- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
La Casa de Hacienda colombiana
Patio de la casa de Gotua, en Iza, Boyacá. Construido en los últimos años del siglo XVIII o primeros del siglo XIX.
El Salitre, Bojacá, Cundinamarca. Extensamente reconstruida y reformada a fines del siglo XIX.
El Molino, Cogua, Cundinamarca.
La Sierra, Valle del Cauca. El frente principal de la casa, simetrizado en el siglo XIX mediante el cerramiento de los extremos de la amplia galería-balcón hacia la vista del valle y la adición de un camino y entrada axiales, partiendo lo que debe ser un espacio unitario. La transición de la Colonia a la República. La forma inicial de colombianización de las casas de hacienda fue la de superponer ideas y formas eclécticas a las edificaciones de época colonial, bajo la noción de la obsolescencia y vejez de “lo antiguo”. El ejemplo que mejor ilustra este proceso es la casa de La Sierra, Valle del Cauca, llamada también El Paraíso y restaurada como escenario de la novela María de Jorge Isaacs.
La Sierra, Valle del Cauca. El antiguo acceso, a pie o a caballo, a la casa a través del patio “trasero”, el cual conserva sus muros perimetrales pero ha sido restaurado como jardín “formal”.
La Sierra, Valle del Cauca. El espacio de la galería hacia la vista del valle.
La Sierra, Valle del Cauca. El espacio de la galería hacia la vista del valle.
La Sierra. Valle del Cauca. El funcionalismo de la cocina de época colonial.
La Sierra. Valle del Cauca. El eje de simetría impuesto a la casa como marca de una nueva manera de ordenación espacial. Nótese el uso continuado de piso en ladrillos hexagonales de origen andaluz, es decir, islámico.
El Rabanal, Ubaté, Cundinamarca. La transición arquitectónica de esta casa no consistió en imposiciones academizantes sino en alteraciones técnicas que trastrocaron la austera geometría de la construcción de época colonial. El volumen de la casa siguió siendo el mismo, pero los pies derechos de la galería del piso alto se multiplicaron en número y este peso adicional hizo necesario el “refuerzo” del piso bajo. Las improvisadas columnas de piedra indican una total indiferencia o ignorancia respecto del funcionamiento estructural de la antigua casa pero resultan pintorescas. La República improvisó donde la Colonia sabía exactamente lo que hacía.
El Rabanal, Ubaté, Cundinamarca. La transición arquitectónica de esta casa no consistió en imposiciones academizantes sino en alteraciones técnicas que trastrocaron la austera geometría de la construcción de época colonial. El volumen de la casa siguió siendo el mismo, pero los pies derechos de la galería del piso alto se multiplicaron en número y este peso adicional hizo necesario el “refuerzo” del piso bajo. Las improvisadas columnas de piedra indican una total indiferencia o ignorancia respecto del funcionamiento estructural de la antigua casa pero resultan pintorescas. La República improvisó donde la Colonia sabía exactamente lo que hacía.
El Rabanal, Ubaté, Cundinamarca. La transición arquitectónica de esta casa no consistió en imposiciones academizantes sino en alteraciones técnicas que trastrocaron la austera geometría de la construcción de época colonial. El volumen de la casa siguió siendo el mismo, pero los pies derechos de la galería del piso alto se multiplicaron en número y este peso adicional hizo necesario el “refuerzo” del piso bajo. Las improvisadas columnas de piedra indican una total indiferencia o ignorancia respecto del funcionamiento estructural de la antigua casa pero resultan pintorescas. La República improvisó donde la Colonia sabía exactamente lo que hacía.
El Salitre. Sopó, Cundinamarca. Una casa admirablemente situada en el paisaje del altiplano cundinamarqués, es un resumen de historia de arquitectura rural en la región. La casa colonial existente allí fue construida tardíamente, en los primeros años del siglo XIX, reemplazando otra más modesta, de fecha indeterminada. En la segunda mitad del XIX la casa adquirió el volumen y área actuales, junto con un tratamiento simetrizante de la fachada principal, cielos rasos interiores y tratamiento estructural y espacial de patios interiores con elementos e ideas propios de la arquitectura urbana de Bogotá. Al final del siglo XX ha sido modernizada, creando vanos de ventanas de mayor tamaño y rehaciendo la casa con la fría precisión geométrica característica de la arquitectura contemporánea.
El Salitre. Sopó, Cundinamarca. Una casa admirablemente situada en el paisaje del altiplano cundinamarqués, es un resumen de historia de arquitectura rural en la región. La casa colonial existente allí fue construida tardíamente, en los primeros años del siglo XIX, reemplazando otra más modesta, de fecha indeterminada. En la segunda mitad del XIX la casa adquirió el volumen y área actuales, junto con un tratamiento simetrizante de la fachada principal, cielos rasos interiores y tratamiento estructural y espacial de patios interiores con elementos e ideas propios de la arquitectura urbana de Bogotá. Al final del siglo XX ha sido modernizada, creando vanos de ventanas de mayor tamaño y rehaciendo la casa con la fría precisión geométrica característica de la arquitectura contemporánea.
El Salitre. Sopó, Cundinamarca. La presencia del inevitable eje de simetría en el centro de la casa. A derecha, el tratamiento espacial del pequeño patio interior con sus considerables alturas. Compárese este espacio con el del patio de la casa de Altamira, Tenjo, Cundinamarca, para evaluar lo que va de la Colonia a la República en arquitectura rural.
El Hato, Florida, Valle del Cauca. Luego de la superposición de elementos eclécticos sobre la construcción de época colonial, el siguiente paso en la transición de las casas de hacienda coloniales a las del período republicano fue la combinación de las tradiciones constructivas hispánicas con las nuevas modalidades compositivas para crear así edificaciones nuevas. Un notable ejemplo de ese proceso es la casa de El Hato, cuya airosa volumetría establece una modalidad distinta en la relación entre casa y lugar. Sus rigurosas fachadas simétricas, construidas “a mano alzada”, le permitirían estar situada indistintamente en cualquier lugar de la región (lo cual no se podría decir, por ejemplo, de La Concepción de Amaime, o La Merced). El Hato inaugura, en cierto modo, la época de la casa de hacienda vallecaucana moderna, abstracta, independiente de su propia localización, aunque sin renegar por ello de su pasado colonial. Nótese en esta y otras casas de la época la combinación muy original de tejados a la manera campesina y, bajo éstos, fachadas academizantes.
Garciabajo, Caloto, Cauca. Actualmente existe en un complejo arquitectónico formado por unas ocho edificaciones diferentes (casa de los señores, peonía, ramadas, corrales, caballerizas, capilla, antiguos anexos del trapiche) que datan desde el siglo XVIII hasta las últimas décadas del XX. La casa principal misma, a diferencia de La Industria, es un singular ejemplo de inspirada improvisación o aprovechamiento de ruinas existentes. En uno de tantos episodios de la guerra civil de 1884 y 1885 fue incendiada la bagacera del antiguo trapiche. Las sólidas arquerías de ladrillo de ésta (siglo XVIII) resistieron la destrucción de la cubierta. Sobre la curiosa y enorme “sala hipóstile”, formada por las antiguas arquerías, se levantó una originalísima casa nueva, cuya fachada no dejó de presentar la apariencia tradicional de una gran galería-balcón enfrentada a la vista y terminada en sus extremos por volúmenes cerrados. Una reciente remodelación le dio un tono decorativo y un tanto fantasmagórico a lo que fuera estrictamente utilitario en otras épocas, como sería la gran extensión longitudinal de las arquerías y la “caída de agua” del trapiche.
Garciabajo, Caloto, Cauca. Actualmente existe en un complejo arquitectónico formado por unas ocho edificaciones diferentes (casa de los señores, peonía, ramadas, corrales, caballerizas, capilla, antiguos anexos del trapiche) que datan desde el siglo XVIII hasta las últimas décadas del XX. La casa principal misma, a diferencia de La Industria, es un singular ejemplo de inspirada improvisación o aprovechamiento de ruinas existentes. En uno de tantos episodios de la guerra civil de 1884 y 1885 fue incendiada la bagacera del antiguo trapiche. Las sólidas arquerías de ladrillo de ésta (siglo XVIII) resistieron la destrucción de la cubierta. Sobre la curiosa y enorme “sala hipóstile”, formada por las antiguas arquerías, se levantó una originalísima casa nueva, cuya fachada no dejó de presentar la apariencia tradicional de una gran galería-balcón enfrentada a la vista y terminada en sus extremos por volúmenes cerrados. Una reciente remodelación le dio un tono decorativo y un tanto fantasmagórico a lo que fuera estrictamente utilitario en otras épocas, como sería la gran extensión longitudinal de las arquerías y la “caída de agua” del trapiche.
Garciabajo, Caloto, Cauca. Actualmente existe en un complejo arquitectónico formado por unas ocho edificaciones diferentes (casa de los señores, peonía, ramadas, corrales, caballerizas, capilla, antiguos anexos del trapiche) que datan desde el siglo XVIII hasta las últimas décadas del XX. La casa principal misma, a diferencia de La Industria, es un singular ejemplo de inspirada improvisación o aprovechamiento de ruinas existentes. En uno de tantos episodios de la guerra civil de 1884 y 1885 fue incendiada la bagacera del antiguo trapiche. Las sólidas arquerías de ladrillo de ésta (siglo XVIII) resistieron la destrucción de la cubierta. Sobre la curiosa y enorme “sala hipóstile”, formada por las antiguas arquerías, se levantó una originalísima casa nueva, cuya fachada no dejó de presentar la apariencia tradicional de una gran galería-balcón enfrentada a la vista y terminada en sus extremos por volúmenes cerrados. Una reciente remodelación le dio un tono decorativo y un tanto fantasmagórico a lo que fuera estrictamente utilitario en otras épocas, como sería la gran extensión longitudinal de las arquerías y la “caída de agua” del trapiche.
La Industria, Florida, Valle del Cauca. El paso final entre la arquitectura colonial y republicana fue el de construir ex-novo enteramente. La Industria, según B. Barney y F. Ramírez, “Fue trazada por el señor Francisco I. Caldas (descendiente del prócer Francisco José de Caldas y como éste, arquitecto aficionado) y construida por el maestro (de obra) Ramón Calero entre 1917 y 1920”. La casa luce una rigurosa fachada simétrica central, intervención, ahora sí arquitectónica, que contrasta con la informalidad de otras fachadas como la de La Concepción de Amaime, en El Cerrito. Lo que se gana en elegancia de diseño académico se pierde en gracia ambiental y relación con el lugar.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. Es una casa construida en parte durante el siglo XVIII y luego ampliada y reformada extensamente en la segunda mitad del XIX. En época reciente ha sido objeto de una modernización sumada a las transformaciones anteriores. El resultado de esos episodios es ambientalmente grato pero carente de la armonía formal propia de una construcción exclusivamente de época colonial. La adición de gabinetes de casa urbana y cerramientos en fachada en la galería frontal del piso alto (un espacio hecho para ser abierto) son aportes “modernos”.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. Al modernizar una casa de hacienda antigua frecuentemente se altera de modo decisivo uno de los rasgos vitales de aquélla, como es el reemplazo de las pequeñas ventanas originales, que implican cierta manera de atisbar al exterior, por grandes ventanales panorámicos. Cabría pensar qué es lo que se pierde al ganar amplitud de vista.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. La casa conserva el entorno de un patio interior de época colonial ambientalmente delicioso, dominado por una fuente bella pero incongruente con el espacio que la acoge.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. La casa conserva el entorno de un patio interior de época colonial ambientalmente delicioso, dominado por una fuente bella pero incongruente con el espacio que la acoge.
Buenavista, Cota, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se conformó en el siglo XIX como resultado de la desmembración de la extensa propiedad de Tibabuyes. La casa ilustrada no es una construcción de época colonial sino una edificación enteramente nueva levantada para D. José Ma. Urdaneta, su primer propietario, a partir de 1872. Buenavista sería un invaluable documento de historia, y un resumen de extraordinario interés de virtudes y defectos de arquitectura de época republicana, incluyendo la pintura mural y otras decoraciones de tono europeo agregadas a ésta por Alberto Urdaneta, su segundo dueño, de no haber sufrido una desafortunada modernización interior en 1967 y 1969. Actualmente conserva la volumetría de sus tejados y su ambiente exterior, incluyendo el patio cochero en su frente y su gran entrada axial (derecha), a la manera de villa campestre francesa, los cuales son aportes realizados de 1881 en adelante por Alberto Urdaneta.
Buenavista, Cota, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se conformó en el siglo XIX como resultado de la desmembración de la extensa propiedad de Tibabuyes. La casa ilustrada no es una construcción de época colonial sino una edificación enteramente nueva levantada para D. José Ma. Urdaneta, su primer propietario, a partir de 1872. Buenavista sería un invaluable documento de historia, y un resumen de extraordinario interés de virtudes y defectos de arquitectura de época republicana, incluyendo la pintura mural y otras decoraciones de tono europeo agregadas a ésta por Alberto Urdaneta, su segundo dueño, de no haber sufrido una desafortunada modernización interior en 1967 y 1969. Actualmente conserva la volumetría de sus tejados y su ambiente exterior, incluyendo el patio cochero en su frente y su gran entrada axial (derecha), a la manera de villa campestre francesa, los cuales son aportes realizados de 1881 en adelante por Alberto Urdaneta.
Buenavista, Cota, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se conformó en el siglo XIX como resultado de la desmembración de la extensa propiedad de Tibabuyes. La casa ilustrada no es una construcción de época colonial sino una edificación enteramente nueva levantada para D. José Ma. Urdaneta, su primer propietario, a partir de 1872. Buenavista sería un invaluable documento de historia, y un resumen de extraordinario interés de virtudes y defectos de arquitectura de época republicana, incluyendo la pintura mural y otras decoraciones de tono europeo agregadas a ésta por Alberto Urdaneta, su segundo dueño, de no haber sufrido una desafortunada modernización interior en 1967 y 1969. Actualmente conserva la volumetría de sus tejados y su ambiente exterior, incluyendo el patio cochero en su frente y su gran entrada axial (derecha), a la manera de villa campestre francesa, los cuales son aportes realizados de 1881 en adelante por Alberto Urdaneta.
Casa de los Mayores, Titiribí, Antioquia. Tuvo su comienzo durante la segunda mitad del siglo XVIII como parte de la apertura de territorios mineros en Antioquia. La casa ha sido ampliada y reformada en repetidas ocasiones durante el final del siglo XIX y parte del XX. Al lado de la casa surgió una capilla exenta y junto con ella un minipueblo en los terrenos de la hacienda. Nótese la similaridad de este caso con el de Guacarí, en el Valle del Cauca.
Casa de los Mayores, Titiribí, Antioquia. El uso de aleros muy largos apoyados en jabalcones o pies de amigos se popularizó en Antioquia a fines del siglo XIX.
Casa de los Mayores, Titiribí, Antioquia. El uso de aleros muy largos apoyados en jabalcones o pies de amigos se popularizó en Antioquia a fines del siglo XIX.
