- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Mitos y realidades
Coconuco, Cauca.
Fagua, Cajicá, Cundinamarca. Los espacios complementarios definidos por los muros circundantes establecen el espacio virtual en el que se inscribe la casa de hacienda neogranadina.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
Calibío. Popayán, Cauca. No sería raro que las mismas manos hubiesen construido, entre los siglos XVII y XVIII, pero ante todo durante este último, la casa de Antón Moreno y la de Calibío, a uno y otro lado de las afueras de Popayán. Calibío es casa “alta y baja” propia de una llanura donde hay que otear el horizonte desde más arriba, mientras Antón Moreno es casa de colina o altozano, ya situada en lo más alto. Aprovechando mayores recursos económicos, Calibío asumió proporciones más amplias y elegantes que las de sus congéneres payanesas, y cierto tono de gran casa de ciudad, superponiendo un piso alto a una planta baja quizá más arquitecturada pero menos íntima y evocadora que la de Antón Moreno. Calibío representa el lujo constructivo y el más refinado nivel tecnológico entre las casas de hacienda caucanas. La celebridad de Calibío como escenario de historia política y militar durante el siglo XIX ha opacado, en cierta medida, su importancia arquitectónica y la destacada calidad tecnológica de su construcción. Calibío es un ejemplo arquetípico de un género constructivo que fue dejando atrás su propio pasado andaluz o manchego para asumir una nueva identidad en la tierra neogranadina. Es cierto que sus tejas son de tipo árabe, como lo son sus armaduras de cubierta, pero están colocadas sobre soportes de cañas entrelazadas a la manera indígena. Las maderas, los adobes, los ladrillos, la cal, la arcilla, las cañas son de la región, trabajadas y unidas entre sí a la manera regional. En cierto modo real, la casa salió del lugar donde fue levantada, así haya sido pensado su carácter y organización espacial muchos siglos antes en remotas tierras de otros continentes.
Calibío. Popayán, Cauca. No sería raro que las mismas manos hubiesen construido, entre los siglos XVII y XVIII, pero ante todo durante este último, la casa de Antón Moreno y la de Calibío, a uno y otro lado de las afueras de Popayán. Calibío es casa “alta y baja” propia de una llanura donde hay que otear el horizonte desde más arriba, mientras Antón Moreno es casa de colina o altozano, ya situada en lo más alto. Aprovechando mayores recursos económicos, Calibío asumió proporciones más amplias y elegantes que las de sus congéneres payanesas, y cierto tono de gran casa de ciudad, superponiendo un piso alto a una planta baja quizá más arquitecturada pero menos íntima y evocadora que la de Antón Moreno. Calibío representa el lujo constructivo y el más refinado nivel tecnológico entre las casas de hacienda caucanas. La celebridad de Calibío como escenario de historia política y militar durante el siglo XIX ha opacado, en cierta medida, su importancia arquitectónica y la destacada calidad tecnológica de su construcción. Calibío es un ejemplo arquetípico de un género constructivo que fue dejando atrás su propio pasado andaluz o manchego para asumir una nueva identidad en la tierra neogranadina. Es cierto que sus tejas son de tipo árabe, como lo son sus armaduras de cubierta, pero están colocadas sobre soportes de cañas entrelazadas a la manera indígena. Las maderas, los adobes, los ladrillos, la cal, la arcilla, las cañas son de la región, trabajadas y unidas entre sí a la manera regional. En cierto modo real, la casa salió del lugar donde fue levantada, así haya sido pensado su carácter y organización espacial muchos siglos antes en remotas tierras de otros continentes.
Calibío. Popayán, Cauca. No sería raro que las mismas manos hubiesen construido, entre los siglos XVII y XVIII, pero ante todo durante este último, la casa de Antón Moreno y la de Calibío, a uno y otro lado de las afueras de Popayán. Calibío es casa “alta y baja” propia de una llanura donde hay que otear el horizonte desde más arriba, mientras Antón Moreno es casa de colina o altozano, ya situada en lo más alto. Aprovechando mayores recursos económicos, Calibío asumió proporciones más amplias y elegantes que las de sus congéneres payanesas, y cierto tono de gran casa de ciudad, superponiendo un piso alto a una planta baja quizá más arquitecturada pero menos íntima y evocadora que la de Antón Moreno. Calibío representa el lujo constructivo y el más refinado nivel tecnológico entre las casas de hacienda caucanas. La celebridad de Calibío como escenario de historia política y militar durante el siglo XIX ha opacado, en cierta medida, su importancia arquitectónica y la destacada calidad tecnológica de su construcción. Calibío es un ejemplo arquetípico de un género constructivo que fue dejando atrás su propio pasado andaluz o manchego para asumir una nueva identidad en la tierra neogranadina. Es cierto que sus tejas son de tipo árabe, como lo son sus armaduras de cubierta, pero están colocadas sobre soportes de cañas entrelazadas a la manera indígena. Las maderas, los adobes, los ladrillos, la cal, la arcilla, las cañas son de la región, trabajadas y unidas entre sí a la manera regional. En cierto modo real, la casa salió del lugar donde fue levantada, así haya sido pensado su carácter y organización espacial muchos siglos antes en remotas tierras de otros continentes.
Calibío. Popayán, Cauca. Las grandes galerías del piso alto de Calibío son prácticamente idénticas a las que se podrían hallar aún hoy en campos y ciudades desde La Mancha hasta Córdoba, en tierras hispánicas, pero fueron creadas de esa manera y no otra porque el paisaje caucano así lo exigía ante la memoria y la intuición de sus constructores. Por ello son, como el resto de la casa, inseparables del lugar que ésta ocupa. La casa de hacienda es un escenario para una modalidad existencial cotidiana que no podría ni quiso ser jamás la misma, a un lado y otro del Mar Océano. En Casa Colonial se dijo: “Las casas neogranadinas mostrarán una… mezcla de rasgos, mitad castellanos, mitad andaluces, es decir, algo que no se había dado ni en Castilla ni en Andalucía. Se conformó así el matiz original… del florecimiento, en el nuevo continente, de un género arquitectónico tan antiguo como la humanidad misma. En éste fue siempre clara su estirpe, pero evidente también su íntima relación con la tierra donde fue levantado”.
Calibío. Popayán, Cauca. Las grandes galerías del piso alto de Calibío son prácticamente idénticas a las que se podrían hallar aún hoy en campos y ciudades desde La Mancha hasta Córdoba, en tierras hispánicas, pero fueron creadas de esa manera y no otra porque el paisaje caucano así lo exigía ante la memoria y la intuición de sus constructores. Por ello son, como el resto de la casa, inseparables del lugar que ésta ocupa. La casa de hacienda es un escenario para una modalidad existencial cotidiana que no podría ni quiso ser jamás la misma, a un lado y otro del Mar Océano. En Casa Colonial se dijo: “Las casas neogranadinas mostrarán una… mezcla de rasgos, mitad castellanos, mitad andaluces, es decir, algo que no se había dado ni en Castilla ni en Andalucía. Se conformó así el matiz original… del florecimiento, en el nuevo continente, de un género arquitectónico tan antiguo como la humanidad misma. En éste fue siempre clara su estirpe, pero evidente también su íntima relación con la tierra donde fue levantado”.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. En la mayoría de los trapiches “antiguos” del Valle del Cauca se observan versiones propias de la tecnología industrial del siglo XIX o XX en las estructuras destinadas a usos utilitarios. En Piedechinche el trapiche retiene su carácter de época colonial, con reformas del siglo XIX. Los hornos y chimenea datan de la misma época, pero la bagacera y las ramadas son más antiguas, como es también el acueducto, parcialmente elevado sobre arcos de ladrillo. Al contrario de lo que ocurrió en las haciendas de olivar, de Andalucía, donde la casa señorial estaba integrada a la industria adyacente, los trapiches de caña del Valle del Cauca dan la sensación de estar por casualidad en las proximidades de las casas de hacienda propiamente dichas. La arquitectura industrial de la época colonial hizo uso de estructuras desprovistas de toda concesión a la gracia posible de las formas construidas, creando así un marcado contraste ambiental y plástico con las casas de hacienda adyacentes. Un trapiche se podía colocar en cualquier parte donde hubiera agua, pero una casa de hacienda requiere un lugar en especial.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. En la mayoría de los trapiches “antiguos” del Valle del Cauca se observan versiones propias de la tecnología industrial del siglo XIX o XX en las estructuras destinadas a usos utilitarios. En Piedechinche el trapiche retiene su carácter de época colonial, con reformas del siglo XIX. Los hornos y chimenea datan de la misma época, pero la bagacera y las ramadas son más antiguas, como es también el acueducto, parcialmente elevado sobre arcos de ladrillo. Al contrario de lo que ocurrió en las haciendas de olivar, de Andalucía, donde la casa señorial estaba integrada a la industria adyacente, los trapiches de caña del Valle del Cauca dan la sensación de estar por casualidad en las proximidades de las casas de hacienda propiamente dichas. La arquitectura industrial de la época colonial hizo uso de estructuras desprovistas de toda concesión a la gracia posible de las formas construidas, creando así un marcado contraste ambiental y plástico con las casas de hacienda adyacentes. Un trapiche se podía colocar en cualquier parte donde hubiera agua, pero una casa de hacienda requiere un lugar en especial.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. En la mayoría de los trapiches “antiguos” del Valle del Cauca se observan versiones propias de la tecnología industrial del siglo XIX o XX en las estructuras destinadas a usos utilitarios. En Piedechinche el trapiche retiene su carácter de época colonial, con reformas del siglo XIX. Los hornos y chimenea datan de la misma época, pero la bagacera y las ramadas son más antiguas, como es también el acueducto, parcialmente elevado sobre arcos de ladrillo. Al contrario de lo que ocurrió en las haciendas de olivar, de Andalucía, donde la casa señorial estaba integrada a la industria adyacente, los trapiches de caña del Valle del Cauca dan la sensación de estar por casualidad en las proximidades de las casas de hacienda propiamente dichas. La arquitectura industrial de la época colonial hizo uso de estructuras desprovistas de toda concesión a la gracia posible de las formas construidas, creando así un marcado contraste ambiental y plástico con las casas de hacienda adyacentes. Un trapiche se podía colocar en cualquier parte donde hubiera agua, pero una casa de hacienda requiere un lugar en especial.
El Puesto, La Ceja, Antioquia. Construida a mediados del siglo XVIII por el Alférez Real Felipe Villegas y Córdoba, la casa ofrece rasgos volumétricos y tecnológicos presentes también en las casas de la misma época en el Cauca y Valle del Cauca, quitándoles validez a las tipologías que asocian determinadas formas arquitectónicas con algunas regiones neogranadinas en particular. Nótese el realce volumétrico en el segundo piso a manera de mirador, provisto de un balcón en voladizo (y no rehundido) y la galería exterior en el piso bajo. Son escasas las casas de hacienda de la región antioqueña que conservan su localización y espacio circundante como ocurre en este caso, y que no han sido transformadas hasta perder por completo sus componentes arquitectónicos originales. La presencia de la casa de El Puesto en su paisaje es ejemplar.
El Puesto, La Ceja, Antioquia. Construida a mediados del siglo XVIII por el Alférez Real Felipe Villegas y Córdoba, la casa ofrece rasgos volumétricos y tecnológicos presentes también en las casas de la misma época en el Cauca y Valle del Cauca, quitándoles validez a las tipologías que asocian determinadas formas arquitectónicas con algunas regiones neogranadinas en particular. Nótese el realce volumétrico en el segundo piso a manera de mirador, provisto de un balcón en voladizo (y no rehundido) y la galería exterior en el piso bajo. Son escasas las casas de hacienda de la región antioqueña que conservan su localización y espacio circundante como ocurre en este caso, y que no han sido transformadas hasta perder por completo sus componentes arquitectónicos originales. La presencia de la casa de El Puesto en su paisaje es ejemplar.
El Puesto, La Ceja, Antioquia. Construida a mediados del siglo XVIII por el Alférez Real Felipe Villegas y Córdoba, la casa ofrece rasgos volumétricos y tecnológicos presentes también en las casas de la misma época en el Cauca y Valle del Cauca, quitándoles validez a las tipologías que asocian determinadas formas arquitectónicas con algunas regiones neogranadinas en particular. Nótese el realce volumétrico en el segundo piso a manera de mirador, provisto de un balcón en voladizo (y no rehundido) y la galería exterior en el piso bajo. Son escasas las casas de hacienda de la región antioqueña que conservan su localización y espacio circundante como ocurre en este caso, y que no han sido transformadas hasta perder por completo sus componentes arquitectónicos originales. La presencia de la casa de El Puesto en su paisaje es ejemplar.
Saldaña, Capilla aislada, Saldaña, Tolima. La razón de ser de las capillas anexas, exentas o aisladas en las casas rurales neogranadinas, era la necesidad de proveer el culto religioso a feligreses venidos de haciendas, veredas o caseríos vecinos carentes de iglesia, aparte de los residentes y trabajadores de la propia hacienda. En torno a ésta debía existir un espacio adecuado para procesiones y otras ceremonias al aire libre. La casa de la hacienda Saldaña vino a menos en el siglo XIX y ha perdido grandemente su fisonomía y carácter de época republicana en el XX, pero de la construcción colonial resta aún la capilla, aparentemente construida a fines del siglo XVIII. Sus ingenuos barroquismos, obviamente realizados “a ojo” y de memoria por algún anónimo constructor, se limitan a dos medios óvalos cortados en las diagonales del frontón en fachada, produciendo así una silueta mixtilínea, y en el interior un singular retablo afacetado en mampostería. La capilla de Saldaña es lo que se podría llamar “barroco recóndito rural neogranadino”.
Saldaña, Capilla aislada, Saldaña, Tolima. La razón de ser de las capillas anexas, exentas o aisladas en las casas rurales neogranadinas, era la necesidad de proveer el culto religioso a feligreses venidos de haciendas, veredas o caseríos vecinos carentes de iglesia, aparte de los residentes y trabajadores de la propia hacienda. En torno a ésta debía existir un espacio adecuado para procesiones y otras ceremonias al aire libre. La casa de la hacienda Saldaña vino a menos en el siglo XIX y ha perdido grandemente su fisonomía y carácter de época republicana en el XX, pero de la construcción colonial resta aún la capilla, aparentemente construida a fines del siglo XVIII. Sus ingenuos barroquismos, obviamente realizados “a ojo” y de memoria por algún anónimo constructor, se limitan a dos medios óvalos cortados en las diagonales del frontón en fachada, produciendo así una silueta mixtilínea, y en el interior un singular retablo afacetado en mampostería. La capilla de Saldaña es lo que se podría llamar “barroco recóndito rural neogranadino”.
Saldaña, Capilla aislada, Saldaña, Tolima. La razón de ser de las capillas anexas, exentas o aisladas en las casas rurales neogranadinas, era la necesidad de proveer el culto religioso a feligreses venidos de haciendas, veredas o caseríos vecinos carentes de iglesia, aparte de los residentes y trabajadores de la propia hacienda. En torno a ésta debía existir un espacio adecuado para procesiones y otras ceremonias al aire libre. La casa de la hacienda Saldaña vino a menos en el siglo XIX y ha perdido grandemente su fisonomía y carácter de época republicana en el XX, pero de la construcción colonial resta aún la capilla, aparentemente construida a fines del siglo XVIII. Sus ingenuos barroquismos, obviamente realizados “a ojo” y de memoria por algún anónimo constructor, se limitan a dos medios óvalos cortados en las diagonales del frontón en fachada, produciendo así una silueta mixtilínea, y en el interior un singular retablo afacetado en mampostería. La capilla de Saldaña es lo que se podría llamar “barroco recóndito rural neogranadino”.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Cañasgordas, Cali, Valle del Cauca. El “chorro” o baño de la casa de los señores presenta una forma en ojo de cerradura, observable actualmente en excavaciones arqueológicas realizadas en los grupos de casas artesanales de época islámica descubiertos en la Alhambra granadina, y que datan de los siglos XI y XII. Un recuerdo arquitectónico renovado a seiscientos años de su época de origen.
