- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
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- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
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- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
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- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
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- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
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- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
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- Volando Colombia. Paisajes (2009)
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- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
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- Luis Caballero. Erótico (2010)
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- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
La Casa Republicana en los relatos del Siglo XIX
Universidad, La Gran Colombia, Bogotá.
Circasia, Quindío.
Salamina, Caldas.
Rionegro, Antioquia.
Rionegro, Antioquia.
Salamina, Caldas.
Salamina, Caldas.
Salamina, Caldas.
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Restaurante Santa Clara. Monserrate, Bogotá.
Casa de la Opera, Bogotá.
Zipaquirá, Cundinamarca.
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Casa Museo Quevedo Zornosa.
Museo El Chico, Bogotá.
Subachoque, Cundinamarca.
Casa Teatro, Bogotá.
Museo El Chicó, Bogotá.
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Facatativá, Cundinamarca.
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Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.
Palacio Echeverri, Bogotá.
Casa Rafael Pombo, Bogotá.
Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.
Medellín, Antioquia.
Cartagena, Bolívar.
Barranquilla, Atlántico.
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Bogotá.
Bogotá.
Bogotá.
Bogotá.
Cartagena, Bolívar.
Ciénaga, Magdalena.
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Cartagena, Bolívar.
Refugio del Salto, Cundinamarca.
Palacio de Nariño, Bogotá.
Palacio de Nariño, Bogotá.
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Palacio de San Carlos, Bogotá.
Palacio de San Carlos, Bogotá.
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Refugio del Salto, Cundinamarca.
Texto de: Alberto Saldarriaga Roa
En Colombia, en el siglo XIX, no se produjo una historiografía o una literatura arquitectonica propias, aparte de unos pocos documentos de interés, como los escritos de Thomas Reed o de Pietro Cantini en explicación o defensa de sus proyectos. Las escasas descripciones disponibles se encuentran en los escritos de cronistas y viajeros, colombianos y extranjeros, que a lo largo del siglo XIX y en los comienzos del siglo XX registraron sus impresiones acerca del país. Gracias a esas referencias fragmentarias se alcanza a formar una imagen de cómo eran las casas colombianas y cómo se vivía en ellas. Muchas de las crónicas se refieren específicamente a las casas bogotanas, quizá por ser la capital el centro de mayor atención de los cronistas.
En algunos relatos escritos en la primera mitad del siglo XIX por autores como el francés Gaspard Théodore Mollien o Carl August Gosselman, sueco de origen, se encuentran descripciones de las casas coloniales y se evidencian algunas de sus primeras transformaciones. Ambos autores muestran cierto disgusto ante la sencillez y tosquedad generalizada de la arquitectura y de su amoblamiento. Una excepción de particular interés se halla en el relato de Gosselman, escrito entre 1825 y 1826. Al llegar a Antioquia, el viajero encontró un ejemplo sorprendente, la casa de la familia Sáenz en Rionegro, en las inmediaciones de Medellín. De esa visita hace el siguiente relato De regreso a la casa del señor Sáenz encontré a toda su familia reunida en un salón excelentemente amoblado y destinado a dejar transcurrir la tarde bajo amena charla. Dicho salón se convertía en una necesidad, ya que debido al frescor de las tardes no era posible reunirse a conversar fuera de las casas, como era la constante observada hasta ahora.
Encontrar un salón de tal exquisitez, enclavado tan al interior de SurAm?érica, amoblado y decorado con una pompa cercana a la europea, resultó verdaderamente inesperado. Especialmente cuando se comenzaron a contemplar un sinnúmero de espejos, lámparas de colgar, mesas, sillas y un piano de cola. Muebles y cosas que sólo pueden haber llegado hasta aquí en las espaldas de los peones. Recordar lo dificultoso del trayecto, que permanecía demasiado fresco en mi memoria, y encontrarse en medio de tal lujo, era algo inexplicable. Era como oír aquel cuento infantil que narraba que luego de recorrer tierras salvajes y atravesar el oscuro bosque, se llegaba al castillo brillante y hechizado.