La Esmeralda, Quindío. A título comparativo se incluye esta casa de finca cafetera en una región poblada durante la colonización antioqueña del centro del país. Nótese el uso de maderas regionales, extensivo a los cielos rasos, pisos y zócalos, característico de la construcción artesanal de la segunda mitad del siglo XIX en la región quindiana y caldense. Los tejados observables en la región productora de café son, en general, de inclinaciones y extensión menores con respecto a los de casas de hacienda de época colonial.
La Esmeralda, Quindío. A título comparativo se incluye esta casa de finca cafetera en una región poblada durante la colonización antioqueña del centro del país. Nótese el uso de maderas regionales, extensivo a los cielos rasos, pisos y zócalos, característico de la construcción artesanal de la segunda mitad del siglo XIX en la región quindiana y caldense. Los tejados observables en la región productora de café son, en general, de inclinaciones y extensión menores con respecto a los de casas de hacienda de época colonial.
La Esmeralda, Quindío. La adaptación libre a finales del siglo XIX de tradiciones de origen colonial, como son los patios interiores y la relación interior-exterior establecida mediante galerías continuas. El ambiente logrado, debido a las usanzas artesanales de la región y sus circunstancias históricas, es notablemente diferente de lo observable, por ejemplo, en las casas de hacienda coloniales del Valle del Cauca.
San Felipe, Mariquita, Tolima. Construida (o re-construida) durante la segunda mitad del siglo XIX y ampliada en el XX. Se observan los mismos síntomas de época republicana e incluso contemporánea en una construcción donde, a manera de concesión al clima extremo tropical, las galerías son predominantes.
San Felipe, Mariquita, Tolima. Construida (o re-construida) durante la segunda mitad del siglo XIX y ampliada en el XX. Se observan los mismos síntomas de época republicana e incluso contemporánea en una construcción donde, a manera de concesión al clima extremo tropical, las galerías son predominantes.
San Felipe, Mariquita, Tolima. La interesante aparición de un volumen arquitectónico nuevo en este género, como es el salón alto abierto, es decir, carente de muros portantes, por la misma razón funcional y climática. Esto sería, en efecto, una actitud moderna en la arquitectura rural, pero en cuanto a la construcción de época colonial, no hizo caso a las características arquitectónicas tradicionales a esas condiciones climáticas en ninguna región neogranadina.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
San Rafael, Sesquilé, Cundinamarca. Esta casa, construida al final del siglo XIX se localiza en las proximidades de la de Chaleche, algo más antigua e ilustrada en el Capítulo “Hacienda y Casa”, y corresponde a una de las subdivisiones de época republicana de la hacienda de ese nombre. Desde luego, su atrayente volumetría es una plasmación directa de la de Casablanca, Sopó, y otras casas coloniales de la sabana de Bogotá, pues no habría razón para “inventar” una arquitectura diferente con la cual enfrentar el paisaje de la región o simplemente instalar una buena casa rural en un altozano adosado a los cerros vecinos.
San Rafael, Sesquilé, Cundinamarca. La época de construcción de la casa se deduce del uso de armaduras de cubierta en cerchas “romanas” con pendolón, las cuales fueron lo único que recordaban los constructores del siglo XIX, una vez abandonada u olvidada la tradición del par y nudillo en versión santafereña. Los grandes ventanales modernos alteran decisivamente los espacios interiores.
La Esmeralda, El Cerrito, Valle del Cauca. Fue incluida inadvertidamente en Casa Colonial. Se trata, en realidad de una casa de hacienda netamente republicana pues su construcción data de los últimos años del siglo XIX, con reformas y adiciones de la segunda década del XX. Parece ser que en el lugar existió un pequeño rancho de época indeterminada. La casa incluye los elementos compositivos tradicionales presentes en la construcción colonial, como serían las galerías periféricas en poste y dintel de madera y la sobreelevación de un pequeño tramo en piso alto, pero esto ocurre en combinación con cielos rasos planos y cierta simplificación dimensional y desmedro estético de sistemas de columnas, barandas, rejas, puertas y ventanas, lo cual es el indicio formal indicativo de la época republicana. La casa continúa la tradición de una inspirada escogencia de lugar y localización al aprovechar un altozano que domina la comarca circundante.
La Esmeralda, El Cerrito, Valle del Cauca. Fue incluida inadvertidamente en Casa Colonial. Se trata, en realidad de una casa de hacienda netamente republicana pues su construcción data de los últimos años del siglo XIX, con reformas y adiciones de la segunda década del XX. Parece ser que en el lugar existió un pequeño rancho de época indeterminada. La casa incluye los elementos compositivos tradicionales presentes en la construcción colonial, como serían las galerías periféricas en poste y dintel de madera y la sobreelevación de un pequeño tramo en piso alto, pero esto ocurre en combinación con cielos rasos planos y cierta simplificación dimensional y desmedro estético de sistemas de columnas, barandas, rejas, puertas y ventanas, lo cual es el indicio formal indicativo de la época republicana. La casa continúa la tradición de una inspirada escogencia de lugar y localización al aprovechar un altozano que domina la comarca circundante.
La Esmeralda, El Cerrito, Valle del Cauca. Fue incluida inadvertidamente en Casa Colonial. Se trata, en realidad de una casa de hacienda netamente republicana pues su construcción data de los últimos años del siglo XIX, con reformas y adiciones de la segunda década del XX. Parece ser que en el lugar existió un pequeño rancho de época indeterminada. La casa incluye los elementos compositivos tradicionales presentes en la construcción colonial, como serían las galerías periféricas en poste y dintel de madera y la sobreelevación de un pequeño tramo en piso alto, pero esto ocurre en combinación con cielos rasos planos y cierta simplificación dimensional y desmedro estético de sistemas de columnas, barandas, rejas, puertas y ventanas, lo cual es el indicio formal indicativo de la época republicana. La casa continúa la tradición de una inspirada escogencia de lugar y localización al aprovechar un altozano que domina la comarca circundante.
La Unión, Armero, Tolima. Las casas de hacienda de la región son, en general, posteriores a la fundación de la ciudad de este nombre, a mediados del siglo XIX, por lo que la construcción de ésta puede datar de 1875 en adelante. Habría una similaridad tipológica entre San Felipe, en Mariquita, y La Unión, puesto que ambas se adaptan de modo análogo al clima tropical de la región. La preponderancia de amplias galerías y la localización de salones en piso alto son elementos arquitectónicos implantados en época republicana en la construcción rural de las regiones centrales del país.
La Unión, Armero, Tolima. Las casas de hacienda de la región son, en general, posteriores a la fundación de la ciudad de este nombre, a mediados del siglo XIX, por lo que la construcción de ésta puede datar de 1875 en adelante. Habría una similaridad tipológica entre San Felipe, en Mariquita, y La Unión, puesto que ambas se adaptan de modo análogo al clima tropical de la región. La preponderancia de amplias galerías y la localización de salones en piso alto son elementos arquitectónicos implantados en época republicana en la construcción rural de las regiones centrales del país.
Juan Blanco, Santa Fe de Antioquia. Esta, como la mayoría de las casas de hacienda de la región fue construida, en sus tramos originales, durante el auge de la colonización y explotación del territorio antioqueño, a partir del comienzo del siglo XVIII. El rasgo arquitectónico distintivo de las casas de hacienda antioqueñas siguen siendo sus galerías perimetrales sobre columnas de madera apoyadas en basas de mampostería. El énfasis espacial en este y otros casos en la misma región no es sobre los patios interiores sino hacia las caras exteriores de la edificación.
Juan Blanco, Santa Fe de Antioquia. La abundante vegetación en torno a la casa ha sido conservada como un elemento básico en la relación entre ésta y el lugar. La calidad ambiental así lograda le suma autenticidad a una y otro.
Juan Blanco, Santa Fe de Antioquia. La abundante vegetación en torno a la casa ha sido conservada como un elemento básico en la relación entre ésta y el lugar. La calidad ambiental así lograda le suma autenticidad a una y otro.
Mesitas de Santa Inés, Cachipay, Cundinamarca. Aunque muy extensamente reconstruida, la casa conserva buena parte de la ordenación espacial característica de edificaciones residenciales urbanas de finales del siglo XIX en Bogotá, en las cuales los corredores y galerías conforman la mayor área. Es posible que la casa haya surgido en la época de 1870-1900, cuando el ferrocarril Bogotá-Girardot propició el desarrollo socioeconómico de la región y Cachipay era una de las estaciones intermedias importantes. Nótese el uso tradicional de galerías en poste y dintel de madera combinada con pisos, cielos rasos y tabiques en el mismo material.
Mesitas de Santa Inés, Cachipay, Cundinamarca. Aunque muy extensamente reconstruida, la casa conserva buena parte de la ordenación espacial característica de edificaciones residenciales urbanas de finales del siglo XIX en Bogotá, en las cuales los corredores y galerías conforman la mayor área. Es posible que la casa haya surgido en la época de 1870-1900, cuando el ferrocarril Bogotá-Girardot propició el desarrollo socioeconómico de la región y Cachipay era una de las estaciones intermedias importantes. Nótese el uso tradicional de galerías en poste y dintel de madera combinada con pisos, cielos rasos y tabiques en el mismo material.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. Un destacado ejemplo de casa de finca de época republicana localizada en terrenos resultantes de una subdivisión de subdivisiones de propiedades de época colonial, ocurridas sucesivamente en el curso de los siglos XIX y XX. Santa Rosa reemplaza, en los primeros años del siglo XX, a un modesto rancho existente en el lugar. La casa presenta sucesivas ampliaciones en torno a un espacio central y el uso correcto de elementos tradicionales como son los tejados y las galerías perimetrales.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. Un destacado ejemplo de casa de finca de época republicana localizada en terrenos resultantes de una subdivisión de subdivisiones de propiedades de época colonial, ocurridas sucesivamente en el curso de los siglos XIX y XX. Santa Rosa reemplaza, en los primeros años del siglo XX, a un modesto rancho existente en el lugar. La casa presenta sucesivas ampliaciones en torno a un espacio central y el uso correcto de elementos tradicionales como son los tejados y las galerías perimetrales.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. Un destacado ejemplo de casa de finca de época republicana localizada en terrenos resultantes de una subdivisión de subdivisiones de propiedades de época colonial, ocurridas sucesivamente en el curso de los siglos XIX y XX. Santa Rosa reemplaza, en los primeros años del siglo XX, a un modesto rancho existente en el lugar. La casa presenta sucesivas ampliaciones en torno a un espacio central y el uso correcto de elementos tradicionales como son los tejados y las galerías perimetrales.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. La edad de la casa de Santa Rosa es casi la misma de la palma de cera plantada en el patio central.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. En el interior del salón se observa una reforma singularmente contraria a lo usual en una casa de época republicana o fuertemente “republicanizada”, como es la eliminación de los cielos rasos planos destinados a ocultar las rústicas armaduras de cubiertas.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se configuró al final del siglo XVIII como parte del proceso de fraccionamiento de las grandes propiedades en el suroccidente de la sabana de Bogotá. La estructura de la casa y su ordenación espacial en torno a un patio central de bellas proporciones, de época colonial, se incluyen en el presente capítulo debido al interesante y acertado proceso de republicanización integral llevado a cabo entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se configuró al final del siglo XVIII como parte del proceso de fraccionamiento de las grandes propiedades en el suroccidente de la sabana de Bogotá. La estructura de la casa y su ordenación espacial en torno a un patio central de bellas proporciones, de época colonial, se incluyen en el presente capítulo debido al interesante y acertado proceso de republicanización integral llevado a cabo entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. Es una demostración de cómo es realmente posible el paso de una edificación del siglo XVIII al eclecticismo europeizante del XIX y de éste a la ambientación propia del XX, sin desmedro de la arquitectura original ni pérdida del valor de la casa. Documento histórico.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. Es una demostración de cómo es realmente posible el paso de una edificación del siglo XVIII al eclecticismo europeizante del XIX y de éste a la ambientación propia del XX, sin desmedro de la arquitectura original ni pérdida del valor de la casa. Documento histórico.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. Es una demostración de cómo es realmente posible el paso de una edificación del siglo XVIII al eclecticismo europeizante del XIX y de éste a la ambientación propia del XX, sin desmedro de la arquitectura original ni pérdida del valor de la casa. Documento histórico.
Alcalá, Samacá, Boyacá. La casa data en su primer tramo del siglo XVIII, pero fue ampliada y reconstruida durante el XIX. Es como Villa del Rosario, un caso limítrofe, en el cual la construcción original ha perdido calidades arquitectónicas originales a través de sucesivas transformaciones, pero retiene algunos rasgos espaciales y ambientales. Nótese el uso moderno de un acabado de época republicana, el papel de colgadura.
Alcalá, Samacá, Boyacá. La casa data en su primer tramo del siglo XVIII, pero fue ampliada y reconstruida durante el XIX. Es como Villa del Rosario, un caso limítrofe, en el cual la construcción original ha perdido calidades arquitectónicas originales a través de sucesivas transformaciones, pero retiene algunos rasgos espaciales y ambientales. Nótese el uso moderno de un acabado de época republicana, el papel de colgadura.
Alcalá, Samacá, Boyacá. La casa data en su primer tramo del siglo XVIII, pero fue ampliada y reconstruida durante el XIX. Es como Villa del Rosario, un caso limítrofe, en el cual la construcción original ha perdido calidades arquitectónicas originales a través de sucesivas transformaciones, pero retiene algunos rasgos espaciales y ambientales. Nótese el uso moderno de un acabado de época republicana, el papel de colgadura.
Aposentos, Cogua, Cundinamarca. El singular tratamiento de antejardín con reja, propio de “quinta” del antiguo Bogotá.
Aposentos, Cogua, Cundinamarca. La abigarrada colección de “dorados” coloniales en el oratorio republicano.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Fue fundada en el primer tercio del siglo XVII por el jesuita José Hurtado. No se sabe si la edificación existente allí, hoy sede campestre de la Universidad de los Andes, es la misma a la cual se refieren documentos del siglo XVIII o, según indicios técnicos, una reconstrucción parcial llevada a cabo en el siglo XIX de las ruinas de la que fuera abandonada por los jesuitas al ser expulsados de la Nueva Granada al final del siglo XVIII. La inclusión de El Noviciado aquí se debe al aspecto y factura técnica de época republicana que muestra actualmente.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Galería del piso bajo que muestra las columnas de piedra procedentes de la casa cural de Chía que reemplazaron recientemente los postes de madera más antiguos y el piso de ladrillo que sustituyó al de adobes.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Fachadas de la casa que dejan ver su carácter trunco o incompleto.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Fachadas de la casa que dejan ver su carácter trunco o incompleto.
El Vergel, Ibagué, Tolima. Para este caso tendrían vigencia las observaciones hechas a propósito de las casas de San Felipe en Mariquita y La Unión en Armero, pertenecientes a la misma región geográfica y con una índole arquitectónica análoga. El Vergel ha sido notablemente modernizada, pero conserva el ambiente y dimensiones de sus galerías de piso alto.
