- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
La Planeación de la Ciudad

Cerro del Cable, a la altura de la calle 40.
Los cerros de Monserrate y Guadalupe sirven como gran telón de fondo al Centro Internacional de Bogotá.
Los cerros proveen una
gran variedad de flores que los niños del campo recogen para vender a los habitantes de la ciudad.
Mochuelo alto, valle del Tunjuelo y relleno de Doña Juana.
Área de reforestación con pino en el Páramo del Verjón.
Con el uso del arado, algunas zonas de bosque nativo, detrás de los cerros orientales, se convierten primero en áreas de cultivo y luego de pastoreo.
Virgen patrona de los cerros, a la altura de la calle 116.
Cabalgata detrás de los cerros, en la vía La Calera- Mundo Nuevo.
Con el uso del arado, algunas zonas de bosque nativo, detrás de los cerros orientales, se convierten primero en áreas de cultivo y luego de pastoreo.
Vista hacia el oriente desde Pasquilla, en el valle del río Teusacá.
En el horizonte se insinúan formas raras y desconocidas y en lo alto los árboles exhiben signos ignorados.
La ciudad se extiende hacia al occidente por la calle 80, como se divisa desde los cerros.
Los cerros dominan toda la ciudad. Vista desde el norte de La Cumbrera.
Área de reforestación con pino, en el valle del Teusacá.
Montañismo en El Hoyo, detrás de los cerros, en cercanías del río Teusacá.
Parque Museo del Páramo.
El afán de vivienda desafía normas y dificultades de construcción sobre terrenos empinados.
Centro de la ciudad, desde Monserrate.
No en toda el área de los cerros puede obtenerse este tipo de imágenes. Muchas han sido reemplazadas por cultivos de papa, transformando el sistema ecológico del lugar.
El teleférico que lleva los visitantes a la cima de Monserrate se desplaza sobre bosques de eucalipto.
La peregrinación dominical a Monserrate. Tradición inextinguible.
Los cerros, a la altura de la calle 78.
Centro de la ciudad desde el suroeste, a la altura del Hospital San José.
Salida hacia los Llanos Orientales, sobre los cerros del sur.
Sector de los cerros, a la altura del barrio Rosales.
El rojo carro del funicular, que también conduce a las alturas del cerro, se aproxima a la estación.
Una luz madura y dulce ilumina oblicuamente la ciudad y sus cerros.
El sector de la calle 39, con el Parque Nacional y los cerros al fondo.
Paseo del Viacrucis, en la vía a Monserrate, con los bosques del acueducto al fondo.
Mirador desde Monserrate.
El cerro de Guadalupe , visto desde la vía a Choachí.
Los cerros vistos desde el Cementerio Central de la ciudad.
Desarrollo de la ciudad sobre los cerros del suroriente.
Los cerros en el sector comprendido entre las calles 53 y 72.
La ciudad se extiende hacia al occidente por la calle 80, como se divisa desde los cerros.
La indómita belleza del territorio del Alto de Patios, desde los cerros orientales hacia el oriente.
Barrio El Pesebre, sobre los cerros al sur de la ciudad.
Acceso a la Avenida Circunvalar por la calle 92.
Los cerros y sus bosques, a la altura de la calle 72.
Barrio de La Candelaria, con Monserrate al fondo.
Desarrollos urbanos sobre los cerros, al sur de la ciudad.
Bogotá desde Miravalles. Una mirada hacia el sur a través de cultivos que destruyen el bosque nativo.
Los cerros y sus bosques a la altura de la calle 72.
Vista al sur desde Miravalles, detrás de los cerros orientales. Un cielo veteado y un cono de luces centellante, transformado por alguna mágica acción de la naturaleza.
Chapinero, el Centro Internacional y el sur de la ciudad, vistos desde Miravalles.
Los cerros en el sector comprendido entre las calles 92 y 70. En el tránsito del crepúsculo surgen islotes de sol, reflejos luminosos, sombras.
Cerro de La Aguadora.
Centro, Avenida Circunvalar y Tanque del Silencio sobre el Parque Nacional.
Parque Nacional.
Desarrollo de la ciudad sobre los cerros del suroriente.
Los cerros de Suba, desde un jardín en los cerros orientales.
Por todas partes la yerba se desborda bañada por la lluvia; al secarla el sol la vuelve perfumada.
Cumbrera boscosa a la altura de la calle 74.
Agosto, el mes de las cometas, en la avenida circunvalar.
Mirador de la iglesia de La Peña.
Devoción de los peregrinos que suben al cerro de Guadalupe.
Aspecto de la ciudad desde los bosques en los cerros, a la altura de la calle 100.
Los cerros desde el barrio de conservación de La Merced.
Edificio de la Universidad de los Andes. Al fondo el cerro de Monserrate.
Paisaje al oriente, desde la iglesia de Monserrate.
Mirador de Monserrate, sobre el centro de la ciudad.
Ciclismo en la vía a La Calera.
Sobre los cerros, a la altura de la calle 94, el Seminario Mayor de Bogotá.
Los cerros desde la Plaza de Bolívar, con el campanario de la cúpula de la iglesia de San Ignacio en primer plano.
Todos los años el 6 de agosto la ciudad celebra su cumpleaños en la Plaza de Bolívar, enmarcada por la Catedral y la capilla del Sagrario y con los cerros como telón de fondo.
El afán de vivienda desafía normas y dificultades de construcción sobre terrenos empinados.
Desarrollo de la ciudad sobre los cerros del suroriente.
Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.
Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.
Iglesia e imagen de la Virgen de Guadalupe, vistas hacia el suroriente.
Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.
Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.
Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.
Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.
Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.
Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.
Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.
Country Club de Bogotá, al norte de la ciudad, con los cerros al fondo.
Avenida 68, Barrio Vizcaya, Escuela Militar y cerros al fondo.
Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.
Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.
Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.
Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.
La ciudad se ha ido desplazando por detrás de los cerros, sobre el valle de La Calera y del río Teusacá, que forma la represa de San Rafael.
Áreas de invasión y urbanización desordenada sobre los cerros orientales.
Iglesia de La Peña, sobre los cerros orientales.
Doble arco iris sobre los cerros al atardecer: la magia renovadora de la naturaleza.
Peregrinación dominical a Guadalupe.
Excursión por los cerros orientales.
Comienza el eclipse sobre Monserrate. Una luna que parecería no pertenecer al presente sino al pasado y que reaparece milagrosamente.
En medio de la oscuridad nocturna que todo lo devora, la luna expande una luz intensa sobre el barrio de La Candelaria y el cerro de Guadalupe.
Al anochecer las áreas ocupadas de los cerros semejan un tupido e iluminado pesebre urbano.
Al anochecer las áreas ocupadas de los cerros semejan un tupido e iluminado pesebre urbano.
Amanecer sobre los cerros. Nada se interpone entre la luz del sol y la ciudad.
Arriba, Bosque nativo a la altura de la calle 190.
Herida de Cantera en el cerro primario.
Desarrollo sobre los cerros, al sur de la ciudad. Botadero de Doña Juana.
Tanto al entrar como al salir de la ciudad los cerros definen el espacio y son el distintivo de la misma. Fatigada la capital mira su relieve.
Ciclista en La Floresta de la Sabana.
Las áreas de páramo y bosque nativo de los cerros han ido siendo sustituidas por áreas de cultivo, pastoreo y bosques exóticos.
Las áreas de páramo y bosque nativo de los cerros han ido siendo sustituidas por áreas de cultivo, pastoreo y bosques exóticos.
Represa de La Regadera. Instantes suspendidos en la conjunción intemporal de la geografía y el espíritu.
Texto de: Centro de Investigacions de la Facultad de Arquitectura, CIFA.
Universidad de los Andes
Actitud decidida
Durante los siglos XVIII y XIX las ciudades se ahogaron entre sus murallas. Los jardines y espacios libres privados se redujeron al máximo, por lo cual se empezaron a construir paseos en la periferia y a determinar zonas de parques para esparcimiento de los habitantes. Dentro de estas extensiones de la ciudad tienen especial importancia los grandes parques urbanos y las áreas de reserva ambiental, que buscaban proteger los recursos naturales básicos.
Mientras en otras ciudades del continente, para comienzos de este siglo, ya se habían emprendido intervenciones acordes con el naciente urbanismo que pugnaba por un nuevo trazado urbano con grandes avenidas y parques, en Bogotá apenas empezaba la discusión de reformas que permitieran mejorar el ambiente. Y aunque desde algunos años antes había empezado la preocupación por dotarla de infraestructura y equipamientos básicos y por definir instrumentos e instituciones para controlar su desarrollo, administración y prestación de servicios, y poco tiempo después para su ordenamiento, esto sólo adquiere relevancia hacia finales de los veinte.
Lo que existía en la ciudad hasta entonces era una formalización de un cierto “saber hacer” tradicional, basado en la ciudad más “ordenada”, que incluía los procedimientos por seguir cuando se quisiera urbanizar nuevos suelos, sin prever ningún tipo de ciudad hacia el futuro. Este sistema dejó de operar en la medida en que en la ciudad se generaron nuevas formas de crecimiento y ya las normas existentes no eran suficientes(53).
A mediados de los años veinte, y bajo la dirección del ingeniero Enrique Uribe Ramírez, se elaboró el “Plano de Bogotá Futuro”(54), con base en estudios anteriores realizados por los estudiantes de la Escuela de Ingeniería y por la Casa Pearson, vinculada desde años atrás a la administración de la ciudad. Este plano permitiría desarrollar de forma planificada la ciudad en una extensión de 15 kilómetros, llegando por el costado norte hasta Usaquén, por el sur hasta el barrio San Cristóbal y teniendo como límite a todo lo largo de la ciudad los cerros orientales(55).
El plano era una extensa prolongación de la retícula en damero, en dirección norte - sur, a la que se superponía otra retícula de mayores dimensiones y girada a 45 grados, sobre la que se localizarían los equipamientos colectivos; este desarrollo proponía la incorporación de las áreas urbanas desarticuladas, tales como Chapinero, a una estructura urbana generada a partir de la ciudad tradicional.
Con este Plano de Bogotá Futuro se concretó una alternativa a la ineficiencia de los instrumentos tradicionales para incluir en la ciudad las urbanizaciones dispersas por el territorio y los elementos geográficos que la rodeaban, ya que introdujo el límite como figura urbana, lo cual implica, además del control de la forma urbana, la protección del suelo que rodea la ciudad. La idea que se tenía de la ciudad en el momento de la aprobación de esta propuesta por parte del Concejo de Bogotá, era la de una capital que multiplicaría varias veces su área en poco tiempo, por lo que debía planificarse y diseñarse de forma diferente a como se venía haciendo. El Plano de Bogotá Futuro, sin embargo, no tuvo la relevancia que se merecía y tan sólo quedó implícito en el desarrollo de algunos barrios aislados.
A finales de los veinte llegó a Bogotá el arquitecto austríaco Karl Brunner, quien propuso nuevos conceptos urbanos para la ciudad, entre ellos una nueva relación con su entorno natural. En 1929 Brunner fue nombrado director del Departamento de Urbanismo, iniciándose con ello una etapa profesional dentro de este campo en la ciudad. La obra de Brunner no se basó en un plano de la ciudad que marcara las directrices generales de desarrollo, como en su momento lo hizo Bogotá Futuro. Los proyectos urbanos de Brunner eran fragmentos de ciudad que se pegaban a lo que ya existía, proponiendo, mediante intervenciones en los alrededores, consolidar el área central y su relación con el entorno construido y natural. Se incluyen en estas obras los barrios Santafé, Luna Park, Ciudad Jardín del sur, Centenario, Bosque Izquierdo, el Parque Nacional y las propuestas para la recuperación y diseño del Paseo Bolívar. Todas estas intervenciones promovían, en realidad, una integración entre la ciudad y la naturaleza, generando una calidad ambiental que Brunner consideraba como esencia de la urbanización.
Durante este período aparecieron numerosos barrios, que consolidaron el ensanche que nunca había tenido la ciudad. En el plano de la ciudad para la promoción del barrio Teusaquillo en 1933, se pueden ver las obras con que Brunner “tejió” un ensanche, uniéndose a barrios que aún permanecían aislados. Se ve también que sobre los cerros no hay ocupaciones nuevas hacia el norte, excepto un incipiente desarrollo sobre Chapinero alto, en contraste con el sur donde se observa un fuerte incremento de barrios localizados en las estribaciones de la carretera de oriente. Por último, llama la atención la forma como están dibujados los cerros en este plano, donde sólo se incluyen Monserrate y Guadalupe y se excluye el resto, pese a la dimensión de la ciudad y a su localización paralela al piedemonte.
Para los años treinta, los terrenos localizados sobre los cerros en la periferia urbana, en especial hacia el norte, estaban abandonados por la administración, con excepción de Monserrate donde se observa la construcción del funicular y algunas áreas reforestadas. En aerofotografías de los años 1938 a 1950 se aprecian numerosas canteras, chircales y galpones para el procesamiento de materiales en amplias áreas de los cerros limítrofes a la ciudad.
En 1944, como otro paso en el intento por dotar de un norte a la ciudad, la administración adoptó el Plan de Ordenamiento de Bogotá, denominado Soto-Bateman, que se constituyó en el primer instrumento concreto de planificación urbana. Este plan introdujo el concepto de zonificación, concibiendo por primera vez el espacio público a escala de la ciudad al introducir la Zona de Reserva de Áreas Verdes, donde se incluían los cerros orientales. Este fue el primer instrumento que tuvo la ciudad para la protección de sus áreas de reserva ambiental.
Zonas verdes
Durante la administración del presidente Olaya Herrera empezó a hacerse realidad el proyecto de un gran parque para Bogotá, que para entonces no contaba con un espacio verde de características y dimensiones urbanas. El lugar escogido fue el oriente de la carrera 7ª y hacia el sur del río Arzobispo, entre calles 35 y 39. Aunque no hay certeza absoluta, parece ser que el diseño del parque, inaugurado en 1933, fue obra de los arquitectos Karl Brunner y Pablo de la Cruz. En este diseño se ve, por primera vez en la historia de la ciudad, la intención de integrar la estructura urbana a los cerros y a sus cuerpos de agua. El sector oriental del parque fue concebido como pulmón para la ciudad, por lo que, desde el primer momento, su impacto ambiental lo convirtió en germen de la recuperación de los recursos naturales de los cerros.
Paralelamente se construyeron otros dos parques de origen privado: el Luna Park, al sur, que desapareció debido al desarrollo urbano, y el parque hoy llamado Gaitán Cortés, que aún existe en el suroriente de la ciudad. Esto muestra el interés de la administración por incorporar al desarrollo urbano zonas verdes de su periferia, como había ocurrido en las ciudades europeas durante siglos anteriores. Producto de estas ideas reformadoras, en 1935 se empezaron a planificar las obras para el cuarto centenario de la ciudad, entre las que se destacó la exposición internacional del Parque de la Independencia, límite oriental de la ciudad tradicional y refuerzo del nuevo concepto de entendimiento de los cerros como potencialidad generadora de espacios públicos y recreativos. Las obras para la exposición internacional de 1938 fueron un acierto del que, con la ampliación de la Calle 26 en los años sesenta, sólo quedan fotografías y crónicas, al igual que sucedió con el Parque Centenario.
