- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Introducción
Entrada de la Embajada de España, por la calle 16. Diseñada por el arquitecto George Oakley Totten Jr., esta casa fue mandada a construir en 1923 por Mary Henderson. Ofrecida inicialmente como residencia oficial para el vicepresidente de Estados Unidos, la idea fue rechazada por el Congreso. En 1926 el Gobierno español la compró como residencia para su embajador. Antonio Castañeda Buraglia.
Desde hace ocho años los embajadores de Rumania residen en esta casa de la calle 30. La mansión, alquilada al Departamento de Estado, habría sido propiedad del Gobierno iraní. Estratégicamente ubicada –casi como Rumania en el mapa de Europa–, en su vecindario se encuentran la casa del vicepresidente de Estados Unidos y las cancillerías de Italia, Brasil, Turquía y Japón, entre otras. Antonio Castañeda Buraglia.
De estuco blanco, tejuelas, mosaicos y pequeños balcones, la actual Embajada de El Líbano es la típica mansión de estilo mediterráneo, reinterpretado con entusiasmo por los arquitectos norteamericanos en las décadas de los 20 y los 30. Antonio Castañeda Buraglia.
Esta construcción data de 1929 y fue diseñada por el arquitecto washingtoniano Ward Brown, en estilo Neo-Classical Revival, tal como solicitó su dueño original Louis Septimus Ownsley, apodado “el barón de la tracción”, por su fortuna en tranvías. Comprada en 1944 por el Gobierno holandés, se convertiría poco después en la residencia oficial de su embajador. Antonio Castañeda Buraglia.
En palabras del arquitecto O. M. Ungers, quien diseñó y construyó esta casa: “La residencia del embajador de Alemania en Washington D.C., no sólo debe ser funcional, aunque la funcionalidad no debe subestimarse, sino un testimonio visual de los niveles tecnológicos del país y de sus logros artísticos. En tal sentido no es una casa privada común y corriente, sino una residencia oficial”. La embajada se levanta sobre la misma meseta donde antes estuvo la antigua Villa Harriman. ¿La vista? Mejor imposible: Georgetown, el zigzagueante río Potomac y, cuando el tiempo lo permite, hasta el Washington de los monumentos. Antonio Castañeda Buraglia.
De fachada estilo Luis XV, la actual residencia de Chile fue construida en 1909 por Nathan Wyeth, uno de los arquitectos más solicitados de su época, para su prima, la rica viuda Sarah Wyeth. Adquirida en 1923 por el Gobierno chileno, la bandera de este país ondea desde entonces en el balcón del alegre y soleado estar del segundo piso. Antonio Castañeda Buraglia.
Conocido hasta 1921 como el lujoso palacio Mac Veagh, en ese año fue adquirido por el Gobierno mexicano para residencia oficial de su representante en Washington. Y así se conservó hasta 1990, cuando pasó a ser la sede del espectacular Instituto Cultural Mexicano, una de las auténticas joyas de la ciudad. Antonio Castañeda Buraglia.
Comprada en 1913 por el zar Nicolás II para el entonces Gobierno imperial, la actual Embajada de Rusia era conocida en aquella época como la mansión Pullman. Su propietaria inicial, la viuda del magnate de los coches-dormitorio, la había mandado construir como regalo para su hija y su yerno congresista. Antonio Castañeda Buraglia.
El edificio original de la Embajada de Noruega, que data de 1931, albergaba tanto las oficinas como la residencia del jefe de misión. Hoy sólo acoge esta última. Antonio Castañeda Buraglia.
Para muchos, la residencia de la Santa Sede es como el broche de oro en la carrera del arquitecto estadounidense Frederick Vernon Murphy. Lo que en el primer boceto iba a ser una especie de palacio romano, se convirtió en una construcción ultramoderna para su tiempo. Antonio Castañeda Buraglia.
“Marhaba” –bienvenidos, en tunecino– es el lema de la residencia de los embajadores de Túnez en esta capital, desde 1956, cuando fue comprada. Se cuenta que el propietario original había vivido mucho tiempo con su familia en Portugal y cuando una de sus hijas se casó –allá por los años 20– le hizo construir una mansión en el estilo mediterráneo que a ella tanto le gustaba. Pero, al parecer, la joven no quería copia, sino original y se marchó de regreso a Portugal. Antonio Castañeda Buraglia.
Cuando esta hermosa casa fue construida a comienzos del siglo pasado, se conocía como la mansión White por el nombre de su primer propietario, el senador White; aunque también podría haberse llamado así por el predominante tono blanco de su fachada. En 1941 la casa pasó a manos del Gobierno boliviano que, desde entonces, estableció allí su embajada. Antonio Castañeda Buraglia.
Fachada posterior de la residencia de la Embajada de Perú. En la piedra bruñida y quemada del simbólico Peirce –o Pierce– Mill de Rock Creek, cuya construcción se remonta a 1820, se inspiró Charles Tompkins al escoger los muros exteriores de su mansión. En estilo Georgian tardío, recuerda las casas de campo del sudeste de Pennsylvania y el norte de Maryland del siglo XVIII. Antonio Castañeda Buraglia.
El cambio de atmósfera –comparada esta residencia de la República de Corea con otras de la ciudad– resulta entre inquietante y mágico. Después de un largo recorrido a través de mármoles, arañas de cristal, muebles Luis XVI y alfombras de Aubusson, entrar –sin mayor preámbulo y dentro del mismo perímetro– al mundo de la madera, el papel de arroz, el bambú, las pagodas, las linternas, reviste características casi milagrosas. Antonio Castañeda Buraglia.
Obra de John Russell Pope –el famoso arquitecto, que diseñó también el Monumento a Jefferson, el ala oeste de la National Gallery y la Meridian House– ,esta mansión fue comprada por el Gobierno de Brasil en 1934 para instalar allí su sede diplomática. Antonio Castañeda Buraglia.
Tras un pórtico de cuatro columnas, se descubre la fachada de la casa de la Embajada de Austria, de estilo mediterráneo, con estuco blanco y tejas verdes. Esta residencia fue diseñada, en 1925, por el arquitecto Appleton P. Clark. Antonio Castañeda Buraglia.
La actual residencia de África del Sur, situada en un tranquilo sector de la exclusiva Embassy Row, fue construida en 1935 –después de muchos años de arrendar– para albergar tanto la cancillería como la residencia de la legación. En 1964 las oficinas se mudaron al edificio construido al lado. La sola fachada ya obliga a interesarse por el estilo denominado Cape Dutch, en el cual está inspirada. Antonio Castañeda Buraglia.
En relación con los méritos arquitectónicos de la casa de la Embajada de Colombia, algunos entendidos han afirmado que si bien es un modelo de “eclecticismo coordinado”, le faltarían el foso y las balaustradas para asemejarse al castillo Balleroy. La edificación es considerada como un baluarte del circuito histórico de Dupont Circle. Antonio Castañeda Buraglia.
Esta residencia estilo Tudor, ubicada en el exclusivo sector de Kalorama –que el Gobierno de Islandia compró en 1964– fue centro de actividades de madame Chiang Kai-shek en Washington, cuando actuaba como interlocutora sin título de su generalísimo marido. Antonio Castañeda Buraglia.
Esta mansión –hermana y vecina de la residencia de Francia– fue construida por el magnate de las pinturas W. Lawrence. Las dos casas son diseño del arquitecto neoyorquino Jules Henri de Sibour. Portugal la adquirió en 1946. La remodelación estuvo a cargo de Frederick Brooks; el diseño del interior corrió por cuenta del portugués Leonardo Castro Antonio Castañeda Buraglia.
Fachada posterior de la “Residencia Europea” en el exclusivo vecindario washingtoniano de Kalorama. Construida entre 1922-23, su arquitecto fue William Bottomley, uno de los más cotizados de la época. Adquirida en 1970 por la Comisión Europea para alojar a sus embajadores, su propietario anterior fue C. Douglas Dillon, sub- secretario de Estado bajo el gobierno del presidente Dwight Eisenhower y secretario del Tesoro bajo la administración de John F. Kennedy. Antonio Castañeda Buraglia.
La gran puerta en teca que recibe al visitante de la residencia de la República Popular China, así como su mensaje, fueron diseñados a medida para esta casa estilo occidental. El simétrico y tradicional tallado significa felicidad, buena suerte, protección y armonía. Antonio Castañeda Buraglia.
Imposible pensar en una ubicación más privilegiada que la de esta mansión de casi nueve hectáreas al borde del Rock Creek Park. En medio de un terreno boscoso y ondulado se alza Villa Firenze, residencia de los embajadores de Italia desde 1976. Encargada por Blanche Estabrook en 1925, el arquitecto de esta imponente casa, en estilo Tudor, fue Russell O. Kluge. Antonio Castañeda Buraglia.
La residencia del Reino de Marruecos en Bethesda, Maryland, fue comprada por el Gobierno marroquí en 1998 para reemplazar la antigua, localizada en el centro de Washington. La gran casa de Clewerwall Drive fue construida en 1979 por el urbanizador Michael Nash. Antonio Castañeda Buraglia.
En Sheridan Circle con la calle 23 se ubica la elegante mansión de piedra gris que durante mucho tiempo ha sido la residencia oficial del embajador de Turquía. El diseño arquitectónico constituye una fusión de elementos que abarca tres siglos. La llamativa fachada –con columnas acanaladas, balaustradas revestidas y elaborado pórtico– da la sensación de que hubiese sido diseñada a pedido para sus ocupantes: la nación reconocida como puente entre Europa y Asia. Antonio Castañeda Buraglia.
La residencia de ladrillos rojos, en estilo Georgian, con una gran vista sobre Rock Creek Park, fue comprada para su sede por el Gobierno de Canadá en 1947. Su arquitecto, Nathan Wyeth, diseñó también las actuales embajadas de Rusia y Chile, el Instituto Cultural Mexicano y los puentes Key Bridge y Tidal Basin. Antonio Castañeda Buraglia.
En 1960 el Gobierno de Guatemala adquirió esta acogedora mansión para residencia oficial de sus embajadores. Construida en 1919, sin estar ubicada como Tikal en medio de la jungla, goza del abundante verde de su vecino el Rock Creek Park. Antonio Castañeda Buraglia.
