- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Prólogo
(Arañero oliváceo / Basileuterus chrysogaster - Piedemontes del Chocó). El sotobosque de los bosques húmedos está lleno de lianas y matorrales, y es oscuro, muy distinto del luminoso dosel. Las aves se especializan en vivir en un estrato u otro del bosque. El arañero oliváceo es una especie de sotobosque. Aunque el dosel está a poca distancia, los arañeros prefieren forrajear cerca del suelo. Murray Cooper.
Texto de: Robert S. Ridgely, Ph. D
Colombia es extraordinaria. Hace diez años, el país estaba sumido en una “guerra civil” espantosa y sin sentido. Para la mayoría de afuereños, Colombia parecía estar atrapada en una triste y violenta guerra, con guerrillas de izquierda luchando por controlar el país y grupos paramilitares añadiendo su cuota de terror y crimen. La esperanza parecía nula, la guerra parecía no tener fin. Colombia no era un país atractivo para los aficionados a las aves provenientes de otros países. Desde hace décadas, los ornitólogos sabíamos que Colombia albergaba una sorprendente riqueza de aves, sin igual en el mundo entero. Sin embargo, la mayoría de esas aves se encontraban (y encuentran) en zonas remotas del país, las mismas que se consideraban peligrosas por el conflicto político interno (y además, no se sabía con certeza cuáles áreas eran riesgosas y cuáles no tanto). Por ello, las aves estaban básicamente fuera del alcance, como también lo estaba su estudio, tanto por pajareros aficionados como por ornitólogos profesionales. ¿Quién habría concebido, entonces, que nos encontremos ahora, en el año 2010, con un libro tan fantástico como Aves en Colombia entre las manos; un libro cuya relevancia radica en mostrar una estupenda variedad de fotografías de muchas aves colombianas? Esta obra es el resultado de una serie de eventos afortunados y muy alentadores, que hacen mirar con optimismo el futuro del planeta. Quizá Colombia nos pueda mostrarnos el camino.
Visité Colombia por primera vez en 1975, como parte de un amplio estudio de las loras y cotorras de toda la región neotropical, para el Fondo Mundial por la Naturaleza. Naturalmente, el área de estudio era tan extensa que ninguna localidad, región o país fue estudiado en profundidad, aunque el estudio generó alguna información que más adelante resultó en importantes iniciativas de conservación. Me radiqué en Cali en varias ocasiones hasta 1977, desde donde pude visitar varias regiones de Colombia, desde la Sierra de Santa Marta hasta Nariño, e incluso conseguí descender a un par de localidades en la Amazonia, que en aquellos años era bastante inaccesible. Y, pese a haber trabajado en varios otros países simultáneamente, me enamoré de Colombia, sus aves, sus paisajes y su gente. Logré acceder a varias regiones espectaculares, en gran medida gracias al Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (INDERENA). Guardo muy gratos recuerdos del Parque Nacional Cueva de los Guácharos, en el alto río Magdalena. Mi objetivo allí era encontrar poblaciones remanentes del loro orejiamarillo, que para entonces ya estaba en franco proceso de declinación poblacional; logré ver apenas una pareja volando alto sobre una vieja hacienda, la Finca Merenberg. Prácticamente fallé en mi trabajo con los loros (que resultaron ser bastante raros), pero sin duda aquellos abruptos senderos subiendo y bajando sierras resultaron gratificantes por la cantidad de aves que encontré en esos bosques subtropicales. Nunca olvidaré las ruidosas y acrobáticas bandadas del cacique candela, endémico colombiano, y más tarde el premio máximo para mí: los grupos super—bulliciosos del pollo de monte, una tangará con aspecto de urraca, que cruzaban de vez en cuando sobre nuestro campamento. Más memorable aún fue mi primer encuentro con una docena de gallitos de roca andinos agrupados en su lek de cortejo, danzando y gruñendo, en pos de atraer alguna compañera. Y más raro todavía, aquella pareja de toropiscos montañeros que al parecer se vieron atraídos por el bullicio (hasta ahora los sigo buscando en Ecuador).
