- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Siglo XIX. Ilustración y República
Cascabel. Siphocampylus columnae (L. f.) G. Don. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Siphocampylus benthamianus Walpers. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Calamagrostis bogotensis trianae (Pilger) Pilger. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Aulonemia trianae (Munro) McClure cf. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Riñón. Dichondra sericea Sw. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Miconia parvifolia Cogn. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Miconia, Tuno esmeraldo. Ligustrina bogotensis (Sm.) Tr. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Aromático. Llerasia lindeii Triana. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Benadillo. Conyza trihecatactis (Blake) Cuatrec. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Chirlobirlos. Castilleja fissifolia L. Fil. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Fábrica de cerveza Bavaria, 1895.
Tanque del acueducto de oriente, sobre los cerros. Bogotá, 1895. Fotografía de Henri Duperly.
Vista general de Bogotá. Superposición de tres fotografías tomadas desde el mismo lugar en los cerros, ca. 1895. Henri Duperly.
Vista general de Bogotá. Superposición de tres fotografías tomadas desde el mismo lugar en los cerros, ca. 1895. Henri Duperly.
Barrio Las Aguas, ca. 1895. Fotografía de Henri Duperly.
Parque de Santander, ca. 1896. Fotografía de Henri Duperly.
Estación de la Sabana, ca. 1895. Fotografía de Henri Duperly.
Construcción en Bogotá con los cerros al fondo, ca. 1903. Fotografía de Henri Duperly.
Panorámica de Bogotá con los cerros al fondo, ca. 1920. Fotografía de Mariano Sanz de Santamaría.
Calle del Observatorio, Bogotá. 1842. (Primer daguerrotipo tomado en Colombia). Jean Baptiste Louis Gros.
Avenida Colón y tranvía de mulas con los cerros al fondo, ca. 1910.
Chapinero a comienzos del siglo XX. Se observan grandes áreas erosionadas en las laderas de los cerros.
Colegio de La Merced, ca. 1920.
Capilla sobre el cerro de Monserrate, ca. 1920.
Texto de: Centro de Investigacions de la Facultad de Arquitectura, CIFA.
Universidad de los Andes
Los comienzos del siglo XIX fueron tiempos marcados por la Ilustración, época de enorme interés por las ciencias, especialmente en Europa. En nuestro territorio este movimiento intelectual llegó a través de figuras como José Celestino Mutis, que emprendieron proyectos científicos de gran envergadura y que, según algunos historiadores, fueron el germen de los movimientos independentistas. A finales del siglo XVIII se inicia la denominada “Expedición Botánica” (1783-1816), que cuenta con numerosos seguidores39?. En 1801 llega Humboldt, quien es recibido por Mutis y enterado de todos los avances de la Expedición. El único testimonio físico que de esta época conserva hoy la ciudad es el Observatorio Astronómico, construido bajo el auspicio de Mutis y lugar permanente de trabajo del sabio Caldas.
Cuando Humboldt estudia los cerros de Monserrate y Guadalupe identifica, entre otras, las siguientes especies: “El Lysanthus grandiflorus, la Segesbekia, la Alstonia theiformis, la Espeletia (frailejón), la Castilleja, Lebelia, Wintera granadenis, Weinmannia pinnata, Eriaula, Hippia, Dichondra, Melasthoma de corolas amarillo y púrpura, la Rothmania y numerosas Syngenesistes sobre su césped de Cryptógamas, de Lichen paschalis… sobre una capa vegetal negra como la de los Alpes suizos. …La montaña de Monserrate es más pobre en vegetales, más árida, más caliente (entra más adelante en el Llano y más expuesta al sol austral) que Guadalupe”.(40)?
Aunque existió gran interés por estas especies de la sabana, por los nuevos descubrimientos y por su valor comercial (como en el caso de la quina y el té de Bogotá), no hubo un interés particular por los cerros como conjunto natural. Con estos movimientos científicos, reflejos de la ilustración europea, no se valoraron las cuencas ni tampoco se levantó en detalle un inventario de la flora de los cerros de la ciudad, por lo que resulta difícil determinar su incidencia en el conjunto de la Expedición. Además, a comienzos de este siglo, los cerros estaban desprovistos de naturaleza y se encontraban altamente erosionados, sometidos como habían estado a una fuerte explotación de leña, piedras y arena desde la fundación de la ciudad. Sólo a mediados de siglo se despertó un primer interés por su vegetación y se realizaron algunas campañas de arborización y prohibición de la tala en las cuencas de los ríos, debido sobre todo a los problemas de abastecimiento de agua. Lo anterior se puede comprobar en la iconografía y planimetría de la época, respaldadas por las impresiones de los diferentes cronistas que visitaron a Bogotá y que coincidieron en varios aspectos, entre otros en la sorpresa por su extremo aislamiento de los mares, su gran altura, su cercanía a los cerros tutelares, el gran tamaño de éstos y su aspecto “gris y desolador”.
“Al oriente se levanta la serranía que limita la Sabana, llena de quiebras, ondulaciones y colinas, especie de muralla colosal, cubierta de un verde sombrío, que defiende el caserío de los fríos vientos de Oriente; en ella abundan sitios salvajes y los puntos de vista encantadores. En las cumbres de estos cerros una vegetación raquítica, pequeños bosques casi vírgenes, de color oscuro y severo, dispersos en grupos irregulares, cierran el paisaje. Abajo en las colinas y faldas salpicadas de habitaciones, se ve el alegre tapiz de gramíneas, que se continúa en la vasta extensión de la Sabana…”.(41)
A pesar de los embates de la Ilustración, la vida citadina en el siglo XIX continuaba siendo muy sencilla y prácticamente no existía ningún tipo de evento que sacara a los capitalinos de su rutina diaria. Las plazas continuaron siendo el punto de encuentro y de actividad de la ciudad. La Plaza Mayor, en torno a la cual se concentraban las autoridades civiles y eclesiásticas, las viviendas más importantes y, desde mediados del siglo, el edificio comercial de las Galerías de Arrubla, era el corazón de la ciudad. Por esto la ausencia de parques y jardines, así como de proyectos para la construcción de algún tipo de espacios recreativos en la periferia, no fue prioridad de la administración durante la mayor parte del siglo. Es decir, a pesar del crecimiento poblacional y de los grandes cambios industriales y sociales sucedidos en otras partes del mundo, la sociedad bogotana continuaba viviendo el mundo colonial.