Edificada sobre la cima de una pequeña colina, la Embajada de Panamá colinda con su propia cancillería. La residencia fue adquirida en 1942. En un principio, oficinas y residencia funcionaron juntas hasta 1943, cuando se construyó una sede aparte para las primeras, en el mismo estilo de la casa. Antonio Castañeda Buraglia.
La casa de la embajada de Francia fue construida en 1910 para el millonario William D. Lawrence por Jules Henri de Sibour –el mismo arquitecto que hizo la Embajada de Colombia. Respecto al estilo de su fachada no todos están de acuerdo. Lo que para algunos es neo Tudor, para otros es normando, Vanderbilt o jacobino. Desde 1936 pasó a manos del Gobierno francés. Antonio Castañeda Buraglia.
En la construcción de la residencia de la Embajada de Venezuela se nota la influencia de Frank Lloyd Wright, de quien fue discípulo su arquitecto, Chester A. Patterson. Antonio Castañeda Buraglia.
Texto de: Jane C. Loeffler, Ph. D.
Entrar a la residencia de una embajada tiene algo de mágico. Es como ser transportado instantáneamente a un lugar lejano. Y así, precisamente, debe ser, porque una embajada representa a un país extranjero y la residencia del embajador debe hacerlo sentir a uno en ese país.
Con embajadas de 175 naciones, Washington D.C., es única entre las ciudades estadounidenses. La presencia de una amplia y cosmopolita comunidad internacional es clave al definir la identidad de esta capital. Boston, Nueva York, San Francisco y otras ciudades del país pueden tener oficinas consulares y misiones especiales, pero las embajadas están localizadas sólo en la capital, sede del gobierno federal y hogar del presidente de los Estados Unidos.
Como diplomáticos de más alto rango, los embajadores encabezan delegaciones cuyos tamaños varían desde unos pocos individuos hasta cientos de ellos. Las delegaciones están conformadas por consejeros políticos y económicos, funcionarios consulares, agregados culturales y otra serie de individuos, incluyendo miembros de las misiones militares y comerciales y personal de apoyo. Una embajada es la entidad conformada por todos estos individuos, sus lugares de trabajo y sus residencias oficiales. Generalmente, la única residencia oficial es la casa del embajador, conocida como la residencia de la embajada o, sencillamente, como “la embajada”. La confusión surge cuando se emplea el mismo término para describir el edificio donde funcionan las oficinas. Para distinguir los dos tipos de edificios, estos últimos se conocen como cancillerías.
A diferencia de las cancillerías, que son edificios “públicos” de acceso libre, las residencias de las embajadas son privadas. Como en cualquier hogar, allí sólo se acogen los huéspedes que han sido invitados. Pero no por ello son menos importantes para la diplomacia. De hecho, algunos sostendrían que lo que sucede en una recepción o cena en la residencia del embajador es tan importante como lo que ocurre en la cancillería. La residencia ofrece un ambiente informal en el cual los diplomáticos pueden reunirse y departir unos con otros o relacionarse con altos funcionarios del Gobierno estadounidense, líderes cívicos y empresariales, educadores, figuras culturales y residentes locales. El formato puede definirse como de entretenimiento, pero su propósito es serio: promover la comunicación entre culturas, el comercio y la identidad nacional.
Cuando el primer ministro de Dinamarca visita Washington, por ejemplo, el embajador danés puede presentarlo a altos funcionarios de la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Pentágono o el Congreso de los Estados Unidos en la intimidad de su elegante residencia, una casa diseñada en 1960 por el arquitecto danés Vilhelm Lauritzen. Una velada de este tipo brinda a los invitados la oportunidad de reunirse en forma “no oficial”. Y si los huéspedes notan casualmente el televisor Bang & Olufsen, de la más avanzada tecnología, o el equipo de CD que se abre automáticamente cuando alguien se acerca, mucho mejor, puesto que Bang & Olufsen es una importante firma danesa de electrónica. Si eventualmente admiran los muebles antiguos y modernos, también será bueno, porque todos son daneses, como también lo es el arte que adorna las paredes. Incluso la comida, preparada por un chef danés, incluirá las especialidades culinarias danesas. De esta forma, los invitados literalmente degustarán el sabor de Dinamarca y aprenderán sobre un país que tal vez nunca han visitado, a tiempo que establecen conexiones personales y profesionales que pueden resultarles útiles.
Estos son los eventos que los embajadores realizan todo el tiempo –utilizando la hospitalidad para promover a sus países. Un caso es la barbacoa que el embajador italiano y su esposa auspiciaron en sus jardines para reunir fondos con destino a la investigación médica en favor de los niños de la capital. Otro, las recepciones de los embajadores brasileños a jueces y estudiantes de Derecho de prestigiosas facultades estadounidenses o las cenas del embajador belga y su señora en honor de los benefactores de la Ópera de Washington. Es también la razón por la cual el embajador de Colombia y su esposa han recaudado fondos para la educación de jóvenes latinos desfavorecidos y programas de arte para ciudadanos de la tercera edad, y han apoyado planes de educación musical en las escuelas públicas del área capitalina, sirviendo de anfitriones al National Symphony Ball. Además, cada año se donan más de 50 000 rosas colombianas para eventos de caridad. Al recibir a la comunidad de Washington y facilitar el contacto personal entre ellos mismos y con los estadounidenses, los embajadores favorecen los intereses de sus países.
Aún en la era de las telecomunicaciones, es esencial estar presente en el lugar indicado. Cuando se conoce a un país por la forma de presentarse en público, la apariencia de sus dependencias es parte de su misión. Parafraseando al presidente Grover Cleveland, quien en 1896 fracasó en su cabildeo ante el Congreso para adquirir las primeras residencias oficiales con destino a diplomáticos estadounidenses, el “descuido” es incompatible con un domicilio diplomático respetable. Como ilustra este libro, los diplomáticos en Washington han acogido la idea. Sus casas son todo menos descuidadas. Por el contrario, están bellamente amobladas e impecablemente mantenidas porque son símbolos reconocidos de la identidad nacional, en una ciudad donde los símbolos realmente cuentan.
En un principio, el jefe de una delegación diplomática vivía y trabajaba en el mismo lugar, casi siempre una casa o apartamento que él mismo tomaba en arriendo para los propósitos del caso. Por ejemplo, cuando John Adams llegó a Londres en 1875 como primer ministro estadounidense ante la Corte de St. James, arrendó una casa de ladrillo en Grosvenor Square para su familia y su reducido personal. De igual forma, las primeras delegaciones que llegaron a Washington tomaron en arriendo sedes modestas en la recién establecida capital. Apenas algo más que una escuálida población, la ciudad debió parecerles un rústico caserío a los diplomáticos de Londres, París y otros lugares con historias ilustres y grandes tradiciones arquitectónicas.
El crédito por haber concebido una ciudad pujante al proyectar la nueva capital en 1791 es de Pierre Charles L´Enfant, quien incluso destinó un área adyacente al Mall para una serie de casas palaciegas que ocuparían los representantes de países extranjeros. Al construir casas magníficas cerca de la Casa Blanca y el parlamento, pensaba él, los gobiernos extranjeros legitimarían la nueva nación. En ese preciso momento, estos gobiernos no construyeron allí edificios para sus legaciones, pero L´Enfant había entendido perfectamente el poder de la proximidad. En los doscientos años siguientes, la presencia extranjera en Washington ha crecido constantemente y tanto las embajadas como las cancillerías se han congregado tan cerca como ha sido posible de la Casa Blanca y el nexo de poder que ello representa.
Por los años en que Estados Unidos era una nación joven que luchaba por establecerse, había en Washington pocos representantes de países extranjeros. Cuando el país envió sus primeros diplomáticos a Francia, Holanda, Gran Bretaña, Rusia y España, recibió a su vez emisarios de estos países. A comienzos del siglo XIX, Washington había intercambiado emisarios con casi dos docenas de países, entre ellos Brasil, Chile, Colombia, Venezuela, Dinamarca, Bélgica y Turquía. En 1843, se acreditaron los primeros diplomáticos estadounidenses en China.
Grecia, Japón, Rumania y Corea se contaron entre las naciones que enviaron representantes a Washington durante el siglo XIX, a medida que Estados Unidos aumentaba su participación en la comunidad internacional. Dada la antipatía estadounidense hacia la pompa y la tradición elitista, que el presidente Cleveland calificaba como “brillo y apariencias innecesarios”, las delegaciones diplomáticas estaban encabezadas hasta ese momento por diplomáticos de bajo rango: encargados de negocios, enviados o ministros, cuyas sedes se conocían oficialmente como legations. En 1893, Cleveland nombró a Thomas F. Bayard embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Corte de St. James, el primer diplomático estadounidense en ostentar ese título. Nombramientos similares en Francia, Alemania e Italia colocaron a Estados Unidos, por primera vez, en compañía diplomática de los mayores poderes del mundo. Esas naciones elevaron entonces sus emisarios al rango de embajadores y establecieron las primeras embajadas en Washington.
Muchas de las elegantes casas que hoy son residencias de embajadas y cancillerías no fueron construidas originalmente para este fin. Fueron edificadas por millonarios, con fortunas recientemente amasadas, que llegaron a la ciudad al final del siglo para codearse con los políticamente poderosos e iniciarse en el servicio público. Hubo también quienes buscaron acceso a la comunidad diplomática para que sus hijas pudieran conocer y casarse con jóvenes nobles que ocasionalmente asumían funciones diplomáticas. A menudo esquivados por la sociedad educada de otros lugares, estos nuevos magnates estaban decididos a ver y a ser vistos. En Washington, al cabo una ciudad de tránsito, fueron bien recibidos. Sin embargo, pese a sus enormes mansiones, su presencia era estacional. La mayoría tenía casas en otros lugares. Las nuevas casas eran sólo lugares diseñados para el entretenimiento y residencia temporal.
