- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
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- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
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- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
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- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
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- Bogotá Viva (2004)
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- El Rey triste (1980)
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- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
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- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
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- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
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CHIRIBIQUETELa maloka cósmica de los hombres jaguar / Capítulo IX - Dispersión o recepción del modelo selvático de la tradición cultural Chiribiquete más allá de las fronteras amazónicas |
Capítulo IX - Dispersión o recepción del modelo selvático de la tradición cultural Chiribiquete más allá de las fronteras amazónicas
El sitio arqueológico de Peruaçu, hoy un gran Parque Nacional (Cavernas do Peruaçu), creado en 1999 con una superficie de 1.000.000.000.000 ha, está localizado cerca de las ciudades de Januária y de Itacarambi en la región norte de Minas Gerais.
Resulta muy sugestivo que muchas comunidades indígenas, por todo el continente suramericano, mantengan, hasta nuestros días, una relación estrecha y coherente con la figura identitaria del jaguar. Muchas comunidades amazónicas, y también fuera de esta cuenca, utilizan los elementos emblemáticos de este gran carnívoro en su cosmovisión ritual, pero, también, en los juegos y competencias interétnicas –incluso multinacionales– que se realizan permanentemente como elemento de fuerza, destreza y poder.
El jaguar muestra una distribución en el continente que coincide con el área donde podemos encontrar relaciones con la TCC. Tanto el jaguar manchado como el jaguar negro fueron objeto de admiración y remembranza en una multiplicidad de metáforas y simbolismos en un gran número de culturas a lo largo de la historia del Neotrópico. En la actualidad su rango de distribución se ha reducido considerablemente, pero se sabe de registros de distribución desde el suroeste de Arizona y Nuevo México hasta el norte de Argentina. En la imagen un jaguar negro o melánico, resultado de un exceso de pigmentación oscura en un animal, población o grupo, por razones genéticas, que se traduce en un ennegrecimiento de la piel.
Seguir los pasos de la evidencia de sitios arqueológicos asociados a la TCC ha significado cruzarse permanentemente con los pasos de las poblaciones de jaguar. En la imagen, huellas del felino en las playas ribereñas de Paraná.
El Parque Nacional Cavernas de Peruaçu alberga más de 150 cuevas y cavernas y un número muy importante de sitios arqueológicos que se destacan por sus representaciones rupestres, cuya evidencia humana se remonta a 11 mil años de antigüedad.
Detalle de uno de los murales pictóricos de Peruaçu, en el que se pueden observar representaciones humanas, animales y geométricas con rasgos burdos o finos, pero una gran composición abstracta de tipo policromático de fina confección.
Los abrigos rocosos, por demás muy parecidos en geomorfología a Chiribiquete, muestran escenas de lucha, caza, danza, rituales y sexo con gran riqueza de detalles e interpretaciones, además del uso de una técnica de trazado fino pero a la vez firme y seguro. La especie animal más representada en este entorno arqueológico es el venado, como se aprecia en esta imagen.
Los registros gráficos de la tradición Nordeste, en el sitio núcleo de Capivara, permiten identificar claramente y de forma figurativa una variedad de temas representados. En la imagen unos hombres –con rasgos diferentes a los de la Fase Ajaju de Chiribiquete– realizan una danza o un ritual al lado de un árbol, lo cual es totalmente af ín a la iconografía de Chiribiquete, al mismo tiempo que la generalidad de las figuras aparecen en actitud de movimiento. Este estilo fue denominado en Brasil, Estilo Varsea Grande.
Una de las especies más singulares de las presas disponibles en el entorno de Capivara es el del avestruz suramericano, conocido localmente como ñandú (Rhea americana), en voz guaraní. Muchos cazadores de la Catinga y el Cerrado lo documentan en sus faenas reiteradas de caza.
Localización de uno de los abrigos rocosos en el Ecoparque Carnaúba dos Dantas en la región de Seridó. El entorno del abrigo está en lo alto de un cerro con coberturas propias de catinga, nombre propio del ecosistema para designar coberturas vegetales secas, que realmente hace alusión a un arbusto de poco porte de parajes áridos de Suramérica (Brasil, particularmente).
Hombre con armas en sus manos se aproxima a mujer con cabeza en forma de “C”. El hombre lleva un tocado en forma de lúnula, seguramente con plumería.
Los hombres de Seridó son las representaciones más afines a la TCC. En este sitio en particular, en Carnaúba dos Dantas en Rio Grande do Norte, se observan, en el abrigo rocoso de Xique-Xique, unos danzantes tomados por los hombros, elemento icónico fundamental de sus representaciones rituales.
Escena del Abrigo Xique- Xique en Carnaúba dos Dantas (región de Seridó) en que se aprecia una serie de elementos claves relacionados con la iconografía ritual y sagrada de Chiribiquete, como las ramas con panales o enjambres de avispas, que algunos hombres están en faena de captura, posiblemente. Otra rama con panel se ubica al lado de una pareja de cabellos largos (ver representaciones sexuales de estos) con infante, que aparentemente forcejean, y entre estos dos paneles de avispas, una matriz, posiblemente codificada con pequeños hombres en patrón de baile. Siguiendo la iconografía de Chiribiquete, la pareja lleva sobre sus narices un ícono de planta sagrada (posiblemente yopo). Debajo de la escena, varias parejas forcejean por infantes, algunas con actitud hostil. Varias representaciones humanas en agitación, al lado de un hombre con corona, junto a una parrilla. Más a la derecha, un hombre planta-lúnula deja un rastro de elongación al lado de dos bicéfalos con cabeza de “C”.
Hombres elongados danzan al lado de un rebaño de ñandúes y venados. En la margen derecha se alcanzan a observar, varios hombres con bolsos-mochila, en danza propiciatoria. Abajo, unos hombres con inhalador y en po ión de sentadillas miran la danza anterior.
Las pinturas rupestres de la Chapada Diamantina representan una gran cantidad de antropomorfos, figuras dibujadas en varios colores, donde claramente predominan los colores rojo sangre y otros tonos más claros, como el de esta imagen, que se asemeja mucho a una representación geométrica de un traje ceremonial.
En varios países del Centro-Sur del continente suramericano, la cacería de ñandúes (avestruz suramericano) a finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, implicaba un trabajo en equipo. Requería la amplia coordinación de un grupo grande de personas, que debían apoyar una técnica de encierro y arrinconamiento con redes, instrumentos de ruido, para poder luego herir a sus presas mediante boleadoras y dardos impulsados por el propulsor (o estólica). En numerosas escenas se observan hombres con cabeza en forma de “C” capturando este tipo de presas.
La evolución geológica y geomorfológica de la región de la Chapada Diamantina favoreció la formación de cadenas montañosas alargadas, que muestra valles suspendidos, estrechos y profundos, aunque en su costado oriental, entre Lençóis y Morro do Chapéu, predomina un plegamiento con estructuras más redondeadas. En la imagen se observan las formaciones de meseta y colinas tabulares en la región de Iraquara, de carácter kárstico, de gran interés.
La región de la Chapada Diamantina, ubicada en la parte central del estado de Bahía, contiene un hábitat semiárido y formaciones que alcanzan entre 1.000 y 2.000 metros sobre el nivel del mar. Geológicamente es una formación muy antigua, correspondiente a los restos de una cuenca sedimentaria que se asentó sobre el cratón de São Francisco hace unos 1.500 millones de años. Como se observa en esta imagen, presenta un dominio de mesetas en estructuras plegadas, donde predomina un patrón de cúspides planas que le da una apariencia similar a los tepuyes guyaneses.
El Parque Nacional Serra do Capivara está limitado por la cuenca sedimentaria de Maranhao-Piauí y la depresión periférica del río São Francisco. Cuenta con una llanura que se va elevando, denominada la Chapada de Capivara. La zona está llena de valles, gargantas, curiosas formaciones que fueron usadas como refugio y campamento de cazadores recolectores. Uno de los sitios más importantes desde lo arqueológico es Pedra Furada, donde se tiene una secuencia investigada por la arqueóloga franco-brasileña Guidón con dataciones por C-14 que permitieron establecer una columna crono-estratigráfica que va de 59.000 hasta 5.000 años AP, donde las pinturas más antiguas se asocian con fechas entre 12.000 y 17.000 años.
Detalle de un segmento del río São Francisco, una de las arterias fluviales más importantes de Brasil, que intercomunica diversos climas y regiones entre los estados de Minas Gerais, en el sureste, y Bahía, donde desemboca en el Atlántico, al noreste. Esta arteria drena un área de más de 630.000 kilómetros cuadrados. En esta cuenca se encuentra la mayor cantidad de sitios arqueológicos de la Tradición Nordeste de Brasil, y en particular de la Subtradición Seridó, totalmente af ín con la Fase Ajaju de Chiribiquete.
En el sur del continente se generalizó desde el inicio del poblamiento americano, la cacería de guanacos y ñandúes en la inmensidad de las pampas semidesérticas. En estos sitios, en las representaciones rupestres (pintadas y grabadas) es reiterativo el tema de las huellas de camélidos, cérvidos y ñandúes, a tal punto que en muchos yacimientos el tridígito es como una iconografía asociada a la pisada de esta gran ave (posiblemente, Pterocnemia pennata), muy abundante en este sitio.
Los hombres cabeza de “C” se documentan en varios países andinos y patagónicos, cazando camélidos. Numerosos registros de sitios arqueológicos muestran que era común la incorporación de guanacos, venados, armadillos, ñandúes y vizcachas.
Detalle de una escena de cacería de camélidos (alpacas y vicuñas, posiblemente) del sector Hakaklluni, por parte de hombres con cabeza reptiloide, pertenecientes a una tradición de propulsores. Estas representaciones rupestres en la región de Macusani, cerca de la transición de la cordillera de Carabaya a la Ceja de Selva (departamento de Puno), permitiría sugerir la intromisión de estos cazadores desde la cuenca amazónica.
La formación geológica de la Chiquitania en Bolivia, donde se encuentra un numeroso conjunto de representaciones rupestres afines a la TCC, forma parte de antiguas cuencas sedimentarias del Paleozoico, algunas de ellas pertenecientes al escudo de Guaporé, compuesto de rocas cristalinas precámbricas, la macrounidad geológica más antigua de este país.
En esta otra escena de Miserandino, se observan cazadores con armas, algunas representaciones estilizadas de los animales, todos en la agitación y el movimiento característico de la iconografía relacionada con la TCC. Escenas de caza y recolección, así como de elementos geométricos acompañantes, son frecuentes en esta serranía de Santiago y muestran una evidente correlación temática y estilística con la TCC.
Representaciones pictóricas de la cueva Juan Miserandino, cerca de Roboré, Santa Cruz, Bolivia, evidencian la presencia de los hombres con cabeza en forma de “C” en diferentes escenas de caza y recolección. En la imagen, un hombre de cabellos largos es embestido por un carnívoro, mientras un hombre alado con propulsor forma parte del conjunto rupestre.
Un hombre con cabeza en forma de “C”, al lado de un geométrico en forma abstracta de “racimo”, camina gesticulando con agitación hacia otras figuras humanas de cabellos largos. Sitio arqueológico de Miseraldino en Roboré, Santa Cruz.
La representación del jaguar es una constante dentro de la TCC y en la totalidad de sitios del Neotrópico donde encontramos nexos con esta tradición cultural. La figura de este carismático y sagrado representante solar está siempre presente. En la imagen, un cazador con cabeza en forma de “C” lleva sus armas colgadas a la espalda, mientras en su torso ostenta un gran felino, posiblemente empoderándolo. Imágenes de la serranía de Santiago.
Las pisadas de jaguar simbolizan para muchos grupos indígenas del Neotrópico y de la Amazonia, en particular, mucho más que la huella de un gran animal. Evocan la presencia emblemática de un ser espiritual y la lectura que se hace de las mismas pronostica un sinf ín de conjeturas y metáforas simbólicas, que propician los mensajes espirituales según la forma como se definan sus diseños.
Las representaciones del jaguar están presentes desde tiempos inmemoriales en múltiples culturas y sociedades del Neotrópico. Estos nexos siguen latentes, no solo dentro de grupos indígenas actuales sino también en el folklor de nuestras sociedades mestizas. En la imagen, una máscara de la región de Curitiba en Brasil.
En el rito de iniciación yanomamö (warime) el arte chamánico orienta una gran variedad de elementos artísticos tales como texto oral, espacio escénico, vestuario, accesorios, maquillaje, máscaras, utilería, iluminación, coreograf ía, música, cantos y sonidos. En la imagen, un joven con pintura roja que hace alusión a la sangre y la vida. Mientras lo pintan para el ritual con la pintura del jaguar, el chamán dice: “hijo, mira cómo la pintura del jaguar se anima en nuestro cuerpo. Mira cómo se dirige hacia ti”.
La guacamaya azul, arara azul o guacamaya jacinto (Anodorhynchus hyacinthinus) del pantanal en Brasil, Paraguay y Bolivia, es reconocida como un símbolo de continuidad y fortaleza, quizá por ser una de las aves que pueden hacer los más largos vuelos. Sus plumas han sido sumamente apetecidas (en particular por los indios kayapo de Gorotire), ya que el color azul es vinculado con el cielo, el agua y el día, guardando, como las Azules de Chiribiquete, una fuerte relación con el Sol y con la fortaleza felina.
Cada cultura absorbe elementos de las culturas cercanas y lejanas, pero luego se caracteriza por la forma en que incorpora esos elementos.
- Umberto Eco
Existen muchas razones para sospechar que la vida en la América prehispánica es larga y pródiga, más allá de los circunstancialismos que poco a poco va desenterrando la ciencia. Lo que hoy son hechos reales, mañana pueden cambiar por el descubrimiento de nuevos datos. En los últimos cuarenta años, se ha ido construyendo una realidad del Neotrópico que aflora en cada sitio arqueológico de la región, pero eso nunca será suficiente para empezar a conjeturar sobre lo que realmente pasó en estas tierras en el remoto pasado hasta llegar al día de hoy. Las contribuciones científicas realizadas son extraordinarias, pero aún son insuficientes para aproximarnos al pasado desde la interpretación del registro arqueológico. A pesar de que siempre ampliamos el perímetro de búsqueda, creemos que sigue siendo limitado. Este capítulo tratará de hacer una muy breve correlación de la TCC y el resto de la realidad arqueológica en Suramérica. Omitiremos deliberadamente el resto del Neotrópico por razones de espacio y porque estamos iniciando ese reconocimiento de campo en los muchos otros sitios de esta región septentrional (Antillas, Centro y Mesoamérica).
