- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Tejidos
Mochila y sombreros Arhuaco tejidos en algodón, con la forma técnica y los diseños tradicionales. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena. José Fernando Machado.
Estuche indígena para llevar flechas, tejido en fibras de yarumo teñidas con tintes vegetales. Vichada. José Fernando Machado.
Detalle de tejido en macramé con flecos en galón de seda. Hace parte de la indumentaria regional andina y es una derivación de la mantilla española. Gachancipá, Cundinamarca. Broche en oro. Luis A. Cano. Bogotá. Jorge Eduardo Arango.
Pesebre en trapo. Popayán, Cauca. Juan Camilo Segura.
Cestería en rollos de paja en espiral, envueltos en fibra de fique teñido. Saboyá, Boyacá. Óscar Monsalve.
Detalle de tapiz tejido en crin de caballo. Olga de Amaral. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalle de la cubierta de una maloca, tejida en palma. Río Mirití-Paraná, Caquetá. Diego Miguel Garcés.
Panera en fibra de palma de iraca. Usiacurí, Atlántico. José Fernando Machado.
Mujer con sombrero en paja “mawisa”, con diseño de sucesiones seriadas de cruces. Puerto Estrella, Guajira. Lucas Schmeekloth.
Balay en fibras de yarumo, utilizado en el proceso de tamizado de la mandioca. Vaupés. José Fernando Machado.
Gualdrapa tradicional en lana. Nobsa, Boyacá. Jorge Eduardo Arango.
Ornamentos en chaquiras, usados en la cabeza y en el cuello. Indígenas Noanamá. Chocó. José Fernando Machado.
Detalle del bordado de una casulla, con tejido en hilos de plata, oro y seda. Con esta técnica se confeccionaron capas, estolas, manteles y otros objetos con fines litúrgicos. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Torteros prehispánicos en cerámica con decoración incisa. El tortero es el volante del huso, que atravesado por una cañuela y provisto de un gancho en uno de sus extremos, cuando el hilandero lo hace girar libremente, imprime un movimiento de rotación que va dando torsión a las fibras que se le van suministrando. Diversas culturas. Jorge Eduardo Arango.
Tela prehispánica tejida en algodón, teñida con sustancias vegetales. Cultura Muisca. José Fernando Machado.
Fragmento de manta tejida en telar primitivo. La mayoría de los artefactos tejidos no han sobrevivido por la humedad del clima. Pero algunos fragmentos que aún existen, nos muestran los métodos utilizados por los primeros tejedores. La decoración con meandros y demás figuras geométricas, se hacía en el telar, usando hilos teñidos previamente y repartidos en la urdimbre, de acuerdo con su color. S. XI a XV d. C. Cultura Guane. Gustavo Pérez.
Fragmento de tejido prehispánico en algodón, pintado con tintes vegetales. Cultura Muisca. José Fernando Machado.
Chinchorros guajiros guindados en una ranchería. Indígenas Wayuu, Guajira Lucas Schmeekloth.
Venta de hamacas. San Onofre, Sucre. José Fernando Machado.
Detalles de urdimbre. San Jacinto, Bolívar. José Fernando Machado.
Tela de hamaca tejida en algodón en telar vertical. San Jacinto, Bolívar. José Fernando Machado.
Chinchorro en fibra de palma de cumare. Se elabora enlazando cuerdas delgadas y largas horizontalmente, en torno a dos postes verticales. Llanos Orientales. José Fernando Machado.
Chinchorros guajiros tejidos en hilo de algodón. Son un elemento de prestigio y simbolizan el rango social y económico del grupo. Sirven para el trueque, cubrir deudas o efectuar pagos. Una familia acomodada debe poseer, mínimo, diez chinchorros para atender a las visitas. Como objeto artesanal, el chinchorro recoge toda la técnica del tejido, manejo de hilos y colores, de esta región costera. En su diseño, se expresan formas simbólicas que pertenecen a la tradición cultural de la comunidad. Jorge Eduardo Arango.
De acuerdo con la técnica utilizada, se conocen dos tipos de chinchorros: los que se basan en el tejido de urdimbre y los que tienen por trama una cadeneta sencilla o una cadeneta doble. A lado y lado del chinchorro se cosen cenefas, tejidas previamente en crochet, hermosamente decoradas. Indígenas Wayuu, Guajira. José Fernando Machado.
