantener a los grupos en aislamiento voluntario. No sabemos cuánto podremos avanzar en el conocimiento y mantenimiento de sus valores en los años venideros, si no se materializa una decisión y voluntad verdadera de protección inmediata por parte del Estado para evitar su profanación y destrucción. La administración de Parques Nacionales y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia necesitarán más que una voz de aliento y mucho apoyo humano y económico, para avanzar en la colaboración con las poblaciones humanas de la zona amortiguadora y evitar la magnitud de la potencial destrucción exponencial que se ha desatado a su alrededor. La destrucción de selvas y bosques en el Caquetá y el Guaviare no parece tener control y la presión de mucha gente, quizá con un genuino interés de conocer esta joya, no ayuda a su protección, pues este sitio nunca fue pensado para ser visitado sin el conocimiento, preparación y permiso cultural y espiritual requeridos. Hoy, que conocemos su significado, estamos apenas a tiempo de hacer lo moralmente correcto.
El público general debe entender la importancia de entrar allí solo desde el aire, como se permite en el momento y con toda la consideración a lo que hay en ese espacio que hoy estamos obligados a conservar legal, humana y éticamente. Esperamos que este libro permita reconocer el valor y el papel ancestral de Chiribiquete, así como su importancia histórica, cuna quizá de prácticas sagradas tradicionales de las cuales nos queda mucho por aprender y que son las protectoras del medio ambiente selvático. Colombia tiene que avanzar, de la mano con los pueblos indígenas, en la reconstrucción de un equilibrio que se ha roto. Debemos trabajar en la construcción de los valores sociales y culturales que dignifiquen el papel único y excepcional de Chiribiquete y su entorno. En los años anteriores, se pudo declarar y ampliar una superficie para garantizar el cumplimiento de su papel regulador y funcional desde lo ecológico y lo ecosistémico, pero, simultáneamente, habrá que hacer lo mismo desde lo social y lo cultural. Parte de la política de Parques Nacionales y del ICANH, consignada en los acuerdos con la Unesco, prevé ingresos restringidos al área, con todas las precauciones necesarias, para continuar con investigación y monitoreo en determinados sitios.
MANIFIESTO: EL APOYO DE TODOS PARA SALVAGUARDAR CHIRIBIQUETE
Ha llegado el momento de unirnos por un legado cultural y natural apenas conocido, que hoy se encuentra amenazado. Su cuidado y protección, no solo dependen de los gobernantes y de las instituciones públicas, sino de todos y cada uno de nosotros.
Nadie cuida lo que no conoce. Tenemos que definir una visión de bienestar y progreso sostenible, que no sacrifique el único sitio intacto que esconde raíces ancestrales y nuestro pasado cultural. Es el momento de conocer nuestra historia milenaria. Contada desde las tradiciones, los rituales, y las costumbres de nuestros aborígenes, que se basan en la armonía y en el respeto por sus semejantes. ?
¡Y por la naturaleza! Ellos nos enseñan cómo se deben tratar los elementos de nuestro planeta: como un todo. Es el momento, entonces, de estudiar y valorar este patrimonio natural y cultural que, aquí y ahora, más que nunca en nuestra historia, nos pertenece a todos. Es urgente convencernos de que somos los únicos guardianes del “Centro del Mundo”: la maloka cósmica del hombre jaguar, Chiribiquete.
NOTAS
- 1.Posiblemente los carijonas de Chiribiquete.
- 2. De acuerdo con Jörg Denzer, las publicaciones recientes de algunas cartas de Philipp von Hutten a Matthias Zimmermann y a su padre, Bernhard von Hutten, el 20 de octubre de 1538 (Original Huttensches Familienarchiv Schloß Steinbach. Publicado en: Schmitt, Eberhard/von Hutten, Friedrich Karl: Das Gold der Neuen Welt. Die Papiere des Welser-Konquistadors und Generalkapitäns von Venezuela Philipp von Hutten 1534-1541. Hildburghausen 1996, S. 97-104, S. 100), son un aporte importante a la identidad de los indios que le dieron indicaciones cuando bajaba por el río Papamena.
- 3. En su manuscrito de Elegías de varones ilustres de Indias, (Elegía II, canto segundo. Edición Bogotá 1997, S. 424).
- 4. En Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, Historia General y Natural de las Indias, Vol. V, Capítulo 24, Edición Madrid 1959, p. 380.
- 5. Posiblemente maku, luego uitotos y tukanos.
- 6. Fue fundada por un empresario cauchero y político peruano que consolidó una cuantiosa fortuna con la explotación del caucho en la región amazónica y dio paso en 1907 a la Peruvian Amazon Rubber Company, con participación de capitales extranjeros y sede en Londres.
- 7. Tranquilandia fue el nombre con que se conoció uno de los mayores complejos de laboratorios de producción de cocaína, ubicado en una zona selvática de Colombia (Caquetá), controlada por el Cartel de Medellín. Contaba con diecinueve laboratorios, ocho pistas de aterrizaje y numerosas aeronaves. En marzo de 1984, elementos de la Policía Nacional de Colombia, apoyados por agentes de la DEA, allanaron el lugar. La operación concluyó con la destrucción del complejo y de 13,8 toneladas de cocaína, valuadas en 1200 millones de dólares.
- 8. Entre los investigadores que han estado trabajando a lo largo de estos años en la zona norte del PNN, se encuentran: INSTITUTO DE CIENCIAS NATURALES ICN, UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA: Gonzalo Andrade, Ángela Suárez Mayorga, María Fernanda González, John Lynch, Frank Garfield Styles, José Iván Mojica, Julio Betancur, Natalia Julieth Pérez Amaya, Juan Pablo Hurtado, Efraín Henao, Germán Vargas (del Departamento de Geografía, Universidad Nacional de Colombia). PARQUES NACIONALES: Diana Castellanos, Carlos Páez, María Isabel Henao, Wendy Lorraine Perdomo, Luis Siro, Carlos Arturo, Hernán Montero. ICANH: Fernando Montejo. FUNDACIÓN OMACHA: Fernando Trujillo, Federico Mosquera. INSTITUTO SINCHI: Dairon Cárdenas, María Fernanda González (también se encuentra en U. Nacional de Colombia). WWF COLOMBIA: Luis Germán Naranjo. UNIVERSIDAD DEL QUINDÍO: Hugo Mantilla. UNIVERSIDAD DE LA AMAZONÍA: Alexander Velásquez. INDEPENDIENTE: Efraín Henao. ARRIERA: Luis Fernando Barrios, Andrés Velásquez, Arley Alejandro Sánchez, Alfonso Flórez Ortiz, Jorge Flórez, Rubén Darío Gómez, Juan Berdugo, Rafael Berdugo, Jorge Mario Álvarez Arango. NATIONAL GEOGRAPHIC: Steve Winter, Bertie Gregory. HERENCIA AMBIENTAL CARIBE: Cristal Ange, Angie Vanesa Sánchez, Luis Padilla, Natalia Ramírez, Juan Felipe Romero, Tyffany Acosta, Jorge Álvarez Arango, Natalia Ramirez, Carlos Castaño-Uribe (quien ha coordinado la mayor parte de estas expediciones, para el Servicio de Parques Nacionales de Colombia). En la década de los noventa participaron además de las primeras expediciones organizadas por Parques Nacionales: ICN: Pablo Palacios, Gloria Galeano†, Fabio González, Pilar Franco†, Orlando Rangel, Gonzalo Andrade, Gary Stiles. Universidad Complutense de Madrid: José Luis Tellería, Mario Díaz. Real Jardín Botánico de Madrid: María Teresa Tellería, Javier Fuertes, Javier Estrada, José María Cardiel, Mauricio Velayos, Santiago Castroviejo†. Museo Nacional de Ciencias Naturales Madrid: Fermín Martín Piera†. INVESTIGADOR INVITADO: Thomas van der Hammen†. Universidad Autónoma de Madrid: Javier Baena. Estación Biológica de Doñana: Cristina González. Instituto Nacional de Salud: Juan Manuel Rengifo. INDERENA: Carlos Castaño Uribe, Heliodoro Sánchez, José Vicente Rueda, César Barbosa, Jorge Hernández Camacho†, Marcela Cano, Dilver Pintor, Agusto Repizzo, Mercedes Rincón, Carlos Salatiel, Guido Porras.
- 9. Este derecho quedó consagrado primero en la Ley 1450 de 2011, reglamentada luego por el Decreto Nacional 734 de 2012 y por el Decreto Nacional 2693 de 2012. En la actualidad y como parte de este mandato inicial, se cuenta ya con Decreto Número 1232 del 17 de julio de 2018 por el cual se adiciona el Capítulo 2, del Título 2, de la Parte 5, del Libro 2 del Decreto 1066 de 2015, Único Reglamentario del Sector Administrativo del Interior, para establecer medidas especiales de prevención y protección de los derechos de los Pueblos Indígenas en Aislamiento o Estado Natural y se crea y organiza el Sistema Nacional de Prevención y Protección de los derechos de los Pueblos Indígenas en Aislamiento o Estado Natural.
- 10. Como parte de la Delegación y con el apoyo de Grupo SURA, considerando la necesidad de apoyar las sesiones donde se iría a discutir el expediente específico de Chiribiquete.
- 11. Fue fundado por la Convención para la Cooperación Internacional en la Protección de la Herencia Cultural y natural de la Humanidad, que posteriormente fue adoptada por la Conferencia General de la Unesco el 16 de noviembre de 1972. Desde entonces, 193 estados miembros han ratificado la convención.
- 12. La Misión de la Unesco se realizó entre los días 8 y 16 de octubre de 2018. Evaluadora ICOMOS: María Ifigenia Quintanilla y el Evaluador UICN: Charles Besançon.
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CHIRIBIQUETE La maloka cósmica de los hombres jaguar / Capítulo X - Acciones de conservación, inicio de la profanación y retos para salvaguardar la maloka cósmica
Capítulo X - Acciones de conservación, inicio de la profanación y retos para salvaguardar la maloka cósmica
El agua de las riberas profundas y atiborradas de verde flotante, mostraba formas de vida nunca antes vistas con tanta exuberancia y promiscuidad. Tanto que los primeros hombres quedaron convencidos que estas milenarias serranías y tierras escarpadas debían ser un lugar bendecido por los dioses estelares. Era evidente que habían llegado a la maloka cósmica de los animales.
Los torrentes de los 34 raudales del Apaporis no amilanaron a estos nuevos recién llegados. Parecían pasos imposibles y lo siguen siendo. No obstante, esto no desanimó a los exploradores paleoindios, por el contrario, más determinados debieron estar de poder llegar a un paisaje que auguraba ser el centro del mundo. La espuma, la bruma predecía ya el contenido de tan insoslayable fertilidad.
La conquista del espacio deshabitado siempre, desde un inicio debió ser por agua. Los más antiguos exploradores, hace siglos enteros, debieron cursar estas accidentadas, temerarias y torrentosas corrientes para poder llegar a estas solitarias moles de roca, ya habitadas en pleno por la jaguaridad natural. Ahí empezaron a ponerle nombre a la identidad felina que desde mucho antes de la llegada del hombre al continente ya era amo y señor de estos confines.
El frondoso y desconcertante horizonte verde, lleno de profundidad y efervescencia, mostraba al kambó gigante, deambulando por ramas y varas que atravesaban el espacio como signo de vida y abundancia. Rápidamente los hombres primerizos, reconocerían en este colosal sapo las bondades y la eficacia de su veneno y su vigoroso y estimulante exudado con el que harían preparados de vida y muerte.
Enigmáticos seres, como estas dantas, salían al encuentro de los recién llegados, sin mostrar ningún signo de temor. Era evidente que el equilibrio de las fuerzas vitales de estas tierras mostraba tal nivel de distensión y armonía que solo alguien con un enorme poder podía ser el responsable de garantizar tanta abundancia. Para estos hombres primerizos, fue evidente y palpable que estaban entrando a una tierra distinta y singular, reconocida por todos estos seres como la morada del Sol.
La vida estaba por todas partes, destellante y omnipresente como si colgara de los árboles, en racimos. Insectos, frutas, mieles, plantas ceremoniales anticipaban esta Casa del Sol como un refugio estelar, como un enjambre celeste. Había huellas y gestos del significado profundo de un sitio de origen. Este panel acampanado de huestes defensoras advertía, a los recién llegados, cómo deberían manejarse en un mundo lleno de metáforas y significados, como bien fue detallado luego en los murales pictóricos.