En 1938 se construyó la carretera que une a Bogotá con La Calera, pavimentada sólo en los años setenta. Este mismo año, siendo alcalde Jorge Eliécer Gaitán, se construyó la Media Torta, con una donación de la colonia británica. De estos años son también los primeros programas de reforestación de cierta envergadura, como los realizados en las laderas de los cerros de Guadalupe y Monserrate y en las estribaciones del naciente Parque Nacional.
En 1948, con motivo de la Conferencia Panamericana, se realizaron varias obras públicas y se construyeron algunos inmuebles, como las Residencias El Nogal, en el borde de los cerros, sobre la carrera 7ª con la calle 77, y el célebre restaurante “El Venado de Oro”, famoso durante varias décadas, hoy convertido en la Clínica Roosevelt, localizado sobre los cerros de la ciudad, cerca de la carretera que conduce a Choachí.
En este período convivieron dos actitudes contradictorias con respecto a los cerros por parte de los habitantes y la administración de la ciudad. Por una parte, la estructura urbana continuó en su crecimiento, explotando y deteriorando los recursos naturales y mineros de los cerros sin consideración alguna, desarrollando nuevos barrios sobre sectores de topografía empinada y marcando claramente la estratificación norte-sur, esbozada en décadas anteriores. Los habitantes de la ciudad no emprendieron ninguna acción significativa de recuperación(56); por el contrario, siguieron valorando más los suelos planos hacia la sabana, así muchos de ellos no tuviesen condiciones mínimas para la urbanización. Por otra parte, aunque sin continuidad alguna, los planes, programas y proyectos de la administración empezaron a contemplar los cerros como parte de la ciudad y a darse cuenta de la inminente necesidad de establecer puntos de conexión entre la trama urbana y este espacio natural.
En lo referente a tradiciones, fiestas populares y paseos sobre el área de los cerros orientales, sólo existían los relacionados con el culto a los santuarios de Monserrate y Guadalupe, que eran también utilizados como miradores urbanos, desde donde “se puede ver a la perfección la ciudad”, recalcando de nuevo su ya tradicional exclusión de la misma.
“Para tener la mejor vista panorámica de Bogotá, de la Sabana y también hacia las montañas al oriente, hay que subir a una de las capillas que coronan las cimas gemelas de Guadalupe y Monserrate”, comentaba en 1904 Petre Lorraine, según lo cita Carlos Martínez.
Los terremotos de 1917 en Bogotá produjeron destrozos considerables en numerosos inmuebles y destruyeron una vez más la ermita localizada sobre el cerro de Guadalupe, que nunca volvió a ser reconstruida. Como suele suceder, el sismo dio origen a numerosas leyendas. Hacia finales del mismo año se produjo un incendio forestal de gran magnitud en la falda del cerro de Monserrate, lo que condujo al convencimiento popular de que este cerro tutelar era en realidad un volcán que pronto haría erupción y destruiría la ciudad.
En 1929 se inauguró la estación del funicular a Monserrate –el teleférico sólo llegaría en el año de 1955. Por esas décadas su iglesia era visitada por numerosos creyentes, en especial durante el mes de diciembre cuando los estudiantes de la ciudad organizaban animados paseos dominicales. Desde años atrás Monserrate se había convertido en un lugar tradicional para el folclor y los usos populares que, en domingos y festivos, convertían el camino al santuario en una mezcla de devoción y diversiones de diferente índole. Esto es los que en 1935 escribió un cronista: “El milagro comienza en la plazoleta donde todo es inocente y todo ríe. Se ve en los puestos de traficantes de reliquias. En las ventas de caldos de gallina y chocolates. En el bullicio de todas las gentes que sienten en lo íntimo la satisfacción indiscreta de sentirse muy arriba, sobre el cerro más grande de la ciudad, cerca del Señor, libres de rencores, mientras abajo la rutina y el prejuicio trajinan y perseveran”(57).
La idea de una ciudad moderna. Reconocimiento de los cerros como paisaje
Los problemas de la ciudad se hicieron más complejos con el tiempo, por lo que hubo necesidad de buscar soluciones diferentes a las aplicadas hasta entonces. Las intervenciones condujeron a la modernización de las infraestructuras y servicios y a la introducción de ideas provenientes del denominado urbanismo moderno, que propugnaba, entre otras cosas, el establecimiento de una nueva relación de lo urbano con su entorno natural.
La situación de los cerros mostraba también el gran desarrollo de la ciudad. Como se ve en los testimonios aerofotográficos, que cubren desde finales de los años cuarenta hasta mediados de los cincuenta, para entonces se habían desarrollado varios equipamientos como la Escuela de Caballería, en la calle 100 arriba de la carrera 7ª; el Seminario Mayor, en la calle 94 también con la carrera 7ª; el Colegio San Bartolomé en la calle 34, al lado del Parque Nacional; la Universidad de los Andes, en la calle 19; y varias parcelaciones para vivienda sobre la carretera a oriente. Se aprecian también numerosas canteras sobre el área de Usaquén (hoy barrio Delicias del Carmen), la calle 170 (hoy barrio Santa Cecilia), el camino a La Calera, un nuevo camino de subida al cerro de la Teta, construido con motivo de la localización de las antenas de comunicación, y el camino al Guavio. Varias zonas, como la quebrada de La Vieja, continúan siendo víctimas de la deforestación.
Para 1945 parte importante de la población de Bogotá vivía en situación precaria, y numerosas viviendas, muchas ubicadas en los cerros, carecían de servicios e infraestructura. Esta situación obligó a una planificación de la ciudad hacia el futuro, mediante un plan regulador, figura que tenía por objeto organizar la expansión física que para entonces era caótica. La figura del plan regulador estaba incluida entonces en la legislación nacional como una obligación para las ciudades(58).
Para 1946 la población llegó a 500.000 habitantes. En 1947, aprovechando la obligación constitucional de realizar un plan, viene por primera vez a Bogotá el máximo exponente de la arquitectura y el urbanismo moderno, Le Corbusier, quien se encargó de la elaboración del Plan Piloto para la ciudad, adoptado en 1951, cuando la expansión de la ciudad seguía siendo incontrolable. El esfuerzo que implicó la traída de Le Corbusier a Bogotá por parte de la administración, demuestra una actitud decidida por establecer una estrategia de gran escala para el problema urbano y, por primera vez, para las relaciones de la ciudad con la región que la rodea.
La visión inicial que Le Corbusier tuvo de la ciudad en su primera visita, queda resumida en el siguiente aparte de sus escritos de viaje: “¡Visto desde Monserrate a 3.000 m es el más extravagante de los destinos! ¿Por qué una ciudad aquí, por qué una gran ciudad? Pues porque es una capital. Fue una capital en el corazón de las Américas. Tan en medio de los Andes, como en el centro, o como en la periferia al borde del mar. Capital = fortín del poderío del sello real (Madrid), tesoro que debe ser protegido de las eventualidades”.(59)
El Plan Piloto sería el punto de partida para la elaboración de un Plan Regulador, ya que sentaba las bases para el crecimiento y desarrollo de la ciudad y para articularla dentro de un sistema regional natural y de abastecimiento. El Plan estableció un perímetro urbano por fuera del cual se prohibía cualquier tipo de urbanización, zonificó la ciudad y fijó áreas de importancia ambiental, entre las que se encontraban los cerros orientales. Propuso contener la extensión de la ciudad, ordenar su crecimiento con zonas de uso único (vivienda en las periferias norte y sur) y densidades decrecientes hacia la periferia, manteniendo lo que entonces se consideraba “natural”, es decir, que la ocupación de la franja del borde de la sabana contra los cerros debería ser con vivienda, por contar con “las mejores condiciones de orientación, vistas, régimen de vientos y conexiones viarias”(60).
El plan traducía los principios del movimiento moderno en cuatro escalas, en las que se destacaba la regional, cuya premisa era la de prever un futuro equilibrado para la ciudad dentro del sistema regional; y la sabana, que no coincidió plenamente con las ideas de los gobernantes del momento, razón por la cual las relaciones de la ciudad con los recursos naturales del entorno quedaron a la deriva. “En todas partes reinarán el espíritu de la ciudad, la escala humana, la diversidad y la unidad. Se desarrollará así una verdadera sinfonía arquitectural y paisajística. La montaña servirá de fondo a la composición”(61).
Dentro del sistema ambiental y de articulación con la región, el plan contemplaba el manejo de los cerros y las rondas de los ríos; proponía, por medio de las rondas de quebradas y ríos, conectar el sistema montañoso del oriente de la ciudad con el río Bogotá, al cual le daba la definición de “parque lineal”. Con el Plan Piloto y el Plan Regulador, elaborado por Wienner y Sert, se buscó una nueva relación de la ciudad con la región y en particular con los cerros. Se propuso entonces su valoración como la gran reserva ambiental de la ciudad, parte de todo un sistema general, y como patrimonio de los bogotanos. En los dibujos y apuntes de Le Corbusier es constante su idea de los cerros como telón de fondo, como paisaje cultural de la ciudad.
A partir del Plan Piloto se oficializó en la ciudad el perímetro urbano y el trazado del plan vial, que se convirtieron en medio para concretar una política de objetivos generales sobre la forma de la ciudad. El Plan estableció elementos que pasaron a cumplir el papel de potenciales organizadores de la forma urbana, entre ellos la forma lineal, las vías y los accidentes geográficos, como las escorrentías, los ríos, los pantanos y los cerros. El concepto de límite, esbozado por el Plano de Bogotá Futuro, se convirtió en uno de los principales ordenadores de la forma urbana. Pese a las recomendaciones, el manejo de los cerros quedó relegado a barrera para el crecimiento de la ciudad, mediante la simple imposición de una cota de servicios y la generación de vías periféricas. Esto llevó a que durante esta década las únicas acciones adelantadas para la recuperación de los cerros se sucedieran sin ninguna articulación entre sí, como los programas de reforestación, realizados por lo general con especies importadas, como pino y urapán.
La llegada del régimen militar al país (1953-1957) no permitió adoptar el Plan Regulador, tan sólo se retomaron parcialmente algunas recomendaciones, a manera de proyectos aislados. Las obras más relevantes de dicho régimen en Bogotá, sobre todo en barrios obreros, fueron localizadas por fuera de las zonas identificadas en el Plan e incluso por fuera del perímetro urbano. Desde 1951 se mencionaba ya la necesidad de convertir a Bogotá en el denominado Distrito Especial, anexándole los municipios de Usme, Bosa, Fontibón, Engativá, Suba y Usaquén, delimitando la zona urbana y creando una corporación para la protección de los recursos naturales de la sabana (con lo cual, por primera vez, se siente a nivel administrativo esta necesidad, reforzando lo consignado en el Plan Piloto); esto sólo se concreta hacia 1955.
Otras obras relevantes del régimen son el Aeropuerto El Dorado, el Centro Administrativo Nacional, el Hospital Militar, la Avenida 26 –con la cual desaparecieron el Parque Centenario y parte del Parque de la Independencia–, el Hotel Tequendama y el Edificio Bochica, estos dos últimos la primera parte de lo que más tarde sería el Centro Internacional.
Con la llegada de la televisión y el fortalecimiento de la radio, también durante la dictadura militar, se ubicaron las principales antenas sobre los cerros de la Teta y el Cable, al norte de la ciudad de entonces, y la Estación Cien de Policía en la parte baja del último.
Estos elementos fueron localizados sobre los cerros de forma no planificada, ocupando en algunos casos áreas de conservación ambiental que tienen gran impacto visual sobre la ciudad. Por tanto, estas antenas y torres de energía afectan negativamente, desde esta época, diferentes áreas al convertirse en parte de la contaminación visual y energética de los cerros orientales.
Fue en este período cuando se dio inicio a la ocupación indiscriminada de los cerros con estos elementos, cuya implantación ha sido manejada sólo con criterios funcionales y nunca en respuesta a principios estéticos y ambientales, que habrían podido constituirlos en hitos favorables al paisaje y en símbolos reconocibles de la ciudad.
Mejora de los servicios públicos y protección del medio natural
Con el descontrolado crecimiento urbano, aumentaba también el problema del abastecimiento de agua para la ciudad. En 1945 la administración decidió gestionar la compra de algunos predios sobre los cerros e iniciar el programa de reforestación de las cabeceras de los ríos San Francisco, San Cristóbal, Arzobispo y Los Rosales, y de otras quebradas menores.
Durante la década de los cincuenta se vio la necesidad de modernizar las entidades administrativas de la ciudad. En 1955 se creó la Empresa de Acueducto y Alcantarillado, que hacia los años sesenta inició la compra de buena parte de los predios localizados en las laderas de los cerros, con el objeto de protegerlos ambientalmente. En 1959 se constituyó la Empresa de Energía Eléctrica. La Empresa de Teléfonos había sido creada en 1940.
En 1960 se amplió el área del Parque Nacional a 260 hectáreas, que cubren desde su trazado original hasta el camino de peregrinación a Monserrate, con lo cual se empezaron a concretar diversos programas de reforestación y proyectos de recuperación. Las primeras medidas tomadas tuvieron que ver con la compra de los predios y el desalojo de colonos allí localizados. Aunque la compra de predios se hizo efectiva, los colonos continúan hoy en día ocupando predios en el interior del Parque. En 1968, según Acuerdo Distrital se decretó al parque como Reserva Forestal Protegida.
Un periódico de la época señalaba: “En el caso especial de Bogotá, la ciudad es propietaria de 6.000 hectáreas que lindan con el área urbana, ocupadas por el hermoso bosque de las hoyas de San Francisco y San Cristóbal. Debería ser convertida en Parque Nacional. Además la ciudad posee una cadena de cerros de belleza extraordinaria, que han contribuido a determinar su forma urbana y sus características propias”.
En la medida en que la ciudad fue creciendo en sentido norte-sur, los cerros adquirieron mayor protagonismo por su privilegiada posición, paralela al sentido de mayor desarrollo. Sin embargo, aunque en este período la administración de la ciudad tomó conciencia de la importancia de los cerros y su protección, las acciones sobre los mismos fueron aisladas y a veces contradictorias. Se emprendió la compra de predios y los programas de reforestación y conservación; paralelamente se ubicaron las antenas y torres de energía en la parte alta de los cerros y se inició la promoción de proyectos, como el de la Avenida de los Cerros, que por su trazado afectaría una parte importante de los recursos naturales e incentivaría el desarrollo de urbanizaciones, en especial de estratos altos.
En 1961 se creó la Corporación Autónoma Regional, CAR, con el objetivo de velar por la conservación de los recursos naturales de la región de la sabana y de los valles de Ubaté y Chiquinquirá. Más tarde, en 1976, el INDERENA, mediante el Acuerdo 30, les dio tratamiento de Área de Reserva Forestal Protectora a los Cerros Orientales(62)? y en 1977 delegó a la CAR el manejo y protección del área de los cerros orientales que se encuentra fuera del perímetro urbano y en el interior del Distrito. Dos años más tarde, la CAR, por medio del Acuerdo 33 de 1979, definió la zonificación de estos cerros y los usos del suelo de los mismos como de “vocación netamente conservacionista y forestal”.