El Vergel, Ibagué, Tolima. Para este caso tendrían vigencia las observaciones hechas a propósito de las casas de San Felipe en Mariquita y La Unión en Armero, pertenecientes a la misma región geográfica y con una índole arquitectónica análoga. El Vergel ha sido notablemente modernizada, pero conserva el ambiente y dimensiones de sus galerías de piso alto.
La Ramada, Madrid, Cundinamarca. Es resultado de sucesivos fraccionamientos y reestructuraciones de haciendas de la sabana de Bogotá entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX. Parece ser que sólo un tramo de la casa actual data de la época colonial, siendo los restantes productos de ampliaciones y reformas que se prolongaron hasta las primeras décadas del siglo actual. La casa, por último, ha sido objeto de la modernización necesaria para adaptarla a los modos de vida contemporáneos. Página opuesta, El cerramiento de corredores y galerías, originalmente abiertos, mediante celosías, calados y antepechos, es un proceso arquitectónico común a todas las casas de hacienda de cualquier época en las regiones de clima frío y templado. Se supone que por ese medio se logra mayor comodidad y una apariencia más elegante.
Texto de: Germán Tellez
El final del período colonial se puede situar, para el territorio colombiano, entre 1819 y 1830. Hasta entonces lo correcto es hacer referencia a las casas de hacienda coloniales como siendo Neogranadinas, es decir, levantadas en territorio del Nuevo Reino de Granada. De esas fechas en adelante, tanto las edificaciones nuevas como las transformaciones operadas en las de época anterior se pueden llamar Colombianas con toda propiedad puesto que, cronológicamente, se inicia allí el período formativo de la nueva nación y con él la gran transformación de todo cuanto se construyó en el campo de lo que se llamaría sucesivamente Estado de la Nueva Granada, Confederación Granadina, Estados Unidos de Colombia, y por último, ya en 1886, República de Colombia. Escapa a los límites del presente estudio la esquematización del complejo proceso histórico-político que implica el paso de la Colonia a la independencia de la hasta entonces provincia española de Ultramar, pero en lo que respecta a la arquitectura rural se pueden hacer algunas precisiones.
En la realidad campestre los cambios socioeconómicos de la transición política fueron menos notables, y en algunos aspectos, inexistentes. A través de la historia, el mundo rural ha sido tradicionalmente reacio al cambio social. La tesis de que lo único concreto logrado por las guerras de independencia del siglo XIX en la Nueva Granada fue un cambio de funcionarios en la burocracia y el paso del poder político regional de los españoles a sus equivalentes neogranadinos, ha resultado cada vez más valedera, a medida que los estudios de nueva ideología diluyen la versión “oficial” de la “historia patria”. Las jerarquías de clases sociales, ahora con diferentes etiquetas, permanecieron mayoritariamente intactas. El régimen de tenencia de la tierra, la condición del campesino, el aparcero, el colono y el terrateniente no presentaron cambios significativos o éstos fueron marginales. Los sistemas económicos de producción y abastecimiento continuaron los lineamientos establecidos durante la Colonia, presentando cambios muy lenta y superficialmente. Las guerras de independencia determinaron la desaparición o exilio de muchos terratenientes y burgueses españoles o criollos, y en reemplazo de éstos comenzaron a surgir grupos sociales nuevos que no modificaron sensiblemente las actitudes tradicionales respecto de la propiedad y usufructo de la tierra.
El fraccionamiento de grandes propiedades rurales continuó como en las últimas épocas de la Colonia, pero no está probado que aumentara sensiblemente durante la República. Prueba de ello es que aún hoy (1997) el latifundio y el más estrecho minifundio continúan coexistiendo en el campo colombiano. En regiones como la costa caribeña, el Cauca, los llanos orientales o del Huila y el Tolima, los latifundios de origen colonial se mantuvieron en proporción mayoritaria durante todo el siglo XIX, pese a que muchos se subdividieron al pasar de propietarios españoles a criollos. La inestabilidad sociopolítica del siglo XIX en territorio colombiano, marcada por numerosas guerras civiles y luchas interregionales, obró para tornar más lento o nulo el desarrollo económico de zonas que habían presentado una limitada producción agropecuaria durante la Colonia. Bastaba una breve pero sangrienta guerra civil para arrasar con la mano de obra rural de toda una región, y el despoblamiento del campo colombiano se planteó así como un fenómeno inevitable e ininterrumpido, junto con su secuela de concentración poblacional en las ciudades y pueblos. En resumen, al relativo orden económico colonial y autoritario (aun con todas sus fallas y limitaciones) no sucedió, en Colombia, otro orden de marca protocapitalista o cualquier otra. La impresión de conjunto que se tiene del examen de los estudios ya muy abundantes sobre la época es la de un aparente desorden general, en medio del cual se perciben algunas continuidades derivadas de hechos o tendencias de época colonial, como sería el acaparamiento de tierras improductivas, la escasa tecnificación agrícola, la acción parasitaria de intermediarios entre quienes trabajaban la tierra y los mercados posibles para la producción, las dificultades de acceso y transporte en las regiones donde primaba la ganadería, etc.
La aparición en Colombia de lo que en Europa y los Estados Unidos se conoció como la “revolución industrial” fue tardía, lenta y confusa. Entre los fenómenos nuevos que afectaron decisivamente la estructura física del campo colombiano se podría citar el desarrollo siempre difícil o trunco, de los ferrocarriles. Las vías férreas, junto con la minería a gran escala y campo abierto, cambiaron para siempre, y no necesariamente para bien, la fisonomía del paisaje de muchas regiones colombianas, y más de una casa de hacienda colonial pasó a tratar de coexistir con un minidesierto en torno suyo. El sueño capitalista del ferrocarril era el de la apertura de regiones hasta ahora inalcanzables para transportar aludes de productos que no tardarían en fluir de la inmensa cornucopia colombiana. Que la verdadera historia de esa esforzada red de vías férreas atravesando heroicamente una geografía de pesadilla resultara en la realidad muy diferente de la que planteaban los dirigentes políticos en la teoría, es tema para otra discusión. Más de un trazado ferrocarrilero colombiano se hizo para satisfacción de hacendados convertidos o no en caciques políticos de época republicana, serpenteando por entre las haciendas de época colonial, a cuyos dueños había que comprar, a precios exorbitantes, una buena franja de terreno o los derechos de paso para las carrileras. Apócrifa pero representativa de la época es la leyenda del trazado de la vía férrea Girardot-Tolima-Huila. Al pasar por el latifundio de algún lejano descendiente colombiano de sabe Dios qué ignoto encomendero español, el trazado de los rieles estaba a cargo del hijo mayor (el mayorazgo) del terrateniente, quien, siguiendo la nueva usanza de las clases pudientes de la joven república, había sido enviado a los Estados Unidos a estudiar ingeniería (o como se llamara eso de los teodolitos y los dibujos en papel de lino). “Si será bruto ese guámbito (muchacho) mío… –se lamentaba el terrateniente ante sus amigos–. Se le ocurre pasar las vías del tren por en medio de la sala de la casa vieja de la hacienda…”. Algún tiempo luego, el joven ingeniero, luego de replantear sus trazados científicos, anunció sus conclusiones al jefe de familia : “Padre! Ahora ya no pasa la vía del tren por el salón de la casa vieja!… Logré que atraviese por la cocina y el comedor de los peones…”. En el inevitable choque triple entre las nuevas tecnologías, el “progreso” y lo tradicional, ya se sabe quién lleva la peor parte. Las viejas casas de hacienda, las más de las veces, perdieron la discusión, primero ante los ferrocarriles, décadas más tarde ante las carreteras, y por último, fueron asfixiadas por el apocalíptico crecimiento urbano de las ciudades colombianas.
La República heredó lo que geográfica y económicamente le deja la Colonia, incluyendo el hecho fundamental de que las tierras más adecuadas, climática y demográficamente, para la agricultura y la ganadería, tendrán una mayor concentración de haciendas consolidadas, y por lo tanto, de casas de hacienda de buena calidad arquitectónica. Tal es el caso del altiplano cundiboyacense, el Cauca y Valle del Cauca, regiones que incluyen un 80% de las casas de hacienda coloniales ilustradas en el presente volumen. Sin embargo, ésta no es una regla carente de excepciones. Regiones tan aptas para la ganadería y/o la agricultura como el Valle de Upar, las llanuras del Magdalena, la llamada “depresión momposina”, las llanuras de Casanare o del Tolima y el Huila, las cuales tuvieron cierto nivel de explotación y desarrollo, no registran la presencia de casas de hacienda tan notables como las que sobreviven en el Valle del Cauca o Boyacá. Lo que ocurre es claro: no siempre los hacendados coloniales estimaron conveniente o necesario residir de modo permanente en parajes rurales de clima extremo cuando podían hacerlo fácil y económicamente en alguna ciudad o pueblo más o menos próximo, como sería el caso de Mompox. Los latifundios en la región circunvecina a esta ciudad apenas llegarían a tener algún cobertizo de palma o rancho de bahareque para el mayordomo y los vaqueros, como lo señala Orlando Fals Borda en su Historia doble de la Costa36.. Aún en las regiones del país donde se sitúan las mejores casas de hacienda coloniales, y como se indicó anteriormente, la aparición de éstas fue lenta y tardía.
El ejemplo de la región antioqueña es más ambiguo. Dotada de una geografía montañosa que favorecía la minería pero mucho menos la agricultura o la ganadería, tuvo un desarrollo económico colonial aparte de otras zonas adyacentes, como las llanuras de la costa caribeña. La tendencia de los pobladores allí fue muy marcadamente doble, quizá en razón de las dificultades topográficas para las comunicaciones y transporte terrestre, así como el hecho de la muy difundida actividad comercial de muchos de ellos: residir en los poblados o ciudades como Santa Fe o Rionegro pero tener también casas de hacienda, aunque éstas no llegaron a ostentar una arquitectura tan significativa como, por ejemplo, las del Valle del Cauca. Cuando se requieren largas y dificultosas jornadas para ir de una ciudad hasta una hacienda perdida en algún paraje de las montañas o los valles antioqueños, conviene tener en ambos extremos del viaje lugares propios para el descanso y las costumbres cotidianas.
El advenimiento de la República cambió muy poco la situación descrita anteriormente, en lo tocante a la geografía económica colombiana. Aún hoy la distribución regional de haciendas agrícolas y ganaderas continúa los lineamientos coloniales, pese a la diversificación de cultivos y desarrollo económico propios del siglo XX. Existe, sin embargo, una notable excepción a la anterior regla general: lo que se ha dado en llamar la “colonización antioqueña” de la región central (montañosa) del país, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, es decir, en pleno período formativo de la nación colombiana, y contra todos los factores políticos y socioeconómicos imaginables. Lo de “antioqueña” es un explicable regionalismo, puesto que una mayoría de los colonos que decidieron “abrir” territorios agrestes y despoblados eran gente oriunda de las regiones centro y sur de Antioquia. Las expresiones arquitectónicas de lo que en realidad vino a ser una colonización sobre otra muy anterior pero bastante más tenue, fueron mayoritariamente urbanas. Las zonas rurales del centro del país colombiano vieron surgir nuevas actividades agrícolas aparte de las ya tradicionales, y así, aunque el cultivo del café ya era conocido al final del período colonial, éste cobraría un impulso imprevisible y extraordinario en el siglo XIX, dentro de los límites geográficos de las regiones antioqueña y lo que eventualmente se conocería en la República como el “viejo” Departamento de Caldas. Allí se hallaron las condiciones climáticas y geográficas ideales para el cultivo selectivo del café, de origen africano y traído al Nuevo Mundo por la vía del Brasil. El café se tornó, en breves décadas, en el factor socioeconómico dominante en la productividad del centro del país colombiano, favorecido por la conformación de mercados internacionales para el grano y la creación de grandes capitales en torno al cultivo y mercadeo de aquél.
Cabe señalar aquí que la inclusión de sólo dos ejemplos de casas de fincas o haciendas cafeteras en el contenido del presente volumen obedece a que su considerable mérito e interés requería un estudio aparte, el cual en efecto ha tenido lugar en La Arquitectura de la colonización antioqueña37., serie de volúmenes dirigidos por el arquitecto Néstor Tobón. Aparte de lo anterior, la casa de finca cafetera tuvo unos orígenes y desarrollo muy diferentes de los que presentó la conformación de la cultura agropecuaria colonial, además de ocurrir en regiones escasamente ocupadas y explotadas durante la dominación española. El cultivo y mercadeo del café en Colombia es un hecho socioeconómico de índole protocapitalista, inscrito en circunstancias históricas totalmente diversas de las que mediaron en el inicio de la Colonia. La hacienda colonial deriva de nociones medievales de tenencia y explotación de las tierras. La finca cafetera carece de tal origen. Se puede decir que la arquitectura rural de la colonización del centro del país en el siglo XIX es un remolino singular y atípico dentro del contexto general de la corriente histórica que lleva de la Colonia a la República. Y también que la casa de finca cafetera antioqueña o quindiana no se puede considerar simplemente una rama del árbol genealógico de la casa de hacienda colonial, sino una especie arquitectónica original de la región, aunque dotada de ciertos inevitables y muy genéricos rasgos espaciales en común con la primera y compartidos con otras regiones centroamericanas y del Caribe donde se difundió el mismo cultivo. El hacendado de los siglos XVII y XVIII en el Cauca o Boyacá tiene muy poco, o casi nada, en común con el cultivador de café del XIX o el XX en el Quindío. El lugar que ocupan o el papel que desempeñan uno y otro en los sistemas socioeconómicos de la Colonia y la República no puede ser más diverso. Sus casas rurales, por lo tanto, reflejan esas considerables diferencias.
Durante el período que ha recibido el apodo de “republicano”, es decir, el que va del final del primer tercio del siglo XIX hasta la tercera década del XX en territorio colombiano, muchas –aunque no todas– de las casas de hacienda de época colonial pasaron, en mayor o menor grado, por un proceso de transformación formal y tecnológica que mal podía haber existido durante la Colonia. Por otra parte, era lógica la aparición de cierto número de casas de hacienda nuevas, es decir, construidas luego del primer tercio del siglo XIX, en un lenguaje formal y técnico decisivamente distinto de lo establecido por las tradiciones coloniales. Estos dos fenómenos arquitectónicos conforman lo que podría llamar la marca distintiva de la época.
La transformación, ante todo interior, pero que eventualmente afectó también la volumetría exterior de las casas de hacienda, iniciada en el siglo XIX, tuvo orígenes muy diversos de los que se indicaron a propósito de la construcción de época colonial. El eclecticismo –la escogencia y mezcla de elementos o motivos arquitectónicos de múltiples y abigarradas procedencias– que reemplazó la unanimidad formal dominante hasta entonces, no tuvo un origen tecnológico o tradicional sino comercial y superficialmente estético. Las mescolanzas eclécticas llegadas a Colombia no fueron fruto de un consenso social o de arraigadas costumbres sino de imposiciones económicas por parte de la industria y el “libre comercio” de algunos países europeos (Francia, Inglaterra, Italia y en menor grado, Alemania e incluso la misma España), así como los Estados Unidos. La arquitectura rural era ahora un frente de consumo para productos masificados por la “revolución industrial”.