Mis recuerdos fueron felices. Más tarde, cuando fui contratado como miembro del Departamento de Ornitología de la Academia de Ciencias de Filadelfia, mi plan era hacer de Colombia uno de mis objetivos profesionales. Empezamos con entusiasmo, contactando varias agencias y funcionarios gubernamentales en Bogotá, y organizando un par de salidas de campo. Pero los conflictos internos del país estaban cambiando, como pudimos evidenciar hacia 1984-1985 cuando, con el auspicio de Victor Emmanuel Nature Tours, organizamos las primeras giras de aviturismo hacia Colombia. Los primeros viajes fueron todo un éxito desde el punto de vista ornitológico, pero en 1985 tuvimos varios encuentros sorpresa con el ejército colombiano, cuyos miembros nos advirtieron, con escasa cordialidad, que estábamos en zonas riesgosas y que mejor debíamos salir de allí inmediatamente. Sin duda, ¡algo que nadie quisiera experimentar cuando lidera una tropa de pajareros norteamericanos cuyo afán era pasar unas amenas y tranquilas vacaciones observando aves! Fueron experiencias desconcertantes, por decir poco, así que Steve Hilty (quien me acompañó en la segunda gira) y yo decidimos que esto se estaba tornando muy peligroso, y que debíamos dejar de traer pajareros norteamericanos a Colombia. Esta fue una decisión doblemente difícil para Steve, ya que se encontraba en plena etapa de dar los toques finales a su Guía de Aves de Colombia, un libro extraordinario que se publicaría al año siguiente.
Durante la década siguiente, Colombia se tornó inaccesible para los pajareros, a excepción de los más intrépidos (e imprudentes). No tuve otra alternativa que cambiar mis objetivos ornitológicos hacia otra parte; tras una serie de eventos fortuitos, terminé encaminándome al vecino del sur, Ecuador. Y allí me quedé; mis esfuerzos de investigación poco a poco fueron metamorfoseando hacia esfuerzos de conservación, bajo la bandera de la Fundación Jocotoco. Pero nunca olvidé mi pasión original por Colombia y seguí con atención los eventos que allí ocurrían, particularmente desde fines de la década de 1990, cuando aumentó el número de colombianos y extranjeros interesados en las aves, primero en unas pocas áreas y luego de manera más amplia. Una prueba de esto es, precisamente, este estupendo libro que muestra la magistral fotografía de Murray Cooper, un sudafricano que ahora reside en Ecuador, pero con gran pasión por todo lo relacionado con las aves neotropicales. De un modo u otro, Murray consigue obtener fotografías de muchas aves que hasta hace poco tiempo, muy pocas personas habían visto. E imágenes magníficas, que además se caracterizan por el toque que Murray aporta. Contemple este libro y deléitese con los tesoros ornitológicos que Colombia le ofrece.
Evidentemente, Colombia es un país que ha cambiado, y ahora está listo para mostrar al mundo que es un lugar maravilloso. La nación tiene una gran riqueza cultural y geográfica, pero su biodiversidad es quizá su característica más sobresaliente; en ella, las aves destacan por sobre todas las cosas. Hay muchos argumentos a favor de esto. Colombia, Perú y Brasil se disputan el título del país con mayor riqueza de aves, pero para mí, Colombia es la indudable ganadora de esta fraterna contienda. Aunque según el tratado taxonómico que se aborde las cifras totales pueden variar, el último recuento que consulté, daba a Colombia el impresionante total de ¡1879 especies! ¡Un número próximo al total de aves en el África subsahariana! En esta cifra se incluyen varias especies migratorias que llegan a Colombia solo erráticamente, y otras que apenas se escurren hacia Colombia pero cuya distribución está concentrada en países vecinos; por ello, lo que es más sobresaliente es la enorme cantidad de aves cuya distribución se concentra total o principalmente en el país. Estas son las especies endémicas o “casi endémicas” (compartidas con países como Venezuela o Ecuador), y en esto Colombia reina.