Tal como en la gesta conquistadora de Felipe de Utre (Philipp von Hutten) en 1541, estos primeros exploradores entendieron que buscaban no la Casa del Oro, que animaba al alemán, sino la Casa del Padre Sol que, era evidente, sintetizaba en un terruño cosmogónico de doradas rocas el carácter seminal y solar de este sitio sagrado. En su travesía expectante, ambos grupos de expedicionarios –con siglos de diferencia– empezaban a detallar la intrincada línea de un horizonte antediluviano que parecía la fortaleza de los dioses.
Los cerros, con sus rocas brillantes y labradas en siglos de fertilidad, escurrían y manaban agua saturada de espuma y fecundidad. Ya bien en la salida o en la Casa del Sol, la luz siempre abría paso a la demostración de que esta era la Casa del Dorado, pues no de otra forma se podía entender la existencia de un sitio tan lleno de energía seminal, ubicado exactamente en la mitad del mundo.
Caminos entrecortados, laberintos de lava hacen inexpugnable la entrada a las escarpadas cumbres tepuyanas. El Sol había logrado hacer de esta maloka cósmica un verdadero refugio que tornaba en desaf ío monumental llegar a los recónditos lugares donde se dejó plantada la huella solar del inicio.
Las simas de Chiribiquete, cuatro oquedades hasta ahora observables, son quizá la más nítida demostración de que esta es la Casa del Sol y de que estos agujeros divinos del “Principio” fueron hechos claramente por el Padre Sol, cuando remontó hasta acá con su bastón de mando para fungir a este sitio, en la mitad del mundo, como lugar de “Comienzo”. Quizá sea esta la evidencia más clara y palpable del valor sagrado y sublime –como lo advirtieron estos primeros expedicionarios del paleoindio– que se detalla en perdidos mitos del “Origen”.
Indios nativos de la Amazonia con un atuendo muy particular en el adorno de la cara que, como los carijona, llamaba la atención por sus rasgos felinos. En este grabado de 1880 se observa el uso del mazo o la macana, los brazaletes y pantorrillas bien apretados y una corona con pluma de guacamaya para engalanar su identidad guerrera.
Durante los últimos años del posconflicto en Colombia, los detonantes de la usurpación de tierras y destrucción de las selvas milenarias han tenido que enfrentar los peores momentos de la historia. La destrucción y pérdida de la biodiversidad y de los valores culturales de la selva es incalculable y repercute seriamente en la estabilidad ambiental y sociocultaral del territorio.
El horror y la destrucción de las quemas, la tala y la apropiación indebida de este pulmón de carácter mundial, ponen en entredicho la capacidad del Estado, y acrecientan la inestabilidad social y la miseria. Los esfuerzos del gobierno nacional deben seguir adelante, a pesar de la desbordante tarea que implica esta desaforada y demencial cruzada de las mafias ilegales por apropiarse del patrimonio de los colombianos y de los ciudadanos del mundo, que necesitan ver cómo este patrimonio natural y cultural prevalece.
A mediados de los ochenta, la región sur de la Serranía de Chiribiquete fue tomada por el narcotráfico para establecer allí los laboratorios de procesamiento de narcóticos más promisorios. Durante estos años, Chiribiquete, como el resto del país, fue víctima de una violencia y una descomposición sin precedentes hasta que poco a poco el Estado empezó a retomar el orden y, desde entonces, se pudieron exterminar la mayor parte de estos intentos reiterados de establecerse con ánimos delictivos en la zona aprovechando su aislamiento. Infinidad de acciones de la fuerza pública se han librado en estos lugares para erradicar este flagelo de la humanidad. En la imagen, un operativo de la policía Antinarcóticos en cultivos de coca y laboratorios anexos.
Durante los recorridos exploratorios y cartográficos derivados del Tratado de Tordesillas, entre España y Portugal, Francisco Requena tuvo la oportunidad de avanzar y recorrer la zona del río Yarí y otras áreas próximas a la Serranía de Chiribiquete. Como parte de estos recorridos, los emisarios peninsulares pudieron documentar el área por primera vez con un notorio despliegue de habilidades geográficas y cartográficas que llevó a elaborar mapas tan cruciales e importantes como el que se documenta en esta imagen, y que demuestra la presencia de carijonas en algunos raudales sobre dicho río, al igual que de los indios tama, koreguaje y grupos tukano occidental.
La singularidad de las especies de caucho identificadas en la región amazónica alimentaron la idea de muchos empresarios de enriquecerse con su explotación intensiva. Pero, al mismo tiempo, una serie de campañas de investigación botánica prosperaban en la región colombiana para catalogar e investigar las propiedades y prospectos de una gran variedad de especímenes que resultaban promisorios para la ciencia, la farmacopea y los negocios. En la imagen, un grabado de Hevea guianensis que resultó ser una de las especies más insignes de la familia Euphorbiaceae.
Durante mucho tiempo, la extracción del caucho y, por ende, de la savia de goma gotea, se constituyó en una de las actividades extractivas y generó una bonanza sin precedentes en la región amazónica, donde Colombia tuvo un papel importante en el contexto de país exportador. Como toda bonanza, las cosas terminaron por salirse de curso, con serias consecuencias para los grupos indígenas y la naturaleza.
Durante mucho tiempo, la extracción del caucho y, por ende, de la savia de goma gotea, se constituyó en una de las actividades extractivas y generó una bonanza sin precedentes en la región amazónica, donde Colombia tuvo un papel importante en el contexto de país exportador. Como toda bonanza, las cosas terminaron por salirse de curso, con serias consecuencias para los grupos indígenas y la naturaleza.
Detalle de una huella humana que mostraba haber aparecido unas semanas antes de la fotograf ía, en uno de los murales con cueva. Las dimensiones son un tanto imprecisas, por el carácter de la huella y la microerosión.
Detalle de una huella humana (pies descalzos) encontrada en uno de los murales pictográficos de Chiribiquete, de carácter reciente. Las huellas miden 17/18 cm de largo por 11/12 cm de ancho, aproximadamente.
Detalle de un fogón, relativamente reciente, en la base de un mural pictográfico que parece haber servido para efectos rituales.
Grabados y dibujos antiguos realizados por exploradores amazónicos, donde se ilustran miembros de comunidades indígenas carijona y umaúa. Ilustración de indios carijona de Jules Crévaux, 1883.
En su cosmovisión, los karipulakena, hijos del mundo, crearon la vida acuática. Yuruparí, el principal dueño del monte, tiene el mayor estatus dentro del grupo de dueños míticos. Los makuna habitan en las comunidades Piedra Ñi ubicada sobre el río Pirá Paraná, en las orillas del río Comeña, afluente del Pirá Paraná, y en el río Apaporis, al sur del Vaupés. En la imagen, una danza del Mirití-Paraná.
Los grupos del Pira y Mirití-Paraná, como los makuna, yukuna-matapí, bará, carapana, barasana y taiwano, mantienen una estrecha relación con los del Apaporis y se consideran grupos con un gran multilingüismo. En la imagen, comunidad del Mirití-Paraná, prepara una danza ceremonial.
Las comunidades indígenas de los ríos Caquetá-Vaupés- Putumayo-Apaporis-Pira Paraná, entre otros afluentes regionales, comparten una serie de elementos comunes, en los que se destaca la figura emblemática del chamán y todo un complejo ritual y ceremonial que incluye los taburetes, el uso de plantas sagradas, los atuendos y la parafernalia asociada a la deidad tutelar, el amplio conocimiento de la jaguaridad y el manejo de recursos naturales que mantienen gran vínculo con los cerros sagrados.
Imágen de las primeras expediciones en compañía de los investigadores Jorge Hernández Camacho, Thomas van der Hammen, Heliodoro Sánchez, Gonzalo Andrade y otros integrantes del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el INDERENA.
Imágen de las primeras expediciones en compañía de los investigadores Jorge Hernández Camacho, Thomas van der Hammen, Heliodoro Sánchez, Gonzalo Andrade y otros integrantes del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el INDERENA.
Primeros sobrevuelos realizados sobre la serranía y sus selvas aledañas, entre 1987 y 1989, mientras se construía el primer mapa de Chiribiquete que serviría de base para la declaratoria del parque nacional.
Detalle del primer campamento base levantado en las expediciones de 1991.
Momentos relevantes de las visitas de los expertos de la Unesco en el 2006 y 2017 respectivamente, momentos en los cuales el país trató de avanzar en los preparativos de la nominación de este PNN.
Momentos relevantes de las visitas de los expertos de la Unesco en el 2006 y 2017 respectivamente, momentos en los cuales el país trató de avanzar en los preparativos de la nominación de este PNN.
Momento previo a la decisión final del Consejo de Patrimonio Mundial de la Unesco, deliberación que se llevó a cabo en la ciudad de Manama, en Baréin, en el marco de la 42a Sesión el día 30 de junio de 2018. En la imagen, la Directora de Parques Nacionales, Julia Miranda; el director del Instituto Colombiano de Antropología, Ernesto Montenegro; el ministro Plenipotenciario de la Delegación Permanente de Colombia ante la Unesco, Luis Armando Soto y Carlos Castaño-Uribe, de la Fundación Herencia Ambiental Caribe.
Reunión de evaluación de los expertos de la Unesco con miembros de una de las poblaciones visitadas para conocer, de primera mano, a los pobladores locales de la zona amortiguadora de la posible área a ser incluida en la lista de nominación como Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad (2017).
Esta fabulosa escena de guacamayas azules sobre el río Apaporis, en la parte sur de Chiribiquete, es un magnífico ejemplo de la significación que deben tener dentro del simbolismo sagrado de este sitio. Estas aves, frecuentemente registradas en la iconografía sagrada, se muestran como aves mensajeras de carácter solar.
El Salto Felino - El Salto Jaguar es, sin lugar a dudas, conjuntamente con la Canoa Cósmica, el concepto más importante y envolvente de la identidad de Chiribiquete. Este elemento estructurante muestra en este sitio un largo proceso de afianzamiento y proyecta sus capacidades espirituales y ecológico- funcionales a los hombres y las comunidades artífices de esta Tradición Cultural. El Salto Felino quizá sea uno de los aspectos más envolventes del bagaje conceptual y filosófico del chamanismo amazónico y genera los códigos y claves de comportamiento de una buena parte de los sabedores de la selva pluvial. En el salto se proyecta el momento cúspide y culminante del empoderamiento felino y se constituye en el catalizador de su poder más cosmogónico, más sublime de este ser solar, que extendido de garras viaja todas las noches desde la Vía Láctea para observar y vigilar el cumplimiento de los preceptos míticos. Gracias a Steve Winter por capturar este momento mágico y existencial.
Una sociedad se define no solo por lo que crea, sino por lo que se niega a destruir.
- John C. Sawhill
A lo largo de estas páginas hemos presentado una información que es el resultado de muchos años de dedicación a una tarea que empezó desde la primera vez que divisamos en el horizonte lejano esta monumental serranía, misteriosa y aislada, que, poco a poco, nos fue entregando sus secretos. En cada viaje, en cada estadía, en cada experiencia vivida en este sitio, fuimos confirmando la complejidad de lidiar con tal magnitud de acervo patrimonial cultural, donde no solo se halla parte de la conciencia milenaria de esta nación, sino del mundo entero. Durante años, a medida que avanzaba lentamente nuestro conocimiento de Chiribiquete, caímos en cuenta de lo complejo que significaba “narrar” desde el punto de vista espiritual lo que allí existe plasmado en las rocas. Ese conocimiento ancestral está codificado y resulta ininteligible para el profano, y, por ello, reflexionamos largamente sobre la necesidad de mantener oculto y protegido algo que, a la naturaleza y a la razón existencial de los pueblos milenarios, resultaba imprescindible. Para ellos, Chiribiquete revestía –y tiene aún hoy– un valor sagrado.
Cuando uno busca desde la racionalidad el conocimiento encerrado en Chiribiquete y en el conjunto de serranías vecinas de nuestra Amazonia (La Lindosa, Tunahi, Macarena, entre otras), es evidente la superficialidad e incapacidad de nuestra mal llamada “civilización” para entender tal conocimiento, ni siquiera para su conservación y protección. Durante siglos, Chiribiquete no solo estuvo felizmente aislada sino también protegida de la osadía y empeño de muchos occidentales que, desde la invasión europea, pretendieron llegar hasta ella para sacar provecho. Esta amenaza continúa hasta nuestros días y, lamentablemente, ahora ya parece imposible protegerla de la adversidad. Recabando la historia, muchos fueron los intentos de apropiarla y dominarla en el pasado. Estuvo presente, por ejemplo, el fantasma de la búsqueda de El Dorado, la explotación del caucho y el genocidio que generó su extracción, afectando especialmente a los últimos guardianes del lugar, los carijona. Chiribiquete estuvo cerca de convertirse en área para la siembra de caucho durante la Segunda Guerra Mundial; en campo petrolero de “interés nacional”; en área para la minería de oro y otros minerales preciosos, con la complacencia de la “autoridad” selvática de las farc. A esto se suman el arrasamiento causado por el auge cocalero y ganadero actual en la selva perimetral y su frontera interna a manos de capitales oscuros, y el espejismo del llamado turismo de aventura, que están tratando de romper las fronteras de la gestión institucional.