Se ha querido ver, en la simple rebatiña comercial del siglo XIX para imponer en el nuevo país colombiano el uso de ciertos materiales decorativos y de construcción, una presunta búsqueda de identidad social y política relacionada con vagas simbologías arquitectónicas. Se han vislumbrado tendencias y “vertientes” estéticas en la mera fluctuación aleatoria del nuevo fenómeno de la moda frívola, transpuesto mal que bien del vestir a la arquitectura38.. Todo ello no pasa de ser un bondadoso intento historiográfico y crítico de “mejorar” (o tomar demasiado en serio) arquitecturas que no pasan mucho de lo ordinario y superficial, o de tornar profundo lo que, aun con buena voluntad, no va más allá de lo simplemente ameno o divertido. A la casa colonial de hacienda, como a su congénere de pueblo o ciudad, le fueron aplicados cielos rasos planos en pesadas tortas de cal y arena embadurnadas sobre soportes de cañas o guadua (bambú), y en las superficies así logradas surgieron rosetones, molduras, medallones, cornisas y cuanto se les ocurriera, indiscriminadamente, a quienes vendían y aplicaban decoración en yeso, “el mármol del pobre”, o en papier-mâché (papel mojado, aplastado y moldeado). Se ocultaron así tras una máscara burguesa los “pobres palos de las armaduras de cubiertas coloniales y se perdió la humilde y bella espacialidad interior de las casas de hacienda”. La rústica superficie de muros interiores recibió un apresto de “cola de carpintero” y luego, adherido con engrudo (pegante de almidón), el acabado universal del papel de colgadura, “la decoración mural del pequeño burgués”. Las alfombras “persas” suplantaron las esteras de esparto tendidas sobre los adobes o ladrillos de pisos. Sobre los modestos ladrillos o rústicos tablones (o en lugar de ellos) aparecieron los pisos en primorosos parquets en maderas francesas. Luego sobrevino la invasión de las fachadas exteriores mediante canales, cornisas, bajantes, etc. en latón, “el bronce del pobre”.
En resumen, la arquitectura rural no podía escapar al aburguesamiento industrializado ni a la versión subdesarrollada de cuanto rezago o “colilla” estéticos fuesen de fácil adquisición en el extranjero. Se trataba de la complicada transición de la construcción artesanal a la arquitectura de catálogo, que se podía pedir al almacén especializado, directamente a Europa o a los Estados Unidos. No habría que olvidar la asombrosa transición campestre de la letrina en el “patio de atrás” al “cuarto de baño” francés, ni los efectos de la aparición de tecnologías tan exóticas como las tuberías de hierro galvanizado o de gres. O de los efectos de la importación de máquinas para cortar molduras de madera y doblar barras de hierro sobre las modestas puertas de tablones mal cepillados y ventanas con cuero de vaca en lugar de vidrios de las casas de hacienda.
La entrada de las casas campestres coloniales a la modernidad tuvo la misma equívoca torpeza de la repentina y torpe irrupción de algún hacendado vestido de ruana y sombrero de jipa en una tertulia donde todos los asistentes lucían levitón francés y sombrero hongo británico. Para el final del siglo XIX la antigua casa de hacienda había pasado de ser una noble, eficaz y humilde herramienta de trabajo, a la imprevisible categoría de símbolo o insignia de clase social. No se debe olvidar, eso sí, que en capítulo anterior de este volumen se estableció que la historia de las casas de hacienda consiste en el cambio formal y dimensional casi continuo e indefinido de éstas, por adición o sustracción, por lo cual no se pueden asignar a éstas “formas finales” ni pronunciarse sobre presuntas “construcciones originales”. Resulta lógico ahora suponer que las transformaciones ocurridas en aquéllas en época republicana son simplemente episodios pertenecientes a esa sucesión de metamorfosis. Asunto bien diferente son los juicios críticos o las elecciones de gustos que se pueden hacer sobre las calidades estéticas o ambientales asignables a las épocas colonial o republicana en unas u otras casas de hacienda.
Lo anterior no fue en modo alguno exclusivo de Colombia. El mismo proceso, a un nivel cualitativo (y económico) muy superior, se produjo también en México y en el Brasil, favorecido por la conformación de núcleos sociales cuya aristocracia y poder se basó en enormes riquezas comerciales e industriales manejadas a escala internacional. Examínense algunas casas de hacienda de época republicana (o coloniales pero “republicanizadas” hasta las últimas consecuencias) en territorio colombiano y se verá, por ejemplo, en La Julia, Valle del Cauca, La Ramada o El Corzo, Cundinamarca, las cuales son remodelaciones republicanas de casas coloniales, la magnitud de las transformaciones operadas sobre aquéllas durante el final del siglo XIX y el comienzo del XX. Ciertos ejemplos de casas de hacienda netamente republicanas tales como La Industria o Piedragrande, Valle del Cauca y Buenavista o El Noviciado, Cundinamarca39., todas las cuales reemplazaron edificaciones coloniales o fueron levantadas en las vecindades de éstas, permiten establecer la existencia de rasgos arquitectónicos comunes entre ellas. El más notable es, sin duda, el abandono de los esquemas de organización espacial tradicionales, con su informalidad geométrica generada por las usanzas familiares, las necesidades concretas y los hábitos cotidianos, en favor de ordenaciones volumétricas y organización de ambientes basados en la imposición de principios geométricos abstractos como es la simetría con respecto a un eje central único, en dos o tres dimensiones. Es raro, o excepcional, detectar en una casa de hacienda colonial algún indicio o intención simetrizante, pues ¿qué sentido o utilidad le podría hallar un hacendado del siglo XVII o XVIII a una casa en la cual habría exactamente el mismo número, tamaño y disposición de dependencias a un lado y otro de una línea imaginaria que pasara por la mitad del patio y de las caballerizas? Sin embargo, muchas de ellas y casi todas las de época republicana ostentan actualmente caminos de acceso que, en lugar de contornear la casa, como se usaba tradicionalmente, para entrar “por atrás”, llegan a la fachada principal de ésta en su centro, y requieren una escalera y un vano de entrada en la galería del frente, los cuales cortan decisivamente la continuidad física y ambiental de ésta. Véase, a este respecto, la entrada principal de la casa de La Sierra (El Paraíso) así como la fina simetría de fachada de La Industria. Sin duda, de un modo vago e indefinible, la noción de “elegancia”, de refinamiento formal hizo su ingreso a la historia de las casas de hacienda colombianas.
En una casa colonial no intervenida en época republicana como Fusca, todavía es posible el recorrido original de la llegada a caballo, el acceso a la casa por el corredor trasero, para salir al patio central, contorneando éste y pasando a través del salón principal, para salir por último a la galería del frente, desde la cual se capta el panorama de la sabana de Bogotá. En El Paraíso, en cambio, el acceso tiene lugar de espaldas a la vista magnífica del Valle del Cauca, y sin recorrer y percibir previamente la casa, de un modo propio de turista, pero no de habitante de aquélla.
En casas de hacienda que datan de la segunda mitad del siglo XIX, como Buenavista, Cota, Cundinamarca, la cual fue construida a cierta distancia de la casa colonial del mismo nombre (actualmente irreconocible o prácticamente inexistente), el esquema espacial fue establecido previa y deliberadamente a base de un eje longitudinal y una fachada rigurosamente simétrica, como lo fueron los espacios de los salones originales antes de ser desafortunadamente modernizados para crear un ambiente único. La simetría en este caso no es una superposición a lo existente sino un rasgo original, creado para un burgués de clase social alta cuyo nivel de cultura ya presentaba visos cosmopolitas, y tenía una idea más snob y novedosa sobre la nueva casa por construir en Buenavista. En lugar de casa de hacienda, o además de ello, ésta debía ser casa de campo, con la elegancia insólita en la sabana de Bogotá de una alameda bordeada de cipreses traídos de Francia, una portada con reja en hierro forjado y un patio para la llegada en coche, simétrico también, delante del acceso principal. La transformación estético-social de las casas de hacienda alcanzó así su punto culminante en las tres últimas décadas del siglo XIX.
El ingreso de las casas de hacienda, republicanizadas o no, a la modernidad rural del campo colombiano supone un problema arquitectónico insoluble. El paso de una casa colonial a la era republicana era posible puesto que las superposiciones de elementos y criterios arquitectónicos implícitos podían tener lugar sin borrar por completo o contrastar violentamente con lo existente, o lo antiguo. Las modernizaciones realizadas en las décadas de los sesenta a los ochenta (del siglo XX) en casas de la sabana de Bogotá, Boyacá o el Valle del Cauca, en cambio, plantearon toda clase de imposibles tales como el intento absurdo de conciliación entre los ambientes penumbrosos dotados de pequeñas ventanas y la destrucción de gruesos muros de adobe para insertar en ellos los enormes ventanales de la nueva arquitectura. Esa brutal alteración de las relaciones entre interior y exterior de las viejas casas es el equivalente, guardadas las proporciones, de los matrimonios de actrices de cine ya muy averiadas por el paso de los años con apuestos efebos cada vez más jóvenes y más inexpresivos. La estética de esos lamentables encuentros entre el pasado y el futuro no puede ser más deprimente.
Sin duda, lo más grave que le puede ocurrir a una casa de hacienda durante el proceso de modernización de reciente data es la pérdida o desfiguración del lugar donde se localiza, es decir, de su inmediato entorno. Esto afecta la característica más importante de la casa de hacienda, como es su relación entre ella misma y el espacio natural que la rodea. La tala de árboles añosos y la demolición de muros circundantes son los principales ataques vandálicos a los lugares propios de las casas de hacienda. Lo primero tiene lugar con el pretexto de “despejar” un área en torno a la casa para instalar jardines “diseñados” y estacionamientos para automóviles; lo segundo, para eliminar los obstáculos que “impiden ver la vista”. Esto es el complemento de las ventanas modernas como de pecera, dado que con frecuencia la apertura de grandes vanos en fachada revela la fastidiosa presencia próxima de muros de cerramiento antiguos, los cuales ciertamente impiden apreciar las vacas Holstein pastando a centenares de metros más lejos. Es cierto que algunas pocas casas de hacienda, las menos, han logrado conservar milagrosamente su entorno, que otras han adquirido a su alrededor bellos jardines de corte moderno, pero un número enorme de ellas perdió para siempre la fisonomía y el ambiente del lugar donde se localizaron. Sin éste, la casa de hacienda es otra edificación más, indiferente en su apariencia. Quizá los “mejores” y más dolorosos ejemplos de lo anterior son el destrozo integral del entorno de la casa de Santillana, Tibasosa, Boyacá, mediante el paso de una carretera y la construcción de un “polideportivo”, y la mutilación de los hermosos muros de cerramiento de la casa de Suescún, Tibasosa, para instalar los lúgubres corrales de una cría de toros de lidia.
Las inserciones llevadas a cabo con el ánimo de “mejorar” o decorar los ambientes interiores o la apariencia exterior de casas de hacienda de época colonial son otros tantos indicios de los equívocos culturales y estéticos característicos de las clases sociales colombianas. Los modestos aleros coloniales fueron reemplazados por voladizos en cemento y parecen estar apoyados sobre canes de madera totalmente decorativos, cortados en perfiles a cual más amanerado. Insólitos elementos estructurales o decorativos de la arquitectura religiosa surgieron como fantasmas de otras épocas, a veces en cómicos batiburrillos de columnas, ménsulas, tirantes, cuadrales y “lazos sevillanos” en medio de salones y alcobas. No hay que olvidar que el presente es la época del expositorio-bar, el retablo-tocador, el oratorio-estudio, la caballeriza-gimnasio deportivo, de la troje-taller de reparación de maquinaria agrícola. Otros tiempos, definitivamente…
Un caso excepcional sería la extrema modernización (1977-79) de la casa colonial de Cortés, Bojacá, Cundinamarca, la cual ya había sido previamente “republicanizada” a comienzos del siglo XX. Allí se conservó, mal que bien, la volumetría exterior y el esquema espacial de lo existente, pero el lenguaje arquitectónico resultante es una difícil amalgama entre lo contemporáneo y lo neo-colonial. Ciertamente, no hay lugar a equívoco sobre la arquitectura actual de la casa de Cortés.
Quizá como una reacción nostálgica o tradicionalista contra el eclecticismo de fines del siglo XIX y comienzos del XX fueron construidas en Antioquia, el Cauca y el Valle del Cauca algunas casas de hacienda o finca que son exactamente el extremo opuesto a la modernización señalada en Cortés. Como si el pasado fuera recuperable junto con las formas construidas asociadas a éste, se pasó en algunos casos de la simple incorporación de “detalles” falso-antiguos a la construcción completa de edificaciones rurales utilizando exclusivamente las técnicas y materiales tradicionales de fines del siglo XVIII, con lo cual lo que podría haber sido evocativo o alusivo descendió al nivel de mimesis o imitación banal. El ejemplo más destacado de tan curioso género es sin duda la casa de Belalcázar, en las afueras de Popayán, terminada en 1914 (!). Este “resumen” de otras casas coloniales caucanas, esas sí auténticas, valga decirlo, no carece de gracia formal y ambiental, pero engaña sobre su edad al más advertido de los observadores. Es, en cierto modo, la cumbre colombiana del neo-colonial.
Cabría preguntar si no sería preferible, a lo anterior, el reemplazo de una maltrecha edificación del pasado por una versión totalmente actual de la casa de hacienda. Tales creaciones arquitectónicas existen ya en el país, en lenguaje contemporáneo, yendo desde el acierto formal y ambiental salido de manos de buenos diseñadores, hasta los inenarrables engendros rurales destinados a narcotraficantes y otros personajes de la misma laya. Es de suponer que, en décadas venideras, se llevará a cabo una evaluación y selección de lo que nuestra época dejó en el campo como formas construidas, y así se pueda apreciar, al fin, por contraste o equivalencia, la extraordinaria calidad y nobleza de las casas de hacienda coloniales y la ingenua pero atrayente bondad de las de época republicana.
#AmorPorColombia
La Casa de Hacienda colombiana
Patio de la casa de Gotua, en Iza, Boyacá. Construido en los últimos años del siglo XVIII o primeros del siglo XIX.
El Salitre, Bojacá, Cundinamarca. Extensamente reconstruida y reformada a fines del siglo XIX.
El Molino, Cogua, Cundinamarca.