Cañasgordas, Cali, Valle del Cauca. La casa de Cañasgordas. data de comienzos del siglo XVIII, con numerosas reformas y adiciones en ese siglo y el siguiente. Conserva el trapiche, pero le fue demolida la capilla exenta, como se acostumbraba a comienzos del siglo XX. Como la mayoría de las casas de hacienda de trapiche en el Valle del Cauca, es de planta compacta (con prolongaciones) provista de las grandes galerías usuales en pisos alto y bajo. Cañasgordas parece haber comenzado en el siglo XVII como una casa baja de tramo único, creciendo luego al paso de las décadas. Los espacios dominantes en Cañasgordas no son sus recintos sino sus galerías, donde transcurría la mayor parte de la vida cotidiana de la casa.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Definible como un caso límite entre una casa de hacienda colonial modernizada y lo que en efecto es una casa de campo actual dotada de una volumetría y localización tradicionales. El Abra pertenece al género ambiguo en el cual habría que incluir las casas de Fute, Canoas, Cortés, Buenavista, La Conchita y otras residencias campestres cundinamarquesas. La casa conserva la relación volumétrica más o menos original con el espléndido lugar donde se localiza. La capilla y el muro atrial de piedra son intervenciones modernas (década de los sesenta), siendo notable la alteración provocada por este último en la organización de los espacios circundantes al frente de la casa.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Definible como un caso límite entre una casa de hacienda colonial modernizada y lo que en efecto es una casa de campo actual dotada de una volumetría y localización tradicionales. El Abra pertenece al género ambiguo en el cual habría que incluir las casas de Fute, Canoas, Cortés, Buenavista, La Conchita y otras residencias campestres cundinamarquesas. La casa conserva la relación volumétrica más o menos original con el espléndido lugar donde se localiza. La capilla y el muro atrial de piedra son intervenciones modernas (década de los sesenta), siendo notable la alteración provocada por este último en la organización de los espacios circundantes al frente de la casa.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Resalta el contraste entre la elegancia del atrio con bordillos y pináculos en piedra (plazas de Baeza o Ubeda, en Andalucía) y la discreta pero evocadora modestia de los dos pequeños patios secundarios que retienen el carácter tradicional.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Resalta el contraste entre la elegancia del atrio con bordillos y pináculos en piedra (plazas de Baeza o Ubeda, en Andalucía) y la discreta pero evocadora modestia de los dos pequeños patios secundarios que retienen el carácter tradicional.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Resalta el contraste entre la elegancia del atrio con bordillos y pináculos en piedra (plazas de Baeza o Ubeda, en Andalucía) y la discreta pero evocadora modestia de los dos pequeños patios secundarios que retienen el carácter tradicional.
Tilatá Chocontá, Cundinamarca. Datando aparentemente del siglo XVIII, Tilatá presenta una atrayente volumetría que indica un crecimiento por etapas. Aunque no han faltado las inevitables estructuras utilitarias surgidas al lado de casi todas las casas de hacienda cundinamarquesas, la casa conserva en gran medida su notable implantación en un territorio aún (1997) no invadido por canteras, fábricas o clubes campestres. Más importante todavía, aún existe la envoltura espacial de muros y tapias que es vital complemento de la casa.
Tilatá Chocontá, Cundinamarca. Datando aparentemente del siglo XVIII, Tilatá presenta una atrayente volumetría que indica un crecimiento por etapas. Aunque no han faltado las inevitables estructuras utilitarias surgidas al lado de casi todas las casas de hacienda cundinamarquesas, la casa conserva en gran medida su notable implantación en un territorio aún (1997) no invadido por canteras, fábricas o clubes campestres. Más importante todavía, aún existe la envoltura espacial de muros y tapias que es vital complemento de la casa.
Pisojé, alrededores de Popayán, Cauca. Parece haber sido construida en la segunda mitad del siglo XVIII, reemplazando un humilde rancho en el mismo lugar, por quienes levantaron también las de Coconuco y Yambitará, en la misma región, y Piedechinche, en el Valle del Cauca. Este grupo de casas presenta idéntica tecnología constructiva y sistemas estructurales, así como una organización espacial en planta compacta con generosas galerías “incompletas” en sus frentes longitudinales. Tienen en común, además, una sobreelevación parcial a modo de mirador.
Pisojé, alrededores de Popayán, Cauca. Pisojé está situada en un paraje en el cual se suman prácticamente todos los elementos que conforman el paisaje regional: suaves colinas, cerros más empinados, un río adyacente, panorama lejano de cordillera con volcanes y nieves eternas, dramáticas puestas de sol. A fuerza de presenciar una y otra vez el espectáculo de la precisa arquitectura de las casas de hacienda caucanas, se podría concluir que ese poético sentido del lugar que las distingue se tornó en cierto modo en convencional. El reiterado e invariable acierto de hacendados y constructores en el aprovechamiento de las posibilidades ambientales de los lugares se hizo, al paso del tiempo, costumbre y tradición. Pisojé no fue ajeno a las oleadas de vandalismo que recorren de vez en cuando el campo colombiano. Si la casa ha escapado a una modernización incurable, la capilla exenta de la casa, similar a las de Antón Moreno y Calibío, fue derribada para instalar en su lugar un “baño” para ganado vacuno, con el argumento de que a menos de media legua de allí estaba la iglesia de La Jimena, y que las almas se salvaban igual si se rezaba en la una o en la otra.
Pisojé, alrededores de Popayán, Cauca. Pisojé está situada en un paraje en el cual se suman prácticamente todos los elementos que conforman el paisaje regional: suaves colinas, cerros más empinados, un río adyacente, panorama lejano de cordillera con volcanes y nieves eternas, dramáticas puestas de sol. A fuerza de presenciar una y otra vez el espectáculo de la precisa arquitectura de las casas de hacienda caucanas, se podría concluir que ese poético sentido del lugar que las distingue se tornó en cierto modo en convencional. El reiterado e invariable acierto de hacendados y constructores en el aprovechamiento de las posibilidades ambientales de los lugares se hizo, al paso del tiempo, costumbre y tradición. Pisojé no fue ajeno a las oleadas de vandalismo que recorren de vez en cuando el campo colombiano. Si la casa ha escapado a una modernización incurable, la capilla exenta de la casa, similar a las de Antón Moreno y Calibío, fue derribada para instalar en su lugar un “baño” para ganado vacuno, con el argumento de que a menos de media legua de allí estaba la iglesia de La Jimena, y que las almas se salvaban igual si se rezaba en la una o en la otra.
Los Aposentos, Chocontá, Cundinamarca. Son varias las casas de hacienda en Cundinamarca que llevan este nombre, el cual es también frecuente en Castilla y Andalucía. Al comienzo del siglo XVIII existían haciendas Aposentos en Simijaca (ilustrada en páginas anteriores), Sopó y Chocontá (la que se muestra aquí), y otras más aparecieron en la región durante el siglo XIX. Al igual que con Casablanca, la proliferación de ciertos nombres de propiedades rurales tendría las mismas razones que la abundancia de Pedros o Juanes entre los pobladores españoles de la Nueva Granada. Los Aposentos, de los alrededores de Chocontá, cuya edificación original parece datar de la primera mitad del siglo XVIII, aunque la hacienda misma se conforma a mediados del XVII, carece del tono académico “fuera de serie” de su homónimo de Simijaca y pertenece más al género “clásico” de casa sabanera. Como tal, posee espléndidas proporciones modulares en las columnatas de las galerías visibles aquí, y un delicado “acomodo” al paisaje circundante. Parece ser que la casa original consistía solamente del tramo longitudinal visible a derecha, lo cual asimilaría la casa al tipo de planta compacta con grandes galerías en sus lados longitudinales. Esto corrobora la idea de que no existe una organización espacial de casas de hacienda propia o típica de una región o zona climática en particular, puesto que las casas de planta compacta existen desde el sur de la Nueva Granada hasta el altiplano cundiboyacense. El crecimiento de la casa a través de las décadas se ha mantenido afortunadamente dentro de límites volumétricos y una continuidad formal que hacen de Los Aposentos uno de los ejemplos más depurados de casa de hacienda cundinamarquesa.
Los Aposentos, Chocontá, Cundinamarca. Son varias las casas de hacienda en Cundinamarca que llevan este nombre, el cual es también frecuente en Castilla y Andalucía. Al comienzo del siglo XVIII existían haciendas Aposentos en Simijaca (ilustrada en páginas anteriores), Sopó y Chocontá (la que se muestra aquí), y otras más aparecieron en la región durante el siglo XIX. Al igual que con Casablanca, la proliferación de ciertos nombres de propiedades rurales tendría las mismas razones que la abundancia de Pedros o Juanes entre los pobladores españoles de la Nueva Granada. Los Aposentos, de los alrededores de Chocontá, cuya edificación original parece datar de la primera mitad del siglo XVIII, aunque la hacienda misma se conforma a mediados del XVII, carece del tono académico “fuera de serie” de su homónimo de Simijaca y pertenece más al género “clásico” de casa sabanera. Como tal, posee espléndidas proporciones modulares en las columnatas de las galerías visibles aquí, y un delicado “acomodo” al paisaje circundante. Parece ser que la casa original consistía solamente del tramo longitudinal visible a derecha, lo cual asimilaría la casa al tipo de planta compacta con grandes galerías en sus lados longitudinales. Esto corrobora la idea de que no existe una organización espacial de casas de hacienda propia o típica de una región o zona climática en particular, puesto que las casas de planta compacta existen desde el sur de la Nueva Granada hasta el altiplano cundiboyacense. El crecimiento de la casa a través de las décadas se ha mantenido afortunadamente dentro de límites volumétricos y una continuidad formal que hacen de Los Aposentos uno de los ejemplos más depurados de casa de hacienda cundinamarquesa.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Casablanca Sopó, Cundinamarca. En común con otras casas de hacienda de época colonial en la región, ésta lleva los rasgos inequívocos de la predominancia dimensional de sus tejados y la escasa altura de las galerías perimetrales en fachadas. Al igual que en Chaleche, Sesquilé, Los Aposentos, Chocontá, o Fagua, Cajicá, las cubiertas y tejados de Casablanca establecen la presencia de la casa en el paisaje y dominan por entero su volumetría, puesto que sólo en época republicana, a mediados del siglo XIX, las fachadas (galerías y muros) recobran importancia. Los constructores santafereños o sabaneros parecen haber levantado, más que otras cosas, bellas y extensas cubiertas debajo de las cuales se podría, dado el caso, refugiar una casa. El recurso genérico del tramo en dos pisos, realzado a la manera del de Fagua y los de las casas de hacienda caucanas.
Casablanca Sopó, Cundinamarca. En común con otras casas de hacienda de época colonial en la región, ésta lleva los rasgos inequívocos de la predominancia dimensional de sus tejados y la escasa altura de las galerías perimetrales en fachadas. Al igual que en Chaleche, Sesquilé, Los Aposentos, Chocontá, o Fagua, Cajicá, las cubiertas y tejados de Casablanca establecen la presencia de la casa en el paisaje y dominan por entero su volumetría, puesto que sólo en época republicana, a mediados del siglo XIX, las fachadas (galerías y muros) recobran importancia. Los constructores santafereños o sabaneros parecen haber levantado, más que otras cosas, bellas y extensas cubiertas debajo de las cuales se podría, dado el caso, refugiar una casa. El recurso genérico del tramo en dos pisos, realzado a la manera del de Fagua y los de las casas de hacienda caucanas.
El Hato de Córdova, Facatativá, Cundinamarca. Un buen ejemplo de las numerosas casas de finca o hacienda construidas en el occidente y sur de la sabana de Bogotá entre el final de la Colonia y las primeras décadas de la República, manteniendo las tradiciones de organización espacial y lenguaje arquitectónico propios de la primera. Las casas de esta época son ambiguas en su apariencia, teniendo en general carpintería de puertas y ventanas propia de la segunda mitad del siglo XIX o comienzos del XX, habiendo sido aplicadas éstas en muros que podrían ser de época indefinida. La relación casa-lugar es, en estos ejemplos de carácter transicional, más genérica e indiferente que la que se observa en las casas de finales del siglo XVII o comienzos del XVIII.
El Hato de Córdova, Facatativá, Cundinamarca. Un buen ejemplo de las numerosas casas de finca o hacienda construidas en el occidente y sur de la sabana de Bogotá entre el final de la Colonia y las primeras décadas de la República, manteniendo las tradiciones de organización espacial y lenguaje arquitectónico propios de la primera. Las casas de esta época son ambiguas en su apariencia, teniendo en general carpintería de puertas y ventanas propia de la segunda mitad del siglo XIX o comienzos del XX, habiendo sido aplicadas éstas en muros que podrían ser de época indefinida. La relación casa-lugar es, en estos ejemplos de carácter transicional, más genérica e indiferente que la que se observa en las casas de finales del siglo XVII o comienzos del XVIII.
Polmerán, Sotaquirá, Boyacá. Este es otro ejemplo de arquitectura ambigua. Puede ser, indistintamente, una casa enteramente moderna, construida con algunos elementos constructivos tradicionales, como serían las armaduras de cubierta en par y nudillo, o una casa comparativamente antigua pero recientemente ampliada y reformada en gran medida. La amplitud del patio interior y la manufactura de las armaduras de cubierta ilustradas, que se aparta de las usanzas artesanales de la región, ejemplos de las cuales se ilustran en otras páginas de este volumen, así lo indican. Como quiera que ello sea, en este género arquitectónico, y en las presentes circunstancias, el fin (lograr un ambiente grato y hermoso) justifica los medios.
Polmerán, Sotaquirá, Boyacá. Este es otro ejemplo de arquitectura ambigua. Puede ser, indistintamente, una casa enteramente moderna, construida con algunos elementos constructivos tradicionales, como serían las armaduras de cubierta en par y nudillo, o una casa comparativamente antigua pero recientemente ampliada y reformada en gran medida. La amplitud del patio interior y la manufactura de las armaduras de cubierta ilustradas, que se aparta de las usanzas artesanales de la región, ejemplos de las cuales se ilustran en otras páginas de este volumen, así lo indican. Como quiera que ello sea, en este género arquitectónico, y en las presentes circunstancias, el fin (lograr un ambiente grato y hermoso) justifica los medios.
Polmerán, Sotaquirá, Boyacá. Este es otro ejemplo de arquitectura ambigua. Puede ser, indistintamente, una casa enteramente moderna, construida con algunos elementos constructivos tradicionales, como serían las armaduras de cubierta en par y nudillo, o una casa comparativamente antigua pero recientemente ampliada y reformada en gran medida. La amplitud del patio interior y la manufactura de las armaduras de cubierta ilustradas, que se aparta de las usanzas artesanales de la región, ejemplos de las cuales se ilustran en otras páginas de este volumen, así lo indican. Como quiera que ello sea, en este género arquitectónico, y en las presentes circunstancias, el fin (lograr un ambiente grato y hermoso) justifica los medios.