Muchas de estas últimas acciones llegarán, con el paso del tiempo, a tapizar este territorio de grandes haciendas ganaderas, a costa del patrimonio público del actual Parque Nacional Natural y de toda su zona periférica, también en la mira de los grandes cultivos de palma africana, como ha venido ocurriendo durante los últimos 20 años desde Villavicencio hasta Calamar, sin que se ponga freno a la controvertible política de la ingobernabilidad. Hoy, más que nunca, ante la desmedida avalancha de adversidad que se ha visto progresar en los últimos dos años, no queda más que abrazar decididamente el Sistema de Parques Nacionales para defender lo que no tiene precio. Su desaparición no tiene cómo medirse en efectos adversos para la cultura, la historia y el patrimonio ecológico y ambiental de Colombia. Nos anima, en este momento, que esta obra pueda contribuir no solo a conocer mejor este patrimonio, sino a que todos entendamos que perder Chiribiquete colocaría al país en una categoría de nación inepta, incapaz de proteger su identidad y sus recursos.
El Dorado ilusorio - El Dorado sol
El mito de El Dorado fue tomando forma desde la empinada Sierra Nevada de Santa Marta, cuando los invasores europeos empezaron a rastrear el origen de la abundante orfebrería indígena de esta región que los españoles llamaron Provincia de Tayrona. Luego de incursionar y saquear las numerosas ciudades de cimientos de piedras y ver el elevado nivel de organización sociopolítica de sus habitantes, los peninsulares se dieron cuenta de que, buena parte, de la materia prima que era de carácter solar para los indios, llegaba hasta ellos mediante rutas de intercambios comerciales que iban más hacia el sur, siguiendo por el actual río Magdalena. Su ambición por el oro los llevaría primero a la región de La Mojana, donde había obras de ingeniería hidráulica colosales. A pesar de que este territorio ya no estaba en su apogeo, el legendario Gran Zenú estaba sembrado de sepulcros indígenas llenos de riquezas sorprendentes. Allí conocieron a las sociedades de los antiguos zenúes y la organización de un extenso territorio formado por el Finzenú –en la hoya del río Sinú–, el Panzenú –en la hoya del río San Jorge– y el Zenufana –en los ríos Cauca y Nechí–, cuyos caciques intercambiaban productos de todo tipo para sus complejas ceremonias, entre ellos oro, al que asignaban un origen mítico (Falchetti, 2009).
Las incursiones en este territorio comenzaron en 1515, cuando Francisco Becerra fue enviado desde Urabá al mando de una expedición que llegó al pueblo del Finzenú, principal asentamiento de los zenúes en la hoya del río Sinú. Luego, las incursiones se intensificaron con la llegada de Pedro de Heredia en 1534, cuando partió de la recién fundada ciudad de Cartagena y condujo una expedición hasta este territorio. Allí saqueó un templo que albergaba grandes estatuas de madera recubiertas de oro, de donde colgaban unas hamacas llenas de ofrendas; pero lo que más llamó entonces su atención fue el entorno del santuario, pues estaba cubierto de montículos artificiales de diferentes tamaños que servían de sepulcros especiales para los chamanes (o piaches) de esta etnia. Por supuesto, fueron de inmediato profanados y saqueados, obteniendo en ellos cantidades importantes de piezas de orfebrería, botín que según el tesorero de Cartagena, que formaba parte de la expedición, ascendía a más de treinta mil pesos oro de esos días (Friede, 1956: III, 265, en Falchetti, 2009) –suma, de hecho, muy considerable–. El saqueo de los túmulos funerarios continuó y fue muy productivo, de tal suerte que, en menos de un año los españoles habían encontrado grandes tumbas, muchas de las cuales aportaron cada una de ellas, entre 10 mil y 20 mil castellanos en piezas de oro fino y otro tanto en piezas de oro bajo. Tal como lo documenta Falchetti (2009), Finzenú se convirtió en el primer sitio de guaquería sistemática en el continente americano, y el oro de sus sepulcros contribuyó durante diez años al sostenimiento de la gobernación de Cartagena, con el que incluso se financió la construcción de sus célebres murallas para defenderse de bucaneros y piratas, amén de muchos otros destinos que nunca quedaron registrados en los libros contables.
Mientras tanto, Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián de Belalcázar y el alemán Nicolás de Federmán iniciaron la búsqueda del verdadero “Dorado” en las intrincadas tierras de los muiscas en el altiplano cundiboyacense. Con la misma motivación, los tres llegaron a la Sabana de Bogotá desde Santa Marta, Quito y la región de Coro en Venezuela, respectivamente, lo que los llevaría más adelante a constatar la existencia de ritos y ceremonias en las lagunas sagradas de los páramos del altiplano, donde se usaban balsas en que los indios transportaban oro para ofrendarlo a sus dioses. Esta llegada con propósitos monetarios al territorio del Sol y de la Luna, los llevó a entablar una copiosa reclamación de derechos y capitulaciones. Estas peticiones tomaban tiempo para resolverse en la corona española, mientras tanto sus protagonistas se enfrentaban movidos por la codicia. Incluso, entre los mismos allegados de la casa real, y en todos los rincones de la Europa imperial, se agrandaron las fábulas sobre El Dorado, una supuesta ciudad dorada ya no en la provincia de “Xerrira” o de los zipas muiscas, sino más al sur.
Tal como lo describe Juan Friede (1959) en su obra Descubrimiento del Nuevo Reino de Granada y fundación de Bogotá (1536-1539), según documentos del Archivo General de Indias, Sevilla. (Revelaciones y rectificaciones), fue la propia Real Audiencia de Santo Domingo la que propuso que estas grandes riquezas se encontraban al sur, a la altura de la línea ecuatorial. Quizá surgieron allí algunas de las grandes expediciones que se organizaron para buscar El Dorado en la Amazonia colombiana, y en otros lugares como en el Orinoco, donde la atención se focalizó en la búsqueda de una tal ciudad dorada. Así, por ejemplo, en diciembre de 1541, Francisco de Orellana, dejando atrás a su superior, Gonzalo Pizarro, apremiado por abastecimientos, siguió su marcha aguas abajo por el río Coca y el Napo, buscando al señor de los omaguas, quien aparentemente tenía muchos vasallos y riquezas. Después de muchas jornadas de camino, el grupo llegó a un río aun más caudaloso en el que se enfrentaron con aguerridas mujeres, en junio de 1542, a quienes llamaron “Amazonas”, nombre este con el que se conocería a esta gran arteria fluvial que desemboca en el Atlántico. Una vez Orellana da cuenta de haber salido a este inmenso río, emprende su ruta al nororiente para reclamar la conquista del País de las Amazonas, y regresar en la búsqueda del proverbial Dorado que, según las conjeturas de la época, estaba en algún lugar de esta jungla verde. Por una ruta un tanto diferente, atravesando los llanos de Venezuela y Colombia, el teniente general de Coro, Philipp von Hutten (llamado por los españoles Felipe de Utre), de la aliada Casa Welser, parte en 1541, tratando de llegar a la provincia de Papamene, donde esperaba lograr alianzas que lo llevaran a un destino cierto de riquezas. Allí se entera por el cacique Guayupe de que debería seguir en la búsqueda del metal dorado hasta la ciudad de Macatoa, en la otra margen del río Guayuare (hoy Guaviare), porque todo indicaba que cerca de ese sitio había un reino relacionado con la Casa del Sol Dorado.
En su recorrido, Utre llega a la sierra inexplorada que llamaron “Punta de Pardaos” (actual sierra de la Macarena), pero ya sus pertrechos y abastecimientos escaseaban y decide retornar a San Juan de los Llanos para preparar bien su búsqueda de la ciudad de Macatoa, ubicada más hacia el sur, a la altura del eje ecuatorial, cuyo asentamiento pertenecía aparentemente a los indios omeguas, guaguas o ditaguas1, según le habían informado muchas de las tribus contactadas durante el viaje. ?A propósito de esta expedición del conquistador alemán, hace poco, el periodista y cineasta Jörg Denzer, de la misma nacionalidad y con quien hemos sostenido algunos encuentros en Colombia debido a su gran interés por el trabajo adelantado en Chiribiquete, nos relataba el seguimiento que él ha hecho sobre el relato de este militar alemán durante la Conquista y las novedades que se han encontrado en algunas cartas que fueron publicadas hace algunos años, enviadas por el teniente general a su padre y a un amigo2 en 1542, con quienes comparte sus aventuras y algunas reflexiones de sus pesquisas. En estas misivas, habla de la existencia de una sierra en la que habita una nación a la que llaman “inmortales o los que no pueden morir” y se mofa de esta aseveración. Así mismo, comenta que en este sitio está un pueblo muy guerrero, los omaguas o los choques, que viven en una tierra de pura selva y cerros, que se comen a sí mismos y que están en guerra con todos sus vecinos. Anotó, también, que no usaban arcos sino rodelas de madera y dardos, y que los enfrentaban directamente sin tenerles miedo. Denzer señala en su investigación que encuentra algunas alusiones importantes a estos aborígenes en la crónica de Juan de Castellanos3, quien describe que los indios choques pintan el sol en todos sus escudos, con sus rayos, nariz, ojos y boca, como relató también Gaspar de Carvajal4 en la expedición de Francisco de Orellana, en un lugar antes de la desembocadura del río Caquetá. Dice que todas estas gentes adoraban y tienen por su dios al Sol, al que llaman Chisse (Denzer, comunicación personal).
El desenlace de esta primera expedición, con numerosas bajas a manos de los omaguas, casi termina con su vida porque resulta herido en batalla, mucho antes de traspasar la férrea frontera de la serranía que era meticulosamente custodiada por estos beligerantes indígenas. No obstante, más tarde menciona en sus relatos la existencia de anchos caminos que permitían divisar a lo lejos una gran población, con calles rectas, casas muy juntas y un edificio elevado que sobresalía en medio de todas las construcciones. Todo ello ha sido interpretado como las formaciones tepuyanas. La historia de Von Hutten es importante, pues quizá fue la única persona blanca que, junto con sus hombres de armas, estuvo más cerca de la Serranía del Chiribiquete en las primeras décadas de la conquista europea. Su interés y decisión de buscar, sobre esta ruta, el mítico y legendario Dorado tendría sentido, asumiendo que era la búsqueda de la Casa del Sol, pues así lo entendían los informantes aborígenes. Lo que buscaba, más que un sitio de riquezas metálicas, era el lugar mítico de origen solar, que coincide con el contenido simbólico y sagrado de estos tepuyes.
De las caucheras al genocidio de los carijona
Este pueblo, asentado en los alrededores de la serranía del Chiribiquete, debió entrar a esta zona alrededor del año 1000 d.C., como parte de numerosos movimientos de grupos indígenas de origen karib, que llegaron a la región norte de Suramérica. Se ha dicho en repetidas ocasiones que podrían ser los responsables de dar inicio a la Tradición Pictórica de Chiribiquete, pero toda la evidencia aquí presentada no concuerda con esta tesis. Lo que sí sabemos con certeza es que estuvieron muchos años allí, aprovechando su inexpugnable y privilegiada condición de aislamiento. No nos cabe duda de que ellos fueron partícipes del mantenimiento del contenido de esta tradición por parte de sus chamanes. Tal como lo dijo el investigador Roberto Franco, mucha de la toponimia de la serranía contiene vocablos carijona, como también subyacen otras lenguas5 que pudieron llegar al territorio antes que los aguerridos guaques, huaques, mesayas, unamuas, hianakotos y kotos, nombres que forman parte del repertorio de gentilicios con los que se conocía a los carijona, según los llamaban sus vecinos y en una amplia región de los ríos Yarí, Guaviare, Caquetá, Mesay, Apaporis, Putumayo y Vaupés, hasta donde llegaba su influencia bélica. Los diferentes nombres que recibieron expresaban el temor y el carácter despectivo con que los veían los grupos colindantes, siempre a la defensiva y alertas a sus incursiones que les reportaron un profundo respeto por bravos y belicosos. Los carijonas fueron también llamados murciélagos, guaguas, omaguas, enaguas y otros términos, que traducían su cercanía con el temido felino, tal como sindi (el carnívoro o príncipe de los tigres en lengua andoque), riama (come gente, para los uitoto) y ocho (en coreguaje) (Franco, 2002).