Sin embargo, los paseos a las afueras de la ciudad eran costumbre arraigada desde la Colonia. Los bogotanos realizaban con especial afluencia visitas a Chapinero, al sur y a los cerros de la ciudad, a estos últimos con mayor asiduidad en el mes de agosto para aprovechar los vientos y hacer volar las cometas. Sobre los cerros predominaban las subidas a Agua Nueva, Egipto y Belén, además de las consabidas peregrinaciones a Monserrate y Guadalupe.
Según testimonio de la época, “La devoción ha construido capillas sobre las faldas de la cordillera al pie de la que está situada Santafé, las ermitas de Belén, Egipto, Guadalupe y Monserrate. Estas dos últimas las más elevadas, están separadas por un valle estrecho, formado al parecer por un temblor de tierra. Es más un valle que una garganta. Las capillas de Guadalupe y Monserrate se divisan desde la entrada de la Boca del Monte, y uno cree ver dos fortificaciones que dominan la ciudad”(42).
Sin embargo, desde la perspectiva de la urbanización, los cerros prácticamente no fueron transformados, por el contrario, se seguían considerando un territorio no apto para el crecimiento urbano, la parte de atrás de la ciudad, el lugar de habitación de la población más pobre y, por tanto, predios con poco valor. La misma fuente anterior da cuenta de este territorio abandonado por la ciudad. “Como dato curioso diremos que desde los lejanos tiempos coloniales, hasta 1861, se enterraban los suicidas en un agreste sitio, en las faldas del Guadalupe, llamado Las Tapias de Pilatos”.
De espaldas a los cerros
Durante el siglo XIX, el significado de los cerros para los bogotanos siguió siendo, en realidad, una extensión de lo que había sido durante la Colonia, en casi todos los sentidos. La ciudad continuó creciendo siempre hacia la sabana, dando la espalda, como era tradicional, a los cerros. Tan sólo el problema del abastecimiento de agua logró llamar la atención de la administración y de los particulares hacia la necesidad imperiosa de recuperar, arborizar y proteger las cuencas, lo cual se reflejó en esfuerzos aislados, dirigidos más que todo a la reforestación de las laderas de los cerros de Guadalupe y Monserrate y los cursos de los ríos Arzobispo, San Francisco y San Agustín. Los cerros continuaron siendo una fortificación que resguardaba a la ciudad “por detrás”, un lugar gris y árido al que se podía subir en peregrinación o para mirar el paisaje, verdaderamente digno de ser visto: la sabana y el sistema montañoso que se sucedía hacia el occidente. “Contemplar desde allí nuestra espléndida sabana, en cuyo último término aparecen radiantes los nevados de Santa Isabel, Quindío y Tolima, prueba inequívoca de la diafanidad y pureza de nuestra atmósfera”.(43) Los cerros, aunque siempre ahí como paisaje de la ciudad, no fueron valorados del todo en su verdadera dimensión durante el siglo que nos ocupa, no existió una cultura que propiciara su recuperación e impidiera su creciente deterioro. Por el contrario, continuó la dramática explotación de sus recursos, llevando a la desaparición de parte importante de su cobertura natural.
“La ciudad de Bogotá, circuida de bosques de alturas gigantescas está adosada a una muralla de rocosas casi verticales. En dos de sus ápices, a una altura de 650 metros, están las ermitas de Guadalupe y Monserrate que semejan nidos colgados de riscos. Subí a ellas para medirlas barométricamente; desde allí se disfruta una admirable perspectiva sobre toda la llanura montuosa y hacia los nevados de la cordillera del Quindío, que se divisa al frente. El paisaje general es grandioso, pero melancólico y yermo. Las ermitas de Guadalupe y Monserrate, cuya altura iguala casi la del Etna, están a dos mil pies sobre la ciudad y no por eso dejan de ser objetos de frecuente peregrinaje…”.(44)?
Por último, con la aparición de Chapinero se repitió la historia de la fundación en relación con los cerros, al localizar el asentamiento en la parte más elevada de la sabana, “dominando” el territorio, encontrando protección y teniendo a la mano los materiales de construcción, la leña y el agua. Chapinero marcó un patrón de desarrollo que se repetiría en buena parte del siglo XX, el del barrio aislado, unido a la ciudad por una vía y localizado sobre el eje norte-sur.
En la ciudad, las diferencias entre el siglo XIX y el período anterior, están marcadas por un gran aumento de la población, que no se vio equiparado por el crecimiento de la estructura física(45)?. Este desfase se debió principalmente a las numerosas guerras ocurridas en el país durante todo el siglo, que condujeron a una prolongada crisis económica(46).
Aunque la población se quintuplicó, el área urbana se incrementó muy poco, produciendo una fuerte densificación del casco urbano y una utilización más intensa de los inmuebles y predios existentes. A comienzos del siglo los inmuebles se localizaban sobre grandes predios, en una larga sucesión de espacios abiertos. Estos espacios, patios y solares donde abundaban árboles y cultivos que suplían la carencia total de parques y jardines públicos en la ciudad, se convirtieron pronto en espacios construidos. Sobre los antiguos solares y las casonas subdivididas para el alquiler aparecieron habitaciones con dimensiones mínimas. Se volvió común que los dueños de las grandes casas, los habitantes más pudientes de la capital, dividieran la planta baja en pequeños locales o piezas, denominados “tiendas”, que alquilaban como habitación a las clases más populares. Esto llevó a la convivencia de los más diversos estratos sociales en el mismo inmueble. Con la excepción de los barrios de Egipto, Las Cruces y San Diego, donde los moradores vivían en chozas pajizas, la mayoría de la población pobre vivía en tiendas.
Estas tiendas, tipología que se reprodujo en todos los barrios de la ciudad, contaban con una sola puerta hacia la calle y carecían de comunicación hacia el interior y de servicios. La insalubridad resultante produjo epidemias constantes, situación que se convirtió en el centro de acción de los planes de gobierno de las diferentes administraciones durante buena parte de este siglo y comienzos del siguiente.