El Chacal, Tenjo, Cundinamarca. Es una subdivisión, ocurrida al terminar el siglo XVII, de la enorme propiedad de Tibabuyes, en el occidente de la sabana de Bogotá y los alrededores de la población de Tenjo, Cundinamarca. La casa ilustrada aquí pudo haber sido construida inmediatamente luego de la configuración de la hacienda, es decir, al comenzar el siglo XVIII. A su vez, El Chacal fue subdividida en la segunda mitad del siglo XIX, por lo que cabe suponer que la “republicanización” decorativa de la casa colonial tuvo lugar en las últimas década de aquél. La casa de El Chacal retiene su bella localización, dominada por la silueta de sus tejados, pero desprovista ya de la mayoría de las cercas y tapias circundantes, es decir, de los límites de espacios complementarios dentro de los cuales se inscribe su arquitectura.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, segunda casa con este nombre, alrededores de Titiribí, Antioquia. La localización de la casa en un paraje de abrupta topografía bordea lo teatral. La casa invade el lugar haciendo uso de los mismos recursos arquitectónicos que le permitirían estar en el paisaje plano del Valle del Cauca o en el altiplano boyacense, incluyendo sus amplios tejados y galerías exteriores, así como el tradicional patio interior. La casa en una loma en cercanías de Titiribí fue, como la primera, construida en el siglo XVIII, en la región neogranadina donde se conformó la mayoría de haciendas mixtas de tipo análogo a las de México: mineras y agrícolas a la vez. Muchas de ellas, por la gran dificultad de acceso desde los pueblos, adquirieron carácter, mobiliario y usanzas pseudo-urbanos, puesto que sus propietarios preferían vivir en ellas durante temporadas muy prolongadas a emprender reiteradamente las azarosas expediciones a las cabeceras de provincia. Esta tuvo por ello mismo, y al igual que otras en la región antioqueña, un tratamiento ecléctico interior de época republicana.
La Loma, segunda casa con este nombre, alrededores de Titiribí, Antioquia. La localización de la casa en un paraje de abrupta topografía bordea lo teatral. La casa invade el lugar haciendo uso de los mismos recursos arquitectónicos que le permitirían estar en el paisaje plano del Valle del Cauca o en el altiplano boyacense, incluyendo sus amplios tejados y galerías exteriores, así como el tradicional patio interior. La casa en una loma en cercanías de Titiribí fue, como la primera, construida en el siglo XVIII, en la región neogranadina donde se conformó la mayoría de haciendas mixtas de tipo análogo a las de México: mineras y agrícolas a la vez. Muchas de ellas, por la gran dificultad de acceso desde los pueblos, adquirieron carácter, mobiliario y usanzas pseudo-urbanos, puesto que sus propietarios preferían vivir en ellas durante temporadas muy prolongadas a emprender reiteradamente las azarosas expediciones a las cabeceras de provincia. Esta tuvo por ello mismo, y al igual que otras en la región antioqueña, un tratamiento ecléctico interior de época republicana.
La Loma, segunda casa con este nombre, alrededores de Titiribí, Antioquia. La localización de la casa en un paraje de abrupta topografía bordea lo teatral. La casa invade el lugar haciendo uso de los mismos recursos arquitectónicos que le permitirían estar en el paisaje plano del Valle del Cauca o en el altiplano boyacense, incluyendo sus amplios tejados y galerías exteriores, así como el tradicional patio interior. La casa en una loma en cercanías de Titiribí fue, como la primera, construida en el siglo XVIII, en la región neogranadina donde se conformó la mayoría de haciendas mixtas de tipo análogo a las de México: mineras y agrícolas a la vez. Muchas de ellas, por la gran dificultad de acceso desde los pueblos, adquirieron carácter, mobiliario y usanzas pseudo-urbanos, puesto que sus propietarios preferían vivir en ellas durante temporadas muy prolongadas a emprender reiteradamente las azarosas expediciones a las cabeceras de provincia. Esta tuvo por ello mismo, y al igual que otras en la región antioqueña, un tratamiento ecléctico interior de época republicana.
Rastrojogrande, La Virginia, Antioquia. Construida, al menos en parte, durante el siglo XVIII, la casa tuvo durante el XIX las transformaciones usuales señaladas a propósito de otras arquitecturas rurales en la región antioqueña, sumadas a no pocas ampliaciones de vanos y otras modernizaciones más o menos inevitables. El frente longitudinal de la casa conserva una placentera rusticidad que, si no es original, al menos resulta muy antigua. Nótense los largos aleros y, en primer plano, un apeadero para descender del caballo o el coche. Ocasionalmente es posible observar uno de éstos en algunos cortijos andaluces donde se crían o se mantienen caballos.
Rastrojogrande, La Virginia, Antioquia. Construida, al menos en parte, durante el siglo XVIII, la casa tuvo durante el XIX las transformaciones usuales señaladas a propósito de otras arquitecturas rurales en la región antioqueña, sumadas a no pocas ampliaciones de vanos y otras modernizaciones más o menos inevitables. El frente longitudinal de la casa conserva una placentera rusticidad que, si no es original, al menos resulta muy antigua. Nótense los largos aleros y, en primer plano, un apeadero para descender del caballo o el coche. Ocasionalmente es posible observar uno de éstos en algunos cortijos andaluces donde se crían o se mantienen caballos.
Rastrojogrande, La Virginia, Antioquia. Construida, al menos en parte, durante el siglo XVIII, la casa tuvo durante el XIX las transformaciones usuales señaladas a propósito de otras arquitecturas rurales en la región antioqueña, sumadas a no pocas ampliaciones de vanos y otras modernizaciones más o menos inevitables. El frente longitudinal de la casa conserva una placentera rusticidad que, si no es original, al menos resulta muy antigua. Nótense los largos aleros y, en primer plano, un apeadero para descender del caballo o el coche. Ocasionalmente es posible observar uno de éstos en algunos cortijos andaluces donde se crían o se mantienen caballos.
Texto de: Germán Tellez
La casa es la conciencia del campo.
Este se vuelve para mirarla de todas
partes y se mira en ella como si la
hubiera visto nacer por una íntima
necesidad de la tierra.
Eduardo Caballero Calderon.
Diario de Tipacoque
Como se indicó en capítulos anteriores, Andalucía fue la última etapa cumplida en el proceso de transculturación arquitectónica que trajo al Nuevo Mundo las casas urbanas y rurales, pero ello no significa que éstas tuvieran una índole exclusivamente andaluza o que fuesen un simple trasunto de conceptos o tradiciones mediterráneas. La casa de hacienda neogranadina es original en cierto modo y a su manera, habiendo obtenido tal carácter por un proceso de adaptación casi biológico al medio ambiente de las diversas regiones geográficas donde se localizó. En Casa Colonial se mostró cómo lo que ésta tiene de americana, o de hispanoamericana, es justamente haber sido construida en el Nuevo Mundo, aunque pueda haber sido pensada en siglos anteriores en el Medio Oriente y las comarcas del sur de Europa. Es vital tener claro que la materialización de una forma construida en un lugar específico modifica en cierta medida la idea que la creó inicialmente, pero esa alteración suele ser de grado y no de principio. La construcción de una casa en el campo depende casi por completo de lo que el campo provea para esa tarea, y así, el lugar y la casa terminan perteneciendo el uno a la otra, en sentido físico y metafísico. Una casa de hacienda neogranadina lo es por haber sido levantada en tierra americana, aunque con ideas europeas. Su origen, es decir, su originalidad como especie arquitectónica se sitúa de modo geográfico, mas no ideológico. No sería de ninguna manera lo mismo construir un cortijo en los alrededores de Carmona, en la provincia de Sevilla, que una hacienda a cierta distancia de Popayán, aunque los principios ordenatorios de espacios interiores y exteriores pudieran ser genéricamente los mismos, y a pesar de las similaridades paisajísticas que se quieran entre uno y otro lugar. La pretensión formal y elegante de la casa andaluza del cortijo de La Baldía, por ejemplo, parece pertenecer circunstancialmente a un mundo formalmente muy distante de la modestia y reticencia de la casa caucana de Antón Moreno, aunque conceptualmente ofrezcan analogías y proximidades. La una sigue siendo exclusivamente original de Andalucía, la otra, creada solamente para un lugar de la Nueva Granada. La arquitectura rural es precisamente el género en el cual las circunstancias materiales –el lugar– dominan a las ideas, mientras que en las ciudades y pueblos los conceptos ordenatorios, especialmente si tienen un origen académico, invierten ese orden de control.
Según el historiador español Mario Sartor en su ensayo “La vivienda mediterránea y la tipología de la casa colonial americana”,33. la casa rural es un conjunto arquitectónico que no configura, como sí lo hace la “domus”, es decir, la casa urbana, una tipología fija. Esta es una típica constatación de historiador español, al no hallar en las construcciones rurales las necesarias analogías formales necesarias para clasificar en grupos tipológicos la anárquica riqueza de variantes que presentan estas últimas. Es así como el mismo autor resuelve la cuestión aludiendo a la abundancia de “modelos paralelos” en la arquitectura del campo, cuyo paralelismo necesariamente habrá de ocurrir respecto de sus contrapartidas urbanas, o bien entre construcciones rurales de diferentes regiones geográficas. Situando las haciendas neogranadinas en el contexto del continente americano se verá cómo existen inevitables analogías en el origen socio-económico, la tenencia de la tierra y las modalidades de explotación de ésta, pero también es posible establecer también notables diferencias en los procesos históricos de conformación de las unidades productivas y aun en los “modelos paralelos” arquitectónicos de las edificaciones rurales de una y otra región.
Las casas de hacienda neogranadinas carecen de la variedad y extensión de dependencias observables en las haciendas mexicanas, por ejemplo. Mientras en la Nueva Granada existieron sólo dos tipos básicos de haciendas, las de ganadería y las de producción agrícola, y entre estas últimas dos subtipos, la hacienda de trapiche (como en el caso del Valle del Cauca) u obraje (en el caso de Boyacá) y la hacienda carente de tales elementos de producción, en la Nueva España llegaron a existir haciendas no sólo cerealeras o ganaderas sino también adscritas a otras actividades tales como la minería, el cultivo especializado del algodón o el del fique (henequén), la producción de pulque y mezcal como bases para alcohol y licores, los productos forestales especiales (maderas preciosas o exóticas), etc. Cada una de estas actividades generó distintos tipos arquitectónicos de casas complementadas con variadas estructuras destinadas a albergar funciones cada vez más especializadas. En el caso neogranadino, sólo los trapiches (cuando se utilizaba fuerza animal para los procesos industriales) o ingenios (cuando se usaba fuerza hidráulica) azucareros llegaron a requerir estructuras aparte, radicalmente diferentes de las de las casas de los propietarios, como se puede observar en San Pedro Alejandrino (Santa Marta) o Piedechinche (Valle del Cauca).
La estupenda variedad formal y técnica observable en México de silos, trojes, estanques, acueductos, norias, hornos con inmensas chimeneas o torres de atalaya y vigilancia no se produjo jamás en la Nueva Granada, por las razones socioeconómicas ya explicadas. Las tendencias técnicas opuestas en el continente fueron la del empleo de espacios genéricos –no especializados– para las funciones de habitación y trabajo, usual en la Nueva Granada; y una creciente especialización y sofisticación de los espacios arquitectónicos en función del uso eventual que deberían tener, como en efecto ocurrió en México, Cuba y en el Brasil. Cuando en la segunda mitad del siglo XX surgieron tardía e inevitablemente industrias de buen tamaño en la inmediata vecindad de las casas de hacienda de época colonial, como sería el caso de la industria de lácteos al lado de Fagua (Cundinamarca) o los varios ingenios azucareros en el Valle del Cauca, ello vino a suceder con un retardo de casi dos siglos con respecto a lo ocurrido en México.
De modo muy general, es posible establecer que la casa de hacienda neogranadina consta de los siguientes elementos constitutivos: La casa de los propietarios o “los señores”, incluyendo habitaciones, uno o más salones, destinados a comedor y/o lugar de reunión, y con dependencias accesorias tales como los baños al aire libre (“chorros”) de las haciendas caucanas, o las capillas u oratorios exentos o incorporados a la casa, como en los casos de Calibío y Antón Moreno, en los alrededores de Popayán. Una prolongación de lo anterior sería el conjunto de lo que hoy se denomina “servicios”, usualmente agrupado en torno a un espacio libre aparte, e incluyendo cocinas, alacenas, lavaderos y complementarios. La cocina podía formar parte de la casa, estando por lo general dispuesta “a la andaluza”, es decir, con toda la cubierta del espacio de cocción y preparación formando chimenea, pero también, por temor a los frecuentes incendios, se localizaba en un rancho o tambo aparte, construido con técnicas y materiales indígenas. En las haciendas del occidente de la Nueva Granada tuvieron cierta importancia los alojamientos para trabajadores permanentes (peonías) y esclavos, que podían o no estar combinados con trojes (graneros) o bodegas, o con las caballerizas y corrales. Estas últimas dependencias se construyeron invariablemente aparte de la casa “de los señores”, pero en las casas de fincas de menor tamaño, en Cundinamarca y Boyacá, el alojamiento de la servidumbre se dispuso con frecuencia en prolongación de la cocina y alacenas. Cabe indicar que las caballerizas, en las casas de hacienda del altiplano cundiboyacense, con frecuencia se edificaron en prolongación de lo que eventualmente se convertiría en el verdadero acceso usual a la casa, en el costado opuesto a lo que sería la “cara principal” de ésta.
Se mencionó anteriormente cómo las casas de hacienda y de finca neogranadinas presentan variantes de organización espacial derivadas de sólo dos esquemas básicos de origen mediterráneo: Uno, organizado perimetralmente en torno a un espacio central abierto y formado por tramos de volúmenes cerrados. Entre éstos y el patio central se sitúan las galerías o corredores, espacios de transición entre lo totalmente cerrado y lo completamente abierto. Este es el esquema que ofrece la mayor versatilidad de uso posible, prestándose con igual facilidad al uso conventual, educacional o institucional, y siendo, por ello mismo, utilizado indistintamente en la arquitectura urbana y rural.
El segundo esquema invierte los términos de organización de espacios: el lugar central, es decir, el patio, en la alternativa anteriormente descrita, está ahora ocupado por una o dos crujías de espacios cerrados y cubiertos, y en torno a éstas se disponen las galerías o corredores, que ahora son perimetrales. Ejemplos de esto serían las casas de Suescún o Tipacoque en Boyacá y Japio o La Concepción de Amaime, en el Valle del Cauca. El espacio abierto, en este caso, es todo el entorno natural de la edificación. Es posible pensar que este último esquema es más propio de la arquitectura rural, donde se dispone de grandes áreas libres y no existe la restricción dimensional de los solares o lotes de un pueblo o ciudad. Adicionalmente, es de suponer que el dominio visual del territorio circundante se lleva a cabo más eficazmente a partir de galerías exteriores (y de un mirador, desde luego). Abunda en la Nueva Granada la casa de hacienda que combina los dos sistemas espaciales, estando organizada en torno a un patio central pero teniendo a la vez galerías o balcones perimetrales. Esto se puede hallar en Fusca, Cundinamarca, Antón Moreno, Cauca o El Colegio, Cundinamarca. Para el propietario o el constructor rural no existió jamás contradicción alguna entre el mundo interior del patio y la prolongación del espacio circundante en la galería vertida hacia éste. El patio sería un trozo simbólico de campo incrustado dentro de la casa para vivir en él, o alrededor de éste. El campo circundante, en cambio, sería un espectáculo para mirar a distancia y en redondo. La casa sería una realidad interpuesta entre la existencia cotidiana y la contemplación.