Tal como lo indicamos en el Capítulo II, la Tradición Cultural Chiribiquete tiene su sitio más representativo en Colombia en la Serranía de Chiribiquete, mostrando una serie de variaciones estilísticas importantes de sus elementos figurativos y geométricos, a medida que se aleja de este centro. Aunque existe un desarrollo de tres fases (Ajaju-Guayabero/Guaviare-Papamene), definidas a partir de los rasgos pictóricos –fases que usamos como horizontes espaciales–, hay también un sentido cronológico que puede asociarse de las mismas. Sin embargo, este sentido cronológico es aún incierto e hipotético hasta tanto no se completen series más adecuadas de fechas e información arqueológica asociadas con los dibujos. Esta información deberá ampliar la que ya tenemos sobre los dibujos, tanto en la serranía como por fuera de Colombia. Por el momento, a nivel de hipótesis, estas fases tienen más coherencia cuando se particulariza esta configuración específica de rasgos a partir de una dimensión estilística-espacial. Entendemos esta en función de las necesidades del manejo de códigos de carácter chamánico, es decir, entre lo figurativo y lo geométrico abstracto, recordando siempre que, en la Fase Ajaju –la más figurativa–, no cambian los encapsulados y los códigos, sino que se apartan cada vez más de lo figurativo que los explica.
En cada fase que hemos propuesto para la TCC –más con fines estilísticos que cronológicos y culturales– existe un interés de agrupar caracteres, rasgos y atributos que muestran variaciones y cambios importantes, y consideramos que estos patrones de cambio van más en función del uso (dentro de la liturgia chamánica) que de otras variables. Las representaciones rupestres –propias del arte chamánico– lograron trascender indemnes durante siglos y quizá también, en muchos sitios, sus pautas, prácticas y significados en Colombia. No obstante, cuando se mira la TCC en un contexto más amplio que el del ámbito amazónico colombiano, el ámbito multiecosistémico y multicultural colombiano, ese panorama resulta aun más complejo e impresionante por la infinidad de elementos vistos que son deliberadamente asimilables, parecidos o distintivamente iguales, a pesar de que se encuentren en contextos geográficos o temporales muy amplios y culturalmente apartados dentro del Neotrópico.
En tal sentido, observamos que existe una regularidad de íconos, patrones y contextos escénicos asociados con elementos chamánicos de la TCC que, como en Colombia, se elaboraron más en función del uso y la forma que desde el punto de vista de su variación geográfica, cultural y cronológica, lo que denota más bien una elección de prácticas chamánicas que comparten cánones chamánicos en función del tipo de sitios, el tipo de usos y el tipo de mensajes espirituales requeridos que otros aspectos, en lo cual se ha enfocado nuestro análisis rupestre durante muchos años. La información disponible nos hace suponer que las fases no están determinadas necesariamente por una secuencia lineal y se observan elementos y rasgos que siguen coexistiendo en función de requerimientos chamánicos, a medida que las personas imitan, eligen y modifican poco a poco las tecnologías de las que se van apropiando y el resultado de todos estos procesos se afianza en ese momento clave de la etapa paleoindígena en el continente. En la TCC, este afianzamiento se observa en las distintas formas de cooperación, en las que el chamanismo, como institución, fue determinante para el advenimiento de múltiples expresiones y logros culturales. Allí, la exogamia y el perfeccionamiento de técnicas de apropiación de recursos debieron desempeñar un papel fundamental para definir patrones de cooperación e intercambio, pero, especialmente, de obtención de recursos y conceptos, donde la jaguaridad tuvo que ser un factor importante para los especialistas chamanes.
Esta hipótesis de trabajo nos permite, en el caso de Colombia, entender mejor cómo la iconografía rupestre llegó a ser parte vital de la apropiación y la continuidad del uso, posiblemente como ocurrió con grupos etnohistóricos que habitaron en sitios donde la TCC estaba presente y la hicieron parte estandarte de sus símbolos y prácticas, con gran contenido chamánico. Tal podría ser el caso de grupos diferentes a los “originarios” de la tradición, que asumen prácticas ceremoniales y manejo de códigos sagrados y van desarrollando versiones y estilos muy locales (por ejemplo, muiscas, guanes, carijonas, por mencionar algunos), que posiblemente asumieron esta tradición y la incorporaron dentro de su realidad cultural, en algunos sectores de la población.
En ese momento, el intercambio de expresiones y contactos interétnicos con otros grupos se vuelve muy importante, especialmente en el sur del continente, donde las sinergias conceptuales y el intercambio tecnológico empiezan a ser básicos para la apropiación cultural, por ejemplo, en el uso de nuevas armas para la cacería y la guerra. La diversidad ambiental imprime un nuevo estímulo para ampliar los procesos de dispersión y se observa la irrupción en ecosistemas diferentes a lo propio, lo que permitió nuevas formas de apropiación y de adaptación y del uso de recursos naturales.
Durante los siglos siguientes, la base de los intercambios dependió más de los aspectos relacionados con el mundo conceptual que de cualquier otro componente, por ejemplo el desarrollo tecnológico, la organización social, las funciones sociales, la jerarquización o la producción. Estas líneas cambiarían en el continente a partir del año 2000-1000 AC (entre 4.000 y 3.000 años), cuando se empiezan a consolidar cambios importantes en la ceja de selva y en el piedemonte andino, estando ya presente un amplio componente de jaguaridad, a pesar de que su desarrollo se diera en sitios muy distantes, e incluso aislados del hábitat natural del jaguar1. Llama la atención la notoriedad de elementos iconográficos que se empiezan a dar entonces en el Neotrópico, como un momento cumbre asociado a la jaguaridad, y sorprende el número reiterado de elementos y rasgos codificados que se introducen en la estatuaria, la cerámica, los albores de la orfebrería, y el culto funerario.
El advenimiento de los contactos
Para efectos de organizar un primer análisis sobre las posibles relaciones desde el punto de vista de las manifestaciones rupestres de la Serranía de Chiribiquete con otros sitios del Neotrópico, es imprescindible basarnos en la comparación estilística, cultural y –de ser posible– cronológica. La determinación objetiva del valor de las similitudes entre rasgos culturales, como evidencias de antecedentes comunes, puede observarse cuando menos en dos campos: influencia directa e indirecta. Llamaremos influencia directa cuando hay un reconocimiento de la misma iconografía de la Fase Ajaju, Guayabero/Guaviare o Papamene y, por ende, el agregado de manifestaciones similares de conducta cultural. En este caso, será importante la búsqueda de elementos iconográficos lo más parecidos posible a los rasgos de la Fase Ajaju, usando en particular el indicador humano, proveniente de la forma en que ellos mismos se pintaron en las rocas. Así pues, la forma de la cara con fauces abiertas (cara en forma de “C”) se constituye en un indicador estilístico básico. Este rasgo, junto con otros elementos como la parafernalia y utensilios de caza y guerra, la identidad felina, el uso de enteógenos, las prácticas rituales y la transcripción de escenas mitológicas se constituyó en un conjunto de elementos que permitieron seguir el rastro de muchos lugares en otras partes del continente y, gracias a ello, tratar de ir encontrando las correlaciones histórico-culturales y cronológicas para entender los arreglos propios de estos contactos que el registro rupestre fue evidenciando en varios países de la región. Llamaremos influencia indirecta cuando estas manifestaciones de conducta no son similares, pero hay cierta semejanza estilística y conceptual en la aplicación de los elementos, rasgos y códigos iconográficos, que permiten lograr analogías gráficas de más de un conjunto de elementos relacionados con los complejos, atributos o rasgos de las fases y horizontes.
En concordancia con lo anterior, vemos que existe un conjunto enorme de sitios en todo el Neotrópico con el que se identifica Chiribiquete, y que tanto las pictografías como los petroglifos establecen una relación importante que permite observar el impacto que tuvieron los desplazamientos de estas poblaciones por el continente. Aunque no se tienen todas las respuestas de cómo fueron esos desplazamientos, existe un buen número de investigaciones muy serias que respaldan estas hipótesis, gracias a la labor de estudiosos consagrados que llevan muchos años adelantando enormes esfuerzos para aclarar, como nosotros, la evidencia que se ha ido recogiendo: en Brasil: Martín, G., 1982, 1984, 1989, 1997, 2002, 2003, 2005; Martín y Guidón, 2010; Guidón 1990, 1992; Martin y dos Santos, 2017; Pessis, A. M., 1989, 2003, 1999; Pessis & Guidón 1992; Moreno de Sousa, C., 2014; Pereira 1999; Prous, A., 1991, 1989, 1994, 2004; Chagas Silva (et al., 2014), entre otros; en Perú: Guffroy, 1999; Hostnig, Rainer, 1988, 2003, 2005, 2007, 2010, 2011, 2013, 2015 y 2018; Jakubicka y Wo?oszyn, 2005; Klarich, Aldenderfer y Qawrankasax, 2001; en Bolivia: Strecker 1986, 2005, 2010, 2017; Strecker, M., Kaifler, C., Methfessel, L. y Taboada, F., 2015; Strecker y Cárdenas, 2015; van Hoek; Arellano, Kuljis y Kornfield, 1976; Pia, 1987; Michel y Calla, 2001; Calla, 2005; Calla y Taboada, 2005; Calla, S. y Álvarez Quintero, P., 2015; Querejazu Lewis, Roy, 2001 y 2012; en Chile: Gallardo, et al., 2012 y Cabello y Gallardo, 2014; Hostnig, 2018; Niemeyer, 1968 y 1969; Berenguer, 2008 y 2009; Mostny 1964; Núñez, 1984; Salazar et al. 2009; Mostny & Niemeyer, 1983, en Berenguer, 2009; Sepúlveda, et al., 2012, Lasheras y Fatás, 2014; en Paraguay: Lasheras y Fatás, 2014; y en Venezuela: Cruxent, 1960; Greer, 1995, 1997 y 2001; Perera, 1971; 1984; Valencia; Sujo Volsky, 1987; Scaramelli, F., 1992; Scaramelli, F.; Tarble, K., 1993a; Scaramelli, F.; Tarble, K., 1993b y 1996; Scaramelli, T. K., y Scaramelli, Franz, 2010; Novoa y Greer, 1995 y 1977, entre otros. Para la región de los Andes y las Américas en general: Van Hoek, Maarten, 2015.
La información suministrada por estos autores permite el análisis integral de las evidencias que ubican a los artífices del arte paleoindio en zonas muy distantes, enfrentados a condiciones ecológicas y culturales muy variadas y adversas, pero al mismo tiempo expresando y componiendo un registro gráfico común de enorme valor histórico sin precedentes en el Neotrópico suramericano.
Algunos de los sitios que hemos podido analizar en nuestras arduas indagaciones bibliográficas y aquellos que hasta el momento, hemos podido recorrer en Suramérica, se consignan en el siguiente mapa que sirve de referencia inicial de ubicación y que solo tiene el propósito de reseñar los más claramente relacionados con la TCC (en forma directa), sin perjuicio de que podrá haber muchos otros que se añadan en el futuro (Mapa 5).
Dadas las limitaciones de espacio en este documento para poder lograr siquiera una adecuada síntesis de este gran universo de elementos iconográficos y relaciones espaciales y temporales afines a la TCC, así como el hecho de que ya contamos con un extenso análisis que será objeto de una publicación posterior, solo indicaremos someramente algunos contextos que pueden ayudar a entender su relación con Chiribiquete en varios países de la región.
N.° | País | Nombre del sitio |
1 | Colombia | Chiribiquete |
2 | Bolivia | Cueva de Pulka |
3 | Bolivia | Parque Eco-Manantial |
4 | Bolivia | Valle de Tucavaca |
5 | Bolivia | Municipio de Roboré |
6 | Bolivia | Cueva del Diablo |
7 | Bolivia | El Buey (Pasorapa) |
8 | Bolivia | Chiquitania y los valles cruceños |
9 | Brasil | Sumidouro do rio Quebra-Perna |
10 | Brasil Lagoa Santa | |
11 | Brasil | Lapa de Cerca Grande |
12 | Brasil | Caverna de Peruaçu |
13 | Brasil | Montalvânia |
14 | Brasil | Pirograbados de Lapa do Poseidon |
15 | Brasil | Bom Jesus da Lapa |
16 | Brasil | La Chapada Diamantina |
17 | Brasil | Morro do Chapéu |
18 | Brasil | Represa Xique Xique |
19 | Brasil | Abrigos de Tocantis |
20 | Brasil | Serrote do Morrinho |
21 | Brasil | Sento Sé |
22 | Brasil | Parque Estadual do Lajeado |
23 | Brasil | Parque Nacional Catimbau |
24 | Brasil | Toca do Enoque |
25 | Brasil | Raimundo Nonato |
26 | Brasil | Serranía de Capivara |
27 | Brasil | Valles de los ríos Carnaúba, Acauã y Seridó |
28 | Brasil | Apodi |
29 | Brasil | Caverna de las Manos |
30 | Brasil | Monte Alegre y Alenquer |
31 | Brasil | Región del Río Negro |
32 | Brasil | Región de Boa Vista |
33 | Brasil | Reserva indígena Raposa Serra do Sol |
34 | Brasil | Piedra Pintada |
35 | Chile | El Médano |
36 | Chile | Desierto de Atacama |
37 | Chile | Cuenca alta de los ríos Loa y Salado, Atacama |
38 | Chile | Desembocadura del río Loa |
39 | Chile | Precordillerana de Arica |
40 | Chile | Parinacota |
41 | Chile | Sierra de Arica |
42 | Colombia | Raudal Angostura |
43 | Colombia | Serranía de la Lindosa |
44 | Colombia | Puerto Carreño-Casuarito |
45 | Colombia | Sierra de la Macarena |
46 | Colombia | Serranía del Tunahi |
47 | Colombia | Altiplano Cundiboyacense |
48 | Colombia | Cañon del Chicamocha |
49 | Paraguay | Amambay |
50 | Perú | Cullaca-Pisacoma |
51 | Perú | Yarabamba |
52 | Perú | Petroglifos de Toro Muerto |
53 | Perú | Querullpa Chico |
54 | Perú | La Cueva de Sumbay |
55 | Perú | Quelcatani |
56 | Perú | Cueva de Pitasayoc |
57 | Perú | Toquepala |
58 | Perú | Macusani |
59 | Perú | Cerro Torongana |
60 | Perú | Poyona Alto |
61 | Perú | Pollurua en Paclas |
62 | Perú | Cuenca Media del Río Marañon |
63 | Perú | Sitio de Faical |
64 | Venezuela | Cerro Pintado |
65 | Venezuela | Complejo tepuyano de Chimantá |
66 | Venezuela | Río Sapuré |
67 | Venezuela | Barinas |
68 | Argentina | Cueva de las Manos |
En Brasil las investigaciones han permitido construir un marco importante de registros y hallazgos arqueológicos, así como un amplio esquema de fechas (entre 14.000 y 7.000 AP)2, que siguen aportando al conocimiento de diferentes tradiciones de arte rupestre desde la década de 1970. Las manifestaciones arqueológicas afines al arte rupestre de Chiribiquete han sido estudiadas, clasificadas y sistematizadas en varias grandes tradiciones: Tradición Planalto, Tradición São Francisco, Tradición Nordeste y Tradición Geométrica, esta última revaluada en años recientes y definida como una tradición reagrupada con el nombre de Tradición Guyano-amazoniana (Prous 1984; Pereira 2003; Prous 2006, en Prous, 2009: 1395).