Thomas F. Walsh, quien hizo su fortuna en las minas de oro de Nevada, fue uno de los primeros magnates en establecerse en Washington en una casa de cincuenta habitaciones sobre la avenida Massachusetts, arriba de Dupont Circle, en los extramuros de la ciudad existente. Era un vecindario semi-rural cuando Walsh encargó al arquitecto Henry Andersen el diseño de una casa que expresara adecuadamente su ambición social. En la construcción invirtió más de US $830 000 y en la decoración varios millones. Esto en 1902, cuando tales sumas representaban una enorme erogación, unos 17 millones de dólares actuales. Dos años más tarde, el destilador Thomas T. Gaff llegó de Cincinnati y se instaló, a poca distancia, en una mansión diseñada en estilo francés por Jules Henri de Sibour. En 1906, otro magnate minero, Henneng Jennings, eligió un terreno un poco al oeste del de Walsh, en el Sheridan Circle, y George Oakley Totten, Jr., le diseñó un bello palazzo clásico. En 1914, Edward Everett, cuya fortuna provenía en parte de su invención de la tapa metálica para botellas, se estableció del otro lado del Sheridan Circle, en una casa con una mezcla de estilos –salón de baile italiano, comedor inglés, sala francesa. El arquitecto de Everett fue también Totten. En poco tiempo, la avenida Massachusetts y las calles aledañas se vieron pobladas por nuevas y lujosas mansiones y el vecindario conocido como Kalorama se jactaba de ser el escenario social más animado de la ciudad.
Pero Kalorama no era el único desarrollo importante de finca raíz. Un sector de Sixteenth Street en lo alto de Meridian Hill era otro. Allí, a unos tres kilómetros al norte de la Casa Blanca y lejos de la parte construida de la ciudad, el ex senador de Missouri, John Henderson y su esposa Mary se habían construido en 1888 una mansión en piedra rústica. Desde esta colosal vivienda, los Henderson dominaban la ciudad y gozaban de una vista directa sobre la casa del presidente. La señora Henderson soñaba con una comunidad exclusiva en la cima de la colina que incluyera prominentes edificios gubernamentales, monumentos y embajadas. Para lograrlo, adquirió docenas de lotes, contrató arquitectos y se dedicó al oficio de atraer compradores.
En 1907, la señora Henderson contrató a Totten, que acababa de terminar la Casa Jennings, el diseño de una residencia para el embajador francés en el 2460 de Sixteenth Street. Cerca de allí, en el 2640, Totten levantó una casa que la señora Henderson vendió al Gobierno polaco en 1919, y un poco al norte, una mansión en piedra blanca que la señora Henderson ofreció a su gobierno como residencia permanente para el vicepresidente. Pese a su acertada visión, la oferta fue rechazada. La palaciega mansión fue comprada por España para su embajada en 1926. Luego de la guerra civil española, la mansión fue redecorada con finas piezas que incluían candelabros de cristal traídos de España e invaluables tapices del siglo XVIII fabricados para el Palacio Real en Madrid. (Actualmente esta casa es candidata a convertirse en un centro cultural español cuando el embajador se traslade a una nueva residencia en Foxhall Road, diseñada por el arquitecto español Rafael Moneo.) En 1921, México había comprado una mansión a pocos metros de distancia, que luego fue redecorada con azulejos mexicanos, incluyendo un mural que reproduce los grandes volcanes del país. El artista mexicano Roberto Cueva del Río invirtió siete años en pintar los coloridos murales que cubren las paredes que rodean la escalera central con eventos de la historia mexicana. En 1923, el embajador italiano, él mismo un arquitecto, trabajó con los colegas neoyorkinos Warren y Wetmore para recrear un palacio del Renacimiento al otro lado de la calle. Llena de tesoros artísticos traídos de Italia, la casa era perfecta para su fin. Fue tanto cancillería como residencia oficial hasta 1976, cuando el embajador se trasladó a una casa de estilo Tudor adyacente al Rock Creek Park –apropiadamente bautizada como Casa Florentina por sus anteriores propietarios. Más recientemente, los italianos se mudaron a una nueva y espléndida cancillería sobre la avenida Massachusetts, diseñada por la firma Piero Sartogo Architetti de Roma. El antiguo edificio de la Sixteenth Street está a la espera de un nuevo dueño y un nuevo destino.
En los años 20, la parte alta de Sixteenth Street, cerca de la Embajada de Italia, ya se había convertido en la primera Embassy Row (fila de embajadas) de Washington. Sin embargo, muy pocas embajadas más optaron por ese sector, pronto eclipsado por la avenida Massachusetts, para entonces el lugar de moda –más precisamente, la parte que va de Scott Circle, atraviesa Sheridan Circle y Rock Creek Park y llega hasta el Observatorio Naval de los Estados Unidos (que había sido erigido hacia 1890 en la cima de una colina, rodeado por veintinueve hectáreas de tierra). Esa franja de la avenida Massachusetts se denomina actualmente Embassy Row, y más de la mitad de las residencias que se ilustran en este libro están localizadas en ese vecindario.
En el ocaso de los “Roaring Twenties”, con el inicio de la “depresión”, las fortunas se vieron reducidas. Al no poder sostener una servidumbre numerosa ni un estilo de vida opulento, muchos propietarios pusieron en venta sus casas; pero pocos individuos podían costear estos lugares. Justo cuando las casas habrían podido ser divididas en apartamentos o incluso demolidas para construir edificios, aparecieron nuevos compradores –gobiernos extranjeros en busca de sedes más amplias para sus residencias y cancillerías, en zonas bien ubicadas. Y empezaron a comprar las residencias existentes en los alrededores de Sheridan Circle y Kalorama.
La inesperada intervención de los diplomáticos vino a salvar el tesoro de Washington, sus casas históricas, de la destrucción inminente. Lo que la ciudad dejó de percibir en términos de impuestos (las embajadas de la capital están exentas de impuestos), fue recuperado de mil formas cuando las casas fueron compradas y convertidas en embajadas. Turquía, por ejemplo, compró la Casa Everett en 1933; Grecia, la Casa Jennings en 1937; Colombia, la Casa Gaff en 1944, e Indonesia, la Casa Walsh-McLean (por una fracción de su costo original) en 1951.
Puesto que muchas de estas casas se adquirieron amobladas y además presentaban características singulares en su decoración, las embajadas enfrentaron el dilema de preservar el ambiente original sin omitir el sello de su propia identidad nacional. Como podrá apreciarse en las fotografías, cada embajada ha logrado una síntesis admirable, entretejiendo tradiciones que realzan la apariencia de sus salones. Ante todo, su éxito subraya el poder de la fusión cultural.
La histórica Gaff House, actual residencia del embajador colombiano, ilustra bien el caso. Aunque situada tan sólo a una cuadra de Dupont Circle, la casa es un refugio apacible ante la animación del sector. Para su exterior, el arquitecto de Sibour eligió ladrillo rojo contrastado por encuadramientos en piedra caliza que acentúan las esquinas, las ventanas y los seis cañones de las chimeneas. Creó una acogedora secuencia de ingreso, que lleva al visitante desde un vestíbulo elevado que mira hacia un patio interior, a través de unas maravillosas puertas en hierro y cristal, hasta la zona de la entrada y luego al área de la recepción. Allí encontramos las paredes enchapadas en roble, una escalera ricamente tallada que lleva a los recintos privados del embajador en la segunda planta, una acogedora chimenea, unos enormes ventanales que miran al norte y un candelabro barroco de bronce. Un espacioso salón, que mira hacia el oriente para recibir la luz de la mañana, se comunica por un vestíbulo con el también imponente comedor que da hacia el norte. El salón de baile en espejos, que sirve de portada a este libro, mira hacia el occidente para captar la luz del atardecer. Con su doble planta, su claraboya elíptica, sus serenos arcos enlazados por un intrincado reborde de yeso blanco y su palco para la orquesta, rodeado de una blanca filigrana en hierro forjado, este salón despertaría de seguro la admiración de cualquier conocedor de la historia arquitectónica o social.
Como tantos otros, los colombianos enfrentaron el desafío y el costo de mantener la tradición histórica de esta casa, imprimiéndole al mismo tiempo la personalidad propia. ¿Cómo lo hicieron? Primero, restauraron el exquisito cielo raso tallado en estilo Tudor que en algún momento había sido recubierto. Eliminaron las alfombras de pared a pared y recuperaron los finos pisos de roble. En el patio, se dieron a la tarea de devolver el lustre original a los ladrillos importados. Luego, al conjunto de la decoración original, que incluía relojes antiguos y sillas Luis XIV, agregaron una exuberante colección de arte moderno que representa su propia cultura –arte prestado por artistas colombianos o comprado a estos y a otros artistas latinoamericanos. Hay escultura y pintura abstracta, pero la mayor parte del arte es de contenido claramente colombiano. Por ejemplo, dibujos de la pintora colombiana Ana Mercedes Hoyos completan la severa decoración del salón y cuadros más grandes y atrevidos de la misma artista añaden sabor a otros recintos. Con su sensual línea y vibrantes colores, el trabajo de Hoyos celebra el paisaje y la cultura de la región colombiana de San Basilio de Palenque y su herencia afrocolombiana. Arreglos de frescas rosas colombianas agregan una nota festiva de color y aroman todas las habitaciones.
Algunos embajadores traen consigo sus propias colecciones de arte, pero la mayoría de las residencias tienen sus propias obras –arte comprado, donado o recibido en préstamo. En muchas de las residencias más recientes, el arte y los muebles son encargados para los espacios específicos; los artistas y artesanos casi siempre pertenecen al respectivo país. De esta forma, las residencias son una vitrina para los trabajos artísticos que ameriten atención internacional. Por estas mismas razones, precisamente, las embajadas de Estados Unidos exhiben el trabajo de artistas y artesanos nacionales. Algunas de estas obras son donadas, pero los embajadores estadounidenses pueden realizar su propia selección y pedir en préstamo obras de arte de los principales museos y galerías del país para este propósito.
Al tiempo que los gobiernos extranjeros adquirían casas históricas en Washington, Estados Unidos fue comprando también buen número de casas históricas, restaurándolas y convirtiéndolas en valiosas propiedades para sus embajadas en el extranjero. El palacio Schoenborn en Praga, adquirido en 1925, y el Palazzo Margherita en Roma, en 1945, hacen parte de las casas más elegantes compradas para cancillerías. La heredera americana Barbara Hutton donó su casa de Londres, Winfield House, al Departamento de Estado como residencia para el embajador estadounidense al terminar la segunda guerra mundial. Aprovechando un mercado de bienes raíces severamente deprimido en la posguerra, el Departamento de Estado logró comprar en París una majestuosa mansión, originalmente construida en 1855 para la baronesa de Pontalba y posteriormente adquirida y ampliada por el barón Edmond de Rothschild. Actualmente, ambas edificaciones siguen siendo las elegantes residencias de los embajadores estadounidenses.