Un elemento compositivo tan importante como la casa de hacienda misma son sus muros circundantes. Mediante éstos se organiza y dosifica la mirada desde la casa hacia el mundo exterior, tornándolo comprensible al ponerle límites y dimensiones inteligibles. Los muros inscritos en el paisaje le otorgan un orden a la vez poético y matemático. Por las más prosaicas y utilitarias razones, había que hacer también portadas, corrales, huertas, caballerizas o sembradíos y así quedaría establecido el doble origen de los muros circundantes, quizá el rasgo más fascinante de las casas de hacienda neogranadinas. En Casa Colonial se dijo: “La casa de hacienda es ella y sus muros circundantes, su espacio real y el espacio virtual determinado por aquéllos…Las cercas de piedra o de humilde tapia pisada, con las cicatrices de la intemperie y el paso del tiempo, vinieron a delimitar en un primer perímetro, los jardines próximos a la casa cuando los hubo, la llegada a caballo, el patio de los aperos y las monturas, el pozo o el aljibe.
Un segundo perímetro englobaría la huerta, el gallinero, los potreros más cercanos y los árboles frutales. Por último, un tercer perímetro lejano, visible apenas entre los arbustos y las laderas, vendría a delimitar los pastales de la ganadería o los sembrados más extensos. Cada uno de estos espacios sucesivos contiene todos los anteriores. Cada uno de los anteriores anuncia y presagia el siguiente, más amplio y distante. Todos parten del centro de la casa de hacienda”.
Estas consideraciones sobre la ordenación del espacio natural incorporan a la casa de hacienda uno de los elementos básicos: el aire. Otro de ellos, el agua, merece también una honrosa mención como punto esencial de la existencia de las formas construidas. En el primer capítulo de este estudio se indicó cómo es inconcebible la vida misma, y las formas artificiales que la rodean, sin la presencia del agua. En las regiones áridas del norte de México fueron necesarias obras extraordinarias de ingeniería hidráulica para llevar agua potable y de riego a muchas haciendas distantes de cualquier fuente o curso de agua. Las zonas cultivables de la Nueva Granada fueron más generosas en la provisión de agua, y así, no resultaron necesarios los ingentes esfuerzos observables aún hoy en lo que fuera la Nueva España para darles vida a la tierra y a quienes la explotaban. La presencia del agua determinó la calidad de las tierras por poseer o conquistar, y los litigios de época colonial sobre el uso y repartición de los cursos y fuentes de agua conforman la mayor parte de la pequeña historia rural neogranadina.
En las regiones del altiplano andino fue rara la construcción de un acueducto que fuese algo más que una sucesión de piezas acanaladas en piedra colocadas sobre el terreno, o una simple acequia excavada en éste, desembocando por lo general en un estanque o aljibe. Aún son observables algunos restos de las llegadas y surtidores de agua en las dependencias auxiliares de las casas de hacienda cundiboyacenses, “testigos” de las formas tradicionales de aprovisionamiento de agua, pero la totalidad de las fuentes de piedra incluidas hoy con fines puramente estéticos en los patios de casas rurales de época colonial son incongruentes “aportes” modernos (decoración de interiores) que falsean el testimonio de historia que éstas puedan proveer. No son otra muestra de la tendencia a “elegantizar” la modesta arquitectura de las casas de hacienda de época colonial. Aunque excepcionalmente se hubiese colocado un aljibe o pozo subterráneo en el patio central de la casa (y no fuera de ésta como sería más lógico y conveniente), en el mejor de los casos lo que habría sobre aquél sería un modesto brocal para sacar agua. Es obvio que lo que hubo en algunos patios interiores fue alguna modesta alberca para recoger el agua lluvia de los tejados circundantes. Es de imaginar la renuencia de los hacendados neogranadinos, para quienes el costo de unas columnas de piedra era excesivo, a pagar primero por una pieza de arte tallada en forma de fuente barroca, y luego por toda una obra hidráulica para traer el agua al centro de la casa.
El baño fue una tradición hispanomusulmana renuentemente traída al Nuevo Mundo por gentes que según la evidencia documental se bañaban muy poco. Cabe recordar la sorpresa de los castellanos reconquistadores de las ciudades andaluzas en el siglo XV ante edificaciones cuyo uso era tan novedoso como extraño: los baños públicos de Granada, Córdoba, Jaén o Sevilla, así como el dicho campesino hispánico: El agua para los caballos, la lavaza para los cerdos, el vino y el aguardiente para los cristianos (o en versión neogranadina, el agua para las mulas, la lavaza para los marranos y la chicha para los de a pie). Sería en los climas tropicales del Valle del Cauca y más moderados del alto Cauca donde la tradición del baño al aire libre como elemento arquitectónico, y con ella, la de los elaborados sistemas de acueducto, fuese retomada en las casas de ciudad y de hacienda.
En el Valle del Cauca, la hacienda de trapiche de Piedechinche (actual Museo de la Caña de Azúcar) posee un sistema de suministro de agua para uso industrial que data del siglo XVIII, y resulta ejemplar en su género. Japio, otra hacienda de trapiche en el Cauca, incluye un vistoso acueducto sobre arquillos de mampostería, y Cañasgordas, una hacienda de ganadería en las afueras de Cali, tiene un baño cubierto incorporado a la casa principal, todo lo cual comprueba la importancia y cuidado que se le otorgaba al agua en la construcción rural del occidente neogranadino. Es en las casas de hacienda en torno a Popayán donde el manejo del agua como material de construcción alcanza un inspirado nivel. La tradición islámica granadina, cuyo máximo ejemplo es el empleo arquitectónico en el Generalife y la Alhambra del agua fresca y fría traída desde las cumbres montañosas y orientada por atarjeas y estanques para irrigar jardines, saciar la sed y lavar “bestias y cristianos”, tuvo una continuidad tan hermosa como utilitaria en las casas de hacienda de Antón Moreno, Calibío o Yambitará. Buena y bella arquitectura es aquella que parte del aire y del agua para cualificar el espacio natural y darles sentido a las formas construidas.
La totalidad de las observaciones anteriores enfatizan la inutilidad o irrelevancia de una tipificación o clasificación de las casas de hacienda neogranadinas sobre la base de tipologías espaciales, ambientales, funcionales o simplemente climáticas. El autor de estas líneas cayó también, en 1975,34. en la atractiva tentación ideada por otros historiadores, de relacionar la variedad de climas de la Nueva Granada con los “tipos” arquitectónicos de las casas de hacienda, categorizándolas como localizadas en “tierras altas” y “tierras cálidas”. Esto es tan entretenido pero tan fútil como organizarlas según su situación en lugares donde llueve mucho o poco, o haya murciélagos o insectos. Luego de los estudios inventariales de la arquitectura rural de época colonial llevados a cabo en los últimos veinticinco años o más, y la incontrovertible conclusión derivada de aquéllos, de que los mismos esquemas de ordenación espacial, la misma tecnología y los mismos resultados volumétricos se presentaron indistintamente en las casas de hacienda de todas las regiones y climas de la Nueva Granada, con apenas algunas diferencias técnicas marginales (v.g., el uso de diferentes especies de maderas para montar los mismos sistemas estructurales), se debe admitir con toda franqueza la carencia de sentido o validez de la teoría de una relación causal clima-casa. Esto lleva, desde luego, a enfatizar la tendencia del hacendado y el constructor coloniales a enfrentar el problema climático de los páramos boyacenses o del extremo sur del país, del trópico extremo en la costa del Mar Caribe o en las altiplanicies andinas con idénticos esquemas arquitectónicos, y en el fondo, siempre con la misma casa. El poblador español, acostumbrado a soportar los feroces veranos extremeños y andaluces, o el frío de los inviernos castellanos o manchegos, trajo consigo a la Nueva Granada la elementalidad ¿o la disciplina? arquitectónicas, de quien suple a base de recio estoicismo lo que las formas construidas no le pueden dar. Es así como buena parte de las reformas perpetradas en casas de hacienda coloniales durante el final del siglo XIX y comienzos del XX son concesiones tácitas a los climas, tratando de elevar el nivel de “confort” (noción que hubiera resultado escandalosa para un hacendado del siglo XVIII) mediante el curioso intento de mantener el calor fuera de la casa en el trópico y dentro de ésta en las “tierras altas”, con muy limitado éxito en ambos casos.
La segunda consideración que invalida aún más toda posible clasificación tipológica de las casas de hacienda neogranadinas es de orden formal. Estas fueron creadas como herramienta de trabajo y refugio contra la intemperie, pero no como obras de arte. Poseen, claro está, una dimensión y calidad estética, pero ésta deriva y es accesoria a las dos primeras, careciendo por lo tanto de existencia autónoma. La casa de hacienda no tiene lo que se podría llamar “forma original” y menos aún “forma final”. Comienza de muchas maneras (o de cualquier manera) y formas, incluyendo la adopción temporal de un bohío indígena, y durante su vida útil está sujeta por naturaleza a un crecimiento gradual y una decadencia que resultan evidentemente aleatorios o “desordenados” desde un punto de vista académico. Durante su existencia está destinada a pasar por las manos de sucesivos propietarios que van a destruir, restaurar, reconstruir y rehacer partes de la casa obedeciendo a necesidades concretas, caprichos temperamentales, intenciones de cualquier índole y accidentes de la naturaleza o provocados por la torpeza humana. La casa crecerá para albergar más gente, para luego ser demolida en parte o del todo cuando ya nadie requiera de ella más que uno o dos cuartos para existir en la tremenda soledad del campo o su destino sea el del abandono y la muerte.
Será una notable excepción la casa de hacienda cuya historia no incluya constantes cambios y reformas sin fin. Son innumerables las casas de hacienda que surgieron con la firme intención de sus dueños o constructores de envolver un patio central en cuatro tramos circundantes de construcción, y luego los azares y vaivenes del destino, incluyendo alguna repentina escasez de dinero o crédito, redujeron la edificación a un solitario pabellón en el paisaje, con una modesta galería en uno de sus frentes, y otras en las cuales cada nueva generación de hacendados fue añadiendo “algo más”, con tanto afecto como desparpajo arquitectónico, creando una cálida o curiosa “colcha de retazos” arquitectónica. Las casas de hacienda son tan inclasificables como los rostros de sus habitantes o sus constructores, habiendo sido creadas exactamente a imagen y semejanza de éstos, de sus idiosincrasias, sus virtudes y sus torpezas.
Se ha ponderado frecuentemente lo que se denomina “la variedad dentro de la uniformidad” a propósito de la arquitectura doméstica colonial. Por desmañado que pueda parecer ese término de arquitectos, lo cierto es que las casas de hacienda neogranadinas son siempre las mismas y, a la vez, siempre diferentes, como las manos del hombre, invariablemente dotadas de la misma anatomía pero con huellas digitales de infinita variedad. A ellas no se les puede aplicar el dicho campesino: Vista una, vistas todas. En vano se buscarían dos casas de hacienda exactamente idénticas, o más absurdo aún, localizadas en dos parajes totalmente iguales, en toda la Nueva Granada. Para un estudioso de la arquitectura la paradoja de la variedad y la uniformidad es una erudita constatación, pero un biólogo dirá que no sólo es asunto sabido sino que carece de importancia, puesto que para él lo vital y decisivo no son las similaridades sino las sutiles diferencias, no la tipificación sino las mutaciones.
La casa de hacienda colonial no fue pensada para hacer concesiones al clima y muy poco a las exigencias mínimas de habitabilidad posibles. Su rusticidad o dureza ambiental sólo podría ser un reflejo de la implacable, aunque hermosa naturaleza que la rodea. Los lujos del mobiliario y la decoración fueron invariablemente asuntos burgueses reservados a las casas de la ciudad más próxima o a la capital de la provincia. Los palacetes extraordinarios que son algunas casas de hacienda mexicanas corresponden a grupos sociales muchísimo más poderosos económicamente que los neogranadinos, y a niveles de conducta social en los cuales vuelven a aparecer las nociones europeas de la arquitectura como simbología de clase y muestra de poder. Y a gentes que no tenían inconveniente en invertir cuantiosas fortunas en el más caro de todos los lujos posibles, el de la arquitectura. La Nueva Granada tendría, como corresponde a las clases terratenientes que surgieron en ella, casas de hacienda amplias y ambientalmente amables, pero sin otro lujo que el de su noble estirpe arquitectónica. Para residir en una casa de hacienda en el campo neogranadino hay, entonces como ahora, que tener buena capacidad de adaptación a circunstancias diferentes de lo que hoy se entiende por habitabilidad, una infinita paciencia y un ánimo condescendiente y afectuoso, pues la arquitectura del pasado así lo exige. No se debe olvidar que la gracia evocativa y el atractivo ambiental que poseen y no pierden jamás del todo las casas en el campo, están en el corazón, la mente y los sentidos de quien las vive o las observa, y ante todo quien las conoce bien y las comprende, más que en sus componentes arquitectónicos. La esencia de su posible gracia como forma construida no reside en su inconmovible sencillez sino en la complejidad de las emociones o impresiones que pueda despertar la percepción de sus espacios y el contenido de éstos. No se debe olvidar que esa recia y humilde implacabilidad de la casa de hacienda colonial no es un inconveniente sino su más noble virtud, siendo además el rasgo arquitectónico y ambiental que le permite ingresar a la historia continental y ocupar en ella un destacado lugar. De la casa de hacienda, en mayor grado que de su congénere urbano, se podría decir, según Antoine de St. Exupéry35.: “…el palacio de mi padre, donde todos los pasos tenían un sentido”.
#AmorPorColombia
Mitos y realidades
Coconuco, Cauca.
Fagua, Cajicá, Cundinamarca. Los espacios complementarios definidos por los muros circundantes establecen el espacio virtual en el que se inscribe la casa de hacienda neogranadina.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
, Casa de Antón Moreno, Popayán, Cauca. La más bella e inspirada relación de casa y paisaje entre las haciendas próximas a Popayán es sin duda la de Antón Moreno. La singular mezcla de dureza y suavidad de la arquitectura de la casa es la que presenta el paisaje circundante, y la una surge y depende de lo otro. Alcanzó su forma durante la última década del siglo XVIII, luego de terremotos y reformas sin cuenta, aunque la hacienda existía como “de trapiche” al final del siglo anterior, pasando luego a ser ganadería. Antón Moreno es una síntesis de los esquemas básicos de ordenación espacial más usuales en la arquitectura de las casas de hacienda neogranadinas. Combina con elegancia un patio principal, atravesado por una rama sobre arquillos del complejo acueducto –de raigambre islámica– de la casa, con galerías exteriores abiertas al panorama circundante. Incluye una capilla anexa ligada a la casa por el tramo que alberga las dependencias de servicios. Para estar a tono con la modestia arquitectónica de su espacio, la capilla posee un singular retablo pintado en falso relieve sobre lienzo.
Calibío. Popayán, Cauca. No sería raro que las mismas manos hubiesen construido, entre los siglos XVII y XVIII, pero ante todo durante este último, la casa de Antón Moreno y la de Calibío, a uno y otro lado de las afueras de Popayán. Calibío es casa “alta y baja” propia de una llanura donde hay que otear el horizonte desde más arriba, mientras Antón Moreno es casa de colina o altozano, ya situada en lo más alto. Aprovechando mayores recursos económicos, Calibío asumió proporciones más amplias y elegantes que las de sus congéneres payanesas, y cierto tono de gran casa de ciudad, superponiendo un piso alto a una planta baja quizá más arquitecturada pero menos íntima y evocadora que la de Antón Moreno. Calibío representa el lujo constructivo y el más refinado nivel tecnológico entre las casas de hacienda caucanas. La celebridad de Calibío como escenario de historia política y militar durante el siglo XIX ha opacado, en cierta medida, su importancia arquitectónica y la destacada calidad tecnológica de su construcción. Calibío es un ejemplo arquetípico de un género constructivo que fue dejando atrás su propio pasado andaluz o manchego para asumir una nueva identidad en la tierra neogranadina. Es cierto que sus tejas son de tipo árabe, como lo son sus armaduras de cubierta, pero están colocadas sobre soportes de cañas entrelazadas a la manera indígena. Las maderas, los adobes, los ladrillos, la cal, la arcilla, las cañas son de la región, trabajadas y unidas entre sí a la manera regional. En cierto modo real, la casa salió del lugar donde fue levantada, así haya sido pensado su carácter y organización espacial muchos siglos antes en remotas tierras de otros continentes.
