- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Siglo XX. Los cerros límite oriental de la metropoli
Monserrate y Guadalupe envueltos en el aura infinita de una sola luz.
Calle 7a. hacia el oriente.
Las luces de la ciudad comienzan a encenderse. Vista desde el cerro norte de La Cumbrera.
Acueducto de Vitelma, desde el sur.
El cerro de Monserrate en sobrevuelo del barrio La Candelaria.
Los cerros como telón de fondo patrimonial.
De diversas formas la trama de la ciudad se apropia de los cerros: aquí el barrio Egipto.
Monserrate. Sobre el cielo se dibuja la silueta ondulante del cerro: paisaje patrimonial.
Sombras y reflejos producidos por el atardecer en el acueducto de Vitelma.
Boquerón entre Monserrate y Guadalupe, visto desde el páramo de Cruz Verde.
Panorámica hacia la ciudad, desde el páramo de Cruz Verde. Boquerón entre Monserrate y Guadalupe.
Vertiginosos caminos de las peregrinaciones hacia Monserrate.
Guadalupe, Monserrate y los bosques del acueducto, desde el suroriente.
Texto de: Centro de Investigacions de la Facultad de Arquitectura, CIFA.
Universidad de los Andes
La nueva ciudad: crecimiento urbano
Aunque desde su fundación los cerros orientales han marcado la historia de la ciudad, es durante el siglo XX cuando condicionan significativamente su desarrollo urbano al orientar y limitar el crecimiento y al quedar incluidos en la morfología de la ciudad, con la desviación de las calles del damero original y la generación de algunos de los espacios libres más significativos.
El cambio de la ciudad, que coincide con el nuevo siglo, se ve claramente en el paso de una estructura compacta, desarrollada a partir de la extensión del damero original al pie de las laderas de los cerros de Monserrate y Guadalupe, a un patrón nuevo, completamente distinto: el del barrio, unidad autónoma que surge aislada sobre el territorio, no necesariamente como continuidad del tejido tradicional. El crecimiento en este siglo es, por tanto, disperso sobre la sabana, entre los cerros y el río Bogotá, con una especial tendencia hacia el norte, empezando a conformar una estructura paralela a los cerros orientales, que desbordó rápidamente el espacio colonial y republicano.
La situación estratégica militar que dio origen a la fundación de Santafé todavía persistía en el desarrollo urbano de comienzos del siglo XX, ubicándose principalmente en la zona alta de la sabana, al pie de los cerros. Seguía siendo una necesidad el control del paisaje, mediante la ocupación de los mejores territorios, lo que desde muy temprano valorizó las zonas del piedemonte, ligeramente inclinadas, y despreció aquellos territorios planos o más empinados. Es un modelo de estratificación de la trama urbana que con sus constantes variaciones se definiría a lo largo de este siglo.
La evidente desproporción heredada del siglo anterior entre el alto crecimiento poblacional y el mínimo ensanche del casco urbano(51), empezó a enmendarse, produciendo un crecimiento acelerado. Entre los años de 1905 y 1912 la ciudad creció más de 1.5 veces, tres más de lo que había crecido durante todo el siglo anterior, llegando a tener en 1927 más de 1.100 hectáreas y 200.000 habitantes, con lo cual su densidad se redujo casi a la mitad, 172 habitantes por hectárea.
Pero el cambio no fue sólo acelerado sino distinto. Empezaron a aparecer nuevos barrios, unidos por vías a la ciudad tradicional, y a ocupar áreas hasta entonces no consideradas aptas para desarrollos urbanos, como los cerros orientales. Un ejemplo fue el barrio “Unión Obrera”, actual Perseverancia, uno de los primeros barrios de origen “formal” localizado sobre un territorio empinado en los cerros. En este barrio se estimuló además la autoconstrucción, que desde entonces empezó a proliferar en la ciudad. La aparición de barrios obreros y de bajos estratos en las laderas de los cerros orientales fue, sin embargo, objeto de lamentaciones por parte de la administración y de aquellos pocos que veían en los cerros un mayor potencial para el futuro.