Los carijona disminuyeron de población, estimada en unas 20.000 almas a finales del siglo xviii, hasta una cifra no superior a 14 familias dispersas en la Amazonia colombiana, casi todas en procesos de aculturación interétnica en la actualidad y a punto de que su lengua desaparezca. Su inexorable extinción étnica se vio propiciada especialmente por todos los procesos de invasión de las caucherías, el conflicto étnico y las enfermedades que trajeron estos fenómenos sociales. Luego, los buscadores del Hevea (caucho) terminaron por despoblar la región de Chiribiquete. Se sabe que los carijona opusieron una resistencia férrea a las caucherías y atacaron las instalaciones de algunas compañías a comienzos del siglo anterior (entre otros “Calderón Hermanos” en el Cuñaré y el poblado de Calamar, Guaviare). Las últimas malokas carijonas en el río Apaporis fueron documentadas a mediados de los años treinta del siglo xx y su ubicación fue juiciosamente identificada en el trabajo de Franco (2002 y 2011), quien contó con el apoyo de algunos informantes carijona en algunas poblaciones de la Amazonia colombiana. De acuerdo con Franco, en el Ajaju vivía la gente tigre; más abajo, sobre el Apaporis, estaban los akaribá, la gente gusano, en su cuenca media la población de Pacú y Maracanaima (donde hay mucha maraca de monte), allí llegó con los caucheros una epidemia de sarampión; después estaba Guacuri, cerca de la boca del caño Macayarí, donde vivía la gente hormiga; Barranco, en la boca del caño Tacunema y Peñas Blancas, donde vivía la gente pato real (Franco, 2011). Actualmente sobreviven unas pocas familias en el resguardo indígena de Puerto Nare, municipio de Miraflores (Guaviare), y algunas familias a lo largo del río Caquetá en las localidades de La Pedrera, Puerto Córdoba y Puerto Santander, en el departamento de Amazonas.
La lengua carijona (tsahá), que forma parte de la familia caribe (carífona), cuya penetración se hizo por el Amazonas y Caquetá, posiblemente entró al Yarí desde el oriente. Está ampliamente emparentada con los grupos trio y akuriyo de las Guayanas, aunque en Colombia está próxima a desaparecer debido a todo lo aquí indicado. No se debe perder de vista que, en los años setenta, había alguna colonización de caucheros y de cazadores, aun en los sitios de Tacunema, Macayarí, Pacoa y Jirijirimo, lugares que habían sido identificados como potenciales para la explotación industrial desde antes de la Segunda Guerra Mundial (Franco, 2011); y todos los proyectos del gobierno estadounidense auguraban extensas plantaciones en toda esta región hasta el Ajaju, pues ya se habían identificado botánicamente las especies más promisorias, sus mejores variedades y su localización. Milagrosamente, la intención de realizar estas plantaciones a nivel industrial se desestimó a última hora, gracias a que en Asia se lograban mejoras notables y procedimientos más eficientes a menor costo con la producción sintética del caucho, con lo que Suramérica se libró de este problema (Davis, 2004). Lo más grave es que aquello hubiera ocurrido en los alrededores de Chiribiquete, según lo evaluado por la Secretaria de Guerra de los Estados Unidos a comienzos de los años cuarenta.
Durante más de un siglo, la explotación de caucho generó una bonanza de tal magnitud en la Amazonia peruana, brasileña y colombiana, que estimuló el crecimiento de ciudades como Iquitos, Manaos y Leticia; pero el precio pagado fue la esclavitud, los vejámenes, las violaciones y el genocidio de millares de indígenas, hombres, mujeres y niños. Ha sido uno de los episodios más aberrantes de la historia de estos países, con la anuencia de los políticos de turno. Los indígenas fueron sometidos a trabajos forzados, y sus mujeres violadas y abusadas con una crueldad difícil de creer, orquestado por la infame Casa Arana6. A todo esto se sumó el conflicto fronterizo entre Colombia y Perú, nacido de la intención peruana de apropiarse de una parte de territorio colombiano. Al ganar Colombia la guerra, se firmó el Tratado Salomón-Lozano, por el cual el Perú reconocía la soberanía de Colombia sobre los territorios comprendidos entre los ríos Caquetá y Putumayo y se le cedía a Colombia el llamado Trapecio Amazónico, con poblados como Leticia a orillas del río Amazonas. La persecución a muchos pueblos indígenas, por parte de los caucheros colombianos y peruanos, obligó a muchos grupos nativos a iniciar un desplazamiento forzado por muchas regiones de la Amazonia, y es probable que varios hayan buscado refugio en el interior de la selva, en sitios más inexpugnables, como Chiribiquete. En los últimos años, se han concretado pruebas sobre la posible presencia de grupos indígenas en aislamiento voluntario en el parque, o que incluso haya allí grupos no contactados antes.
Tráfico ilegal de especies, narcotráfico, minería ilícita, deforestación, guerrilla y paramilitarismo
La explotación de los recursos naturales, especialmente la explotación ilegal, ha sido una constante durante décadas en muchos países de la región. En el contexto amazónico, quizá sea el sitio donde más atropellos se han cometido, debido a la falta de controles y a las dificultades para poder seguir las cadenas de tráfico ilegal que aprovechan estas amplias fronteras para evadir a las autoridades y lucrarse sin reparo de la destrucción que ocasionan. En Colombia, aunque es difícil seguir las pistas de lo ocurrido en décadas anteriores, se estima que entre 1930 y 1969, las exportaciones de fauna silvestre representaron un valor aproximado a 1 punto del producto interno bruto (PIB), entre mamíferos (63,29% del valor total), reptiles (36,73%) aves (0,73%). Es decir que, sin contar lo relativo a peces, en 1964 las exportaciones de fauna silvestre llegaron a representar el 11,9% del PIB, de acuerdo con Baptiste et al., 2002. Solo hasta finales de la década de 1970 se establece la veda permanente en todo el territorio nacional para la caza deportiva de mamíferos, aves y reptiles de la fauna silvestre (Resolución 0787 de junio 22 de 1977). Antes de esto, era frecuente ver asombrosos decomisos de pieles como las de jaguar y caimán negro, por mencionar solo dos de los ejemplos más notables. Tal como se ha indicado en algunos estudios recientes (Baptiste, 2002; Mancera y Reyes, 2008), en Colombia no se tienen estadísticas completas de tráfico ilegal, pero se asume que el volumen es de gran magnitud y las propias autoridades ambientales estiman que lo que se documenta no es mayor al 10% de lo que realmente se saca ilegalmente del país (Baptiste et al., 2002).
Un caso dramático se vio durante los años setenta con el mercado legal e ilícito de madera, actividad que llevó prácticamente a la extinción de la caoba y el cedro. Hoy día, en la mayoría de los sitios de explotación, las maderas finas han sido ya entresacadas y durante varios años se ha denunciado que estas cadenas de ilegalidad han estado movidas por verdaderas mafias que han sabido aprovecharse hábilmente de las necesidades de los colonos insolventes que llegan a este territorio buscando oportunidades de trabajo. Con esta misma doctrina, y al amparo de otros intereses de financiamiento de economías ilegales, se está talando la Amazonia colombiana, aprovechando la coyuntura aparente del proceso de paz que empezó a concretarse desde el año 2017. En este mismo año, la deforestación en la Amazonia tuvo un incremento del 65% (más de 144.000 hectáreas), según cifras oficiales, y algo similar ocurrió durante el año 2018, con una particularidad si se considera que los dos departamentos donde estas cifras parecen crecer exponencialmente son los que involucran al Parque Nacional Chiribiquete. El círculo maldito deforestación-cultivo de coca-expansión de la frontera ganadera, prevaleciente en los últimos 40 años en la Amazonia, parece haberse consolidado en los dos departamentos de Caquetá y Guaviare. En tal sentido, la bonanza del narcotráfico, que se instaló en la región desde mediados de los setenta, llegó para quedarse con un repunte de dramática significancia para la conservación del patrimonio natural y cultural.
Lamentablemente, el narcotráfico ha tenido dos impactos importantes relacionados con la integralidad y la conservación de la región y del Parque Nacional. Uno de ellos está asociado con esta deforestación sin precedentes que ya hemos anotado, y el otro con el establecimiento de laboratorios de producción de cocaína que se enquistaron especialmente en la zona sur, desde comienzos de la década de 1980, tal como ocurrió con el connotado caso de “Tranquilandia”7, un lugar construido y operado en una de las mesetas entre la mesa de Iguaje y la de Araracuara, con pista de aterrizaje para aviones DC-9 y Curtis. Afortunadamente, durante los años inmediatamente posteriores a la declaratoria del parque, se logró erradicar muchas otras pistas y laboratorios localizados en el perímetro sur y los controles de tráfico aéreo mejoraron significativamente, sin que esto quiera decir que no sea necesario seguir extremando todas las medidas necesarias de control, especialmente en lo que atañe al mayor mal actual: la deforestación. En la historia reciente, con la intervención pública, se ha logrado repeler y destruir algunos nuevos intentos de pequeños laboratorios y pistas cortas de aterrizaje, pero también la llegada de dragas y equipos para la minería ilegal, introducidos al río Apaporis desde San José y Calamar por el Itilla, y desde trochas por Miraflores.
La presencia de las farc en este sitio ha sido una constante desde hace muchas décadas y varias veces nos hemos topado con la evidencia de su presencia y el rastro de sus campamentos, todo lo cual ha significado una zozobra adicional para la seguridad de los investigadores. Es totalmente conocido que, en la actualidad, las dos disidencias más fuertes continúan delinquiendo en la zona y esto representa un riesgo latente para cualquier persona que ose entrar al área sin la debida seguridad. Un aspecto nunca antes referido fue el encuentro que hicimos de un panel rocoso, al lado de un mural pictórico arqueológico, con dibujos hechos por guerrilleros de las farc en lápiz y carbón. Este hecho asombroso y desconcertante nos llenó de indignación y sobrecogimiento, aunque siempre agradecimos que no lo hubieran hecho encima de las pinturas aborígenes. Durante un largo rato dispuse a un par de mis ayudantes para tratar de limpiar el paredón; al cabo del esfuerzo aún se notaba el registro de tan curiosa manía de dejar consignada nuestra presencia a través de grafitis, no pudiéndose salvar ni este sitio sagrado de ese mal. El sitio de intervención muestra un nutrido conjunto de representaciones humanas, hombres y mujeres, con algunos escritos y mensajes, así como la fecha en la que se realizó esta acción, 1993, en la base de su “inspirada” intrusión.
Expedicionarios en la zona de Chiribiquete
Una de las primeras incursiones al territorio próximo a Chiribiquete se realiza por parte del cartógrafo real Francisco Requena, quien recorre una sección del río Apaporis como parte de las comisiones oficiales de límites, conjuntamente con el representante de Portugal, Joáo Wilkens, que el Tratado de Tordesillas entre España y Portugal había señalado realizar para la demarcación amazónica de ambos imperios. Gracias a ellos, se tienen los primeros informes oficiales de la parte de la cuenca del Caquetá-Japurá. En el diario de Requena, quien como comisario español recorrió la zona en 1782, se menciona el río Yarí y se documenta la presencia de carijonas en algunos raudales sobre dicho río, al igual que indios tama y coreguaje y grupos tucano occidental.
A comienzos del siglo pasado, Theodor Koch Grünberg incursiona por el río Vaupés desde su boca hasta los Lagos del Dorado, un poco más abajo del actual pueblo de Miraflores. Dice el explorador que los carijona vivían en el Macayá y durante sus travesías por el Apaporis los exploradores encontraron varios barrancones de caucheros, como los del quebradón de Carurú, el lago Espejo o lago Uaruá y la boca del Hirisa (Franco, 2011). Estos exploradores documentan en su diario la existencia de malokas indígenas carijona en el Macaya y Cunyari; los tsahátsaha entre el Cunyary y el Mesai; los mahatoyana y los yakaoyana en el Macaya; los kaikutschana en el Apaporis, y los kahatonari en el Mesai. Según Koch Grunberg, el grupo karib de los carijonas ocupaba en ese momento toda la gran región entre el alto Caiary-Vaupés y el alto Yapurá (Franco, 2002 y 2011). Más recientemente, en 1912, Hamilton Rice, médico, geógrafo, geólogo y explorador estadounidense, recorrió con Gregorio Calderón, un conocido cauchero, un área próxima a la zona de Chiribiquete, entrando por una trocha desde Calamar en el Unilla, que por esa época, tenía más de 20 casas, hasta la banda derecha del Itilla. De allí salieron por tierra hasta el río Tutuyo y siguieron al sur hasta llegar al río Macayá, en un claro que abrieron, conocido después como Puerto Paulina, desde donde se divisaban las cimas de Chiribiquete. Desde allí, recorrieron un dificultoso camino para llegar al río Mesay, afluente del Yarí, estableciendo puntos geográficos de gran interés de esta desconocida zona. Ubica el sitio de Corinto, el viejo puerto cauchero de la zona, en la banda izquierda del Macayá, arriba de su confluencia con el Ajaju. Aunque en el año de 1904 Koch Grunberg había mencionado algunas malokas carijonas en el Macayá, ya para el año de 1912 no estaban (Franco, 2011).