Calibío. Popayán, Cauca. No sería raro que las mismas manos hubiesen construido, entre los siglos XVII y XVIII, pero ante todo durante este último, la casa de Antón Moreno y la de Calibío, a uno y otro lado de las afueras de Popayán. Calibío es casa “alta y baja” propia de una llanura donde hay que otear el horizonte desde más arriba, mientras Antón Moreno es casa de colina o altozano, ya situada en lo más alto. Aprovechando mayores recursos económicos, Calibío asumió proporciones más amplias y elegantes que las de sus congéneres payanesas, y cierto tono de gran casa de ciudad, superponiendo un piso alto a una planta baja quizá más arquitecturada pero menos íntima y evocadora que la de Antón Moreno. Calibío representa el lujo constructivo y el más refinado nivel tecnológico entre las casas de hacienda caucanas. La celebridad de Calibío como escenario de historia política y militar durante el siglo XIX ha opacado, en cierta medida, su importancia arquitectónica y la destacada calidad tecnológica de su construcción. Calibío es un ejemplo arquetípico de un género constructivo que fue dejando atrás su propio pasado andaluz o manchego para asumir una nueva identidad en la tierra neogranadina. Es cierto que sus tejas son de tipo árabe, como lo son sus armaduras de cubierta, pero están colocadas sobre soportes de cañas entrelazadas a la manera indígena. Las maderas, los adobes, los ladrillos, la cal, la arcilla, las cañas son de la región, trabajadas y unidas entre sí a la manera regional. En cierto modo real, la casa salió del lugar donde fue levantada, así haya sido pensado su carácter y organización espacial muchos siglos antes en remotas tierras de otros continentes.
Calibío. Popayán, Cauca. No sería raro que las mismas manos hubiesen construido, entre los siglos XVII y XVIII, pero ante todo durante este último, la casa de Antón Moreno y la de Calibío, a uno y otro lado de las afueras de Popayán. Calibío es casa “alta y baja” propia de una llanura donde hay que otear el horizonte desde más arriba, mientras Antón Moreno es casa de colina o altozano, ya situada en lo más alto. Aprovechando mayores recursos económicos, Calibío asumió proporciones más amplias y elegantes que las de sus congéneres payanesas, y cierto tono de gran casa de ciudad, superponiendo un piso alto a una planta baja quizá más arquitecturada pero menos íntima y evocadora que la de Antón Moreno. Calibío representa el lujo constructivo y el más refinado nivel tecnológico entre las casas de hacienda caucanas. La celebridad de Calibío como escenario de historia política y militar durante el siglo XIX ha opacado, en cierta medida, su importancia arquitectónica y la destacada calidad tecnológica de su construcción. Calibío es un ejemplo arquetípico de un género constructivo que fue dejando atrás su propio pasado andaluz o manchego para asumir una nueva identidad en la tierra neogranadina. Es cierto que sus tejas son de tipo árabe, como lo son sus armaduras de cubierta, pero están colocadas sobre soportes de cañas entrelazadas a la manera indígena. Las maderas, los adobes, los ladrillos, la cal, la arcilla, las cañas son de la región, trabajadas y unidas entre sí a la manera regional. En cierto modo real, la casa salió del lugar donde fue levantada, así haya sido pensado su carácter y organización espacial muchos siglos antes en remotas tierras de otros continentes.
Calibío. Popayán, Cauca. Las grandes galerías del piso alto de Calibío son prácticamente idénticas a las que se podrían hallar aún hoy en campos y ciudades desde La Mancha hasta Córdoba, en tierras hispánicas, pero fueron creadas de esa manera y no otra porque el paisaje caucano así lo exigía ante la memoria y la intuición de sus constructores. Por ello son, como el resto de la casa, inseparables del lugar que ésta ocupa. La casa de hacienda es un escenario para una modalidad existencial cotidiana que no podría ni quiso ser jamás la misma, a un lado y otro del Mar Océano. En Casa Colonial se dijo: “Las casas neogranadinas mostrarán una… mezcla de rasgos, mitad castellanos, mitad andaluces, es decir, algo que no se había dado ni en Castilla ni en Andalucía. Se conformó así el matiz original… del florecimiento, en el nuevo continente, de un género arquitectónico tan antiguo como la humanidad misma. En éste fue siempre clara su estirpe, pero evidente también su íntima relación con la tierra donde fue levantado”.
Calibío. Popayán, Cauca. Las grandes galerías del piso alto de Calibío son prácticamente idénticas a las que se podrían hallar aún hoy en campos y ciudades desde La Mancha hasta Córdoba, en tierras hispánicas, pero fueron creadas de esa manera y no otra porque el paisaje caucano así lo exigía ante la memoria y la intuición de sus constructores. Por ello son, como el resto de la casa, inseparables del lugar que ésta ocupa. La casa de hacienda es un escenario para una modalidad existencial cotidiana que no podría ni quiso ser jamás la misma, a un lado y otro del Mar Océano. En Casa Colonial se dijo: “Las casas neogranadinas mostrarán una… mezcla de rasgos, mitad castellanos, mitad andaluces, es decir, algo que no se había dado ni en Castilla ni en Andalucía. Se conformó así el matiz original… del florecimiento, en el nuevo continente, de un género arquitectónico tan antiguo como la humanidad misma. En éste fue siempre clara su estirpe, pero evidente también su íntima relación con la tierra donde fue levantado”.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. (Actual Museo de la Caña). Las haciendas del Valle del Cauca fueron divididas en dos géneros, ya bien entrada la Colonia, para la implantación del cultivo de la caña de azúcar asiática en la región. Las haciendas productoras de azúcar pronto superaron en rendimiento a las de ganado vacuno. Algunas de las más prominentes haciendas de trapiche de la región, como El Alisal, han sido destruidas recientemente. Piedechinche pasó a una existencia, preferible a la desfiguración modernizante o la demolición, como museo histórico de una actividad agrícola regional, con el mérito de hacer visible la organización espacial de una industria adscrita a una casa de hacienda. Nótese cómo la casa de los señores de Piedechinche ofrece similaridades espaciales con haciendas caucanas como Coconuco, Pisojé o Yambitará. Tales como la sobre-elevación de un tramo a manera de mirador y el uso de galerías exteriores de gran amplitud en piso alto y bajo, sin abarcar la totalidad de las fachadas.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. En la mayoría de los trapiches “antiguos” del Valle del Cauca se observan versiones propias de la tecnología industrial del siglo XIX o XX en las estructuras destinadas a usos utilitarios. En Piedechinche el trapiche retiene su carácter de época colonial, con reformas del siglo XIX. Los hornos y chimenea datan de la misma época, pero la bagacera y las ramadas son más antiguas, como es también el acueducto, parcialmente elevado sobre arcos de ladrillo. Al contrario de lo que ocurrió en las haciendas de olivar, de Andalucía, donde la casa señorial estaba integrada a la industria adyacente, los trapiches de caña del Valle del Cauca dan la sensación de estar por casualidad en las proximidades de las casas de hacienda propiamente dichas. La arquitectura industrial de la época colonial hizo uso de estructuras desprovistas de toda concesión a la gracia posible de las formas construidas, creando así un marcado contraste ambiental y plástico con las casas de hacienda adyacentes. Un trapiche se podía colocar en cualquier parte donde hubiera agua, pero una casa de hacienda requiere un lugar en especial.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. En la mayoría de los trapiches “antiguos” del Valle del Cauca se observan versiones propias de la tecnología industrial del siglo XIX o XX en las estructuras destinadas a usos utilitarios. En Piedechinche el trapiche retiene su carácter de época colonial, con reformas del siglo XIX. Los hornos y chimenea datan de la misma época, pero la bagacera y las ramadas son más antiguas, como es también el acueducto, parcialmente elevado sobre arcos de ladrillo. Al contrario de lo que ocurrió en las haciendas de olivar, de Andalucía, donde la casa señorial estaba integrada a la industria adyacente, los trapiches de caña del Valle del Cauca dan la sensación de estar por casualidad en las proximidades de las casas de hacienda propiamente dichas. La arquitectura industrial de la época colonial hizo uso de estructuras desprovistas de toda concesión a la gracia posible de las formas construidas, creando así un marcado contraste ambiental y plástico con las casas de hacienda adyacentes. Un trapiche se podía colocar en cualquier parte donde hubiera agua, pero una casa de hacienda requiere un lugar en especial.
Piedechinche, El Cerrito, Valle del Cauca. En la mayoría de los trapiches “antiguos” del Valle del Cauca se observan versiones propias de la tecnología industrial del siglo XIX o XX en las estructuras destinadas a usos utilitarios. En Piedechinche el trapiche retiene su carácter de época colonial, con reformas del siglo XIX. Los hornos y chimenea datan de la misma época, pero la bagacera y las ramadas son más antiguas, como es también el acueducto, parcialmente elevado sobre arcos de ladrillo. Al contrario de lo que ocurrió en las haciendas de olivar, de Andalucía, donde la casa señorial estaba integrada a la industria adyacente, los trapiches de caña del Valle del Cauca dan la sensación de estar por casualidad en las proximidades de las casas de hacienda propiamente dichas. La arquitectura industrial de la época colonial hizo uso de estructuras desprovistas de toda concesión a la gracia posible de las formas construidas, creando así un marcado contraste ambiental y plástico con las casas de hacienda adyacentes. Un trapiche se podía colocar en cualquier parte donde hubiera agua, pero una casa de hacienda requiere un lugar en especial.
El Puesto, La Ceja, Antioquia. Construida a mediados del siglo XVIII por el Alférez Real Felipe Villegas y Córdoba, la casa ofrece rasgos volumétricos y tecnológicos presentes también en las casas de la misma época en el Cauca y Valle del Cauca, quitándoles validez a las tipologías que asocian determinadas formas arquitectónicas con algunas regiones neogranadinas en particular. Nótese el realce volumétrico en el segundo piso a manera de mirador, provisto de un balcón en voladizo (y no rehundido) y la galería exterior en el piso bajo. Son escasas las casas de hacienda de la región antioqueña que conservan su localización y espacio circundante como ocurre en este caso, y que no han sido transformadas hasta perder por completo sus componentes arquitectónicos originales. La presencia de la casa de El Puesto en su paisaje es ejemplar.
El Puesto, La Ceja, Antioquia. Construida a mediados del siglo XVIII por el Alférez Real Felipe Villegas y Córdoba, la casa ofrece rasgos volumétricos y tecnológicos presentes también en las casas de la misma época en el Cauca y Valle del Cauca, quitándoles validez a las tipologías que asocian determinadas formas arquitectónicas con algunas regiones neogranadinas en particular. Nótese el realce volumétrico en el segundo piso a manera de mirador, provisto de un balcón en voladizo (y no rehundido) y la galería exterior en el piso bajo. Son escasas las casas de hacienda de la región antioqueña que conservan su localización y espacio circundante como ocurre en este caso, y que no han sido transformadas hasta perder por completo sus componentes arquitectónicos originales. La presencia de la casa de El Puesto en su paisaje es ejemplar.
El Puesto, La Ceja, Antioquia. Construida a mediados del siglo XVIII por el Alférez Real Felipe Villegas y Córdoba, la casa ofrece rasgos volumétricos y tecnológicos presentes también en las casas de la misma época en el Cauca y Valle del Cauca, quitándoles validez a las tipologías que asocian determinadas formas arquitectónicas con algunas regiones neogranadinas en particular. Nótese el realce volumétrico en el segundo piso a manera de mirador, provisto de un balcón en voladizo (y no rehundido) y la galería exterior en el piso bajo. Son escasas las casas de hacienda de la región antioqueña que conservan su localización y espacio circundante como ocurre en este caso, y que no han sido transformadas hasta perder por completo sus componentes arquitectónicos originales. La presencia de la casa de El Puesto en su paisaje es ejemplar.
Saldaña, Capilla aislada, Saldaña, Tolima. La razón de ser de las capillas anexas, exentas o aisladas en las casas rurales neogranadinas, era la necesidad de proveer el culto religioso a feligreses venidos de haciendas, veredas o caseríos vecinos carentes de iglesia, aparte de los residentes y trabajadores de la propia hacienda. En torno a ésta debía existir un espacio adecuado para procesiones y otras ceremonias al aire libre. La casa de la hacienda Saldaña vino a menos en el siglo XIX y ha perdido grandemente su fisonomía y carácter de época republicana en el XX, pero de la construcción colonial resta aún la capilla, aparentemente construida a fines del siglo XVIII. Sus ingenuos barroquismos, obviamente realizados “a ojo” y de memoria por algún anónimo constructor, se limitan a dos medios óvalos cortados en las diagonales del frontón en fachada, produciendo así una silueta mixtilínea, y en el interior un singular retablo afacetado en mampostería. La capilla de Saldaña es lo que se podría llamar “barroco recóndito rural neogranadino”.
Saldaña, Capilla aislada, Saldaña, Tolima. La razón de ser de las capillas anexas, exentas o aisladas en las casas rurales neogranadinas, era la necesidad de proveer el culto religioso a feligreses venidos de haciendas, veredas o caseríos vecinos carentes de iglesia, aparte de los residentes y trabajadores de la propia hacienda. En torno a ésta debía existir un espacio adecuado para procesiones y otras ceremonias al aire libre. La casa de la hacienda Saldaña vino a menos en el siglo XIX y ha perdido grandemente su fisonomía y carácter de época republicana en el XX, pero de la construcción colonial resta aún la capilla, aparentemente construida a fines del siglo XVIII. Sus ingenuos barroquismos, obviamente realizados “a ojo” y de memoria por algún anónimo constructor, se limitan a dos medios óvalos cortados en las diagonales del frontón en fachada, produciendo así una silueta mixtilínea, y en el interior un singular retablo afacetado en mampostería. La capilla de Saldaña es lo que se podría llamar “barroco recóndito rural neogranadino”.
Saldaña, Capilla aislada, Saldaña, Tolima. La razón de ser de las capillas anexas, exentas o aisladas en las casas rurales neogranadinas, era la necesidad de proveer el culto religioso a feligreses venidos de haciendas, veredas o caseríos vecinos carentes de iglesia, aparte de los residentes y trabajadores de la propia hacienda. En torno a ésta debía existir un espacio adecuado para procesiones y otras ceremonias al aire libre. La casa de la hacienda Saldaña vino a menos en el siglo XIX y ha perdido grandemente su fisonomía y carácter de época republicana en el XX, pero de la construcción colonial resta aún la capilla, aparentemente construida a fines del siglo XVIII. Sus ingenuos barroquismos, obviamente realizados “a ojo” y de memoria por algún anónimo constructor, se limitan a dos medios óvalos cortados en las diagonales del frontón en fachada, produciendo así una silueta mixtilínea, y en el interior un singular retablo afacetado en mampostería. La capilla de Saldaña es lo que se podría llamar “barroco recóndito rural neogranadino”.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Japio, Caloto, Cauca. La casa y trapiche (de cacao) de Japio llegaron a su máximo desarrollo original en la segunda mitad del siglo XVIII. La casa colonial, de planta compacta y volumetría similar a la de La Merced y El Hato está hoy rodeada de jardines formales que datan del final del siglo XIX, al igual que el extenso acueducto sobre arcos de ladrillo, una obra de ingeniería hidráulica de época republicana. La suerte de la casa ha sido azarosa en el siglo XX. En 1917 fue demolida su capilla exenta luego de ser utilizada como depósito. Esto del derribo de capillas rurales se tornó moda en la región, donde fueron eliminadas también las de Cañasgordas, Pisojé y Puracé. La casa fue modernizada en la década de los setenta, privándola de los recintos que conformaban las esquinas de la edificación –lo cual alteró desfavorablemente el aspecto exterior de la misma– y dotándola de una insólita escalera nueva “a juego” con la original.