El déficit de vivienda comenzó a sentirse en la ciudad, especialmente en los sectores populares. En el capítulo sobre desarrollo urbano en el siglo XX, de la Historia de Bogotá, Fabio Zambrano afirma que para la década de los veinte había en la ciudad 18 barrios obreros, en general en condiciones precarias, la mayoría sobre la falda de los cerros orientales, en el denominado “Paseo Bolívar”, que se extendía del Parque de la Independencia al Barrio Egipto.
Todos estos desarrollos urbanos para clase obrera, localizados en el terreno más inclinado de la ciudad, los cerros, carecían de servicios, de salubridad, de aguas, de alcantarillado, de aseo y de vigilancia, demostrando, una vez más, la falta de interés de la administración y de las clases pudientes por los sectores aledaños a los cerros y su ya tradicional tratamiento como “parte de atrás” de la ciudad.
Paralelo al crecimiento de la ciudad central y de sus “suburbios” marginales, continuaba el desarrollo de Chapinero, conjunto urbano que marcó definitivamente el destino de la estructura de la ciudad. Para el cambio de siglo, Chapinero contaba ya con los principales servicios públicos como agua, luz, transporte por tranvía de mulas y vigilancia. Era un barrio destinado a las clases sociales más altas de la ciudad, que mediante la construcción de casas-quintas sobre los predios de una antigua hacienda localizada a más de cuatro kilómetros de la ciudad existente, había iniciado la urbanización de los territorios más elevados de la sabana hacia el norte. Este desarrollo, que ocupó el pie del Cerro del Cable, haló pronto el crecimiento urbano, localizado en un principio sobre las actuales carreras 7ª y 13ª, vías que conformaron el límite de la sabana con los cerros. Para finales de los años veinte, Chapinero ya era un barrio consolidado que contaba con algunos equipamientos comerciales y escolares importantes, como el Gimnasio Moderno. Se había trazado, además, la Avenida de Chile, perpendicular a los cerros, que unía en ese entonces la carrera 13, con la carrera 7ª.
Por su parte, la naciente industria de la construcción empezó a desplazarse hacia el norte y sur de la ciudad tradicional. En 1909, en el sitio llamado “Siberia”, se fundó la fábrica de Cemento Samper, sobre la carretera del noroeste que une a Bogotá con Sopó. También por estos años surgió la zona alfarera del entonces denominado Barrio Colorado, al oriente de la carrera 7ª, entre calles 40 y 65, donde posteriormente se desarrollaron barrios como el Mariscal Sucre, el Paraíso y el Chapinero alto.
Con el incremento de la población se agudizaron las desigualdades entre los barrios de la clase alta y los de la clase obrera, desigualdades que se plasmaron en la localización de las clases pudientes al norte y las populares al sur, desde las primeras décadas de este siglo.
Desde comienzos del siglo se presentaron también diferencias entre intelectuales y profesionales con respecto a la administración, a la valoración de los cerros como lugar privilegiado y de grandes recursos. Las ideas que surgieron se verán plasmadas en proyectos planteados en las décadas siguientes, como fueron los de Brunner y Le Corbusier, curiosamente ambos extranjeros.
Dotación de servicios
En las primeras décadas del siglo, se realizaron algunas obras públicas en las afueras del casco urbano consolidado, que pretendieron dotar a la ciudad de los equipamientos básicos de una capital. Se construyó entonces el matadero y la Estación de la Sabana, ambos sobre la calle 13 hacia el occidente; se amplió el cementerio central y sobre las estribaciones de los cerros, al norte de la ciudad tradicional, se construyó el Panóptico –hoy Museo Nacional– y los parques Centenario y de la Independencia, conmemorativos de los 100 años de la República.