De acuerdo con la técnica utilizada, se conocen dos tipos de chinchorros: los que se basan en el tejido de urdimbre y los que tienen por trama una cadeneta sencilla o una cadeneta doble. A lado y lado del chinchorro se cosen cenefas, tejidas previamente en crochet, hermosamente decoradas. Indígenas Wayuu, Guajira. José Fernando Machado.
Conjunto de mochilas en fique. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Pérsides Criollo termina el tejido de la base de una mochila en fique. Sandoná, Nariño. Diego Miguel Garcés.
Indias Guambiano en sus trajes típicos. Una de ellas inicia el tejido de una jigra o mochila en fique, mientras otra enmadeja lana después de hilarla. Las mujeres visten una serie de anacos o faldas de lana de color negruzco, adornadas con franjas transversales de otro color, que ellas mismas tejen en telar vertical. Las envuelven en su cuerpo asegurándolas a la cintura con una vistosa faja o chumbe tejido en hilo de varios colores y adornado con figuras. Sobre los hombros se colocan no menos de cuatro rebozos azules, de tradición española, cogidos a la altura del pecho con ganchos metálicos. Silvia, Cauca. Alfredo Pinzón.
Alejo Agreda, cacique Kamsá, tejiendo una red. Viste un poncho característico, tejido en hilo sobre telar vertical. Los Kamsá viven en las montañas andinas que cruzan el valle de Sibundoy. La población actual es de cuatro mil, derivan su sustento de la agricultura, de la pesca y de la producción artesanal. San Francisco, Putumayo. Diego Miguel Garcés.
Mochila guajira tejida en hilo de algodón. Makú, Guajira. José Fernando Machado.
Mochila guajira, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Mochila guajira, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Mochilas tejidas en hilo de algodón, con agujas de macana, perforadas y cortas. La mochila forma parte de la herencia prehispánica. Están provistas de una ancha manija para colgarla al cuerpo. Las mochilas blancas sólo las portan los líderes espirituales de los indígenas Kogi. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena José Fernando Machado.
Faja tejida en hilo de algodón. La faja o cinto, llamada siíra en guajiro, es utilizada alrededor de la cintura para ceñir el guayuco. Se confecciona mezclando hilos de colores vistosos y se termina en flecos largos, agarrados, al final, por un cordón que remata en una borla. Indígenas Wayuu, Guajira José Fernando Machado.
Faja tejida en hilo de algodón. La faja o cinto, llamada siíra en guajiro, es utilizada alrededor de la cintura para ceñir el guayuco. Se confecciona mezclando hilos de colores vistosos y se termina en flecos largos, agarrados, al final, por un cordón que remata en una borla. Indígenas Wayuu, Guajira José Fernando Machado.
Cobijas en lana natural con franjas de color, elaboradas en puntadas de costal y espina de pescado, en Villa de Leiva. Este pequeño pueblo colonial ha atraído numerosos artesanos, especialmente tejedores. Los fines de semana, en la plaza del pueblo, se reúnen a comprar y vender sus productos. Villa de Leiva, Boyacá. José Fernando Machado.
Manta tejida en telar horizontal, con diferentes fibras de lana teñida, superpuestas sobre hilaza de algodón teñido. Ricardo Carrizosa. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Gualdrapas confeccionadas en telar con lana en mota, sobre algodón hilado en huso. Estos pequeños tapetes anudados, vinculados tradicionalmente a la cabalgadura como apoyo de las monturas, se usan hoy, ante todo, como adorno o “pie de cama”. Nobsa, Boyacá. José Fernando Machado.
Mujer tejiendo paño de lana para una ruana, sobre telar vertical. En las zonas rurales del altiplano andino son bastante comunes los telares rústicos en las casas. Santa Rosa, Santander. Jorge Eduardo Arango.
Ruana abierta, en lana virgen, elaborada en telar horizontal. Ricardo Carrizosa. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Grupo de campesinos luciendo ruanas tejidas en lana. Chita, Boyacá. Santiago Harker.
Ruanas clásicas dobladas. Tejidas en lana virgen sobre telar vertical y cardadas. Sogamoso, Boyacá. Jorge Eduardo Arango.
Detalle de ruanas clásicas en lana virgen, donde puede apreciarse la unión de los dos paños que la conforman, la abertura para introducir la cabeza y el remate de los bordes. Sogamoso, Boyacá. José Fernando Machado.