El bajo incremento urbanístico, en especial durante la primera mitad del siglo, se debió también a que la institución eclesiástica era el mayor propietario de finca raíz. En 1861, ante esta situación, el presidente Tomás Cipriano de Mosquera expidió el decreto sobre la “desamortización de bienes de manos muertas”, por el cual todos los bienes de la Iglesia pasaron al dominio del Estado para su remate y puesta en circulación(47)?. Esto logró abrir al desarrollo urbano grandes predios, sobre todo en la periferia, llegando a afectar cerca del 20% del área de la ciudad. En los cerros había varias propiedades eclesiásticas, que habían servido para protegerlos de los desarrollos urbanos, pero éstas también fueron puestas en circulación. El decreto del presidente Mosquera, que se convirtió en la única reforma urbana en la historia de la ciudad, inició la modernización fiscal del Estado y permitió el surgimiento del sistema financiero moderno.
La mezcla social que tuvo lugar en la ciudad durante este siglo, generó situaciones de hacinamiento que afectaron toda la población, independientemente de su condición social. Esta fue la causa principal para que las clases pudientes comenzaran a buscar dónde construir nuevas viviendas y huir del nocivo ambiente del casco urbano. Hacia las últimas décadas surgió la urbanización de Chapinero, localizada a considerable distancia de la ciudad tradicional, sobre los predios de la hacienda del mismo nombre. Era un lugar con condiciones ambientales óptimas –bosques, multitud de quebradas, pequeños lagos–, y amplios espacios para construir nuevas viviendas, denominadas quintas, para aquellas clases pudientes que ya no lo podían hacer en la ciudad tradicional.
Además de las guerras y el estancamiento, hubo un tercer factor que frenó el crecimiento urbano: los movimientos telúricos, a los que siempre ha sido propensa Bogotá y que en el siglo XIX la azotaron varias veces, el más fuerte en 1826. Estos terremotos hicieron que sus casas fueran en su mayoría de un solo piso y con grandes muros. Hubo inmuebles que debieron ser reparados y reconstruidos varias veces, por ejemplo la iglesia de Santo Domingo y la ermita de Guadalupe.
Si en la primera mitad del siglo la ciudad no fue prácticamente intervenida, en la segunda, gracias a las acciones del presidente Mosquera entre otras, se realizó un importante número de obras de infraestructura. Se destacan las mejoras en los servicios públicos, los equipamientos urbanos, la rehabilitación de algunas calles existentes y la realización de nuevas vías. En las últimas dos décadas, bajo la influencia inglesa, se comenzaron a construir paseos y alamedas en los límites de la ciudad, tendientes a crear espacios de encuentro y a mejorar la relación de la ciudad con su entorno. Se realizó así la extensión del Paseo Bolívar, la Alameda de la carrera 13 y algunos espacios recreativos, que incluyeron los cerros como parte de la estructura urbana.
Las obras, que por primera vez se apartaban de la trama homogénea existente hasta entonces, señalaron el desarrollo urbano de la ciudad durante el siglo XX. Se destacaron, como origen de la ciudad futura las alamedas, el barrio de Chapinero y los equipamientos de la periferia, entre ellos el matadero, el panóptico y la zona de los hospitales, hacia el sur. Las calles y carreras, trazadas originalmente en cuadrícula, se desviaron en su prolongación, como resultado del choque de la nueva urbanización con la topografía de los cerros. Las carreras tomaron la curvatura de las líneas de nivel empezando así a condicionarse la trama urbana, que se acentuaría de ahí en adelante. La construcción de puentes sobre los ríos y quebradas y de caminos sobre la periferia fue extendiendo el trazado urbano, apropiándose de las zonas rurales aledañas.
Esta expansión urbana se produjo en todos los costados de la ciudad. Comenzaron a desarrollarse o densificarse barrios como Egipto y Las Aguas al oriente, La Perseverancia y Chapinero (declarado barrio de Bogotá en 1875) al nororiente, Las Cruces al sur y San Victorino al occidente. En 1882 se erigieron las Parroquias de Nuestra Señora de las Aguas y de Egipto al oriente de la ciudad, sobre la ladera de los cerros, y se fijaron los límites urbanos, siendo el oriental la parroquia de Choachí.
La ciudad creció hacia tres de sus costados apoyada en los cerros, que siguieron siendo la despensa de agua y materiales. La apropiación de terrenos periféricos por parte de particulares, para usufructuar los beneficios de sus ventas, impidió que la ciudad creciera libremente y de acuerdo con las intenciones de sus administradores. Hacia mediados de siglo el Gobernador de la provincia solicitó al Cabildo orientar el crecimiento de la ciudad hacia los ejidos de San Victorino(48), con el objeto de equilibrar la ciudad, que tenía ya una denotada dirección de crecimiento sobre el eje norte-sur, y aprovechar los terrenos planos, “más aptos para la urbanización”. Posteriormente el general Mosquera volvió a proponer lo mismo en un proyecto, que tampoco se concretó(49).
Para la segunda mitad del siglo, la necesidad de control sobre el crecimiento urbano se hizo apremiante, y en 1875 se aprobó el que puede ser considerado como primer código urbanístico de la ciudad, que mediante una normativa definió el crecimiento y la expansión urbana.
Finalizando el siglo, la ciudad no había variado su forma de crecimiento ni sus límites urbanos de forma drástica. Por el contrario, el proceso podría considerarse una continuidad de la Colonia. Hacia el sur, el oriente y el occidente los límites seguían siendo los mismos; hacia el norte se insinuaba un cambio mucho más allá de la ciudad tradicional, en el barrio de Chapinero, sitio de peregrinación en un principio, donde los bogotanos iban para “respirar aire puro” y los más pudientes construir las primeras quintas. Con su ubicación en el norte, a considerable distancia de la ciudad consolidada, y la construcción de la línea del tranvía y del hipódromo, se empezó a definir la forma lineal de crecimiento urbano y la sectorización social que marcaría su destino en cuanto a localización de estratos económicos al norte y sur.
Chapinero marcó el origen de una nueva forma de crecimiento urbano que será característica durante todo el siglo XX: el barrio aislado para vivienda, conectado a la ciudad tradicional mediante las vías de comunicación, pero sin ninguna relación formal con ésta.