La situación de insalubridad de la ciudad era tan aguda en verano como en invierno, y las epidemias se repetían con frecuencia alarmante. El principal problema de Bogotá seguía siendo el abastecimiento de agua, que no sólo era insuficiente y contaminada sino que disminuía considerablemente por la tala indiscriminada de los cerros, pues “a pesar de la prodigalidad con que los yacimientos de carbón de piedra se hallan repartidos en toda la zona central de tierra colombiana, el combustible primitivo de los bosques puede hacer competencia victoriosa a la hulla industrial”(52).
Dentro de las pocas acciones de recuperación de los cerros y la salubridad pública, se destacan las emprendidas por el Acueducto, protagonista desde principios de siglo de la conservación de los recursos naturales de los cerros. En 1914, luego de varios intentos, el Municipio logró comprar el Acueducto y emprendió obras de ampliación, solicitando a la Academia Nacional de Medicina la colaboración para el saneamiento de las aguas. La Academia sugirió comprar las hoyas de los ríos vecinos e iniciar de inmediato los trabajos de reforestación, en vista de que la contaminación de las fuentes y la localización de sus nacimientos en predios privados, dificultaban el control sanitario. Sólo a finales de los veinte el municipio inició la compra de estos predios, casi 7.000 fanegadas, siendo los primeros los de las hoyas hidrográficas de los ríos San Francisco, San Agustín y San Cristóbal y las quebradas de Las Delicias y La Vieja. Las compras significaron el desalojo de más de 4.000 vecinos, número significativo para la época. Al tiempo con la compra de predios, se produjo un primer proceso de reforestación, se ubicaron en los cerros casetas proveedoras de cloro para purificar el agua y se estableció la necesidad de canalizar los ríos San Francisco y San Agustín.
Posteriormente, algunas compañías extranjeras estudiaron los problemas de agua de la ciudad y se optó por el río San Cristóbal como el más indicado para cubrir las nuevas necesidades. En 1923 se iniciaron los trabajos para el transporte de las aguas hacia la ciudad, que incluían los tanques de Vitelma, la tubería, los filtros y las plantas de purificación, todos de gran magnitud. Pocos años después, hacia finales de los treinta, ya se estaba pensando en nuevas soluciones para traer agua a Bogotá, esta vez desde el río Tunjuelito y mediante la construcción del embalse del Neusa. Otra de las obras importantes realizadas por la administración Municipal y el Acueducto durante las primeras décadas del siglo fue la canalización de los ríos San Francisco (hoy Avenida Jiménez) y San Agustín (hoy calle 6ª), terminada a finales de los treinta.
Para esta época, infortunadamente, la inseguridad que se había apoderado de la ciudad, amenazaba ahora los caminos que unían a Bogotá con su región, las propiedades rurales y la periferia urbana. Los caminos eran fortines de las bandas de asaltantes, y los cerros, desde luego, no escapaban a estos problemas. En el barrio Egipto, por ejemplo, la situación era tal que se llegó a impedir la entrada de la policía al sector. En las faldas de los cerros operaban bandas de malhechores y destiladores clandestinos de aguardiente. La inseguridad capitalina no es un fenómeno reciente.
Por esta época eran tradicionales los paseos a las afueras, en busca de zonas verdes cada vez más escasas en la ciudad. Estos paseos llevaban, entre otros, a Chapinero y a algunos altos más al norte y el occidente. También era común visitar las nuevas obras, como los tanques de Vitelma y San Diego, en los cerros.
Si la escasa planimetría existente sobre Bogotá en siglos anteriores hacía referencia a los cerros orientales, con el paso del tiempo la ciudad les dio la espalda no sólo en la realidad física y social, sino también en su representación. Los planos elaborados hasta la primera mitad del siglo XIX contrastan con el de Carlos Clavijo en 1894, donde la ciudad ha perdido casi por completo la referencia de los cerros. En el plano arreglado en 1910 por el ingeniero Alberto Borda se omiten los nombres de los cerros tutelares –Monserrate y Guadalupe– por prestar atención especial al desarrollo sobre la sabana. Aunque crónicas, artículos de prensa e informes oficiales digan lo contrario, esta representación desconoce los desarrollos urbanos localizados sobre los cerros.