¿Por qué Colombia tiene tantas aves? Bueno, para empezar es un país grande (aunque Estados Unidos es mucho más grande y apenas alberga unas 700 especies). Pero Colombia es un país tropical, y este hecho revieste mayor importancia, ya que los trópicos siempre albergan más especies, en parte debido a que sus climas más estables y cálidos permiten el desarrollo de hábitats más complejos; las aves (y otros organismos) responden a esta diversidad de hábitats especializándose en ciertos “nichos” específicos. Muchas aves son más bien escasas, pero en cambio, ¡muchísimas especies pueden “amontonarse” en áreas relativamente pequeñas! Esta es, pues, una de las razones para la elevada biodiversidad: muchas especies viviendo juntas. Claro que esta característica explica la riqueza de todos los trópicos, no solo de Colombia.
Bueno, pues otra condición tanto o más importante es que los países tropicales como Colombia albergan gran cantidad de especies que tan solo habitan en áreas geográficas limitadas (en contraste, en las regiones temperadas del planeta las especies tienden a distribuirse de forma más uniforme, en áreas más extensas). Estas especies con distribuciones limitadas se conocen como endémicas, y Colombia brinda un paraíso de oportunidades para que se desarrollen estas endémicas, debido a su compleja topografía. Las tres cordilleras andinas, grandes y separadas entre sí, junto a la enorme Sierra Nevada de Santa Marta, levantada en total aislamiento del resto de montañas del territorio, son características muy destacadas de la geografía colombiana. A manera de comparación, Ecuador tiene solo dos cordilleras andinas y ninguna sierra aislada que se compare con Santa Marta. Aunque algunas aves montañeras tienen distribuciones extensas, muchas otras están confinadas a una cordillera u otra (mientras más se separan los rangos de distribución hay mayor potencial para la diversificación de especies). Además, muchas aves montanas, a más de estar confinadas a una sola cordillera, están restringidas a una cota altitudinal angosta, con especies generalmente emparentadas viviendo más arriba o más abajo en el gradiente.
Por su gran elevación, los Andes actúan como barreras que separan las tierras bajas del este y del oeste (adicionalmente, la situación en Colombia es todavía más compleja debido a que hay dos ríos grandes corriendo hacia el norte, hacia el Caribe). Así, las aves que viven en los trópicos de un lado de los Andes normalmente no se encuentran en el otro lado (aunque algunas lo hicieron en el pasado geológico, antes del levantamiento de la cordillera andina). Entonces, todas estas regiones separadas, tanto tropicales como montanas, representan crisoles para la evolución de linajes separados que terminan convirtiéndose en especies distintas. Para citar un ejemplo, la región del Chocó es un área de selvas superhúmedas localizada en el occidente de Colombia, noroccidente de Ecuador y suroriente de Panamá. Está aislada de otras regiones tropicales de Sudamérica por la cordillera de los Andes, hacia el este, y por áreas más secas y desérticas hacia el sur. Como resultado, es una de las regiones con mayor endemismo de aves en todo el planeta, con más de 70 especies que habitan aquí y solamente aquí. Otro buen ejemplo es la Sierra Nevada de Santa Marta, hogar de varias docenas de aves endémicas.
El libro que tiene ahora en sus manos brinda una mirada a algunas de las aves más hermosas y fascinantes de Colombia. Pero esto debería ser solo un primer paso. Mi anhelo es que este libro le motive a salir al campo y mirarlas en estado silvestre puro, en su máxima expresión. ¿No sería grandioso que todas las familias colombianas tuvieran en casa este libro, para que abrieran bien sus ojos hacia las aves? Ni siquiera necesita irse muy lejos, ¡frente a sus puertas encontrará varias aves! No serán especies raras, ¡pero serán hermosas! Estoy convencido de que los norteamericanos adoraríamos tener un ave como el gorrión copetón en nuestros jardines, ave que con su lindo canto adorna las áreas agrícolas y urbanas de los Andes colombianos. ¡Qué suerte tienen acá! Muchas personas se sorprenden al percatarse de que las aves están en todas partes; sin duda, su presencia mejora la calidad de vida de la gente. Para mí, esto es tan fundamental, que no puedo describirlo en palabras.