Expansión urbana, agua y desarrollo
En el plano elaborado por Agustín Codazzi en 1852, se presta atención a la ocupación de la trama urbana y su relación con el territorio, ilustración clara de la relación que estableció la ciudad durante el siglo XIX con la región sobre la que se localiza. En este plano, a diferencia de la planimetría del siglo XX, la plaza Mayor (más tarde de Bolívar) está localizada en el centro de la composición, insinuando una igual relevancia de toda la periferia urbana. Dentro de esta periferia se describen en detalle los accidentes geográficos de los cerros, los ríos y quebradas y la ocupación del piedemonte mediante construcciones aisladas. Se aprecian los molinos y gran cantidad de inmuebles que se desarrollaron desde el casco urbano hacia las cotas altas de los cerros, por los cauces de los ríos San Francisco y San Agustín. También se aprecia la Quinta de Bolívar como el inmueble “formal” más al oriente de la ciudad. Aunque la forma de expresión del plano no permite ver con claridad la cobertura vegetal, ésta no parece existir, por lo menos en lo que a los cerros se refiere.
La ocupación de éstos es descrita en la siguiente crónica, extractada del periódico El Símbolo en 1865 y citada en la Historia de Bogotá: “… Por el oriente todas las faldas de los cerros están llenas de casitas que no existían ni en tiempo de la verdadera Colombia; y el camino que conduce de la ciudad a La Peña, de 10 años a esta parte, está literalmente cubierto de casas humildes, pero que no por eso dejan de ser casas”.50
Pero la zona oriental localizada en los extramuros de la ciudad, no sólo era un lugar para vivienda, sino que se había convertido en zona industrial; se construyeron entonces fábricas de loza y de tejidos en donde antes había molinos y una nueva fábrica de pólvora. Algunos de estos edificios fabriles se convirtieron posteriormente en parte del campus de la Universidad de los Andes.
El resto de los cerros hacia el norte y sur de la ciudad existente hacían parte de las grandes haciendas en que estaba dividida toda la sabana. Haciendas como La Merced, El Arzobispo (hoy Parque Nacional), Chapinero, El Chicó, Santa Ana, Santa Bárbara, Contador y La Calera incluían en sus terrenos los cerros, por lo general hasta la divisoria de aguas. Sin embargo, estas tierras de los cerros carecían de gran valor comercial por su topografía, que impedía los cultivos y los desarrollos urbanos.
La ciudad seguía disponiendo de los mismos caminos de comunicación con la región que en la Colonia, sólo que ahora sostenidos con peajes. Las carreteras regionales localizadas sobre los cerros no habían cambiado mucho, ya que el comercio con el oriente no se había incrementado. Fundamentalmente la relación de la ciudad con la región circundante, en la cual se cuentan los cerros, se basó, como durante la Colonia, en el abastecimiento de materiales y de agua, razón por la cual durante todo el siglo los cerros siguieron siendo de vital importancia para el desarrollo y la construcción de la ciudad, aunque poco a poco se iban convirtiendo en una especie de sombra gris a la que se le estaban agotando los recursos.
Otro hecho que en este siglo XIX marca el desarrollo de la ciudad y su relación con el territorio, es el problema de abastecimiento de agua, ya que durante todo este tiempo los mecanismos de aprovisionamiento del líquido fueron rudimentarios e insuficientes. Su manejo pasó varias veces de manos del Estado a manos de particulares, con los consiguientes problemas derivados de la mala fe de quienes tuvieron a su cargo la gestión. Como consecuencia, hacia mediados de siglo la ciudad empezó a sufrir de una severa y crónica escasez de agua.
Desde comienzos de este siglo, cuando se construyeron los primeros acueductos de la ciudad, se utilizaron para su abastecimiento las corrientes de los ríos Arzobispo, San Francisco y Manzanares. Hasta la década de los treinta el agua era administrada por el Cabildo, fecha en que pasó por primera vez a manos particulares, por el déficit en las finanzas públicas. Desde entonces, hasta finales del siglo, se firmaron varios contratos con particulares.
En 1886 se firmó otro contrato con particulares, con el objeto de establecer un acueducto en tubería de hierro. En 1888 se concluyó la primera etapa, que consistía en la instalación de dos tuberías de hierro que atravesaban las calles 9 y 11 y un estanque con capacidad para 4 millones de litros localizado sobre los cerros, en las postrimerías del barrio Egipto. Pero, dos años más tarde, un derrumbe en los cerros dejó la ciudad sin agua por más de siete meses, hasta que se instaló una tubería colgante. Al problema de los acueductos se sumaba la contaminación de las fuentes, pues no se ejercía control alguno sobre ellas. Años más tarde, el problema del abastecimiento se solucionó en parte con la construcción de otros dos tanques sobre los cerros orientales, uno en la Quinta de Bolívar y otro en el sitio denominado Molino del Cubo. Sin embargo, los problemas con la empresa privada que había realizado los trabajos continuaron hasta la segunda década del presente siglo.
Hacia el final del siglo todos los servicios públicos fueron intervenidos por el Estado. Se emprendió la construcción del primer alcantarillado de la ciudad, pues hasta entonces las aguas negras corrían por el centro de las calles y desbordaban en los ríos San Francisco y San Agustín, que atravesaban la ciudad al descubierto. Se inició también la canalización de estos dos ríos, con lo cual se les destinó a convertirse en colectores de aguas negras.
Por la misma época, se construyeron varias líneas de tranvía y se terminaron las primeras de ferrocarril, entre ellas la del norte, que corría paralela a los cerros, por la hoy Avenida Caracas y Autopista Norte. En 1876 entró en servicio el primer alumbrado público de gas de la ciudad, para lo cual se autorizó la explotación privada de una mina de carbón en las inmediaciones de la capilla de la Peña, sobre el cerro localizado al oriente de la ciudad.
En estos últimos años del siglo, las necesidades de los habitantes y las nuevas ideas de los gobernantes dieron el primer impulso fuerte a la modernización de la ciudad. Se intervinieron drásticamente los servicios y se instalaron los que no existían. La ciudad entró al siglo XX con una imagen distinta y con los rasgos definidos de lo que sería el desarrollo urbano en adelante.