La breve descripción de una casa antioqueña hecha por Gosselman en 1826 es interesante por mostrar cómo, en los primeros años de la vida republicana, existía ya en esa región un gusto doméstico particular y cómo el aprecio por los objetos se encontraba ya en lugares para él alejados del refinamiento europeo.
En los relatos escritos en la segunda mitad del siglo XIX se encuentran descripciones que acercan un poco más la imagen de la casa republicana. Hacia 1850 otro viajero, Isaac Holton, botánico estadounidense, escribió sus crónicas de viaje e incluyó algunas referencias a las casas encontradas en su recorrido, especialmente en Bogotá. Sus apreciaciones dan idea de la arquitectura de algunas casas bogotanas y de su amoblamiento interior. La primera casa, de un piso, de la cual incluye un plano, es descrita en los siguientes términos Doña Tomasa me mostró la casa, que es claustrada, de un solo piso y con tres patios. En el segundo sólo hay piezas a dos lados y el tercero apenas tiene un cobertizo. La fachada es triple de larga que la de la mayoría de las casas en las ciudades de los Estados Unidos. El frente de la casa da al poniente, y el zaguán, en la esquina noroeste está empedrado con piedras del tamaño de un puño doble. Del zaguán al patio hay una puerta muy grande que se abre únicamente para que entren caballos, pero en el portón hay una chiquita, por la cual se puede entrar alzando bien los pies y agachando la cabeza, cosa que yo olvidaba con frecuencia hasta que me di un buen golpe. Al frente está la sala con cuadros de la Virgen y de San José y un nicho muy bonito con La Dolorosa, es decir, María con una daga que le cruza el corazón, un lienzo sobre las manos extendidas y los ojos, rojos de llorar, mirando al cielo. Hay también pájaros disecados, dos sofás forrados en tela de algodón estampada, una otomana rarísima, parecida a la mitad de una artesa pero con los lados más altos, y esteras en el piso; aquí muy pocas casas tienen alfombras. Pero se me olvidaba algo importante; en el mobiliario de la sala había también un reloj de mesa de péndulo, objeto poco común en Bogotá.
Ayudado por el dibujo del plano de la casa sigue Holton su descripción así:
"En la alcoba contigua guarda don Fulano la montura, la escopeta, el trabuco y otras cosas valiosas. Las ventanas de la sala y de esta pieza dan a la calle. Al costado sur del patio hay un comedorcito sin ventana y un cuarto pequeño con ventana sin vidrios, donde duermen las tres sirvientas. Al costado oriental hay un cuarto grande con puerta y ventana que fue el que me dieron a mí. Después está el corredor al segundo patio, que de día cierran con una puerta de cuero y por la noche con dos muy fuertes de madera. Al costado norte del primer patio está el dormitorio de la familia que llega hasta el fondo y no tiene ventana. Al lado hay dos pequeñas piezas reservadas para Don Pastor, el dueño de la casa, que de vez en cuando viene a la ciudad de un día para otro. Todas las ventanas que dan al primer patio tienen reja y postigos y algunas tienen alas de vidrio con bisagras. Para el bogotano rico el vidrio es una necesidad; en cambio no lo vi usar en ninguna otra parte de la Nueva Granada."
