Prefacio

(Quetzal colinegro / Pharomachrus auriceps - Andes Occidentales, Centrales y Orientales). Un quetzal colinegro macho percha en la entrada de su nido. Quetzales macho y hembra son padres abnegados. Alimentan a sus crías con aguacates silvestres, insectos y pequeños vertebrados, como lagartijas del género Anolis.   Murray Cooper.

Texto de: Benjamín Villegas

Tal vez no seria errado afirmar que el rasgo más destacado de la privilegiada naturaleza colombiana es su inconmensurable biodiversidad. Tampoco sería errado aseverar que dentro de esa biodiversidad, las aves ocupan el primer lugar. En este terreno el país puede llegar a ser el más rico del mundo, con un número de especies que ronda las 2.000.

Una razón para ello es que se trata de un país tropical, y en el trópico la variedad climática propicia el desarrollo de numerosos hábitats, donde se acomodan e instalan su hogar las especies que específicamente ese avienen a ellos.

La casi ilimitada topografía del país, combinada con una envidiable dotación de ríos, se convierte, pues, en un estímulo propicio e incontenible a esta diversidad. Diversidad que, además va acompañada de una belleza generalizada de sus ejemplares, tanto en su plumaje y colorido, como en su tamaño, sus trinos, sus alas, sus picos. No es difícil en Colombia disfrutar de la sonoridad y el colorido de los pájaros que anidaban en sus parques o jardines urbanos, para no hablar de las montañas, las sabanas, los llanos, los bosques o las selvas.

No obstante, esta riqueza ha sido duramente golpeada y su futuro seriamente amenazado. El conflicto interno del país, así como la colonización inadecuada de la tierra, la urbanización, el auge de los cultivos ilícitos y la creciente deforestación, entre muchos otros factores, han arrasado de manera irresponsable con los hábitats de muchas especies, disparando la tasa de desaparición a niveles preocupantes, cuando no alarmantes.

Es por ellos que urge convertir la protección de de esta fauna en una prioridad nacional. En un mundo donde la consciencia ecológica es cada vez mayor, y donde de la necesidad de defender y conservar sus recursos se refleja en los programas de desarrollo. Colombia no puede ser la excepción.

Esta obra –un mostrado único e impresionante de la fauna alada de nuestro país– es resultado de los afortunados esfuerzos de sus autores y de las circunstancias propicias que se dieron para su realización. Su publicación debe estimular la defensa y protección de este y todos nuestros recursos. Colombia no puede darse el lujo de admitir pérdidas en su biodiversidad.