La Sierra, Valle del Cauca. El frente principal de la casa, simetrizado en el siglo XIX mediante el cerramiento de los extremos de la amplia galería-balcón hacia la vista del valle y la adición de un camino y entrada axiales, partiendo lo que debe ser un espacio unitario. La transición de la Colonia a la República. La forma inicial de colombianización de las casas de hacienda fue la de superponer ideas y formas eclécticas a las edificaciones de época colonial, bajo la noción de la obsolescencia y vejez de “lo antiguo”. El ejemplo que mejor ilustra este proceso es la casa de La Sierra, Valle del Cauca, llamada también El Paraíso y restaurada como escenario de la novela María de Jorge Isaacs.
La Sierra, Valle del Cauca. El antiguo acceso, a pie o a caballo, a la casa a través del patio “trasero”, el cual conserva sus muros perimetrales pero ha sido restaurado como jardín “formal”.
La Sierra, Valle del Cauca. El espacio de la galería hacia la vista del valle.
La Sierra, Valle del Cauca. El espacio de la galería hacia la vista del valle.
La Sierra. Valle del Cauca. El funcionalismo de la cocina de época colonial.
La Sierra. Valle del Cauca. El eje de simetría impuesto a la casa como marca de una nueva manera de ordenación espacial. Nótese el uso continuado de piso en ladrillos hexagonales de origen andaluz, es decir, islámico.
El Rabanal, Ubaté, Cundinamarca. La transición arquitectónica de esta casa no consistió en imposiciones academizantes sino en alteraciones técnicas que trastrocaron la austera geometría de la construcción de época colonial. El volumen de la casa siguió siendo el mismo, pero los pies derechos de la galería del piso alto se multiplicaron en número y este peso adicional hizo necesario el “refuerzo” del piso bajo. Las improvisadas columnas de piedra indican una total indiferencia o ignorancia respecto del funcionamiento estructural de la antigua casa pero resultan pintorescas. La República improvisó donde la Colonia sabía exactamente lo que hacía.
El Rabanal, Ubaté, Cundinamarca. La transición arquitectónica de esta casa no consistió en imposiciones academizantes sino en alteraciones técnicas que trastrocaron la austera geometría de la construcción de época colonial. El volumen de la casa siguió siendo el mismo, pero los pies derechos de la galería del piso alto se multiplicaron en número y este peso adicional hizo necesario el “refuerzo” del piso bajo. Las improvisadas columnas de piedra indican una total indiferencia o ignorancia respecto del funcionamiento estructural de la antigua casa pero resultan pintorescas. La República improvisó donde la Colonia sabía exactamente lo que hacía.
El Rabanal, Ubaté, Cundinamarca. La transición arquitectónica de esta casa no consistió en imposiciones academizantes sino en alteraciones técnicas que trastrocaron la austera geometría de la construcción de época colonial. El volumen de la casa siguió siendo el mismo, pero los pies derechos de la galería del piso alto se multiplicaron en número y este peso adicional hizo necesario el “refuerzo” del piso bajo. Las improvisadas columnas de piedra indican una total indiferencia o ignorancia respecto del funcionamiento estructural de la antigua casa pero resultan pintorescas. La República improvisó donde la Colonia sabía exactamente lo que hacía.
El Salitre. Sopó, Cundinamarca. Una casa admirablemente situada en el paisaje del altiplano cundinamarqués, es un resumen de historia de arquitectura rural en la región. La casa colonial existente allí fue construida tardíamente, en los primeros años del siglo XIX, reemplazando otra más modesta, de fecha indeterminada. En la segunda mitad del XIX la casa adquirió el volumen y área actuales, junto con un tratamiento simetrizante de la fachada principal, cielos rasos interiores y tratamiento estructural y espacial de patios interiores con elementos e ideas propios de la arquitectura urbana de Bogotá. Al final del siglo XX ha sido modernizada, creando vanos de ventanas de mayor tamaño y rehaciendo la casa con la fría precisión geométrica característica de la arquitectura contemporánea.
El Salitre. Sopó, Cundinamarca. Una casa admirablemente situada en el paisaje del altiplano cundinamarqués, es un resumen de historia de arquitectura rural en la región. La casa colonial existente allí fue construida tardíamente, en los primeros años del siglo XIX, reemplazando otra más modesta, de fecha indeterminada. En la segunda mitad del XIX la casa adquirió el volumen y área actuales, junto con un tratamiento simetrizante de la fachada principal, cielos rasos interiores y tratamiento estructural y espacial de patios interiores con elementos e ideas propios de la arquitectura urbana de Bogotá. Al final del siglo XX ha sido modernizada, creando vanos de ventanas de mayor tamaño y rehaciendo la casa con la fría precisión geométrica característica de la arquitectura contemporánea.
El Salitre. Sopó, Cundinamarca. La presencia del inevitable eje de simetría en el centro de la casa. A derecha, el tratamiento espacial del pequeño patio interior con sus considerables alturas. Compárese este espacio con el del patio de la casa de Altamira, Tenjo, Cundinamarca, para evaluar lo que va de la Colonia a la República en arquitectura rural.
El Hato, Florida, Valle del Cauca. Luego de la superposición de elementos eclécticos sobre la construcción de época colonial, el siguiente paso en la transición de las casas de hacienda coloniales a las del período republicano fue la combinación de las tradiciones constructivas hispánicas con las nuevas modalidades compositivas para crear así edificaciones nuevas. Un notable ejemplo de ese proceso es la casa de El Hato, cuya airosa volumetría establece una modalidad distinta en la relación entre casa y lugar. Sus rigurosas fachadas simétricas, construidas “a mano alzada”, le permitirían estar situada indistintamente en cualquier lugar de la región (lo cual no se podría decir, por ejemplo, de La Concepción de Amaime, o La Merced). El Hato inaugura, en cierto modo, la época de la casa de hacienda vallecaucana moderna, abstracta, independiente de su propia localización, aunque sin renegar por ello de su pasado colonial. Nótese en esta y otras casas de la época la combinación muy original de tejados a la manera campesina y, bajo éstos, fachadas academizantes.
Garciabajo, Caloto, Cauca. Actualmente existe en un complejo arquitectónico formado por unas ocho edificaciones diferentes (casa de los señores, peonía, ramadas, corrales, caballerizas, capilla, antiguos anexos del trapiche) que datan desde el siglo XVIII hasta las últimas décadas del XX. La casa principal misma, a diferencia de La Industria, es un singular ejemplo de inspirada improvisación o aprovechamiento de ruinas existentes. En uno de tantos episodios de la guerra civil de 1884 y 1885 fue incendiada la bagacera del antiguo trapiche. Las sólidas arquerías de ladrillo de ésta (siglo XVIII) resistieron la destrucción de la cubierta. Sobre la curiosa y enorme “sala hipóstile”, formada por las antiguas arquerías, se levantó una originalísima casa nueva, cuya fachada no dejó de presentar la apariencia tradicional de una gran galería-balcón enfrentada a la vista y terminada en sus extremos por volúmenes cerrados. Una reciente remodelación le dio un tono decorativo y un tanto fantasmagórico a lo que fuera estrictamente utilitario en otras épocas, como sería la gran extensión longitudinal de las arquerías y la “caída de agua” del trapiche.
Garciabajo, Caloto, Cauca. Actualmente existe en un complejo arquitectónico formado por unas ocho edificaciones diferentes (casa de los señores, peonía, ramadas, corrales, caballerizas, capilla, antiguos anexos del trapiche) que datan desde el siglo XVIII hasta las últimas décadas del XX. La casa principal misma, a diferencia de La Industria, es un singular ejemplo de inspirada improvisación o aprovechamiento de ruinas existentes. En uno de tantos episodios de la guerra civil de 1884 y 1885 fue incendiada la bagacera del antiguo trapiche. Las sólidas arquerías de ladrillo de ésta (siglo XVIII) resistieron la destrucción de la cubierta. Sobre la curiosa y enorme “sala hipóstile”, formada por las antiguas arquerías, se levantó una originalísima casa nueva, cuya fachada no dejó de presentar la apariencia tradicional de una gran galería-balcón enfrentada a la vista y terminada en sus extremos por volúmenes cerrados. Una reciente remodelación le dio un tono decorativo y un tanto fantasmagórico a lo que fuera estrictamente utilitario en otras épocas, como sería la gran extensión longitudinal de las arquerías y la “caída de agua” del trapiche.
Garciabajo, Caloto, Cauca. Actualmente existe en un complejo arquitectónico formado por unas ocho edificaciones diferentes (casa de los señores, peonía, ramadas, corrales, caballerizas, capilla, antiguos anexos del trapiche) que datan desde el siglo XVIII hasta las últimas décadas del XX. La casa principal misma, a diferencia de La Industria, es un singular ejemplo de inspirada improvisación o aprovechamiento de ruinas existentes. En uno de tantos episodios de la guerra civil de 1884 y 1885 fue incendiada la bagacera del antiguo trapiche. Las sólidas arquerías de ladrillo de ésta (siglo XVIII) resistieron la destrucción de la cubierta. Sobre la curiosa y enorme “sala hipóstile”, formada por las antiguas arquerías, se levantó una originalísima casa nueva, cuya fachada no dejó de presentar la apariencia tradicional de una gran galería-balcón enfrentada a la vista y terminada en sus extremos por volúmenes cerrados. Una reciente remodelación le dio un tono decorativo y un tanto fantasmagórico a lo que fuera estrictamente utilitario en otras épocas, como sería la gran extensión longitudinal de las arquerías y la “caída de agua” del trapiche.
La Industria, Florida, Valle del Cauca. El paso final entre la arquitectura colonial y republicana fue el de construir ex-novo enteramente. La Industria, según B. Barney y F. Ramírez, “Fue trazada por el señor Francisco I. Caldas (descendiente del prócer Francisco José de Caldas y como éste, arquitecto aficionado) y construida por el maestro (de obra) Ramón Calero entre 1917 y 1920”. La casa luce una rigurosa fachada simétrica central, intervención, ahora sí arquitectónica, que contrasta con la informalidad de otras fachadas como la de La Concepción de Amaime, en El Cerrito. Lo que se gana en elegancia de diseño académico se pierde en gracia ambiental y relación con el lugar.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. Es una casa construida en parte durante el siglo XVIII y luego ampliada y reformada extensamente en la segunda mitad del XIX. En época reciente ha sido objeto de una modernización sumada a las transformaciones anteriores. El resultado de esos episodios es ambientalmente grato pero carente de la armonía formal propia de una construcción exclusivamente de época colonial. La adición de gabinetes de casa urbana y cerramientos en fachada en la galería frontal del piso alto (un espacio hecho para ser abierto) son aportes “modernos”.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. Al modernizar una casa de hacienda antigua frecuentemente se altera de modo decisivo uno de los rasgos vitales de aquélla, como es el reemplazo de las pequeñas ventanas originales, que implican cierta manera de atisbar al exterior, por grandes ventanales panorámicos. Cabría pensar qué es lo que se pierde al ganar amplitud de vista.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. La casa conserva el entorno de un patio interior de época colonial ambientalmente delicioso, dominado por una fuente bella pero incongruente con el espacio que la acoge.
Santa Bárbara, Tibitó, Cundinamarca. La casa conserva el entorno de un patio interior de época colonial ambientalmente delicioso, dominado por una fuente bella pero incongruente con el espacio que la acoge.
Buenavista, Cota, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se conformó en el siglo XIX como resultado de la desmembración de la extensa propiedad de Tibabuyes. La casa ilustrada no es una construcción de época colonial sino una edificación enteramente nueva levantada para D. José Ma. Urdaneta, su primer propietario, a partir de 1872. Buenavista sería un invaluable documento de historia, y un resumen de extraordinario interés de virtudes y defectos de arquitectura de época republicana, incluyendo la pintura mural y otras decoraciones de tono europeo agregadas a ésta por Alberto Urdaneta, su segundo dueño, de no haber sufrido una desafortunada modernización interior en 1967 y 1969. Actualmente conserva la volumetría de sus tejados y su ambiente exterior, incluyendo el patio cochero en su frente y su gran entrada axial (derecha), a la manera de villa campestre francesa, los cuales son aportes realizados de 1881 en adelante por Alberto Urdaneta.
Buenavista, Cota, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se conformó en el siglo XIX como resultado de la desmembración de la extensa propiedad de Tibabuyes. La casa ilustrada no es una construcción de época colonial sino una edificación enteramente nueva levantada para D. José Ma. Urdaneta, su primer propietario, a partir de 1872. Buenavista sería un invaluable documento de historia, y un resumen de extraordinario interés de virtudes y defectos de arquitectura de época republicana, incluyendo la pintura mural y otras decoraciones de tono europeo agregadas a ésta por Alberto Urdaneta, su segundo dueño, de no haber sufrido una desafortunada modernización interior en 1967 y 1969. Actualmente conserva la volumetría de sus tejados y su ambiente exterior, incluyendo el patio cochero en su frente y su gran entrada axial (derecha), a la manera de villa campestre francesa, los cuales son aportes realizados de 1881 en adelante por Alberto Urdaneta.
Buenavista, Cota, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se conformó en el siglo XIX como resultado de la desmembración de la extensa propiedad de Tibabuyes. La casa ilustrada no es una construcción de época colonial sino una edificación enteramente nueva levantada para D. José Ma. Urdaneta, su primer propietario, a partir de 1872. Buenavista sería un invaluable documento de historia, y un resumen de extraordinario interés de virtudes y defectos de arquitectura de época republicana, incluyendo la pintura mural y otras decoraciones de tono europeo agregadas a ésta por Alberto Urdaneta, su segundo dueño, de no haber sufrido una desafortunada modernización interior en 1967 y 1969. Actualmente conserva la volumetría de sus tejados y su ambiente exterior, incluyendo el patio cochero en su frente y su gran entrada axial (derecha), a la manera de villa campestre francesa, los cuales son aportes realizados de 1881 en adelante por Alberto Urdaneta.
Casa de los Mayores, Titiribí, Antioquia. Tuvo su comienzo durante la segunda mitad del siglo XVIII como parte de la apertura de territorios mineros en Antioquia. La casa ha sido ampliada y reformada en repetidas ocasiones durante el final del siglo XIX y parte del XX. Al lado de la casa surgió una capilla exenta y junto con ella un minipueblo en los terrenos de la hacienda. Nótese la similaridad de este caso con el de Guacarí, en el Valle del Cauca.
Casa de los Mayores, Titiribí, Antioquia. El uso de aleros muy largos apoyados en jabalcones o pies de amigos se popularizó en Antioquia a fines del siglo XIX.
Casa de los Mayores, Titiribí, Antioquia. El uso de aleros muy largos apoyados en jabalcones o pies de amigos se popularizó en Antioquia a fines del siglo XIX.
La Esmeralda, Quindío. A título comparativo se incluye esta casa de finca cafetera en una región poblada durante la colonización antioqueña del centro del país. Nótese el uso de maderas regionales, extensivo a los cielos rasos, pisos y zócalos, característico de la construcción artesanal de la segunda mitad del siglo XIX en la región quindiana y caldense. Los tejados observables en la región productora de café son, en general, de inclinaciones y extensión menores con respecto a los de casas de hacienda de época colonial.