Hacia la misma época de Holton, una autora local, Doña Josefa Acevedo de Gómez, escribió su visión personal de la antigua Santafé y en ella incluyó una descripción de las casas señoriales, visión que se diferencia bastante de la de Holton. Doña Josefa dice referirse a las casas de la nobleza santafereña; sin embargo, algo en el texto sugiere que ella mezcló muchos rasgos de su momento con su imagen bastante idealizada del pasado. Esto se verifica leyendo el siguiente párrafo:
"Esta ciudad, fundada hace más de tres siglos por Gonzalo Jiménez de Quesada, se asegura que tenía cerca de 40.000 habitantes en el año de 1810. Sus casas, sólidamente construídas, ofrecían espacio y comodidad a los que moraban en ellas; lo que, según la opinión de muchos, puede valer tanto como lo que se llama elegancia y buen gusto moderno. Macizos balcones, en cuya formación no se había economizado la madera; gruesas ventanas guarnecidas por espesas celosías, que daban escasa entrada a la luz y al aire que circulaba por espaciosas salas colgadas de un papel lustroso en donde ordinariamente se representaban paisajes y flores, altos y duros canapés con cerco dorado, forrados en filipichín o damasco de lana o seda, cuyas patas figuraban la mano de un león empuñando una bola; cuadros de santos con anchos marcos labrados y sobredorados y algunos retratos de familia al óleo, ejecutados por Figueroa y colgados lo más cerca del techo que era posible; enormes arañas de cristal; mesas labradas con caprichosos recortes, cómodas barnizadas de negro con tiraderas doradas, escritorios con cien cajones embutidos de carey y concha de perla; enormes camas con espesas cortinas de lana o algodón, que corrían sobre varillas de hierro produciendo un ruido agudo y metálico; espejos ovalados colgados oblicuamente sobre las paredes y sillas de brazos altos, forradas en terciopelo o damasco, cuya clavazón hacía comúnmente un dibujo poco variado. Tales eran los adornos comunes de la mayor parte de las casas de los nobles santafereños."
Lo anterior, según Doña Josefa, se refiere al pasado ilustre de la ciudad, cuya población en 1810 sobreestimó considerablemente. Respecto a lo nuevo, escribe el siguiente párrafo:
"No es esto decir que no hubiera habitaciones invadidas por modas más modernas, paredes adornadas con láminas de exquisito gusto, muebles más elegantes y ligeros, y balcones y ventanas de hierro con delgados balaustres que daban entrada libre al aire y la luz, asientos menos altos y más blandos, camas de diversas formas, con blancas colgaduras de muselina recogidas con grandes y vistosos lazos de cinta encarnada o celeste. Pero aquí no se trata de las excepciones, porque en tal caso este cuadro no tendría fin"
En los escritos de Gosselman y Holton se entiende que, en la primera mitad del siglo XIX, la casa bogotana no había evolucionado mucho respecto de su ancestro colonial. Las esteras, los santos, los muebles no muy refinados, cierto aire de descuido, eran característicos. El relato de Doña Josefa parece contradecir lo anterior y asegura que ya desde comienzos del siglo XIX, las casas habían comenzado a transformarse con lujos y ornamentos de cierto gusto y calidad. La descripción que hace Doña Josefa de las casas modernas parece ajustarse más a los gustos que se expresaban en las casas de los ricos bogotanos hacia 1857, fecha en la cual escribió su relato. En su reivindicación del pasado ilustre de la ciudad debió primar más la imaginación que la objetividad. En 1852 otro autor, esta vez el brasileño Miguel María Lisboa, ratifica algunas de las observaciones de Doña Josefa Acevedo de Gómez. Es de particular interés el siguiente párrafo:
"Las casas particulares de Bogotá no son menos cómodas que las de Caracas. Están, como ellas, construidas en su mayor parte de tapia o de tierra amasada y cubiertas de teja, tienen sus patios enclaustrados y son accesibles por zaguanes. Sin embargo difieren de las de Caracas en que con mucha frecuencia son de dos pisos y en que la altura de sus salas y las dimensiones de sus ventanas son apropiadas para el clima frío de la Sabana. Las salas, en general bajas, hacen recordar las casas de París; y las ventanas son estrechas, guarnecidas de vidrieras y apenas sirven para dar luz. Es muy rara la casa que no tenga su patio con jardín, pues en Bogotá hay un gusto por la floricultura que se ha vuelto proverbial. Allí medran con primor todas las flores de Europa; florecen el tulipán, la camelia y la magnolia; allí hay sobre todo una abundancia y variedad de rosas y claveles indígenas como nunca lo vi en las famosas exposiciones de Europa."