Notas
#AmorPorColombia
Siglo XIX. Ilustración y República
Cascabel. Siphocampylus columnae (L. f.) G. Don. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Siphocampylus benthamianus Walpers. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Calamagrostis bogotensis trianae (Pilger) Pilger. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Aulonemia trianae (Munro) McClure cf. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Riñón. Dichondra sericea Sw. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Miconia parvifolia Cogn. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Miconia, Tuno esmeraldo. Ligustrina bogotensis (Sm.) Tr. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Aromático. Llerasia lindeii Triana. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Benadillo. Conyza trihecatactis (Blake) Cuatrec. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Chirlobirlos. Castilleja fissifolia L. Fil. Lámina de la Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada (1783-1816)
Fábrica de cerveza Bavaria, 1895.
Tanque del acueducto de oriente, sobre los cerros. Bogotá, 1895. Fotografía de Henri Duperly.
Vista general de Bogotá. Superposición de tres fotografías tomadas desde el mismo lugar en los cerros, ca. 1895. Henri Duperly.
Vista general de Bogotá. Superposición de tres fotografías tomadas desde el mismo lugar en los cerros, ca. 1895. Henri Duperly.
Barrio Las Aguas, ca. 1895. Fotografía de Henri Duperly.
Parque de Santander, ca. 1896. Fotografía de Henri Duperly.
Estación de la Sabana, ca. 1895. Fotografía de Henri Duperly.
Construcción en Bogotá con los cerros al fondo, ca. 1903. Fotografía de Henri Duperly.
Panorámica de Bogotá con los cerros al fondo, ca. 1920. Fotografía de Mariano Sanz de Santamaría.
Calle del Observatorio, Bogotá. 1842. (Primer daguerrotipo tomado en Colombia). Jean Baptiste Louis Gros.
Avenida Colón y tranvía de mulas con los cerros al fondo, ca. 1910.
Chapinero a comienzos del siglo XX. Se observan grandes áreas erosionadas en las laderas de los cerros.
Colegio de La Merced, ca. 1920.
Capilla sobre el cerro de Monserrate, ca. 1920.
Texto de: Centro de Investigacions de la Facultad de Arquitectura, CIFA.
Universidad de los Andes
Los comienzos del siglo XIX fueron tiempos marcados por la Ilustración, época de enorme interés por las ciencias, especialmente en Europa. En nuestro territorio este movimiento intelectual llegó a través de figuras como José Celestino Mutis, que emprendieron proyectos científicos de gran envergadura y que, según algunos historiadores, fueron el germen de los movimientos independentistas. A finales del siglo XVIII se inicia la denominada “Expedición Botánica” (1783-1816), que cuenta con numerosos seguidores39?. En 1801 llega Humboldt, quien es recibido por Mutis y enterado de todos los avances de la Expedición. El único testimonio físico que de esta época conserva hoy la ciudad es el Observatorio Astronómico, construido bajo el auspicio de Mutis y lugar permanente de trabajo del sabio Caldas.
Cuando Humboldt estudia los cerros de Monserrate y Guadalupe identifica, entre otras, las siguientes especies: “El Lysanthus grandiflorus, la Segesbekia, la Alstonia theiformis, la Espeletia (frailejón), la Castilleja, Lebelia, Wintera granadenis, Weinmannia pinnata, Eriaula, Hippia, Dichondra, Melasthoma de corolas amarillo y púrpura, la Rothmania y numerosas Syngenesistes sobre su césped de Cryptógamas, de Lichen paschalis… sobre una capa vegetal negra como la de los Alpes suizos. …La montaña de Monserrate es más pobre en vegetales, más árida, más caliente (entra más adelante en el Llano y más expuesta al sol austral) que Guadalupe”.(40)?
Aunque existió gran interés por estas especies de la sabana, por los nuevos descubrimientos y por su valor comercial (como en el caso de la quina y el té de Bogotá), no hubo un interés particular por los cerros como conjunto natural. Con estos movimientos científicos, reflejos de la ilustración europea, no se valoraron las cuencas ni tampoco se levantó en detalle un inventario de la flora de los cerros de la ciudad, por lo que resulta difícil determinar su incidencia en el conjunto de la Expedición. Además, a comienzos de este siglo, los cerros estaban desprovistos de naturaleza y se encontraban altamente erosionados, sometidos como habían estado a una fuerte explotación de leña, piedras y arena desde la fundación de la ciudad. Sólo a mediados de siglo se despertó un primer interés por su vegetación y se realizaron algunas campañas de arborización y prohibición de la tala en las cuencas de los ríos, debido sobre todo a los problemas de abastecimiento de agua. Lo anterior se puede comprobar en la iconografía y planimetría de la época, respaldadas por las impresiones de los diferentes cronistas que visitaron a Bogotá y que coincidieron en varios aspectos, entre otros en la sorpresa por su extremo aislamiento de los mares, su gran altura, su cercanía a los cerros tutelares, el gran tamaño de éstos y su aspecto “gris y desolador”.
“Al oriente se levanta la serranía que limita la Sabana, llena de quiebras, ondulaciones y colinas, especie de muralla colosal, cubierta de un verde sombrío, que defiende el caserío de los fríos vientos de Oriente; en ella abundan sitios salvajes y los puntos de vista encantadores. En las cumbres de estos cerros una vegetación raquítica, pequeños bosques casi vírgenes, de color oscuro y severo, dispersos en grupos irregulares, cierran el paisaje. Abajo en las colinas y faldas salpicadas de habitaciones, se ve el alegre tapiz de gramíneas, que se continúa en la vasta extensión de la Sabana…”.(41)
A pesar de los embates de la Ilustración, la vida citadina en el siglo XIX continuaba siendo muy sencilla y prácticamente no existía ningún tipo de evento que sacara a los capitalinos de su rutina diaria. Las plazas continuaron siendo el punto de encuentro y de actividad de la ciudad. La Plaza Mayor, en torno a la cual se concentraban las autoridades civiles y eclesiásticas, las viviendas más importantes y, desde mediados del siglo, el edificio comercial de las Galerías de Arrubla, era el corazón de la ciudad. Por esto la ausencia de parques y jardines, así como de proyectos para la construcción de algún tipo de espacios recreativos en la periferia, no fue prioridad de la administración durante la mayor parte del siglo. Es decir, a pesar del crecimiento poblacional y de los grandes cambios industriales y sociales sucedidos en otras partes del mundo, la sociedad bogotana continuaba viviendo el mundo colonial.