En las imágenes fotográficas de comienzos de siglo y luego en las primeras aerofotografías de la ciudad, pueden verse los cerros como un marco natural, sin árboles y erosionado, sobre el cual se localiza gran parte de la industria extractiva de materiales para la construcción y los desarrollos urbanos más pobres. La visión que entonces tenían los bogotanos de los cerros como “despensa” y lugar de abastecimiento de agua y materiales, distaba mucho de la concepción de paisaje o reserva de recursos. En las crónicas de la época, sólo se mencionan los cerros en relación con problemas de falta de agua, desarrollos urbanos insalubres y peligro para la “ciudad baja”, nunca para resaltar sus excepcionales condiciones naturales. Los cerros eran parte de la ciudad en la medida en que proveían el agua de consumo y los materiales de construcción, no existía planeación sobre su futuro o el de sus recursos naturales básicos. Las referencias de la época sobre el potencial de los cerros son inexistentes.
La relación de la ciudad con los cerros en las primeras décadas del siglo fue similar a la del período anterior, pese a los desarrollos urbanos, revelando un claro desinterés administrativo y ciudadano por ellos. Los pocos programas de recuperación y conservación eran resultado de esfuerzos aislados, que no habían logrado generar una cultura de cambio en la relación de los habitantes con su entorno. La depredación continuó hasta bien entrado el siglo y sólo mucho más tarde se emprendió una decidida recuperación.
Notas
- Según los censos de la época la ciudad pasó de 203 hectáreas, en 1797, a 320 hectáreas en 1905, a pesar de haber quintuplicado su población, de 21.000 a 100.000 habitantes.
- Alberto Gutiérrez, 1912, citado en Martínez, Carlos. Ibid. 9, pág. 134.
#AmorPorColombia
Siglo XX. Los cerros límite oriental de la metropoli
Monserrate y Guadalupe envueltos en el aura infinita de una sola luz.
Calle 7a. hacia el oriente.
Las luces de la ciudad comienzan a encenderse. Vista desde el cerro norte de La Cumbrera.
Acueducto de Vitelma, desde el sur.
El cerro de Monserrate en sobrevuelo del barrio La Candelaria.
Los cerros como telón de fondo patrimonial.
De diversas formas la trama de la ciudad se apropia de los cerros: aquí el barrio Egipto.
Monserrate. Sobre el cielo se dibuja la silueta ondulante del cerro: paisaje patrimonial.
Sombras y reflejos producidos por el atardecer en el acueducto de Vitelma.
Boquerón entre Monserrate y Guadalupe, visto desde el páramo de Cruz Verde.
Panorámica hacia la ciudad, desde el páramo de Cruz Verde. Boquerón entre Monserrate y Guadalupe.
Vertiginosos caminos de las peregrinaciones hacia Monserrate.
Guadalupe, Monserrate y los bosques del acueducto, desde el suroriente.
Texto de: Centro de Investigacions de la Facultad de Arquitectura, CIFA.
Universidad de los Andes
La nueva ciudad: crecimiento urbano
Aunque desde su fundación los cerros orientales han marcado la historia de la ciudad, es durante el siglo XX cuando condicionan significativamente su desarrollo urbano al orientar y limitar el crecimiento y al quedar incluidos en la morfología de la ciudad, con la desviación de las calles del damero original y la generación de algunos de los espacios libres más significativos.
El cambio de la ciudad, que coincide con el nuevo siglo, se ve claramente en el paso de una estructura compacta, desarrollada a partir de la extensión del damero original al pie de las laderas de los cerros de Monserrate y Guadalupe, a un patrón nuevo, completamente distinto: el del barrio, unidad autónoma que surge aislada sobre el territorio, no necesariamente como continuidad del tejido tradicional. El crecimiento en este siglo es, por tanto, disperso sobre la sabana, entre los cerros y el río Bogotá, con una especial tendencia hacia el norte, empezando a conformar una estructura paralela a los cerros orientales, que desbordó rápidamente el espacio colonial y republicano.