En la cuenca alta y media del río São Francisco, las representaciones rupestres muestran un elemento especialmente significativo, quizás a diferencia de muchos otros sitios de Brasil y de la región neotropical. Los diseños de las tradiciones identificadas como Planalto y São Francisco son tanto pinturas como petroglifos.
Algunos de los sitios que muestran esta estrecha relación con la TCC (y la Fase Ajaju en particular) son el sitio arqueológico de Lagoa Santa, municipio brasileño del estado de Minas Gerais, en las cabeceras del río São Francisco (Prous, 2003), donde se observa un conjunto de manifestaciones y de evidencias de enorme interés relacionados con la Tradición Planalto (TPL), una de las más antiguas del centro del país y directamente relacionada con los hombres cabeza de “C” y todo un conjunto de elementos y atributos asociados. En los abrigos de Usina, São Jorge y en Ponta Grossa, Paraná, por ejemplo, existen algunas representaciones zoomorfas donde sobresalen las aves y los cérvidos, que claramente representan un elemento vital de estos cazadores tempranos en la región, con enormes similitudes a la TCC y la Tradición Nordeste de Brasil (D1), como se aprecia en Chagas Silva (et al., 2014, Figura 3 y 4), incluyendo la matriz encapsulada de muchos de estos zoomorfos (D2). Igualmente, las representaciones de venados de la Tradición Planalto de Matozinhos, en la Provincia Arqueológica de Lagoa Santa (Minas Gerais), donde en el Abrigo Capao das Eguas se documentan unas policromías con la escena de un hombre filiforme, brazos alzados y cara en forma de “C” sobre un cérvido color ocre (D3), posiblemente superpuesto (Prous, Baeta y Rubbioli, 2003, fotos 96 y 41).
En la cuenca alta del río São Francisco, especialmente en los alrededores de la población de Lagoa Santa, se ha localizado una gran concentración de sitios arqueológicos de la Tradición Planalto, donde más de un centenar de grutas y abrigos contienen paneles y murales pictóricos con pirograbados. En uno de los grabados del Complejo Montalvânia en Lapa do Poseidon (Juvenília/MG) se documentan, por ejemplo, muchas de las características básicas de los elementos iconográficos de esta tradición con gran influencia Nordeste, pero realizada con una técnica especial como petroglifos. En las representaciones, se pueden observar numerosos conjuntos de lúnulas superpuestas, propulsores de ojales (tipo paraguas), biomorfos de patas extendidas, tridígitos y algunas representaciones humanas y zoomorfas muy estilizadas (D4), como se observa en los trabajos de Salaroli, et al. (2017) y Prous y Ribeiro (1996/1997). Esta unidad estilística registra en Montalvânia las mismas técnicas y temas, pero con una presencia numéricamente mucho más expresiva de grafismos antropomorfos. En este sentido, las figuras antropomorfas van acompañadas de aves, lagartos, cérvidos y felinos de color amarillo y naranja (aparentemente el color más reciente). El movimiento de estas figuras es apenas sugerido y la mayoría están aisladas en grupos de 4 o 5 elementos. En esta tradición resulta muy atractivo prestar atención a los elementos geométricos encapsulados con formas muy parecidas a las de Chiribiquete en sus fases más abstractas; pero quizás lo más distintivo sea observar paneles rupestres, realizados tanto con pintura como con pirograbados, donde se emplean varias técnicas para labrar la roca. En Chiribiquete, los conjuntos geométricos tienden a estar todos presentes en encapsulados dentro de los cuerpos decorados de algunos cuadrúpedos, especialmente jaguares, venados y dantas. En los grabados o petroglifos del Complejo Montalvânia se observan los motivos en forma de medialuna y ancla, donde en Chiribiquete casi siempre aparecen las germinaciones de plantas o de semillas, así como otros diseños más que se alcanzan a notar bien, entre ellos el detalle de los propulsores ornamentados y las figuras de biomorfos de patas extendidas (D4).
Por su parte, muchas de las temáticas de las representaciones rupestres (pintura) de la Tradición São Francisco en Vale do Peruaçu y Montalvânia muestran elementos iconográficos geométricos que acompañan las escenas no solo como conectores, sino como elementos principales (D5), y muchos objetos como propulsores, dardos, cuatriparticiones y cartuchos son acompañados por escenas de baile muy abstractas, al punto de que son claramente irreconocibles, y que en Brasil se identifican en su forma geométrica como “peines, “rejas o “rejillas” (D5). Fuente: Ribeiro & Isanardis (1997: 265) en Prous y Ribeiro (1966 y 1967, figuras 8 y 10).
En la Tradición São Francisco son frecuentes los biomorfos de extremidades extendidas, las representaciones humanas naif y las representaciones zoomorfas (peces, felinos, quelonios, etc.) de forma reiterada (D6).
En el estado de Minas Gerais (MG) se localiza la Caverna de Peruaçu, convertida hoy en un parque nacional, donde se encuentra una interesante asociación de las Tradiciones São Francisco y Nordeste. Se destaca el uso policromado en las técnicas de diseño y representación iconográfica, y sobresalen las representaciones geométricas sobre el contexto figurativo (D7), de un parecido extraordinario con la TCC, a pesar de la aguda policromía y el encaje de algunos iconogramas geométricos que muestran un desarrollo diferencial, como los localizados en los murales de las Cavernas do Peruaçu, con más de medio centenar de murales (Días, 2005).
En los dibujos emblemáticos de la Tradición São Francisco en el Abrigo Lagoa do Mari y Serrote dos Caboclos en Sento Sé (Ba), donde destacan los zoomorfos (felino y cánido) asociados a figuras geométricas (Figuras 6, 7 y 8, Kestering, et al., 2015), se observan elementos muy similares y, de alguna forma, una continuidad conceptual iconográfica con la TCC.
Más al nordeste de Brasil, según Martin y Asón (2000), se focalizan las Tradiciones Nordeste (TN), la Tradición Agreste (TA) y la Tradición Itaquatiara (TI), que representan el universo simbólico de grupos humanos prehistóricos que habitaron las regiones semiáridas conocidas como sertões y agrestes, y que se extienden en un área geográfica de más de un millón de kilómetros cuadrados. Esta es el área donde según las autoras, se localiza “… una de las más antiguas representaciones rupestres del continente sudamericano, con cronologías que se remontan a 12.000 años AP. La Tradición Nordeste, definida por primera vez en la década de los 70, ha estado especialmente representada y estudiada en Brasil en el área arqueológica de San Raimundo Nonato, en el SE del Estado de Piauí” (Op. Cit., 1). ?
No obstante, las autoras comentan que investigaciones posteriores demostraron que las características de esta tradición eran extensivas a otras áreas del noreste brasileño, en los estados de Pernambuco, Paraíba, Rio Grande del Norte y Minas Gerais.
Martin y Dos Santos (2017) han precisado que, a partir de las características comunes entre los grafismos y la iconografía, se observa “…la existencia de procesos de difusión de ideas con una dispersión de grupos humanos entre varias de las provincias rupestres de la región…”3. La hipótesis de trabajo que estas investigadoras plantean es que un posible sitio de origen o centro de la denominada Tradición Nordeste se localizaría en el entorno de la Serranía de Capivara, además de la tradición Agreste, ubicada en la mitad occidental de Pernambuco, teniendo como eje difusor el río São Francisco, con sus vías de ida y vuelta en forma de dispersión (Op. Cit., 1-2). No obstante, consideran que esta caracterización debe hacerse sin consideraciones cronológicas, debido a la falta de datos científicos suficientes (Op. Cit., 1), tal como lo había planteado Guidón y Martin, desde el 2010, estableciendo que la llegada de grupos humanos a través del valle del Parnaíba norte y el valle del São Francisco, desde el este, era una hipótesis muy confiable para flujos de ida y vuelta, apartándose, sin embargo, de estimaciones temporales, mientras se recaba más información (Martin y dos Santos, 2017: 2).
En el Parque Nacional Capivara, núcleo fundamental de la Tradición Nordeste de Brasil, se han localizado más de 30.000 pinturas rupestres en las que se representan escenas de la vida cotidiana, ritos y ceremonias, además de figuras de animales, algunos ya extinguidos. Bloques de piedra pintados que cayeron, le permitieron al grupo de arqueólogos de Guidón (1989), la investigadora franco-brasileña, la datación: dos manchas rojas 23.000 años, dos segmentos de rectas paralelas 17.000. Los que subsisten en las paredes fueron pintados entre 12.000 y 6.000 años atrás. Los investigadores ortodoxos consideran la última de estas fechas, la que realmente se relaciona con las pinturas rupestres.
Guidón (1977 y 1989) ha logrado establecer una secuencia en el sitio de Pedra Furada y otros sitios de Capivara, que comprenden los grupos más antiguos, en los que se han encontrado grandes fogones circulares realizados con bloques caídos y en los cuales se ha logrado la asociación de carbones que datan de 23.000 años atrás. Con base en las excavaciones y los registros pictóricos han establecido diferencias estilísticas dentro de los conjuntos iconográficos entre los cuales está la unidad Serra Talhada, con poblaciones entre 12.000 y 6.000 años y, a diferencia de Chiribiquete, existen evidencias claras de estaciones y campamentos domésticos con un gran conjunto de artefactos en piedra, como cuchillos, raspadores, lascas y núcleos, todos sobre rocas de cuarzo o cuarcita (Martin - Asón, 2000). Se identifica una fase denominada Agreste, con grandes dibujos naif, donde los restos datados se obtienen aparentemente con fechas posteriores.
Los registros gráficos de la Tradición Nordeste se identifican fácilmente por la variedad de temas representados y por la riqueza de adornos y atributos que acompañan a las figuras humanas, donde se pueden observar conjuntos de figuras reconocibles con distinción de movimiento. Los abrigos rocosos, por demás muy parecidos en geomorfología a Chiribiquete, muestran escenas de lucha, caza, danza, rituales y sexo con gran riqueza de detalles e interpretaciones, además del uso de una técnica de trazado fino, pero a la vez firme y seguro (Martin - Asón, 2000). Según estas investigadoras, “… son conjuntos de figuras humanas que se pueden considerar ‘emblemáticos’ de la Tradición Nordeste. Como grafismos emblemáticos solemos encontrar dos figuras iguales, espalda contra espalda –en algunos casos se encuentran también de frente–, asociados a un símbolo en forma de venablo que, por convención, se ha denominado ‘tridígito’. También encontramos dos figuras humanas que parecen proteger o entregar a una menor. Estas escenas se repiten en abrigos separados por distancias de más de mil kilómetros. Por último, de forma análoga, se han considerado grafismos emblemáticos, lo que se ha interpretado como escenas ceremoniales de danza en torno de un árbol o bailarines enmascarados que llevan ramas en las manos. Estas escenas son típicas de la Tradición Nordeste.” (Martin - Asón, 2000: 68).
El estilo Versea Grande y estilo Capivara comparten muchos elementos comunes con la TCC, sin embargo las características específicas de las representaciones humanas y zoomorfas, la técnica del dibujo, permiten reconocer un estilo diferente. En este caso, las figuras son más redondeadas, los tocados de las cabezas difieren y no se observa, en ningún caso, cabezas en forma de “C”, (D9 y D10). ?
En Capivara se encuentra también un estilo, aparentemente paralelo a Varsea Grande, que se denomina el estilo Sierra Blanca, donde las figuras humanas y zoomorfas son esquematizadas, de forma muy rectangular y generalmente muy decoradas con geométricos en su interior (D11) (Martin-Asón 2000).
Estas investigadoras opinan que, en la región de la Serra da Capivara, en el SE de Piauí, hubo un denso núcleo de producción rupestre conocido como Tradición Nordeste, que irradió en varias direcciones, pero que también recibió injerencias de otros grupos llegados posteriormente, en un devenir de ida y vuelta enriquecedor (Martin y Dos Santos, 2017: 3). En este contexto se define una segunda subtradición de la Tradición Nordeste, de vital importancia para efectos de nuestra investigación, la denominada Subtradición Seridó, que muestra uno de los conjuntos más afines, estilística y tipológicamente hablando, a la Fase Ajaju de Colombia.
En Seridó, como en Chiribiquete, los conjuntos de figuras son generalmente reconocibles y las figuras humanas con cabeza en forma de “C” parecen estar siempre en movimiento, con un rasgo especial, pues generalmente el rostro está de perfil, como si estuvieran gritando (D12). Las escenas más frecuentes son de lucha –guerras (D14, D15), ostentación de armas (D13, D16), cacería (D12), danza y sexo–, hábilmente representadas con gran riqueza de detalles en los que se empleó una técnica de trazado pictórico fino, pero a la vez firme y seguro.
De acuerdo con Pessis (2013), uno de los elementos caracterizadores de la Subtradición son los grafismos llamados emblemáticos que, al igual que en otras regiones de la Tradición Nordeste, se han identificado como indicadores de una difusión de símbolos. No obstante, esta Subtradición comparte una serie importante de elementos emblemáticos como las escenas de ritos con árboles, las figuras humanas de frente y de espaldas, el empleo de posibles piraguas (canoas, con mástiles, velas y remos, D13), lo que indica un compartimiento de códigos pictóricos asociados (Martin y Asón, 2000). Comparativamente los dos conjuntos son estilísticamente idénticos, no obstante Seridó se caracteriza por la muy importante y explícita aparición de mujeres y niños, cabellos largos (dreadlock), representación de vagina con dos apéndices colgando (labios) o tipo lúnula.
Como ya se indicó, las manifestaciones rupestres de la STS se localizan igualmente en la Chapada Diamantina (D 17-D20), una región montañosa que recorre, de norte a sur, el interior del estado de Bahía, donde nacen los principales ríos de la región, especialmente en cabeceras de las cuencas de los ríos Paraguaçu, Jacuipe y Contas, que discurren por los municipios de Lençóis, Palmeiras, Andaraí y Mucugêy (Cunha, et al., 2010; Morales, 2002; Calderón, 1967, 1969 y 1970; Beltrão, 1994). En este caso, además de la Tradición Agreste, característica de este sitio, se localiza una gran cantidad de representaciones propias de la Subtradición Seridó. Es aquí donde se empiezan a observar elementos que también serán identificables en Perú y Chile, como la forma de las cabezas reptiloides y algunos objetos tipo raqueta en las manos, que parecerían una posible estilización de las mochilas (D21).