"En el interior de las casas el lujo es extraordinario y causa espanto al extranjero, cuando se considera que la mayor parte de los ricos muebles, cuadros y espejos que adornan las casas de los ricachos de Bogotá, son traídos a hombro de hombres desde Honda. El clima exige el uso generalizado de la alfombra, y con frecuencia pisé ricos tapetes aterciopelados de las fábricas de Francia e Inglaterra. Los corredores y terrazas de los claustros están todos forrados con estera común, fabricada en el país; el gusto por la pintura al óleo es general; y es muy rara la casa de una persona acomodada donde no exista piano, aunque el transporte de uno de estos instrumentos desde Honda a Bogotá cueste doscientos cincuenta pesos. "
En el relato anterior aparece algo novedoso en el espacio doméstico la jardinería. El antiguo solar colonial cumplía más la función de huerta que de jardín y este fue, realmente, un descubrimiento del siglo XIX. Las plantas ornamentales se colocaron en los patios y en los espacios interiores y adquirieron un especial significado como parte del amoblamiento propio de la casa.
Otra imagen de la casa republicana bogotana, más cercana en el tiempo, se encuentra en la lectura de un relato que hizo el inglés F. Loraine Petre, publicado en Londres en 1906 y que dice lo siguiente:
"Uno de los aspectos más curiosos de Bogotá es el contraste entre la apariencia, comparativamente pobre, de las mejores casas, vistas desde afuera, y el lujo que se encuentra en el interior de muchas de ellas. La entrada es a través de una arcada, frecuentemente situada entre dos almacenes; dentro del pasaje se encuentra un patio con un jardín y quizá con una fuente; alrededor de esto, en el primer piso, hay depósitos y oficinas, y cerca a la entrada la escalera que lleva al segundo piso, destinado a recepción y dormitorios, y si hay otro piso encima los dormitorios estarán allí. Con frente hacia la calle están las salas de recibo a las que se accede desde el balcón que da al patio, y ventiladas a través de las ventanas que miran a la calle. A los dormitorios se accede desde los corredores y de éstos, por regla general, reciben aire y luz. En la parte intermedia de la casa puede verse el comedor. Algunas casas disponen de un patio posterior y en torno al cual más dormitorios altos y quizá la cocina. Los mobiliarios en su mayoría son europeos y frecuentemente lucen excelentes antiguedades. Casi en toda casa de categoría en la ciudad y aun en muchas humildes es dable ver un piano. Conociendo las dificultades que se presentan al subir cargas pesadas a la Sabana nos sorprende cómo los grandes pianos y los pesados armarios encontraron camino, a menos que el transporte haya sido por piezas, y seguramente al encontrarse a tan grande altura los incline a no dejarla jamás."
"El Palacio presidencial, construido en una calle lateral, al suroriente de la Plaza de Bolívar y cerca a la Cámara de Representantes, peca de imponencia en su exterior; tiene no obstante al interior algunas estancias destacadas. Igual observación es valedera para el Palacio arzobispal; en Bogotá hay casas particulares tan buenas y aun mejores."
Las observaciones de Loraine Petre sobre la sede presidencial se refieren al Palacio de San Carlos, hoy sede de la Cancillería. El antiguo Palacio arzobispal fue incendiado en 1948, y su reemplazo, en la Plaza de Bolívar, no posee las mismas características del antiguo. El relato de este autor comprueba también la hipótesis de que, a comienzos del presente siglo, se habían establecido ya muchas de las características interiores de la casa republicana bogotana, aun cuando en su exterior no se hubiesen producido cambios notorios o éstos no fuesen lo suficientemente llamativos como para despertar el interés de los cronistas.