La situación estratégica militar que dio origen a la fundación de Santafé todavía persistía en el desarrollo urbano de comienzos del siglo XX, ubicándose principalmente en la zona alta de la sabana, al pie de los cerros. Seguía siendo una necesidad el control del paisaje, mediante la ocupación de los mejores territorios, lo que desde muy temprano valorizó las zonas del piedemonte, ligeramente inclinadas, y despreció aquellos territorios planos o más empinados. Es un modelo de estratificación de la trama urbana que con sus constantes variaciones se definiría a lo largo de este siglo.
La evidente desproporción heredada del siglo anterior entre el alto crecimiento poblacional y el mínimo ensanche del casco urbano(51), empezó a enmendarse, produciendo un crecimiento acelerado. Entre los años de 1905 y 1912 la ciudad creció más de 1.5 veces, tres más de lo que había crecido durante todo el siglo anterior, llegando a tener en 1927 más de 1.100 hectáreas y 200.000 habitantes, con lo cual su densidad se redujo casi a la mitad, 172 habitantes por hectárea.
Pero el cambio no fue sólo acelerado sino distinto. Empezaron a aparecer nuevos barrios, unidos por vías a la ciudad tradicional, y a ocupar áreas hasta entonces no consideradas aptas para desarrollos urbanos, como los cerros orientales. Un ejemplo fue el barrio “Unión Obrera”, actual Perseverancia, uno de los primeros barrios de origen “formal” localizado sobre un territorio empinado en los cerros. En este barrio se estimuló además la autoconstrucción, que desde entonces empezó a proliferar en la ciudad. La aparición de barrios obreros y de bajos estratos en las laderas de los cerros orientales fue, sin embargo, objeto de lamentaciones por parte de la administración y de aquellos pocos que veían en los cerros un mayor potencial para el futuro.
El déficit de vivienda comenzó a sentirse en la ciudad, especialmente en los sectores populares. En el capítulo sobre desarrollo urbano en el siglo XX, de la Historia de Bogotá, Fabio Zambrano afirma que para la década de los veinte había en la ciudad 18 barrios obreros, en general en condiciones precarias, la mayoría sobre la falda de los cerros orientales, en el denominado “Paseo Bolívar”, que se extendía del Parque de la Independencia al Barrio Egipto.
Todos estos desarrollos urbanos para clase obrera, localizados en el terreno más inclinado de la ciudad, los cerros, carecían de servicios, de salubridad, de aguas, de alcantarillado, de aseo y de vigilancia, demostrando, una vez más, la falta de interés de la administración y de las clases pudientes por los sectores aledaños a los cerros y su ya tradicional tratamiento como “parte de atrás” de la ciudad.
Paralelo al crecimiento de la ciudad central y de sus “suburbios” marginales, continuaba el desarrollo de Chapinero, conjunto urbano que marcó definitivamente el destino de la estructura de la ciudad. Para el cambio de siglo, Chapinero contaba ya con los principales servicios públicos como agua, luz, transporte por tranvía de mulas y vigilancia. Era un barrio destinado a las clases sociales más altas de la ciudad, que mediante la construcción de casas-quintas sobre los predios de una antigua hacienda localizada a más de cuatro kilómetros de la ciudad existente, había iniciado la urbanización de los territorios más elevados de la sabana hacia el norte. Este desarrollo, que ocupó el pie del Cerro del Cable, haló pronto el crecimiento urbano, localizado en un principio sobre las actuales carreras 7ª y 13ª, vías que conformaron el límite de la sabana con los cerros. Para finales de los años veinte, Chapinero ya era un barrio consolidado que contaba con algunos equipamientos comerciales y escolares importantes, como el Gimnasio Moderno. Se había trazado, además, la Avenida de Chile, perpendicular a los cerros, que unía en ese entonces la carrera 13, con la carrera 7ª.