Entre los años cincuenta y sesenta, la ciudad continuó creciendo aceleradamente, a una tasa de 6,8%, por lo cual su planeación debió ajustarse de nuevo, convirtiéndose en un instrumento flexible, adaptable a los cambios constantes dentro de la estructura urbana. Con base en el trabajo realizado a finales de los años cincuenta por un grupo de arquitectos, liderados por el entonces Director de Planeación, arquitecto Carlos Martínez, el documento “La Planificación en Bogotá: 1964” se preocupó más por definir la forma de desarrollo para cada parte de la ciudad y por fijar normas y procedimientos, que por definir de manera rígida la forma y la estructura urbana. En concordancia con el Plan Piloto, este documento desarrolló un nuevo plan vial, que ocupaba una porción mayor de territorio, dentro del cual se incluyeron los anillos viales, base actual del plan vial de la ciudad. Este documento, sin embargo, desconoció la proliferación de barrios clandestinos, sobre todo en la periferia, articulados a las vías de salida y la mayoría de ellos localizados en la vía a Usme y la carretera a oriente, al sur de la ciudad, en las estribaciones de los cerros.
Es sobre todo en la década de los sesenta cuando se produce el gran auge de los desarrollos urbanos sobre los cerros, hacia el norte, el centro y el sur de la ciudad. Aparecen hacia el norte los desarrollos de Chapinero Alto, Rosales, Emaús, Santa Bárbara Alta y Santa Ana, entre otros, dedicados a los estratos más altos de la ciudad, lo que muestra una alta valoración de estos terrenos, considerados entonces exclusivos y destinados a una población privilegiada. También aparecieron equipamientos escolares como el Gimnasio Femenino y la Universidad Javeriana. En el centro se realizaron programas de vivienda masiva de carácter social, localizados en áreas colindantes con los cerros, como los proyectos de las Torres Jiménez de Quesada, en la calle 18, convertidos con Monserrate y la plaza de Bolívar en elementos de identidad de la ciudad, las Torres de Fenicia, en la calle 22, las Torres Blancas, en la calle 26, y las Torres del Parque, en la calle 27, y se empezaron a desarrollar asentamientos de origen ilegal como los barrios el Paraíso y Mariscal Sucre. Hacia el sur, los desarrollos se localizaron sobre el comienzo de Ciudad Bolívar, dando origen a una ocupación indiscriminada de los cerros en la siguiente década. Estas ocupaciones son en su mayoría de origen ilegal, producto de la explotación de terrenos de la periferia de la ciudad por parte de los denominados urbanizadores piratas.
Un nuevo concepto de ciudad. Los cerros como espacio público
Para finales de la década de los sesenta la magnitud del proceso expansivo de la ciudad hizo necesario otro cambio en el modelo de planeación. Se impuso entonces en el país el desarrollo de la denominada planeación económica, o modelo Currie, que cambió nuestras ciudades y su relación con el entorno, pese a que éste no estuvo nunca incluido de manera implícita en los planes. Uno de los principales postulados de este nuevo modelo de planificación, era acelerar el crecimiento de las ciudades como una de las condiciones para salir del subdesarrollo. Con miras a lograrlo se permitió la expansión de las grandes ciudades y se aceleró de forma drástica el proceso de urbanización. Es de aquí de donde surgió el nuevo sistema de financiación especial, que canalizaba el ahorro privado hacia la construcción de vivienda, denominado sistema UPAC.
Para Bogotá se realizó el estudio denominado Fase II (1972), que propuso como elemento de desarrollo la densificación de la estructura existente, con bloques de mayor altura, lo cual implicaba una estricta definición del perímetro urbano y de servicios, por fuera del cual debería impedirse todo desarrollo, promoviendo a su vez un cinturón verde de contención. Paralelamente, se impulsaron programas que buscaban integrar los barrios marginales a la ciudad, mediante la construcción de vías de penetración y redes de servicios.
Desde comienzos de la década de los años setenta, durante el gobierno del entonces presidente Misael Pastrana (1970-74), se retomó la idea de construir una gran avenida perimetral por el oriente de la ciudad, sobre los cerros. Sin embargo, esta avenida, que había sido propuesta tanto durante la alcaldía de Jorge Gaitán Cortés (1961-66) como en el plan regulador, no fue incluida en el plan vial de 1964, por lo cual su construcción no se consideraba primordial para la ciudad. Posteriormente, en la administración de Carlos Albán Holguín (1970-73) se llevó a cabo el estudio Plan Integral de Desarrollo Urbano de la Zona Oriental de Bogotá (PIDUZOB). Señalaba el doctor Holguín: “En la última parte de mi administración examinamos con cuidado que la zona oriental mostraba un gran deterioro en relación con el resto de la ciudad… Ante esta situación le presentamos al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) un programa integral para la zona. Se trataba de algo novedoso. Se suponía por aquel entonces que la cota máxima de 2.700 m. era inmodificable y que a partir de allí no se prestaría jamás servicio de agua. Pero resulta que trescientos metros más arriba ya vivían centenares de miles de personas…, a finales de 1971 presentamos el programa al Banco…. Se trataba de algo complejo. Había nueve subprogramas dentro de los cuales el de la Avenida de los Cerros era apenas uno más”.
El PIDUZOB buscaba dictar normas para preservar las condiciones ecológicas y urbanísticas de la Zona Oriental y proponer el desalojo de parte de la población del área. El préstamo fue aprobado en 1973, año en que, por medio del Acuerdo 5 del Concejo de Bogotá, se aprobó la modificación del trazado de la Avenida Oriental, respecto al planteado por Gaitán Cortés, y se reglamentaron sus zonas aledañas. El Acuerdo 5 trata algunos de los temas incluidos en el PIDUZOB: “El Paseo Bolívar actual, entre el Chorro de Padilla, Puente Holguín y la Plaza de Egipto, conservará estrictamente su condición de vía institucional, paisajística, turística y recreativa, de tránsito limitado integrado a la zona histórica…”.
También se declaró “zona de interés público, no edificable, destinada a bosque y parque”, la comprendida entre el entonces denominado Paseo Bolívar o carretera de circunvalación a la altura de la Quinta de Bolívar, y la Plaza de Egipto, de la carrera 1 hacia el este. Todas las zonas verdes existentes en el Paseo Bolívar se incorporarían en el denominado “Bosque oriental de Bogotá”. Para esto se continuaría con la erradicación de canteras y chircales dentro del área urbana, en especial aquellos localizados sobre las laderas de los cerros; se declararían zonas verdes no edificables a todas aquellas comprendidas en el área localizada al oriente del Paseo Bolívar, en el trayecto comprendido entre las calles 72 y 11 y las zonas libres localizadas al oriente de la carretera de circunvalación, en el sector comprendido entre la calle 11 y la carretera a Villavicencio, y se declararía la zona del barrio Egipto como de interés histórico. En cuanto a la denominada Avenida Oriental, comprendida entre la calle 100 con carrera 7ª y el Parque El Tunal, “en la mayor parte de su recorrido servirá como límite urbano oriental de la ciudad. Será una vía escenográfica, una vía parque, para lo cual se harán estudios de integración urbana, de paisajismo y de influencia de la vía”.
Durante más de cinco años se desató una fuerte polémica en torno al préstamo y su destino: la Avenida de los Cerros. Durante la alcaldía siguiente, de Alfonso Palacio Rudas (1974-75), en el gobierno del presidente López Michelsen (1974-78), se rechazó el préstamo del BID y el problema fue llevado hasta el Senado y el Concejo, logrando paralizar la obra por completo.
“El propio Concejo de Bogotá intervino en la fuerte polémica desatada por la administración del alcalde Palacio Rudas, para lo cual creó una comisión que presentó un informe absolutamente desfavorable a la construcción de la Avenida. Allí, se consideró que esa construcción era claramente “inconveniente”, ya que “compromete los intereses de la ciudad”, de suerte que pedía al Alcalde que: “proceda en forma inmediata a ordenar que se suspenda indefinidamente la construcción”.(63)?
A pesar de la fuerte polémica que generó la Avenida de los Cerros, el PIDUZOB se convirtió en el principal programa de acción para las administraciones de Bogotá entre los años 73 y 78, con lo cual se consolidó el nuevo interés de la ciudad por la zona oriental y los cerros. Sólo hasta 1978, bajo la alcaldía de Hernando Durán Dussán (1978-1982) se retomó la construcción de esta avenida, que fue terminada posteriormente por las administraciones de Ramírez Ocampo (1982-84) e Hisnardo Ardila (1984-85), a comienzos de los años ochenta. En 1982 se formuló la segunda etapa del PIDUZOB, dirigida esta vez a la recuperación de los cerros del sector sur en el área de Ciudad Bolívar.
La otra acción importante realizada durante la administración del alcalde Hernando Durán Dussán sobre los cerros orientales, fue el programa de reforestación emprendido de común acuerdo con la CAR y el Acueducto, consistente en la siembra de miles de pinos y urapanes en las laderas occidentales, desde los límites con las zonas de desarrollo urbano hacia las cotas más altas. Este programa, que no tenía relación alguna con el PIDUZOB, fue de gran importancia para los cerros, en especial en lo relacionado con el mejoramiento de su imagen y su papel como verde telón de fondo de la ciudad.
A pesar del reconocimiento que a lo largo de la historia se ha ido conformando respecto al valor de los cerros orientales como elementos característicos del paisaje de la ciudad y como depositarios de importantes recursos naturales –agua, flora y fauna–, que en algunos casos son únicos en el país, sólo en este periodo, en 1976, el Estado asumió su protección al declarar algunas áreas como reserva forestal y ambiental. Este mismo año, la administración reglamentó por primera vez la explotación de canteras y otras industrias extractivas en los límites del Distrito, lo cual empezó a controlar el deterioro de la cobertura vegetal de los cerros orientales de la ciudad.
Desarrollo y urbanización de sectores rurales y de conservación
Hasta 1973 las áreas rurales de los cerros no tenían ningún tipo de desarrollo urbano. Las únicas vías existentes eran las que comunicaban a la ciudad con Choachí y La Calera. En Monserrate y Guadalupe se aprecia un fuerte incremento de las áreas recuperadas por programas de reforestación. Por esta época aparecen los puntos de venta ambulantes sobre el camino de ascenso a Monserrate.
Hacia el norte, los asentamientos de origen ilegal localizados sobre cerros como San Cristóbal, La Cita y Barrancas llegaban sólo hasta el perímetro de servicios. La explotación de canteras en este sector estaba llegando a su mayor producción, lo cual empezaba a generar en sus bordes un nuevo tipo de desarrollo subnormal. Se inició también un nuevo modelo de desarrollos ilegales, ahora con estratos altos –Santa Ana oriental y nuevos desarrollos en Chapinero Alto y Rosales– que contaban con un suelo de condiciones urbanas aceptables por su cercanía a la ciudad central. En el centro aparecieron equipamientos educativos como la Universidad Externado de Colombia, en el borde oriental del centro histórico.
Entre 1973 y 1982, aparecieron vías departamentales y carreteras que facilitaban el acceso a diferentes zonas, incluyendo el páramo de Cruz Verde. Por el norte apareció una vía que unió la calle 170 con La Calera, lo que sumado al aumento poblacional y otras razones, propició el incremento del uso residencial, con vivienda de diferentes estratos, sobre los cerros, hasta entonces de carácter rural. Hacia el norte, en la Floresta de la Sabana, se construyó la vía que llega hasta la reserva forestal de la CAR, convirtiendo la zona en un área propensa a nuevos desarrollos e intensificando la explotación de canteras en el área de Usaquén, en especial en los sectores de Barrancas y San Cristóbal.
En el centro, sobre el cerro de Monserrate, los comerciantes localizados sobre el camino de ascenso al santuario empezaron a establecer viviendas permanentes, y con el mejoramiento de la vía que conduce a Choachí se intensificó la división de predios, llegando a rangos hasta de una hectárea y a la creación de canteras para su ampliación y mantenimiento.
Los asentamientos que surgieron como puestos de ventas sobre el corredor vial a La Calera, se expandieron con la regularización y pavimentación de la vía, convirtiéndose en desarrollos de vivienda de estratos bajos, depósitos para materiales de construcción y actividades recreativas, como discotecas.
Durante este período y luego de mucho tiempo en el desarrollo de la ciudad, se produjo de nuevo una mezcla de estratos altos y bajos, localizados generalmente de forma clandestina sobre los cerros. En el norte surgieron barrios populares sobre los sectores de Chapinero, Usaquén y San Cristóbal, intercalados con las urbanizaciones más exclusivas de la ciudad. Son ejemplo los barrios El Paraíso, Mariscal Sucre y Calderón Tejada, en Chapinero, desarrollados en los setenta cuando comenzó a desaparecer la actividad extractiva de la zona y los terrenos quedaron a merced de los invasores. En el centro se intensificó la ocupación por vivienda popular, en especial sobre el sector de Los Laches, al oriente del centro histórico. Hacia el sur siguieron existiendo chircales en los barrios Pardo Rubio, San Martín, Sucre, Vitelma, San Cristóbal, Guacamayas y Molinos del Sur, entre otros.
La cuenca del río Teusacá seguía siendo, hasta entonces, una zona rural con pocas construcciones, manteniendo su productividad agrícola y sus grandes predios con rangos superiores a 20 hectáreas.
A partir de la década de los ochenta, con la intensificación del desarrollo urbano, se da un cambio de valoración de los cerros por parte de los habitantes de la ciudad. Los terrenos urbanizables más accesibles se convierten en lugares apetecidos por los estratos altos y los urbanizadores piratas. Sin embargo, la apropiación de los cerros por los ciudadanos no puede darse de forma masiva, ya que cada vez se privatiza una mayor parte del espacio, dificultando el acceso. Junto a esto, los sectores de carácter público son presas de la inseguridad y el abandono de las autoridades, hecho que no sólo ha persistido sino que con el tiempo se ha incrementado. Por su parte, la administración intensificó por estos años la recuperación ambiental de los cerros, mediante programas de protección y reforestación.
La expansión de la ciudad en las décadas de los setenta y los ochenta reforzó la estructura existente al localizarse ante todo en las periferias de los tentáculos de crecimiento, con la característica adicional de presentar una elevada proporción de desarrollos clandestinos. La ciudad siguió creciendo con el mismo patrón de desarrollo en todas direcciones, apareciendo sobre los cerros desarrollos cada vez más desvinculados de la estructura urbana existente.
Como resultado de la valoración que a lo largo de la historia los habitantes han dado a los cerros orientales, existe hoy una gran porción de su territorio dedicado a usos incompatibles e inadecuados con sus rasgos geográficos. Los procesos recientes han favorecido aún más la expansión hacia las cotas más altas, privatizando la tierra y restringiendo cada vez más el acceso al público.