La Esmeralda, Quindío. A título comparativo se incluye esta casa de finca cafetera en una región poblada durante la colonización antioqueña del centro del país. Nótese el uso de maderas regionales, extensivo a los cielos rasos, pisos y zócalos, característico de la construcción artesanal de la segunda mitad del siglo XIX en la región quindiana y caldense. Los tejados observables en la región productora de café son, en general, de inclinaciones y extensión menores con respecto a los de casas de hacienda de época colonial.
La Esmeralda, Quindío. La adaptación libre a finales del siglo XIX de tradiciones de origen colonial, como son los patios interiores y la relación interior-exterior establecida mediante galerías continuas. El ambiente logrado, debido a las usanzas artesanales de la región y sus circunstancias históricas, es notablemente diferente de lo observable, por ejemplo, en las casas de hacienda coloniales del Valle del Cauca.
San Felipe, Mariquita, Tolima. Construida (o re-construida) durante la segunda mitad del siglo XIX y ampliada en el XX. Se observan los mismos síntomas de época republicana e incluso contemporánea en una construcción donde, a manera de concesión al clima extremo tropical, las galerías son predominantes.
San Felipe, Mariquita, Tolima. Construida (o re-construida) durante la segunda mitad del siglo XIX y ampliada en el XX. Se observan los mismos síntomas de época republicana e incluso contemporánea en una construcción donde, a manera de concesión al clima extremo tropical, las galerías son predominantes.
San Felipe, Mariquita, Tolima. La interesante aparición de un volumen arquitectónico nuevo en este género, como es el salón alto abierto, es decir, carente de muros portantes, por la misma razón funcional y climática. Esto sería, en efecto, una actitud moderna en la arquitectura rural, pero en cuanto a la construcción de época colonial, no hizo caso a las características arquitectónicas tradicionales a esas condiciones climáticas en ninguna región neogranadina.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
Cartama, alrededores de Guamo, Tolima. Se le podría asignar también un carácter mixto, o transicional, análogo al de las haciendas vallecaucanas de comienzos del siglo XIX, sin la originalidad nueva de los ejemplos de época puramente republicana. El aspecto actual de la casa de Cartama se conformó a raíz de recientes reformas y una considerable modernización de lo que fue un caserón levantado a fines del siglo XIX sobre lo que debió ser una modesta casa del siglo XVIII, sobre el terreno de una hacienda fundada a comienzos del siglo XVII. Ha persistido a través de las épocas la organización en planta de la casa en un tramo longitudinal, aunque las galerías perimetrales completas en postes y dinteles de madera que tenía en la década de los cincuenta ya no existen, siendo reemplazadas por columnatas “modernas”. El volumen realzado en uno de los extremos, a la manera de las casas caucanas, existió desde época indeterminada.
San Rafael, Sesquilé, Cundinamarca. Esta casa, construida al final del siglo XIX se localiza en las proximidades de la de Chaleche, algo más antigua e ilustrada en el Capítulo “Hacienda y Casa”, y corresponde a una de las subdivisiones de época republicana de la hacienda de ese nombre. Desde luego, su atrayente volumetría es una plasmación directa de la de Casablanca, Sopó, y otras casas coloniales de la sabana de Bogotá, pues no habría razón para “inventar” una arquitectura diferente con la cual enfrentar el paisaje de la región o simplemente instalar una buena casa rural en un altozano adosado a los cerros vecinos.
San Rafael, Sesquilé, Cundinamarca. La época de construcción de la casa se deduce del uso de armaduras de cubierta en cerchas “romanas” con pendolón, las cuales fueron lo único que recordaban los constructores del siglo XIX, una vez abandonada u olvidada la tradición del par y nudillo en versión santafereña. Los grandes ventanales modernos alteran decisivamente los espacios interiores.
La Esmeralda, El Cerrito, Valle del Cauca. Fue incluida inadvertidamente en Casa Colonial. Se trata, en realidad de una casa de hacienda netamente republicana pues su construcción data de los últimos años del siglo XIX, con reformas y adiciones de la segunda década del XX. Parece ser que en el lugar existió un pequeño rancho de época indeterminada. La casa incluye los elementos compositivos tradicionales presentes en la construcción colonial, como serían las galerías periféricas en poste y dintel de madera y la sobreelevación de un pequeño tramo en piso alto, pero esto ocurre en combinación con cielos rasos planos y cierta simplificación dimensional y desmedro estético de sistemas de columnas, barandas, rejas, puertas y ventanas, lo cual es el indicio formal indicativo de la época republicana. La casa continúa la tradición de una inspirada escogencia de lugar y localización al aprovechar un altozano que domina la comarca circundante.
La Esmeralda, El Cerrito, Valle del Cauca. Fue incluida inadvertidamente en Casa Colonial. Se trata, en realidad de una casa de hacienda netamente republicana pues su construcción data de los últimos años del siglo XIX, con reformas y adiciones de la segunda década del XX. Parece ser que en el lugar existió un pequeño rancho de época indeterminada. La casa incluye los elementos compositivos tradicionales presentes en la construcción colonial, como serían las galerías periféricas en poste y dintel de madera y la sobreelevación de un pequeño tramo en piso alto, pero esto ocurre en combinación con cielos rasos planos y cierta simplificación dimensional y desmedro estético de sistemas de columnas, barandas, rejas, puertas y ventanas, lo cual es el indicio formal indicativo de la época republicana. La casa continúa la tradición de una inspirada escogencia de lugar y localización al aprovechar un altozano que domina la comarca circundante.
La Esmeralda, El Cerrito, Valle del Cauca. Fue incluida inadvertidamente en Casa Colonial. Se trata, en realidad de una casa de hacienda netamente republicana pues su construcción data de los últimos años del siglo XIX, con reformas y adiciones de la segunda década del XX. Parece ser que en el lugar existió un pequeño rancho de época indeterminada. La casa incluye los elementos compositivos tradicionales presentes en la construcción colonial, como serían las galerías periféricas en poste y dintel de madera y la sobreelevación de un pequeño tramo en piso alto, pero esto ocurre en combinación con cielos rasos planos y cierta simplificación dimensional y desmedro estético de sistemas de columnas, barandas, rejas, puertas y ventanas, lo cual es el indicio formal indicativo de la época republicana. La casa continúa la tradición de una inspirada escogencia de lugar y localización al aprovechar un altozano que domina la comarca circundante.
La Unión, Armero, Tolima. Las casas de hacienda de la región son, en general, posteriores a la fundación de la ciudad de este nombre, a mediados del siglo XIX, por lo que la construcción de ésta puede datar de 1875 en adelante. Habría una similaridad tipológica entre San Felipe, en Mariquita, y La Unión, puesto que ambas se adaptan de modo análogo al clima tropical de la región. La preponderancia de amplias galerías y la localización de salones en piso alto son elementos arquitectónicos implantados en época republicana en la construcción rural de las regiones centrales del país.
La Unión, Armero, Tolima. Las casas de hacienda de la región son, en general, posteriores a la fundación de la ciudad de este nombre, a mediados del siglo XIX, por lo que la construcción de ésta puede datar de 1875 en adelante. Habría una similaridad tipológica entre San Felipe, en Mariquita, y La Unión, puesto que ambas se adaptan de modo análogo al clima tropical de la región. La preponderancia de amplias galerías y la localización de salones en piso alto son elementos arquitectónicos implantados en época republicana en la construcción rural de las regiones centrales del país.
Juan Blanco, Santa Fe de Antioquia. Esta, como la mayoría de las casas de hacienda de la región fue construida, en sus tramos originales, durante el auge de la colonización y explotación del territorio antioqueño, a partir del comienzo del siglo XVIII. El rasgo arquitectónico distintivo de las casas de hacienda antioqueñas siguen siendo sus galerías perimetrales sobre columnas de madera apoyadas en basas de mampostería. El énfasis espacial en este y otros casos en la misma región no es sobre los patios interiores sino hacia las caras exteriores de la edificación.
Juan Blanco, Santa Fe de Antioquia. La abundante vegetación en torno a la casa ha sido conservada como un elemento básico en la relación entre ésta y el lugar. La calidad ambiental así lograda le suma autenticidad a una y otro.
Juan Blanco, Santa Fe de Antioquia. La abundante vegetación en torno a la casa ha sido conservada como un elemento básico en la relación entre ésta y el lugar. La calidad ambiental así lograda le suma autenticidad a una y otro.
Mesitas de Santa Inés, Cachipay, Cundinamarca. Aunque muy extensamente reconstruida, la casa conserva buena parte de la ordenación espacial característica de edificaciones residenciales urbanas de finales del siglo XIX en Bogotá, en las cuales los corredores y galerías conforman la mayor área. Es posible que la casa haya surgido en la época de 1870-1900, cuando el ferrocarril Bogotá-Girardot propició el desarrollo socioeconómico de la región y Cachipay era una de las estaciones intermedias importantes. Nótese el uso tradicional de galerías en poste y dintel de madera combinada con pisos, cielos rasos y tabiques en el mismo material.
Mesitas de Santa Inés, Cachipay, Cundinamarca. Aunque muy extensamente reconstruida, la casa conserva buena parte de la ordenación espacial característica de edificaciones residenciales urbanas de finales del siglo XIX en Bogotá, en las cuales los corredores y galerías conforman la mayor área. Es posible que la casa haya surgido en la época de 1870-1900, cuando el ferrocarril Bogotá-Girardot propició el desarrollo socioeconómico de la región y Cachipay era una de las estaciones intermedias importantes. Nótese el uso tradicional de galerías en poste y dintel de madera combinada con pisos, cielos rasos y tabiques en el mismo material.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. Un destacado ejemplo de casa de finca de época republicana localizada en terrenos resultantes de una subdivisión de subdivisiones de propiedades de época colonial, ocurridas sucesivamente en el curso de los siglos XIX y XX. Santa Rosa reemplaza, en los primeros años del siglo XX, a un modesto rancho existente en el lugar. La casa presenta sucesivas ampliaciones en torno a un espacio central y el uso correcto de elementos tradicionales como son los tejados y las galerías perimetrales.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. Un destacado ejemplo de casa de finca de época republicana localizada en terrenos resultantes de una subdivisión de subdivisiones de propiedades de época colonial, ocurridas sucesivamente en el curso de los siglos XIX y XX. Santa Rosa reemplaza, en los primeros años del siglo XX, a un modesto rancho existente en el lugar. La casa presenta sucesivas ampliaciones en torno a un espacio central y el uso correcto de elementos tradicionales como son los tejados y las galerías perimetrales.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. Un destacado ejemplo de casa de finca de época republicana localizada en terrenos resultantes de una subdivisión de subdivisiones de propiedades de época colonial, ocurridas sucesivamente en el curso de los siglos XIX y XX. Santa Rosa reemplaza, en los primeros años del siglo XX, a un modesto rancho existente en el lugar. La casa presenta sucesivas ampliaciones en torno a un espacio central y el uso correcto de elementos tradicionales como son los tejados y las galerías perimetrales.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. La edad de la casa de Santa Rosa es casi la misma de la palma de cera plantada en el patio central.
Santa Rosa, El Rosal, Cundinamarca. En el interior del salón se observa una reforma singularmente contraria a lo usual en una casa de época republicana o fuertemente “republicanizada”, como es la eliminación de los cielos rasos planos destinados a ocultar las rústicas armaduras de cubiertas.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se configuró al final del siglo XVIII como parte del proceso de fraccionamiento de las grandes propiedades en el suroccidente de la sabana de Bogotá. La estructura de la casa y su ordenación espacial en torno a un patio central de bellas proporciones, de época colonial, se incluyen en el presente capítulo debido al interesante y acertado proceso de republicanización integral llevado a cabo entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. La hacienda de este nombre se configuró al final del siglo XVIII como parte del proceso de fraccionamiento de las grandes propiedades en el suroccidente de la sabana de Bogotá. La estructura de la casa y su ordenación espacial en torno a un patio central de bellas proporciones, de época colonial, se incluyen en el presente capítulo debido al interesante y acertado proceso de republicanización integral llevado a cabo entre las dos últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras del XX.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. Es una demostración de cómo es realmente posible el paso de una edificación del siglo XVIII al eclecticismo europeizante del XIX y de éste a la ambientación propia del XX, sin desmedro de la arquitectura original ni pérdida del valor de la casa. Documento histórico.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. Es una demostración de cómo es realmente posible el paso de una edificación del siglo XVIII al eclecticismo europeizante del XIX y de éste a la ambientación propia del XX, sin desmedro de la arquitectura original ni pérdida del valor de la casa. Documento histórico.
Los Arboles, Madrid, Cundinamarca. Es una demostración de cómo es realmente posible el paso de una edificación del siglo XVIII al eclecticismo europeizante del XIX y de éste a la ambientación propia del XX, sin desmedro de la arquitectura original ni pérdida del valor de la casa. Documento histórico.
Alcalá, Samacá, Boyacá. La casa data en su primer tramo del siglo XVIII, pero fue ampliada y reconstruida durante el XIX. Es como Villa del Rosario, un caso limítrofe, en el cual la construcción original ha perdido calidades arquitectónicas originales a través de sucesivas transformaciones, pero retiene algunos rasgos espaciales y ambientales. Nótese el uso moderno de un acabado de época republicana, el papel de colgadura.
Alcalá, Samacá, Boyacá. La casa data en su primer tramo del siglo XVIII, pero fue ampliada y reconstruida durante el XIX. Es como Villa del Rosario, un caso limítrofe, en el cual la construcción original ha perdido calidades arquitectónicas originales a través de sucesivas transformaciones, pero retiene algunos rasgos espaciales y ambientales. Nótese el uso moderno de un acabado de época republicana, el papel de colgadura.
Alcalá, Samacá, Boyacá. La casa data en su primer tramo del siglo XVIII, pero fue ampliada y reconstruida durante el XIX. Es como Villa del Rosario, un caso limítrofe, en el cual la construcción original ha perdido calidades arquitectónicas originales a través de sucesivas transformaciones, pero retiene algunos rasgos espaciales y ambientales. Nótese el uso moderno de un acabado de época republicana, el papel de colgadura.
Aposentos, Cogua, Cundinamarca. El singular tratamiento de antejardín con reja, propio de “quinta” del antiguo Bogotá.
Aposentos, Cogua, Cundinamarca. La abigarrada colección de “dorados” coloniales en el oratorio republicano.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Fue fundada en el primer tercio del siglo XVII por el jesuita José Hurtado. No se sabe si la edificación existente allí, hoy sede campestre de la Universidad de los Andes, es la misma a la cual se refieren documentos del siglo XVIII o, según indicios técnicos, una reconstrucción parcial llevada a cabo en el siglo XIX de las ruinas de la que fuera abandonada por los jesuitas al ser expulsados de la Nueva Granada al final del siglo XVIII. La inclusión de El Noviciado aquí se debe al aspecto y factura técnica de época republicana que muestra actualmente.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Galería del piso bajo que muestra las columnas de piedra procedentes de la casa cural de Chía que reemplazaron recientemente los postes de madera más antiguos y el piso de ladrillo que sustituyó al de adobes.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Fachadas de la casa que dejan ver su carácter trunco o incompleto.