El Gobierno estadounidense no construyó sus propias embajadas en el extranjero mientras en Washington no hubo la sensación generalizada de que Estados Unidos salía mal librado en la comparación con los demás poderes mundiales. Eso sólo vino a ocurrir a finales de los años 20.Un edificio que llamó poderosamente la atención de los miembros del Congreso fue la nueva embajada británica sobre la avenida Massachusetts, diseñada por el famoso arquitecto inglés sir Edwin Lutyens y terminada en 1931 –época en que otros países empezaban a convertir las mansiones vecinas en residencias para embajadas. El ejemplo británico no sólo encendió el interés estadounidense en la arquitectura de las embajadas, sino que además sirvió como el imán que llevó a otras misiones extranjeras a localizarse en la vecindad del observatorio. Lutyens diseñó la residencia en el estilo campestre e incorporó elementos asociados con la arquitectura colonial americana y la Arts and Crafts inglesa. Con leones protegiendo su entrada y una amplia terraza abierta hacia los pintorescos jardines, el edificio de ladrillo rojo estableció un nuevo estándar de majestuosidad en el diseño de embajadas. Pero, sobre todo, era la quintaesencia de lo británico.
En el mismo año 1931, el embajador noruego y su personal se trasladaron a una nueva embajada diseñada para ellos, justo enfrente a la entrada a los predios del observatorio (que hoy día también incluyen la residencia del vicepresidente de Estados Unidos). Para Noruega, y en la misma línea para Sudáfrica, John J. Whelan diseñó casas de elegantes proporciones y detalles clásicos asociados con la arquitectura Georgian inglesa. En las cercanías, para los diplomáticos del Vaticano, Frederick V. Murphy diseñó una sede de tradición romana. Terminado en 1939, el simétrico y severo edificio recubierto en piedra caliza fue ampliamente admirado –tanto que, cuando en 1953 el Departamento de Estado fue duramente criticado por sus embajadas de posguerra, amonestó a su arquitecto jefe, solicitándole que abandonara la moderna arquitectura de vanguardia y utilizara como modelo el edificio del Vaticano para todas las futuras embajadas del país. Él rehusó valientemente; pero esa es otra historia.
A medida que Estados Unidos crecía como poder mundial, las delegaciones diplomáticas en Washington fueron creciendo en rango y tamaño. Muchas necesitaron espacio adicional para sus expandidas misiones. Esto llevó gradualmente a separar las residencias de las oficinas y a una lucha por la búsqueda de nuevo espacio, especialmente para oficinas. A comienzos de los años 60, había cerca de cien misiones extranjeras en la capital estadounidense y su número fue creciendo a medida que las naciones se fueron independizando en África y otras partes.
A partir del momento en que los británicos definieron el estándar, otras naciones siguieron el ejemplo con cancillerías específicamente diseñadas para establecer su presencia política y enfatizar su identidad nacional. En 1964, Alemania contrató al arquitecto alemán Egon Eiermann para diseñar una cancillería cerca de Foxhall Road. En un acto intrépido, que rompía con la tradición, Canadá consolidó las oficinas de su embajada en 1989 y se alejó de las demás cancillerías a un lugar sobre la avenida Pennsylvania al pie de Capitol Hill. El arquitecto canadiense Arthur Erickson diseñó una cancillería que, a través de su arquitectura y su ubicación, subraya la singular relación existente entre Canadá y su anfitrión. Y tanto Finlandia como Italia se mudaron de lugares relativamente inaccesibles y oficinas congestionadas a sitios mucho más amplios y prominentes en la avenida Massachusetts. Los finlandeses se instalaron en un edificio de vidrio bellamente diseñado por sus arquitectos Heikkinen y Komonen (1994), y los italianos se establecieron en una nueva e impresionante cancillería diseñada para ellos por el arquitecto italiano Sartogo (2000), quien se inspiró, en parte, en el plan de Washington de L’ Enfant. Con estas nuevas estructuras, ambos países mejoraron notoriamente su imagen pública en la capital.
Históricamente, éstas son excepciones porque los intentos de las embajadas para reubicarse y expandirse han enfrentado oposición local desde hace años. Los habitantes capitalinos bloquearon los planes para nueva construcción, objetando la pérdida de espacio para aparcamiento y la intrusión de oficinas en zonas residenciales. Como resultado de la protesta pública a comienzos de los 60, el Congreso instó al Departamento de Estado a tomar medidas severas contra la expansión de las misiones en vecindarios ya establecidos, lo cual redujo las opciones disponibles.
Ante la ausencia de terrenos en las partes de la ciudad en donde las cancillerías deseaban congregarse, el Departamento de Estado diseñó, en unión con el Distrito Capital y funcionarios federales, un enclave para nuevas cancillerías en catorce hectáreas de propiedad federal en el noroeste del distrito. Creado en 1968 y localizado en la intersección de la avenida Connecticut y la calle Van Ness, el International Chancery Center facilitó terrenos para edificación, en los cuales quince países –Austria, Bahrein, Bangladesh, Brunei, Egipto, Etiopía, Ghana, Israel, Jordania, Kuwait, Malasia, Nigeria, Singapur, Eslovaquia y Emiratos Árabes Unidos– han construido edificios de oficinas desde comienzos de los 80. Casi todos ellos incorporaron temas asociados con su respectiva herencia cultural, aunque la mayoría de estos edificios fue diseñada por arquitectos estadounidenses. La cancillería de Paquistán está en construcción. Una vez que China y Marruecos procedan con sus planes, el centro quedará copado. La búsqueda de nuevos espacios ya comenzó. Los planificadores están evaluando el costo-beneficio de ubicar las cancillerías unas cerca de otras y les han solicitado localizarse dentro del Distrito de Columbia. La idea es encontrar nuevas posibilidades para instalaciones cuyas demandas de espacio y seguridad son cada vez mayores.
Las residencias de las embajadas son otro asunto. En primer lugar, a diferencia de las cancillerías, coexisten cómodamente con sus vecinos en muchas partes de la ciudad, incluidas Spring Valley, Chevy Chase y Foxhall Road. En segundo lugar, tienen permiso para ubicarse fuera del Distrito de Columbia. Algunas se han mudado a suburbios en Maryland y Virginia, atraídas por los costos más bajos, los colegios, la privacidad y otros factores. Como actualmente muchas cancillerías han asumido funciones representativas que antes tenían a su cargo las residencias, la ubicación de estas últimas en lugares prominentes ha pasado a ser menos importante. Sin embargo, no todas han optado por alejarse de la visibilidad.
Así como existen cancillerías con sello propio, también existen embajadas con igual distintivo, y algunas han marcado un hito en la arquitectura moderna de Washington. La mayoría ha sido diseñada por arquitectos famosos de cada país, con el fin de recalcar la importancia cultural de dichas comisiones. Dinamarca fue el primer país que construyó una embajada moderna, tanto residencia como cancillería. A comienzos de los 60, cuando Lauritzen creó para Dinamarca la joya modernista, no había en la ciudad nada que se le pareciera, lo cual atrajo la atención sobre Dinamarca y su papel como fuente importante de innovación en diseño. Ubicada en un lugar apartado, con vista sobre el Rock Creek Park, la embajada tiene grandes extensiones de vidrio que alternan con muros, pisos y escaleras en mármol blanco. Aunque conectada con la cancillería por un corredor en vidrio, ambas mantienen su autonomía –la cancillería como lugar de trabajo y la residencia como hogar. La combinación de piezas tradicionales y muebles daneses modernos, que incluyen los rutilantes candelabros diseñados por Lauritzen y las lámparas diseñadas por Verner Panlon que rinden homenaje a los diseños de Arne Jacobsen, el modernista más importante de Dinamarca, agrega calor a la fría estética funcional.
Ante la necesidad de expandir su sede de la avenida Massachusetts en los años 70, Japón se valió del arquitecto japonés Masao Kinoshita para reubicar la residencia de su embajador en una moderna y espaciosa casa que encarna el arte y la tradición nacional. Asimismo, Corea contrató al arquitecto Swoo-Guen Kim quien imprimió la sensibilidad del país a su diseño para la residencia oficial del embajador. Inspirado en la tradición coreana, Kim incorporó detalles como mamparas en papel de arroz y faroles en piedra en la casa y los jardines.
De todas las nuevas residencias, ninguna ha causado más impacto que la casa diseñada por O. M. Ungers para el embajador alemán. En un terreno marcadamente anguloso, ubicada en lo alto de Foxhall Road, la casa es un poderoso ejemplo de clasicismo expresado en un moderno idioma formal. Diseñada totalmente como una obra de arte, la residencia es una vitrina del arte alemán contemporáneo así como un espléndido lugar para el entretenimiento. Sus salas públicas están dispuestas en un plano axial a lado y lado de un gran vestíbulo central que se extiende a todo lo largo de la residencia y se resuelve en una vista asombrosa sobre la ciudad. El arte alemán fue seleccionado por el mismo arquitecto para complementar la arquitectura postmoderna. Parte de él fue diseñado expresamente para algunos espacios. Como todas las demás residencias de alto perfil, ésta, de alguna manera, también logra acomodar al embajador y a su familia. Aquí, como en las demás, el sector privado está fuera del alcance de los visitantes.
Los edificios nuevos son costosos, y no todas las naciones pueden construir su propia residencia u oficina, pero en el campo de la diplomacia, donde la imagen es información, la arquitectura comunica a menudo un mensaje con mucha mayor eficiencia que cualquier programa de relaciones públicas. Como se ilustra en este libro, las embajadas son construcciones que, de manera convincente, expresan prosperidad y confianza. Son como carteleras que proclaman valores cívicos compartidos. El mensaje puede ser sutil –e incluso engañoso–, pero la diplomacia es un arte sutil. Las edificaciones en serio deterioro envían el mensaje opuesto, generalmente sugieren inestabilidad política o económica. Edificios maltrechos y una construcción abandonada en la avenida Massachusetts, proyectada alguna vez como la nueva Embajada de Costa de Marfil, es ahora un doloroso recordatorio del caos que ha afectado a esa nación de África occidental.
El número de embajadas en Washington creció significativamente después del desmembramiento de la Unión Soviética y probablemente seguirá aumentando. La cifra actual de 175 podría aumentar fácilmente si la fragmentación política sigue dando origen a nuevas naciones. Como lugares para el entretenimiento y el intercambio, las casas de las embajadas presentadas en este libro representan un papel vital en la vida de la capital y son catalizadores indispensables para el manejo de las relaciones diplomáticas.