De las diferentes actividades urbanas en los cerros, las de mayor impacto negativo son la industria extractiva y la vivienda, tanto de estrato alto como bajo. Desde la fundación de la ciudad los cerros fueron ocupados por pequeñas urbanizaciones. En las primeras décadas éstas estaban destinadas a los sectores más pobres. Sin embargo, a partir de los años cincuenta de este siglo la presión urbana, formal e informal, llevó a la ocupación de una gran área del piedemonte y las laderas que rodean la ciudad por diversos sectores sociales, desde los más pobres, hasta los más solventes. En algunos casos estas urbanizaciones se localizaron por encima de la cota de los 3.000 m, cuando el límite definido para la prestación de servicios en Bogotá es de 2.800. El mayor problema de este proceso de urbanización ha sido su crecimiento incontrolado y sin planeación, que por lo general no respeta límites urbanos o suburbanos ni zonas de conservación ambiental, como las rondas de las quebradas y los bosques nativos. Tampoco se ha tenido en cuenta el costo de estos procesos para la ciudad, que debe tender redes de infraestructura y servicios a zonas altas y pendientes, acción que contradice un posible desarrollo sostenible.
La metrópoli de hoy. Abuso urbano de los cerros
La administración cambió nuevamente de estrategia al asumir que la planificación de Bogotá debería centrarse en establecer las normas para canalizar y controlar la acción del sector privado. Esto implicó el abandono de la planificación de la ciudad y su sustitución por una normativa como único elemento guía para el desarrollo urbano, determinando la asignación de tratamientos específicos para las distintas partes de la ciudad. Con los acuerdos 7 de 1979 y 6 de 1990 se subordinaron las decisiones urbanísticas y arquitectónicas al mercado inmobiliario, lo cual llevó al reconocimiento de una fuerte lucha entre los particulares por adquirir las localizaciones más privilegiadas dentro del espacio urbano.
Con estos acuerdos la planeación de la ciudad se redujo a un conjunto de procedimientos que regulaban las relaciones entre los propietarios, los productores y los comercializadores del espacio urbano y el Estado. La innovación en el Acuerdo 6, con respecto a su antecesor, estuvo en “descubrir” el carácter colectivo del espacio de uso público –vías, andenes, plazas, parques, rondas de ríos, cerros, etc.–, y deducir de allí el papel ordenador del territorio urbano. De aquí que la articulación del espacio público, en lo que se denomina su estructura, componga el primer nivel de zonificación. Sin embargo, la normativa expedida no propuso ningún plan de acción sobre el espacio público y los elementos naturales, por lo cual con el paso del tiempo la falta de acciones y de valoración sobre el mismo han conllevado a un deterioro alarmante de los recursos ambientales de la ciudad contemporánea.
En la década de los ochenta, con la culminación de la Avenida Circunvalar de Oriente y de otras obras del plan vial, como el par vial que rodea el centro de la ciudad y la Calle 170, se facilitó el acceso a varios sectores de los cerros a lo largo de la ciudad. Con esto se consolidaron los nacientes desarrollos, se incrementó su ocupación, se rectificaron vías y se construyeron algunos equipamientos, como las canchas deportivas localizadas cerca al Chorro de Padilla.
También durante este período se realizaron algunas obras para complementar la oferta de servicios públicos de la ciudad. Entre ellas están las diferentes redes de energía y las obras del acueducto, como la tubería del silencio, que atraviesa los cerros por el túnel de los Rosales para traer el agua desde San Rafael a Bogotá. Esta tubería desemboca en un inmenso tanque construido en predios del Parque Nacional. Para entonces la CAR proyectó la extensión de las obras de infraestructura del Parque mediante el proyecto del Plan Maestro, elaborado por el arquitecto Pedro Mejía en 1988. De este parque se construyeron sólo parcialmente algunas obras como la Plaza del Silencio, sobre el tanque y parte de las construcciones deportivas.
Entre 1982 y 1996, según estudio aerofotográfico, el crecimiento de los desarrollos suburbanos sobre el área de los cerros sobrepasó por primera vez el perímetro de servicios. Hacia el norte, los barrios Floresta de la sabana, Serrezuela, Bosque de Medina, Santa Bárbara Alta, Soratama, Santa Cecilia y Cerro Alto, empezaron a saturar la zona. Sobre algunas nuevas vías al norte y las quebradas de La Vieja y Los Rosales, el incremento de conjuntos y condominios de estratos altos ha causado nuevas talas de árboles y amenaza predios de importante valor natural. En el sector de Chapinero, sobre la circunvalar, se localizan nuevos barrios de origen informal, y hacia el norte, en la cuenca de la quebrada Rosales y en el Camino de Tauro, sobre la carretera a La Calera, se aprecian numerosas construcciones aisladas de estratos altos, construidas de manera ilegal por encima de la cota de servicios.
A comienzos de la década de los noventa, el desarrollo urbano sobre las áreas rurales y de protección de los cerros se intensificó. Aparecieron entonces urbanizaciones y asentamientos de diferentes estratos como Montearroyo, Sierras del Moral, y las partes altas de Santa Ana, Santa Bárbara y Bosque de Medina, todos de estrato alto, y numerosas urbanizaciones informales sobre la salida a Villavicencio. Al costado opuesto del cerro, sobre la cuenca del río Teusacá, producto de la normativa flexible que el municipio de La Calera tiene sobre el sector, en los últimos años se ha incrementado considerablemente la subdivisión de los predios y la construcción de viviendas sobre todo el valle, amenazando el equilibrio ambiental de este importante recurso vital de la ciudad.
El estudio de CADSA(64) reúne datos técnicos en que se evalúa la problemática ambiental de los cerros, desde la inestabilidad hidrológica, la inestabilidad geotécnica y la contaminación, los cuales evidencian en porcentajes una problemática ambiental y un peligro de desastre.
En resumen, el crecimiento urbano de Santa Fe de Bogotá tiende, por lo general, a saturar las áreas de expansión en el interior del perímetro urbano, llegando sin ningún control a las áreas rurales. Actualmente se presentan zonas de vivienda consolidada (barrios como Egipto, Perseverancia, Chicó oriental, etc.), zonas de vivienda suburbana (áreas de Torca y del río Teusacá), zonas de trabajo (canteras al norte y sur) y algunas zonas de reforestación repartidas en toda la extensión del territorio, con especial énfasis sobre los predios del Acueducto, al centro y sur de la ciudad.
Sobre la recuperación y valoración de los recursos naturales de los cerros durante los últimos años, sólo hasta 1976 se expidió un primer reglamento para la explotación de los chircales y las canteras. Sin embargo, el control y la recuperación de estos puntos de extracción de materiales han sido lentos y todavía hoy existe una marcada erosión y un aspecto de abandono del telón de fondo de la ciudad.
En cuanto a las acciones administrativas de la ciudad, en 1990 se creó el Departamento Administrativo del Medio Ambiente (DAMA), que ha realizado varios estudios sobre los recursos naturales de la ciudad. La Ley 99 de 1993 declaró a la sabana de Bogotá y sus páramos como de interés ecológico nacional y, según Acuerdo reglamentario del mismo año, se prohibió la tala de bosques nativos en todo el territorio del Distrito Capital y se creó el Comité de Protección y Vigilancia del Suelo. En 1995 fueron cerradas numerosas canteras y se emprendieron algunos programas de recuperación de la capa vegetal.
Durante la administración del Alcalde Antanas Mockus (1995-97), los cerros volvieron a adquirir relevancia en la discusión sobre el futuro de la ciudad, tanto dentro de la administración como de la sociedad en general.
En 1998, en respuesta a la obligación incluida en la Ley 388 de 1997, se adjudicaron los estudios para el Plan de Ordenamiento Territorial para Santa Fe de Bogotá (POT), que se encuentra en etapa de revisión final. Con esto, se plantea de nuevo la necesidad de ordenar y planear todo el territorio sobre el que se asienta la ciudad y aquel destinado a la expansión urbana o a las reservas agrícolas, forestales y ambientales. Para su elaboración el Plan fue dividido en diversos estudios temáticos, a cargo de consultores privados, entregados a la administración Distrital para su revisión y coordinación final. El estudio de los cerros orientales zonifica el área y califica los diferentes suelos según su desarrollo hacia el futuro.
Según los estudios del POT y otros anteriores como el de la firma CADSA, más del 90 % del área no es apropiada para cultivos. En su mayoría sólo es apta para pastos y bosques, cerca del 80% de las quebradas se han secado, y las fuentes y manantiales del piedemonte han desaparecido.
Actualmente, como alternativas a lo propuesto en los estudios previos del POT, la CAR y el profesor Tomas Van der Hammen han sugerido la prohibición de cualquier desarrollo sobre los cerros y la declaratoria de la totalidad del área, desde la cota 2.800 hacia arriba y de las cuencas de los ríos y quebradas, como zona de reserva. Por otra parte, el DAMA ha abierto un concurso para elaborar un Plan Maestro para los cerros orientales, incluyendo el diseño arquitectónico del parque corredor ecológico y algunas alamedas que comuniquen la ciudad con los cerros –calle 134, Parque Entre Nubes y quebrada La Vieja. El DAMA también ha contratado un “Plan de Gerencia del Parque Cerros Orientales”, que busca congregar las diferentes problemáticas de esta área de 10.500 hectáreas, como la vigilancia del Plan Maestro, el estado actual de las divisiones prediales y la situación socioeconómica de sus habitantes, legales o ilegales, a fin de hallar una solución integral para los cerros y proponer unas políticas generales para su manejo sostenible.
En las últimas décadas se han localizado en la ciudad equipamientos de carácter público y privado sobre la periferia oriental, en el sector urbanizado más alto de las laderas de los cerros orientales. Estos equipamientos –especialmente universidades, colegios, centros de salud, parques, etc.–, que han buscado una utilización óptima de un suelo no apto para la vivienda y una reducción de distancias con respecto a los servicios básicos complementarios a sus usos, se han convertido en un control sobre el crecimiento urbano informal. Esto se ha dado con especial intensidad en la zona centro y algunos sectores del norte de la ciudad. Al sur, la zona se encuentra protegida, ya que los terrenos que pertenecen al Acueducto se extienden desde el Parque Nacional hacia el sur. Por otra parte, las clases dominantes han hecho nuevamente que el territorio de los cerros hacia el norte se valorice, retomando el control del paisaje y su domino visual, al construir grandes áreas de desarrollos de carácter suburbano, como las localizadas sobre Torca, Fusca y la quebrada de La Vieja, o edificios de altas densidades, ubicados sobre las cotas más altas del perímetro de servicios, desde el sector de Chapinero hasta Usaquén.
Como conclusión, la concepción que la administración y los habitantes en general tienen de los cerros ha cambiado en los últimos años. Por parte de la administración se han emprendido proyectos urbanos y de conservación y recuperación ambiental que valoran los cerros como un recurso natural no renovable y como parte de la ciudad. En los últimos planes y programas se han desarrollado estudios para definir el futuro del área, de acuerdo con los recursos naturales que aún subsisten, y se han planteado proyectos que permitan una interrelación más cercana de los habitantes de la ciudad con los cerros orientales y una apropiación masiva de los mismos. Con el planteamiento de un gran parque en el borde oriental de la ciudad, que ocupa todos los cerros, y mediante la realización de proyectos puntuales en diferentes áreas, se propone un verdadero cambio de actitud de la ciudad hacia los cerros y su valoración como paisaje cultural, como identidad de los habitantes de la ciudad.
Por su parte, los ciudadanos, mediante esfuerzos aislados, también han emprendido programas de concientización sobre la importancia que reviste la conservación de los cerros orientales y su papel protagónico en la búsqueda de una identidad en la ciudad. Es así como han surgido asociaciones y fundaciones de carácter privado que, mediante las publicaciones y la creación de museos, rutas ecológicas y paseos dominicales, entre otras, proponen a los ciudadanos la apropiación de los cerros tutelares de su ciudad. Para lograrlo se aprovechan las pocas vías existentes y las cuencas y valles de ríos y quebradas, que crean puntos de acceso de la ciudad a los cerros. Infortunadamente, todavía se tropieza con dificultades permanentes para el éxito de estas iniciativas, como la persistencia en levantar desarrollos urbanos –vivienda y equipamientos– sobre las cotas más altas, y la inseguridad reinante en toda el área, que impiden la apropiación masiva y el disfrute colectivo de los habitantes.
No obstante, con esto se puede afirmar que ya están sentadas las bases para la valoración de los cerros como paisaje e identidad cultural de la ciudad y como elemento primordial en la generación de una identidad para los bogotanos. Falta emprender los programas y acciones que, a través de proyectos concretos, consoliden lo iniciado hasta la fecha.
Desde las primeras crónicas de los conquistadores, pasando por los grandes pensadores de la Ilustración, como Mutis y Humboldt, hasta llegar a la iconografía actual –televisión, cine, fotografía–, se ha ido conformando una realidad simbólica y material de la ciudad. Y a esta realidad han pertenecido siempre, como punto de referencia constante, los cerros orientales, convertidos con el paso de los años en el elemento más reconocible de identidad para los bogotanos. Crónicas, entrevistas y conversaciones cotidianas califican a los cerros como uno de los principales símbolos de identidad de la ciudad.
“Tratemos imaginariamente de suprimir los cerros orientales: Bogotá se convierte en una ciudad cualquiera… Realmente son los cerros los que caracterizan la ciudad, su encanto, los que forman el marco estético de todo el complejo urbano… Punto de referencia irremplazable”.(65)
Notas
- Para contrarrestar parcialmente esto, en 1917 se creó la Sociedad de Embellecimiento Urbano, teniendo como uno de sus propósitos el de hacer cumplir algunas normas que se infringían de forma impune. En 1919 se fundó en Chapinero la Sociedad de Mejoras Públicas con actividades similares a la antes mencionada.
- Cortés, Rodrigo; “Historia de la Planeación en Bogotá”, sin publicar.
- Aunque desde este momento los cerros eran considerados como límite oriental de la ciudad, aún no se había definido una cota o marca específica para definir este límite.
- La única acción que buscaba la protección de este bien público fue una normativa de 1945 expedida por Jorge Eliécer Gaitán que prohibía los chircales en el centro de la ciudad y declaraba zonas alfareras en San Cristóbal y la carretera a Villavicencio, en el sur.
- El Tiempo, 12 de marzo de 1935. Citado en: Fundación Misión Colombia, Ibid 6, Tomo 2, siglo XX, pág. 32.
- Esto se repetirá solamente 50 años después, con la Ley 388 de 1997, ley que obliga a la realización de Planes de Ordenamiento Territorial a todos los municipios del país.
- Le Corbusier Sketchbooks, vol. 2, 1950-54. The architectural History Foundation, New York, MIT Press. Citado en: Cortés, Rodrigo. Ibid 15. pág. 25.
- Rodrigo Cortés: “Historia de la Planeación en Bogotá”. Sin publicar.
- Le Corbusier: “Plan Directeur de Bogotá, 1959”. Citado en: Cortés, Rodrigo. Op. cit. 15, pág. 27.
- Según el Decreto-Ley 2.811 de 1974, sobre el cual se basa el INDERENA para el Acuerdo 30 de 1976, define en el Artículo 204 las Áreas Forestales Protectoras así: Son áreas que deben estar conservadas permanentemente con bosques naturales o plantados para proteger, en este caso, los recursos hídricos principalmente.
- Cortés, Rodrigo. Ibid 15, pág. 55.
- DAPD-CADSA. Op. cit., pág.139.
- Centro de Planificación y Urbanismo, CPU, Universidad de los Andes; “Plan de Ordenamiento Físico del Sistema Orográfico y del Borde Oriental de Bogotá”. Bogotá, 1991. Sin publicar.
#AmorPorColombia
La Planeación de la Ciudad