Por su parte, la naciente industria de la construcción empezó a desplazarse hacia el norte y sur de la ciudad tradicional. En 1909, en el sitio llamado “Siberia”, se fundó la fábrica de Cemento Samper, sobre la carretera del noroeste que une a Bogotá con Sopó. También por estos años surgió la zona alfarera del entonces denominado Barrio Colorado, al oriente de la carrera 7ª, entre calles 40 y 65, donde posteriormente se desarrollaron barrios como el Mariscal Sucre, el Paraíso y el Chapinero alto.
Con el incremento de la población se agudizaron las desigualdades entre los barrios de la clase alta y los de la clase obrera, desigualdades que se plasmaron en la localización de las clases pudientes al norte y las populares al sur, desde las primeras décadas de este siglo.
Desde comienzos del siglo se presentaron también diferencias entre intelectuales y profesionales con respecto a la administración, a la valoración de los cerros como lugar privilegiado y de grandes recursos. Las ideas que surgieron se verán plasmadas en proyectos planteados en las décadas siguientes, como fueron los de Brunner y Le Corbusier, curiosamente ambos extranjeros.
Dotación de servicios
En las primeras décadas del siglo, se realizaron algunas obras públicas en las afueras del casco urbano consolidado, que pretendieron dotar a la ciudad de los equipamientos básicos de una capital. Se construyó entonces el matadero y la Estación de la Sabana, ambos sobre la calle 13 hacia el occidente; se amplió el cementerio central y sobre las estribaciones de los cerros, al norte de la ciudad tradicional, se construyó el Panóptico –hoy Museo Nacional– y los parques Centenario y de la Independencia, conmemorativos de los 100 años de la República.
La situación de insalubridad de la ciudad era tan aguda en verano como en invierno, y las epidemias se repetían con frecuencia alarmante. El principal problema de Bogotá seguía siendo el abastecimiento de agua, que no sólo era insuficiente y contaminada sino que disminuía considerablemente por la tala indiscriminada de los cerros, pues “a pesar de la prodigalidad con que los yacimientos de carbón de piedra se hallan repartidos en toda la zona central de tierra colombiana, el combustible primitivo de los bosques puede hacer competencia victoriosa a la hulla industrial”(52).
Dentro de las pocas acciones de recuperación de los cerros y la salubridad pública, se destacan las emprendidas por el Acueducto, protagonista desde principios de siglo de la conservación de los recursos naturales de los cerros. En 1914, luego de varios intentos, el Municipio logró comprar el Acueducto y emprendió obras de ampliación, solicitando a la Academia Nacional de Medicina la colaboración para el saneamiento de las aguas. La Academia sugirió comprar las hoyas de los ríos vecinos e iniciar de inmediato los trabajos de reforestación, en vista de que la contaminación de las fuentes y la localización de sus nacimientos en predios privados, dificultaban el control sanitario. Sólo a finales de los veinte el municipio inició la compra de estos predios, casi 7.000 fanegadas, siendo los primeros los de las hoyas hidrográficas de los ríos San Francisco, San Agustín y San Cristóbal y las quebradas de Las Delicias y La Vieja. Las compras significaron el desalojo de más de 4.000 vecinos, número significativo para la época. Al tiempo con la compra de predios, se produjo un primer proceso de reforestación, se ubicaron en los cerros casetas proveedoras de cloro para purificar el agua y se estableció la necesidad de canalizar los ríos San Francisco y San Agustín.