Cañasgordas, Cali, Valle del Cauca. El “chorro” o baño de la casa de los señores presenta una forma en ojo de cerradura, observable actualmente en excavaciones arqueológicas realizadas en los grupos de casas artesanales de época islámica descubiertos en la Alhambra granadina, y que datan de los siglos XI y XII. Un recuerdo arquitectónico renovado a seiscientos años de su época de origen.
Cañasgordas, Cali, Valle del Cauca. La casa de Cañasgordas. data de comienzos del siglo XVIII, con numerosas reformas y adiciones en ese siglo y el siguiente. Conserva el trapiche, pero le fue demolida la capilla exenta, como se acostumbraba a comienzos del siglo XX. Como la mayoría de las casas de hacienda de trapiche en el Valle del Cauca, es de planta compacta (con prolongaciones) provista de las grandes galerías usuales en pisos alto y bajo. Cañasgordas parece haber comenzado en el siglo XVII como una casa baja de tramo único, creciendo luego al paso de las décadas. Los espacios dominantes en Cañasgordas no son sus recintos sino sus galerías, donde transcurría la mayor parte de la vida cotidiana de la casa.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Definible como un caso límite entre una casa de hacienda colonial modernizada y lo que en efecto es una casa de campo actual dotada de una volumetría y localización tradicionales. El Abra pertenece al género ambiguo en el cual habría que incluir las casas de Fute, Canoas, Cortés, Buenavista, La Conchita y otras residencias campestres cundinamarquesas. La casa conserva la relación volumétrica más o menos original con el espléndido lugar donde se localiza. La capilla y el muro atrial de piedra son intervenciones modernas (década de los sesenta), siendo notable la alteración provocada por este último en la organización de los espacios circundantes al frente de la casa.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Definible como un caso límite entre una casa de hacienda colonial modernizada y lo que en efecto es una casa de campo actual dotada de una volumetría y localización tradicionales. El Abra pertenece al género ambiguo en el cual habría que incluir las casas de Fute, Canoas, Cortés, Buenavista, La Conchita y otras residencias campestres cundinamarquesas. La casa conserva la relación volumétrica más o menos original con el espléndido lugar donde se localiza. La capilla y el muro atrial de piedra son intervenciones modernas (década de los sesenta), siendo notable la alteración provocada por este último en la organización de los espacios circundantes al frente de la casa.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Resalta el contraste entre la elegancia del atrio con bordillos y pináculos en piedra (plazas de Baeza o Ubeda, en Andalucía) y la discreta pero evocadora modestia de los dos pequeños patios secundarios que retienen el carácter tradicional.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Resalta el contraste entre la elegancia del atrio con bordillos y pináculos en piedra (plazas de Baeza o Ubeda, en Andalucía) y la discreta pero evocadora modestia de los dos pequeños patios secundarios que retienen el carácter tradicional.
El Abra, Zipaquirá, Cundinamarca. Resalta el contraste entre la elegancia del atrio con bordillos y pináculos en piedra (plazas de Baeza o Ubeda, en Andalucía) y la discreta pero evocadora modestia de los dos pequeños patios secundarios que retienen el carácter tradicional.
Tilatá Chocontá, Cundinamarca. Datando aparentemente del siglo XVIII, Tilatá presenta una atrayente volumetría que indica un crecimiento por etapas. Aunque no han faltado las inevitables estructuras utilitarias surgidas al lado de casi todas las casas de hacienda cundinamarquesas, la casa conserva en gran medida su notable implantación en un territorio aún (1997) no invadido por canteras, fábricas o clubes campestres. Más importante todavía, aún existe la envoltura espacial de muros y tapias que es vital complemento de la casa.
Tilatá Chocontá, Cundinamarca. Datando aparentemente del siglo XVIII, Tilatá presenta una atrayente volumetría que indica un crecimiento por etapas. Aunque no han faltado las inevitables estructuras utilitarias surgidas al lado de casi todas las casas de hacienda cundinamarquesas, la casa conserva en gran medida su notable implantación en un territorio aún (1997) no invadido por canteras, fábricas o clubes campestres. Más importante todavía, aún existe la envoltura espacial de muros y tapias que es vital complemento de la casa.
Pisojé, alrededores de Popayán, Cauca. Parece haber sido construida en la segunda mitad del siglo XVIII, reemplazando un humilde rancho en el mismo lugar, por quienes levantaron también las de Coconuco y Yambitará, en la misma región, y Piedechinche, en el Valle del Cauca. Este grupo de casas presenta idéntica tecnología constructiva y sistemas estructurales, así como una organización espacial en planta compacta con generosas galerías “incompletas” en sus frentes longitudinales. Tienen en común, además, una sobreelevación parcial a modo de mirador.
Pisojé, alrededores de Popayán, Cauca. Pisojé está situada en un paraje en el cual se suman prácticamente todos los elementos que conforman el paisaje regional: suaves colinas, cerros más empinados, un río adyacente, panorama lejano de cordillera con volcanes y nieves eternas, dramáticas puestas de sol. A fuerza de presenciar una y otra vez el espectáculo de la precisa arquitectura de las casas de hacienda caucanas, se podría concluir que ese poético sentido del lugar que las distingue se tornó en cierto modo en convencional. El reiterado e invariable acierto de hacendados y constructores en el aprovechamiento de las posibilidades ambientales de los lugares se hizo, al paso del tiempo, costumbre y tradición. Pisojé no fue ajeno a las oleadas de vandalismo que recorren de vez en cuando el campo colombiano. Si la casa ha escapado a una modernización incurable, la capilla exenta de la casa, similar a las de Antón Moreno y Calibío, fue derribada para instalar en su lugar un “baño” para ganado vacuno, con el argumento de que a menos de media legua de allí estaba la iglesia de La Jimena, y que las almas se salvaban igual si se rezaba en la una o en la otra.
Pisojé, alrededores de Popayán, Cauca. Pisojé está situada en un paraje en el cual se suman prácticamente todos los elementos que conforman el paisaje regional: suaves colinas, cerros más empinados, un río adyacente, panorama lejano de cordillera con volcanes y nieves eternas, dramáticas puestas de sol. A fuerza de presenciar una y otra vez el espectáculo de la precisa arquitectura de las casas de hacienda caucanas, se podría concluir que ese poético sentido del lugar que las distingue se tornó en cierto modo en convencional. El reiterado e invariable acierto de hacendados y constructores en el aprovechamiento de las posibilidades ambientales de los lugares se hizo, al paso del tiempo, costumbre y tradición. Pisojé no fue ajeno a las oleadas de vandalismo que recorren de vez en cuando el campo colombiano. Si la casa ha escapado a una modernización incurable, la capilla exenta de la casa, similar a las de Antón Moreno y Calibío, fue derribada para instalar en su lugar un “baño” para ganado vacuno, con el argumento de que a menos de media legua de allí estaba la iglesia de La Jimena, y que las almas se salvaban igual si se rezaba en la una o en la otra.
Los Aposentos, Chocontá, Cundinamarca. Son varias las casas de hacienda en Cundinamarca que llevan este nombre, el cual es también frecuente en Castilla y Andalucía. Al comienzo del siglo XVIII existían haciendas Aposentos en Simijaca (ilustrada en páginas anteriores), Sopó y Chocontá (la que se muestra aquí), y otras más aparecieron en la región durante el siglo XIX. Al igual que con Casablanca, la proliferación de ciertos nombres de propiedades rurales tendría las mismas razones que la abundancia de Pedros o Juanes entre los pobladores españoles de la Nueva Granada. Los Aposentos, de los alrededores de Chocontá, cuya edificación original parece datar de la primera mitad del siglo XVIII, aunque la hacienda misma se conforma a mediados del XVII, carece del tono académico “fuera de serie” de su homónimo de Simijaca y pertenece más al género “clásico” de casa sabanera. Como tal, posee espléndidas proporciones modulares en las columnatas de las galerías visibles aquí, y un delicado “acomodo” al paisaje circundante. Parece ser que la casa original consistía solamente del tramo longitudinal visible a derecha, lo cual asimilaría la casa al tipo de planta compacta con grandes galerías en sus lados longitudinales. Esto corrobora la idea de que no existe una organización espacial de casas de hacienda propia o típica de una región o zona climática en particular, puesto que las casas de planta compacta existen desde el sur de la Nueva Granada hasta el altiplano cundiboyacense. El crecimiento de la casa a través de las décadas se ha mantenido afortunadamente dentro de límites volumétricos y una continuidad formal que hacen de Los Aposentos uno de los ejemplos más depurados de casa de hacienda cundinamarquesa.
Los Aposentos, Chocontá, Cundinamarca. Son varias las casas de hacienda en Cundinamarca que llevan este nombre, el cual es también frecuente en Castilla y Andalucía. Al comienzo del siglo XVIII existían haciendas Aposentos en Simijaca (ilustrada en páginas anteriores), Sopó y Chocontá (la que se muestra aquí), y otras más aparecieron en la región durante el siglo XIX. Al igual que con Casablanca, la proliferación de ciertos nombres de propiedades rurales tendría las mismas razones que la abundancia de Pedros o Juanes entre los pobladores españoles de la Nueva Granada. Los Aposentos, de los alrededores de Chocontá, cuya edificación original parece datar de la primera mitad del siglo XVIII, aunque la hacienda misma se conforma a mediados del XVII, carece del tono académico “fuera de serie” de su homónimo de Simijaca y pertenece más al género “clásico” de casa sabanera. Como tal, posee espléndidas proporciones modulares en las columnatas de las galerías visibles aquí, y un delicado “acomodo” al paisaje circundante. Parece ser que la casa original consistía solamente del tramo longitudinal visible a derecha, lo cual asimilaría la casa al tipo de planta compacta con grandes galerías en sus lados longitudinales. Esto corrobora la idea de que no existe una organización espacial de casas de hacienda propia o típica de una región o zona climática en particular, puesto que las casas de planta compacta existen desde el sur de la Nueva Granada hasta el altiplano cundiboyacense. El crecimiento de la casa a través de las décadas se ha mantenido afortunadamente dentro de límites volumétricos y una continuidad formal que hacen de Los Aposentos uno de los ejemplos más depurados de casa de hacienda cundinamarquesa.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Altamira, Tenjo, Cundinamarca. Es un buen ejemplo de la dimensión ambiental y significados adicionales que una casa de hacienda adquiere al paso del tiempo, cuando su carácter utilitario cede el lugar a otras razones para su conservación. Altamira parece ser uno de los muchos nombres dados en el siglo XIX a propiedades y casas surgidas a raíz de la desmembración de las haciendas más antiguas en la sabana de Bogotá y alrededores. En una casa de dimensiones tan modestas como ésta, resulta aparente que para los constructores de época colonial el tamaño físico de las construcciones no tenga importancia conceptual. El acierto formal y ambiental que casi invariablemente lograban podía ser a formato mínimo o enorme, sin que por ello debieran variar los materiales y técnicas constructivas. En la arquitectura minimalista de Altamira los tejados no pueden ser más expresivos (ni más bajos), ni su patio más reducido o más evocador.
Casablanca Sopó, Cundinamarca. En común con otras casas de hacienda de época colonial en la región, ésta lleva los rasgos inequívocos de la predominancia dimensional de sus tejados y la escasa altura de las galerías perimetrales en fachadas. Al igual que en Chaleche, Sesquilé, Los Aposentos, Chocontá, o Fagua, Cajicá, las cubiertas y tejados de Casablanca establecen la presencia de la casa en el paisaje y dominan por entero su volumetría, puesto que sólo en época republicana, a mediados del siglo XIX, las fachadas (galerías y muros) recobran importancia. Los constructores santafereños o sabaneros parecen haber levantado, más que otras cosas, bellas y extensas cubiertas debajo de las cuales se podría, dado el caso, refugiar una casa. El recurso genérico del tramo en dos pisos, realzado a la manera del de Fagua y los de las casas de hacienda caucanas.
Casablanca Sopó, Cundinamarca. En común con otras casas de hacienda de época colonial en la región, ésta lleva los rasgos inequívocos de la predominancia dimensional de sus tejados y la escasa altura de las galerías perimetrales en fachadas. Al igual que en Chaleche, Sesquilé, Los Aposentos, Chocontá, o Fagua, Cajicá, las cubiertas y tejados de Casablanca establecen la presencia de la casa en el paisaje y dominan por entero su volumetría, puesto que sólo en época republicana, a mediados del siglo XIX, las fachadas (galerías y muros) recobran importancia. Los constructores santafereños o sabaneros parecen haber levantado, más que otras cosas, bellas y extensas cubiertas debajo de las cuales se podría, dado el caso, refugiar una casa. El recurso genérico del tramo en dos pisos, realzado a la manera del de Fagua y los de las casas de hacienda caucanas.
El Hato de Córdova, Facatativá, Cundinamarca. Un buen ejemplo de las numerosas casas de finca o hacienda construidas en el occidente y sur de la sabana de Bogotá entre el final de la Colonia y las primeras décadas de la República, manteniendo las tradiciones de organización espacial y lenguaje arquitectónico propios de la primera. Las casas de esta época son ambiguas en su apariencia, teniendo en general carpintería de puertas y ventanas propia de la segunda mitad del siglo XIX o comienzos del XX, habiendo sido aplicadas éstas en muros que podrían ser de época indefinida. La relación casa-lugar es, en estos ejemplos de carácter transicional, más genérica e indiferente que la que se observa en las casas de finales del siglo XVII o comienzos del XVIII.
El Hato de Córdova, Facatativá, Cundinamarca. Un buen ejemplo de las numerosas casas de finca o hacienda construidas en el occidente y sur de la sabana de Bogotá entre el final de la Colonia y las primeras décadas de la República, manteniendo las tradiciones de organización espacial y lenguaje arquitectónico propios de la primera. Las casas de esta época son ambiguas en su apariencia, teniendo en general carpintería de puertas y ventanas propia de la segunda mitad del siglo XIX o comienzos del XX, habiendo sido aplicadas éstas en muros que podrían ser de época indefinida. La relación casa-lugar es, en estos ejemplos de carácter transicional, más genérica e indiferente que la que se observa en las casas de finales del siglo XVII o comienzos del XVIII.
Polmerán, Sotaquirá, Boyacá. Este es otro ejemplo de arquitectura ambigua. Puede ser, indistintamente, una casa enteramente moderna, construida con algunos elementos constructivos tradicionales, como serían las armaduras de cubierta en par y nudillo, o una casa comparativamente antigua pero recientemente ampliada y reformada en gran medida. La amplitud del patio interior y la manufactura de las armaduras de cubierta ilustradas, que se aparta de las usanzas artesanales de la región, ejemplos de las cuales se ilustran en otras páginas de este volumen, así lo indican. Como quiera que ello sea, en este género arquitectónico, y en las presentes circunstancias, el fin (lograr un ambiente grato y hermoso) justifica los medios.