Cerro del Cable, a la altura de la calle 40.

Los cerros de Monserrate y Guadalupe sirven como gran telón de fondo al Centro Internacional de Bogotá.

Los cerros proveen una gran variedad de flores que los niños del campo recogen para vender a los habitantes de la ciudad.

Mochuelo alto, valle del Tunjuelo y relleno de Doña Juana.

Área de reforestación con pino en el Páramo del Verjón.

Con el uso del arado, algunas zonas de bosque nativo, detrás de los cerros orientales, se convierten primero en áreas de cultivo y luego de pastoreo.

Virgen patrona de los cerros, a la altura de la calle 116.

Cabalgata detrás de los cerros, en la vía La Calera- Mundo Nuevo.

Con el uso del arado, algunas zonas de bosque nativo, detrás de los cerros orientales, se convierten primero en áreas de cultivo y luego de pastoreo.

Vista hacia el oriente desde Pasquilla, en el valle del río Teusacá. En el horizonte se insinúan formas raras y desconocidas y en lo alto los árboles exhiben signos ignorados.

La ciudad se extiende hacia al occidente por la calle 80, como se divisa desde los cerros.

Los cerros dominan toda la ciudad. Vista desde el norte de La Cumbrera.

Área de reforestación con pino, en el valle del Teusacá.

Montañismo en El Hoyo, detrás de los cerros, en cercanías del río Teusacá.

Parque Museo del Páramo.

El afán de vivienda desafía normas y dificultades de construcción sobre terrenos empinados.

Centro de la ciudad, desde Monserrate. No en toda el área de los cerros puede obtenerse este tipo de imágenes. Muchas han sido reemplazadas por cultivos de papa, transformando el sistema ecológico del lugar.

El teleférico que lleva los visitantes a la cima de Monserrate se desplaza sobre bosques de eucalipto.

La peregrinación dominical a Monserrate. Tradición inextinguible.

Los cerros, a la altura de la calle 78.

Centro de la ciudad desde el suroeste, a la altura del Hospital San José.

Salida hacia los Llanos Orientales, sobre los cerros del sur.

Sector de los cerros, a la altura del barrio Rosales.

El rojo carro del funicular, que también conduce a las alturas del cerro, se aproxima a la estación.

Una luz madura y dulce ilumina oblicuamente la ciudad y sus cerros.

El sector de la calle 39, con el Parque Nacional y los cerros al fondo.

Paseo del Viacrucis, en la vía a Monserrate, con los bosques del acueducto al fondo.

Mirador desde Monserrate.

El cerro de Guadalupe , visto desde la vía a Choachí.

Los cerros vistos desde el Cementerio Central de la ciudad.

Desarrollo de la ciudad sobre los cerros del suroriente.

Los cerros en el sector comprendido entre las calles 53 y 72.

La ciudad se extiende hacia al occidente por la calle 80, como se divisa desde los cerros.

La indómita belleza del territorio del Alto de Patios, desde los cerros orientales hacia el oriente.

Barrio El Pesebre, sobre los cerros al sur de la ciudad.

Acceso a la Avenida Circunvalar por la calle 92.

Los cerros y sus bosques, a la altura de la calle 72.

Barrio de La Candelaria, con Monserrate al fondo.

Desarrollos urbanos sobre los cerros, al sur de la ciudad.

Bogotá desde Miravalles. Una mirada hacia el sur a través de cultivos que destruyen el bosque nativo.

Los cerros y sus bosques a la altura de la calle 72.

Vista al sur desde Miravalles, detrás de los cerros orientales. Un cielo veteado y un cono de luces centellante, transformado por alguna mágica acción de la naturaleza.

Chapinero, el Centro Internacional y el sur de la ciudad, vistos desde Miravalles.

Los cerros en el sector comprendido entre las calles 92 y 70. En el tránsito del crepúsculo surgen islotes de sol, reflejos luminosos, sombras.

Cerro de La Aguadora.

Centro, Avenida Circunvalar y Tanque del Silencio sobre el Parque Nacional.

Parque Nacional.

Desarrollo de la ciudad sobre los cerros del suroriente.

Los cerros de Suba, desde un jardín en los cerros orientales. Por todas partes la yerba se desborda bañada por la lluvia; al secarla el sol la vuelve perfumada.

Cumbrera boscosa a la altura de la calle 74.

Agosto, el mes de las cometas, en la avenida circunvalar.

Mirador de la iglesia de La Peña.

Devoción de los peregrinos que suben al cerro de Guadalupe.

Aspecto de la ciudad desde los bosques en los cerros, a la altura de la calle 100.

Los cerros desde el barrio de conservación de La Merced.

Edificio de la Universidad de los Andes. Al fondo el cerro de Monserrate.

Paisaje al oriente, desde la iglesia de Monserrate.

Mirador de Monserrate, sobre el centro de la ciudad.

Ciclismo en la vía a La Calera.

Sobre los cerros, a la altura de la calle 94, el Seminario Mayor de Bogotá.

Los cerros desde la Plaza de Bolívar, con el campanario de la cúpula de la iglesia de San Ignacio en primer plano.

Todos los años el 6 de agosto la ciudad celebra su cumpleaños en la Plaza de Bolívar, enmarcada por la Catedral y la capilla del Sagrario y con los cerros como telón de fondo.

El afán de vivienda desafía normas y dificultades de construcción sobre terrenos empinados.

Desarrollo de la ciudad sobre los cerros del suroriente.

Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.

Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.

Iglesia e imagen de la Virgen de Guadalupe, vistas hacia el suroriente.

Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.

Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.

Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.

Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.

Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.

Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.

Aspectos del costado oriental de los cerros, sobre la cuenca del río Teusacá, donde pueden apreciarse las zonas de bosques, cultivos y reforestación que se entremezclan en el área.

Country Club de Bogotá, al norte de la ciudad, con los cerros al fondo.

Avenida 68, Barrio Vizcaya, Escuela Militar y cerros al fondo.

Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.

Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.

Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.

Crestas de los cerros a lo largo de su recorrido sobre la ciudad, con sus diferentes estados de conservación ambiental.

La ciudad se ha ido desplazando por detrás de los cerros, sobre el valle de La Calera y del río Teusacá, que forma la represa de San Rafael.

Áreas de invasión y urbanización desordenada sobre los cerros orientales.

Iglesia de La Peña, sobre los cerros orientales.

Doble arco iris sobre los cerros al atardecer: la magia renovadora de la naturaleza.

Peregrinación dominical a Guadalupe.

Excursión por los cerros orientales.

Comienza el eclipse sobre Monserrate. Una luna que parecería no pertenecer al presente sino al pasado y que reaparece milagrosamente.

En medio de la oscuridad nocturna que todo lo devora, la luna expande una luz intensa sobre el barrio de La Candelaria y el cerro de Guadalupe.

Al anochecer las áreas ocupadas de los cerros semejan un tupido e iluminado pesebre urbano.

Al anochecer las áreas ocupadas de los cerros semejan un tupido e iluminado pesebre urbano.

Amanecer sobre los cerros. Nada se interpone entre la luz del sol y la ciudad.

Arriba, Bosque nativo a la altura de la calle 190.

Herida de Cantera en el cerro primario.

Desarrollo sobre los cerros, al sur de la ciudad. Botadero de Doña Juana.

Tanto al entrar como al salir de la ciudad los cerros definen el espacio y son el distintivo de la misma. Fatigada la capital mira su relieve.

Ciclista en La Floresta de la Sabana.

Las áreas de páramo y bosque nativo de los cerros han ido siendo sustituidas por áreas de cultivo, pastoreo y bosques exóticos.

Las áreas de páramo y bosque nativo de los cerros han ido siendo sustituidas por áreas de cultivo, pastoreo y bosques exóticos.