Además de su extraordinario papel como botánico y quizás el más talentoso etnobotánico de la época, Richard E. Schultes viajó por este territorio con el fin de investigar para la Rubber Development Corporation la navegabilidad del río Apaporis y determinar la abundancia y factibilidad comercial de explotar la Hevea, género del cual se derivaron diversas especies de caucho durante varios años. Como parte de su tarea comercial y científica, Schultes identificó el caucho nativo, Hevea lutea, Hevea guianensis, Hevea Benthamiana, Hevea viridis, Hevea viridis var. Toxicodendorides (Davis, 2004 y Franco, 2002 y 2011), así como otra planta con látex, Senefelderopsis chiribiquetensis, familiar de la balata y Hevea nitidia, de la variedad toxicondendroides. La primera expedición de Schultes la realizó subiendo de Miraflores al Itilla, hasta un sitio llamado Puerto Trinidad, desde donde salía una trocha de los balateros hasta el río Macayá. Llegaron al Macayá, a un sitio que llamaron la Cachivera del Diablo, donde se ahogó un ayudante, y construyeron un campamento en un alto desde donde se veía la confluencia del Macayá y el Ajaju. A este sitio lo llamaron Puerto Hevea por la gran abundancia de cauchos en sus alrededores. Identificaron un sitio para establecer una pista de aterrizaje y, desde allí, exploró el sector del Cerro de la Campana próximo al Ajaju y el Macayá. Se dice que en este sitio observó algunas pictografías que atribuyó a los antepasados de los carijonas. Tal como lo menciona Franco (2011), en toda esta zona Schultes calculó que había un cuarto de millón de árboles de Hevea y, para explorar el medio Apaporis, utilizó una segunda trocha que salía de Puerto Nare al río Macayarí y de allí al Apaporis. Para toda la cuenca, este investigador calculó 16,7 millones de árboles, lo que justificó su explotación comercial en apoyo al esfuerzo de guerra de los Estados Unidos. Durante estos años, y hasta el final de la guerra, la Rubber Development Corporation sacó caucho del Apaporis y otros ríos, usando transporte aéreo y mano de obra indígena de otras zonas del Vaupés para trabajar en los diversos campamentos que se establecieron sobre el Apaporis, Soratama, Tacunema y Puerto Hevea, entre los más importantes (Franco, 2011).
Más recientemente, dos grupos de investigación científica hemos tenido oportunidad de adelantar trabajos de campo de forma sistemática y recurrente. El primero, en la zona norte-centro, cuyas expediciones las iniciara el autor en su calidad de director de Parques Nacionales, en la década de los años noventa, en compañía de un nutrido grupo de científicos y especialistas8 que han aportado un invaluable esfuerzo, desde hace muchos años, abriendo las puertas al conocimiento científico, con apoyo inestimable y decisivo de profesores y estudiantes del INDERENA, el Instituto de Ciencias de la UNC, el Instituto SINCHI, las Universidades del Quindío y Amazonas; fundaciones de la sociedad civil como Omacha, WWF, Fundacion Herencia Ambiental Caribe y otros organismos y personas muy destacadas. El segundo grupo, realizando también un gran esfuerzo, esta vez de forma más estable, durante la década de los noventa, en la zona sur (Puerto Abeja), en una Estación Biológica establecida en convenio con Parques Nacionales y la Fundación Puerto Rastrojo. El trabajo de Patricio von Hildebrand y María Cristina Peñuela abrió la oportunidad de contar con un numeroso grupo de estudiantes y pasantes para realizar nutridos inventarios y monitoreo con metodologías sistemáticas y de largo plazo que, en el caso norte, eran imposibles de aplicar por las características del terreno y las limitaciones existentes.
Actualmente, el PNN Serranía de Chiribiquete se ha constituido como un ícono dentro del sistema de parques nacionales y del país. La prioridad fundamental en estos años ha estado orientada a protegerlo y estudiarlo. Por tanto, el área de conservación ha definido una estrategia que ha ido asegurando la vocación investigativa (campos de la antropología-arqueología, las ciencias naturales, la geología y demás disciplinas técnicas de monitoreo espacial, etc.) que, junto con su zona de amortiguamiento, permitan su conservación y su posicionamiento como estandarte emblemático de la historia natural y cultural para la humanidad, no obstante las serias limitaciones y restricciones con las que se debe adelantar dicho esfuerzo en este lugar, tal como lo ha dispuesto su plan de manejo y los procedimientos de investigación.
Grupos aislados no contactados o en aislamiento voluntario: un elemento estratégico de la excepcionalidad
Entre los aspectos más sobresalientes del Parque Nacional y de este territorio en particular, está el que tiene que ver con las evidencias, aparentemente circunstanciales, de la existencia de grupos nativos no contactados o, así mismo, de indígenas en aislamiento voluntario. Durante la inmensa cantidad de sobrevuelos hechos en tres décadas por diferentes sectores del parque, hemos observado desde el aire áreas de pequeños “abiertos”, selva adentro, seguramente para cultivar algunas plantas de pancoger. Estos grupos son muy discretos y evidentemente muy aislados de cualquier vía de penetración fluvial. En nuestras observaciones, pudimos comprobar que eran espacios menores de 250 metros de diámetro y que la vegetación había sido removida artificialmente. Hemos respetado este aislamiento, evitando bajar o llegar a ellos para verificar con más exactitud quiénes son. En estos pequeños abiertos no hay construcciones de ningún tipo y hemos documentado que, al cabo de unos meses de recuperación, estos abiertos se cicatrizan, mimetizándose totalmente con la selva.
Otro aspecto clave ha sido la evidencia de huellas de pisadas humanas que hemos documentado en un par de abrigos rocosos en el trascurso de todas nuestras investigaciones. Si bien es cierto que no podemos afirmar categóricamente que pertenecen a los no contactados o en aislamiento voluntario, existen razones para asociarlos con el uso de los sitios pictóricos, donde se han documentado registros de presencia y utilización de los murales con fines rituales. En uno de los abrigos observamos el uso de pinturas muy recientes, acompañadas de fogatas que fueron datadas después de 1950 y que, a nuestro parecer, pueden ser más recientes que 20 años. En algún sector al norte de la serranía por donde transitábamos en actividades de prospección arqueológica, vimos huellas de penetración de lo que imaginamos un pequeño grupo de personas con ramas dobladas, que se habían dirigido al sitio al que nos proponíamos llegar. Por el tipo de evidencia en la vegetación, esto había ocurrido varias semanas antes de nuestra incursión y allí encontramos la impronta de una huella humana en el sitio de las pinturas. Incluso en una oportunidad, en un abrigo en el que trabajábamos y en el cual no pernoctábamos por la dificultad de su acceso, pudimos observar una huella humana, encima precisamente de una huella de nuestros propios rastros de bota del día anterior, lo cual nos permite pensar que algún grupo humano estaba en el sector sin dejarse ver.
A comienzos de 2017, en San José del Guaviare tuvimos oportunidad de conversar con algunos de los comandantes de la guerrilla de las farc, aprovechando una reunión que adelantaba este grupo desmovilizado con instituciones gubernamentales, como parte del proceso de paz y del establecimiento de las zonas de concentración. Omitiendo detalles específicos de las charlas sostenidas con varios de ellos –que accedieron a una serie de entrevistas, dado el interés que teníamos por conocer aspectos relacionados con la región de Chiribiquete–, nos permitieron escuchar algunas de sus vivencias en la zona desde comienzos de los noventa en las que resultó más que evidente que este grupo ha utilizado este lugar como campamento estacional debido a su carácter inexpugnable. Como parte de los temas charlados –siendo de nuestro interés todo aquello relacionado con los no contactados–, se nos refirió su encuentro ocasional con algunos de ellos. Nos sorprendió escuchar la confirmación de varios contactos con un grupo de indios nukak en diversas oportunidades. Nos comentaron también la situación de algunos mineros, que entraron a la zona para aprovechar los minerales a las orillas de algunos ríos principales, pero que desaparecieron misteriosamente, “como si los indígenas se los hubieran llevado”, en su opinión, pues allá adentro hay indios muy “agresivos y peligrosos”. “Nunca los encontramos, quedó todo abandonado”, puntualizaron.
De acuerdo con el trabajo sistemático y detallado que adelantó Roberto Franco, desde el año 2000 hasta la fecha de su fatal deceso en un accidente de avioneta en la Amazonia colombiana en septiembre del 20149, algunos de los pueblos indígenas contactados que viven alrededor del Chiribiquete, como los actuales murui, los propios carijonas y los grupos tukano oriental, mencionan la presencia de los aislados en su tradición oral. En Colombia se ha avanzado recientemente en la implementación de una política pública de protección de los pueblos aislados que se inició en el Plan de Desarrollo del 2010-2014, cuando por primera vez se lograron incorporar algunas directrices para iniciar el proceso de reglamentación y política para su cuidado y consideración (Aristizábal, 2013). Es necesario señalar que se habla de “pueblos aislados” y no de “no contactados” porque se considera que estos pueblos decidieron voluntariamente aislarse de la sociedad mayor, especialmente por todo lo que ha significado para la mayoría de estos, la cercanía y la relación con “el blanco colombiano”. El tema de las poblaciones no contactadas empezó a ser una realidad y una preocupación del Estado desde hace una década, cuando se empezó a legislar al respecto. Los acontecimientos ocurridos con el pueblo nukak a finales de los años ochenta, cuando grupos de mujeres y niños de esta etnia llegaron por primera vez a Calamar (Guaviare), sufriendo un proceso de aculturación, no se debe volver a repetir. El PNNCh se ha ido considerando, por parte de indígenas contactados (resguardos periféricos) y las instituciones, como la mejor opción para garantizar su permanencia y su protección, en caso de que existan.
Según Franco (2011), los pueblos indígenas aislados dentro de la región periférica a la Serranía de Chiribiquete (zona plana selvática) serían, entre otros, un grupo carijona entre los ríos Ajaju y Macayá; un grupo urumi o jurumi, entre los ríos Luisa y Yarí (primeros chorros del Yarí); un grupo carijona o murui, entre los altos ríos Mirití, Metal y Yavilla; y un grupo murui al norte de Araracuara entre los ríos Cuemaní y Sainí.
Comunidades contactadas y vecinas del PNN
Hasta antes de la última ampliación del PNNCh no existían resguardos indígenas superpuestos y la mayoría de los resguardos se localizaba en área de influencia directa (zona amortiguadora). En la última ampliación, se incorporaron algunos segmentos de territorios resguardados en la zona norte, que requieren un tipo especial de interrelación. En los municipios con jurisdicción o aledaños al área protegida, se encuentran 21 resguardos indígenas de gran variedad de etnias (Tabla siguiente). Los dos resguardos que limitan y se introducen, parcial o totalmente, en la última ampliación del PNN son: Itilla y los Llanos de Yari-Yaguará.
Los estudios antropológicos y etnográficos, además de los interrelacionamientos que el Sistema de Parques Nacionales ha empezado a realizar con estos grupos asentados en la periferia (zona amortiguadora), permiten comprender la importancia cultural de las diferentes expresiones y cosmovisiones de los grupos indígenas vecinos. En particular en cuanto a sus maneras tradicionales de manejo del mundo, así como el entendimiento del patrimonio cultural asociado a Chiribiquete y otros cerros y formaciones satélites del territorio. Así pues, los salados, los cerros y los raudales, junto con las representaciones de arte rupestre de la región (pictografías y petroglifos), poseen un alto contenido histórico y simbólico y son lugares sagrados, protegidos por dueños espirituales, donde los chamanes negocian los animales de cacería y la extracción de plantas medicinales especiales a cambio de almas de personas muertas (Castaño-Uribe, 2006; SPNNCh, 2015). De acuerdo con los etnógrafos que realizaron aproximaciones a estos territorios, los raudales y chorros corresponden a hitos del pensamiento chamánico y a sitios estratégicos tradicionales para proteger el territorio.