Alpargatas tejidas en algodón de vivos colores, sobre suela de fique. Chiquinquirá. Boyacá. José Fernando Machado.
Alpargatas tejidas en algodón y moldes para el tejido de las punteras. Tradicionalmente la suela es de trenzas de fique y la puntera es de algodón. Monguí, Boyacá. José Fernando Machado.
Cotizas tejidas en fibras vegetales teñidas, sobre una suela de caucho o cuero. Es el calzado del guajiro. Maku, Guajira. José Fernando Machado.
Guaireñas, sandalias guajiras tejidas en lana, sobre suela de cuero repujado. Prenda tradicional de las mujeres guajiras elaborada a base de un cordón trenzado de lana, que se afianza a una suela de cuero, por medio de tres agujeros. Lucen encima las “kamushulas” o borlas de lana, de mayor o menor tamaño, según la prestancia social de sus dueñas. Maku, Guajira. José Fernando Machado.
Detalle del complejo tejido de una mola. Indígenas Cuna. Golfo de Urabá. Jesús Vélez.
Tapiz elaborado a partir de un conjunto de molas con figuras zoomorfas, cocidas entre sí. Clara Lucía de Villegas. Bogotá. Juan Camilo Segura.
Elaboración tradicional de cubierta para vivienda, aprevechando ramas de la palma amarga, superpuestas y amarradas con bejuco a una estructura de madera. Amazonas Diego Miguel Garcés.
Paneros de trama oblicua en fibra de yarumo, trenzada espiralmente en la base. De rápida elaboración, se usan para guardar, conservar y transportar la fariña o mandioca. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Catarijanos. Empaques indígenas que resultan de trenzar la hoja y la vena de las ramas de las palmas. Son improvisados sobre la marcha, en la selva, para recoger y transportar frutos y alimentos. Los habitantes del Amazonas aprenden desde muy niños a hacer estos empaques con cualquier tipo de fibra del entorno selvático. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Catarijanos. Empaques indígenas que resultan de trenzar la hoja y la vena de las ramas de las palmas. Son improvisados sobre la marcha, en la selva, para recoger y transportar frutos y alimentos. Los habitantes del Amazonas aprenden desde muy niños a hacer estos empaques con cualquier tipo de fibra del entorno selvático. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Cubierta de bohío, elaborada con ramas de palma de coco, atadas con bejuco sobre una construcción de estructura cónica en madera. El techo se construye sobre canaletas fijadas a la estructura de madera. También la cubren con paja de enea atada con bejuco. Sierra de la Macuira, Guajira. José Fernando Machado.
Conjunto de esteras tejidas en fibras de palma sobre pita. Para su elaboración se utilizan hojas jóvenes que se desflecan, se cuelgan y se ponen a secar y a blanquear al sol. Tradicionalmente se teñían con achiote. Se usan para cubrir los pisos. Ovejas, Sucre. José Fernando Machado.
Atados en corteza de plátano. Se utilizan para envolver diferentes productos agrícolas y facilitar su transporte. Al fondo esteras en junco. Barbosa, Santander. Diego Samper.
Venta de esterillas en junco, tejido sobre cabuya de fique. Se usan como colchón o sobre el lomo de las bestias, para protegerlas de la carga. El junco crece en abundancia en lugares pantanosos de climas fríos y templados. Tota, Boyacá. Diego Samper.
Cedazos elaborados en cerdas de crin en un telar rústico. Una vez terminado el tejido, la madera se curva para colocar la tela entre dos aros que aprisionan el tejido. De esta manera permanece tenso y fijo para ser usado como cernidor de alimentos. Tenza, Boyacá. José Fernando Machado.
Detalle de cincha elaborada en cerdas de crin. Con ella se asegura la silla a la cabalgadura. Tota, Boyacá. Diego Samper.
Lazos en cerdas de crin sobre telar vertical. Al ser trenzada y tejida la crin, posee una gran resistencia. Con ella también se hacen frontaleras y pellones. Tabio, Cundinamarca. Jorge Eduardo Arango.
Cestos en fibra de palma güerregue, tejidos para contener líquidos, gracias a su fina y apretada trama. Indígenas Noanamá, Chocó. José Fernando Machado.