En Bolivia, Perú, Chile, Paraguay y Venezuela se observan conjuntos muy similares, no solo en cuanto a la representación de los rasgos humanos, muchos de ellos con la cabeza en forma de “C”. Las representaciones zoomorfas y en algunos casos, las fitomorfas son una continuidad evidente, así como lo son también los atributos y elementos articuladores que acompañan las representaciones y las escenas rituales y pictóricas. Las cavernas y murales de Tocantins y las cavernas de Rurópolis, en Pará, parecen mostrar un eje de conectividad entre la Amazonia colombiana y la Catinga y el Cerrado, por el eje nororiental. No obstante, el río Amazonas –y muy particularmente sus cabeceras andinas– parece ser otro eje de articulación y dispersión. Los detalles de algunos zoomorfos (aves, tortugas, venados y felinos) son ineludibles, como lo son los códigos conectores y de refrendación. Punteados lineales, manos estampadas, tridígitos, lúnulas simples, “racimos”, “rejas” y los biomorfos de patas extendidas parecen ser una constante al lado de propulsores y dardos. Lo más destacable es la iconografía emblemática de hombres tomados de la mano, de los hombros o encaramados sobre árboles y varas horizontales, como un atributo clave de las danzas rituales asociadas a árboles, soles, venados y otros vertebrados, incluidas ciertas aves y peces.
Comentarios finales del contexto Neotropical en Suramérica
Hemos realizado un recorrido largo y sintético por los principales sitios que, hasta el momento y con el conocimiento que se tiene hoy en día, pueden tener una relación más directa con el ámbito de la TCC, dando especial atención a sus afinidades respecto de la Fase Ajaju como punto de partida, y tratando de establecer cómo se logran estos procesos de disolvencia temática y estilística en las fases posteriores. Nos hemos concentrado en Suramérica y en las manifestaciones de arte rupestre más tempranas, de norte a sur, no solo pictografías sino también petrograbados.
Para nosotros es claro que estas expresiones en las rocas no necesariamente están relacionadas suficientemente con datos arqueológicos provenientes de excavaciones arqueológicas. Dadas las limitaciones de este documento, no entramos en detalles sobre aspectos metodológicos para no desviarnos de las asociaciones más amplias del contexto técnico, con el fin de ubicar al lector en el campo del estilo y la cronología. No obstante, es evidente que nuestra intención es asegurar una amplia definición del ámbito espacial y estilístico que incide en la iconografía rupestre, a partir de la mirada interna que tenemos de Chiribiquete. Sabemos que es un tema muy amplio y complejo; es probable que además se trate de una reflexión incipiente aún si de ella se busca sustentar una hipótesis concluyente.
En varios sitios de Suramérica, se observa que el papel de los enteógenos es fundamental dentro de las expresiones pictóricas asociadas a la TCC. Hemos encontrado registros de los mismos íconos de yajé y de yopo en varios sitios en Brasil, en contextos de propiciación de personas danzando o eventos espirituales de caza. Es singularmente sorprendente la alteración morfológica de las figuras humanas o zoomorfas, incluso de las propias plantas cuando se ven alusiones a plantas sagradas o a otro tipo de rituales de transformación y transmutación. Existe una clara tendencia a la fusión de imágenes anteriores, entre ellas, e incluso muchas escenas de cuerpos elongados, que levitan y se diluyen dentro de las escenas. La alusión a los bailes en línea asociados a vara o tronco (arriba, abajo y en la mitad), las manos estampadas, los flujos de energía aparecen por igual, pero lo más evidente es la geometrización y la codificación de imágenes en una infinidad de sitios y contextos que aumentan progresivamente respecto a las escenas figurativas y realistas.
Deliberadamente hemos dejado de lado referencias y observaciones sobre esta tradición en las Antillas Menores y Mayores, algunos países de Centroamérica y las relaciones que encontramos especialmente dentro de México y la frontera de los Estados Unidos, donde prevalecen elementos asociados sobre todo con la iconografía sagrada y felina, cuyo origen es especialmente amazónico. Esta falta de atención a las relaciones espaciales y de estilo con la región al norte de Suramérica no solo obedece a la limitación de tiempo y espacio en esta publicación, sino a que el autor sigue adelantando trabajo de campo para poder afinar más sus apreciaciones en este sentido. Otro aspecto que a propósito dejamos de atender suficientemente en este libro es el caso de Argentina. Allí es muy importante entender los movimientos migratorios de las poblaciones tempranas y tardías, entendiendo que podrían suministrar claves muy importantes sobre la forma como se correlacionan la Patagonia y los llanos riojanos.
Cuando se revisa todo el contexto de lo aquí comentado desde la perspectiva de Chiribiquete, parecería que, de sitio a sitio, y, de país a país, la iconografía es muy disímil. Sin embargo, una vez familiarizados con los códigos y los arreglos semióticos, es más que evidente que existen líneas conductoras que permiten la conectividad cosmogónica y el análisis de los signos que se requieren, no solo para ver la familiaridad de los motivos, sino el patrón arquetípico que va exponiéndose en esta relación que hemos estudiado con gran detenimiento a lo largo de muchos años en campo. Estas simetrías iconográficas se refuerzan cuando los contextos arqueológicos de los abrigos se van contextualizando con otros aspectos, por ejemplo, lingüísticos, etnográficos, geográficos y, especialmente, chamánicos, que permiten ir observando conectores identitarios y la relación y composición que afloran de lugar en lugar. Esto es posible dada la combinación de códigos que se van ensamblando con contenidos especiales, independientemente de la variable temporal. La constante siempre es el trazado “familiar” en el uso de los símbolos y códigos, hasta el punto de poder seguirles la pista. Encontrar registros de hombres tempranos que se pintaron a sí mismos como lo hicieron en Chiribiquete, con cierto nivel de permanencia estilística y tipológica que identifica a la Fase Ajaju, y que se relacionan a lo largo de mucho tiempo con iconografías y representaciones de su vida material y espiritual, resulta impactante. De igual modo, verlos en otros contextos por fuera de Chiribiquete, donde tiene uno la sensación de que están interactuando con elementos nuevos y contrastantes en multiplicidad de sitios y entornos biogeográficos y culturales espléndidamente representados a través de las pinturas o grabados, es muy estimulante para un arqueólogo.
Independientemente de si Chiribiquete es realmente el sitio más antiguo o no de esta tradición, llegar a comprender que existen diferentes facetas y expresiones en lugares diversos, donde se han podido observar las manifestaciones artísticas de estos hombres cazadores y guerreros en múltiples momentos de la transición Pleistoceno-Holoceno, es desconcertante. Se podría decir que están escribiendo y relatando su propia historia, con asombrosa consistencia de contenido ritual y espiritual. Poder captar este detalle por fuera de Chiribiquete, en lugares tan distantes en espacio y, quizá, también, en tiempo, resulta sugestivo así solo se detenga uno a pensar que, con la limitada información que poseemos, apenas se puede entender cómo se absorbieron y se incorporaron todos estos elementos. Quizá la única forma de lograrlo es demostrando que estos rasgos iconográficos que llamamos códigos, tenían un carácter sagrado. Fue este lo que los hizo perpetuarse y mantener su significado, ya no en la conciencia general sino, por el contrario, en la de unos pocos que tenían como misión conservar el conocimiento y la tradición de carácter espiritual.
Chiribiquete bien puede ser un sitio de origen o un receptor final de estas manifestaciones tempranas. Empero, de todos los sitios documentados aquí, solo Chiribiquete tiene un poco de todo lo descrito y es único en la forma como se plasmaron sus representaciones y en su uso desde épocas remotas hasta nuestros días. En la mayoría de los sitios que hemos descrito, ya se trate de murales o de piedras dispersas, se han observado representaciones que no son de carácter netamente ritual. Según las evidencias excavadas en muchos sitios que tienen representaciones pictóricas o grabadas (a veces las dos), hay entierros, campamentos y se ven secuencias culturales y estilos diferentes. En Chiribiquete, por el contrario, su carácter es exclusivamente sagrado.
De todos los contextos arqueológicos tempranos, la evidencia de influencia directa más cercana y notoria la encontramos en los restos antiguos de la región norte de Brasil. En este caso, la Fase Ajaju se observa claramente en la región de Seridó, en el sur del estado de Rio Grande del Norte (valle de los ríos Seridó, Carnaúba y Acauá), que es un área muy próxima a la desembocadura del río São Francisco, sobre el océano Atlántico. Al mismo tiempo, existen muchos lugares en la Chapada Diamantina, las cabeceras del río São Francisco en Minas Gerais y, sobremanera, en las expresiones de Tocantins; evidencias que seguramente logran remontar de ahí a la Chiquitania boliviana, donde también hemos documentado un importante conjunto de manifestaciones directamente relacionadas con la Fase Ajaju, incluso adentrándose hasta las altas cumbres andinas en la región de Potosí. Dado el contexto descrito y la afinidad notoria entre la TCC y la TND, a tal punto de entender que son una misma cosa, no resulta fácil asumir que Chiribiquete sea una subtradición (en este caso Seridó), y solo las nuevas fechas que se logren obtener, tanto en Brasil como en Colombia, nos permitirán relacionar mejor esta concomitancia –netamente metodológica–. En Brasil, la dispersión de rasgos afines a la Fase Ajaju se observa, de forma más evidente, en la región de Seridó, así como en las cabeceras y cuenca media de río São Francisco, en Minas Gerais. Este último sitio nos parece de gran trascendencia y su asociación con esqueletos muy tempranos es de tener en cuenta.
La influencia en Bolivia parece haber penetrado desde Brasil por el mismo entorno de sistemas afines al Cerrado y la Catinga, mientras que al Perú parece haber entrado directamente por las altas cabeceras de origen amazónico. De allí se extendería a la cumbre andina y a la costa. La ceja de selva parece haber jugado un papel fundamental, posiblemente siguiendo la cuenca de los ríos Madre de Dios y Marañón, hasta la región andina y el altiplano de Titicaca. Luego bajó progresivamente, con numerosos sincretismos, hasta las costas semidesérticas del Pacífico y remontó hacia el sur, por la costa, hasta el actual territorio chileno. Ambos horizontes se encuentran en territorio argentino, donde penetran elementos que son rápidamente absorbidos por un gran sincretismo de múltiples grupos propios de la región suramericana sobre el año 11.000 AP hasta el 5000 AP. Muchos de los elementos de estas tradiciones con fundamento chamánico, se mantienen aparentemente hasta el advenimiento de grupos tardíos, como la cultura de La Aguada (Argentina), que muestra elementos no solo de identidad felina sino, lo que es más importante, numerosos elementos y codificaciones que se plasman en su arte ritual y ontogénico, lo mismo que en Chavín de Huantar, donde múltiples ideas felinas se identifican notoriamente con conceptos, íconos y decoraciones de carácter chamánico.
El papel de Argentina y de la Patagonia deberá comprenderse mejor para establecer cómo logran influir en las épocas más tempranas dentro de estas tradiciones. Su influyente papel en Paraguay y Uruguay en épocas más tardías es evidente. Venezuela cumple un papel muy importante cuando esta TCC penetra desde el Orinoco, hacia el norte litoral y evidentemente traspasa a los ámbitos antillanos y centroamericanos.
Hoy pensamos que las diferentes tradiciones en Brasil y otros países comparten más elementos similares que diferentes. Y, aunque estas clasificaciones son muy importantes para identificar las especificidades estilísticas y ambientales del arte, no deja de sorprender que –independientemente de los rasgos culturales, étnicos, geográficos y espaciales de los diferentes grupos prehistóricos– dichos grupos compartieron una gran movilidad y aseguraron el mantenimiento de elementos comunes que los estudios regionales están demostrando. Hay intercambios y dispersión de íconos y elementos simbólicos y culturales muy afines en todo el Neotrópico, que deberán entenderse mejor dentro de un marco más amplio de lo que estamos acostumbrados en arqueología. Es evidente que, en los últimos 30 años, hemos visto un aporte fundamental en la exploración, caracterización y análisis de sitios arqueológicos con refrendación cronológica, y que el acceso a la información científica nos lleva hacia la comprensión de contextos más amplios y el desarrollo de nuevas hipótesis frente a nuestra historia continental. Estos aportes deberán intensificarse y Chiribiquete no es la excepción, si queremos entender mejor su significado.
Para entender las representaciones rupestres, no basta con determinar a qué tradición o filiación cultural corresponden, sino el significado y el sentido de las codificaciones sagradas que están tras lo aparente y que han conservado su coherencia en Chiribiquete y otros lugares de la región. Muchos de estos íconos sagrados se repiten una y otra vez, y todos fueron usados durante mucho tiempo, en muchos sitios a la vez, quizás a veces con significados secretos, pero a medida que se fueron extendiendo por el continente terminaron siendo reinterpretados desde diferentes elucidaciones y requerimientos culturales. Muchos de estos símbolos sagrados se han mantenido como arquetipos y, actualmente, algunos grupos que han encontrado estas señales y códigos en el camino, los han reinterpretado. Los códigos mantuvieron la idea ancestral –quizá siempre en cabeza del chamanismo– y el lenguaje codificado que no siempre fue compartido.
Lo más probable es que estos arquetipos no se hayan desarrollado en América, solo se revaluaron y se reinterpretaron por parte de los primeros hombres que llegaron a esta tierra. Quizás, el sentido y las expresiones de las representaciones que llegaron a América, por varias rutas migratorias, no sean tan monolíticas como creemos y, quizás, no todas llegaron por el norte como única vía y en el mismo momento. La verdadera tarea está en evaluar si podemos comprobar el legado de un origen diferente al asiático, tal como lo señala parte de la evidencia.
NOTAS
- 1. Algunos de los felinos del género Panthera –incluidos el jaguar y el leopardo– ocasionalmente muestran un pelaje y color oscuro de su piel, permitiendo un tipo de camuflaje especial, aunque la razón sea causada por una condición genética (mutación) conocida como MC1R?.
- 2. Varios sitios documentados en Brasil, como Lagoa Santa (MG) y Capivara (Pi), cuentan con fechas mucho más antiguas, aún no suficientemente aceptadas, pero que demuestran en múltiples casos el horizonte cronológico temprano del continente. En Capivara se tienen fechaciones con manchas de pintura en roca, posiblemente resultado de intervención artificial, de 23.000 años, aunque solo se reconozca la datación de las pinturas sobre las paredes de los murales fechados en 12.000 AP. Ver Guidón 1976 y 1989; Martin y Asón 2000, entre otros.
- 3. En términos de “región”, considerada en las áreas más significativas de acumulación de conjuntos rupestres del Nordeste sin la connotación política de las divisiones por estados. Ver Martin y Dos Santos (2017: 1-2).