Sin embargo, los paseos a las afueras de la ciudad eran costumbre arraigada desde la Colonia. Los bogotanos realizaban con especial afluencia visitas a Chapinero, al sur y a los cerros de la ciudad, a estos últimos con mayor asiduidad en el mes de agosto para aprovechar los vientos y hacer volar las cometas. Sobre los cerros predominaban las subidas a Agua Nueva, Egipto y Belén, además de las consabidas peregrinaciones a Monserrate y Guadalupe.
Según testimonio de la época, “La devoción ha construido capillas sobre las faldas de la cordillera al pie de la que está situada Santafé, las ermitas de Belén, Egipto, Guadalupe y Monserrate. Estas dos últimas las más elevadas, están separadas por un valle estrecho, formado al parecer por un temblor de tierra. Es más un valle que una garganta. Las capillas de Guadalupe y Monserrate se divisan desde la entrada de la Boca del Monte, y uno cree ver dos fortificaciones que dominan la ciudad”(42).
Sin embargo, desde la perspectiva de la urbanización, los cerros prácticamente no fueron transformados, por el contrario, se seguían considerando un territorio no apto para el crecimiento urbano, la parte de atrás de la ciudad, el lugar de habitación de la población más pobre y, por tanto, predios con poco valor. La misma fuente anterior da cuenta de este territorio abandonado por la ciudad. “Como dato curioso diremos que desde los lejanos tiempos coloniales, hasta 1861, se enterraban los suicidas en un agreste sitio, en las faldas del Guadalupe, llamado Las Tapias de Pilatos”.
De espaldas a los cerros
Durante el siglo XIX, el significado de los cerros para los bogotanos siguió siendo, en realidad, una extensión de lo que había sido durante la Colonia, en casi todos los sentidos. La ciudad continuó creciendo siempre hacia la sabana, dando la espalda, como era tradicional, a los cerros. Tan sólo el problema del abastecimiento de agua logró llamar la atención de la administración y de los particulares hacia la necesidad imperiosa de recuperar, arborizar y proteger las cuencas, lo cual se reflejó en esfuerzos aislados, dirigidos más que todo a la reforestación de las laderas de los cerros de Guadalupe y Monserrate y los cursos de los ríos Arzobispo, San Francisco y San Agustín. Los cerros continuaron siendo una fortificación que resguardaba a la ciudad “por detrás”, un lugar gris y árido al que se podía subir en peregrinación o para mirar el paisaje, verdaderamente digno de ser visto: la sabana y el sistema montañoso que se sucedía hacia el occidente. “Contemplar desde allí nuestra espléndida sabana, en cuyo último término aparecen radiantes los nevados de Santa Isabel, Quindío y Tolima, prueba inequívoca de la diafanidad y pureza de nuestra atmósfera”.(43) Los cerros, aunque siempre ahí como paisaje de la ciudad, no fueron valorados del todo en su verdadera dimensión durante el siglo que nos ocupa, no existió una cultura que propiciara su recuperación e impidiera su creciente deterioro. Por el contrario, continuó la dramática explotación de sus recursos, llevando a la desaparición de parte importante de su cobertura natural.
“La ciudad de Bogotá, circuida de bosques de alturas gigantescas está adosada a una muralla de rocosas casi verticales. En dos de sus ápices, a una altura de 650 metros, están las ermitas de Guadalupe y Monserrate que semejan nidos colgados de riscos. Subí a ellas para medirlas barométricamente; desde allí se disfruta una admirable perspectiva sobre toda la llanura montuosa y hacia los nevados de la cordillera del Quindío, que se divisa al frente. El paisaje general es grandioso, pero melancólico y yermo. Las ermitas de Guadalupe y Monserrate, cuya altura iguala casi la del Etna, están a dos mil pies sobre la ciudad y no por eso dejan de ser objetos de frecuente peregrinaje…”.(44)?
Por último, con la aparición de Chapinero se repitió la historia de la fundación en relación con los cerros, al localizar el asentamiento en la parte más elevada de la sabana, “dominando” el territorio, encontrando protección y teniendo a la mano los materiales de construcción, la leña y el agua. Chapinero marcó un patrón de desarrollo que se repetiría en buena parte del siglo XX, el del barrio aislado, unido a la ciudad por una vía y localizado sobre el eje norte-sur.
En la ciudad, las diferencias entre el siglo XIX y el período anterior, están marcadas por un gran aumento de la población, que no se vio equiparado por el crecimiento de la estructura física(45)?. Este desfase se debió principalmente a las numerosas guerras ocurridas en el país durante todo el siglo, que condujeron a una prolongada crisis económica(46).
Aunque la población se quintuplicó, el área urbana se incrementó muy poco, produciendo una fuerte densificación del casco urbano y una utilización más intensa de los inmuebles y predios existentes. A comienzos del siglo los inmuebles se localizaban sobre grandes predios, en una larga sucesión de espacios abiertos. Estos espacios, patios y solares donde abundaban árboles y cultivos que suplían la carencia total de parques y jardines públicos en la ciudad, se convirtieron pronto en espacios construidos. Sobre los antiguos solares y las casonas subdivididas para el alquiler aparecieron habitaciones con dimensiones mínimas. Se volvió común que los dueños de las grandes casas, los habitantes más pudientes de la capital, dividieran la planta baja en pequeños locales o piezas, denominados “tiendas”, que alquilaban como habitación a las clases más populares. Esto llevó a la convivencia de los más diversos estratos sociales en el mismo inmueble. Con la excepción de los barrios de Egipto, Las Cruces y San Diego, donde los moradores vivían en chozas pajizas, la mayoría de la población pobre vivía en tiendas.
Estas tiendas, tipología que se reprodujo en todos los barrios de la ciudad, contaban con una sola puerta hacia la calle y carecían de comunicación hacia el interior y de servicios. La insalubridad resultante produjo epidemias constantes, situación que se convirtió en el centro de acción de los planes de gobierno de las diferentes administraciones durante buena parte de este siglo y comienzos del siguiente.