Eso sí, ¡una precaución! Cuando empiece a percibir la presencia de las aves a su alrededor y a interesarse por ellas, no podrá dejar de preocuparse por los problemas ambientales que ahora dominan el planeta. Desde el punto de vista de las aves, el mayor problema en Colombia ha sido la deforestación, que se ha encargado de eliminar los hábitats (es decir, los hogares) de incontables millones de aves. En consecuencia, numerosas aves se consideran actualmente amenazadas de extinción; hecho que se torna más relevante si consideramos que muchas de ellas viven exclusivamente en Colombia, como se mencionó previamente. De esta manera, la responsabilidad de mitigar estos problemas y de proteger cuantos bosques (y otros hábitats) sea posible es solo de Colombia. Por suerte, esto ya está sucediendo. Varias oficinas gubernamentales están adelantando y fortaleciendo sólidos programas de conservación, mientras organizaciones no gubernamentales colaboran en la implementación de dichos programas. En el lapso de las dos últimas décadas, los centros de educación superior de Colombia están arrojando una magnífica generación de jóvenes biólogos (en buena cantidad gracias al esfuerzo de mi viejo amigo Gary Stiles), cuyo impacto es cada vez más importante. Entre las organizaciones no gubernamentales cabe destacar a ProAves?, una fundación joven pero muy exitosa, que ha logrado establecer y en manejar un sistema de reservas naturales privadas en el oeste y los Andes de Colombia, donde protegen hábitats remanentes para las aves más amenazadas del país. ¡ProAves? merece su apoyo! (www.proaves.org).
Quedan muchos retos, pero también se han dado varios éxitos. Uno de los más destacados se relaciona con el Loro Orejiamarillo, aquel ave que intenté encontrar en el Parque Nacional Cueva de los Guácharos, allá por 1976. Durante varias décadas se creía que este precioso loro estaba condenado a dirigirse, prontamente, a la extinción total; para 1990 desapareció la última población que se conocía en Ecuador, víctima de la deforestación y del excesivo uso de la palma de cera (árbol donde nidificaba) para las procesiones del Domingo de Ramos, en la Semana Santa. Parecía que esto mismo iba a suceder en Colombia, hasta que apareció la alentadora noticia de que un grupo de investigadores había encontrado una población en los Andes colombianos del norte, dentro de territorio manejado por las FARC (donde, sorprendentemente, ¡estaban algo protegidas por los irregulares!)
Desde entonces, esta población ha prosperado, y otras tantas se han descubierto y se han protegido. Aunque la especie todavía es escasa, se reproduce bien y ya no está, al parecer, en riesgo inminente de desaparecer. Incluso he llegado a fantasear con la translocación de un grupo de jóvenes loros colombianos hacia el noroeste de Ecuador, para reforzar sus poblaciones (si todavía queda alguna) o para restablecerlas. ¡Imposible imaginar un gesto más generoso y noble que este!
Es muy angustiante contemplar el crítico estado en que se encuentran muchos hábitats de Colombia. Tendremos que actuar a la mayor brevedad posible si queremos evitar que la extraordinaria biodiversidad colombiana se extinga. ¡Colombia es la joya aún no explotada del mundo de las aves! Tengo la certeza de que la grandiosa colección de fotografías que tiene ahora frente a usted será un paso en firme para educar y estimular a los colombianos y al mundo entero acerca del inigualable tesoro ornitológico que este país representa.