Polmerán, Sotaquirá, Boyacá. Este es otro ejemplo de arquitectura ambigua. Puede ser, indistintamente, una casa enteramente moderna, construida con algunos elementos constructivos tradicionales, como serían las armaduras de cubierta en par y nudillo, o una casa comparativamente antigua pero recientemente ampliada y reformada en gran medida. La amplitud del patio interior y la manufactura de las armaduras de cubierta ilustradas, que se aparta de las usanzas artesanales de la región, ejemplos de las cuales se ilustran en otras páginas de este volumen, así lo indican. Como quiera que ello sea, en este género arquitectónico, y en las presentes circunstancias, el fin (lograr un ambiente grato y hermoso) justifica los medios.
Polmerán, Sotaquirá, Boyacá. Este es otro ejemplo de arquitectura ambigua. Puede ser, indistintamente, una casa enteramente moderna, construida con algunos elementos constructivos tradicionales, como serían las armaduras de cubierta en par y nudillo, o una casa comparativamente antigua pero recientemente ampliada y reformada en gran medida. La amplitud del patio interior y la manufactura de las armaduras de cubierta ilustradas, que se aparta de las usanzas artesanales de la región, ejemplos de las cuales se ilustran en otras páginas de este volumen, así lo indican. Como quiera que ello sea, en este género arquitectónico, y en las presentes circunstancias, el fin (lograr un ambiente grato y hermoso) justifica los medios.
El Chacal, Tenjo, Cundinamarca. Es una subdivisión, ocurrida al terminar el siglo XVII, de la enorme propiedad de Tibabuyes, en el occidente de la sabana de Bogotá y los alrededores de la población de Tenjo, Cundinamarca. La casa ilustrada aquí pudo haber sido construida inmediatamente luego de la configuración de la hacienda, es decir, al comenzar el siglo XVIII. A su vez, El Chacal fue subdividida en la segunda mitad del siglo XIX, por lo que cabe suponer que la “republicanización” decorativa de la casa colonial tuvo lugar en las últimas década de aquél. La casa de El Chacal retiene su bella localización, dominada por la silueta de sus tejados, pero desprovista ya de la mayoría de las cercas y tapias circundantes, es decir, de los límites de espacios complementarios dentro de los cuales se inscribe su arquitectura.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, alrededores de Santa Fe de Antioquia. Se ilustran en estas y las siguientes páginas dos casas de la misma región e idéntico nombre. ¿Es la casa que se incrusta en el paisaje, o éste el que la invade? La casa de La Loma (nombre muy frecuente en una región tan marcadamente montañosa) data en sus tramos originales del comienzo del siglo XVIII. La exquisita integración de tejados, corredores y muros circundantes con el espacio natural en torno a éstos, es el resultado de una profunda comprensión de lo esencial del paisaje y de un prolongado y afectuoso cuidado de las formas construidas y la vegetación. La relación expresada en estas imágenes es la de la casa y el lugar, pero también, y quizá la más importante, la del hombre y el campo.
La Loma, segunda casa con este nombre, alrededores de Titiribí, Antioquia. La localización de la casa en un paraje de abrupta topografía bordea lo teatral. La casa invade el lugar haciendo uso de los mismos recursos arquitectónicos que le permitirían estar en el paisaje plano del Valle del Cauca o en el altiplano boyacense, incluyendo sus amplios tejados y galerías exteriores, así como el tradicional patio interior. La casa en una loma en cercanías de Titiribí fue, como la primera, construida en el siglo XVIII, en la región neogranadina donde se conformó la mayoría de haciendas mixtas de tipo análogo a las de México: mineras y agrícolas a la vez. Muchas de ellas, por la gran dificultad de acceso desde los pueblos, adquirieron carácter, mobiliario y usanzas pseudo-urbanos, puesto que sus propietarios preferían vivir en ellas durante temporadas muy prolongadas a emprender reiteradamente las azarosas expediciones a las cabeceras de provincia. Esta tuvo por ello mismo, y al igual que otras en la región antioqueña, un tratamiento ecléctico interior de época republicana.
La Loma, segunda casa con este nombre, alrededores de Titiribí, Antioquia. La localización de la casa en un paraje de abrupta topografía bordea lo teatral. La casa invade el lugar haciendo uso de los mismos recursos arquitectónicos que le permitirían estar en el paisaje plano del Valle del Cauca o en el altiplano boyacense, incluyendo sus amplios tejados y galerías exteriores, así como el tradicional patio interior. La casa en una loma en cercanías de Titiribí fue, como la primera, construida en el siglo XVIII, en la región neogranadina donde se conformó la mayoría de haciendas mixtas de tipo análogo a las de México: mineras y agrícolas a la vez. Muchas de ellas, por la gran dificultad de acceso desde los pueblos, adquirieron carácter, mobiliario y usanzas pseudo-urbanos, puesto que sus propietarios preferían vivir en ellas durante temporadas muy prolongadas a emprender reiteradamente las azarosas expediciones a las cabeceras de provincia. Esta tuvo por ello mismo, y al igual que otras en la región antioqueña, un tratamiento ecléctico interior de época republicana.
La Loma, segunda casa con este nombre, alrededores de Titiribí, Antioquia. La localización de la casa en un paraje de abrupta topografía bordea lo teatral. La casa invade el lugar haciendo uso de los mismos recursos arquitectónicos que le permitirían estar en el paisaje plano del Valle del Cauca o en el altiplano boyacense, incluyendo sus amplios tejados y galerías exteriores, así como el tradicional patio interior. La casa en una loma en cercanías de Titiribí fue, como la primera, construida en el siglo XVIII, en la región neogranadina donde se conformó la mayoría de haciendas mixtas de tipo análogo a las de México: mineras y agrícolas a la vez. Muchas de ellas, por la gran dificultad de acceso desde los pueblos, adquirieron carácter, mobiliario y usanzas pseudo-urbanos, puesto que sus propietarios preferían vivir en ellas durante temporadas muy prolongadas a emprender reiteradamente las azarosas expediciones a las cabeceras de provincia. Esta tuvo por ello mismo, y al igual que otras en la región antioqueña, un tratamiento ecléctico interior de época republicana.
Rastrojogrande, La Virginia, Antioquia. Construida, al menos en parte, durante el siglo XVIII, la casa tuvo durante el XIX las transformaciones usuales señaladas a propósito de otras arquitecturas rurales en la región antioqueña, sumadas a no pocas ampliaciones de vanos y otras modernizaciones más o menos inevitables. El frente longitudinal de la casa conserva una placentera rusticidad que, si no es original, al menos resulta muy antigua. Nótense los largos aleros y, en primer plano, un apeadero para descender del caballo o el coche. Ocasionalmente es posible observar uno de éstos en algunos cortijos andaluces donde se crían o se mantienen caballos.
Rastrojogrande, La Virginia, Antioquia. Construida, al menos en parte, durante el siglo XVIII, la casa tuvo durante el XIX las transformaciones usuales señaladas a propósito de otras arquitecturas rurales en la región antioqueña, sumadas a no pocas ampliaciones de vanos y otras modernizaciones más o menos inevitables. El frente longitudinal de la casa conserva una placentera rusticidad que, si no es original, al menos resulta muy antigua. Nótense los largos aleros y, en primer plano, un apeadero para descender del caballo o el coche. Ocasionalmente es posible observar uno de éstos en algunos cortijos andaluces donde se crían o se mantienen caballos.
Rastrojogrande, La Virginia, Antioquia. Construida, al menos en parte, durante el siglo XVIII, la casa tuvo durante el XIX las transformaciones usuales señaladas a propósito de otras arquitecturas rurales en la región antioqueña, sumadas a no pocas ampliaciones de vanos y otras modernizaciones más o menos inevitables. El frente longitudinal de la casa conserva una placentera rusticidad que, si no es original, al menos resulta muy antigua. Nótense los largos aleros y, en primer plano, un apeadero para descender del caballo o el coche. Ocasionalmente es posible observar uno de éstos en algunos cortijos andaluces donde se crían o se mantienen caballos.
Texto de: Germán Tellez
La casa es la conciencia del campo.
Este se vuelve para mirarla de todas
partes y se mira en ella como si la
hubiera visto nacer por una íntima
necesidad de la tierra.
Eduardo Caballero Calderon.
Diario de Tipacoque
Como se indicó en capítulos anteriores, Andalucía fue la última etapa cumplida en el proceso de transculturación arquitectónica que trajo al Nuevo Mundo las casas urbanas y rurales, pero ello no significa que éstas tuvieran una índole exclusivamente andaluza o que fuesen un simple trasunto de conceptos o tradiciones mediterráneas. La casa de hacienda neogranadina es original en cierto modo y a su manera, habiendo obtenido tal carácter por un proceso de adaptación casi biológico al medio ambiente de las diversas regiones geográficas donde se localizó. En Casa Colonial se mostró cómo lo que ésta tiene de americana, o de hispanoamericana, es justamente haber sido construida en el Nuevo Mundo, aunque pueda haber sido pensada en siglos anteriores en el Medio Oriente y las comarcas del sur de Europa. Es vital tener claro que la materialización de una forma construida en un lugar específico modifica en cierta medida la idea que la creó inicialmente, pero esa alteración suele ser de grado y no de principio. La construcción de una casa en el campo depende casi por completo de lo que el campo provea para esa tarea, y así, el lugar y la casa terminan perteneciendo el uno a la otra, en sentido físico y metafísico. Una casa de hacienda neogranadina lo es por haber sido levantada en tierra americana, aunque con ideas europeas. Su origen, es decir, su originalidad como especie arquitectónica se sitúa de modo geográfico, mas no ideológico. No sería de ninguna manera lo mismo construir un cortijo en los alrededores de Carmona, en la provincia de Sevilla, que una hacienda a cierta distancia de Popayán, aunque los principios ordenatorios de espacios interiores y exteriores pudieran ser genéricamente los mismos, y a pesar de las similaridades paisajísticas que se quieran entre uno y otro lugar. La pretensión formal y elegante de la casa andaluza del cortijo de La Baldía, por ejemplo, parece pertenecer circunstancialmente a un mundo formalmente muy distante de la modestia y reticencia de la casa caucana de Antón Moreno, aunque conceptualmente ofrezcan analogías y proximidades. La una sigue siendo exclusivamente original de Andalucía, la otra, creada solamente para un lugar de la Nueva Granada. La arquitectura rural es precisamente el género en el cual las circunstancias materiales –el lugar– dominan a las ideas, mientras que en las ciudades y pueblos los conceptos ordenatorios, especialmente si tienen un origen académico, invierten ese orden de control.
Según el historiador español Mario Sartor en su ensayo “La vivienda mediterránea y la tipología de la casa colonial americana”,33. la casa rural es un conjunto arquitectónico que no configura, como sí lo hace la “domus”, es decir, la casa urbana, una tipología fija. Esta es una típica constatación de historiador español, al no hallar en las construcciones rurales las necesarias analogías formales necesarias para clasificar en grupos tipológicos la anárquica riqueza de variantes que presentan estas últimas. Es así como el mismo autor resuelve la cuestión aludiendo a la abundancia de “modelos paralelos” en la arquitectura del campo, cuyo paralelismo necesariamente habrá de ocurrir respecto de sus contrapartidas urbanas, o bien entre construcciones rurales de diferentes regiones geográficas. Situando las haciendas neogranadinas en el contexto del continente americano se verá cómo existen inevitables analogías en el origen socio-económico, la tenencia de la tierra y las modalidades de explotación de ésta, pero también es posible establecer también notables diferencias en los procesos históricos de conformación de las unidades productivas y aun en los “modelos paralelos” arquitectónicos de las edificaciones rurales de una y otra región.
Las casas de hacienda neogranadinas carecen de la variedad y extensión de dependencias observables en las haciendas mexicanas, por ejemplo. Mientras en la Nueva Granada existieron sólo dos tipos básicos de haciendas, las de ganadería y las de producción agrícola, y entre estas últimas dos subtipos, la hacienda de trapiche (como en el caso del Valle del Cauca) u obraje (en el caso de Boyacá) y la hacienda carente de tales elementos de producción, en la Nueva España llegaron a existir haciendas no sólo cerealeras o ganaderas sino también adscritas a otras actividades tales como la minería, el cultivo especializado del algodón o el del fique (henequén), la producción de pulque y mezcal como bases para alcohol y licores, los productos forestales especiales (maderas preciosas o exóticas), etc. Cada una de estas actividades generó distintos tipos arquitectónicos de casas complementadas con variadas estructuras destinadas a albergar funciones cada vez más especializadas. En el caso neogranadino, sólo los trapiches (cuando se utilizaba fuerza animal para los procesos industriales) o ingenios (cuando se usaba fuerza hidráulica) azucareros llegaron a requerir estructuras aparte, radicalmente diferentes de las de las casas de los propietarios, como se puede observar en San Pedro Alejandrino (Santa Marta) o Piedechinche (Valle del Cauca).
La estupenda variedad formal y técnica observable en México de silos, trojes, estanques, acueductos, norias, hornos con inmensas chimeneas o torres de atalaya y vigilancia no se produjo jamás en la Nueva Granada, por las razones socioeconómicas ya explicadas. Las tendencias técnicas opuestas en el continente fueron la del empleo de espacios genéricos –no especializados– para las funciones de habitación y trabajo, usual en la Nueva Granada; y una creciente especialización y sofisticación de los espacios arquitectónicos en función del uso eventual que deberían tener, como en efecto ocurrió en México, Cuba y en el Brasil. Cuando en la segunda mitad del siglo XX surgieron tardía e inevitablemente industrias de buen tamaño en la inmediata vecindad de las casas de hacienda de época colonial, como sería el caso de la industria de lácteos al lado de Fagua (Cundinamarca) o los varios ingenios azucareros en el Valle del Cauca, ello vino a suceder con un retardo de casi dos siglos con respecto a lo ocurrido en México.
De modo muy general, es posible establecer que la casa de hacienda neogranadina consta de los siguientes elementos constitutivos: La casa de los propietarios o “los señores”, incluyendo habitaciones, uno o más salones, destinados a comedor y/o lugar de reunión, y con dependencias accesorias tales como los baños al aire libre (“chorros”) de las haciendas caucanas, o las capillas u oratorios exentos o incorporados a la casa, como en los casos de Calibío y Antón Moreno, en los alrededores de Popayán. Una prolongación de lo anterior sería el conjunto de lo que hoy se denomina “servicios”, usualmente agrupado en torno a un espacio libre aparte, e incluyendo cocinas, alacenas, lavaderos y complementarios. La cocina podía formar parte de la casa, estando por lo general dispuesta “a la andaluza”, es decir, con toda la cubierta del espacio de cocción y preparación formando chimenea, pero también, por temor a los frecuentes incendios, se localizaba en un rancho o tambo aparte, construido con técnicas y materiales indígenas. En las haciendas del occidente de la Nueva Granada tuvieron cierta importancia los alojamientos para trabajadores permanentes (peonías) y esclavos, que podían o no estar combinados con trojes (graneros) o bodegas, o con las caballerizas y corrales. Estas últimas dependencias se construyeron invariablemente aparte de la casa “de los señores”, pero en las casas de fincas de menor tamaño, en Cundinamarca y Boyacá, el alojamiento de la servidumbre se dispuso con frecuencia en prolongación de la cocina y alacenas. Cabe indicar que las caballerizas, en las casas de hacienda del altiplano cundiboyacense, con frecuencia se edificaron en prolongación de lo que eventualmente se convertiría en el verdadero acceso usual a la casa, en el costado opuesto a lo que sería la “cara principal” de ésta.