RESGUARDO INDÍGENA | ETNIA (S) | ÁREA (ha) | JURISDICCIÓN |
La Asunción | tucano oriental | El Retorno | |
Gran Resguardo del Vaupés | cubeo y 18 grupos más | 3'375.125 | Mitú y Carurú |
Arara- Bacatí- Carurú- Lagos de Jamaicurú | tucano y otras | 264.800 | Carurú y Miraflores |
Vuelta del Alivio | wanano | 38.750 | Miraflores |
Yavilla II | cubeo | 30.000 | Miraflores |
Lagos del Dorado, Lagos de El Paso y El Remanso | tucano y otras | 43.980 | Miraflores |
Puerto Viejo y Puerto Esperanza | cubeo y otras | 9.100 | Miraflores |
Barranquillita | tucano | 22.265 | Miraflores |
La Yuquera | tucano | 7.708 | Calamar |
Puerto Monforth | tucano | 907 | Miraflores |
Centro Miraflores | tucano | 545 | Miraflores |
Puerto Nare | tucano, cubeo y Wanano | 23.368 | Miraflores |
Tucán Caño Giriza y Puerto la Palma | tucanos, desanos | 5.877 | Miraflores |
Llanos del Yarí - Yaguara II (colindante) | pijaos, tucanos, piratapuyos y nazas | 146.500 | San Vicente, San José del Guaviare y La Macarena |
El Itilla (colindante) | cubeos, desanos, carapanas y otras | 1'603.294 | Calamar |
Miriti - Paraná (colindante) | yukuna, tanimuka, matapí, y otras | 260.933 | Mirití Paraná, La Pedrera |
Nonuya de Villa Azul (colindante) | andoque, letuama, muinane y otras | 62.178,3 | La Chorrera, La Pedrera, Santander, Araracuara |
Aduche | andoque | 6.960 | Santander y Solano |
Mesai | uitoto | 211.480 | Solano |
Puerto Zábalo - Los Monos | uitoto | 263.093,4 | Solano |
Monochoa | uitoto | 263.093,4 | Solano y Santander |
Los sitios sagrados son lugares importantes del territorio desde la creación del mundo, ya que en estos se desarrollaron eventos mitológicos que definieron el origen de poderes, conocimientos y recursos imprescindibles para el mantenimiento de la vida, así como se originaron las enfermedades y su tratamiento. Cada uno de estos sitios tiene un dueño con quien los chamanes tienen que negociar el uso de los recursos que allí se encuentran o que tienen su origen en ese espacio (Arhem, Cañón, Angulo y García, 2004). Entre varios de estos grupos, la tradición ritual, mitológica y cosmogónica muestra gran afinidad con los aspectos de la TCC sobre la conceptualización y prácticas de manejo de la selva y el equilibrio energético. Según ellos, son los chamanes –en sus viajes de trance a sitios sagrados como Chiribiquete– quienes se encargan de este trabajo; es allá donde se localiza “la maloka de los animales”. Por ejemplo, para los tukano, desano, barasano y yukuna (Reichel-Dolmatoff, 1968 y 1997).
Como ya se indicó, en el propio territorio del PNNCh se encontraban hasta hace pocas décadas grupos de indios carijona, de filiación lingüística Karib, quienes lo cuidaban. Por referencias etnohistóricas y recientes relatos etnográficos (Franco, 2002), sabemos que esta etnia llegó al área hace unos 800 años (300 años antes de la conquista) y se compenetraron como parte de la Tradición Cultural de las pinturas. Su cultura no era diferente los elementos tradicionales propios de los grupos que llegaron desde el Alto Xingú y el Delta del río Amazonas. Se revisó una amplia documentación etnográfica para constatar la relación de los carijona de Chiribiquete con los grupos trio, akuriyo, kakuriyo, tunayana (katwena), tureakeares y wayanas, todos de filiación lingüística Karib (Magaña y Jara, 1990, entre otros), así como para establecer de la mejor manera posible su contexto cosmogónico y mitológico (Castaño-Uribe, 2006).
Una Esperanza para la Conservación
El Contexto Nacional
Dentro de sus límites, el Parque Nacional Natural de Chiribiquete protege tres cuartas partes de la serranía y representa una de las áreas mejor conservadas de la Amazonia colombiana, y quizá de todo el país. En sus 4,3 millones de hectáreas se han documentado gran cantidad de elementos de carácter natural, cultural y arqueológico, entre los cuales sobresale el arte rupestre como una de las manifestaciones más notables, puesto que logra documentar una expresión cultural de alto contenido simbólico y ritual, asociada con elementos propios de los ecosistemas amazónicos. Desde su creación en 1989, las dificultades para adelantar campañas arqueológicas y biológicas extensas y permanentes han sido grandes, debido a las condiciones de aislamiento, a la complejidad de sus geoformas y a los excesivos sobrecostos que implica cualquier movilidad dentro del área. Esta debe hacerse principalmente por vía aérea, empleando helicópteros para el desplazamiento de investigadores y personal operativo de apoyo, lo cual limita el acceso y la gestión operativa e investigativa, especialmente en la porción septentrional del polígono que se estableció en 1989, con una extensión inicial de 1´280.000 hectáreas (Acuerdo n.° 0045 del 21 de septiembre de 1989-INDERENA y Resolución Ejecutiva n.° 120 del 21 de septiembre de 1989, expedida por el Ministerio de Agricultura).
Posteriormente, en el año 2013, después de una larga negociación con diferentes agencias del Gobierno Nacional, incluida la Agencia Nacional de Hidrocarburos, se pudo avanzar en la ampliación del Parque Nacional Natural en una extensión aproximada de 1´483.399 ha, para un total aproximado de 2´782.354 ha (Resolución n.o 1038 del 21 de agosto de 2013, expedida por el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible). Con esta ampliación, se favorecieron varios ecosistemas especialmente sensibles e importantes, en el costado suroccidental, hacia los municipios de Cartagena del Chairá, San Vicente del Caguán y Solano en Caquetá, y un sector norte en el municipio de Calamar en el Guaviare. Por último, el gobierno nacional efectuó una nueva ampliación estratégica para alcanzar una superficie total de 4´268.095 ha, en los municipios de San José del Guaviare, Miraflores y Calamar, en el Guaviare; y en San Vicente del Caguán y Solano, en el departamento del Caquetá (Resolución 1256 del 10 de julio de 2018, del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible-MADS).
La pregunta es: ¿Qué tanto significa la declaratoria de un Parque Nacional en medio de un contexto patrimonial como el que se ha descrito para esta serranía, desde este punto de vista? La verdad es que existen razones de más para demostrar por qué estos espacios naturales de alto valor natural y cultural, poco alterados por la actividad humana, ameritan sustento, rigor y representatividad jurídica e institucional, para el corto, mediano y largo plazo. Esa es la responsabilidad de una nación. Es evidente que, por sus valores naturales y culturales, en Chiribiquete estamos ante un caso superlativo de responsabilidad que merece dedicarle toda nuestra atención, abordar de manera preferente su cuidado y protección y determinar el interés general de la nación. Como se ha podido indicar, la nación ha entendido a lo largo de los últimos 30 años –desde que se inició la declaratoria de parque– que este es un sitio excepcional y que debe ser, no solo un ícono especial de conservación nacional, sino un área particular que encarne el patrimonio natural colombiano, debido a la excepcional conjugación de sus valores que no se encuentran en ninguna otra parte del país ni del continente. Ahora bien, a lo largo de estos tres momentos de declaratoria (1989) y ampliación (2013-2018), el Sistema de Parques Nacionales ha logrado demostrar científicamente los criterios de Representatividad (representar al sistema natural al que pertenece); Extensión (tener una superficie adecuada como para permitir su evolución natural, de modo que se mantengan sus características y se asegure el funcionamiento de los procesos ecológicos en el presente y en el futuro); Estado de conservación (que predominen ampliamente las condiciones naturales y de funcionalidad ecológica); Continuidad territorial (ser continuo, sin fraccionamientos antrópicos que rompan la armonía de los ecosistemas); y Protección exterior (estar rodeado por un territorio susceptible de ser declarado como zona periférica de protección) que, en este caso, debe estar en armonía con la política de resguardos indígenas y la concomitancia cultural.
Chiribiquete, ubicado en un punto de convergencia en el bioma amazónico, donde confluyen Amazonia, Orinoquia, Andes y Guayanas, provee el 60% del agua superficial de toda la Amazonia colombiana. Pocos sitios como este permiten albergar el 70% de los mamíferos, el 35% de las aves, el 51% de los reptiles, el 40% de los anfibios y el 70% de los peces continentales que hay en Colombia. Ser un epicentro de la conectividad entre varias unidades biogeográficas: selva pluvial, ecosistemas de ladera andina, sabanas naturales propias de los Llanos Orientales y, como si fuera poco, su propia formación tepuyana, en la que prevalece uno de los legados arqueológicos más distintivos y de gran complejidad simbólica y espiritual, donde están plasmados los elementos propios, quizás originales, de la jaguaridad. Esta singularidad que se vislumbraba desde el inicio de nuestras primeras exploraciones sobre el área que a finales de la década de 1980 declararíamos como parque nacional, permitió ver desde un comienzo la importancia de considerarla un área de interés y reconocimiento mundial. Esta tarea, que se inició hace varias décadas, tomó mucho tiempo en llegar a feliz término.
Contexto nación-local
Una de las estrategias pensadas para poder disminuir la presión sobre el Parque Nacional, tuvo que ver con la incorporación de la serranía de La Lindosa –recientemente declarada Área Arqueológica Protegida por el ICANH– como punto focal del interés público, por presentar los valores y atributos que la constituyen en un continuum cultural, geográfico, ecológico y geomorfológico entre Macarena y Chiribiquete. Esta serranía cumple, a cabalidad, con la condición de poseer prácticamente los mismos elementos arqueológicos, culturales y ecológicos de las otras dos formaciones, incluido lo paisajístico, los escenarios de interés para visitantes, además de pertenecer a la misma tradición arqueológica. Es importante entender que La Lindosa-Cerro Azul es la puerta de entrada a Chiribiquete, dentro de las medidas de un programa de manejo de los bienes arqueológicos del continuum, que permiten orientar la visita a esta área arqueológica, ubicada en cercanías del municipio de San José del Guaviare. La Lindosa permitirá que la visita del público se concentre en esta zona y, de hecho, ya está siendo utilizada en planes de turismo local. De esta forma, se trata de evitar la visita al área protegida de Chiribiquete, teniendo en cuenta que la política del Estado colombiano estará orientada a limitar posibles contactos con las poblaciones en aislamiento.
El Instituto Colombiano de Antropología e Historia ICANH, como autoridad nacional en materia de patrimonio arqueológico, lidera el proceso de gestión y manejo de esta área a nivel nacional y estará apoyándose en la gestión municipal, para cuidar este baluarte arqueológico y cultural. El área cuenta ya con un plan de manejo, formulado en el marco de un acuerdo interinstitucional con la Universidad Nacional de Colombia y la Gobernación del departamento del Guaviare en 2017. Las medidas allí adoptadas, que incluyen protección y control, así como restricciones en el uso del suelo, comprenden además un componente de investigación –que permitirá conocer las ocupaciones humanas tempranas en la región amazónica–; un componente de conservación –que plantea los lineamientos para el desarrollo de los proyectos de restauración y conservación requeridos–; y un componente de divulgación –que plantea las directrices que se implantarán en el área (incluyendo el desarrollo de proyectos comunitarios de turismo en la región, que generen oportunidades de empleo así como apropiación social del patrimonio dentro de la población local).