#AmorPorColombia
Prólogo
(Arañero oliváceo / Basileuterus chrysogaster - Piedemontes del Chocó). El sotobosque de los bosques húmedos está lleno de lianas y matorrales, y es oscuro, muy distinto del luminoso dosel. Las aves se especializan en vivir en un estrato u otro del bosque. El arañero oliváceo es una especie de sotobosque. Aunque el dosel está a poca distancia, los arañeros prefieren forrajear cerca del suelo. Murray Cooper.
Texto de: Robert S. Ridgely, Ph. D
Colombia es extraordinaria. Hace diez años, el país estaba sumido en una “guerra civil” espantosa y sin sentido. Para la mayoría de afuereños, Colombia parecía estar atrapada en una triste y violenta guerra, con guerrillas de izquierda luchando por controlar el país y grupos paramilitares añadiendo su cuota de terror y crimen. La esperanza parecía nula, la guerra parecía no tener fin. Colombia no era un país atractivo para los aficionados a las aves provenientes de otros países. Desde hace décadas, los ornitólogos sabíamos que Colombia albergaba una sorprendente riqueza de aves, sin igual en el mundo entero. Sin embargo, la mayoría de esas aves se encontraban (y encuentran) en zonas remotas del país, las mismas que se consideraban peligrosas por el conflicto político interno (y además, no se sabía con certeza cuáles áreas eran riesgosas y cuáles no tanto). Por ello, las aves estaban básicamente fuera del alcance, como también lo estaba su estudio, tanto por pajareros aficionados como por ornitólogos profesionales. ¿Quién habría concebido, entonces, que nos encontremos ahora, en el año 2010, con un libro tan fantástico como Aves en Colombia entre las manos; un libro cuya relevancia radica en mostrar una estupenda variedad de fotografías de muchas aves colombianas? Esta obra es el resultado de una serie de eventos afortunados y muy alentadores, que hacen mirar con optimismo el futuro del planeta. Quizá Colombia nos pueda mostrarnos el camino.
Visité Colombia por primera vez en 1975, como parte de un amplio estudio de las loras y cotorras de toda la región neotropical, para el Fondo Mundial por la Naturaleza. Naturalmente, el área de estudio era tan extensa que ninguna localidad, región o país fue estudiado en profundidad, aunque el estudio generó alguna información que más adelante resultó en importantes iniciativas de conservación. Me radiqué en Cali en varias ocasiones hasta 1977, desde donde pude visitar varias regiones de Colombia, desde la Sierra de Santa Marta hasta Nariño, e incluso conseguí descender a un par de localidades en la Amazonia, que en aquellos años era bastante inaccesible. Y, pese a haber trabajado en varios otros países simultáneamente, me enamoré de Colombia, sus aves, sus paisajes y su gente. Logré acceder a varias regiones espectaculares, en gran medida gracias al Instituto Nacional de los Recursos Naturales Renovables y del Ambiente (INDERENA). Guardo muy gratos recuerdos del Parque Nacional Cueva de los Guácharos, en el alto río Magdalena. Mi objetivo allí era encontrar poblaciones remanentes del loro orejiamarillo, que para entonces ya estaba en franco proceso de declinación poblacional; logré ver apenas una pareja volando alto sobre una vieja hacienda, la Finca Merenberg. Prácticamente fallé en mi trabajo con los loros (que resultaron ser bastante raros), pero sin duda aquellos abruptos senderos subiendo y bajando sierras resultaron gratificantes por la cantidad de aves que encontré en esos bosques subtropicales. Nunca olvidaré las ruidosas y acrobáticas bandadas del cacique candela, endémico colombiano, y más tarde el premio máximo para mí: los grupos super—bulliciosos del pollo de monte, una tangará con aspecto de urraca, que cruzaban de vez en cuando sobre nuestro campamento. Más memorable aún fue mi primer encuentro con una docena de gallitos de roca andinos agrupados en su lek de cortejo, danzando y gruñendo, en pos de atraer alguna compañera. Y más raro todavía, aquella pareja de toropiscos montañeros que al parecer se vieron atraídos por el bullicio (hasta ahora los sigo buscando en Ecuador).