Cestos en fibra de palma güerregue, tejidos para contener líquidos, gracias a su fina y apretada trama. Indígenas Noanamá, Chocó. José Fernando Machado.
Cestos en fibras de yarumo, teñidas con colorantes negro y rojo, fijados con zumo de guamo. El diseño de las puntas se acopla a la forma de la canoa y no permite que el agua humedezca los objetos que porta. Vaupés. José Fernando Machado.
Cestería en corteza de plátano. Se desprende del tronco cuando está verde, se raja, se descascara, se deja secar al sol y se ripea en tiras delgadas. Manizales, Caldas. Diego Samper.
Canasto en fibras de yarumo. Lo usan las mujeres para transportar la yuca. Vaupés. Jorge Eduardo Arango.
Tipití o sebucán elaborado en fibras de yarumo. El tipití tiene la función de extraer el ácido prúsico que contiene la yuca amarga. Simbólicamente representa una boa que transforma la yuca y la purifica. Guainía. Diego Miguel Garcés.
Canasto en fibra de palma, usado por las mujeres, para transportar alimentos. Vaupés. José Fernando Machado.
Detalle de diferentes tipos de balay en fibras e yarumo, fabricados por diversas comunidades indígenas del Amazonas y de los Llanos Orientales. La forma como entretejen la fibra y su coloración, al igual que el remate de los bordes, distinguen no sólo el uso dado a cada uno de ellos, sino a un grupo humano de otro. Son utilizados en el proceso de elaboración de la yuca brava. Tras su rallado, la pulpa se aprieta contra el balay colocado sobre un trípode. Luego se introduce en el sebucán para extraer el veneno. El producto resultante es un polvo blanco y harinoso que puede ser utilizado en dos formas: como casabe o como mañoco. José Fernando Machado.
Nieves Pinilla tejiendo sombreros de tapia pisada en trencilla enrollada de palmiche. Han recibido este nombre por su tejido compacto y resistente, semejante a los tapiales de barro y paja. Villa de Leiva, Boyacá. José Fernando Machado.
Conjunto de sombreros en palma de iraca, aireándose en la calle. Esta práctica es tradicional y se repite varias veces para cada sombrero. Sandoná, Nariño. José Fernando Machado.
Artesanas tejiendo sombreros en palma de iraca, que crece espontáneamente en los climas templados. Sus hojas se multiplican desde el suelo. Para la fabricación del sombrero se utiliza el cogollo de la palma, aún no abierto, y se parte verticalmente. A finales del siglo pasado se conocieron como “sombreros Panamá”, en ese entonces departamento de Colombia. Sandoná, Nariño. José Fernando Machado.
Sombrero ceremonial Guambiano,“Kwari”, en fibra de paja teñida con tintes vegetales. Es de copa baja y adornado con torzales de lana. Generalmente lo teje el pretendiente de la novia como obsequio de boda. Silvia, Cauca. José Fernando Machado.
Sombrero en palma de iraca elaborado en Aguadas, pueblo ubicado al norte de la región cafetera. Esta zona se ha destacado por una industria doméstica de elaboración de sombreros, que se practica tanto en las áreas urbanas como en las rurales. Aguadas, Caldas Diego Samper.
Sombreros sinuanos llamados también “vueltiaos”, elaborados en caña flecha, originarios de la cultura Sinú. La trenza resulta del entrelazamiento de un número impar de prenses blancos y negros. Está realizada a base de “pintas” o combinación de las fibras, en una sucesión prolongada de ricas y variadas formas geométricas. Los campesinos de Córdoba, Sucre y Bolívar, lo llevan desde pequeños como parte obligada de su indumentaria. El sombrero que se elabora en vueltas, es más valioso a medida que el número de vueltas aumenta. San Andrés de Sotavento, Córdoba. José Fernando Machado.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Son varios los indicios que permiten suponer que el oficio de los tejidos precolombinos estaba bastante desarrollado, desde remotas edades, en algunas regiones del país, como en el Quindío, en todo el altiplano cundiboyacense y parte de Santander, donde existían asentamientos Quimbaya, Chibcha y Guane. Las crónicas registran su origen mítico cuando Bochica, el civilizador del pueblo Chibcha, apareció con su larga barba blanca, cabello también largo y recogido con una cinta, vestido con una túnica de algodón, quien según la leyenda, les enseñó a hilar, tejer y estampar. Después de visitar varios pueblos, donde siempre dejó representado en rocas el oficio para que no fuese olvidado, y luego de llegar hasta la provincia Guane, volvió al este, entró a Sogamoso y desapareció. El empleo de ropas de algodón con algunos adornos pintados, está atestiguado, en Antioquia y Caldas, por los relatos que al respecto nos dejaron los escritores de la Conquista. No obstante, los vestigios del tejido indígena son escasos en el país, debido a la facilidad con que éstos se deshacen con el tiempo al contacto del medio ambiente, la humedad del clima y la acidez de la tierra, lo cual no sucede en comunidades que habitaron en climas mucho más secos, como las sociedades del Perú y Guatemala. Sin embargo, se han encontrado trozos de telas en regiones de Santander, Cundinamarca y Boyacá, que son muestra de la calidad de los tejidos y de la gracia y riqueza de los diseños.