Posteriormente, algunas compañías extranjeras estudiaron los problemas de agua de la ciudad y se optó por el río San Cristóbal como el más indicado para cubrir las nuevas necesidades. En 1923 se iniciaron los trabajos para el transporte de las aguas hacia la ciudad, que incluían los tanques de Vitelma, la tubería, los filtros y las plantas de purificación, todos de gran magnitud. Pocos años después, hacia finales de los treinta, ya se estaba pensando en nuevas soluciones para traer agua a Bogotá, esta vez desde el río Tunjuelito y mediante la construcción del embalse del Neusa. Otra de las obras importantes realizadas por la administración Municipal y el Acueducto durante las primeras décadas del siglo fue la canalización de los ríos San Francisco (hoy Avenida Jiménez) y San Agustín (hoy calle 6ª), terminada a finales de los treinta.
Para esta época, infortunadamente, la inseguridad que se había apoderado de la ciudad, amenazaba ahora los caminos que unían a Bogotá con su región, las propiedades rurales y la periferia urbana. Los caminos eran fortines de las bandas de asaltantes, y los cerros, desde luego, no escapaban a estos problemas. En el barrio Egipto, por ejemplo, la situación era tal que se llegó a impedir la entrada de la policía al sector. En las faldas de los cerros operaban bandas de malhechores y destiladores clandestinos de aguardiente. La inseguridad capitalina no es un fenómeno reciente.
Por esta época eran tradicionales los paseos a las afueras, en busca de zonas verdes cada vez más escasas en la ciudad. Estos paseos llevaban, entre otros, a Chapinero y a algunos altos más al norte y el occidente. También era común visitar las nuevas obras, como los tanques de Vitelma y San Diego, en los cerros.
Si la escasa planimetría existente sobre Bogotá en siglos anteriores hacía referencia a los cerros orientales, con el paso del tiempo la ciudad les dio la espalda no sólo en la realidad física y social, sino también en su representación. Los planos elaborados hasta la primera mitad del siglo XIX contrastan con el de Carlos Clavijo en 1894, donde la ciudad ha perdido casi por completo la referencia de los cerros. En el plano arreglado en 1910 por el ingeniero Alberto Borda se omiten los nombres de los cerros tutelares –Monserrate y Guadalupe– por prestar atención especial al desarrollo sobre la sabana. Aunque crónicas, artículos de prensa e informes oficiales digan lo contrario, esta representación desconoce los desarrollos urbanos localizados sobre los cerros.
En las imágenes fotográficas de comienzos de siglo y luego en las primeras aerofotografías de la ciudad, pueden verse los cerros como un marco natural, sin árboles y erosionado, sobre el cual se localiza gran parte de la industria extractiva de materiales para la construcción y los desarrollos urbanos más pobres. La visión que entonces tenían los bogotanos de los cerros como “despensa” y lugar de abastecimiento de agua y materiales, distaba mucho de la concepción de paisaje o reserva de recursos. En las crónicas de la época, sólo se mencionan los cerros en relación con problemas de falta de agua, desarrollos urbanos insalubres y peligro para la “ciudad baja”, nunca para resaltar sus excepcionales condiciones naturales. Los cerros eran parte de la ciudad en la medida en que proveían el agua de consumo y los materiales de construcción, no existía planeación sobre su futuro o el de sus recursos naturales básicos. Las referencias de la época sobre el potencial de los cerros son inexistentes.
La relación de la ciudad con los cerros en las primeras décadas del siglo fue similar a la del período anterior, pese a los desarrollos urbanos, revelando un claro desinterés administrativo y ciudadano por ellos. Los pocos programas de recuperación y conservación eran resultado de esfuerzos aislados, que no habían logrado generar una cultura de cambio en la relación de los habitantes con su entorno. La depredación continuó hasta bien entrado el siglo y sólo mucho más tarde se emprendió una decidida recuperación.
Notas
- Según los censos de la época la ciudad pasó de 203 hectáreas, en 1797, a 320 hectáreas en 1905, a pesar de haber quintuplicado su población, de 21.000 a 100.000 habitantes.
- Alberto Gutiérrez, 1912, citado en Martínez, Carlos. Ibid. 9, pág. 134.