#AmorPorColombia
La Casa Republicana en los relatos del Siglo XIX
Universidad, La Gran Colombia, Bogotá.
Circasia, Quindío.
Salamina, Caldas.
Rionegro, Antioquia.
Rionegro, Antioquia.
Salamina, Caldas.
Salamina, Caldas.
Salamina, Caldas.
Salamina, Caldas.
Restaurante Santa Clara. Monserrate, Bogotá.
Casa de la Opera, Bogotá.
Zipaquirá, Cundinamarca.
Casa de la Opera, Bogotá.
Casa Museo Quevedo Zornosa.
Museo El Chico, Bogotá.
Subachoque, Cundinamarca.
Casa Teatro, Bogotá.
Museo El Chicó, Bogotá.
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Facatativá, Cundinamarca.
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Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.
Palacio Echeverri, Bogotá.
Casa Rafael Pombo, Bogotá.
Instituto Colombiano de Antropología, Bogotá.
Medellín, Antioquia.
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Bogotá.
Bogotá.
Bogotá.
Bogotá.
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Ciénaga, Magdalena.
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Refugio del Salto, Cundinamarca.
Palacio de Nariño, Bogotá.
Palacio de Nariño, Bogotá.
Palacio de Nariño, Bogotá.
Palacio de San Carlos, Bogotá.
Palacio de San Carlos, Bogotá.
Palacio de San Carlos, Bogotá.
Refugio del Salto, Cundinamarca.
Texto de: Alberto Saldarriaga Roa
En Colombia, en el siglo XIX, no se produjo una historiografía o una literatura arquitectonica propias, aparte de unos pocos documentos de interés, como los escritos de Thomas Reed o de Pietro Cantini en explicación o defensa de sus proyectos. Las escasas descripciones disponibles se encuentran en los escritos de cronistas y viajeros, colombianos y extranjeros, que a lo largo del siglo XIX y en los comienzos del siglo XX registraron sus impresiones acerca del país. Gracias a esas referencias fragmentarias se alcanza a formar una imagen de cómo eran las casas colombianas y cómo se vivía en ellas. Muchas de las crónicas se refieren específicamente a las casas bogotanas, quizá por ser la capital el centro de mayor atención de los cronistas.
En algunos relatos escritos en la primera mitad del siglo XIX por autores como el francés Gaspard Théodore Mollien o Carl August Gosselman, sueco de origen, se encuentran descripciones de las casas coloniales y se evidencian algunas de sus primeras transformaciones. Ambos autores muestran cierto disgusto ante la sencillez y tosquedad generalizada de la arquitectura y de su amoblamiento. Una excepción de particular interés se halla en el relato de Gosselman, escrito entre 1825 y 1826. Al llegar a Antioquia, el viajero encontró un ejemplo sorprendente, la casa de la familia Sáenz en Rionegro, en las inmediaciones de Medellín. De esa visita hace el siguiente relato De regreso a la casa del señor Sáenz encontré a toda su familia reunida en un salón excelentemente amoblado y destinado a dejar transcurrir la tarde bajo amena charla. Dicho salón se convertía en una necesidad, ya que debido al frescor de las tardes no era posible reunirse a conversar fuera de las casas, como era la constante observada hasta ahora.
Encontrar un salón de tal exquisitez, enclavado tan al interior de SurAm?érica, amoblado y decorado con una pompa cercana a la europea, resultó verdaderamente inesperado. Especialmente cuando se comenzaron a contemplar un sinnúmero de espejos, lámparas de colgar, mesas, sillas y un piano de cola. Muebles y cosas que sólo pueden haber llegado hasta aquí en las espaldas de los peones. Recordar lo dificultoso del trayecto, que permanecía demasiado fresco en mi memoria, y encontrarse en medio de tal lujo, era algo inexplicable. Era como oír aquel cuento infantil que narraba que luego de recorrer tierras salvajes y atravesar el oscuro bosque, se llegaba al castillo brillante y hechizado.