Represa de La Regadera. Instantes suspendidos en la conjunción intemporal de la geografía y el espíritu.
Texto de: Centro de Investigacions de la Facultad de Arquitectura, CIFA.
Universidad de los Andes
Actitud decidida
Durante los siglos XVIII y XIX las ciudades se ahogaron entre sus murallas. Los jardines y espacios libres privados se redujeron al máximo, por lo cual se empezaron a construir paseos en la periferia y a determinar zonas de parques para esparcimiento de los habitantes. Dentro de estas extensiones de la ciudad tienen especial importancia los grandes parques urbanos y las áreas de reserva ambiental, que buscaban proteger los recursos naturales básicos.
Mientras en otras ciudades del continente, para comienzos de este siglo, ya se habían emprendido intervenciones acordes con el naciente urbanismo que pugnaba por un nuevo trazado urbano con grandes avenidas y parques, en Bogotá apenas empezaba la discusión de reformas que permitieran mejorar el ambiente. Y aunque desde algunos años antes había empezado la preocupación por dotarla de infraestructura y equipamientos básicos y por definir instrumentos e instituciones para controlar su desarrollo, administración y prestación de servicios, y poco tiempo después para su ordenamiento, esto sólo adquiere relevancia hacia finales de los veinte.
Lo que existía en la ciudad hasta entonces era una formalización de un cierto “saber hacer” tradicional, basado en la ciudad más “ordenada”, que incluía los procedimientos por seguir cuando se quisiera urbanizar nuevos suelos, sin prever ningún tipo de ciudad hacia el futuro. Este sistema dejó de operar en la medida en que en la ciudad se generaron nuevas formas de crecimiento y ya las normas existentes no eran suficientes(53).
A mediados de los años veinte, y bajo la dirección del ingeniero Enrique Uribe Ramírez, se elaboró el “Plano de Bogotá Futuro”(54), con base en estudios anteriores realizados por los estudiantes de la Escuela de Ingeniería y por la Casa Pearson, vinculada desde años atrás a la administración de la ciudad. Este plano permitiría desarrollar de forma planificada la ciudad en una extensión de 15 kilómetros, llegando por el costado norte hasta Usaquén, por el sur hasta el barrio San Cristóbal y teniendo como límite a todo lo largo de la ciudad los cerros orientales(55).
El plano era una extensa prolongación de la retícula en damero, en dirección norte - sur, a la que se superponía otra retícula de mayores dimensiones y girada a 45 grados, sobre la que se localizarían los equipamientos colectivos; este desarrollo proponía la incorporación de las áreas urbanas desarticuladas, tales como Chapinero, a una estructura urbana generada a partir de la ciudad tradicional.
Con este Plano de Bogotá Futuro se concretó una alternativa a la ineficiencia de los instrumentos tradicionales para incluir en la ciudad las urbanizaciones dispersas por el territorio y los elementos geográficos que la rodeaban, ya que introdujo el límite como figura urbana, lo cual implica, además del control de la forma urbana, la protección del suelo que rodea la ciudad. La idea que se tenía de la ciudad en el momento de la aprobación de esta propuesta por parte del Concejo de Bogotá, era la de una capital que multiplicaría varias veces su área en poco tiempo, por lo que debía planificarse y diseñarse de forma diferente a como se venía haciendo. El Plano de Bogotá Futuro, sin embargo, no tuvo la relevancia que se merecía y tan sólo quedó implícito en el desarrollo de algunos barrios aislados.
A finales de los veinte llegó a Bogotá el arquitecto austríaco Karl Brunner, quien propuso nuevos conceptos urbanos para la ciudad, entre ellos una nueva relación con su entorno natural. En 1929 Brunner fue nombrado director del Departamento de Urbanismo, iniciándose con ello una etapa profesional dentro de este campo en la ciudad. La obra de Brunner no se basó en un plano de la ciudad que marcara las directrices generales de desarrollo, como en su momento lo hizo Bogotá Futuro. Los proyectos urbanos de Brunner eran fragmentos de ciudad que se pegaban a lo que ya existía, proponiendo, mediante intervenciones en los alrededores, consolidar el área central y su relación con el entorno construido y natural. Se incluyen en estas obras los barrios Santafé, Luna Park, Ciudad Jardín del sur, Centenario, Bosque Izquierdo, el Parque Nacional y las propuestas para la recuperación y diseño del Paseo Bolívar. Todas estas intervenciones promovían, en realidad, una integración entre la ciudad y la naturaleza, generando una calidad ambiental que Brunner consideraba como esencia de la urbanización.
Durante este período aparecieron numerosos barrios, que consolidaron el ensanche que nunca había tenido la ciudad. En el plano de la ciudad para la promoción del barrio Teusaquillo en 1933, se pueden ver las obras con que Brunner “tejió” un ensanche, uniéndose a barrios que aún permanecían aislados. Se ve también que sobre los cerros no hay ocupaciones nuevas hacia el norte, excepto un incipiente desarrollo sobre Chapinero alto, en contraste con el sur donde se observa un fuerte incremento de barrios localizados en las estribaciones de la carretera de oriente. Por último, llama la atención la forma como están dibujados los cerros en este plano, donde sólo se incluyen Monserrate y Guadalupe y se excluye el resto, pese a la dimensión de la ciudad y a su localización paralela al piedemonte.
Para los años treinta, los terrenos localizados sobre los cerros en la periferia urbana, en especial hacia el norte, estaban abandonados por la administración, con excepción de Monserrate donde se observa la construcción del funicular y algunas áreas reforestadas. En aerofotografías de los años 1938 a 1950 se aprecian numerosas canteras, chircales y galpones para el procesamiento de materiales en amplias áreas de los cerros limítrofes a la ciudad.
En 1944, como otro paso en el intento por dotar de un norte a la ciudad, la administración adoptó el Plan de Ordenamiento de Bogotá, denominado Soto-Bateman, que se constituyó en el primer instrumento concreto de planificación urbana. Este plan introdujo el concepto de zonificación, concibiendo por primera vez el espacio público a escala de la ciudad al introducir la Zona de Reserva de Áreas Verdes, donde se incluían los cerros orientales. Este fue el primer instrumento que tuvo la ciudad para la protección de sus áreas de reserva ambiental.
Zonas verdes
Durante la administración del presidente Olaya Herrera empezó a hacerse realidad el proyecto de un gran parque para Bogotá, que para entonces no contaba con un espacio verde de características y dimensiones urbanas. El lugar escogido fue el oriente de la carrera 7ª y hacia el sur del río Arzobispo, entre calles 35 y 39. Aunque no hay certeza absoluta, parece ser que el diseño del parque, inaugurado en 1933, fue obra de los arquitectos Karl Brunner y Pablo de la Cruz. En este diseño se ve, por primera vez en la historia de la ciudad, la intención de integrar la estructura urbana a los cerros y a sus cuerpos de agua. El sector oriental del parque fue concebido como pulmón para la ciudad, por lo que, desde el primer momento, su impacto ambiental lo convirtió en germen de la recuperación de los recursos naturales de los cerros.
Paralelamente se construyeron otros dos parques de origen privado: el Luna Park, al sur, que desapareció debido al desarrollo urbano, y el parque hoy llamado Gaitán Cortés, que aún existe en el suroriente de la ciudad. Esto muestra el interés de la administración por incorporar al desarrollo urbano zonas verdes de su periferia, como había ocurrido en las ciudades europeas durante siglos anteriores. Producto de estas ideas reformadoras, en 1935 se empezaron a planificar las obras para el cuarto centenario de la ciudad, entre las que se destacó la exposición internacional del Parque de la Independencia, límite oriental de la ciudad tradicional y refuerzo del nuevo concepto de entendimiento de los cerros como potencialidad generadora de espacios públicos y recreativos. Las obras para la exposición internacional de 1938 fueron un acierto del que, con la ampliación de la Calle 26 en los años sesenta, sólo quedan fotografías y crónicas, al igual que sucedió con el Parque Centenario.
En 1938 se construyó la carretera que une a Bogotá con La Calera, pavimentada sólo en los años setenta. Este mismo año, siendo alcalde Jorge Eliécer Gaitán, se construyó la Media Torta, con una donación de la colonia británica. De estos años son también los primeros programas de reforestación de cierta envergadura, como los realizados en las laderas de los cerros de Guadalupe y Monserrate y en las estribaciones del naciente Parque Nacional.
En 1948, con motivo de la Conferencia Panamericana, se realizaron varias obras públicas y se construyeron algunos inmuebles, como las Residencias El Nogal, en el borde de los cerros, sobre la carrera 7ª con la calle 77, y el célebre restaurante “El Venado de Oro”, famoso durante varias décadas, hoy convertido en la Clínica Roosevelt, localizado sobre los cerros de la ciudad, cerca de la carretera que conduce a Choachí.
En este período convivieron dos actitudes contradictorias con respecto a los cerros por parte de los habitantes y la administración de la ciudad. Por una parte, la estructura urbana continuó en su crecimiento, explotando y deteriorando los recursos naturales y mineros de los cerros sin consideración alguna, desarrollando nuevos barrios sobre sectores de topografía empinada y marcando claramente la estratificación norte-sur, esbozada en décadas anteriores. Los habitantes de la ciudad no emprendieron ninguna acción significativa de recuperación(56); por el contrario, siguieron valorando más los suelos planos hacia la sabana, así muchos de ellos no tuviesen condiciones mínimas para la urbanización. Por otra parte, aunque sin continuidad alguna, los planes, programas y proyectos de la administración empezaron a contemplar los cerros como parte de la ciudad y a darse cuenta de la inminente necesidad de establecer puntos de conexión entre la trama urbana y este espacio natural.
En lo referente a tradiciones, fiestas populares y paseos sobre el área de los cerros orientales, sólo existían los relacionados con el culto a los santuarios de Monserrate y Guadalupe, que eran también utilizados como miradores urbanos, desde donde “se puede ver a la perfección la ciudad”, recalcando de nuevo su ya tradicional exclusión de la misma.
“Para tener la mejor vista panorámica de Bogotá, de la Sabana y también hacia las montañas al oriente, hay que subir a una de las capillas que coronan las cimas gemelas de Guadalupe y Monserrate”, comentaba en 1904 Petre Lorraine, según lo cita Carlos Martínez.
Los terremotos de 1917 en Bogotá produjeron destrozos considerables en numerosos inmuebles y destruyeron una vez más la ermita localizada sobre el cerro de Guadalupe, que nunca volvió a ser reconstruida. Como suele suceder, el sismo dio origen a numerosas leyendas. Hacia finales del mismo año se produjo un incendio forestal de gran magnitud en la falda del cerro de Monserrate, lo que condujo al convencimiento popular de que este cerro tutelar era en realidad un volcán que pronto haría erupción y destruiría la ciudad.
En 1929 se inauguró la estación del funicular a Monserrate –el teleférico sólo llegaría en el año de 1955. Por esas décadas su iglesia era visitada por numerosos creyentes, en especial durante el mes de diciembre cuando los estudiantes de la ciudad organizaban animados paseos dominicales. Desde años atrás Monserrate se había convertido en un lugar tradicional para el folclor y los usos populares que, en domingos y festivos, convertían el camino al santuario en una mezcla de devoción y diversiones de diferente índole. Esto es los que en 1935 escribió un cronista: “El milagro comienza en la plazoleta donde todo es inocente y todo ríe. Se ve en los puestos de traficantes de reliquias. En las ventas de caldos de gallina y chocolates. En el bullicio de todas las gentes que sienten en lo íntimo la satisfacción indiscreta de sentirse muy arriba, sobre el cerro más grande de la ciudad, cerca del Señor, libres de rencores, mientras abajo la rutina y el prejuicio trajinan y perseveran”(57).
La idea de una ciudad moderna. Reconocimiento de los cerros como paisaje
Los problemas de la ciudad se hicieron más complejos con el tiempo, por lo que hubo necesidad de buscar soluciones diferentes a las aplicadas hasta entonces. Las intervenciones condujeron a la modernización de las infraestructuras y servicios y a la introducción de ideas provenientes del denominado urbanismo moderno, que propugnaba, entre otras cosas, el establecimiento de una nueva relación de lo urbano con su entorno natural.
La situación de los cerros mostraba también el gran desarrollo de la ciudad. Como se ve en los testimonios aerofotográficos, que cubren desde finales de los años cuarenta hasta mediados de los cincuenta, para entonces se habían desarrollado varios equipamientos como la Escuela de Caballería, en la calle 100 arriba de la carrera 7ª; el Seminario Mayor, en la calle 94 también con la carrera 7ª; el Colegio San Bartolomé en la calle 34, al lado del Parque Nacional; la Universidad de los Andes, en la calle 19; y varias parcelaciones para vivienda sobre la carretera a oriente. Se aprecian también numerosas canteras sobre el área de Usaquén (hoy barrio Delicias del Carmen), la calle 170 (hoy barrio Santa Cecilia), el camino a La Calera, un nuevo camino de subida al cerro de la Teta, construido con motivo de la localización de las antenas de comunicación, y el camino al Guavio. Varias zonas, como la quebrada de La Vieja, continúan siendo víctimas de la deforestación.
Para 1945 parte importante de la población de Bogotá vivía en situación precaria, y numerosas viviendas, muchas ubicadas en los cerros, carecían de servicios e infraestructura. Esta situación obligó a una planificación de la ciudad hacia el futuro, mediante un plan regulador, figura que tenía por objeto organizar la expansión física que para entonces era caótica. La figura del plan regulador estaba incluida entonces en la legislación nacional como una obligación para las ciudades(58).
Para 1946 la población llegó a 500.000 habitantes. En 1947, aprovechando la obligación constitucional de realizar un plan, viene por primera vez a Bogotá el máximo exponente de la arquitectura y el urbanismo moderno, Le Corbusier, quien se encargó de la elaboración del Plan Piloto para la ciudad, adoptado en 1951, cuando la expansión de la ciudad seguía siendo incontrolable. El esfuerzo que implicó la traída de Le Corbusier a Bogotá por parte de la administración, demuestra una actitud decidida por establecer una estrategia de gran escala para el problema urbano y, por primera vez, para las relaciones de la ciudad con la región que la rodea.
La visión inicial que Le Corbusier tuvo de la ciudad en su primera visita, queda resumida en el siguiente aparte de sus escritos de viaje: “¡Visto desde Monserrate a 3.000 m es el más extravagante de los destinos! ¿Por qué una ciudad aquí, por qué una gran ciudad? Pues porque es una capital. Fue una capital en el corazón de las Américas. Tan en medio de los Andes, como en el centro, o como en la periferia al borde del mar. Capital = fortín del poderío del sello real (Madrid), tesoro que debe ser protegido de las eventualidades”.(59)
El Plan Piloto sería el punto de partida para la elaboración de un Plan Regulador, ya que sentaba las bases para el crecimiento y desarrollo de la ciudad y para articularla dentro de un sistema regional natural y de abastecimiento. El Plan estableció un perímetro urbano por fuera del cual se prohibía cualquier tipo de urbanización, zonificó la ciudad y fijó áreas de importancia ambiental, entre las que se encontraban los cerros orientales. Propuso contener la extensión de la ciudad, ordenar su crecimiento con zonas de uso único (vivienda en las periferias norte y sur) y densidades decrecientes hacia la periferia, manteniendo lo que entonces se consideraba “natural”, es decir, que la ocupación de la franja del borde de la sabana contra los cerros debería ser con vivienda, por contar con “las mejores condiciones de orientación, vistas, régimen de vientos y conexiones viarias”(60).
El plan traducía los principios del movimiento moderno en cuatro escalas, en las que se destacaba la regional, cuya premisa era la de prever un futuro equilibrado para la ciudad dentro del sistema regional; y la sabana, que no coincidió plenamente con las ideas de los gobernantes del momento, razón por la cual las relaciones de la ciudad con los recursos naturales del entorno quedaron a la deriva. “En todas partes reinarán el espíritu de la ciudad, la escala humana, la diversidad y la unidad. Se desarrollará así una verdadera sinfonía arquitectural y paisajística. La montaña servirá de fondo a la composición”(61).
Dentro del sistema ambiental y de articulación con la región, el plan contemplaba el manejo de los cerros y las rondas de los ríos; proponía, por medio de las rondas de quebradas y ríos, conectar el sistema montañoso del oriente de la ciudad con el río Bogotá, al cual le daba la definición de “parque lineal”. Con el Plan Piloto y el Plan Regulador, elaborado por Wienner y Sert, se buscó una nueva relación de la ciudad con la región y en particular con los cerros. Se propuso entonces su valoración como la gran reserva ambiental de la ciudad, parte de todo un sistema general, y como patrimonio de los bogotanos. En los dibujos y apuntes de Le Corbusier es constante su idea de los cerros como telón de fondo, como paisaje cultural de la ciudad.
A partir del Plan Piloto se oficializó en la ciudad el perímetro urbano y el trazado del plan vial, que se convirtieron en medio para concretar una política de objetivos generales sobre la forma de la ciudad. El Plan estableció elementos que pasaron a cumplir el papel de potenciales organizadores de la forma urbana, entre ellos la forma lineal, las vías y los accidentes geográficos, como las escorrentías, los ríos, los pantanos y los cerros. El concepto de límite, esbozado por el Plano de Bogotá Futuro, se convirtió en uno de los principales ordenadores de la forma urbana. Pese a las recomendaciones, el manejo de los cerros quedó relegado a barrera para el crecimiento de la ciudad, mediante la simple imposición de una cota de servicios y la generación de vías periféricas. Esto llevó a que durante esta década las únicas acciones adelantadas para la recuperación de los cerros se sucedieran sin ninguna articulación entre sí, como los programas de reforestación, realizados por lo general con especies importadas, como pino y urapán.