El bajo incremento urbanístico, en especial durante la primera mitad del siglo, se debió también a que la institución eclesiástica era el mayor propietario de finca raíz. En 1861, ante esta situación, el presidente Tomás Cipriano de Mosquera expidió el decreto sobre la “desamortización de bienes de manos muertas”, por el cual todos los bienes de la Iglesia pasaron al dominio del Estado para su remate y puesta en circulación(47)?. Esto logró abrir al desarrollo urbano grandes predios, sobre todo en la periferia, llegando a afectar cerca del 20% del área de la ciudad. En los cerros había varias propiedades eclesiásticas, que habían servido para protegerlos de los desarrollos urbanos, pero éstas también fueron puestas en circulación. El decreto del presidente Mosquera, que se convirtió en la única reforma urbana en la historia de la ciudad, inició la modernización fiscal del Estado y permitió el surgimiento del sistema financiero moderno.
La mezcla social que tuvo lugar en la ciudad durante este siglo, generó situaciones de hacinamiento que afectaron toda la población, independientemente de su condición social. Esta fue la causa principal para que las clases pudientes comenzaran a buscar dónde construir nuevas viviendas y huir del nocivo ambiente del casco urbano. Hacia las últimas décadas surgió la urbanización de Chapinero, localizada a considerable distancia de la ciudad tradicional, sobre los predios de la hacienda del mismo nombre. Era un lugar con condiciones ambientales óptimas –bosques, multitud de quebradas, pequeños lagos–, y amplios espacios para construir nuevas viviendas, denominadas quintas, para aquellas clases pudientes que ya no lo podían hacer en la ciudad tradicional.
Además de las guerras y el estancamiento, hubo un tercer factor que frenó el crecimiento urbano: los movimientos telúricos, a los que siempre ha sido propensa Bogotá y que en el siglo XIX la azotaron varias veces, el más fuerte en 1826. Estos terremotos hicieron que sus casas fueran en su mayoría de un solo piso y con grandes muros. Hubo inmuebles que debieron ser reparados y reconstruidos varias veces, por ejemplo la iglesia de Santo Domingo y la ermita de Guadalupe.
Si en la primera mitad del siglo la ciudad no fue prácticamente intervenida, en la segunda, gracias a las acciones del presidente Mosquera entre otras, se realizó un importante número de obras de infraestructura. Se destacan las mejoras en los servicios públicos, los equipamientos urbanos, la rehabilitación de algunas calles existentes y la realización de nuevas vías. En las últimas dos décadas, bajo la influencia inglesa, se comenzaron a construir paseos y alamedas en los límites de la ciudad, tendientes a crear espacios de encuentro y a mejorar la relación de la ciudad con su entorno. Se realizó así la extensión del Paseo Bolívar, la Alameda de la carrera 13 y algunos espacios recreativos, que incluyeron los cerros como parte de la estructura urbana.
Las obras, que por primera vez se apartaban de la trama homogénea existente hasta entonces, señalaron el desarrollo urbano de la ciudad durante el siglo XX. Se destacaron, como origen de la ciudad futura las alamedas, el barrio de Chapinero y los equipamientos de la periferia, entre ellos el matadero, el panóptico y la zona de los hospitales, hacia el sur. Las calles y carreras, trazadas originalmente en cuadrícula, se desviaron en su prolongación, como resultado del choque de la nueva urbanización con la topografía de los cerros. Las carreras tomaron la curvatura de las líneas de nivel empezando así a condicionarse la trama urbana, que se acentuaría de ahí en adelante. La construcción de puentes sobre los ríos y quebradas y de caminos sobre la periferia fue extendiendo el trazado urbano, apropiándose de las zonas rurales aledañas.
Esta expansión urbana se produjo en todos los costados de la ciudad. Comenzaron a desarrollarse o densificarse barrios como Egipto y Las Aguas al oriente, La Perseverancia y Chapinero (declarado barrio de Bogotá en 1875) al nororiente, Las Cruces al sur y San Victorino al occidente. En 1882 se erigieron las Parroquias de Nuestra Señora de las Aguas y de Egipto al oriente de la ciudad, sobre la ladera de los cerros, y se fijaron los límites urbanos, siendo el oriental la parroquia de Choachí.
La ciudad creció hacia tres de sus costados apoyada en los cerros, que siguieron siendo la despensa de agua y materiales. La apropiación de terrenos periféricos por parte de particulares, para usufructuar los beneficios de sus ventas, impidió que la ciudad creciera libremente y de acuerdo con las intenciones de sus administradores. Hacia mediados de siglo el Gobernador de la provincia solicitó al Cabildo orientar el crecimiento de la ciudad hacia los ejidos de San Victorino(48), con el objeto de equilibrar la ciudad, que tenía ya una denotada dirección de crecimiento sobre el eje norte-sur, y aprovechar los terrenos planos, “más aptos para la urbanización”. Posteriormente el general Mosquera volvió a proponer lo mismo en un proyecto, que tampoco se concretó(49).
Para la segunda mitad del siglo, la necesidad de control sobre el crecimiento urbano se hizo apremiante, y en 1875 se aprobó el que puede ser considerado como primer código urbanístico de la ciudad, que mediante una normativa definió el crecimiento y la expansión urbana.
Finalizando el siglo, la ciudad no había variado su forma de crecimiento ni sus límites urbanos de forma drástica. Por el contrario, el proceso podría considerarse una continuidad de la Colonia. Hacia el sur, el oriente y el occidente los límites seguían siendo los mismos; hacia el norte se insinuaba un cambio mucho más allá de la ciudad tradicional, en el barrio de Chapinero, sitio de peregrinación en un principio, donde los bogotanos iban para “respirar aire puro” y los más pudientes construir las primeras quintas. Con su ubicación en el norte, a considerable distancia de la ciudad consolidada, y la construcción de la línea del tranvía y del hipódromo, se empezó a definir la forma lineal de crecimiento urbano y la sectorización social que marcaría su destino en cuanto a localización de estratos económicos al norte y sur.
Chapinero marcó el origen de una nueva forma de crecimiento urbano que será característica durante todo el siglo XX: el barrio aislado para vivienda, conectado a la ciudad tradicional mediante las vías de comunicación, pero sin ninguna relación formal con ésta.