La breve descripción de una casa antioqueña hecha por Gosselman en 1826 es interesante por mostrar cómo, en los primeros años de la vida republicana, existía ya en esa región un gusto doméstico particular y cómo el aprecio por los objetos se encontraba ya en lugares para él alejados del refinamiento europeo.
En los relatos escritos en la segunda mitad del siglo XIX se encuentran descripciones que acercan un poco más la imagen de la casa republicana. Hacia 1850 otro viajero, Isaac Holton, botánico estadounidense, escribió sus crónicas de viaje e incluyó algunas referencias a las casas encontradas en su recorrido, especialmente en Bogotá. Sus apreciaciones dan idea de la arquitectura de algunas casas bogotanas y de su amoblamiento interior. La primera casa, de un piso, de la cual incluye un plano, es descrita en los siguientes términos Doña Tomasa me mostró la casa, que es claustrada, de un solo piso y con tres patios. En el segundo sólo hay piezas a dos lados y el tercero apenas tiene un cobertizo. La fachada es triple de larga que la de la mayoría de las casas en las ciudades de los Estados Unidos. El frente de la casa da al poniente, y el zaguán, en la esquina noroeste está empedrado con piedras del tamaño de un puño doble. Del zaguán al patio hay una puerta muy grande que se abre únicamente para que entren caballos, pero en el portón hay una chiquita, por la cual se puede entrar alzando bien los pies y agachando la cabeza, cosa que yo olvidaba con frecuencia hasta que me di un buen golpe. Al frente está la sala con cuadros de la Virgen y de San José y un nicho muy bonito con La Dolorosa, es decir, María con una daga que le cruza el corazón, un lienzo sobre las manos extendidas y los ojos, rojos de llorar, mirando al cielo. Hay también pájaros disecados, dos sofás forrados en tela de algodón estampada, una otomana rarísima, parecida a la mitad de una artesa pero con los lados más altos, y esteras en el piso; aquí muy pocas casas tienen alfombras. Pero se me olvidaba algo importante; en el mobiliario de la sala había también un reloj de mesa de péndulo, objeto poco común en Bogotá.
Ayudado por el dibujo del plano de la casa sigue Holton su descripción así:
"En la alcoba contigua guarda don Fulano la montura, la escopeta, el trabuco y otras cosas valiosas. Las ventanas de la sala y de esta pieza dan a la calle. Al costado sur del patio hay un comedorcito sin ventana y un cuarto pequeño con ventana sin vidrios, donde duermen las tres sirvientas. Al costado oriental hay un cuarto grande con puerta y ventana que fue el que me dieron a mí. Después está el corredor al segundo patio, que de día cierran con una puerta de cuero y por la noche con dos muy fuertes de madera. Al costado norte del primer patio está el dormitorio de la familia que llega hasta el fondo y no tiene ventana. Al lado hay dos pequeñas piezas reservadas para Don Pastor, el dueño de la casa, que de vez en cuando viene a la ciudad de un día para otro. Todas las ventanas que dan al primer patio tienen reja y postigos y algunas tienen alas de vidrio con bisagras. Para el bogotano rico el vidrio es una necesidad; en cambio no lo vi usar en ninguna otra parte de la Nueva Granada."