El Noviciado, Cota, Cundinamarca. Fachadas de la casa que dejan ver su carácter trunco o incompleto.
El Vergel, Ibagué, Tolima. Para este caso tendrían vigencia las observaciones hechas a propósito de las casas de San Felipe en Mariquita y La Unión en Armero, pertenecientes a la misma región geográfica y con una índole arquitectónica análoga. El Vergel ha sido notablemente modernizada, pero conserva el ambiente y dimensiones de sus galerías de piso alto.
El Vergel, Ibagué, Tolima. Para este caso tendrían vigencia las observaciones hechas a propósito de las casas de San Felipe en Mariquita y La Unión en Armero, pertenecientes a la misma región geográfica y con una índole arquitectónica análoga. El Vergel ha sido notablemente modernizada, pero conserva el ambiente y dimensiones de sus galerías de piso alto.
La Ramada, Madrid, Cundinamarca. Es resultado de sucesivos fraccionamientos y reestructuraciones de haciendas de la sabana de Bogotá entre la segunda mitad del siglo XVIII y la primera del XIX. Parece ser que sólo un tramo de la casa actual data de la época colonial, siendo los restantes productos de ampliaciones y reformas que se prolongaron hasta las primeras décadas del siglo actual. La casa, por último, ha sido objeto de la modernización necesaria para adaptarla a los modos de vida contemporáneos. Página opuesta, El cerramiento de corredores y galerías, originalmente abiertos, mediante celosías, calados y antepechos, es un proceso arquitectónico común a todas las casas de hacienda de cualquier época en las regiones de clima frío y templado. Se supone que por ese medio se logra mayor comodidad y una apariencia más elegante.
Texto de: Germán Tellez
El final del período colonial se puede situar, para el territorio colombiano, entre 1819 y 1830. Hasta entonces lo correcto es hacer referencia a las casas de hacienda coloniales como siendo Neogranadinas, es decir, levantadas en territorio del Nuevo Reino de Granada. De esas fechas en adelante, tanto las edificaciones nuevas como las transformaciones operadas en las de época anterior se pueden llamar Colombianas con toda propiedad puesto que, cronológicamente, se inicia allí el período formativo de la nueva nación y con él la gran transformación de todo cuanto se construyó en el campo de lo que se llamaría sucesivamente Estado de la Nueva Granada, Confederación Granadina, Estados Unidos de Colombia, y por último, ya en 1886, República de Colombia. Escapa a los límites del presente estudio la esquematización del complejo proceso histórico-político que implica el paso de la Colonia a la independencia de la hasta entonces provincia española de Ultramar, pero en lo que respecta a la arquitectura rural se pueden hacer algunas precisiones.
En la realidad campestre los cambios socioeconómicos de la transición política fueron menos notables, y en algunos aspectos, inexistentes. A través de la historia, el mundo rural ha sido tradicionalmente reacio al cambio social. La tesis de que lo único concreto logrado por las guerras de independencia del siglo XIX en la Nueva Granada fue un cambio de funcionarios en la burocracia y el paso del poder político regional de los españoles a sus equivalentes neogranadinos, ha resultado cada vez más valedera, a medida que los estudios de nueva ideología diluyen la versión “oficial” de la “historia patria”. Las jerarquías de clases sociales, ahora con diferentes etiquetas, permanecieron mayoritariamente intactas. El régimen de tenencia de la tierra, la condición del campesino, el aparcero, el colono y el terrateniente no presentaron cambios significativos o éstos fueron marginales. Los sistemas económicos de producción y abastecimiento continuaron los lineamientos establecidos durante la Colonia, presentando cambios muy lenta y superficialmente. Las guerras de independencia determinaron la desaparición o exilio de muchos terratenientes y burgueses españoles o criollos, y en reemplazo de éstos comenzaron a surgir grupos sociales nuevos que no modificaron sensiblemente las actitudes tradicionales respecto de la propiedad y usufructo de la tierra.
El fraccionamiento de grandes propiedades rurales continuó como en las últimas épocas de la Colonia, pero no está probado que aumentara sensiblemente durante la República. Prueba de ello es que aún hoy (1997) el latifundio y el más estrecho minifundio continúan coexistiendo en el campo colombiano. En regiones como la costa caribeña, el Cauca, los llanos orientales o del Huila y el Tolima, los latifundios de origen colonial se mantuvieron en proporción mayoritaria durante todo el siglo XIX, pese a que muchos se subdividieron al pasar de propietarios españoles a criollos. La inestabilidad sociopolítica del siglo XIX en territorio colombiano, marcada por numerosas guerras civiles y luchas interregionales, obró para tornar más lento o nulo el desarrollo económico de zonas que habían presentado una limitada producción agropecuaria durante la Colonia. Bastaba una breve pero sangrienta guerra civil para arrasar con la mano de obra rural de toda una región, y el despoblamiento del campo colombiano se planteó así como un fenómeno inevitable e ininterrumpido, junto con su secuela de concentración poblacional en las ciudades y pueblos. En resumen, al relativo orden económico colonial y autoritario (aun con todas sus fallas y limitaciones) no sucedió, en Colombia, otro orden de marca protocapitalista o cualquier otra. La impresión de conjunto que se tiene del examen de los estudios ya muy abundantes sobre la época es la de un aparente desorden general, en medio del cual se perciben algunas continuidades derivadas de hechos o tendencias de época colonial, como sería el acaparamiento de tierras improductivas, la escasa tecnificación agrícola, la acción parasitaria de intermediarios entre quienes trabajaban la tierra y los mercados posibles para la producción, las dificultades de acceso y transporte en las regiones donde primaba la ganadería, etc.
La aparición en Colombia de lo que en Europa y los Estados Unidos se conoció como la “revolución industrial” fue tardía, lenta y confusa. Entre los fenómenos nuevos que afectaron decisivamente la estructura física del campo colombiano se podría citar el desarrollo siempre difícil o trunco, de los ferrocarriles. Las vías férreas, junto con la minería a gran escala y campo abierto, cambiaron para siempre, y no necesariamente para bien, la fisonomía del paisaje de muchas regiones colombianas, y más de una casa de hacienda colonial pasó a tratar de coexistir con un minidesierto en torno suyo. El sueño capitalista del ferrocarril era el de la apertura de regiones hasta ahora inalcanzables para transportar aludes de productos que no tardarían en fluir de la inmensa cornucopia colombiana. Que la verdadera historia de esa esforzada red de vías férreas atravesando heroicamente una geografía de pesadilla resultara en la realidad muy diferente de la que planteaban los dirigentes políticos en la teoría, es tema para otra discusión. Más de un trazado ferrocarrilero colombiano se hizo para satisfacción de hacendados convertidos o no en caciques políticos de época republicana, serpenteando por entre las haciendas de época colonial, a cuyos dueños había que comprar, a precios exorbitantes, una buena franja de terreno o los derechos de paso para las carrileras. Apócrifa pero representativa de la época es la leyenda del trazado de la vía férrea Girardot-Tolima-Huila. Al pasar por el latifundio de algún lejano descendiente colombiano de sabe Dios qué ignoto encomendero español, el trazado de los rieles estaba a cargo del hijo mayor (el mayorazgo) del terrateniente, quien, siguiendo la nueva usanza de las clases pudientes de la joven república, había sido enviado a los Estados Unidos a estudiar ingeniería (o como se llamara eso de los teodolitos y los dibujos en papel de lino). “Si será bruto ese guámbito (muchacho) mío… –se lamentaba el terrateniente ante sus amigos–. Se le ocurre pasar las vías del tren por en medio de la sala de la casa vieja de la hacienda…”. Algún tiempo luego, el joven ingeniero, luego de replantear sus trazados científicos, anunció sus conclusiones al jefe de familia : “Padre! Ahora ya no pasa la vía del tren por el salón de la casa vieja!… Logré que atraviese por la cocina y el comedor de los peones…”. En el inevitable choque triple entre las nuevas tecnologías, el “progreso” y lo tradicional, ya se sabe quién lleva la peor parte. Las viejas casas de hacienda, las más de las veces, perdieron la discusión, primero ante los ferrocarriles, décadas más tarde ante las carreteras, y por último, fueron asfixiadas por el apocalíptico crecimiento urbano de las ciudades colombianas.
La República heredó lo que geográfica y económicamente le deja la Colonia, incluyendo el hecho fundamental de que las tierras más adecuadas, climática y demográficamente, para la agricultura y la ganadería, tendrán una mayor concentración de haciendas consolidadas, y por lo tanto, de casas de hacienda de buena calidad arquitectónica. Tal es el caso del altiplano cundiboyacense, el Cauca y Valle del Cauca, regiones que incluyen un 80% de las casas de hacienda coloniales ilustradas en el presente volumen. Sin embargo, ésta no es una regla carente de excepciones. Regiones tan aptas para la ganadería y/o la agricultura como el Valle de Upar, las llanuras del Magdalena, la llamada “depresión momposina”, las llanuras de Casanare o del Tolima y el Huila, las cuales tuvieron cierto nivel de explotación y desarrollo, no registran la presencia de casas de hacienda tan notables como las que sobreviven en el Valle del Cauca o Boyacá. Lo que ocurre es claro: no siempre los hacendados coloniales estimaron conveniente o necesario residir de modo permanente en parajes rurales de clima extremo cuando podían hacerlo fácil y económicamente en alguna ciudad o pueblo más o menos próximo, como sería el caso de Mompox. Los latifundios en la región circunvecina a esta ciudad apenas llegarían a tener algún cobertizo de palma o rancho de bahareque para el mayordomo y los vaqueros, como lo señala Orlando Fals Borda en su Historia doble de la Costa36.. Aún en las regiones del país donde se sitúan las mejores casas de hacienda coloniales, y como se indicó anteriormente, la aparición de éstas fue lenta y tardía.
El ejemplo de la región antioqueña es más ambiguo. Dotada de una geografía montañosa que favorecía la minería pero mucho menos la agricultura o la ganadería, tuvo un desarrollo económico colonial aparte de otras zonas adyacentes, como las llanuras de la costa caribeña. La tendencia de los pobladores allí fue muy marcadamente doble, quizá en razón de las dificultades topográficas para las comunicaciones y transporte terrestre, así como el hecho de la muy difundida actividad comercial de muchos de ellos: residir en los poblados o ciudades como Santa Fe o Rionegro pero tener también casas de hacienda, aunque éstas no llegaron a ostentar una arquitectura tan significativa como, por ejemplo, las del Valle del Cauca. Cuando se requieren largas y dificultosas jornadas para ir de una ciudad hasta una hacienda perdida en algún paraje de las montañas o los valles antioqueños, conviene tener en ambos extremos del viaje lugares propios para el descanso y las costumbres cotidianas.
El advenimiento de la República cambió muy poco la situación descrita anteriormente, en lo tocante a la geografía económica colombiana. Aún hoy la distribución regional de haciendas agrícolas y ganaderas continúa los lineamientos coloniales, pese a la diversificación de cultivos y desarrollo económico propios del siglo XX. Existe, sin embargo, una notable excepción a la anterior regla general: lo que se ha dado en llamar la “colonización antioqueña” de la región central (montañosa) del país, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, es decir, en pleno período formativo de la nación colombiana, y contra todos los factores políticos y socioeconómicos imaginables. Lo de “antioqueña” es un explicable regionalismo, puesto que una mayoría de los colonos que decidieron “abrir” territorios agrestes y despoblados eran gente oriunda de las regiones centro y sur de Antioquia. Las expresiones arquitectónicas de lo que en realidad vino a ser una colonización sobre otra muy anterior pero bastante más tenue, fueron mayoritariamente urbanas. Las zonas rurales del centro del país colombiano vieron surgir nuevas actividades agrícolas aparte de las ya tradicionales, y así, aunque el cultivo del café ya era conocido al final del período colonial, éste cobraría un impulso imprevisible y extraordinario en el siglo XIX, dentro de los límites geográficos de las regiones antioqueña y lo que eventualmente se conocería en la República como el “viejo” Departamento de Caldas. Allí se hallaron las condiciones climáticas y geográficas ideales para el cultivo selectivo del café, de origen africano y traído al Nuevo Mundo por la vía del Brasil. El café se tornó, en breves décadas, en el factor socioeconómico dominante en la productividad del centro del país colombiano, favorecido por la conformación de mercados internacionales para el grano y la creación de grandes capitales en torno al cultivo y mercadeo de aquél.
Cabe señalar aquí que la inclusión de sólo dos ejemplos de casas de fincas o haciendas cafeteras en el contenido del presente volumen obedece a que su considerable mérito e interés requería un estudio aparte, el cual en efecto ha tenido lugar en La Arquitectura de la colonización antioqueña37., serie de volúmenes dirigidos por el arquitecto Néstor Tobón. Aparte de lo anterior, la casa de finca cafetera tuvo unos orígenes y desarrollo muy diferentes de los que presentó la conformación de la cultura agropecuaria colonial, además de ocurrir en regiones escasamente ocupadas y explotadas durante la dominación española. El cultivo y mercadeo del café en Colombia es un hecho socioeconómico de índole protocapitalista, inscrito en circunstancias históricas totalmente diversas de las que mediaron en el inicio de la Colonia. La hacienda colonial deriva de nociones medievales de tenencia y explotación de las tierras. La finca cafetera carece de tal origen. Se puede decir que la arquitectura rural de la colonización del centro del país en el siglo XIX es un remolino singular y atípico dentro del contexto general de la corriente histórica que lleva de la Colonia a la República. Y también que la casa de finca cafetera antioqueña o quindiana no se puede considerar simplemente una rama del árbol genealógico de la casa de hacienda colonial, sino una especie arquitectónica original de la región, aunque dotada de ciertos inevitables y muy genéricos rasgos espaciales en común con la primera y compartidos con otras regiones centroamericanas y del Caribe donde se difundió el mismo cultivo. El hacendado de los siglos XVII y XVIII en el Cauca o Boyacá tiene muy poco, o casi nada, en común con el cultivador de café del XIX o el XX en el Quindío. El lugar que ocupan o el papel que desempeñan uno y otro en los sistemas socioeconómicos de la Colonia y la República no puede ser más diverso. Sus casas rurales, por lo tanto, reflejan esas considerables diferencias.
Durante el período que ha recibido el apodo de “republicano”, es decir, el que va del final del primer tercio del siglo XIX hasta la tercera década del XX en territorio colombiano, muchas –aunque no todas– de las casas de hacienda de época colonial pasaron, en mayor o menor grado, por un proceso de transformación formal y tecnológica que mal podía haber existido durante la Colonia. Por otra parte, era lógica la aparición de cierto número de casas de hacienda nuevas, es decir, construidas luego del primer tercio del siglo XIX, en un lenguaje formal y técnico decisivamente distinto de lo establecido por las tradiciones coloniales. Estos dos fenómenos arquitectónicos conforman lo que podría llamar la marca distintiva de la época.