Entre los Chibchas fue, la del tejido, una de las industrias más populares. Era a tal punto apreciado el arte que, como obsequio, constituía un valioso homenaje a quien estuviese destinado. Telas finamente pintadas y mantas, en su uso sostenidas con alfileres de oro, conformaban este comercio lujoso y honorífico, presente en varias circunstancias de la vida, especialmente en aquellas que tenían por objeto la celebración de un acontecimiento social.
Durante la época de la Conquista, el grupo español introdujo los ovinos y con ellos un nuevo aporte a la industria de los tejidos: la lana. Posteriormente, en la Colonia, con el telar horizontal de marcos y pedales y la rueca para el hilado, se mejora la técnica y la elaboración de telas. Al mismo tiempo que la rueda de hilar y el telar español significaban, en el siglo XVIII, un avance en la industria del tejido en nuestro continente, en Europa se consolidaba un movimiento que, desde el siglo XV, se estaba concentrando en la industria textil y que, como es sabido, provocó la segunda fase de la llamada revolución industrial, cuyos métodos y objetivos no llegan al país sino hasta finales del siglo XIX.
En Colombia la tradición textil está amplia y ricamente representada en las diferentes regiones del territorio. Cada departamento, a su manera, posee una expresión propia, típica, si se quiere, de un estilo y de una solución artesanal a las necesidades básicas del vestuario y del uso doméstico. El algodón se cultiva en abundancia en zonas templadas y cálidas. Las ovejas se han aclimatado a nuestros climas fríos, y el gusano de seda es un nuevo producto que, en el país, está siendo adaptado con el objeto de crear una nueva industria.
En las sabanas de Bolívar, en los municipios de San Jacinto y Morroa, los tejedores fabrican las conocidas hamacas, uno de los más interesantes inventos americanos, y las mochilas, objetos también de origen indígena. El uso de la mochila en toda la Costa Caribe está tan extendido que, para el campesino costeño, es parte de su diario vivir. Su utilización está generalizada también, bajo muy diferentes formas y versiones, a lo largo y ancho del país. Las mochilas de Atanquez se tejen con fique, materia prima abundante en la región próxima a la Sierra Nevada de Santa Marta.
En La Guajira, la artesanía tradicional por excelencia es el tejido. Es hasta tal punto una actividad arraigada en los hábitos de la vida cotidiana, que se ha llegado a decir de la mujer guajira que “hasta la hora del amor está tejiendo”. De hecho, en cada ranchería, es usual encontrar el telar vertical de madera. Los chinchorros guajiros son similares a la hamaca. De él se ha dicho que “en el chinchorro, nace, vive, muere el guajiro y le acompaña a la sepultura”. En la elaboración del chinchorro se entrecruzan los más variados y hermosos diseños de gran colorido. El chinchorro es utilizado como signo de valor en el trueque: “vale más que una res gorda”.
Con una marcada influencia de los grupos étnicos del Caribe, los indios Cuna han desarrollado una cultura material, vivamente identificada con el entorno natural en el que habitan. Las llamadas “molas” hacen parte de su arte y en ellas van dejando las representaciones de un mundo, más que simbólico, real, el que tienen a su alcance. Allí, la naturaleza es el primer gran motivo de inspiración. Así como reproducen figuras zoomorfas, en su inmensa gama de especies, también pueden representar formas puramente geométricas, ricas en ornamentaciones cromáticas y tonalidades. La característica de estos tejidos está determinada por la superposición de telas, de tres o más piezas, que permiten, mediante el recorte de las figuras, la aparición de las formas de colores, recortadas en los tres o más planos que la estructuran.