Hacia la misma época de Holton, una autora local, Doña Josefa Acevedo de Gómez, escribió su visión personal de la antigua Santafé y en ella incluyó una descripción de las casas señoriales, visión que se diferencia bastante de la de Holton. Doña Josefa dice referirse a las casas de la nobleza santafereña; sin embargo, algo en el texto sugiere que ella mezcló muchos rasgos de su momento con su imagen bastante idealizada del pasado. Esto se verifica leyendo el siguiente párrafo:
"Esta ciudad, fundada hace más de tres siglos por Gonzalo Jiménez de Quesada, se asegura que tenía cerca de 40.000 habitantes en el año de 1810. Sus casas, sólidamente construídas, ofrecían espacio y comodidad a los que moraban en ellas; lo que, según la opinión de muchos, puede valer tanto como lo que se llama elegancia y buen gusto moderno. Macizos balcones, en cuya formación no se había economizado la madera; gruesas ventanas guarnecidas por espesas celosías, que daban escasa entrada a la luz y al aire que circulaba por espaciosas salas colgadas de un papel lustroso en donde ordinariamente se representaban paisajes y flores, altos y duros canapés con cerco dorado, forrados en filipichín o damasco de lana o seda, cuyas patas figuraban la mano de un león empuñando una bola; cuadros de santos con anchos marcos labrados y sobredorados y algunos retratos de familia al óleo, ejecutados por Figueroa y colgados lo más cerca del techo que era posible; enormes arañas de cristal; mesas labradas con caprichosos recortes, cómodas barnizadas de negro con tiraderas doradas, escritorios con cien cajones embutidos de carey y concha de perla; enormes camas con espesas cortinas de lana o algodón, que corrían sobre varillas de hierro produciendo un ruido agudo y metálico; espejos ovalados colgados oblicuamente sobre las paredes y sillas de brazos altos, forradas en terciopelo o damasco, cuya clavazón hacía comúnmente un dibujo poco variado. Tales eran los adornos comunes de la mayor parte de las casas de los nobles santafereños."
Lo anterior, según Doña Josefa, se refiere al pasado ilustre de la ciudad, cuya población en 1810 sobreestimó considerablemente. Respecto a lo nuevo, escribe el siguiente párrafo:
"No es esto decir que no hubiera habitaciones invadidas por modas más modernas, paredes adornadas con láminas de exquisito gusto, muebles más elegantes y ligeros, y balcones y ventanas de hierro con delgados balaustres que daban entrada libre al aire y la luz, asientos menos altos y más blandos, camas de diversas formas, con blancas colgaduras de muselina recogidas con grandes y vistosos lazos de cinta encarnada o celeste. Pero aquí no se trata de las excepciones, porque en tal caso este cuadro no tendría fin"
En los escritos de Gosselman y Holton se entiende que, en la primera mitad del siglo XIX, la casa bogotana no había evolucionado mucho respecto de su ancestro colonial. Las esteras, los santos, los muebles no muy refinados, cierto aire de descuido, eran característicos. El relato de Doña Josefa parece contradecir lo anterior y asegura que ya desde comienzos del siglo XIX, las casas habían comenzado a transformarse con lujos y ornamentos de cierto gusto y calidad. La descripción que hace Doña Josefa de las casas modernas parece ajustarse más a los gustos que se expresaban en las casas de los ricos bogotanos hacia 1857, fecha en la cual escribió su relato. En su reivindicación del pasado ilustre de la ciudad debió primar más la imaginación que la objetividad. En 1852 otro autor, esta vez el brasileño Miguel María Lisboa, ratifica algunas de las observaciones de Doña Josefa Acevedo de Gómez. Es de particular interés el siguiente párrafo:
"Las casas particulares de Bogotá no son menos cómodas que las de Caracas. Están, como ellas, construidas en su mayor parte de tapia o de tierra amasada y cubiertas de teja, tienen sus patios enclaustrados y son accesibles por zaguanes. Sin embargo difieren de las de Caracas en que con mucha frecuencia son de dos pisos y en que la altura de sus salas y las dimensiones de sus ventanas son apropiadas para el clima frío de la Sabana. Las salas, en general bajas, hacen recordar las casas de París; y las ventanas son estrechas, guarnecidas de vidrieras y apenas sirven para dar luz. Es muy rara la casa que no tenga su patio con jardín, pues en Bogotá hay un gusto por la floricultura que se ha vuelto proverbial. Allí medran con primor todas las flores de Europa; florecen el tulipán, la camelia y la magnolia; allí hay sobre todo una abundancia y variedad de rosas y claveles indígenas como nunca lo vi en las famosas exposiciones de Europa."