#AmorPorColombia
Introducción
Entrada de la Embajada de España, por la calle 16. Diseñada por el arquitecto George Oakley Totten Jr., esta casa fue mandada a construir en 1923 por Mary Henderson. Ofrecida inicialmente como residencia oficial para el vicepresidente de Estados Unidos, la idea fue rechazada por el Congreso. En 1926 el Gobierno español la compró como residencia para su embajador. Antonio Castañeda Buraglia.
Desde hace ocho años los embajadores de Rumania residen en esta casa de la calle 30. La mansión, alquilada al Departamento de Estado, habría sido propiedad del Gobierno iraní. Estratégicamente ubicada –casi como Rumania en el mapa de Europa–, en su vecindario se encuentran la casa del vicepresidente de Estados Unidos y las cancillerías de Italia, Brasil, Turquía y Japón, entre otras. Antonio Castañeda Buraglia.
De estuco blanco, tejuelas, mosaicos y pequeños balcones, la actual Embajada de El Líbano es la típica mansión de estilo mediterráneo, reinterpretado con entusiasmo por los arquitectos norteamericanos en las décadas de los 20 y los 30. Antonio Castañeda Buraglia.
Esta construcción data de 1929 y fue diseñada por el arquitecto washingtoniano Ward Brown, en estilo Neo-Classical Revival, tal como solicitó su dueño original Louis Septimus Ownsley, apodado “el barón de la tracción”, por su fortuna en tranvías. Comprada en 1944 por el Gobierno holandés, se convertiría poco después en la residencia oficial de su embajador. Antonio Castañeda Buraglia.
En palabras del arquitecto O. M. Ungers, quien diseñó y construyó esta casa: “La residencia del embajador de Alemania en Washington D.C., no sólo debe ser funcional, aunque la funcionalidad no debe subestimarse, sino un testimonio visual de los niveles tecnológicos del país y de sus logros artísticos. En tal sentido no es una casa privada común y corriente, sino una residencia oficial”. La embajada se levanta sobre la misma meseta donde antes estuvo la antigua Villa Harriman. ¿La vista? Mejor imposible: Georgetown, el zigzagueante río Potomac y, cuando el tiempo lo permite, hasta el Washington de los monumentos. Antonio Castañeda Buraglia.
De fachada estilo Luis XV, la actual residencia de Chile fue construida en 1909 por Nathan Wyeth, uno de los arquitectos más solicitados de su época, para su prima, la rica viuda Sarah Wyeth. Adquirida en 1923 por el Gobierno chileno, la bandera de este país ondea desde entonces en el balcón del alegre y soleado estar del segundo piso. Antonio Castañeda Buraglia.
Conocido hasta 1921 como el lujoso palacio Mac Veagh, en ese año fue adquirido por el Gobierno mexicano para residencia oficial de su representante en Washington. Y así se conservó hasta 1990, cuando pasó a ser la sede del espectacular Instituto Cultural Mexicano, una de las auténticas joyas de la ciudad. Antonio Castañeda Buraglia.
Comprada en 1913 por el zar Nicolás II para el entonces Gobierno imperial, la actual Embajada de Rusia era conocida en aquella época como la mansión Pullman. Su propietaria inicial, la viuda del magnate de los coches-dormitorio, la había mandado construir como regalo para su hija y su yerno congresista. Antonio Castañeda Buraglia.
El edificio original de la Embajada de Noruega, que data de 1931, albergaba tanto las oficinas como la residencia del jefe de misión. Hoy sólo acoge esta última. Antonio Castañeda Buraglia.
Para muchos, la residencia de la Santa Sede es como el broche de oro en la carrera del arquitecto estadounidense Frederick Vernon Murphy. Lo que en el primer boceto iba a ser una especie de palacio romano, se convirtió en una construcción ultramoderna para su tiempo. Antonio Castañeda Buraglia.
“Marhaba” –bienvenidos, en tunecino– es el lema de la residencia de los embajadores de Túnez en esta capital, desde 1956, cuando fue comprada. Se cuenta que el propietario original había vivido mucho tiempo con su familia en Portugal y cuando una de sus hijas se casó –allá por los años 20– le hizo construir una mansión en el estilo mediterráneo que a ella tanto le gustaba. Pero, al parecer, la joven no quería copia, sino original y se marchó de regreso a Portugal. Antonio Castañeda Buraglia.
Cuando esta hermosa casa fue construida a comienzos del siglo pasado, se conocía como la mansión White por el nombre de su primer propietario, el senador White; aunque también podría haberse llamado así por el predominante tono blanco de su fachada. En 1941 la casa pasó a manos del Gobierno boliviano que, desde entonces, estableció allí su embajada. Antonio Castañeda Buraglia.
Fachada posterior de la residencia de la Embajada de Perú. En la piedra bruñida y quemada del simbólico Peirce –o Pierce– Mill de Rock Creek, cuya construcción se remonta a 1820, se inspiró Charles Tompkins al escoger los muros exteriores de su mansión. En estilo Georgian tardío, recuerda las casas de campo del sudeste de Pennsylvania y el norte de Maryland del siglo XVIII. Antonio Castañeda Buraglia.
El cambio de atmósfera –comparada esta residencia de la República de Corea con otras de la ciudad– resulta entre inquietante y mágico. Después de un largo recorrido a través de mármoles, arañas de cristal, muebles Luis XVI y alfombras de Aubusson, entrar –sin mayor preámbulo y dentro del mismo perímetro– al mundo de la madera, el papel de arroz, el bambú, las pagodas, las linternas, reviste características casi milagrosas. Antonio Castañeda Buraglia.
Obra de John Russell Pope –el famoso arquitecto, que diseñó también el Monumento a Jefferson, el ala oeste de la National Gallery y la Meridian House– ,esta mansión fue comprada por el Gobierno de Brasil en 1934 para instalar allí su sede diplomática. Antonio Castañeda Buraglia.
Tras un pórtico de cuatro columnas, se descubre la fachada de la casa de la Embajada de Austria, de estilo mediterráneo, con estuco blanco y tejas verdes. Esta residencia fue diseñada, en 1925, por el arquitecto Appleton P. Clark. Antonio Castañeda Buraglia.
La actual residencia de África del Sur, situada en un tranquilo sector de la exclusiva Embassy Row, fue construida en 1935 –después de muchos años de arrendar– para albergar tanto la cancillería como la residencia de la legación. En 1964 las oficinas se mudaron al edificio construido al lado. La sola fachada ya obliga a interesarse por el estilo denominado Cape Dutch, en el cual está inspirada. Antonio Castañeda Buraglia.
En relación con los méritos arquitectónicos de la casa de la Embajada de Colombia, algunos entendidos han afirmado que si bien es un modelo de “eclecticismo coordinado”, le faltarían el foso y las balaustradas para asemejarse al castillo Balleroy. La edificación es considerada como un baluarte del circuito histórico de Dupont Circle. Antonio Castañeda Buraglia.
Esta residencia estilo Tudor, ubicada en el exclusivo sector de Kalorama –que el Gobierno de Islandia compró en 1964– fue centro de actividades de madame Chiang Kai-shek en Washington, cuando actuaba como interlocutora sin título de su generalísimo marido. Antonio Castañeda Buraglia.
Esta mansión –hermana y vecina de la residencia de Francia– fue construida por el magnate de las pinturas W. Lawrence. Las dos casas son diseño del arquitecto neoyorquino Jules Henri de Sibour. Portugal la adquirió en 1946. La remodelación estuvo a cargo de Frederick Brooks; el diseño del interior corrió por cuenta del portugués Leonardo Castro Antonio Castañeda Buraglia.
Fachada posterior de la “Residencia Europea” en el exclusivo vecindario washingtoniano de Kalorama. Construida entre 1922-23, su arquitecto fue William Bottomley, uno de los más cotizados de la época. Adquirida en 1970 por la Comisión Europea para alojar a sus embajadores, su propietario anterior fue C. Douglas Dillon, sub- secretario de Estado bajo el gobierno del presidente Dwight Eisenhower y secretario del Tesoro bajo la administración de John F. Kennedy. Antonio Castañeda Buraglia.
La gran puerta en teca que recibe al visitante de la residencia de la República Popular China, así como su mensaje, fueron diseñados a medida para esta casa estilo occidental. El simétrico y tradicional tallado significa felicidad, buena suerte, protección y armonía. Antonio Castañeda Buraglia.
Imposible pensar en una ubicación más privilegiada que la de esta mansión de casi nueve hectáreas al borde del Rock Creek Park. En medio de un terreno boscoso y ondulado se alza Villa Firenze, residencia de los embajadores de Italia desde 1976. Encargada por Blanche Estabrook en 1925, el arquitecto de esta imponente casa, en estilo Tudor, fue Russell O. Kluge. Antonio Castañeda Buraglia.
La residencia del Reino de Marruecos en Bethesda, Maryland, fue comprada por el Gobierno marroquí en 1998 para reemplazar la antigua, localizada en el centro de Washington. La gran casa de Clewerwall Drive fue construida en 1979 por el urbanizador Michael Nash. Antonio Castañeda Buraglia.
En Sheridan Circle con la calle 23 se ubica la elegante mansión de piedra gris que durante mucho tiempo ha sido la residencia oficial del embajador de Turquía. El diseño arquitectónico constituye una fusión de elementos que abarca tres siglos. La llamativa fachada –con columnas acanaladas, balaustradas revestidas y elaborado pórtico– da la sensación de que hubiese sido diseñada a pedido para sus ocupantes: la nación reconocida como puente entre Europa y Asia. Antonio Castañeda Buraglia.
La residencia de ladrillos rojos, en estilo Georgian, con una gran vista sobre Rock Creek Park, fue comprada para su sede por el Gobierno de Canadá en 1947. Su arquitecto, Nathan Wyeth, diseñó también las actuales embajadas de Rusia y Chile, el Instituto Cultural Mexicano y los puentes Key Bridge y Tidal Basin. Antonio Castañeda Buraglia.
En 1960 el Gobierno de Guatemala adquirió esta acogedora mansión para residencia oficial de sus embajadores. Construida en 1919, sin estar ubicada como Tikal en medio de la jungla, goza del abundante verde de su vecino el Rock Creek Park. Antonio Castañeda Buraglia.
Edificada sobre la cima de una pequeña colina, la Embajada de Panamá colinda con su propia cancillería. La residencia fue adquirida en 1942. En un principio, oficinas y residencia funcionaron juntas hasta 1943, cuando se construyó una sede aparte para las primeras, en el mismo estilo de la casa. Antonio Castañeda Buraglia.