En Nariño se destacan los tapetes anudados a mano por los artesanos del municipio de Contadero y las mantas que rememoran los diseños indígenas de Guachucal, en el Valle de Sibundoy, las ruanas y los chumbes de alegre colorido. Entre los Páez y Guambiano, están los tejidos de lana con que confeccionan sus vestidos, ruanas y chales y en los que predominan el color azul y el gris, con adornos magenta y negro. Estas comunidades heredaron de sus antepasados tanto las técnicas del telar como su sentido del uso de los colores, que hoy rigurosamente conservan.
Obviamente, es en las regiones de tierra fría en donde se encuentra más desarrollado el arte del tejido de lana. En Nariño sobreviven, de la época precolombina y colonial, algunas variedades de tejido, por lo general de lana virgen: mantas, ruanas y cobijas. Los centros artesanales están localizados en Pasto, Ipiales, Puerres, Túquerres, Gualmatán, Sapuyes, Mallama y otras poblaciones menores.
En la región de Guacamayas, Boyacá, la actividad textil cuenta con una larga trayectoria que se remonta al pasado prehispánico, cuando el oficio fue enseñado por Bochica, con toda la variedad de sus atractivos diseños. Allí también se encuentra la mayor población bovina del país. Tunja, Sogamoso, Chiquinquirá, El Cocuy, Iza, Paipa, Pesca, Güicán, La Uvita, Nobsa, son los centros textiles más importantes del departamento.
En Santander la producción de los tejidos de algodón, hasta fines del siglo pasado, abastecía el consumo local así como parte de la demanda de sus vecinos. En aquella época trabajaban ya unos seis mil telares que pertenecían a la industria casera.
Aunque Antioquia no poseía las materias primas en su territorio, pudo realizar un gran salto en la producción textil, ya como industria propiamente dicha, entre los siglos XIX y XX. Hoy es reconocida como una de las regiones de mayor producción, prestigio y pujanza de América Latina.
La elaboración de cestos y recipientes, de objetos para la caza y la pesca y para la recolección y almacenamiento de alimentos, en diferentes fibras y bejucos, —que denominamos cestería—, se cuenta entre las más antiguas técnicas desarrolladas por el hombre primitivo, para satisfacer sus necesidades. Al parecer, la actividad cestera fue desarrollada por grupos seminómadas que habitaron las partes bajas, entre el cuarto y el tercer milenio. La variedad de técnicas y diseños de la cestería colombiana, está basada en las diversas etapas de una larga tradición aborigen y campesina, ampliamente desarrollada, que perdura y evoluciona con nuevas formas, adaptándose a las necesidades contemporáneas.
La producción cestera en la selva del Vaupés es rica, no tanto por su variedad, sino por su alta calidad y contenido simbólico. Esta cestería se teje con un tipo de palma silvestre llamada Yarumo, que se encuentra fácilmente dispersa en el bosque tropical. Para hacer un cesto son necesarias, además de esta fibra, materias primas complementarias como el fique, el guamo y los colorantes. Sus habitantes poseen, de tiempo atrás, el modelo de los objetos que les son necesarios para la vida en comunidad. El “balay”, en forma circular, sirve para colar la masa de yuca y para servir el cazabe, especie de torta típica de la región. El “sebucán”, que es un exprimidor flexible de forma cilíndrica, de más de un metro de largo, con el que se extrae el líquido de la yuca, y el soplador, especie de abanico que se utiliza para avivar el fuego y para dar vuelta a las tortas de cazabe.
En la comunidad Emberá, que habita una zona donde se da en abundancia la palma de iraca y la palma amarga, la conga, el joro, además de una numerosa variedad de bejucos, la cestería se ha desarrollado de una manera sólo tribal. Tejen entre ellos, desde temprana edad, esteras, canastos y abanicos. Cada objeto tiene una utilidad práctica dentro de la vida de la comunidad. Las esteras las utilizan para dormir sobre ellas. Los canastos, de gran tamaño, sirven para transportar sus productos alimenticios. Con los abanicos avivan el fuego en donde cocinan sus alimentos, y en las petaquillas y pequeños canastos guardan sus objetos. Al lado de la cestería utilitaria, los Emberá tejen para los niños juguetes que, por lo general, imitan algún animal conocido. Los cangrejos, de fibra de iraca, y la pata de tigre, por ejemplo, recuerdan antiguas representaciones totémicas.