"En el interior de las casas el lujo es extraordinario y causa espanto al extranjero, cuando se considera que la mayor parte de los ricos muebles, cuadros y espejos que adornan las casas de los ricachos de Bogotá, son traídos a hombro de hombres desde Honda. El clima exige el uso generalizado de la alfombra, y con frecuencia pisé ricos tapetes aterciopelados de las fábricas de Francia e Inglaterra. Los corredores y terrazas de los claustros están todos forrados con estera común, fabricada en el país; el gusto por la pintura al óleo es general; y es muy rara la casa de una persona acomodada donde no exista piano, aunque el transporte de uno de estos instrumentos desde Honda a Bogotá cueste doscientos cincuenta pesos. "
En el relato anterior aparece algo novedoso en el espacio doméstico la jardinería. El antiguo solar colonial cumplía más la función de huerta que de jardín y este fue, realmente, un descubrimiento del siglo XIX. Las plantas ornamentales se colocaron en los patios y en los espacios interiores y adquirieron un especial significado como parte del amoblamiento propio de la casa.
Otra imagen de la casa republicana bogotana, más cercana en el tiempo, se encuentra en la lectura de un relato que hizo el inglés F. Loraine Petre, publicado en Londres en 1906 y que dice lo siguiente:
"Uno de los aspectos más curiosos de Bogotá es el contraste entre la apariencia, comparativamente pobre, de las mejores casas, vistas desde afuera, y el lujo que se encuentra en el interior de muchas de ellas. La entrada es a través de una arcada, frecuentemente situada entre dos almacenes; dentro del pasaje se encuentra un patio con un jardín y quizá con una fuente; alrededor de esto, en el primer piso, hay depósitos y oficinas, y cerca a la entrada la escalera que lleva al segundo piso, destinado a recepción y dormitorios, y si hay otro piso encima los dormitorios estarán allí. Con frente hacia la calle están las salas de recibo a las que se accede desde el balcón que da al patio, y ventiladas a través de las ventanas que miran a la calle. A los dormitorios se accede desde los corredores y de éstos, por regla general, reciben aire y luz. En la parte intermedia de la casa puede verse el comedor. Algunas casas disponen de un patio posterior y en torno al cual más dormitorios altos y quizá la cocina. Los mobiliarios en su mayoría son europeos y frecuentemente lucen excelentes antiguedades. Casi en toda casa de categoría en la ciudad y aun en muchas humildes es dable ver un piano. Conociendo las dificultades que se presentan al subir cargas pesadas a la Sabana nos sorprende cómo los grandes pianos y los pesados armarios encontraron camino, a menos que el transporte haya sido por piezas, y seguramente al encontrarse a tan grande altura los incline a no dejarla jamás."
"El Palacio presidencial, construido en una calle lateral, al suroriente de la Plaza de Bolívar y cerca a la Cámara de Representantes, peca de imponencia en su exterior; tiene no obstante al interior algunas estancias destacadas. Igual observación es valedera para el Palacio arzobispal; en Bogotá hay casas particulares tan buenas y aun mejores."
Las observaciones de Loraine Petre sobre la sede presidencial se refieren al Palacio de San Carlos, hoy sede de la Cancillería. El antiguo Palacio arzobispal fue incendiado en 1948, y su reemplazo, en la Plaza de Bolívar, no posee las mismas características del antiguo. El relato de este autor comprueba también la hipótesis de que, a comienzos del presente siglo, se habían establecido ya muchas de las características interiores de la casa republicana bogotana, aun cuando en su exterior no se hubiesen producido cambios notorios o éstos no fuesen lo suficientemente llamativos como para despertar el interés de los cronistas.