La casa de la embajada de Francia fue construida en 1910 para el millonario William D. Lawrence por Jules Henri de Sibour –el mismo arquitecto que hizo la Embajada de Colombia. Respecto al estilo de su fachada no todos están de acuerdo. Lo que para algunos es neo Tudor, para otros es normando, Vanderbilt o jacobino. Desde 1936 pasó a manos del Gobierno francés. Antonio Castañeda Buraglia.
En la construcción de la residencia de la Embajada de Venezuela se nota la influencia de Frank Lloyd Wright, de quien fue discípulo su arquitecto, Chester A. Patterson. Antonio Castañeda Buraglia.
Texto de: Jane C. Loeffler, Ph. D.
Entrar a la residencia de una embajada tiene algo de mágico. Es como ser transportado instantáneamente a un lugar lejano. Y así, precisamente, debe ser, porque una embajada representa a un país extranjero y la residencia del embajador debe hacerlo sentir a uno en ese país.
Con embajadas de 175 naciones, Washington D.C., es única entre las ciudades estadounidenses. La presencia de una amplia y cosmopolita comunidad internacional es clave al definir la identidad de esta capital. Boston, Nueva York, San Francisco y otras ciudades del país pueden tener oficinas consulares y misiones especiales, pero las embajadas están localizadas sólo en la capital, sede del gobierno federal y hogar del presidente de los Estados Unidos.
Como diplomáticos de más alto rango, los embajadores encabezan delegaciones cuyos tamaños varían desde unos pocos individuos hasta cientos de ellos. Las delegaciones están conformadas por consejeros políticos y económicos, funcionarios consulares, agregados culturales y otra serie de individuos, incluyendo miembros de las misiones militares y comerciales y personal de apoyo. Una embajada es la entidad conformada por todos estos individuos, sus lugares de trabajo y sus residencias oficiales. Generalmente, la única residencia oficial es la casa del embajador, conocida como la residencia de la embajada o, sencillamente, como “la embajada”. La confusión surge cuando se emplea el mismo término para describir el edificio donde funcionan las oficinas. Para distinguir los dos tipos de edificios, estos últimos se conocen como cancillerías.
A diferencia de las cancillerías, que son edificios “públicos” de acceso libre, las residencias de las embajadas son privadas. Como en cualquier hogar, allí sólo se acogen los huéspedes que han sido invitados. Pero no por ello son menos importantes para la diplomacia. De hecho, algunos sostendrían que lo que sucede en una recepción o cena en la residencia del embajador es tan importante como lo que ocurre en la cancillería. La residencia ofrece un ambiente informal en el cual los diplomáticos pueden reunirse y departir unos con otros o relacionarse con altos funcionarios del Gobierno estadounidense, líderes cívicos y empresariales, educadores, figuras culturales y residentes locales. El formato puede definirse como de entretenimiento, pero su propósito es serio: promover la comunicación entre culturas, el comercio y la identidad nacional.
Cuando el primer ministro de Dinamarca visita Washington, por ejemplo, el embajador danés puede presentarlo a altos funcionarios de la Casa Blanca, el Departamento de Estado, el Pentágono o el Congreso de los Estados Unidos en la intimidad de su elegante residencia, una casa diseñada en 1960 por el arquitecto danés Vilhelm Lauritzen. Una velada de este tipo brinda a los invitados la oportunidad de reunirse en forma “no oficial”. Y si los huéspedes notan casualmente el televisor Bang & Olufsen, de la más avanzada tecnología, o el equipo de CD que se abre automáticamente cuando alguien se acerca, mucho mejor, puesto que Bang & Olufsen es una importante firma danesa de electrónica. Si eventualmente admiran los muebles antiguos y modernos, también será bueno, porque todos son daneses, como también lo es el arte que adorna las paredes. Incluso la comida, preparada por un chef danés, incluirá las especialidades culinarias danesas. De esta forma, los invitados literalmente degustarán el sabor de Dinamarca y aprenderán sobre un país que tal vez nunca han visitado, a tiempo que establecen conexiones personales y profesionales que pueden resultarles útiles.
Estos son los eventos que los embajadores realizan todo el tiempo –utilizando la hospitalidad para promover a sus países. Un caso es la barbacoa que el embajador italiano y su esposa auspiciaron en sus jardines para reunir fondos con destino a la investigación médica en favor de los niños de la capital. Otro, las recepciones de los embajadores brasileños a jueces y estudiantes de Derecho de prestigiosas facultades estadounidenses o las cenas del embajador belga y su señora en honor de los benefactores de la Ópera de Washington. Es también la razón por la cual el embajador de Colombia y su esposa han recaudado fondos para la educación de jóvenes latinos desfavorecidos y programas de arte para ciudadanos de la tercera edad, y han apoyado planes de educación musical en las escuelas públicas del área capitalina, sirviendo de anfitriones al National Symphony Ball. Además, cada año se donan más de 50 000 rosas colombianas para eventos de caridad. Al recibir a la comunidad de Washington y facilitar el contacto personal entre ellos mismos y con los estadounidenses, los embajadores favorecen los intereses de sus países.
Aún en la era de las telecomunicaciones, es esencial estar presente en el lugar indicado. Cuando se conoce a un país por la forma de presentarse en público, la apariencia de sus dependencias es parte de su misión. Parafraseando al presidente Grover Cleveland, quien en 1896 fracasó en su cabildeo ante el Congreso para adquirir las primeras residencias oficiales con destino a diplomáticos estadounidenses, el “descuido” es incompatible con un domicilio diplomático respetable. Como ilustra este libro, los diplomáticos en Washington han acogido la idea. Sus casas son todo menos descuidadas. Por el contrario, están bellamente amobladas e impecablemente mantenidas porque son símbolos reconocidos de la identidad nacional, en una ciudad donde los símbolos realmente cuentan.
En un principio, el jefe de una delegación diplomática vivía y trabajaba en el mismo lugar, casi siempre una casa o apartamento que él mismo tomaba en arriendo para los propósitos del caso. Por ejemplo, cuando John Adams llegó a Londres en 1875 como primer ministro estadounidense ante la Corte de St. James, arrendó una casa de ladrillo en Grosvenor Square para su familia y su reducido personal. De igual forma, las primeras delegaciones que llegaron a Washington tomaron en arriendo sedes modestas en la recién establecida capital. Apenas algo más que una escuálida población, la ciudad debió parecerles un rústico caserío a los diplomáticos de Londres, París y otros lugares con historias ilustres y grandes tradiciones arquitectónicas.
El crédito por haber concebido una ciudad pujante al proyectar la nueva capital en 1791 es de Pierre Charles L´Enfant, quien incluso destinó un área adyacente al Mall para una serie de casas palaciegas que ocuparían los representantes de países extranjeros. Al construir casas magníficas cerca de la Casa Blanca y el parlamento, pensaba él, los gobiernos extranjeros legitimarían la nueva nación. En ese preciso momento, estos gobiernos no construyeron allí edificios para sus legaciones, pero L´Enfant había entendido perfectamente el poder de la proximidad. En los doscientos años siguientes, la presencia extranjera en Washington ha crecido constantemente y tanto las embajadas como las cancillerías se han congregado tan cerca como ha sido posible de la Casa Blanca y el nexo de poder que ello representa.
Por los años en que Estados Unidos era una nación joven que luchaba por establecerse, había en Washington pocos representantes de países extranjeros. Cuando el país envió sus primeros diplomáticos a Francia, Holanda, Gran Bretaña, Rusia y España, recibió a su vez emisarios de estos países. A comienzos del siglo XIX, Washington había intercambiado emisarios con casi dos docenas de países, entre ellos Brasil, Chile, Colombia, Venezuela, Dinamarca, Bélgica y Turquía. En 1843, se acreditaron los primeros diplomáticos estadounidenses en China.
Grecia, Japón, Rumania y Corea se contaron entre las naciones que enviaron representantes a Washington durante el siglo XIX, a medida que Estados Unidos aumentaba su participación en la comunidad internacional. Dada la antipatía estadounidense hacia la pompa y la tradición elitista, que el presidente Cleveland calificaba como “brillo y apariencias innecesarios”, las delegaciones diplomáticas estaban encabezadas hasta ese momento por diplomáticos de bajo rango: encargados de negocios, enviados o ministros, cuyas sedes se conocían oficialmente como legations. En 1893, Cleveland nombró a Thomas F. Bayard embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Corte de St. James, el primer diplomático estadounidense en ostentar ese título. Nombramientos similares en Francia, Alemania e Italia colocaron a Estados Unidos, por primera vez, en compañía diplomática de los mayores poderes del mundo. Esas naciones elevaron entonces sus emisarios al rango de embajadores y establecieron las primeras embajadas en Washington.
Muchas de las elegantes casas que hoy son residencias de embajadas y cancillerías no fueron construidas originalmente para este fin. Fueron edificadas por millonarios, con fortunas recientemente amasadas, que llegaron a la ciudad al final del siglo para codearse con los políticamente poderosos e iniciarse en el servicio público. Hubo también quienes buscaron acceso a la comunidad diplomática para que sus hijas pudieran conocer y casarse con jóvenes nobles que ocasionalmente asumían funciones diplomáticas. A menudo esquivados por la sociedad educada de otros lugares, estos nuevos magnates estaban decididos a ver y a ser vistos. En Washington, al cabo una ciudad de tránsito, fueron bien recibidos. Sin embargo, pese a sus enormes mansiones, su presencia era estacional. La mayoría tenía casas en otros lugares. Las nuevas casas eran sólo lugares diseñados para el entretenimiento y residencia temporal.