Mis recuerdos fueron felices. Más tarde, cuando fui contratado como miembro del Departamento de Ornitología de la Academia de Ciencias de Filadelfia, mi plan era hacer de Colombia uno de mis objetivos profesionales. Empezamos con entusiasmo, contactando varias agencias y funcionarios gubernamentales en Bogotá, y organizando un par de salidas de campo. Pero los conflictos internos del país estaban cambiando, como pudimos evidenciar hacia 1984-1985 cuando, con el auspicio de Victor Emmanuel Nature Tours, organizamos las primeras giras de aviturismo hacia Colombia. Los primeros viajes fueron todo un éxito desde el punto de vista ornitológico, pero en 1985 tuvimos varios encuentros sorpresa con el ejército colombiano, cuyos miembros nos advirtieron, con escasa cordialidad, que estábamos en zonas riesgosas y que mejor debíamos salir de allí inmediatamente. Sin duda, ¡algo que nadie quisiera experimentar cuando lidera una tropa de pajareros norteamericanos cuyo afán era pasar unas amenas y tranquilas vacaciones observando aves! Fueron experiencias desconcertantes, por decir poco, así que Steve Hilty (quien me acompañó en la segunda gira) y yo decidimos que esto se estaba tornando muy peligroso, y que debíamos dejar de traer pajareros norteamericanos a Colombia. Esta fue una decisión doblemente difícil para Steve, ya que se encontraba en plena etapa de dar los toques finales a su Guía de Aves de Colombia, un libro extraordinario que se publicaría al año siguiente.
Durante la década siguiente, Colombia se tornó inaccesible para los pajareros, a excepción de los más intrépidos (e imprudentes). No tuve otra alternativa que cambiar mis objetivos ornitológicos hacia otra parte; tras una serie de eventos fortuitos, terminé encaminándome al vecino del sur, Ecuador. Y allí me quedé; mis esfuerzos de investigación poco a poco fueron metamorfoseando hacia esfuerzos de conservación, bajo la bandera de la Fundación Jocotoco. Pero nunca olvidé mi pasión original por Colombia y seguí con atención los eventos que allí ocurrían, particularmente desde fines de la década de 1990, cuando aumentó el número de colombianos y extranjeros interesados en las aves, primero en unas pocas áreas y luego de manera más amplia. Una prueba de esto es, precisamente, este estupendo libro que muestra la magistral fotografía de Murray Cooper, un sudafricano que ahora reside en Ecuador, pero con gran pasión por todo lo relacionado con las aves neotropicales. De un modo u otro, Murray consigue obtener fotografías de muchas aves que hasta hace poco tiempo, muy pocas personas habían visto. E imágenes magníficas, que además se caracterizan por el toque que Murray aporta. Contemple este libro y deléitese con los tesoros ornitológicos que Colombia le ofrece.
Evidentemente, Colombia es un país que ha cambiado, y ahora está listo para mostrar al mundo que es un lugar maravilloso. La nación tiene una gran riqueza cultural y geográfica, pero su biodiversidad es quizá su característica más sobresaliente; en ella, las aves destacan por sobre todas las cosas. Hay muchos argumentos a favor de esto. Colombia, Perú y Brasil se disputan el título del país con mayor riqueza de aves, pero para mí, Colombia es la indudable ganadora de esta fraterna contienda. Aunque según el tratado taxonómico que se aborde las cifras totales pueden variar, el último recuento que consulté, daba a Colombia el impresionante total de ¡1879 especies! ¡Un número próximo al total de aves en el África subsahariana! En esta cifra se incluyen varias especies migratorias que llegan a Colombia solo erráticamente, y otras que apenas se escurren hacia Colombia pero cuya distribución está concentrada en países vecinos; por ello, lo que es más sobresaliente es la enorme cantidad de aves cuya distribución se concentra total o principalmente en el país. Estas son las especies endémicas o “casi endémicas” (compartidas con países como Venezuela o Ecuador), y en esto Colombia reina.