La llegada del régimen militar al país (1953-1957) no permitió adoptar el Plan Regulador, tan sólo se retomaron parcialmente algunas recomendaciones, a manera de proyectos aislados. Las obras más relevantes de dicho régimen en Bogotá, sobre todo en barrios obreros, fueron localizadas por fuera de las zonas identificadas en el Plan e incluso por fuera del perímetro urbano. Desde 1951 se mencionaba ya la necesidad de convertir a Bogotá en el denominado Distrito Especial, anexándole los municipios de Usme, Bosa, Fontibón, Engativá, Suba y Usaquén, delimitando la zona urbana y creando una corporación para la protección de los recursos naturales de la sabana (con lo cual, por primera vez, se siente a nivel administrativo esta necesidad, reforzando lo consignado en el Plan Piloto); esto sólo se concreta hacia 1955.
Otras obras relevantes del régimen son el Aeropuerto El Dorado, el Centro Administrativo Nacional, el Hospital Militar, la Avenida 26 –con la cual desaparecieron el Parque Centenario y parte del Parque de la Independencia–, el Hotel Tequendama y el Edificio Bochica, estos dos últimos la primera parte de lo que más tarde sería el Centro Internacional.
Con la llegada de la televisión y el fortalecimiento de la radio, también durante la dictadura militar, se ubicaron las principales antenas sobre los cerros de la Teta y el Cable, al norte de la ciudad de entonces, y la Estación Cien de Policía en la parte baja del último.
Estos elementos fueron localizados sobre los cerros de forma no planificada, ocupando en algunos casos áreas de conservación ambiental que tienen gran impacto visual sobre la ciudad. Por tanto, estas antenas y torres de energía afectan negativamente, desde esta época, diferentes áreas al convertirse en parte de la contaminación visual y energética de los cerros orientales.
Fue en este período cuando se dio inicio a la ocupación indiscriminada de los cerros con estos elementos, cuya implantación ha sido manejada sólo con criterios funcionales y nunca en respuesta a principios estéticos y ambientales, que habrían podido constituirlos en hitos favorables al paisaje y en símbolos reconocibles de la ciudad.
Mejora de los servicios públicos y protección del medio natural
Con el descontrolado crecimiento urbano, aumentaba también el problema del abastecimiento de agua para la ciudad. En 1945 la administración decidió gestionar la compra de algunos predios sobre los cerros e iniciar el programa de reforestación de las cabeceras de los ríos San Francisco, San Cristóbal, Arzobispo y Los Rosales, y de otras quebradas menores.
Durante la década de los cincuenta se vio la necesidad de modernizar las entidades administrativas de la ciudad. En 1955 se creó la Empresa de Acueducto y Alcantarillado, que hacia los años sesenta inició la compra de buena parte de los predios localizados en las laderas de los cerros, con el objeto de protegerlos ambientalmente. En 1959 se constituyó la Empresa de Energía Eléctrica. La Empresa de Teléfonos había sido creada en 1940.
En 1960 se amplió el área del Parque Nacional a 260 hectáreas, que cubren desde su trazado original hasta el camino de peregrinación a Monserrate, con lo cual se empezaron a concretar diversos programas de reforestación y proyectos de recuperación. Las primeras medidas tomadas tuvieron que ver con la compra de los predios y el desalojo de colonos allí localizados. Aunque la compra de predios se hizo efectiva, los colonos continúan hoy en día ocupando predios en el interior del Parque. En 1968, según Acuerdo Distrital se decretó al parque como Reserva Forestal Protegida.
Un periódico de la época señalaba: “En el caso especial de Bogotá, la ciudad es propietaria de 6.000 hectáreas que lindan con el área urbana, ocupadas por el hermoso bosque de las hoyas de San Francisco y San Cristóbal. Debería ser convertida en Parque Nacional. Además la ciudad posee una cadena de cerros de belleza extraordinaria, que han contribuido a determinar su forma urbana y sus características propias”.
En la medida en que la ciudad fue creciendo en sentido norte-sur, los cerros adquirieron mayor protagonismo por su privilegiada posición, paralela al sentido de mayor desarrollo. Sin embargo, aunque en este período la administración de la ciudad tomó conciencia de la importancia de los cerros y su protección, las acciones sobre los mismos fueron aisladas y a veces contradictorias. Se emprendió la compra de predios y los programas de reforestación y conservación; paralelamente se ubicaron las antenas y torres de energía en la parte alta de los cerros y se inició la promoción de proyectos, como el de la Avenida de los Cerros, que por su trazado afectaría una parte importante de los recursos naturales e incentivaría el desarrollo de urbanizaciones, en especial de estratos altos.
En 1961 se creó la Corporación Autónoma Regional, CAR, con el objetivo de velar por la conservación de los recursos naturales de la región de la sabana y de los valles de Ubaté y Chiquinquirá. Más tarde, en 1976, el INDERENA, mediante el Acuerdo 30, les dio tratamiento de Área de Reserva Forestal Protectora a los Cerros Orientales(62)? y en 1977 delegó a la CAR el manejo y protección del área de los cerros orientales que se encuentra fuera del perímetro urbano y en el interior del Distrito. Dos años más tarde, la CAR, por medio del Acuerdo 33 de 1979, definió la zonificación de estos cerros y los usos del suelo de los mismos como de “vocación netamente conservacionista y forestal”.
Entre los años cincuenta y sesenta, la ciudad continuó creciendo aceleradamente, a una tasa de 6,8%, por lo cual su planeación debió ajustarse de nuevo, convirtiéndose en un instrumento flexible, adaptable a los cambios constantes dentro de la estructura urbana. Con base en el trabajo realizado a finales de los años cincuenta por un grupo de arquitectos, liderados por el entonces Director de Planeación, arquitecto Carlos Martínez, el documento “La Planificación en Bogotá: 1964” se preocupó más por definir la forma de desarrollo para cada parte de la ciudad y por fijar normas y procedimientos, que por definir de manera rígida la forma y la estructura urbana. En concordancia con el Plan Piloto, este documento desarrolló un nuevo plan vial, que ocupaba una porción mayor de territorio, dentro del cual se incluyeron los anillos viales, base actual del plan vial de la ciudad. Este documento, sin embargo, desconoció la proliferación de barrios clandestinos, sobre todo en la periferia, articulados a las vías de salida y la mayoría de ellos localizados en la vía a Usme y la carretera a oriente, al sur de la ciudad, en las estribaciones de los cerros.
Es sobre todo en la década de los sesenta cuando se produce el gran auge de los desarrollos urbanos sobre los cerros, hacia el norte, el centro y el sur de la ciudad. Aparecen hacia el norte los desarrollos de Chapinero Alto, Rosales, Emaús, Santa Bárbara Alta y Santa Ana, entre otros, dedicados a los estratos más altos de la ciudad, lo que muestra una alta valoración de estos terrenos, considerados entonces exclusivos y destinados a una población privilegiada. También aparecieron equipamientos escolares como el Gimnasio Femenino y la Universidad Javeriana. En el centro se realizaron programas de vivienda masiva de carácter social, localizados en áreas colindantes con los cerros, como los proyectos de las Torres Jiménez de Quesada, en la calle 18, convertidos con Monserrate y la plaza de Bolívar en elementos de identidad de la ciudad, las Torres de Fenicia, en la calle 22, las Torres Blancas, en la calle 26, y las Torres del Parque, en la calle 27, y se empezaron a desarrollar asentamientos de origen ilegal como los barrios el Paraíso y Mariscal Sucre. Hacia el sur, los desarrollos se localizaron sobre el comienzo de Ciudad Bolívar, dando origen a una ocupación indiscriminada de los cerros en la siguiente década. Estas ocupaciones son en su mayoría de origen ilegal, producto de la explotación de terrenos de la periferia de la ciudad por parte de los denominados urbanizadores piratas.
Un nuevo concepto de ciudad. Los cerros como espacio público
Para finales de la década de los sesenta la magnitud del proceso expansivo de la ciudad hizo necesario otro cambio en el modelo de planeación. Se impuso entonces en el país el desarrollo de la denominada planeación económica, o modelo Currie, que cambió nuestras ciudades y su relación con el entorno, pese a que éste no estuvo nunca incluido de manera implícita en los planes. Uno de los principales postulados de este nuevo modelo de planificación, era acelerar el crecimiento de las ciudades como una de las condiciones para salir del subdesarrollo. Con miras a lograrlo se permitió la expansión de las grandes ciudades y se aceleró de forma drástica el proceso de urbanización. Es de aquí de donde surgió el nuevo sistema de financiación especial, que canalizaba el ahorro privado hacia la construcción de vivienda, denominado sistema UPAC.
Para Bogotá se realizó el estudio denominado Fase II (1972), que propuso como elemento de desarrollo la densificación de la estructura existente, con bloques de mayor altura, lo cual implicaba una estricta definición del perímetro urbano y de servicios, por fuera del cual debería impedirse todo desarrollo, promoviendo a su vez un cinturón verde de contención. Paralelamente, se impulsaron programas que buscaban integrar los barrios marginales a la ciudad, mediante la construcción de vías de penetración y redes de servicios.
Desde comienzos de la década de los años setenta, durante el gobierno del entonces presidente Misael Pastrana (1970-74), se retomó la idea de construir una gran avenida perimetral por el oriente de la ciudad, sobre los cerros. Sin embargo, esta avenida, que había sido propuesta tanto durante la alcaldía de Jorge Gaitán Cortés (1961-66) como en el plan regulador, no fue incluida en el plan vial de 1964, por lo cual su construcción no se consideraba primordial para la ciudad. Posteriormente, en la administración de Carlos Albán Holguín (1970-73) se llevó a cabo el estudio Plan Integral de Desarrollo Urbano de la Zona Oriental de Bogotá (PIDUZOB). Señalaba el doctor Holguín: “En la última parte de mi administración examinamos con cuidado que la zona oriental mostraba un gran deterioro en relación con el resto de la ciudad… Ante esta situación le presentamos al Banco Interamericano de Desarrollo (BID) un programa integral para la zona. Se trataba de algo novedoso. Se suponía por aquel entonces que la cota máxima de 2.700 m. era inmodificable y que a partir de allí no se prestaría jamás servicio de agua. Pero resulta que trescientos metros más arriba ya vivían centenares de miles de personas…, a finales de 1971 presentamos el programa al Banco…. Se trataba de algo complejo. Había nueve subprogramas dentro de los cuales el de la Avenida de los Cerros era apenas uno más”.
El PIDUZOB buscaba dictar normas para preservar las condiciones ecológicas y urbanísticas de la Zona Oriental y proponer el desalojo de parte de la población del área. El préstamo fue aprobado en 1973, año en que, por medio del Acuerdo 5 del Concejo de Bogotá, se aprobó la modificación del trazado de la Avenida Oriental, respecto al planteado por Gaitán Cortés, y se reglamentaron sus zonas aledañas. El Acuerdo 5 trata algunos de los temas incluidos en el PIDUZOB: “El Paseo Bolívar actual, entre el Chorro de Padilla, Puente Holguín y la Plaza de Egipto, conservará estrictamente su condición de vía institucional, paisajística, turística y recreativa, de tránsito limitado integrado a la zona histórica…”.
También se declaró “zona de interés público, no edificable, destinada a bosque y parque”, la comprendida entre el entonces denominado Paseo Bolívar o carretera de circunvalación a la altura de la Quinta de Bolívar, y la Plaza de Egipto, de la carrera 1 hacia el este. Todas las zonas verdes existentes en el Paseo Bolívar se incorporarían en el denominado “Bosque oriental de Bogotá”. Para esto se continuaría con la erradicación de canteras y chircales dentro del área urbana, en especial aquellos localizados sobre las laderas de los cerros; se declararían zonas verdes no edificables a todas aquellas comprendidas en el área localizada al oriente del Paseo Bolívar, en el trayecto comprendido entre las calles 72 y 11 y las zonas libres localizadas al oriente de la carretera de circunvalación, en el sector comprendido entre la calle 11 y la carretera a Villavicencio, y se declararía la zona del barrio Egipto como de interés histórico. En cuanto a la denominada Avenida Oriental, comprendida entre la calle 100 con carrera 7ª y el Parque El Tunal, “en la mayor parte de su recorrido servirá como límite urbano oriental de la ciudad. Será una vía escenográfica, una vía parque, para lo cual se harán estudios de integración urbana, de paisajismo y de influencia de la vía”.
Durante más de cinco años se desató una fuerte polémica en torno al préstamo y su destino: la Avenida de los Cerros. Durante la alcaldía siguiente, de Alfonso Palacio Rudas (1974-75), en el gobierno del presidente López Michelsen (1974-78), se rechazó el préstamo del BID y el problema fue llevado hasta el Senado y el Concejo, logrando paralizar la obra por completo.
“El propio Concejo de Bogotá intervino en la fuerte polémica desatada por la administración del alcalde Palacio Rudas, para lo cual creó una comisión que presentó un informe absolutamente desfavorable a la construcción de la Avenida. Allí, se consideró que esa construcción era claramente “inconveniente”, ya que “compromete los intereses de la ciudad”, de suerte que pedía al Alcalde que: “proceda en forma inmediata a ordenar que se suspenda indefinidamente la construcción”.(63)?
A pesar de la fuerte polémica que generó la Avenida de los Cerros, el PIDUZOB se convirtió en el principal programa de acción para las administraciones de Bogotá entre los años 73 y 78, con lo cual se consolidó el nuevo interés de la ciudad por la zona oriental y los cerros. Sólo hasta 1978, bajo la alcaldía de Hernando Durán Dussán (1978-1982) se retomó la construcción de esta avenida, que fue terminada posteriormente por las administraciones de Ramírez Ocampo (1982-84) e Hisnardo Ardila (1984-85), a comienzos de los años ochenta. En 1982 se formuló la segunda etapa del PIDUZOB, dirigida esta vez a la recuperación de los cerros del sector sur en el área de Ciudad Bolívar.
La otra acción importante realizada durante la administración del alcalde Hernando Durán Dussán sobre los cerros orientales, fue el programa de reforestación emprendido de común acuerdo con la CAR y el Acueducto, consistente en la siembra de miles de pinos y urapanes en las laderas occidentales, desde los límites con las zonas de desarrollo urbano hacia las cotas más altas. Este programa, que no tenía relación alguna con el PIDUZOB, fue de gran importancia para los cerros, en especial en lo relacionado con el mejoramiento de su imagen y su papel como verde telón de fondo de la ciudad.
A pesar del reconocimiento que a lo largo de la historia se ha ido conformando respecto al valor de los cerros orientales como elementos característicos del paisaje de la ciudad y como depositarios de importantes recursos naturales –agua, flora y fauna–, que en algunos casos son únicos en el país, sólo en este periodo, en 1976, el Estado asumió su protección al declarar algunas áreas como reserva forestal y ambiental. Este mismo año, la administración reglamentó por primera vez la explotación de canteras y otras industrias extractivas en los límites del Distrito, lo cual empezó a controlar el deterioro de la cobertura vegetal de los cerros orientales de la ciudad.
Desarrollo y urbanización de sectores rurales y de conservación
Hasta 1973 las áreas rurales de los cerros no tenían ningún tipo de desarrollo urbano. Las únicas vías existentes eran las que comunicaban a la ciudad con Choachí y La Calera. En Monserrate y Guadalupe se aprecia un fuerte incremento de las áreas recuperadas por programas de reforestación. Por esta época aparecen los puntos de venta ambulantes sobre el camino de ascenso a Monserrate.
Hacia el norte, los asentamientos de origen ilegal localizados sobre cerros como San Cristóbal, La Cita y Barrancas llegaban sólo hasta el perímetro de servicios. La explotación de canteras en este sector estaba llegando a su mayor producción, lo cual empezaba a generar en sus bordes un nuevo tipo de desarrollo subnormal. Se inició también un nuevo modelo de desarrollos ilegales, ahora con estratos altos –Santa Ana oriental y nuevos desarrollos en Chapinero Alto y Rosales– que contaban con un suelo de condiciones urbanas aceptables por su cercanía a la ciudad central. En el centro aparecieron equipamientos educativos como la Universidad Externado de Colombia, en el borde oriental del centro histórico.
Entre 1973 y 1982, aparecieron vías departamentales y carreteras que facilitaban el acceso a diferentes zonas, incluyendo el páramo de Cruz Verde. Por el norte apareció una vía que unió la calle 170 con La Calera, lo que sumado al aumento poblacional y otras razones, propició el incremento del uso residencial, con vivienda de diferentes estratos, sobre los cerros, hasta entonces de carácter rural. Hacia el norte, en la Floresta de la Sabana, se construyó la vía que llega hasta la reserva forestal de la CAR, convirtiendo la zona en un área propensa a nuevos desarrollos e intensificando la explotación de canteras en el área de Usaquén, en especial en los sectores de Barrancas y San Cristóbal.
En el centro, sobre el cerro de Monserrate, los comerciantes localizados sobre el camino de ascenso al santuario empezaron a establecer viviendas permanentes, y con el mejoramiento de la vía que conduce a Choachí se intensificó la división de predios, llegando a rangos hasta de una hectárea y a la creación de canteras para su ampliación y mantenimiento.
Los asentamientos que surgieron como puestos de ventas sobre el corredor vial a La Calera, se expandieron con la regularización y pavimentación de la vía, convirtiéndose en desarrollos de vivienda de estratos bajos, depósitos para materiales de construcción y actividades recreativas, como discotecas.