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CHIRIBIQUETE La maloka cósmica de los hombres jaguar / Capítulo IX - Dispersión o recepción del modelo selvático de la tradición cultural Chiribiquete más allá de las fronteras amazónicas
Capítulo IX - Dispersión o recepción del modelo selvático de la tradición cultural Chiribiquete más allá de las fronteras amazónicas
El sitio arqueológico de Peruaçu, hoy un gran Parque Nacional (Cavernas do Peruaçu), creado en 1999 con una superficie de 1.000.000.000.000 ha, está localizado cerca de las ciudades de Januária y de Itacarambi en la región norte de Minas Gerais.
Resulta muy sugestivo que muchas comunidades indígenas, por todo el continente suramericano, mantengan, hasta nuestros días, una relación estrecha y coherente con la figura identitaria del jaguar. Muchas comunidades amazónicas, y también fuera de esta cuenca, utilizan los elementos emblemáticos de este gran carnívoro en su cosmovisión ritual, pero, también, en los juegos y competencias interétnicas –incluso multinacionales– que se realizan permanentemente como elemento de fuerza, destreza y poder.
El jaguar muestra una distribución en el continente que coincide con el área donde podemos encontrar relaciones con la TCC. Tanto el jaguar manchado como el jaguar negro fueron objeto de admiración y remembranza en una multiplicidad de metáforas y simbolismos en un gran número de culturas a lo largo de la historia del Neotrópico. En la actualidad su rango de distribución se ha reducido considerablemente, pero se sabe de registros de distribución desde el suroeste de Arizona y Nuevo México hasta el norte de Argentina. En la imagen un jaguar negro o melánico, resultado de un exceso de pigmentación oscura en un animal, población o grupo, por razones genéticas, que se traduce en un ennegrecimiento de la piel.
Seguir los pasos de la evidencia de sitios arqueológicos asociados a la TCC ha significado cruzarse permanentemente con los pasos de las poblaciones de jaguar. En la imagen, huellas del felino en las playas ribereñas de Paraná.
El Parque Nacional Cavernas de Peruaçu alberga más de 150 cuevas y cavernas y un número muy importante de sitios arqueológicos que se destacan por sus representaciones rupestres, cuya evidencia humana se remonta a 11 mil años de antigüedad.
Detalle de uno de los murales pictóricos de Peruaçu, en el que se pueden observar representaciones humanas, animales y geométricas con rasgos burdos o finos, pero una gran composición abstracta de tipo policromático de fina confección.
Los abrigos rocosos, por demás muy parecidos en geomorfología a Chiribiquete, muestran escenas de lucha, caza, danza, rituales y sexo con gran riqueza de detalles e interpretaciones, además del uso de una técnica de trazado fino pero a la vez firme y seguro. La especie animal más representada en este entorno arqueológico es el venado, como se aprecia en esta imagen.
Los registros gráficos de la tradición Nordeste, en el sitio núcleo de Capivara, permiten identificar claramente y de forma figurativa una variedad de temas representados. En la imagen unos hombres –con rasgos diferentes a los de la Fase Ajaju de Chiribiquete– realizan una danza o un ritual al lado de un árbol, lo cual es totalmente af ín a la iconografía de Chiribiquete, al mismo tiempo que la generalidad de las figuras aparecen en actitud de movimiento. Este estilo fue denominado en Brasil, Estilo Varsea Grande.
Una de las especies más singulares de las presas disponibles en el entorno de Capivara es el del avestruz suramericano, conocido localmente como ñandú (Rhea americana), en voz guaraní. Muchos cazadores de la Catinga y el Cerrado lo documentan en sus faenas reiteradas de caza.
Localización de uno de los abrigos rocosos en el Ecoparque Carnaúba dos Dantas en la región de Seridó. El entorno del abrigo está en lo alto de un cerro con coberturas propias de catinga, nombre propio del ecosistema para designar coberturas vegetales secas, que realmente hace alusión a un arbusto de poco porte de parajes áridos de Suramérica (Brasil, particularmente).
Hombre con armas en sus manos se aproxima a mujer con cabeza en forma de “C”. El hombre lleva un tocado en forma de lúnula, seguramente con plumería.
Los hombres de Seridó son las representaciones más afines a la TCC. En este sitio en particular, en Carnaúba dos Dantas en Rio Grande do Norte, se observan, en el abrigo rocoso de Xique-Xique, unos danzantes tomados por los hombros, elemento icónico fundamental de sus representaciones rituales.
Escena del Abrigo Xique- Xique en Carnaúba dos Dantas (región de Seridó) en que se aprecia una serie de elementos claves relacionados con la iconografía ritual y sagrada de Chiribiquete, como las ramas con panales o enjambres de avispas, que algunos hombres están en faena de captura, posiblemente. Otra rama con panel se ubica al lado de una pareja de cabellos largos (ver representaciones sexuales de estos) con infante, que aparentemente forcejean, y entre estos dos paneles de avispas, una matriz, posiblemente codificada con pequeños hombres en patrón de baile. Siguiendo la iconografía de Chiribiquete, la pareja lleva sobre sus narices un ícono de planta sagrada (posiblemente yopo). Debajo de la escena, varias parejas forcejean por infantes, algunas con actitud hostil. Varias representaciones humanas en agitación, al lado de un hombre con corona, junto a una parrilla. Más a la derecha, un hombre planta-lúnula deja un rastro de elongación al lado de dos bicéfalos con cabeza de “C”.
Hombres elongados danzan al lado de un rebaño de ñandúes y venados. En la margen derecha se alcanzan a observar, varios hombres con bolsos-mochila, en danza propiciatoria. Abajo, unos hombres con inhalador y en po ión de sentadillas miran la danza anterior.
Las pinturas rupestres de la Chapada Diamantina representan una gran cantidad de antropomorfos, figuras dibujadas en varios colores, donde claramente predominan los colores rojo sangre y otros tonos más claros, como el de esta imagen, que se asemeja mucho a una representación geométrica de un traje ceremonial.
En varios países del Centro-Sur del continente suramericano, la cacería de ñandúes (avestruz suramericano) a finales del Pleistoceno y comienzos del Holoceno, implicaba un trabajo en equipo. Requería la amplia coordinación de un grupo grande de personas, que debían apoyar una técnica de encierro y arrinconamiento con redes, instrumentos de ruido, para poder luego herir a sus presas mediante boleadoras y dardos impulsados por el propulsor (o estólica). En numerosas escenas se observan hombres con cabeza en forma de “C” capturando este tipo de presas.
La evolución geológica y geomorfológica de la región de la Chapada Diamantina favoreció la formación de cadenas montañosas alargadas, que muestra valles suspendidos, estrechos y profundos, aunque en su costado oriental, entre Lençóis y Morro do Chapéu, predomina un plegamiento con estructuras más redondeadas. En la imagen se observan las formaciones de meseta y colinas tabulares en la región de Iraquara, de carácter kárstico, de gran interés.
La región de la Chapada Diamantina, ubicada en la parte central del estado de Bahía, contiene un hábitat semiárido y formaciones que alcanzan entre 1.000 y 2.000 metros sobre el nivel del mar. Geológicamente es una formación muy antigua, correspondiente a los restos de una cuenca sedimentaria que se asentó sobre el cratón de São Francisco hace unos 1.500 millones de años. Como se observa en esta imagen, presenta un dominio de mesetas en estructuras plegadas, donde predomina un patrón de cúspides planas que le da una apariencia similar a los tepuyes guyaneses.
El Parque Nacional Serra do Capivara está limitado por la cuenca sedimentaria de Maranhao-Piauí y la depresión periférica del río São Francisco. Cuenta con una llanura que se va elevando, denominada la Chapada de Capivara. La zona está llena de valles, gargantas, curiosas formaciones que fueron usadas como refugio y campamento de cazadores recolectores. Uno de los sitios más importantes desde lo arqueológico es Pedra Furada, donde se tiene una secuencia investigada por la arqueóloga franco-brasileña Guidón con dataciones por C-14 que permitieron establecer una columna crono-estratigráfica que va de 59.000 hasta 5.000 años AP, donde las pinturas más antiguas se asocian con fechas entre 12.000 y 17.000 años.
Detalle de un segmento del río São Francisco, una de las arterias fluviales más importantes de Brasil, que intercomunica diversos climas y regiones entre los estados de Minas Gerais, en el sureste, y Bahía, donde desemboca en el Atlántico, al noreste. Esta arteria drena un área de más de 630.000 kilómetros cuadrados. En esta cuenca se encuentra la mayor cantidad de sitios arqueológicos de la Tradición Nordeste de Brasil, y en particular de la Subtradición Seridó, totalmente af ín con la Fase Ajaju de Chiribiquete.
En el sur del continente se generalizó desde el inicio del poblamiento americano, la cacería de guanacos y ñandúes en la inmensidad de las pampas semidesérticas. En estos sitios, en las representaciones rupestres (pintadas y grabadas) es reiterativo el tema de las huellas de camélidos, cérvidos y ñandúes, a tal punto que en muchos yacimientos el tridígito es como una iconografía asociada a la pisada de esta gran ave (posiblemente, Pterocnemia pennata), muy abundante en este sitio.
Los hombres cabeza de “C” se documentan en varios países andinos y patagónicos, cazando camélidos. Numerosos registros de sitios arqueológicos muestran que era común la incorporación de guanacos, venados, armadillos, ñandúes y vizcachas.
Detalle de una escena de cacería de camélidos (alpacas y vicuñas, posiblemente) del sector Hakaklluni, por parte de hombres con cabeza reptiloide, pertenecientes a una tradición de propulsores. Estas representaciones rupestres en la región de Macusani, cerca de la transición de la cordillera de Carabaya a la Ceja de Selva (departamento de Puno), permitiría sugerir la intromisión de estos cazadores desde la cuenca amazónica.
La formación geológica de la Chiquitania en Bolivia, donde se encuentra un numeroso conjunto de representaciones rupestres afines a la TCC, forma parte de antiguas cuencas sedimentarias del Paleozoico, algunas de ellas pertenecientes al escudo de Guaporé, compuesto de rocas cristalinas precámbricas, la macrounidad geológica más antigua de este país.
En esta otra escena de Miserandino, se observan cazadores con armas, algunas representaciones estilizadas de los animales, todos en la agitación y el movimiento característico de la iconografía relacionada con la TCC. Escenas de caza y recolección, así como de elementos geométricos acompañantes, son frecuentes en esta serranía de Santiago y muestran una evidente correlación temática y estilística con la TCC.
Representaciones pictóricas de la cueva Juan Miserandino, cerca de Roboré, Santa Cruz, Bolivia, evidencian la presencia de los hombres con cabeza en forma de “C” en diferentes escenas de caza y recolección. En la imagen, un hombre de cabellos largos es embestido por un carnívoro, mientras un hombre alado con propulsor forma parte del conjunto rupestre.
Un hombre con cabeza en forma de “C”, al lado de un geométrico en forma abstracta de “racimo”, camina gesticulando con agitación hacia otras figuras humanas de cabellos largos. Sitio arqueológico de Miseraldino en Roboré, Santa Cruz.
La representación del jaguar es una constante dentro de la TCC y en la totalidad de sitios del Neotrópico donde encontramos nexos con esta tradición cultural. La figura de este carismático y sagrado representante solar está siempre presente. En la imagen, un cazador con cabeza en forma de “C” lleva sus armas colgadas a la espalda, mientras en su torso ostenta un gran felino, posiblemente empoderándolo. Imágenes de la serranía de Santiago.
Las pisadas de jaguar simbolizan para muchos grupos indígenas del Neotrópico y de la Amazonia, en particular, mucho más que la huella de un gran animal. Evocan la presencia emblemática de un ser espiritual y la lectura que se hace de las mismas pronostica un sinf ín de conjeturas y metáforas simbólicas, que propician los mensajes espirituales según la forma como se definan sus diseños.
Las representaciones del jaguar están presentes desde tiempos inmemoriales en múltiples culturas y sociedades del Neotrópico. Estos nexos siguen latentes, no solo dentro de grupos indígenas actuales sino también en el folklor de nuestras sociedades mestizas. En la imagen, una máscara de la región de Curitiba en Brasil.
En el rito de iniciación yanomamö (warime) el arte chamánico orienta una gran variedad de elementos artísticos tales como texto oral, espacio escénico, vestuario, accesorios, maquillaje, máscaras, utilería, iluminación, coreograf ía, música, cantos y sonidos. En la imagen, un joven con pintura roja que hace alusión a la sangre y la vida. Mientras lo pintan para el ritual con la pintura del jaguar, el chamán dice: “hijo, mira cómo la pintura del jaguar se anima en nuestro cuerpo. Mira cómo se dirige hacia ti”.
La guacamaya azul, arara azul o guacamaya jacinto (Anodorhynchus hyacinthinus) del pantanal en Brasil, Paraguay y Bolivia, es reconocida como un símbolo de continuidad y fortaleza, quizá por ser una de las aves que pueden hacer los más largos vuelos. Sus plumas han sido sumamente apetecidas (en particular por los indios kayapo de Gorotire), ya que el color azul es vinculado con el cielo, el agua y el día, guardando, como las Azules de Chiribiquete, una fuerte relación con el Sol y con la fortaleza felina.
Cada cultura absorbe elementos de las culturas cercanas y lejanas, pero luego se caracteriza por la forma en que incorpora esos elementos.
- Umberto Eco
Existen muchas razones para sospechar que la vida en la América prehispánica es larga y pródiga, más allá de los circunstancialismos que poco a poco va desenterrando la ciencia. Lo que hoy son hechos reales, mañana pueden cambiar por el descubrimiento de nuevos datos. En los últimos cuarenta años, se ha ido construyendo una realidad del Neotrópico que aflora en cada sitio arqueológico de la región, pero eso nunca será suficiente para empezar a conjeturar sobre lo que realmente pasó en estas tierras en el remoto pasado hasta llegar al día de hoy. Las contribuciones científicas realizadas son extraordinarias, pero aún son insuficientes para aproximarnos al pasado desde la interpretación del registro arqueológico. A pesar de que siempre ampliamos el perímetro de búsqueda, creemos que sigue siendo limitado. Este capítulo tratará de hacer una muy breve correlación de la TCC y el resto de la realidad arqueológica en Suramérica. Omitiremos deliberadamente el resto del Neotrópico por razones de espacio y porque estamos iniciando ese reconocimiento de campo en los muchos otros sitios de esta región septentrional (Antillas, Centro y Mesoamérica).