La transformación, ante todo interior, pero que eventualmente afectó también la volumetría exterior de las casas de hacienda, iniciada en el siglo XIX, tuvo orígenes muy diversos de los que se indicaron a propósito de la construcción de época colonial. El eclecticismo –la escogencia y mezcla de elementos o motivos arquitectónicos de múltiples y abigarradas procedencias– que reemplazó la unanimidad formal dominante hasta entonces, no tuvo un origen tecnológico o tradicional sino comercial y superficialmente estético. Las mescolanzas eclécticas llegadas a Colombia no fueron fruto de un consenso social o de arraigadas costumbres sino de imposiciones económicas por parte de la industria y el “libre comercio” de algunos países europeos (Francia, Inglaterra, Italia y en menor grado, Alemania e incluso la misma España), así como los Estados Unidos. La arquitectura rural era ahora un frente de consumo para productos masificados por la “revolución industrial”.
Se ha querido ver, en la simple rebatiña comercial del siglo XIX para imponer en el nuevo país colombiano el uso de ciertos materiales decorativos y de construcción, una presunta búsqueda de identidad social y política relacionada con vagas simbologías arquitectónicas. Se han vislumbrado tendencias y “vertientes” estéticas en la mera fluctuación aleatoria del nuevo fenómeno de la moda frívola, transpuesto mal que bien del vestir a la arquitectura38.. Todo ello no pasa de ser un bondadoso intento historiográfico y crítico de “mejorar” (o tomar demasiado en serio) arquitecturas que no pasan mucho de lo ordinario y superficial, o de tornar profundo lo que, aun con buena voluntad, no va más allá de lo simplemente ameno o divertido. A la casa colonial de hacienda, como a su congénere de pueblo o ciudad, le fueron aplicados cielos rasos planos en pesadas tortas de cal y arena embadurnadas sobre soportes de cañas o guadua (bambú), y en las superficies así logradas surgieron rosetones, molduras, medallones, cornisas y cuanto se les ocurriera, indiscriminadamente, a quienes vendían y aplicaban decoración en yeso, “el mármol del pobre”, o en papier-mâché (papel mojado, aplastado y moldeado). Se ocultaron así tras una máscara burguesa los “pobres palos de las armaduras de cubiertas coloniales y se perdió la humilde y bella espacialidad interior de las casas de hacienda”. La rústica superficie de muros interiores recibió un apresto de “cola de carpintero” y luego, adherido con engrudo (pegante de almidón), el acabado universal del papel de colgadura, “la decoración mural del pequeño burgués”. Las alfombras “persas” suplantaron las esteras de esparto tendidas sobre los adobes o ladrillos de pisos. Sobre los modestos ladrillos o rústicos tablones (o en lugar de ellos) aparecieron los pisos en primorosos parquets en maderas francesas. Luego sobrevino la invasión de las fachadas exteriores mediante canales, cornisas, bajantes, etc. en latón, “el bronce del pobre”.
En resumen, la arquitectura rural no podía escapar al aburguesamiento industrializado ni a la versión subdesarrollada de cuanto rezago o “colilla” estéticos fuesen de fácil adquisición en el extranjero. Se trataba de la complicada transición de la construcción artesanal a la arquitectura de catálogo, que se podía pedir al almacén especializado, directamente a Europa o a los Estados Unidos. No habría que olvidar la asombrosa transición campestre de la letrina en el “patio de atrás” al “cuarto de baño” francés, ni los efectos de la aparición de tecnologías tan exóticas como las tuberías de hierro galvanizado o de gres. O de los efectos de la importación de máquinas para cortar molduras de madera y doblar barras de hierro sobre las modestas puertas de tablones mal cepillados y ventanas con cuero de vaca en lugar de vidrios de las casas de hacienda.
La entrada de las casas campestres coloniales a la modernidad tuvo la misma equívoca torpeza de la repentina y torpe irrupción de algún hacendado vestido de ruana y sombrero de jipa en una tertulia donde todos los asistentes lucían levitón francés y sombrero hongo británico. Para el final del siglo XIX la antigua casa de hacienda había pasado de ser una noble, eficaz y humilde herramienta de trabajo, a la imprevisible categoría de símbolo o insignia de clase social. No se debe olvidar, eso sí, que en capítulo anterior de este volumen se estableció que la historia de las casas de hacienda consiste en el cambio formal y dimensional casi continuo e indefinido de éstas, por adición o sustracción, por lo cual no se pueden asignar a éstas “formas finales” ni pronunciarse sobre presuntas “construcciones originales”. Resulta lógico ahora suponer que las transformaciones ocurridas en aquéllas en época republicana son simplemente episodios pertenecientes a esa sucesión de metamorfosis. Asunto bien diferente son los juicios críticos o las elecciones de gustos que se pueden hacer sobre las calidades estéticas o ambientales asignables a las épocas colonial o republicana en unas u otras casas de hacienda.
Lo anterior no fue en modo alguno exclusivo de Colombia. El mismo proceso, a un nivel cualitativo (y económico) muy superior, se produjo también en México y en el Brasil, favorecido por la conformación de núcleos sociales cuya aristocracia y poder se basó en enormes riquezas comerciales e industriales manejadas a escala internacional. Examínense algunas casas de hacienda de época republicana (o coloniales pero “republicanizadas” hasta las últimas consecuencias) en territorio colombiano y se verá, por ejemplo, en La Julia, Valle del Cauca, La Ramada o El Corzo, Cundinamarca, las cuales son remodelaciones republicanas de casas coloniales, la magnitud de las transformaciones operadas sobre aquéllas durante el final del siglo XIX y el comienzo del XX. Ciertos ejemplos de casas de hacienda netamente republicanas tales como La Industria o Piedragrande, Valle del Cauca y Buenavista o El Noviciado, Cundinamarca39., todas las cuales reemplazaron edificaciones coloniales o fueron levantadas en las vecindades de éstas, permiten establecer la existencia de rasgos arquitectónicos comunes entre ellas. El más notable es, sin duda, el abandono de los esquemas de organización espacial tradicionales, con su informalidad geométrica generada por las usanzas familiares, las necesidades concretas y los hábitos cotidianos, en favor de ordenaciones volumétricas y organización de ambientes basados en la imposición de principios geométricos abstractos como es la simetría con respecto a un eje central único, en dos o tres dimensiones. Es raro, o excepcional, detectar en una casa de hacienda colonial algún indicio o intención simetrizante, pues ¿qué sentido o utilidad le podría hallar un hacendado del siglo XVII o XVIII a una casa en la cual habría exactamente el mismo número, tamaño y disposición de dependencias a un lado y otro de una línea imaginaria que pasara por la mitad del patio y de las caballerizas? Sin embargo, muchas de ellas y casi todas las de época republicana ostentan actualmente caminos de acceso que, en lugar de contornear la casa, como se usaba tradicionalmente, para entrar “por atrás”, llegan a la fachada principal de ésta en su centro, y requieren una escalera y un vano de entrada en la galería del frente, los cuales cortan decisivamente la continuidad física y ambiental de ésta. Véase, a este respecto, la entrada principal de la casa de La Sierra (El Paraíso) así como la fina simetría de fachada de La Industria. Sin duda, de un modo vago e indefinible, la noción de “elegancia”, de refinamiento formal hizo su ingreso a la historia de las casas de hacienda colombianas.
En una casa colonial no intervenida en época republicana como Fusca, todavía es posible el recorrido original de la llegada a caballo, el acceso a la casa por el corredor trasero, para salir al patio central, contorneando éste y pasando a través del salón principal, para salir por último a la galería del frente, desde la cual se capta el panorama de la sabana de Bogotá. En El Paraíso, en cambio, el acceso tiene lugar de espaldas a la vista magnífica del Valle del Cauca, y sin recorrer y percibir previamente la casa, de un modo propio de turista, pero no de habitante de aquélla.
En casas de hacienda que datan de la segunda mitad del siglo XIX, como Buenavista, Cota, Cundinamarca, la cual fue construida a cierta distancia de la casa colonial del mismo nombre (actualmente irreconocible o prácticamente inexistente), el esquema espacial fue establecido previa y deliberadamente a base de un eje longitudinal y una fachada rigurosamente simétrica, como lo fueron los espacios de los salones originales antes de ser desafortunadamente modernizados para crear un ambiente único. La simetría en este caso no es una superposición a lo existente sino un rasgo original, creado para un burgués de clase social alta cuyo nivel de cultura ya presentaba visos cosmopolitas, y tenía una idea más snob y novedosa sobre la nueva casa por construir en Buenavista. En lugar de casa de hacienda, o además de ello, ésta debía ser casa de campo, con la elegancia insólita en la sabana de Bogotá de una alameda bordeada de cipreses traídos de Francia, una portada con reja en hierro forjado y un patio para la llegada en coche, simétrico también, delante del acceso principal. La transformación estético-social de las casas de hacienda alcanzó así su punto culminante en las tres últimas décadas del siglo XIX.
El ingreso de las casas de hacienda, republicanizadas o no, a la modernidad rural del campo colombiano supone un problema arquitectónico insoluble. El paso de una casa colonial a la era republicana era posible puesto que las superposiciones de elementos y criterios arquitectónicos implícitos podían tener lugar sin borrar por completo o contrastar violentamente con lo existente, o lo antiguo. Las modernizaciones realizadas en las décadas de los sesenta a los ochenta (del siglo XX) en casas de la sabana de Bogotá, Boyacá o el Valle del Cauca, en cambio, plantearon toda clase de imposibles tales como el intento absurdo de conciliación entre los ambientes penumbrosos dotados de pequeñas ventanas y la destrucción de gruesos muros de adobe para insertar en ellos los enormes ventanales de la nueva arquitectura. Esa brutal alteración de las relaciones entre interior y exterior de las viejas casas es el equivalente, guardadas las proporciones, de los matrimonios de actrices de cine ya muy averiadas por el paso de los años con apuestos efebos cada vez más jóvenes y más inexpresivos. La estética de esos lamentables encuentros entre el pasado y el futuro no puede ser más deprimente.
Sin duda, lo más grave que le puede ocurrir a una casa de hacienda durante el proceso de modernización de reciente data es la pérdida o desfiguración del lugar donde se localiza, es decir, de su inmediato entorno. Esto afecta la característica más importante de la casa de hacienda, como es su relación entre ella misma y el espacio natural que la rodea. La tala de árboles añosos y la demolición de muros circundantes son los principales ataques vandálicos a los lugares propios de las casas de hacienda. Lo primero tiene lugar con el pretexto de “despejar” un área en torno a la casa para instalar jardines “diseñados” y estacionamientos para automóviles; lo segundo, para eliminar los obstáculos que “impiden ver la vista”. Esto es el complemento de las ventanas modernas como de pecera, dado que con frecuencia la apertura de grandes vanos en fachada revela la fastidiosa presencia próxima de muros de cerramiento antiguos, los cuales ciertamente impiden apreciar las vacas Holstein pastando a centenares de metros más lejos. Es cierto que algunas pocas casas de hacienda, las menos, han logrado conservar milagrosamente su entorno, que otras han adquirido a su alrededor bellos jardines de corte moderno, pero un número enorme de ellas perdió para siempre la fisonomía y el ambiente del lugar donde se localizaron. Sin éste, la casa de hacienda es otra edificación más, indiferente en su apariencia. Quizá los “mejores” y más dolorosos ejemplos de lo anterior son el destrozo integral del entorno de la casa de Santillana, Tibasosa, Boyacá, mediante el paso de una carretera y la construcción de un “polideportivo”, y la mutilación de los hermosos muros de cerramiento de la casa de Suescún, Tibasosa, para instalar los lúgubres corrales de una cría de toros de lidia.
Las inserciones llevadas a cabo con el ánimo de “mejorar” o decorar los ambientes interiores o la apariencia exterior de casas de hacienda de época colonial son otros tantos indicios de los equívocos culturales y estéticos característicos de las clases sociales colombianas. Los modestos aleros coloniales fueron reemplazados por voladizos en cemento y parecen estar apoyados sobre canes de madera totalmente decorativos, cortados en perfiles a cual más amanerado. Insólitos elementos estructurales o decorativos de la arquitectura religiosa surgieron como fantasmas de otras épocas, a veces en cómicos batiburrillos de columnas, ménsulas, tirantes, cuadrales y “lazos sevillanos” en medio de salones y alcobas. No hay que olvidar que el presente es la época del expositorio-bar, el retablo-tocador, el oratorio-estudio, la caballeriza-gimnasio deportivo, de la troje-taller de reparación de maquinaria agrícola. Otros tiempos, definitivamente…
Un caso excepcional sería la extrema modernización (1977-79) de la casa colonial de Cortés, Bojacá, Cundinamarca, la cual ya había sido previamente “republicanizada” a comienzos del siglo XX. Allí se conservó, mal que bien, la volumetría exterior y el esquema espacial de lo existente, pero el lenguaje arquitectónico resultante es una difícil amalgama entre lo contemporáneo y lo neo-colonial. Ciertamente, no hay lugar a equívoco sobre la arquitectura actual de la casa de Cortés.
Quizá como una reacción nostálgica o tradicionalista contra el eclecticismo de fines del siglo XIX y comienzos del XX fueron construidas en Antioquia, el Cauca y el Valle del Cauca algunas casas de hacienda o finca que son exactamente el extremo opuesto a la modernización señalada en Cortés. Como si el pasado fuera recuperable junto con las formas construidas asociadas a éste, se pasó en algunos casos de la simple incorporación de “detalles” falso-antiguos a la construcción completa de edificaciones rurales utilizando exclusivamente las técnicas y materiales tradicionales de fines del siglo XVIII, con lo cual lo que podría haber sido evocativo o alusivo descendió al nivel de mimesis o imitación banal. El ejemplo más destacado de tan curioso género es sin duda la casa de Belalcázar, en las afueras de Popayán, terminada en 1914 (!). Este “resumen” de otras casas coloniales caucanas, esas sí auténticas, valga decirlo, no carece de gracia formal y ambiental, pero engaña sobre su edad al más advertido de los observadores. Es, en cierto modo, la cumbre colombiana del neo-colonial.
Cabría preguntar si no sería preferible, a lo anterior, el reemplazo de una maltrecha edificación del pasado por una versión totalmente actual de la casa de hacienda. Tales creaciones arquitectónicas existen ya en el país, en lenguaje contemporáneo, yendo desde el acierto formal y ambiental salido de manos de buenos diseñadores, hasta los inenarrables engendros rurales destinados a narcotraficantes y otros personajes de la misma laya. Es de suponer que, en décadas venideras, se llevará a cabo una evaluación y selección de lo que nuestra época dejó en el campo como formas construidas, y así se pueda apreciar, al fin, por contraste o equivalencia, la extraordinaria calidad y nobleza de las casas de hacienda coloniales y la ingenua pero atrayente bondad de las de época republicana.