Expansión urbana, agua y desarrollo
En el plano elaborado por Agustín Codazzi en 1852, se presta atención a la ocupación de la trama urbana y su relación con el territorio, ilustración clara de la relación que estableció la ciudad durante el siglo XIX con la región sobre la que se localiza. En este plano, a diferencia de la planimetría del siglo XX, la plaza Mayor (más tarde de Bolívar) está localizada en el centro de la composición, insinuando una igual relevancia de toda la periferia urbana. Dentro de esta periferia se describen en detalle los accidentes geográficos de los cerros, los ríos y quebradas y la ocupación del piedemonte mediante construcciones aisladas. Se aprecian los molinos y gran cantidad de inmuebles que se desarrollaron desde el casco urbano hacia las cotas altas de los cerros, por los cauces de los ríos San Francisco y San Agustín. También se aprecia la Quinta de Bolívar como el inmueble “formal” más al oriente de la ciudad. Aunque la forma de expresión del plano no permite ver con claridad la cobertura vegetal, ésta no parece existir, por lo menos en lo que a los cerros se refiere.
La ocupación de éstos es descrita en la siguiente crónica, extractada del periódico El Símbolo en 1865 y citada en la Historia de Bogotá: “… Por el oriente todas las faldas de los cerros están llenas de casitas que no existían ni en tiempo de la verdadera Colombia; y el camino que conduce de la ciudad a La Peña, de 10 años a esta parte, está literalmente cubierto de casas humildes, pero que no por eso dejan de ser casas”.50
Pero la zona oriental localizada en los extramuros de la ciudad, no sólo era un lugar para vivienda, sino que se había convertido en zona industrial; se construyeron entonces fábricas de loza y de tejidos en donde antes había molinos y una nueva fábrica de pólvora. Algunos de estos edificios fabriles se convirtieron posteriormente en parte del campus de la Universidad de los Andes.
El resto de los cerros hacia el norte y sur de la ciudad existente hacían parte de las grandes haciendas en que estaba dividida toda la sabana. Haciendas como La Merced, El Arzobispo (hoy Parque Nacional), Chapinero, El Chicó, Santa Ana, Santa Bárbara, Contador y La Calera incluían en sus terrenos los cerros, por lo general hasta la divisoria de aguas. Sin embargo, estas tierras de los cerros carecían de gran valor comercial por su topografía, que impedía los cultivos y los desarrollos urbanos.
La ciudad seguía disponiendo de los mismos caminos de comunicación con la región que en la Colonia, sólo que ahora sostenidos con peajes. Las carreteras regionales localizadas sobre los cerros no habían cambiado mucho, ya que el comercio con el oriente no se había incrementado. Fundamentalmente la relación de la ciudad con la región circundante, en la cual se cuentan los cerros, se basó, como durante la Colonia, en el abastecimiento de materiales y de agua, razón por la cual durante todo el siglo los cerros siguieron siendo de vital importancia para el desarrollo y la construcción de la ciudad, aunque poco a poco se iban convirtiendo en una especie de sombra gris a la que se le estaban agotando los recursos.
Otro hecho que en este siglo XIX marca el desarrollo de la ciudad y su relación con el territorio, es el problema de abastecimiento de agua, ya que durante todo este tiempo los mecanismos de aprovisionamiento del líquido fueron rudimentarios e insuficientes. Su manejo pasó varias veces de manos del Estado a manos de particulares, con los consiguientes problemas derivados de la mala fe de quienes tuvieron a su cargo la gestión. Como consecuencia, hacia mediados de siglo la ciudad empezó a sufrir de una severa y crónica escasez de agua.
Desde comienzos de este siglo, cuando se construyeron los primeros acueductos de la ciudad, se utilizaron para su abastecimiento las corrientes de los ríos Arzobispo, San Francisco y Manzanares. Hasta la década de los treinta el agua era administrada por el Cabildo, fecha en que pasó por primera vez a manos particulares, por el déficit en las finanzas públicas. Desde entonces, hasta finales del siglo, se firmaron varios contratos con particulares.
En 1886 se firmó otro contrato con particulares, con el objeto de establecer un acueducto en tubería de hierro. En 1888 se concluyó la primera etapa, que consistía en la instalación de dos tuberías de hierro que atravesaban las calles 9 y 11 y un estanque con capacidad para 4 millones de litros localizado sobre los cerros, en las postrimerías del barrio Egipto. Pero, dos años más tarde, un derrumbe en los cerros dejó la ciudad sin agua por más de siete meses, hasta que se instaló una tubería colgante. Al problema de los acueductos se sumaba la contaminación de las fuentes, pues no se ejercía control alguno sobre ellas. Años más tarde, el problema del abastecimiento se solucionó en parte con la construcción de otros dos tanques sobre los cerros orientales, uno en la Quinta de Bolívar y otro en el sitio denominado Molino del Cubo. Sin embargo, los problemas con la empresa privada que había realizado los trabajos continuaron hasta la segunda década del presente siglo.
Hacia el final del siglo todos los servicios públicos fueron intervenidos por el Estado. Se emprendió la construcción del primer alcantarillado de la ciudad, pues hasta entonces las aguas negras corrían por el centro de las calles y desbordaban en los ríos San Francisco y San Agustín, que atravesaban la ciudad al descubierto. Se inició también la canalización de estos dos ríos, con lo cual se les destinó a convertirse en colectores de aguas negras.
Por la misma época, se construyeron varias líneas de tranvía y se terminaron las primeras de ferrocarril, entre ellas la del norte, que corría paralela a los cerros, por la hoy Avenida Caracas y Autopista Norte. En 1876 entró en servicio el primer alumbrado público de gas de la ciudad, para lo cual se autorizó la explotación privada de una mina de carbón en las inmediaciones de la capilla de la Peña, sobre el cerro localizado al oriente de la ciudad.
En estos últimos años del siglo, las necesidades de los habitantes y las nuevas ideas de los gobernantes dieron el primer impulso fuerte a la modernización de la ciudad. Se intervinieron drásticamente los servicios y se instalaron los que no existían. La ciudad entró al siglo XX con una imagen distinta y con los rasgos definidos de lo que sería el desarrollo urbano en adelante.