Tal como lo indicamos en el Capítulo II, la Tradición Cultural Chiribiquete tiene su sitio más representativo en Colombia en la Serranía de Chiribiquete, mostrando una serie de variaciones estilísticas importantes de sus elementos figurativos y geométricos, a medida que se aleja de este centro. Aunque existe un desarrollo de tres fases (Ajaju-Guayabero/Guaviare-Papamene), definidas a partir de los rasgos pictóricos –fases que usamos como horizontes espaciales–, hay también un sentido cronológico que puede asociarse de las mismas. Sin embargo, este sentido cronológico es aún incierto e hipotético hasta tanto no se completen series más adecuadas de fechas e información arqueológica asociadas con los dibujos. Esta información deberá ampliar la que ya tenemos sobre los dibujos, tanto en la serranía como por fuera de Colombia. Por el momento, a nivel de hipótesis, estas fases tienen más coherencia cuando se particulariza esta configuración específica de rasgos a partir de una dimensión estilística-espacial. Entendemos esta en función de las necesidades del manejo de códigos de carácter chamánico, es decir, entre lo figurativo y lo geométrico abstracto, recordando siempre que, en la Fase Ajaju –la más figurativa–, no cambian los encapsulados y los códigos, sino que se apartan cada vez más de lo figurativo que los explica.
En cada fase que hemos propuesto para la TCC –más con fines estilísticos que cronológicos y culturales– existe un interés de agrupar caracteres, rasgos y atributos que muestran variaciones y cambios importantes, y consideramos que estos patrones de cambio van más en función del uso (dentro de la liturgia chamánica) que de otras variables. Las representaciones rupestres –propias del arte chamánico– lograron trascender indemnes durante siglos y quizá también, en muchos sitios, sus pautas, prácticas y significados en Colombia. No obstante, cuando se mira la TCC en un contexto más amplio que el del ámbito amazónico colombiano, el ámbito multiecosistémico y multicultural colombiano, ese panorama resulta aun más complejo e impresionante por la infinidad de elementos vistos que son deliberadamente asimilables, parecidos o distintivamente iguales, a pesar de que se encuentren en contextos geográficos o temporales muy amplios y culturalmente apartados dentro del Neotrópico.
En tal sentido, observamos que existe una regularidad de íconos, patrones y contextos escénicos asociados con elementos chamánicos de la TCC que, como en Colombia, se elaboraron más en función del uso y la forma que desde el punto de vista de su variación geográfica, cultural y cronológica, lo que denota más bien una elección de prácticas chamánicas que comparten cánones chamánicos en función del tipo de sitios, el tipo de usos y el tipo de mensajes espirituales requeridos que otros aspectos, en lo cual se ha enfocado nuestro análisis rupestre durante muchos años. La información disponible nos hace suponer que las fases no están determinadas necesariamente por una secuencia lineal y se observan elementos y rasgos que siguen coexistiendo en función de requerimientos chamánicos, a medida que las personas imitan, eligen y modifican poco a poco las tecnologías de las que se van apropiando y el resultado de todos estos procesos se afianza en ese momento clave de la etapa paleoindígena en el continente. En la TCC, este afianzamiento se observa en las distintas formas de cooperación, en las que el chamanismo, como institución, fue determinante para el advenimiento de múltiples expresiones y logros culturales. Allí, la exogamia y el perfeccionamiento de técnicas de apropiación de recursos debieron desempeñar un papel fundamental para definir patrones de cooperación e intercambio, pero, especialmente, de obtención de recursos y conceptos, donde la jaguaridad tuvo que ser un factor importante para los especialistas chamanes.
Esta hipótesis de trabajo nos permite, en el caso de Colombia, entender mejor cómo la iconografía rupestre llegó a ser parte vital de la apropiación y la continuidad del uso, posiblemente como ocurrió con grupos etnohistóricos que habitaron en sitios donde la TCC estaba presente y la hicieron parte estandarte de sus símbolos y prácticas, con gran contenido chamánico. Tal podría ser el caso de grupos diferentes a los “originarios” de la tradición, que asumen prácticas ceremoniales y manejo de códigos sagrados y van desarrollando versiones y estilos muy locales (por ejemplo, muiscas, guanes, carijonas, por mencionar algunos), que posiblemente asumieron esta tradición y la incorporaron dentro de su realidad cultural, en algunos sectores de la población.
En ese momento, el intercambio de expresiones y contactos interétnicos con otros grupos se vuelve muy importante, especialmente en el sur del continente, donde las sinergias conceptuales y el intercambio tecnológico empiezan a ser básicos para la apropiación cultural, por ejemplo, en el uso de nuevas armas para la cacería y la guerra. La diversidad ambiental imprime un nuevo estímulo para ampliar los procesos de dispersión y se observa la irrupción en ecosistemas diferentes a lo propio, lo que permitió nuevas formas de apropiación y de adaptación y del uso de recursos naturales.
Durante los siglos siguientes, la base de los intercambios dependió más de los aspectos relacionados con el mundo conceptual que de cualquier otro componente, por ejemplo el desarrollo tecnológico, la organización social, las funciones sociales, la jerarquización o la producción. Estas líneas cambiarían en el continente a partir del año 2000-1000 AC (entre 4.000 y 3.000 años), cuando se empiezan a consolidar cambios importantes en la ceja de selva y en el piedemonte andino, estando ya presente un amplio componente de jaguaridad, a pesar de que su desarrollo se diera en sitios muy distantes, e incluso aislados del hábitat natural del jaguar1. Llama la atención la notoriedad de elementos iconográficos que se empiezan a dar entonces en el Neotrópico, como un momento cumbre asociado a la jaguaridad, y sorprende el número reiterado de elementos y rasgos codificados que se introducen en la estatuaria, la cerámica, los albores de la orfebrería, y el culto funerario.
El advenimiento de los contactos
Para efectos de organizar un primer análisis sobre las posibles relaciones desde el punto de vista de las manifestaciones rupestres de la Serranía de Chiribiquete con otros sitios del Neotrópico, es imprescindible basarnos en la comparación estilística, cultural y –de ser posible– cronológica. La determinación objetiva del valor de las similitudes entre rasgos culturales, como evidencias de antecedentes comunes, puede observarse cuando menos en dos campos: influencia directa e indirecta. Llamaremos influencia directa cuando hay un reconocimiento de la misma iconografía de la Fase Ajaju, Guayabero/Guaviare o Papamene y, por ende, el agregado de manifestaciones similares de conducta cultural. En este caso, será importante la búsqueda de elementos iconográficos lo más parecidos posible a los rasgos de la Fase Ajaju, usando en particular el indicador humano, proveniente de la forma en que ellos mismos se pintaron en las rocas. Así pues, la forma de la cara con fauces abiertas (cara en forma de “C”) se constituye en un indicador estilístico básico. Este rasgo, junto con otros elementos como la parafernalia y utensilios de caza y guerra, la identidad felina, el uso de enteógenos, las prácticas rituales y la transcripción de escenas mitológicas se constituyó en un conjunto de elementos que permitieron seguir el rastro de muchos lugares en otras partes del continente y, gracias a ello, tratar de ir encontrando las correlaciones histórico-culturales y cronológicas para entender los arreglos propios de estos contactos que el registro rupestre fue evidenciando en varios países de la región. Llamaremos influencia indirecta cuando estas manifestaciones de conducta no son similares, pero hay cierta semejanza estilística y conceptual en la aplicación de los elementos, rasgos y códigos iconográficos, que permiten lograr analogías gráficas de más de un conjunto de elementos relacionados con los complejos, atributos o rasgos de las fases y horizontes.
En concordancia con lo anterior, vemos que existe un conjunto enorme de sitios en todo el Neotrópico con el que se identifica Chiribiquete, y que tanto las pictografías como los petroglifos establecen una relación importante que permite observar el impacto que tuvieron los desplazamientos de estas poblaciones por el continente. Aunque no se tienen todas las respuestas de cómo fueron esos desplazamientos, existe un buen número de investigaciones muy serias que respaldan estas hipótesis, gracias a la labor de estudiosos consagrados que llevan muchos años adelantando enormes esfuerzos para aclarar, como nosotros, la evidencia que se ha ido recogiendo: en Brasil: Martín, G., 1982, 1984, 1989, 1997, 2002, 2003, 2005; Martín y Guidón, 2010; Guidón 1990, 1992; Martin y dos Santos, 2017; Pessis, A. M., 1989, 2003, 1999; Pessis & Guidón 1992; Moreno de Sousa, C., 2014; Pereira 1999; Prous, A., 1991, 1989, 1994, 2004; Chagas Silva (et al., 2014), entre otros; en Perú: Guffroy, 1999; Hostnig, Rainer, 1988, 2003, 2005, 2007, 2010, 2011, 2013, 2015 y 2018; Jakubicka y Wo?oszyn, 2005; Klarich, Aldenderfer y Qawrankasax, 2001; en Bolivia: Strecker 1986, 2005, 2010, 2017; Strecker, M., Kaifler, C., Methfessel, L. y Taboada, F., 2015; Strecker y Cárdenas, 2015; van Hoek; Arellano, Kuljis y Kornfield, 1976; Pia, 1987; Michel y Calla, 2001; Calla, 2005; Calla y Taboada, 2005; Calla, S. y Álvarez Quintero, P., 2015; Querejazu Lewis, Roy, 2001 y 2012; en Chile: Gallardo, et al., 2012 y Cabello y Gallardo, 2014; Hostnig, 2018; Niemeyer, 1968 y 1969; Berenguer, 2008 y 2009; Mostny 1964; Núñez, 1984; Salazar et al. 2009; Mostny & Niemeyer, 1983, en Berenguer, 2009; Sepúlveda, et al., 2012, Lasheras y Fatás, 2014; en Paraguay: Lasheras y Fatás, 2014; y en Venezuela: Cruxent, 1960; Greer, 1995, 1997 y 2001; Perera, 1971; 1984; Valencia; Sujo Volsky, 1987; Scaramelli, F., 1992; Scaramelli, F.; Tarble, K., 1993a; Scaramelli, F.; Tarble, K., 1993b y 1996; Scaramelli, T. K., y Scaramelli, Franz, 2010; Novoa y Greer, 1995 y 1977, entre otros. Para la región de los Andes y las Américas en general: Van Hoek, Maarten, 2015.
La información suministrada por estos autores permite el análisis integral de las evidencias que ubican a los artífices del arte paleoindio en zonas muy distantes, enfrentados a condiciones ecológicas y culturales muy variadas y adversas, pero al mismo tiempo expresando y componiendo un registro gráfico común de enorme valor histórico sin precedentes en el Neotrópico suramericano.
Algunos de los sitios que hemos podido analizar en nuestras arduas indagaciones bibliográficas y aquellos que hasta el momento, hemos podido recorrer en Suramérica, se consignan en el siguiente mapa que sirve de referencia inicial de ubicación y que solo tiene el propósito de reseñar los más claramente relacionados con la TCC (en forma directa), sin perjuicio de que podrá haber muchos otros que se añadan en el futuro (Mapa 5).
Dadas las limitaciones de espacio en este documento para poder lograr siquiera una adecuada síntesis de este gran universo de elementos iconográficos y relaciones espaciales y temporales afines a la TCC, así como el hecho de que ya contamos con un extenso análisis que será objeto de una publicación posterior, solo indicaremos someramente algunos contextos que pueden ayudar a entender su relación con Chiribiquete en varios países de la región.
N.° | País | Nombre del sitio |
1 | Colombia | Chiribiquete |
2 | Bolivia | Cueva de Pulka |
3 | Bolivia | Parque Eco-Manantial |
4 | Bolivia | Valle de Tucavaca |
5 | Bolivia | Municipio de Roboré |
6 | Bolivia | Cueva del Diablo |
7 | Bolivia | El Buey (Pasorapa) |
8 | Bolivia | Chiquitania y los valles cruceños |
9 | Brasil | Sumidouro do rio Quebra-Perna |
10 | Brasil Lagoa Santa | |
11 | Brasil | Lapa de Cerca Grande |
12 | Brasil | Caverna de Peruaçu |
13 | Brasil | Montalvânia |
14 | Brasil | Pirograbados de Lapa do Poseidon |
15 | Brasil | Bom Jesus da Lapa |
16 | Brasil | La Chapada Diamantina |
17 | Brasil | Morro do Chapéu |
18 | Brasil | Represa Xique Xique |
19 | Brasil | Abrigos de Tocantis |
20 | Brasil | Serrote do Morrinho |
21 | Brasil | Sento Sé |
22 | Brasil | Parque Estadual do Lajeado |
23 | Brasil | Parque Nacional Catimbau |
24 | Brasil | Toca do Enoque |
25 | Brasil | Raimundo Nonato |
26 | Brasil | Serranía de Capivara |
27 | Brasil | Valles de los ríos Carnaúba, Acauã y Seridó |
28 | Brasil | Apodi |
29 | Brasil | Caverna de las Manos |
30 | Brasil | Monte Alegre y Alenquer |
31 | Brasil | Región del Río Negro |
32 | Brasil | Región de Boa Vista |
33 | Brasil | Reserva indígena Raposa Serra do Sol |
34 | Brasil | Piedra Pintada |
35 | Chile | El Médano |
36 | Chile | Desierto de Atacama |
37 | Chile | Cuenca alta de los ríos Loa y Salado, Atacama |
38 | Chile | Desembocadura del río Loa |
39 | Chile | Precordillerana de Arica |
40 | Chile | Parinacota |
41 | Chile | Sierra de Arica |
42 | Colombia | Raudal Angostura |
43 | Colombia | Serranía de la Lindosa |
44 | Colombia | Puerto Carreño-Casuarito |
45 | Colombia | Sierra de la Macarena |
46 | Colombia | Serranía del Tunahi |
47 | Colombia | Altiplano Cundiboyacense |
48 | Colombia | Cañon del Chicamocha |
49 | Paraguay | Amambay |
50 | Perú | Cullaca-Pisacoma |
51 | Perú | Yarabamba |
52 | Perú | Petroglifos de Toro Muerto |
53 | Perú | Querullpa Chico |
54 | Perú | La Cueva de Sumbay |
55 | Perú | Quelcatani |
56 | Perú | Cueva de Pitasayoc |
57 | Perú | Toquepala |
58 | Perú | Macusani |
59 | Perú | Cerro Torongana |
60 | Perú | Poyona Alto |
61 | Perú | Pollurua en Paclas |
62 | Perú | Cuenca Media del Río Marañon |
63 | Perú | Sitio de Faical |
64 | Venezuela | Cerro Pintado |
65 | Venezuela | Complejo tepuyano de Chimantá |
66 | Venezuela | Río Sapuré |
67 | Venezuela | Barinas |
68 | Argentina | Cueva de las Manos |
En Brasil las investigaciones han permitido construir un marco importante de registros y hallazgos arqueológicos, así como un amplio esquema de fechas (entre 14.000 y 7.000 AP)2, que siguen aportando al conocimiento de diferentes tradiciones de arte rupestre desde la década de 1970. Las manifestaciones arqueológicas afines al arte rupestre de Chiribiquete han sido estudiadas, clasificadas y sistematizadas en varias grandes tradiciones: Tradición Planalto, Tradición São Francisco, Tradición Nordeste y Tradición Geométrica, esta última revaluada en años recientes y definida como una tradición reagrupada con el nombre de Tradición Guyano-amazoniana (Prous 1984; Pereira 2003; Prous 2006, en Prous, 2009: 1395).