Contexto internacional
Un día antes de que, desde Cerro Azul en La Lindosa, se anunciara públicamente a los colombianos la nueva y última ampliación de Chiribiquete (1 de julio de 2018), la directora de Parques Nacionales, Julia Miranda; el director del Instituto Colombiano de Antropología, Ernesto Montenegro; el Ministro Plenipotenciario de la Delegación Permanente de Colombia ante la Unesco, Luis Armando Soto, y este autor10, recibimos la deliberación de aprobación del Parque Nacional Serranía de Chiribiquete como sitio de patrimonio natural y cultural de la lista de patrimonio mundial por parte del Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, adoptada por este cuerpo durante la 42a sesión, celebrada en la ciudad de Manama, Baréin. Así terminaba felizmente un proceso que había tomado casi tres décadas, desde cuando el gobierno de Colombia registró por primera vez su candidatura ante la Unesco en 1993. En ese año, el Ministerio de Cultura y la Dirección de Parques Nacionales habían concluido el proceso de declaratoria de algunos parques nacionales como patrimonio nacional ante el Consejo Nacional de Patrimonio, entre ellos la Serranía de Chiribiquete. Entonces se procedió a presentar su candidatura formal ante la Unesco, pero no se adelantó en aquel momento ningún proceso de elaboración del dosier requerido como soporte técnico-científico e institucional, por carecer entonces de la información requerida para la nominación. Patrimonio de la Humanidad o Patrimonio Mundial es el título conferido por la Unesco a sitios específicos del planeta (bosques, montañas, lagos, cuevas, desiertos, edificaciones, complejos arquitectónicos, monumentos arqueológicos, rutas culturales, paisajes culturales o ciudades) que han sido propuestos y confirmados para su inclusión en la lista mantenida por el programa Patrimonio de la Humanidad, administrado por el Comité del Patrimonio de la Humanidad –órgano facultativo de dicción–, integrado por 21 estados, elegidos por la Asamblea General de Estados Miembros para un período determinado. Tal como lo definió la Unesco y sus países miembros11, el objetivo del programa de Patrimonio de la Humanidad es catalogar, preservar y dar a conocer sitios de importancia cultural o natural excepcional para la herencia común de la humanidad.
En el año 2018 –última fecha de aprobación de candidaturas y nominaciones–, el catálogo incluye un total de 1.092 sitios de Patrimonio Mundial, de los cuales 845 son culturales, 209 naturales y 38 mixtos, en 167 países. La Unesco se refiere a cada sitio con un número de identificación único, pero las nuevas inscripciones incluyen a menudo los sitios anteriores enumerados ahora como parte de descripciones más grandes. En consecuencia, el sistema de numeración termina en 1.500, aunque en realidad haya 1.092 catalogados. A esto se añade que muchos de los patrimonios están repartidos en múltiples lugares, incluso siendo el mismo sitio, principalmente aquellos que son rutas culturales, conjuntos de un mismo concepto de sitio natural protegido o paisajes culturales. Aspirar a tener un sitio de Patrimonio Natural y Cultural (patrimonio mixto) es un procedimiento infinitamente más complejo y exigente que las categorías para natural o cultural independientes, lo que se se refleja en el hecho de que hoy tan solo existan 38 en todo el mundo y Chiribiquete, en este momento, es uno de ellos. El dosier se basa en la caracterización del patrimonio de un sitio, para luego definir los criterios de evaluación de valor universal excepcional que ameritan su nominación, para lo que también hay que argumentar aspectos relativos a la integralidad y autenticidad de esos valores, con respaldo científico. A finales de 2004, había un grupo de seis criterios en el ámbito cultural y otros cuatro en el ámbito natural. En 2005 esto se modificó y se unieron para que hubiera un único grupo de diez criterios (los 6 primeros para bienes culturales y los 4 últimos para bienes naturales). No menos importante es que para ser incluido en la lista del Patrimonio de la Humanidad, un sitio debe tener un “Valor Universal Excepcional” (VUE) y debe satisfacer al menos uno de los siguientes criterios de selección:
COMPONENTE CULTURAL
1. Representar una obra maestra del genio creativo humano.
2. Testimoniar un importante intercambio de valores humanos a lo largo de un período de tiempo o dentro de un área cultural del mundo, en el desarrollo de la arquitectura, tecnología, artes monumentales, urbanismo o diseño paisajístico.
3. Aportar un testimonio único o, al menos, excepcional de una tradición cultural o de una civilización existente o ya desaparecida.
4. Ofrecer un ejemplo eminente de un tipo de edificio, conjunto arquitectónico, tecnológico o paisaje, que ilustre una etapa significativa de la historia humana.
5. Ser un ejemplo eminente de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando este se vuelva vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles.
6. Estar directa o tangiblemente asociado con eventos o tradiciones vivas, con ideas o con creencias, con trabajos artísticos y literarios de destacada significación universal. (El Comité considera que este criterio debe estar preferentemente acompañado de otros).
COMPONENTE NATURAL
7. Contener fenómenos naturales superlativos o áreas de excepcional belleza natural e importancia estética.
8. Ser uno de los ejemplos representativos de importantes etapas de la historia de la Tierra, incluyendo testimonios de la vida, procesos geológicos creadores de formas geológicas o características geomórficas o fisiográficas significativas.
9. Ser uno de los ejemplos eminentes de procesos ecológicos y biológicos en el curso de la evolución de los ecosistemas.
10. Contener los hábitats naturales más representativos y más importantes para la conservación de la biodiversidad, incluyendo aquellos que contienen especies amenazadas de destacado valor universal desde el punto de vista de la ciencia y el conservacionismo.
Parques Nacionales y el Ministerio de Cultura habían avanzado en los trámites para la declaratoria de este sitio desde el año 2004, y el gobierno colombiano, presentó el primer dosier formal en el año 2005. Después de su evaluación en París, el dosier fue devuelto con una cantidad importante de recomendaciones, muchas de carácter técnico, pero otras relacionadas especialmente con la capacidad estatal de cuidado de este sitio que aspiraba a ser nominado. Durante ese mismo año llegó a Colombia una misión de expertos con el ánimo de hacer una visita de campo; los resultados obligaron a posponer el proceso, teniendo claro que sería necesario profundizar notoriamente en lo técnico, lo científico, lo institucional y lo social. A partir de 2015, nuevamente la directora de Parques Nacionales convoca a la institucionalidad y a un grupo de expertos en la investigación científica de la zona y se emprende de nuevo la construcción del dosier, con el apoyo técnico de la Fundación Herencia Ambiental. Se ve la necesidad de avanzar mucho más en materia de investigación de campo, para cumplir con la presentación de los criterios naturales y culturales según las nuevas directrices, definidas en 2005. Desde este momento hasta la entrega del nuevo dosier, se intensifican las acciones de consulta con comunidades indígenas y autoridades locales, así como en lo institucional. Cancillería, ministerios de Cultura y Medio Ambiente, Sistema de Parques Nacionales y el Instituto Colombiano de Antropología empiezan un largo proceso de articulación para generar el entorno de gestión institucional requerido para responder a los cuestionamientos y capacidades identificadas diez años atrás.
En nuestra condición de apoyo técnico para realizar las expediciones e ir construyendo el dosier, se fortaleció la participación activa de un importante grupo de investigadores que ya desde las primeras expediciones, a inicios de la década de 1990, habían participado en los trabajos de campo. Así, fuimos armando una base muy sólida que permitió definir no solo el Valor Universal Excepcional, sino también los criterios que se ensamblarían en la justificación de este sitio como Patrimonio Natural y Cultural de la Humanidad, condición que debe necesariamente mostrar, con mucho juicio y criterio, la integralidad de estas dos variables de forma interactuante y demostrable. Con el apoyo del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia, el Instituto de Investigaciones Amazónicas-SINCHI, la Universidad del Quindío, la Universidad de la Amazonia, la Fundación Omacha, WWF, Sistema de Parques Nacionales, ICANH y la Coordinación de Fundaherencia, se pudo completar finalmente el dosier y presentarlo a comienzos de 2017. Vino luego la visita técnica de Unesco (UICN-ICOMOS)12, realizada durante 8 días en el Parque Nacional en octubre de 2017, y se inició el proceso de consultas de estos órganos con las entidades gubernamentales para resolver y complementar inquietudes sobre la argumentación del VUE y los criterios que fueron finalmente escogidos (III, VIII, IX y X).
En los meses siguientes, el equipo científico de apoyo resolvió, conjuntamente con las instituciones responsables, todas y cada una de las inquietudes surgidas tanto en lo técnico como en la gestión institucional. Finalmente, después de validar toda la información requerida, se aprobó el contenido de la Declaración de Valor Universal Excepcional que, en síntesis, correspondía a mostrar al PNN Chiribiquete como un sitio único debido a que confluyen elementos culturales y naturales singulares, tales como los ecosistemas, las formaciones geológicas y la biodiversidad de cuatro regiones biogeográficas significativas, la existencia de comunidades indígenas en aislamiento y la interrelación entre dichas comunidades y sus entornos, en una profundidad histórica amplia, manifestada en pinturas rupestres antiguas y recientes con un alto nivel de preservación.
Desde el punto de vista cultural y arqueológico, la Declaración de Valor Universal Excepcional demostró por qué las manifestaciones rupestres constituyen una evidencia representativa del paleoarte temprano y, a la vez, son un ejemplo sobresaliente de una secuencia de uso en distintos períodos de ocupación humana en el Amazonas. De igual forma, constituye un caso representativo asociado a eventos o tradiciones vivas, ejemplificadas en las representaciones pictóricas de los grupos indígenas en aislamiento, que siguen haciendo uso de tales prácticas con una connotación simbólica o ceremonial muy importante para la región. Se pudo demostrar que Chiribiquete es de gran importancia como punto neurálgico de conexión para la estabilidad de las poblaciones de jaguares en Suramérica. Su presencia tiene especial significado para los pueblos indígenas, que, además, consideran este lugar como la Gran maloka del jaguar, entendida como representación del universo en la Tierra, y un sitio emblemático o centro de origen cultural y chamánico. Por lo anterior, el PNN Serranía de Chiribiquete constituye un patrimonio cultural y natural de importancia para comprender procesos biogeográficos, ecológicos y evolutivos relacionados con la biota del Neotrópico y para el entendimiento de las manifestaciones rupestres y la interacción de las poblaciones humanas y sus entornos ambientales con un sentido de proyección histórico de la Amazonia y el continente.
A finales de mayo de 2018, se expidió finalmente el concepto técnico de ICOMOS y de la UICN por separado, aprobando el expediente N/C 1174-Chiribiquete National Park - “The Maloka of the Jaguar” (Colombia), lo cual se constituía ya en uno de los aspectos más trascendentes de la nominación y, en particular, del componente cultural que revestía una gran dificultad, dado el alcance de todos los temas involucrados y las discusiones suscitadas por este nuevo contexto de carácter arqueológico y cultural en el continente. Así las cosas, la Secretaría de ICOMOS International expidió el informe llamado Evaluations of Nominations of Cultural and Mixed Properties (ICOMOS Report for the World Heritage Committee - 42nd Ordinary Session), en que ICOMOS recomienda que el Comité del Patrimonio Mundial adopte un proyecto de decisión aprobando la nominación.
Como es bien sabido, estos conceptos técnicos no son necesariamente de obligatorio cumplimiento para los miembros del Comité de Patrimonio Mundial, motivo por el cual faltaban aún las discusiones de orden político en el marco WHC-42 en Manama, que se llevaron a cabo entre el 24 de junio y el 4 de julio del 2018. En esta sección, se examinaron 30 candidaturas de inscripción en la Lista del Patrimonio Mundial, incluyendo cinco sitios nominados en la categoría de patrimonio natural, 22 en la categoría cultural y tres sitios mixtos (con valores a la vez culturales y naturales). Entre los proyectos discutidos, finalmente fue aprobada la nominación del Parque Nacional Chiribiquete y Colombia fue felicitada tanto por el proceso llevado a cabo, como por el dosier presentado. Muchas de las recomendaciones realizadas atañen a la necesidad imperiosa de proteger el área de los grandes motores de intervención existentes, realizar los mayores esfuerzos posibles para atender las condiciones de sostenibilidad de las poblaciones indígenas y campesinas por fuera del Parque Nacional, y continuar con las actividades de investigación y monitoreo en apoyo constante entre las instituciones responsables del tema cultural y natural y el Ministerio de Defensa.
Territorio sagrado
Los contenidos iconográficos de las pictografías y las características arqueológicas encontradas en las excavaciones científicas permiten considerar a Chiribiquete como centro de identidad y pensamiento chamánico, lo cual ha sido reconocido también por las culturas locales contemporáneas que están asentadas en la zona amortiguadora del parque (miembros de las familias lingüísticas arawak, caribe y tukano oriental, principalmente), mediante la conceptualización de Chiribiquete como un sitio sagrado y centro de poder que recibe, según la cultura, denominaciones como “Casa de los animales”, “Casa de los tigres” “Gran maloka de los jaguares”, “La casa del Sol”, “El enjambre estrellado solar” o como un sitio donde se encuentran los “caminos de poder”. El PNN se localiza en un área muy importante en el contexto cultural amazónico y continental. Los diferentes trabajos de Gerardo Reichel-Dolmatoff en la zona del Vaupés/Caquetá y otros afluentes próximos al parque, mostraron que, como área perteneciente a la zona noroccidental de la Amazonia, esta región se destacó siempre por su papel fundamental en el desarrollo conceptual y filosófico del chamanismo suramericano y el empleo de plantas entéogenas, que cumplieron un papel decisivo en el desarrollo de los contextos sociorreligiosos. Son las cosmovisiones de estos indígenas las que permiten discernir ciertas constantes de pensamiento chamanístico y creencias cuyas raíces se remontan a épocas prehistóricas muy remotas, y cuyas manifestaciones son realmente distintivas, especiales y complejas, porque denotan una forma muy particular de interrelación ecológica, ambiental y social con el territorio.