Durante este período y luego de mucho tiempo en el desarrollo de la ciudad, se produjo de nuevo una mezcla de estratos altos y bajos, localizados generalmente de forma clandestina sobre los cerros. En el norte surgieron barrios populares sobre los sectores de Chapinero, Usaquén y San Cristóbal, intercalados con las urbanizaciones más exclusivas de la ciudad. Son ejemplo los barrios El Paraíso, Mariscal Sucre y Calderón Tejada, en Chapinero, desarrollados en los setenta cuando comenzó a desaparecer la actividad extractiva de la zona y los terrenos quedaron a merced de los invasores. En el centro se intensificó la ocupación por vivienda popular, en especial sobre el sector de Los Laches, al oriente del centro histórico. Hacia el sur siguieron existiendo chircales en los barrios Pardo Rubio, San Martín, Sucre, Vitelma, San Cristóbal, Guacamayas y Molinos del Sur, entre otros.
La cuenca del río Teusacá seguía siendo, hasta entonces, una zona rural con pocas construcciones, manteniendo su productividad agrícola y sus grandes predios con rangos superiores a 20 hectáreas.
A partir de la década de los ochenta, con la intensificación del desarrollo urbano, se da un cambio de valoración de los cerros por parte de los habitantes de la ciudad. Los terrenos urbanizables más accesibles se convierten en lugares apetecidos por los estratos altos y los urbanizadores piratas. Sin embargo, la apropiación de los cerros por los ciudadanos no puede darse de forma masiva, ya que cada vez se privatiza una mayor parte del espacio, dificultando el acceso. Junto a esto, los sectores de carácter público son presas de la inseguridad y el abandono de las autoridades, hecho que no sólo ha persistido sino que con el tiempo se ha incrementado. Por su parte, la administración intensificó por estos años la recuperación ambiental de los cerros, mediante programas de protección y reforestación.
La expansión de la ciudad en las décadas de los setenta y los ochenta reforzó la estructura existente al localizarse ante todo en las periferias de los tentáculos de crecimiento, con la característica adicional de presentar una elevada proporción de desarrollos clandestinos. La ciudad siguió creciendo con el mismo patrón de desarrollo en todas direcciones, apareciendo sobre los cerros desarrollos cada vez más desvinculados de la estructura urbana existente.
Como resultado de la valoración que a lo largo de la historia los habitantes han dado a los cerros orientales, existe hoy una gran porción de su territorio dedicado a usos incompatibles e inadecuados con sus rasgos geográficos. Los procesos recientes han favorecido aún más la expansión hacia las cotas más altas, privatizando la tierra y restringiendo cada vez más el acceso al público.
De las diferentes actividades urbanas en los cerros, las de mayor impacto negativo son la industria extractiva y la vivienda, tanto de estrato alto como bajo. Desde la fundación de la ciudad los cerros fueron ocupados por pequeñas urbanizaciones. En las primeras décadas éstas estaban destinadas a los sectores más pobres. Sin embargo, a partir de los años cincuenta de este siglo la presión urbana, formal e informal, llevó a la ocupación de una gran área del piedemonte y las laderas que rodean la ciudad por diversos sectores sociales, desde los más pobres, hasta los más solventes. En algunos casos estas urbanizaciones se localizaron por encima de la cota de los 3.000 m, cuando el límite definido para la prestación de servicios en Bogotá es de 2.800. El mayor problema de este proceso de urbanización ha sido su crecimiento incontrolado y sin planeación, que por lo general no respeta límites urbanos o suburbanos ni zonas de conservación ambiental, como las rondas de las quebradas y los bosques nativos. Tampoco se ha tenido en cuenta el costo de estos procesos para la ciudad, que debe tender redes de infraestructura y servicios a zonas altas y pendientes, acción que contradice un posible desarrollo sostenible.
La metrópoli de hoy. Abuso urbano de los cerros
La administración cambió nuevamente de estrategia al asumir que la planificación de Bogotá debería centrarse en establecer las normas para canalizar y controlar la acción del sector privado. Esto implicó el abandono de la planificación de la ciudad y su sustitución por una normativa como único elemento guía para el desarrollo urbano, determinando la asignación de tratamientos específicos para las distintas partes de la ciudad. Con los acuerdos 7 de 1979 y 6 de 1990 se subordinaron las decisiones urbanísticas y arquitectónicas al mercado inmobiliario, lo cual llevó al reconocimiento de una fuerte lucha entre los particulares por adquirir las localizaciones más privilegiadas dentro del espacio urbano.
Con estos acuerdos la planeación de la ciudad se redujo a un conjunto de procedimientos que regulaban las relaciones entre los propietarios, los productores y los comercializadores del espacio urbano y el Estado. La innovación en el Acuerdo 6, con respecto a su antecesor, estuvo en “descubrir” el carácter colectivo del espacio de uso público –vías, andenes, plazas, parques, rondas de ríos, cerros, etc.–, y deducir de allí el papel ordenador del territorio urbano. De aquí que la articulación del espacio público, en lo que se denomina su estructura, componga el primer nivel de zonificación. Sin embargo, la normativa expedida no propuso ningún plan de acción sobre el espacio público y los elementos naturales, por lo cual con el paso del tiempo la falta de acciones y de valoración sobre el mismo han conllevado a un deterioro alarmante de los recursos ambientales de la ciudad contemporánea.
En la década de los ochenta, con la culminación de la Avenida Circunvalar de Oriente y de otras obras del plan vial, como el par vial que rodea el centro de la ciudad y la Calle 170, se facilitó el acceso a varios sectores de los cerros a lo largo de la ciudad. Con esto se consolidaron los nacientes desarrollos, se incrementó su ocupación, se rectificaron vías y se construyeron algunos equipamientos, como las canchas deportivas localizadas cerca al Chorro de Padilla.
También durante este período se realizaron algunas obras para complementar la oferta de servicios públicos de la ciudad. Entre ellas están las diferentes redes de energía y las obras del acueducto, como la tubería del silencio, que atraviesa los cerros por el túnel de los Rosales para traer el agua desde San Rafael a Bogotá. Esta tubería desemboca en un inmenso tanque construido en predios del Parque Nacional. Para entonces la CAR proyectó la extensión de las obras de infraestructura del Parque mediante el proyecto del Plan Maestro, elaborado por el arquitecto Pedro Mejía en 1988. De este parque se construyeron sólo parcialmente algunas obras como la Plaza del Silencio, sobre el tanque y parte de las construcciones deportivas.
Entre 1982 y 1996, según estudio aerofotográfico, el crecimiento de los desarrollos suburbanos sobre el área de los cerros sobrepasó por primera vez el perímetro de servicios. Hacia el norte, los barrios Floresta de la sabana, Serrezuela, Bosque de Medina, Santa Bárbara Alta, Soratama, Santa Cecilia y Cerro Alto, empezaron a saturar la zona. Sobre algunas nuevas vías al norte y las quebradas de La Vieja y Los Rosales, el incremento de conjuntos y condominios de estratos altos ha causado nuevas talas de árboles y amenaza predios de importante valor natural. En el sector de Chapinero, sobre la circunvalar, se localizan nuevos barrios de origen informal, y hacia el norte, en la cuenca de la quebrada Rosales y en el Camino de Tauro, sobre la carretera a La Calera, se aprecian numerosas construcciones aisladas de estratos altos, construidas de manera ilegal por encima de la cota de servicios.
A comienzos de la década de los noventa, el desarrollo urbano sobre las áreas rurales y de protección de los cerros se intensificó. Aparecieron entonces urbanizaciones y asentamientos de diferentes estratos como Montearroyo, Sierras del Moral, y las partes altas de Santa Ana, Santa Bárbara y Bosque de Medina, todos de estrato alto, y numerosas urbanizaciones informales sobre la salida a Villavicencio. Al costado opuesto del cerro, sobre la cuenca del río Teusacá, producto de la normativa flexible que el municipio de La Calera tiene sobre el sector, en los últimos años se ha incrementado considerablemente la subdivisión de los predios y la construcción de viviendas sobre todo el valle, amenazando el equilibrio ambiental de este importante recurso vital de la ciudad.
El estudio de CADSA(64) reúne datos técnicos en que se evalúa la problemática ambiental de los cerros, desde la inestabilidad hidrológica, la inestabilidad geotécnica y la contaminación, los cuales evidencian en porcentajes una problemática ambiental y un peligro de desastre.
En resumen, el crecimiento urbano de Santa Fe de Bogotá tiende, por lo general, a saturar las áreas de expansión en el interior del perímetro urbano, llegando sin ningún control a las áreas rurales. Actualmente se presentan zonas de vivienda consolidada (barrios como Egipto, Perseverancia, Chicó oriental, etc.), zonas de vivienda suburbana (áreas de Torca y del río Teusacá), zonas de trabajo (canteras al norte y sur) y algunas zonas de reforestación repartidas en toda la extensión del territorio, con especial énfasis sobre los predios del Acueducto, al centro y sur de la ciudad.
Sobre la recuperación y valoración de los recursos naturales de los cerros durante los últimos años, sólo hasta 1976 se expidió un primer reglamento para la explotación de los chircales y las canteras. Sin embargo, el control y la recuperación de estos puntos de extracción de materiales han sido lentos y todavía hoy existe una marcada erosión y un aspecto de abandono del telón de fondo de la ciudad.
En cuanto a las acciones administrativas de la ciudad, en 1990 se creó el Departamento Administrativo del Medio Ambiente (DAMA), que ha realizado varios estudios sobre los recursos naturales de la ciudad. La Ley 99 de 1993 declaró a la sabana de Bogotá y sus páramos como de interés ecológico nacional y, según Acuerdo reglamentario del mismo año, se prohibió la tala de bosques nativos en todo el territorio del Distrito Capital y se creó el Comité de Protección y Vigilancia del Suelo. En 1995 fueron cerradas numerosas canteras y se emprendieron algunos programas de recuperación de la capa vegetal.
Durante la administración del Alcalde Antanas Mockus (1995-97), los cerros volvieron a adquirir relevancia en la discusión sobre el futuro de la ciudad, tanto dentro de la administración como de la sociedad en general.
En 1998, en respuesta a la obligación incluida en la Ley 388 de 1997, se adjudicaron los estudios para el Plan de Ordenamiento Territorial para Santa Fe de Bogotá (POT), que se encuentra en etapa de revisión final. Con esto, se plantea de nuevo la necesidad de ordenar y planear todo el territorio sobre el que se asienta la ciudad y aquel destinado a la expansión urbana o a las reservas agrícolas, forestales y ambientales. Para su elaboración el Plan fue dividido en diversos estudios temáticos, a cargo de consultores privados, entregados a la administración Distrital para su revisión y coordinación final. El estudio de los cerros orientales zonifica el área y califica los diferentes suelos según su desarrollo hacia el futuro.
Según los estudios del POT y otros anteriores como el de la firma CADSA, más del 90 % del área no es apropiada para cultivos. En su mayoría sólo es apta para pastos y bosques, cerca del 80% de las quebradas se han secado, y las fuentes y manantiales del piedemonte han desaparecido.
Actualmente, como alternativas a lo propuesto en los estudios previos del POT, la CAR y el profesor Tomas Van der Hammen han sugerido la prohibición de cualquier desarrollo sobre los cerros y la declaratoria de la totalidad del área, desde la cota 2.800 hacia arriba y de las cuencas de los ríos y quebradas, como zona de reserva. Por otra parte, el DAMA ha abierto un concurso para elaborar un Plan Maestro para los cerros orientales, incluyendo el diseño arquitectónico del parque corredor ecológico y algunas alamedas que comuniquen la ciudad con los cerros –calle 134, Parque Entre Nubes y quebrada La Vieja. El DAMA también ha contratado un “Plan de Gerencia del Parque Cerros Orientales”, que busca congregar las diferentes problemáticas de esta área de 10.500 hectáreas, como la vigilancia del Plan Maestro, el estado actual de las divisiones prediales y la situación socioeconómica de sus habitantes, legales o ilegales, a fin de hallar una solución integral para los cerros y proponer unas políticas generales para su manejo sostenible.
En las últimas décadas se han localizado en la ciudad equipamientos de carácter público y privado sobre la periferia oriental, en el sector urbanizado más alto de las laderas de los cerros orientales. Estos equipamientos –especialmente universidades, colegios, centros de salud, parques, etc.–, que han buscado una utilización óptima de un suelo no apto para la vivienda y una reducción de distancias con respecto a los servicios básicos complementarios a sus usos, se han convertido en un control sobre el crecimiento urbano informal. Esto se ha dado con especial intensidad en la zona centro y algunos sectores del norte de la ciudad. Al sur, la zona se encuentra protegida, ya que los terrenos que pertenecen al Acueducto se extienden desde el Parque Nacional hacia el sur. Por otra parte, las clases dominantes han hecho nuevamente que el territorio de los cerros hacia el norte se valorice, retomando el control del paisaje y su domino visual, al construir grandes áreas de desarrollos de carácter suburbano, como las localizadas sobre Torca, Fusca y la quebrada de La Vieja, o edificios de altas densidades, ubicados sobre las cotas más altas del perímetro de servicios, desde el sector de Chapinero hasta Usaquén.
Como conclusión, la concepción que la administración y los habitantes en general tienen de los cerros ha cambiado en los últimos años. Por parte de la administración se han emprendido proyectos urbanos y de conservación y recuperación ambiental que valoran los cerros como un recurso natural no renovable y como parte de la ciudad. En los últimos planes y programas se han desarrollado estudios para definir el futuro del área, de acuerdo con los recursos naturales que aún subsisten, y se han planteado proyectos que permitan una interrelación más cercana de los habitantes de la ciudad con los cerros orientales y una apropiación masiva de los mismos. Con el planteamiento de un gran parque en el borde oriental de la ciudad, que ocupa todos los cerros, y mediante la realización de proyectos puntuales en diferentes áreas, se propone un verdadero cambio de actitud de la ciudad hacia los cerros y su valoración como paisaje cultural, como identidad de los habitantes de la ciudad.
Por su parte, los ciudadanos, mediante esfuerzos aislados, también han emprendido programas de concientización sobre la importancia que reviste la conservación de los cerros orientales y su papel protagónico en la búsqueda de una identidad en la ciudad. Es así como han surgido asociaciones y fundaciones de carácter privado que, mediante las publicaciones y la creación de museos, rutas ecológicas y paseos dominicales, entre otras, proponen a los ciudadanos la apropiación de los cerros tutelares de su ciudad. Para lograrlo se aprovechan las pocas vías existentes y las cuencas y valles de ríos y quebradas, que crean puntos de acceso de la ciudad a los cerros. Infortunadamente, todavía se tropieza con dificultades permanentes para el éxito de estas iniciativas, como la persistencia en levantar desarrollos urbanos –vivienda y equipamientos– sobre las cotas más altas, y la inseguridad reinante en toda el área, que impiden la apropiación masiva y el disfrute colectivo de los habitantes.
No obstante, con esto se puede afirmar que ya están sentadas las bases para la valoración de los cerros como paisaje e identidad cultural de la ciudad y como elemento primordial en la generación de una identidad para los bogotanos. Falta emprender los programas y acciones que, a través de proyectos concretos, consoliden lo iniciado hasta la fecha.
Desde las primeras crónicas de los conquistadores, pasando por los grandes pensadores de la Ilustración, como Mutis y Humboldt, hasta llegar a la iconografía actual –televisión, cine, fotografía–, se ha ido conformando una realidad simbólica y material de la ciudad. Y a esta realidad han pertenecido siempre, como punto de referencia constante, los cerros orientales, convertidos con el paso de los años en el elemento más reconocible de identidad para los bogotanos. Crónicas, entrevistas y conversaciones cotidianas califican a los cerros como uno de los principales símbolos de identidad de la ciudad.
“Tratemos imaginariamente de suprimir los cerros orientales: Bogotá se convierte en una ciudad cualquiera… Realmente son los cerros los que caracterizan la ciudad, su encanto, los que forman el marco estético de todo el complejo urbano… Punto de referencia irremplazable”.(65)
Notas
- Para contrarrestar parcialmente esto, en 1917 se creó la Sociedad de Embellecimiento Urbano, teniendo como uno de sus propósitos el de hacer cumplir algunas normas que se infringían de forma impune. En 1919 se fundó en Chapinero la Sociedad de Mejoras Públicas con actividades similares a la antes mencionada.
- Cortés, Rodrigo; “Historia de la Planeación en Bogotá”, sin publicar.
- Aunque desde este momento los cerros eran considerados como límite oriental de la ciudad, aún no se había definido una cota o marca específica para definir este límite.
- La única acción que buscaba la protección de este bien público fue una normativa de 1945 expedida por Jorge Eliécer Gaitán que prohibía los chircales en el centro de la ciudad y declaraba zonas alfareras en San Cristóbal y la carretera a Villavicencio, en el sur.
- El Tiempo, 12 de marzo de 1935. Citado en: Fundación Misión Colombia, Ibid 6, Tomo 2, siglo XX, pág. 32.
- Esto se repetirá solamente 50 años después, con la Ley 388 de 1997, ley que obliga a la realización de Planes de Ordenamiento Territorial a todos los municipios del país.
- Le Corbusier Sketchbooks, vol. 2, 1950-54. The architectural History Foundation, New York, MIT Press. Citado en: Cortés, Rodrigo. Ibid 15. pág. 25.
- Rodrigo Cortés: “Historia de la Planeación en Bogotá”. Sin publicar.
- Le Corbusier: “Plan Directeur de Bogotá, 1959”. Citado en: Cortés, Rodrigo. Op. cit. 15, pág. 27.
- Según el Decreto-Ley 2.811 de 1974, sobre el cual se basa el INDERENA para el Acuerdo 30 de 1976, define en el Artículo 204 las Áreas Forestales Protectoras así: Son áreas que deben estar conservadas permanentemente con bosques naturales o plantados para proteger, en este caso, los recursos hídricos principalmente.
- Cortés, Rodrigo. Ibid 15, pág. 55.
- DAPD-CADSA. Op. cit., pág.139.
- Centro de Planificación y Urbanismo, CPU, Universidad de los Andes; “Plan de Ordenamiento Físico del Sistema Orográfico y del Borde Oriental de Bogotá”. Bogotá, 1991. Sin publicar.