En la cuenca alta y media del río São Francisco, las representaciones rupestres muestran un elemento especialmente significativo, quizás a diferencia de muchos otros sitios de Brasil y de la región neotropical. Los diseños de las tradiciones identificadas como Planalto y São Francisco son tanto pinturas como petroglifos.
Algunos de los sitios que muestran esta estrecha relación con la TCC (y la Fase Ajaju en particular) son el sitio arqueológico de Lagoa Santa, municipio brasileño del estado de Minas Gerais, en las cabeceras del río São Francisco (Prous, 2003), donde se observa un conjunto de manifestaciones y de evidencias de enorme interés relacionados con la Tradición Planalto (TPL), una de las más antiguas del centro del país y directamente relacionada con los hombres cabeza de “C” y todo un conjunto de elementos y atributos asociados. En los abrigos de Usina, São Jorge y en Ponta Grossa, Paraná, por ejemplo, existen algunas representaciones zoomorfas donde sobresalen las aves y los cérvidos, que claramente representan un elemento vital de estos cazadores tempranos en la región, con enormes similitudes a la TCC y la Tradición Nordeste de Brasil (D1), como se aprecia en Chagas Silva (et al., 2014, Figura 3 y 4), incluyendo la matriz encapsulada de muchos de estos zoomorfos (D2). Igualmente, las representaciones de venados de la Tradición Planalto de Matozinhos, en la Provincia Arqueológica de Lagoa Santa (Minas Gerais), donde en el Abrigo Capao das Eguas se documentan unas policromías con la escena de un hombre filiforme, brazos alzados y cara en forma de “C” sobre un cérvido color ocre (D3), posiblemente superpuesto (Prous, Baeta y Rubbioli, 2003, fotos 96 y 41).
En la cuenca alta del río São Francisco, especialmente en los alrededores de la población de Lagoa Santa, se ha localizado una gran concentración de sitios arqueológicos de la Tradición Planalto, donde más de un centenar de grutas y abrigos contienen paneles y murales pictóricos con pirograbados. En uno de los grabados del Complejo Montalvânia en Lapa do Poseidon (Juvenília/MG) se documentan, por ejemplo, muchas de las características básicas de los elementos iconográficos de esta tradición con gran influencia Nordeste, pero realizada con una técnica especial como petroglifos. En las representaciones, se pueden observar numerosos conjuntos de lúnulas superpuestas, propulsores de ojales (tipo paraguas), biomorfos de patas extendidas, tridígitos y algunas representaciones humanas y zoomorfas muy estilizadas (D4), como se observa en los trabajos de Salaroli, et al. (2017) y Prous y Ribeiro (1996/1997). Esta unidad estilística registra en Montalvânia las mismas técnicas y temas, pero con una presencia numéricamente mucho más expresiva de grafismos antropomorfos. En este sentido, las figuras antropomorfas van acompañadas de aves, lagartos, cérvidos y felinos de color amarillo y naranja (aparentemente el color más reciente). El movimiento de estas figuras es apenas sugerido y la mayoría están aisladas en grupos de 4 o 5 elementos. En esta tradición resulta muy atractivo prestar atención a los elementos geométricos encapsulados con formas muy parecidas a las de Chiribiquete en sus fases más abstractas; pero quizás lo más distintivo sea observar paneles rupestres, realizados tanto con pintura como con pirograbados, donde se emplean varias técnicas para labrar la roca. En Chiribiquete, los conjuntos geométricos tienden a estar todos presentes en encapsulados dentro de los cuerpos decorados de algunos cuadrúpedos, especialmente jaguares, venados y dantas. En los grabados o petroglifos del Complejo Montalvânia se observan los motivos en forma de medialuna y ancla, donde en Chiribiquete casi siempre aparecen las germinaciones de plantas o de semillas, así como otros diseños más que se alcanzan a notar bien, entre ellos el detalle de los propulsores ornamentados y las figuras de biomorfos de patas extendidas (D4).
Por su parte, muchas de las temáticas de las representaciones rupestres (pintura) de la Tradición São Francisco en Vale do Peruaçu y Montalvânia muestran elementos iconográficos geométricos que acompañan las escenas no solo como conectores, sino como elementos principales (D5), y muchos objetos como propulsores, dardos, cuatriparticiones y cartuchos son acompañados por escenas de baile muy abstractas, al punto de que son claramente irreconocibles, y que en Brasil se identifican en su forma geométrica como “peines, “rejas o “rejillas” (D5). Fuente: Ribeiro & Isanardis (1997: 265) en Prous y Ribeiro (1966 y 1967, figuras 8 y 10).
En la Tradición São Francisco son frecuentes los biomorfos de extremidades extendidas, las representaciones humanas naif y las representaciones zoomorfas (peces, felinos, quelonios, etc.) de forma reiterada (D6).
En el estado de Minas Gerais (MG) se localiza la Caverna de Peruaçu, convertida hoy en un parque nacional, donde se encuentra una interesante asociación de las Tradiciones São Francisco y Nordeste. Se destaca el uso policromado en las técnicas de diseño y representación iconográfica, y sobresalen las representaciones geométricas sobre el contexto figurativo (D7), de un parecido extraordinario con la TCC, a pesar de la aguda policromía y el encaje de algunos iconogramas geométricos que muestran un desarrollo diferencial, como los localizados en los murales de las Cavernas do Peruaçu, con más de medio centenar de murales (Días, 2005).
En los dibujos emblemáticos de la Tradición São Francisco en el Abrigo Lagoa do Mari y Serrote dos Caboclos en Sento Sé (Ba), donde destacan los zoomorfos (felino y cánido) asociados a figuras geométricas (Figuras 6, 7 y 8, Kestering, et al., 2015), se observan elementos muy similares y, de alguna forma, una continuidad conceptual iconográfica con la TCC.
Más al nordeste de Brasil, según Martin y Asón (2000), se focalizan las Tradiciones Nordeste (TN), la Tradición Agreste (TA) y la Tradición Itaquatiara (TI), que representan el universo simbólico de grupos humanos prehistóricos que habitaron las regiones semiáridas conocidas como sertões y agrestes, y que se extienden en un área geográfica de más de un millón de kilómetros cuadrados. Esta es el área donde según las autoras, se localiza “… una de las más antiguas representaciones rupestres del continente sudamericano, con cronologías que se remontan a 12.000 años AP. La Tradición Nordeste, definida por primera vez en la década de los 70, ha estado especialmente representada y estudiada en Brasil en el área arqueológica de San Raimundo Nonato, en el SE del Estado de Piauí” (Op. Cit., 1). ?
No obstante, las autoras comentan que investigaciones posteriores demostraron que las características de esta tradición eran extensivas a otras áreas del noreste brasileño, en los estados de Pernambuco, Paraíba, Rio Grande del Norte y Minas Gerais.
Martin y Dos Santos (2017) han precisado que, a partir de las características comunes entre los grafismos y la iconografía, se observa “…la existencia de procesos de difusión de ideas con una dispersión de grupos humanos entre varias de las provincias rupestres de la región…”3. La hipótesis de trabajo que estas investigadoras plantean es que un posible sitio de origen o centro de la denominada Tradición Nordeste se localizaría en el entorno de la Serranía de Capivara, además de la tradición Agreste, ubicada en la mitad occidental de Pernambuco, teniendo como eje difusor el río São Francisco, con sus vías de ida y vuelta en forma de dispersión (Op. Cit., 1-2). No obstante, consideran que esta caracterización debe hacerse sin consideraciones cronológicas, debido a la falta de datos científicos suficientes (Op. Cit., 1), tal como lo había planteado Guidón y Martin, desde el 2010, estableciendo que la llegada de grupos humanos a través del valle del Parnaíba norte y el valle del São Francisco, desde el este, era una hipótesis muy confiable para flujos de ida y vuelta, apartándose, sin embargo, de estimaciones temporales, mientras se recaba más información (Martin y dos Santos, 2017: 2).
En el Parque Nacional Capivara, núcleo fundamental de la Tradición Nordeste de Brasil, se han localizado más de 30.000 pinturas rupestres en las que se representan escenas de la vida cotidiana, ritos y ceremonias, además de figuras de animales, algunos ya extinguidos. Bloques de piedra pintados que cayeron, le permitieron al grupo de arqueólogos de Guidón (1989), la investigadora franco-brasileña, la datación: dos manchas rojas 23.000 años, dos segmentos de rectas paralelas 17.000. Los que subsisten en las paredes fueron pintados entre 12.000 y 6.000 años atrás. Los investigadores ortodoxos consideran la última de estas fechas, la que realmente se relaciona con las pinturas rupestres.
Guidón (1977 y 1989) ha logrado establecer una secuencia en el sitio de Pedra Furada y otros sitios de Capivara, que comprenden los grupos más antiguos, en los que se han encontrado grandes fogones circulares realizados con bloques caídos y en los cuales se ha logrado la asociación de carbones que datan de 23.000 años atrás. Con base en las excavaciones y los registros pictóricos han establecido diferencias estilísticas dentro de los conjuntos iconográficos entre los cuales está la unidad Serra Talhada, con poblaciones entre 12.000 y 6.000 años y, a diferencia de Chiribiquete, existen evidencias claras de estaciones y campamentos domésticos con un gran conjunto de artefactos en piedra, como cuchillos, raspadores, lascas y núcleos, todos sobre rocas de cuarzo o cuarcita (Martin - Asón, 2000). Se identifica una fase denominada Agreste, con grandes dibujos naif, donde los restos datados se obtienen aparentemente con fechas posteriores.
Los registros gráficos de la Tradición Nordeste se identifican fácilmente por la variedad de temas representados y por la riqueza de adornos y atributos que acompañan a las figuras humanas, donde se pueden observar conjuntos de figuras reconocibles con distinción de movimiento. Los abrigos rocosos, por demás muy parecidos en geomorfología a Chiribiquete, muestran escenas de lucha, caza, danza, rituales y sexo con gran riqueza de detalles e interpretaciones, además del uso de una técnica de trazado fino, pero a la vez firme y seguro (Martin - Asón, 2000). Según estas investigadoras, “… son conjuntos de figuras humanas que se pueden considerar ‘emblemáticos’ de la Tradición Nordeste. Como grafismos emblemáticos solemos encontrar dos figuras iguales, espalda contra espalda –en algunos casos se encuentran también de frente–, asociados a un símbolo en forma de venablo que, por convención, se ha denominado ‘tridígito’. También encontramos dos figuras humanas que parecen proteger o entregar a una menor. Estas escenas se repiten en abrigos separados por distancias de más de mil kilómetros. Por último, de forma análoga, se han considerado grafismos emblemáticos, lo que se ha interpretado como escenas ceremoniales de danza en torno de un árbol o bailarines enmascarados que llevan ramas en las manos. Estas escenas son típicas de la Tradición Nordeste.” (Martin - Asón, 2000: 68).
El estilo Versea Grande y estilo Capivara comparten muchos elementos comunes con la TCC, sin embargo las características específicas de las representaciones humanas y zoomorfas, la técnica del dibujo, permiten reconocer un estilo diferente. En este caso, las figuras son más redondeadas, los tocados de las cabezas difieren y no se observa, en ningún caso, cabezas en forma de “C”, (D9 y D10). ?
En Capivara se encuentra también un estilo, aparentemente paralelo a Varsea Grande, que se denomina el estilo Sierra Blanca, donde las figuras humanas y zoomorfas son esquematizadas, de forma muy rectangular y generalmente muy decoradas con geométricos en su interior (D11) (Martin-Asón 2000).
Estas investigadoras opinan que, en la región de la Serra da Capivara, en el SE de Piauí, hubo un denso núcleo de producción rupestre conocido como Tradición Nordeste, que irradió en varias direcciones, pero que también recibió injerencias de otros grupos llegados posteriormente, en un devenir de ida y vuelta enriquecedor (Martin y Dos Santos, 2017: 3). En este contexto se define una segunda subtradición de la Tradición Nordeste, de vital importancia para efectos de nuestra investigación, la denominada Subtradición Seridó, que muestra uno de los conjuntos más afines, estilística y tipológicamente hablando, a la Fase Ajaju de Colombia.
En Seridó, como en Chiribiquete, los conjuntos de figuras son generalmente reconocibles y las figuras humanas con cabeza en forma de “C” parecen estar siempre en movimiento, con un rasgo especial, pues generalmente el rostro está de perfil, como si estuvieran gritando (D12). Las escenas más frecuentes son de lucha –guerras (D14, D15), ostentación de armas (D13, D16), cacería (D12), danza y sexo–, hábilmente representadas con gran riqueza de detalles en los que se empleó una técnica de trazado pictórico fino, pero a la vez firme y seguro.
De acuerdo con Pessis (2013), uno de los elementos caracterizadores de la Subtradición son los grafismos llamados emblemáticos que, al igual que en otras regiones de la Tradición Nordeste, se han identificado como indicadores de una difusión de símbolos. No obstante, esta Subtradición comparte una serie importante de elementos emblemáticos como las escenas de ritos con árboles, las figuras humanas de frente y de espaldas, el empleo de posibles piraguas (canoas, con mástiles, velas y remos, D13), lo que indica un compartimiento de códigos pictóricos asociados (Martin y Asón, 2000). Comparativamente los dos conjuntos son estilísticamente idénticos, no obstante Seridó se caracteriza por la muy importante y explícita aparición de mujeres y niños, cabellos largos (dreadlock), representación de vagina con dos apéndices colgando (labios) o tipo lúnula.
Como ya se indicó, las manifestaciones rupestres de la STS se localizan igualmente en la Chapada Diamantina (D 17-D20), una región montañosa que recorre, de norte a sur, el interior del estado de Bahía, donde nacen los principales ríos de la región, especialmente en cabeceras de las cuencas de los ríos Paraguaçu, Jacuipe y Contas, que discurren por los municipios de Lençóis, Palmeiras, Andaraí y Mucugêy (Cunha, et al., 2010; Morales, 2002; Calderón, 1967, 1969 y 1970; Beltrão, 1994). En este caso, además de la Tradición Agreste, característica de este sitio, se localiza una gran cantidad de representaciones propias de la Subtradición Seridó. Es aquí donde se empiezan a observar elementos que también serán identificables en Perú y Chile, como la forma de las cabezas reptiloides y algunos objetos tipo raqueta en las manos, que parecerían una posible estilización de las mochilas (D21).