Para los indígenas amazónicos y para los investigadores que han trabajado allá en el noroeste, mejor conocido como Amazonia noroccidental, los cerros de Chiribiquete son un marcador territorial del mundo espiritual y de un mundo eminentemente chamánico, que es visitado y protegido en pensamiento, considerado como la “orilla del mundo”, es decir, el territorio cosmogónico donde comienza y termina el mundo que conocen (comunicación personal Carlos Rodríguez, 2004 y Clara van der Hammen, 1997). La región exhibe un mosaico de paisajes, ríos y grupos humanos de gran diversidad social y lingüística. En la zona se hablan, aún hoy, no menos de 20 lenguas aborígenes diferentes, comprendidas en más de 12 estirpes lingüísticas de proyección regional, y cuando menos un par de lenguas de estirpe única o idiomas aislados (García y Ruiz, 2007: 260). La diversidad cultural del área se manifiesta en la variedad de lenguas, prácticas para el manejo del agua y la tierra, el arte, la música, formas de organización social, prácticas alimentarias, cosmovisiones del mundo y de innumerables atributos de las sociedades humanas amazónicas-orinocenses (García y Ruiz, 2007: 261) que, cuando se profundiza en la cosmogonía y en la interpretación de los diferentes planos del universo, tienen además un elemento articulador en la cabeza o en la persona del chamán. Es decir, que este es el “sacerdote” que sirve de intermediario entre el supramundo, el inframundo y nuestro mundo terreno, el cual como doctrina está muy relacionado con conceptos de diversidad cultural y biológica con reglas y pautas muy complejas, que comparten un conjunto de valores y de ideas fundamentales [Van der Hammen C.; Reichel-Dolmatoff (1968); Kaj, Århem (2001)].
Como ha quedado en evidencia a lo largo de esta obra, Chiribiquete es un sitio sagrado de carácter natural, cuyos elementos intrínsecos hombre-naturaleza-principio han presidido el origen mítico y la multiplicidad de eventos históricos, quizá más por un interés genuino de carácter cultural que por su relativo aislamiento geográfico. No obstante, esta particularidad cosmogónica, así como su estatus legal nacional e internacional, están en peligro. Su condición de área sagrada se privilegia aun más por su oferta de biodiversidad y el consenso cultural periférico, que es donde se hace deseable mantener a los grupos en aislamiento voluntario. No sabemos cuánto podremos avanzar en el conocimiento y mantenimiento de sus valores en los años venideros, si no se materializa una decisión y voluntad verdadera de protección inmediata por parte del Estado para evitar su profanación y destrucción. La administración de Parques Nacionales y el Instituto Colombiano de Antropología e Historia necesitarán más que una voz de aliento y mucho apoyo humano y económico, para avanzar en la colaboración con las poblaciones humanas de la zona amortiguadora y evitar la magnitud de la potencial destrucción exponencial que se ha desatado a su alrededor. La destrucción de selvas y bosques en el Caquetá y el Guaviare no parece tener control y la presión de mucha gente, quizá con un genuino interés de conocer esta joya, no ayuda a su protección, pues este sitio nunca fue pensado para ser visitado sin el conocimiento, preparación y permiso cultural y espiritual requeridos. Hoy, que conocemos su significado, estamos apenas a tiempo de hacer lo moralmente correcto.
El público general debe entender la importancia de entrar allí solo desde el aire, como se permite en el momento y con toda la consideración a lo que hay en ese espacio que hoy estamos obligados a conservar legal, humana y éticamente. Esperamos que este libro permita reconocer el valor y el papel ancestral de Chiribiquete, así como su importancia histórica, cuna quizá de prácticas sagradas tradicionales de las cuales nos queda mucho por aprender y que son las protectoras del medio ambiente selvático. Colombia tiene que avanzar, de la mano con los pueblos indígenas, en la reconstrucción de un equilibrio que se ha roto. Debemos trabajar en la construcción de los valores sociales y culturales que dignifiquen el papel único y excepcional de Chiribiquete y su entorno. En los años anteriores, se pudo declarar y ampliar una superficie para garantizar el cumplimiento de su papel regulador y funcional desde lo ecológico y lo ecosistémico, pero, simultáneamente, habrá que hacer lo mismo desde lo social y lo cultural. Parte de la política de Parques Nacionales y del ICANH, consignada en los acuerdos con la Unesco, prevé ingresos restringidos al área, con todas las precauciones necesarias, para continuar con investigación y monitoreo en determinados sitios.
MANIFIESTO: EL APOYO DE TODOS PARA SALVAGUARDAR CHIRIBIQUETE
Ha llegado el momento de unirnos por un legado cultural y natural apenas conocido, que hoy se encuentra amenazado. Su cuidado y protección, no solo dependen de los gobernantes y de las instituciones públicas, sino de todos y cada uno de nosotros.
Nadie cuida lo que no conoce. Tenemos que definir una visión de bienestar y progreso sostenible, que no sacrifique el único sitio intacto que esconde raíces ancestrales y nuestro pasado cultural. Es el momento de conocer nuestra historia milenaria. Contada desde las tradiciones, los rituales, y las costumbres de nuestros aborígenes, que se basan en la armonía y en el respeto por sus semejantes. ?
¡Y por la naturaleza! Ellos nos enseñan cómo se deben tratar los elementos de nuestro planeta: como un todo. Es el momento, entonces, de estudiar y valorar este patrimonio natural y cultural que, aquí y ahora, más que nunca en nuestra historia, nos pertenece a todos. Es urgente convencernos de que somos los únicos guardianes del “Centro del Mundo”: la maloka cósmica del hombre jaguar, Chiribiquete.
NOTAS
- 1.Posiblemente los carijonas de Chiribiquete.
- 2. De acuerdo con Jörg Denzer, las publicaciones recientes de algunas cartas de Philipp von Hutten a Matthias Zimmermann y a su padre, Bernhard von Hutten, el 20 de octubre de 1538 (Original Huttensches Familienarchiv Schloß Steinbach. Publicado en: Schmitt, Eberhard/von Hutten, Friedrich Karl: Das Gold der Neuen Welt. Die Papiere des Welser-Konquistadors und Generalkapitäns von Venezuela Philipp von Hutten 1534-1541. Hildburghausen 1996, S. 97-104, S. 100), son un aporte importante a la identidad de los indios que le dieron indicaciones cuando bajaba por el río Papamena.
- 3. En su manuscrito de Elegías de varones ilustres de Indias, (Elegía II, canto segundo. Edición Bogotá 1997, S. 424).
- 4. En Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdez, Historia General y Natural de las Indias, Vol. V, Capítulo 24, Edición Madrid 1959, p. 380.
- 5. Posiblemente maku, luego uitotos y tukanos.
- 6. Fue fundada por un empresario cauchero y político peruano que consolidó una cuantiosa fortuna con la explotación del caucho en la región amazónica y dio paso en 1907 a la Peruvian Amazon Rubber Company, con participación de capitales extranjeros y sede en Londres.
- 7. Tranquilandia fue el nombre con que se conoció uno de los mayores complejos de laboratorios de producción de cocaína, ubicado en una zona selvática de Colombia (Caquetá), controlada por el Cartel de Medellín. Contaba con diecinueve laboratorios, ocho pistas de aterrizaje y numerosas aeronaves. En marzo de 1984, elementos de la Policía Nacional de Colombia, apoyados por agentes de la DEA, allanaron el lugar. La operación concluyó con la destrucción del complejo y de 13,8 toneladas de cocaína, valuadas en 1200 millones de dólares.
- 8. Entre los investigadores que han estado trabajando a lo largo de estos años en la zona norte del PNN, se encuentran: INSTITUTO DE CIENCIAS NATURALES ICN, UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA: Gonzalo Andrade, Ángela Suárez Mayorga, María Fernanda González, John Lynch, Frank Garfield Styles, José Iván Mojica, Julio Betancur, Natalia Julieth Pérez Amaya, Juan Pablo Hurtado, Efraín Henao, Germán Vargas (del Departamento de Geografía, Universidad Nacional de Colombia). PARQUES NACIONALES: Diana Castellanos, Carlos Páez, María Isabel Henao, Wendy Lorraine Perdomo, Luis Siro, Carlos Arturo, Hernán Montero. ICANH: Fernando Montejo. FUNDACIÓN OMACHA: Fernando Trujillo, Federico Mosquera. INSTITUTO SINCHI: Dairon Cárdenas, María Fernanda González (también se encuentra en U. Nacional de Colombia). WWF COLOMBIA: Luis Germán Naranjo. UNIVERSIDAD DEL QUINDÍO: Hugo Mantilla. UNIVERSIDAD DE LA AMAZONÍA: Alexander Velásquez. INDEPENDIENTE: Efraín Henao. ARRIERA: Luis Fernando Barrios, Andrés Velásquez, Arley Alejandro Sánchez, Alfonso Flórez Ortiz, Jorge Flórez, Rubén Darío Gómez, Juan Berdugo, Rafael Berdugo, Jorge Mario Álvarez Arango. NATIONAL GEOGRAPHIC: Steve Winter, Bertie Gregory. HERENCIA AMBIENTAL CARIBE: Cristal Ange, Angie Vanesa Sánchez, Luis Padilla, Natalia Ramírez, Juan Felipe Romero, Tyffany Acosta, Jorge Álvarez Arango, Natalia Ramirez, Carlos Castaño-Uribe (quien ha coordinado la mayor parte de estas expediciones, para el Servicio de Parques Nacionales de Colombia). En la década de los noventa participaron además de las primeras expediciones organizadas por Parques Nacionales: ICN: Pablo Palacios, Gloria Galeano†, Fabio González, Pilar Franco†, Orlando Rangel, Gonzalo Andrade, Gary Stiles. Universidad Complutense de Madrid: José Luis Tellería, Mario Díaz. Real Jardín Botánico de Madrid: María Teresa Tellería, Javier Fuertes, Javier Estrada, José María Cardiel, Mauricio Velayos, Santiago Castroviejo†. Museo Nacional de Ciencias Naturales Madrid: Fermín Martín Piera†. INVESTIGADOR INVITADO: Thomas van der Hammen†. Universidad Autónoma de Madrid: Javier Baena. Estación Biológica de Doñana: Cristina González. Instituto Nacional de Salud: Juan Manuel Rengifo. INDERENA: Carlos Castaño Uribe, Heliodoro Sánchez, José Vicente Rueda, César Barbosa, Jorge Hernández Camacho†, Marcela Cano, Dilver Pintor, Agusto Repizzo, Mercedes Rincón, Carlos Salatiel, Guido Porras.
- 9. Este derecho quedó consagrado primero en la Ley 1450 de 2011, reglamentada luego por el Decreto Nacional 734 de 2012 y por el Decreto Nacional 2693 de 2012. En la actualidad y como parte de este mandato inicial, se cuenta ya con Decreto Número 1232 del 17 de julio de 2018 por el cual se adiciona el Capítulo 2, del Título 2, de la Parte 5, del Libro 2 del Decreto 1066 de 2015, Único Reglamentario del Sector Administrativo del Interior, para establecer medidas especiales de prevención y protección de los derechos de los Pueblos Indígenas en Aislamiento o Estado Natural y se crea y organiza el Sistema Nacional de Prevención y Protección de los derechos de los Pueblos Indígenas en Aislamiento o Estado Natural.
- 10. Como parte de la Delegación y con el apoyo de Grupo SURA, considerando la necesidad de apoyar las sesiones donde se iría a discutir el expediente específico de Chiribiquete.
- 11. Fue fundado por la Convención para la Cooperación Internacional en la Protección de la Herencia Cultural y natural de la Humanidad, que posteriormente fue adoptada por la Conferencia General de la Unesco el 16 de noviembre de 1972. Desde entonces, 193 estados miembros han ratificado la convención.
- 12. La Misión de la Unesco se realizó entre los días 8 y 16 de octubre de 2018. Evaluadora ICOMOS: María Ifigenia Quintanilla y el Evaluador UICN: Charles Besançon.