¿Por qué Colombia tiene tantas aves? Bueno, para empezar es un país grande (aunque Estados Unidos es mucho más grande y apenas alberga unas 700 especies). Pero Colombia es un país tropical, y este hecho revieste mayor importancia, ya que los trópicos siempre albergan más especies, en parte debido a que sus climas más estables y cálidos permiten el desarrollo de hábitats más complejos; las aves (y otros organismos) responden a esta diversidad de hábitats especializándose en ciertos “nichos” específicos. Muchas aves son más bien escasas, pero en cambio, ¡muchísimas especies pueden “amontonarse” en áreas relativamente pequeñas! Esta es, pues, una de las razones para la elevada biodiversidad: muchas especies viviendo juntas. Claro que esta característica explica la riqueza de todos los trópicos, no solo de Colombia.
Bueno, pues otra condición tanto o más importante es que los países tropicales como Colombia albergan gran cantidad de especies que tan solo habitan en áreas geográficas limitadas (en contraste, en las regiones temperadas del planeta las especies tienden a distribuirse de forma más uniforme, en áreas más extensas). Estas especies con distribuciones limitadas se conocen como endémicas, y Colombia brinda un paraíso de oportunidades para que se desarrollen estas endémicas, debido a su compleja topografía. Las tres cordilleras andinas, grandes y separadas entre sí, junto a la enorme Sierra Nevada de Santa Marta, levantada en total aislamiento del resto de montañas del territorio, son características muy destacadas de la geografía colombiana. A manera de comparación, Ecuador tiene solo dos cordilleras andinas y ninguna sierra aislada que se compare con Santa Marta. Aunque algunas aves montañeras tienen distribuciones extensas, muchas otras están confinadas a una cordillera u otra (mientras más se separan los rangos de distribución hay mayor potencial para la diversificación de especies). Además, muchas aves montanas, a más de estar confinadas a una sola cordillera, están restringidas a una cota altitudinal angosta, con especies generalmente emparentadas viviendo más arriba o más abajo en el gradiente.
Por su gran elevación, los Andes actúan como barreras que separan las tierras bajas del este y del oeste (adicionalmente, la situación en Colombia es todavía más compleja debido a que hay dos ríos grandes corriendo hacia el norte, hacia el Caribe). Así, las aves que viven en los trópicos de un lado de los Andes normalmente no se encuentran en el otro lado (aunque algunas lo hicieron en el pasado geológico, antes del levantamiento de la cordillera andina). Entonces, todas estas regiones separadas, tanto tropicales como montanas, representan crisoles para la evolución de linajes separados que terminan convirtiéndose en especies distintas. Para citar un ejemplo, la región del Chocó es un área de selvas superhúmedas localizada en el occidente de Colombia, noroccidente de Ecuador y suroriente de Panamá. Está aislada de otras regiones tropicales de Sudamérica por la cordillera de los Andes, hacia el este, y por áreas más secas y desérticas hacia el sur. Como resultado, es una de las regiones con mayor endemismo de aves en todo el planeta, con más de 70 especies que habitan aquí y solamente aquí. Otro buen ejemplo es la Sierra Nevada de Santa Marta, hogar de varias docenas de aves endémicas.