Se mencionó anteriormente cómo las casas de hacienda y de finca neogranadinas presentan variantes de organización espacial derivadas de sólo dos esquemas básicos de origen mediterráneo: Uno, organizado perimetralmente en torno a un espacio central abierto y formado por tramos de volúmenes cerrados. Entre éstos y el patio central se sitúan las galerías o corredores, espacios de transición entre lo totalmente cerrado y lo completamente abierto. Este es el esquema que ofrece la mayor versatilidad de uso posible, prestándose con igual facilidad al uso conventual, educacional o institucional, y siendo, por ello mismo, utilizado indistintamente en la arquitectura urbana y rural.
El segundo esquema invierte los términos de organización de espacios: el lugar central, es decir, el patio, en la alternativa anteriormente descrita, está ahora ocupado por una o dos crujías de espacios cerrados y cubiertos, y en torno a éstas se disponen las galerías o corredores, que ahora son perimetrales. Ejemplos de esto serían las casas de Suescún o Tipacoque en Boyacá y Japio o La Concepción de Amaime, en el Valle del Cauca. El espacio abierto, en este caso, es todo el entorno natural de la edificación. Es posible pensar que este último esquema es más propio de la arquitectura rural, donde se dispone de grandes áreas libres y no existe la restricción dimensional de los solares o lotes de un pueblo o ciudad. Adicionalmente, es de suponer que el dominio visual del territorio circundante se lleva a cabo más eficazmente a partir de galerías exteriores (y de un mirador, desde luego). Abunda en la Nueva Granada la casa de hacienda que combina los dos sistemas espaciales, estando organizada en torno a un patio central pero teniendo a la vez galerías o balcones perimetrales. Esto se puede hallar en Fusca, Cundinamarca, Antón Moreno, Cauca o El Colegio, Cundinamarca. Para el propietario o el constructor rural no existió jamás contradicción alguna entre el mundo interior del patio y la prolongación del espacio circundante en la galería vertida hacia éste. El patio sería un trozo simbólico de campo incrustado dentro de la casa para vivir en él, o alrededor de éste. El campo circundante, en cambio, sería un espectáculo para mirar a distancia y en redondo. La casa sería una realidad interpuesta entre la existencia cotidiana y la contemplación.
Un elemento compositivo tan importante como la casa de hacienda misma son sus muros circundantes. Mediante éstos se organiza y dosifica la mirada desde la casa hacia el mundo exterior, tornándolo comprensible al ponerle límites y dimensiones inteligibles. Los muros inscritos en el paisaje le otorgan un orden a la vez poético y matemático. Por las más prosaicas y utilitarias razones, había que hacer también portadas, corrales, huertas, caballerizas o sembradíos y así quedaría establecido el doble origen de los muros circundantes, quizá el rasgo más fascinante de las casas de hacienda neogranadinas. En Casa Colonial se dijo: “La casa de hacienda es ella y sus muros circundantes, su espacio real y el espacio virtual determinado por aquéllos…Las cercas de piedra o de humilde tapia pisada, con las cicatrices de la intemperie y el paso del tiempo, vinieron a delimitar en un primer perímetro, los jardines próximos a la casa cuando los hubo, la llegada a caballo, el patio de los aperos y las monturas, el pozo o el aljibe.
Un segundo perímetro englobaría la huerta, el gallinero, los potreros más cercanos y los árboles frutales. Por último, un tercer perímetro lejano, visible apenas entre los arbustos y las laderas, vendría a delimitar los pastales de la ganadería o los sembrados más extensos. Cada uno de estos espacios sucesivos contiene todos los anteriores. Cada uno de los anteriores anuncia y presagia el siguiente, más amplio y distante. Todos parten del centro de la casa de hacienda”.
Estas consideraciones sobre la ordenación del espacio natural incorporan a la casa de hacienda uno de los elementos básicos: el aire. Otro de ellos, el agua, merece también una honrosa mención como punto esencial de la existencia de las formas construidas. En el primer capítulo de este estudio se indicó cómo es inconcebible la vida misma, y las formas artificiales que la rodean, sin la presencia del agua. En las regiones áridas del norte de México fueron necesarias obras extraordinarias de ingeniería hidráulica para llevar agua potable y de riego a muchas haciendas distantes de cualquier fuente o curso de agua. Las zonas cultivables de la Nueva Granada fueron más generosas en la provisión de agua, y así, no resultaron necesarios los ingentes esfuerzos observables aún hoy en lo que fuera la Nueva España para darles vida a la tierra y a quienes la explotaban. La presencia del agua determinó la calidad de las tierras por poseer o conquistar, y los litigios de época colonial sobre el uso y repartición de los cursos y fuentes de agua conforman la mayor parte de la pequeña historia rural neogranadina.
En las regiones del altiplano andino fue rara la construcción de un acueducto que fuese algo más que una sucesión de piezas acanaladas en piedra colocadas sobre el terreno, o una simple acequia excavada en éste, desembocando por lo general en un estanque o aljibe. Aún son observables algunos restos de las llegadas y surtidores de agua en las dependencias auxiliares de las casas de hacienda cundiboyacenses, “testigos” de las formas tradicionales de aprovisionamiento de agua, pero la totalidad de las fuentes de piedra incluidas hoy con fines puramente estéticos en los patios de casas rurales de época colonial son incongruentes “aportes” modernos (decoración de interiores) que falsean el testimonio de historia que éstas puedan proveer. No son otra muestra de la tendencia a “elegantizar” la modesta arquitectura de las casas de hacienda de época colonial. Aunque excepcionalmente se hubiese colocado un aljibe o pozo subterráneo en el patio central de la casa (y no fuera de ésta como sería más lógico y conveniente), en el mejor de los casos lo que habría sobre aquél sería un modesto brocal para sacar agua. Es obvio que lo que hubo en algunos patios interiores fue alguna modesta alberca para recoger el agua lluvia de los tejados circundantes. Es de imaginar la renuencia de los hacendados neogranadinos, para quienes el costo de unas columnas de piedra era excesivo, a pagar primero por una pieza de arte tallada en forma de fuente barroca, y luego por toda una obra hidráulica para traer el agua al centro de la casa.
El baño fue una tradición hispanomusulmana renuentemente traída al Nuevo Mundo por gentes que según la evidencia documental se bañaban muy poco. Cabe recordar la sorpresa de los castellanos reconquistadores de las ciudades andaluzas en el siglo XV ante edificaciones cuyo uso era tan novedoso como extraño: los baños públicos de Granada, Córdoba, Jaén o Sevilla, así como el dicho campesino hispánico: El agua para los caballos, la lavaza para los cerdos, el vino y el aguardiente para los cristianos (o en versión neogranadina, el agua para las mulas, la lavaza para los marranos y la chicha para los de a pie). Sería en los climas tropicales del Valle del Cauca y más moderados del alto Cauca donde la tradición del baño al aire libre como elemento arquitectónico, y con ella, la de los elaborados sistemas de acueducto, fuese retomada en las casas de ciudad y de hacienda.
En el Valle del Cauca, la hacienda de trapiche de Piedechinche (actual Museo de la Caña de Azúcar) posee un sistema de suministro de agua para uso industrial que data del siglo XVIII, y resulta ejemplar en su género. Japio, otra hacienda de trapiche en el Cauca, incluye un vistoso acueducto sobre arquillos de mampostería, y Cañasgordas, una hacienda de ganadería en las afueras de Cali, tiene un baño cubierto incorporado a la casa principal, todo lo cual comprueba la importancia y cuidado que se le otorgaba al agua en la construcción rural del occidente neogranadino. Es en las casas de hacienda en torno a Popayán donde el manejo del agua como material de construcción alcanza un inspirado nivel. La tradición islámica granadina, cuyo máximo ejemplo es el empleo arquitectónico en el Generalife y la Alhambra del agua fresca y fría traída desde las cumbres montañosas y orientada por atarjeas y estanques para irrigar jardines, saciar la sed y lavar “bestias y cristianos”, tuvo una continuidad tan hermosa como utilitaria en las casas de hacienda de Antón Moreno, Calibío o Yambitará. Buena y bella arquitectura es aquella que parte del aire y del agua para cualificar el espacio natural y darles sentido a las formas construidas.
La totalidad de las observaciones anteriores enfatizan la inutilidad o irrelevancia de una tipificación o clasificación de las casas de hacienda neogranadinas sobre la base de tipologías espaciales, ambientales, funcionales o simplemente climáticas. El autor de estas líneas cayó también, en 1975,34. en la atractiva tentación ideada por otros historiadores, de relacionar la variedad de climas de la Nueva Granada con los “tipos” arquitectónicos de las casas de hacienda, categorizándolas como localizadas en “tierras altas” y “tierras cálidas”. Esto es tan entretenido pero tan fútil como organizarlas según su situación en lugares donde llueve mucho o poco, o haya murciélagos o insectos. Luego de los estudios inventariales de la arquitectura rural de época colonial llevados a cabo en los últimos veinticinco años o más, y la incontrovertible conclusión derivada de aquéllos, de que los mismos esquemas de ordenación espacial, la misma tecnología y los mismos resultados volumétricos se presentaron indistintamente en las casas de hacienda de todas las regiones y climas de la Nueva Granada, con apenas algunas diferencias técnicas marginales (v.g., el uso de diferentes especies de maderas para montar los mismos sistemas estructurales), se debe admitir con toda franqueza la carencia de sentido o validez de la teoría de una relación causal clima-casa. Esto lleva, desde luego, a enfatizar la tendencia del hacendado y el constructor coloniales a enfrentar el problema climático de los páramos boyacenses o del extremo sur del país, del trópico extremo en la costa del Mar Caribe o en las altiplanicies andinas con idénticos esquemas arquitectónicos, y en el fondo, siempre con la misma casa. El poblador español, acostumbrado a soportar los feroces veranos extremeños y andaluces, o el frío de los inviernos castellanos o manchegos, trajo consigo a la Nueva Granada la elementalidad ¿o la disciplina? arquitectónicas, de quien suple a base de recio estoicismo lo que las formas construidas no le pueden dar. Es así como buena parte de las reformas perpetradas en casas de hacienda coloniales durante el final del siglo XIX y comienzos del XX son concesiones tácitas a los climas, tratando de elevar el nivel de “confort” (noción que hubiera resultado escandalosa para un hacendado del siglo XVIII) mediante el curioso intento de mantener el calor fuera de la casa en el trópico y dentro de ésta en las “tierras altas”, con muy limitado éxito en ambos casos.
La segunda consideración que invalida aún más toda posible clasificación tipológica de las casas de hacienda neogranadinas es de orden formal. Estas fueron creadas como herramienta de trabajo y refugio contra la intemperie, pero no como obras de arte. Poseen, claro está, una dimensión y calidad estética, pero ésta deriva y es accesoria a las dos primeras, careciendo por lo tanto de existencia autónoma. La casa de hacienda no tiene lo que se podría llamar “forma original” y menos aún “forma final”. Comienza de muchas maneras (o de cualquier manera) y formas, incluyendo la adopción temporal de un bohío indígena, y durante su vida útil está sujeta por naturaleza a un crecimiento gradual y una decadencia que resultan evidentemente aleatorios o “desordenados” desde un punto de vista académico. Durante su existencia está destinada a pasar por las manos de sucesivos propietarios que van a destruir, restaurar, reconstruir y rehacer partes de la casa obedeciendo a necesidades concretas, caprichos temperamentales, intenciones de cualquier índole y accidentes de la naturaleza o provocados por la torpeza humana. La casa crecerá para albergar más gente, para luego ser demolida en parte o del todo cuando ya nadie requiera de ella más que uno o dos cuartos para existir en la tremenda soledad del campo o su destino sea el del abandono y la muerte.
Será una notable excepción la casa de hacienda cuya historia no incluya constantes cambios y reformas sin fin. Son innumerables las casas de hacienda que surgieron con la firme intención de sus dueños o constructores de envolver un patio central en cuatro tramos circundantes de construcción, y luego los azares y vaivenes del destino, incluyendo alguna repentina escasez de dinero o crédito, redujeron la edificación a un solitario pabellón en el paisaje, con una modesta galería en uno de sus frentes, y otras en las cuales cada nueva generación de hacendados fue añadiendo “algo más”, con tanto afecto como desparpajo arquitectónico, creando una cálida o curiosa “colcha de retazos” arquitectónica. Las casas de hacienda son tan inclasificables como los rostros de sus habitantes o sus constructores, habiendo sido creadas exactamente a imagen y semejanza de éstos, de sus idiosincrasias, sus virtudes y sus torpezas.
Se ha ponderado frecuentemente lo que se denomina “la variedad dentro de la uniformidad” a propósito de la arquitectura doméstica colonial. Por desmañado que pueda parecer ese término de arquitectos, lo cierto es que las casas de hacienda neogranadinas son siempre las mismas y, a la vez, siempre diferentes, como las manos del hombre, invariablemente dotadas de la misma anatomía pero con huellas digitales de infinita variedad. A ellas no se les puede aplicar el dicho campesino: Vista una, vistas todas. En vano se buscarían dos casas de hacienda exactamente idénticas, o más absurdo aún, localizadas en dos parajes totalmente iguales, en toda la Nueva Granada. Para un estudioso de la arquitectura la paradoja de la variedad y la uniformidad es una erudita constatación, pero un biólogo dirá que no sólo es asunto sabido sino que carece de importancia, puesto que para él lo vital y decisivo no son las similaridades sino las sutiles diferencias, no la tipificación sino las mutaciones.
La casa de hacienda colonial no fue pensada para hacer concesiones al clima y muy poco a las exigencias mínimas de habitabilidad posibles. Su rusticidad o dureza ambiental sólo podría ser un reflejo de la implacable, aunque hermosa naturaleza que la rodea. Los lujos del mobiliario y la decoración fueron invariablemente asuntos burgueses reservados a las casas de la ciudad más próxima o a la capital de la provincia. Los palacetes extraordinarios que son algunas casas de hacienda mexicanas corresponden a grupos sociales muchísimo más poderosos económicamente que los neogranadinos, y a niveles de conducta social en los cuales vuelven a aparecer las nociones europeas de la arquitectura como simbología de clase y muestra de poder. Y a gentes que no tenían inconveniente en invertir cuantiosas fortunas en el más caro de todos los lujos posibles, el de la arquitectura. La Nueva Granada tendría, como corresponde a las clases terratenientes que surgieron en ella, casas de hacienda amplias y ambientalmente amables, pero sin otro lujo que el de su noble estirpe arquitectónica. Para residir en una casa de hacienda en el campo neogranadino hay, entonces como ahora, que tener buena capacidad de adaptación a circunstancias diferentes de lo que hoy se entiende por habitabilidad, una infinita paciencia y un ánimo condescendiente y afectuoso, pues la arquitectura del pasado así lo exige. No se debe olvidar que la gracia evocativa y el atractivo ambiental que poseen y no pierden jamás del todo las casas en el campo, están en el corazón, la mente y los sentidos de quien las vive o las observa, y ante todo quien las conoce bien y las comprende, más que en sus componentes arquitectónicos. La esencia de su posible gracia como forma construida no reside en su inconmovible sencillez sino en la complejidad de las emociones o impresiones que pueda despertar la percepción de sus espacios y el contenido de éstos. No se debe olvidar que esa recia y humilde implacabilidad de la casa de hacienda colonial no es un inconveniente sino su más noble virtud, siendo además el rasgo arquitectónico y ambiental que le permite ingresar a la historia continental y ocupar en ella un destacado lugar. De la casa de hacienda, en mayor grado que de su congénere urbano, se podría decir, según Antoine de St. Exupéry35.: “…el palacio de mi padre, donde todos los pasos tenían un sentido”.