En Bolivia, Perú, Chile, Paraguay y Venezuela se observan conjuntos muy similares, no solo en cuanto a la representación de los rasgos humanos, muchos de ellos con la cabeza en forma de “C”. Las representaciones zoomorfas y en algunos casos, las fitomorfas son una continuidad evidente, así como lo son también los atributos y elementos articuladores que acompañan las representaciones y las escenas rituales y pictóricas. Las cavernas y murales de Tocantins y las cavernas de Rurópolis, en Pará, parecen mostrar un eje de conectividad entre la Amazonia colombiana y la Catinga y el Cerrado, por el eje nororiental. No obstante, el río Amazonas –y muy particularmente sus cabeceras andinas– parece ser otro eje de articulación y dispersión. Los detalles de algunos zoomorfos (aves, tortugas, venados y felinos) son ineludibles, como lo son los códigos conectores y de refrendación. Punteados lineales, manos estampadas, tridígitos, lúnulas simples, “racimos”, “rejas” y los biomorfos de patas extendidas parecen ser una constante al lado de propulsores y dardos. Lo más destacable es la iconografía emblemática de hombres tomados de la mano, de los hombros o encaramados sobre árboles y varas horizontales, como un atributo clave de las danzas rituales asociadas a árboles, soles, venados y otros vertebrados, incluidas ciertas aves y peces.
Comentarios finales del contexto Neotropical en Suramérica
Hemos realizado un recorrido largo y sintético por los principales sitios que, hasta el momento y con el conocimiento que se tiene hoy en día, pueden tener una relación más directa con el ámbito de la TCC, dando especial atención a sus afinidades respecto de la Fase Ajaju como punto de partida, y tratando de establecer cómo se logran estos procesos de disolvencia temática y estilística en las fases posteriores. Nos hemos concentrado en Suramérica y en las manifestaciones de arte rupestre más tempranas, de norte a sur, no solo pictografías sino también petrograbados.
Para nosotros es claro que estas expresiones en las rocas no necesariamente están relacionadas suficientemente con datos arqueológicos provenientes de excavaciones arqueológicas. Dadas las limitaciones de este documento, no entramos en detalles sobre aspectos metodológicos para no desviarnos de las asociaciones más amplias del contexto técnico, con el fin de ubicar al lector en el campo del estilo y la cronología. No obstante, es evidente que nuestra intención es asegurar una amplia definición del ámbito espacial y estilístico que incide en la iconografía rupestre, a partir de la mirada interna que tenemos de Chiribiquete. Sabemos que es un tema muy amplio y complejo; es probable que además se trate de una reflexión incipiente aún si de ella se busca sustentar una hipótesis concluyente.
En varios sitios de Suramérica, se observa que el papel de los enteógenos es fundamental dentro de las expresiones pictóricas asociadas a la TCC. Hemos encontrado registros de los mismos íconos de yajé y de yopo en varios sitios en Brasil, en contextos de propiciación de personas danzando o eventos espirituales de caza. Es singularmente sorprendente la alteración morfológica de las figuras humanas o zoomorfas, incluso de las propias plantas cuando se ven alusiones a plantas sagradas o a otro tipo de rituales de transformación y transmutación. Existe una clara tendencia a la fusión de imágenes anteriores, entre ellas, e incluso muchas escenas de cuerpos elongados, que levitan y se diluyen dentro de las escenas. La alusión a los bailes en línea asociados a vara o tronco (arriba, abajo y en la mitad), las manos estampadas, los flujos de energía aparecen por igual, pero lo más evidente es la geometrización y la codificación de imágenes en una infinidad de sitios y contextos que aumentan progresivamente respecto a las escenas figurativas y realistas.
Deliberadamente hemos dejado de lado referencias y observaciones sobre esta tradición en las Antillas Menores y Mayores, algunos países de Centroamérica y las relaciones que encontramos especialmente dentro de México y la frontera de los Estados Unidos, donde prevalecen elementos asociados sobre todo con la iconografía sagrada y felina, cuyo origen es especialmente amazónico. Esta falta de atención a las relaciones espaciales y de estilo con la región al norte de Suramérica no solo obedece a la limitación de tiempo y espacio en esta publicación, sino a que el autor sigue adelantando trabajo de campo para poder afinar más sus apreciaciones en este sentido. Otro aspecto que a propósito dejamos de atender suficientemente en este libro es el caso de Argentina. Allí es muy importante entender los movimientos migratorios de las poblaciones tempranas y tardías, entendiendo que podrían suministrar claves muy importantes sobre la forma como se correlacionan la Patagonia y los llanos riojanos.
Cuando se revisa todo el contexto de lo aquí comentado desde la perspectiva de Chiribiquete, parecería que, de sitio a sitio, y, de país a país, la iconografía es muy disímil. Sin embargo, una vez familiarizados con los códigos y los arreglos semióticos, es más que evidente que existen líneas conductoras que permiten la conectividad cosmogónica y el análisis de los signos que se requieren, no solo para ver la familiaridad de los motivos, sino el patrón arquetípico que va exponiéndose en esta relación que hemos estudiado con gran detenimiento a lo largo de muchos años en campo. Estas simetrías iconográficas se refuerzan cuando los contextos arqueológicos de los abrigos se van contextualizando con otros aspectos, por ejemplo, lingüísticos, etnográficos, geográficos y, especialmente, chamánicos, que permiten ir observando conectores identitarios y la relación y composición que afloran de lugar en lugar. Esto es posible dada la combinación de códigos que se van ensamblando con contenidos especiales, independientemente de la variable temporal. La constante siempre es el trazado “familiar” en el uso de los símbolos y códigos, hasta el punto de poder seguirles la pista. Encontrar registros de hombres tempranos que se pintaron a sí mismos como lo hicieron en Chiribiquete, con cierto nivel de permanencia estilística y tipológica que identifica a la Fase Ajaju, y que se relacionan a lo largo de mucho tiempo con iconografías y representaciones de su vida material y espiritual, resulta impactante. De igual modo, verlos en otros contextos por fuera de Chiribiquete, donde tiene uno la sensación de que están interactuando con elementos nuevos y contrastantes en multiplicidad de sitios y entornos biogeográficos y culturales espléndidamente representados a través de las pinturas o grabados, es muy estimulante para un arqueólogo.
Independientemente de si Chiribiquete es realmente el sitio más antiguo o no de esta tradición, llegar a comprender que existen diferentes facetas y expresiones en lugares diversos, donde se han podido observar las manifestaciones artísticas de estos hombres cazadores y guerreros en múltiples momentos de la transición Pleistoceno-Holoceno, es desconcertante. Se podría decir que están escribiendo y relatando su propia historia, con asombrosa consistencia de contenido ritual y espiritual. Poder captar este detalle por fuera de Chiribiquete, en lugares tan distantes en espacio y, quizá, también, en tiempo, resulta sugestivo así solo se detenga uno a pensar que, con la limitada información que poseemos, apenas se puede entender cómo se absorbieron y se incorporaron todos estos elementos. Quizá la única forma de lograrlo es demostrando que estos rasgos iconográficos que llamamos códigos, tenían un carácter sagrado. Fue este lo que los hizo perpetuarse y mantener su significado, ya no en la conciencia general sino, por el contrario, en la de unos pocos que tenían como misión conservar el conocimiento y la tradición de carácter espiritual.
Chiribiquete bien puede ser un sitio de origen o un receptor final de estas manifestaciones tempranas. Empero, de todos los sitios documentados aquí, solo Chiribiquete tiene un poco de todo lo descrito y es único en la forma como se plasmaron sus representaciones y en su uso desde épocas remotas hasta nuestros días. En la mayoría de los sitios que hemos descrito, ya se trate de murales o de piedras dispersas, se han observado representaciones que no son de carácter netamente ritual. Según las evidencias excavadas en muchos sitios que tienen representaciones pictóricas o grabadas (a veces las dos), hay entierros, campamentos y se ven secuencias culturales y estilos diferentes. En Chiribiquete, por el contrario, su carácter es exclusivamente sagrado.
De todos los contextos arqueológicos tempranos, la evidencia de influencia directa más cercana y notoria la encontramos en los restos antiguos de la región norte de Brasil. En este caso, la Fase Ajaju se observa claramente en la región de Seridó, en el sur del estado de Rio Grande del Norte (valle de los ríos Seridó, Carnaúba y Acauá), que es un área muy próxima a la desembocadura del río São Francisco, sobre el océano Atlántico. Al mismo tiempo, existen muchos lugares en la Chapada Diamantina, las cabeceras del río São Francisco en Minas Gerais y, sobremanera, en las expresiones de Tocantins; evidencias que seguramente logran remontar de ahí a la Chiquitania boliviana, donde también hemos documentado un importante conjunto de manifestaciones directamente relacionadas con la Fase Ajaju, incluso adentrándose hasta las altas cumbres andinas en la región de Potosí. Dado el contexto descrito y la afinidad notoria entre la TCC y la TND, a tal punto de entender que son una misma cosa, no resulta fácil asumir que Chiribiquete sea una subtradición (en este caso Seridó), y solo las nuevas fechas que se logren obtener, tanto en Brasil como en Colombia, nos permitirán relacionar mejor esta concomitancia –netamente metodológica–. En Brasil, la dispersión de rasgos afines a la Fase Ajaju se observa, de forma más evidente, en la región de Seridó, así como en las cabeceras y cuenca media de río São Francisco, en Minas Gerais. Este último sitio nos parece de gran trascendencia y su asociación con esqueletos muy tempranos es de tener en cuenta.
La influencia en Bolivia parece haber penetrado desde Brasil por el mismo entorno de sistemas afines al Cerrado y la Catinga, mientras que al Perú parece haber entrado directamente por las altas cabeceras de origen amazónico. De allí se extendería a la cumbre andina y a la costa. La ceja de selva parece haber jugado un papel fundamental, posiblemente siguiendo la cuenca de los ríos Madre de Dios y Marañón, hasta la región andina y el altiplano de Titicaca. Luego bajó progresivamente, con numerosos sincretismos, hasta las costas semidesérticas del Pacífico y remontó hacia el sur, por la costa, hasta el actual territorio chileno. Ambos horizontes se encuentran en territorio argentino, donde penetran elementos que son rápidamente absorbidos por un gran sincretismo de múltiples grupos propios de la región suramericana sobre el año 11.000 AP hasta el 5000 AP. Muchos de los elementos de estas tradiciones con fundamento chamánico, se mantienen aparentemente hasta el advenimiento de grupos tardíos, como la cultura de La Aguada (Argentina), que muestra elementos no solo de identidad felina sino, lo que es más importante, numerosos elementos y codificaciones que se plasman en su arte ritual y ontogénico, lo mismo que en Chavín de Huantar, donde múltiples ideas felinas se identifican notoriamente con conceptos, íconos y decoraciones de carácter chamánico.
El papel de Argentina y de la Patagonia deberá comprenderse mejor para establecer cómo logran influir en las épocas más tempranas dentro de estas tradiciones. Su influyente papel en Paraguay y Uruguay en épocas más tardías es evidente. Venezuela cumple un papel muy importante cuando esta TCC penetra desde el Orinoco, hacia el norte litoral y evidentemente traspasa a los ámbitos antillanos y centroamericanos.
Hoy pensamos que las diferentes tradiciones en Brasil y otros países comparten más elementos similares que diferentes. Y, aunque estas clasificaciones son muy importantes para identificar las especificidades estilísticas y ambientales del arte, no deja de sorprender que –independientemente de los rasgos culturales, étnicos, geográficos y espaciales de los diferentes grupos prehistóricos– dichos grupos compartieron una gran movilidad y aseguraron el mantenimiento de elementos comunes que los estudios regionales están demostrando. Hay intercambios y dispersión de íconos y elementos simbólicos y culturales muy afines en todo el Neotrópico, que deberán entenderse mejor dentro de un marco más amplio de lo que estamos acostumbrados en arqueología. Es evidente que, en los últimos 30 años, hemos visto un aporte fundamental en la exploración, caracterización y análisis de sitios arqueológicos con refrendación cronológica, y que el acceso a la información científica nos lleva hacia la comprensión de contextos más amplios y el desarrollo de nuevas hipótesis frente a nuestra historia continental. Estos aportes deberán intensificarse y Chiribiquete no es la excepción, si queremos entender mejor su significado.
Para entender las representaciones rupestres, no basta con determinar a qué tradición o filiación cultural corresponden, sino el significado y el sentido de las codificaciones sagradas que están tras lo aparente y que han conservado su coherencia en Chiribiquete y otros lugares de la región. Muchos de estos íconos sagrados se repiten una y otra vez, y todos fueron usados durante mucho tiempo, en muchos sitios a la vez, quizás a veces con significados secretos, pero a medida que se fueron extendiendo por el continente terminaron siendo reinterpretados desde diferentes elucidaciones y requerimientos culturales. Muchos de estos símbolos sagrados se han mantenido como arquetipos y, actualmente, algunos grupos que han encontrado estas señales y códigos en el camino, los han reinterpretado. Los códigos mantuvieron la idea ancestral –quizá siempre en cabeza del chamanismo– y el lenguaje codificado que no siempre fue compartido.
Lo más probable es que estos arquetipos no se hayan desarrollado en América, solo se revaluaron y se reinterpretaron por parte de los primeros hombres que llegaron a esta tierra. Quizás, el sentido y las expresiones de las representaciones que llegaron a América, por varias rutas migratorias, no sean tan monolíticas como creemos y, quizás, no todas llegaron por el norte como única vía y en el mismo momento. La verdadera tarea está en evaluar si podemos comprobar el legado de un origen diferente al asiático, tal como lo señala parte de la evidencia.
NOTAS
- 1. Algunos de los felinos del género Panthera –incluidos el jaguar y el leopardo– ocasionalmente muestran un pelaje y color oscuro de su piel, permitiendo un tipo de camuflaje especial, aunque la razón sea causada por una condición genética (mutación) conocida como MC1R?.
- 2. Varios sitios documentados en Brasil, como Lagoa Santa (MG) y Capivara (Pi), cuentan con fechas mucho más antiguas, aún no suficientemente aceptadas, pero que demuestran en múltiples casos el horizonte cronológico temprano del continente. En Capivara se tienen fechaciones con manchas de pintura en roca, posiblemente resultado de intervención artificial, de 23.000 años, aunque solo se reconozca la datación de las pinturas sobre las paredes de los murales fechados en 12.000 AP. Ver Guidón 1976 y 1989; Martin y Asón 2000, entre otros.
- 3. En términos de “región”, considerada en las áreas más significativas de acumulación de conjuntos rupestres del Nordeste sin la connotación política de las divisiones por estados. Ver Martin y Dos Santos (2017: 1-2).