El libro que tiene ahora en sus manos brinda una mirada a algunas de las aves más hermosas y fascinantes de Colombia. Pero esto debería ser solo un primer paso. Mi anhelo es que este libro le motive a salir al campo y mirarlas en estado silvestre puro, en su máxima expresión. ¿No sería grandioso que todas las familias colombianas tuvieran en casa este libro, para que abrieran bien sus ojos hacia las aves? Ni siquiera necesita irse muy lejos, ¡frente a sus puertas encontrará varias aves! No serán especies raras, ¡pero serán hermosas! Estoy convencido de que los norteamericanos adoraríamos tener un ave como el gorrión copetón en nuestros jardines, ave que con su lindo canto adorna las áreas agrícolas y urbanas de los Andes colombianos. ¡Qué suerte tienen acá! Muchas personas se sorprenden al percatarse de que las aves están en todas partes; sin duda, su presencia mejora la calidad de vida de la gente. Para mí, esto es tan fundamental, que no puedo describirlo en palabras.
Eso sí, ¡una precaución! Cuando empiece a percibir la presencia de las aves a su alrededor y a interesarse por ellas, no podrá dejar de preocuparse por los problemas ambientales que ahora dominan el planeta. Desde el punto de vista de las aves, el mayor problema en Colombia ha sido la deforestación, que se ha encargado de eliminar los hábitats (es decir, los hogares) de incontables millones de aves. En consecuencia, numerosas aves se consideran actualmente amenazadas de extinción; hecho que se torna más relevante si consideramos que muchas de ellas viven exclusivamente en Colombia, como se mencionó previamente. De esta manera, la responsabilidad de mitigar estos problemas y de proteger cuantos bosques (y otros hábitats) sea posible es solo de Colombia. Por suerte, esto ya está sucediendo. Varias oficinas gubernamentales están adelantando y fortaleciendo sólidos programas de conservación, mientras organizaciones no gubernamentales colaboran en la implementación de dichos programas. En el lapso de las dos últimas décadas, los centros de educación superior de Colombia están arrojando una magnífica generación de jóvenes biólogos (en buena cantidad gracias al esfuerzo de mi viejo amigo Gary Stiles), cuyo impacto es cada vez más importante. Entre las organizaciones no gubernamentales cabe destacar a ProAves?, una fundación joven pero muy exitosa, que ha logrado establecer y en manejar un sistema de reservas naturales privadas en el oeste y los Andes de Colombia, donde protegen hábitats remanentes para las aves más amenazadas del país. ¡ProAves? merece su apoyo! (www.proaves.org).
Quedan muchos retos, pero también se han dado varios éxitos. Uno de los más destacados se relaciona con el Loro Orejiamarillo, aquel ave que intenté encontrar en el Parque Nacional Cueva de los Guácharos, allá por 1976. Durante varias décadas se creía que este precioso loro estaba condenado a dirigirse, prontamente, a la extinción total; para 1990 desapareció la última población que se conocía en Ecuador, víctima de la deforestación y del excesivo uso de la palma de cera (árbol donde nidificaba) para las procesiones del Domingo de Ramos, en la Semana Santa. Parecía que esto mismo iba a suceder en Colombia, hasta que apareció la alentadora noticia de que un grupo de investigadores había encontrado una población en los Andes colombianos del norte, dentro de territorio manejado por las FARC (donde, sorprendentemente, ¡estaban algo protegidas por los irregulares!)
Desde entonces, esta población ha prosperado, y otras tantas se han descubierto y se han protegido. Aunque la especie todavía es escasa, se reproduce bien y ya no está, al parecer, en riesgo inminente de desaparecer. Incluso he llegado a fantasear con la translocación de un grupo de jóvenes loros colombianos hacia el noroeste de Ecuador, para reforzar sus poblaciones (si todavía queda alguna) o para restablecerlas. ¡Imposible imaginar un gesto más generoso y noble que este!
Es muy angustiante contemplar el crítico estado en que se encuentran muchos hábitats de Colombia. Tendremos que actuar a la mayor brevedad posible si queremos evitar que la extraordinaria biodiversidad colombiana se extinga. ¡Colombia es la joya aún no explotada del mundo de las aves! Tengo la certeza de que la grandiosa colección de fotografías que tiene ahora frente a usted será un paso en firme para educar y estimular a los colombianos y al mundo entero acerca del inigualable tesoro ornitológico que este país representa.