Thomas F. Walsh, quien hizo su fortuna en las minas de oro de Nevada, fue uno de los primeros magnates en establecerse en Washington en una casa de cincuenta habitaciones sobre la avenida Massachusetts, arriba de Dupont Circle, en los extramuros de la ciudad existente. Era un vecindario semi-rural cuando Walsh encargó al arquitecto Henry Andersen el diseño de una casa que expresara adecuadamente su ambición social. En la construcción invirtió más de US $830 000 y en la decoración varios millones. Esto en 1902, cuando tales sumas representaban una enorme erogación, unos 17 millones de dólares actuales. Dos años más tarde, el destilador Thomas T. Gaff llegó de Cincinnati y se instaló, a poca distancia, en una mansión diseñada en estilo francés por Jules Henri de Sibour. En 1906, otro magnate minero, Henneng Jennings, eligió un terreno un poco al oeste del de Walsh, en el Sheridan Circle, y George Oakley Totten, Jr., le diseñó un bello palazzo clásico. En 1914, Edward Everett, cuya fortuna provenía en parte de su invención de la tapa metálica para botellas, se estableció del otro lado del Sheridan Circle, en una casa con una mezcla de estilos –salón de baile italiano, comedor inglés, sala francesa. El arquitecto de Everett fue también Totten. En poco tiempo, la avenida Massachusetts y las calles aledañas se vieron pobladas por nuevas y lujosas mansiones y el vecindario conocido como Kalorama se jactaba de ser el escenario social más animado de la ciudad.
Pero Kalorama no era el único desarrollo importante de finca raíz. Un sector de Sixteenth Street en lo alto de Meridian Hill era otro. Allí, a unos tres kilómetros al norte de la Casa Blanca y lejos de la parte construida de la ciudad, el ex senador de Missouri, John Henderson y su esposa Mary se habían construido en 1888 una mansión en piedra rústica. Desde esta colosal vivienda, los Henderson dominaban la ciudad y gozaban de una vista directa sobre la casa del presidente. La señora Henderson soñaba con una comunidad exclusiva en la cima de la colina que incluyera prominentes edificios gubernamentales, monumentos y embajadas. Para lograrlo, adquirió docenas de lotes, contrató arquitectos y se dedicó al oficio de atraer compradores.
En 1907, la señora Henderson contrató a Totten, que acababa de terminar la Casa Jennings, el diseño de una residencia para el embajador francés en el 2460 de Sixteenth Street. Cerca de allí, en el 2640, Totten levantó una casa que la señora Henderson vendió al Gobierno polaco en 1919, y un poco al norte, una mansión en piedra blanca que la señora Henderson ofreció a su gobierno como residencia permanente para el vicepresidente. Pese a su acertada visión, la oferta fue rechazada. La palaciega mansión fue comprada por España para su embajada en 1926. Luego de la guerra civil española, la mansión fue redecorada con finas piezas que incluían candelabros de cristal traídos de España e invaluables tapices del siglo XVIII fabricados para el Palacio Real en Madrid. (Actualmente esta casa es candidata a convertirse en un centro cultural español cuando el embajador se traslade a una nueva residencia en Foxhall Road, diseñada por el arquitecto español Rafael Moneo.) En 1921, México había comprado una mansión a pocos metros de distancia, que luego fue redecorada con azulejos mexicanos, incluyendo un mural que reproduce los grandes volcanes del país. El artista mexicano Roberto Cueva del Río invirtió siete años en pintar los coloridos murales que cubren las paredes que rodean la escalera central con eventos de la historia mexicana. En 1923, el embajador italiano, él mismo un arquitecto, trabajó con los colegas neoyorkinos Warren y Wetmore para recrear un palacio del Renacimiento al otro lado de la calle. Llena de tesoros artísticos traídos de Italia, la casa era perfecta para su fin. Fue tanto cancillería como residencia oficial hasta 1976, cuando el embajador se trasladó a una casa de estilo Tudor adyacente al Rock Creek Park –apropiadamente bautizada como Casa Florentina por sus anteriores propietarios. Más recientemente, los italianos se mudaron a una nueva y espléndida cancillería sobre la avenida Massachusetts, diseñada por la firma Piero Sartogo Architetti de Roma. El antiguo edificio de la Sixteenth Street está a la espera de un nuevo dueño y un nuevo destino.
En los años 20, la parte alta de Sixteenth Street, cerca de la Embajada de Italia, ya se había convertido en la primera Embassy Row (fila de embajadas) de Washington. Sin embargo, muy pocas embajadas más optaron por ese sector, pronto eclipsado por la avenida Massachusetts, para entonces el lugar de moda –más precisamente, la parte que va de Scott Circle, atraviesa Sheridan Circle y Rock Creek Park y llega hasta el Observatorio Naval de los Estados Unidos (que había sido erigido hacia 1890 en la cima de una colina, rodeado por veintinueve hectáreas de tierra). Esa franja de la avenida Massachusetts se denomina actualmente Embassy Row, y más de la mitad de las residencias que se ilustran en este libro están localizadas en ese vecindario.
En el ocaso de los “Roaring Twenties”, con el inicio de la “depresión”, las fortunas se vieron reducidas. Al no poder sostener una servidumbre numerosa ni un estilo de vida opulento, muchos propietarios pusieron en venta sus casas; pero pocos individuos podían costear estos lugares. Justo cuando las casas habrían podido ser divididas en apartamentos o incluso demolidas para construir edificios, aparecieron nuevos compradores –gobiernos extranjeros en busca de sedes más amplias para sus residencias y cancillerías, en zonas bien ubicadas. Y empezaron a comprar las residencias existentes en los alrededores de Sheridan Circle y Kalorama.
La inesperada intervención de los diplomáticos vino a salvar el tesoro de Washington, sus casas históricas, de la destrucción inminente. Lo que la ciudad dejó de percibir en términos de impuestos (las embajadas de la capital están exentas de impuestos), fue recuperado de mil formas cuando las casas fueron compradas y convertidas en embajadas. Turquía, por ejemplo, compró la Casa Everett en 1933; Grecia, la Casa Jennings en 1937; Colombia, la Casa Gaff en 1944, e Indonesia, la Casa Walsh-McLean (por una fracción de su costo original) en 1951.
Puesto que muchas de estas casas se adquirieron amobladas y además presentaban características singulares en su decoración, las embajadas enfrentaron el dilema de preservar el ambiente original sin omitir el sello de su propia identidad nacional. Como podrá apreciarse en las fotografías, cada embajada ha logrado una síntesis admirable, entretejiendo tradiciones que realzan la apariencia de sus salones. Ante todo, su éxito subraya el poder de la fusión cultural.
La histórica Gaff House, actual residencia del embajador colombiano, ilustra bien el caso. Aunque situada tan sólo a una cuadra de Dupont Circle, la casa es un refugio apacible ante la animación del sector. Para su exterior, el arquitecto de Sibour eligió ladrillo rojo contrastado por encuadramientos en piedra caliza que acentúan las esquinas, las ventanas y los seis cañones de las chimeneas. Creó una acogedora secuencia de ingreso, que lleva al visitante desde un vestíbulo elevado que mira hacia un patio interior, a través de unas maravillosas puertas en hierro y cristal, hasta la zona de la entrada y luego al área de la recepción. Allí encontramos las paredes enchapadas en roble, una escalera ricamente tallada que lleva a los recintos privados del embajador en la segunda planta, una acogedora chimenea, unos enormes ventanales que miran al norte y un candelabro barroco de bronce. Un espacioso salón, que mira hacia el oriente para recibir la luz de la mañana, se comunica por un vestíbulo con el también imponente comedor que da hacia el norte. El salón de baile en espejos, que sirve de portada a este libro, mira hacia el occidente para captar la luz del atardecer. Con su doble planta, su claraboya elíptica, sus serenos arcos enlazados por un intrincado reborde de yeso blanco y su palco para la orquesta, rodeado de una blanca filigrana en hierro forjado, este salón despertaría de seguro la admiración de cualquier conocedor de la historia arquitectónica o social.
Como tantos otros, los colombianos enfrentaron el desafío y el costo de mantener la tradición histórica de esta casa, imprimiéndole al mismo tiempo la personalidad propia. ¿Cómo lo hicieron? Primero, restauraron el exquisito cielo raso tallado en estilo Tudor que en algún momento había sido recubierto. Eliminaron las alfombras de pared a pared y recuperaron los finos pisos de roble. En el patio, se dieron a la tarea de devolver el lustre original a los ladrillos importados. Luego, al conjunto de la decoración original, que incluía relojes antiguos y sillas Luis XIV, agregaron una exuberante colección de arte moderno que representa su propia cultura –arte prestado por artistas colombianos o comprado a estos y a otros artistas latinoamericanos. Hay escultura y pintura abstracta, pero la mayor parte del arte es de contenido claramente colombiano. Por ejemplo, dibujos de la pintora colombiana Ana Mercedes Hoyos completan la severa decoración del salón y cuadros más grandes y atrevidos de la misma artista añaden sabor a otros recintos. Con su sensual línea y vibrantes colores, el trabajo de Hoyos celebra el paisaje y la cultura de la región colombiana de San Basilio de Palenque y su herencia afrocolombiana. Arreglos de frescas rosas colombianas agregan una nota festiva de color y aroman todas las habitaciones.
Algunos embajadores traen consigo sus propias colecciones de arte, pero la mayoría de las residencias tienen sus propias obras –arte comprado, donado o recibido en préstamo. En muchas de las residencias más recientes, el arte y los muebles son encargados para los espacios específicos; los artistas y artesanos casi siempre pertenecen al respectivo país. De esta forma, las residencias son una vitrina para los trabajos artísticos que ameriten atención internacional. Por estas mismas razones, precisamente, las embajadas de Estados Unidos exhiben el trabajo de artistas y artesanos nacionales. Algunas de estas obras son donadas, pero los embajadores estadounidenses pueden realizar su propia selección y pedir en préstamo obras de arte de los principales museos y galerías del país para este propósito.
Al tiempo que los gobiernos extranjeros adquirían casas históricas en Washington, Estados Unidos fue comprando también buen número de casas históricas, restaurándolas y convirtiéndolas en valiosas propiedades para sus embajadas en el extranjero. El palacio Schoenborn en Praga, adquirido en 1925, y el Palazzo Margherita en Roma, en 1945, hacen parte de las casas más elegantes compradas para cancillerías. La heredera americana Barbara Hutton donó su casa de Londres, Winfield House, al Departamento de Estado como residencia para el embajador estadounidense al terminar la segunda guerra mundial. Aprovechando un mercado de bienes raíces severamente deprimido en la posguerra, el Departamento de Estado logró comprar en París una majestuosa mansión, originalmente construida en 1855 para la baronesa de Pontalba y posteriormente adquirida y ampliada por el barón Edmond de Rothschild. Actualmente, ambas edificaciones siguen siendo las elegantes residencias de los embajadores estadounidenses.
El Gobierno estadounidense no construyó sus propias embajadas en el extranjero mientras en Washington no hubo la sensación generalizada de que Estados Unidos salía mal librado en la comparación con los demás poderes mundiales. Eso sólo vino a ocurrir a finales de los años 20.Un edificio que llamó poderosamente la atención de los miembros del Congreso fue la nueva embajada británica sobre la avenida Massachusetts, diseñada por el famoso arquitecto inglés sir Edwin Lutyens y terminada en 1931 –época en que otros países empezaban a convertir las mansiones vecinas en residencias para embajadas. El ejemplo británico no sólo encendió el interés estadounidense en la arquitectura de las embajadas, sino que además sirvió como el imán que llevó a otras misiones extranjeras a localizarse en la vecindad del observatorio. Lutyens diseñó la residencia en el estilo campestre e incorporó elementos asociados con la arquitectura colonial americana y la Arts and Crafts inglesa. Con leones protegiendo su entrada y una amplia terraza abierta hacia los pintorescos jardines, el edificio de ladrillo rojo estableció un nuevo estándar de majestuosidad en el diseño de embajadas. Pero, sobre todo, era la quintaesencia de lo británico.
En el mismo año 1931, el embajador noruego y su personal se trasladaron a una nueva embajada diseñada para ellos, justo enfrente a la entrada a los predios del observatorio (que hoy día también incluyen la residencia del vicepresidente de Estados Unidos). Para Noruega, y en la misma línea para Sudáfrica, John J. Whelan diseñó casas de elegantes proporciones y detalles clásicos asociados con la arquitectura Georgian inglesa. En las cercanías, para los diplomáticos del Vaticano, Frederick V. Murphy diseñó una sede de tradición romana. Terminado en 1939, el simétrico y severo edificio recubierto en piedra caliza fue ampliamente admirado –tanto que, cuando en 1953 el Departamento de Estado fue duramente criticado por sus embajadas de posguerra, amonestó a su arquitecto jefe, solicitándole que abandonara la moderna arquitectura de vanguardia y utilizara como modelo el edificio del Vaticano para todas las futuras embajadas del país. Él rehusó valientemente; pero esa es otra historia.
A medida que Estados Unidos crecía como poder mundial, las delegaciones diplomáticas en Washington fueron creciendo en rango y tamaño. Muchas necesitaron espacio adicional para sus expandidas misiones. Esto llevó gradualmente a separar las residencias de las oficinas y a una lucha por la búsqueda de nuevo espacio, especialmente para oficinas. A comienzos de los años 60, había cerca de cien misiones extranjeras en la capital estadounidense y su número fue creciendo a medida que las naciones se fueron independizando en África y otras partes.
A partir del momento en que los británicos definieron el estándar, otras naciones siguieron el ejemplo con cancillerías específicamente diseñadas para establecer su presencia política y enfatizar su identidad nacional. En 1964, Alemania contrató al arquitecto alemán Egon Eiermann para diseñar una cancillería cerca de Foxhall Road. En un acto intrépido, que rompía con la tradición, Canadá consolidó las oficinas de su embajada en 1989 y se alejó de las demás cancillerías a un lugar sobre la avenida Pennsylvania al pie de Capitol Hill. El arquitecto canadiense Arthur Erickson diseñó una cancillería que, a través de su arquitectura y su ubicación, subraya la singular relación existente entre Canadá y su anfitrión. Y tanto Finlandia como Italia se mudaron de lugares relativamente inaccesibles y oficinas congestionadas a sitios mucho más amplios y prominentes en la avenida Massachusetts. Los finlandeses se instalaron en un edificio de vidrio bellamente diseñado por sus arquitectos Heikkinen y Komonen (1994), y los italianos se establecieron en una nueva e impresionante cancillería diseñada para ellos por el arquitecto italiano Sartogo (2000), quien se inspiró, en parte, en el plan de Washington de L’ Enfant. Con estas nuevas estructuras, ambos países mejoraron notoriamente su imagen pública en la capital.
Históricamente, éstas son excepciones porque los intentos de las embajadas para reubicarse y expandirse han enfrentado oposición local desde hace años. Los habitantes capitalinos bloquearon los planes para nueva construcción, objetando la pérdida de espacio para aparcamiento y la intrusión de oficinas en zonas residenciales. Como resultado de la protesta pública a comienzos de los 60, el Congreso instó al Departamento de Estado a tomar medidas severas contra la expansión de las misiones en vecindarios ya establecidos, lo cual redujo las opciones disponibles.
Ante la ausencia de terrenos en las partes de la ciudad en donde las cancillerías deseaban congregarse, el Departamento de Estado diseñó, en unión con el Distrito Capital y funcionarios federales, un enclave para nuevas cancillerías en catorce hectáreas de propiedad federal en el noroeste del distrito. Creado en 1968 y localizado en la intersección de la avenida Connecticut y la calle Van Ness, el International Chancery Center facilitó terrenos para edificación, en los cuales quince países –Austria, Bahrein, Bangladesh, Brunei, Egipto, Etiopía, Ghana, Israel, Jordania, Kuwait, Malasia, Nigeria, Singapur, Eslovaquia y Emiratos Árabes Unidos– han construido edificios de oficinas desde comienzos de los 80. Casi todos ellos incorporaron temas asociados con su respectiva herencia cultural, aunque la mayoría de estos edificios fue diseñada por arquitectos estadounidenses. La cancillería de Paquistán está en construcción. Una vez que China y Marruecos procedan con sus planes, el centro quedará copado. La búsqueda de nuevos espacios ya comenzó. Los planificadores están evaluando el costo-beneficio de ubicar las cancillerías unas cerca de otras y les han solicitado localizarse dentro del Distrito de Columbia. La idea es encontrar nuevas posibilidades para instalaciones cuyas demandas de espacio y seguridad son cada vez mayores.
Las residencias de las embajadas son otro asunto. En primer lugar, a diferencia de las cancillerías, coexisten cómodamente con sus vecinos en muchas partes de la ciudad, incluidas Spring Valley, Chevy Chase y Foxhall Road. En segundo lugar, tienen permiso para ubicarse fuera del Distrito de Columbia. Algunas se han mudado a suburbios en Maryland y Virginia, atraídas por los costos más bajos, los colegios, la privacidad y otros factores. Como actualmente muchas cancillerías han asumido funciones representativas que antes tenían a su cargo las residencias, la ubicación de estas últimas en lugares prominentes ha pasado a ser menos importante. Sin embargo, no todas han optado por alejarse de la visibilidad.
Así como existen cancillerías con sello propio, también existen embajadas con igual distintivo, y algunas han marcado un hito en la arquitectura moderna de Washington. La mayoría ha sido diseñada por arquitectos famosos de cada país, con el fin de recalcar la importancia cultural de dichas comisiones. Dinamarca fue el primer país que construyó una embajada moderna, tanto residencia como cancillería. A comienzos de los 60, cuando Lauritzen creó para Dinamarca la joya modernista, no había en la ciudad nada que se le pareciera, lo cual atrajo la atención sobre Dinamarca y su papel como fuente importante de innovación en diseño. Ubicada en un lugar apartado, con vista sobre el Rock Creek Park, la embajada tiene grandes extensiones de vidrio que alternan con muros, pisos y escaleras en mármol blanco. Aunque conectada con la cancillería por un corredor en vidrio, ambas mantienen su autonomía –la cancillería como lugar de trabajo y la residencia como hogar. La combinación de piezas tradicionales y muebles daneses modernos, que incluyen los rutilantes candelabros diseñados por Lauritzen y las lámparas diseñadas por Verner Panlon que rinden homenaje a los diseños de Arne Jacobsen, el modernista más importante de Dinamarca, agrega calor a la fría estética funcional.
Ante la necesidad de expandir su sede de la avenida Massachusetts en los años 70, Japón se valió del arquitecto japonés Masao Kinoshita para reubicar la residencia de su embajador en una moderna y espaciosa casa que encarna el arte y la tradición nacional. Asimismo, Corea contrató al arquitecto Swoo-Guen Kim quien imprimió la sensibilidad del país a su diseño para la residencia oficial del embajador. Inspirado en la tradición coreana, Kim incorporó detalles como mamparas en papel de arroz y faroles en piedra en la casa y los jardines.
De todas las nuevas residencias, ninguna ha causado más impacto que la casa diseñada por O. M. Ungers para el embajador alemán. En un terreno marcadamente anguloso, ubicada en lo alto de Foxhall Road, la casa es un poderoso ejemplo de clasicismo expresado en un moderno idioma formal. Diseñada totalmente como una obra de arte, la residencia es una vitrina del arte alemán contemporáneo así como un espléndido lugar para el entretenimiento. Sus salas públicas están dispuestas en un plano axial a lado y lado de un gran vestíbulo central que se extiende a todo lo largo de la residencia y se resuelve en una vista asombrosa sobre la ciudad. El arte alemán fue seleccionado por el mismo arquitecto para complementar la arquitectura postmoderna. Parte de él fue diseñado expresamente para algunos espacios. Como todas las demás residencias de alto perfil, ésta, de alguna manera, también logra acomodar al embajador y a su familia. Aquí, como en las demás, el sector privado está fuera del alcance de los visitantes.
Los edificios nuevos son costosos, y no todas las naciones pueden construir su propia residencia u oficina, pero en el campo de la diplomacia, donde la imagen es información, la arquitectura comunica a menudo un mensaje con mucha mayor eficiencia que cualquier programa de relaciones públicas. Como se ilustra en este libro, las embajadas son construcciones que, de manera convincente, expresan prosperidad y confianza. Son como carteleras que proclaman valores cívicos compartidos. El mensaje puede ser sutil –e incluso engañoso–, pero la diplomacia es un arte sutil. Las edificaciones en serio deterioro envían el mensaje opuesto, generalmente sugieren inestabilidad política o económica. Edificios maltrechos y una construcción abandonada en la avenida Massachusetts, proyectada alguna vez como la nueva Embajada de Costa de Marfil, es ahora un doloroso recordatorio del caos que ha afectado a esa nación de África occidental.
El número de embajadas en Washington creció significativamente después del desmembramiento de la Unión Soviética y probablemente seguirá aumentando. La cifra actual de 175 podría aumentar fácilmente si la fragmentación política sigue dando origen a nuevas naciones. Como lugares para el entretenimiento y el intercambio, las casas de las embajadas presentadas en este libro representan un papel vital en la vida de la capital y son catalizadores indispensables para el manejo de las relaciones diplomáticas.