Entre los Noanamá, una expresión vernácula de gran belleza en el trabajo de la cestería, la constituye la que es elaborada con la fibra de güerregue. Con este material exhiben un trabajo de cestería pródigo, bien terminado y con un curioso y variado repertorio ornamental. Una característica destacada del güerregue es la forma perfecta como se ensamblan las fibras entre sí, hasta el punto de constituir paredes completamente sólidas que los hacen útiles para el transporte de agua. La forma de los canastos y el diseño geométrico, capaz de infinitas variaciones y gran belleza, hacen de ésta una de las más admiradas producciones artesanales de Colombia.
A lo largo de la Costa Pacífica puede encontrarse una abundante cestería, petacas y canastos bananeros, asas y canastos “colaos”, entre otros, hechos de una fibra que regionalmente se denomina chocolatillo, sometida a un proceso de teñido con un vegetal abundante en la región: la bijúa. Con bejucos, en combinaciones de colores negro y café, se elaboran en Guapi, Cauca, las petacas y canastos que tienen características formales propias de la raza negra, diferentes a los que, en el mismo material, elabora la población indígena.
En los campos colombianos la cestería, oficio ligado a las actividades de la vida campesina, se relaciona con diversas necesidades, a las que el nombre responde con distintas formas y tamaños. Entre las montañas y cordilleras que forman parte de los Andes, el clima medio y la topografía, han hecho de la región de Antioquia y del Viejo Caldas la zona productora de café por excelencia en el país. Allí y en el departamento del Huila, el cultivo del café produjo el famoso “canasto cafetero”, tejido en distintos bejucos, en formas y tamaños acordes con su función, como el recogedor o el de lavar y almacenar el café.
La caña de castilla y el esparto son las más difundidas materias primas para el trabajo de la cestería, en las inmediaciones de las poblaciones de Belén, Cerinza, Duitama y Ráquira, en Boyacá. El esparto se encuentra en estado silvestre en los climas fríos. Tras los procesos de recolección y preparación, y con las variadísimas técnicas desarrolladas, que dan bellos resultados, los artículos tienen que ver necesariamente con su utilidad, canastos de asas, algunos salpicados con un detalle de color, canastillas, bandejas y roperos. Sin mayores pretensiones en la creación de dibujos o motivos ornamentales, estos artículos, en su modesta presencia, se hacen más sugestivos y hermosos en su sencillez y naturalidad. Tan sólo algunas sobrias bandas longitudinales nos recuerdan la existencia del color en su cestería.
Los trabajos de cestería en cerda trenzada y tejida están especializados en la elaboración de cedazos, cinchas para las monturas, pellones, lazos trenzados y algunos objetos de tipo decorativo. Al sur de la laguna de Tota, en las veredas de Cuatro Esquinas y Tonquecha, se encuentra el mayor centro artesanal productor de cedazos o cernidores. El cedazo es simple en su factura como en su diseño y carece por completo de cualquier rasgo ornamental. La cañabrava posee calidades fibrosas de características tales que la hacen muy apta para manejarla en el trabajo de la cestería. Con esta fibra, también llamada chin, se fabrican canastas, jaulas, flautas y un repertorio colorido y sencillo de juguetería infantil.
En el departamento del Atlántico, los habitantes de Usiacurí han conservado una tradición que se remonta a siglos atrás. Allí se mantiene viva la originalidad y la destreza en el tejido de un tipo de artesanía de encaje clásica y delicada. Las tejedoras de Usiacurí utilizan un alambre especial para crear la estructura firme de su cestería ornamental, que es, posteriormente, recubierta con la fibra de paja “toquilla”. Esto garantiza tanto la duración como la permanencia de la forma del producto. Entre los artículos que producen los artesanos de Usiacurí se destacan las cestas, floreros, licoreras, baúles y paneras. Pueblos como Sandoná y Linares también producen algunos bellos objetos derivados de la palma de Iraca.
Entre las fibras más comúnmente usadas en todo el territorio nacional, se encuentra el fique. Este material pertenece a las culturas nativas como algo inherente a su diario existir. El campesino boyacense, entre otros, ostenta una actividad creadora gracias a esta fibra. El escritor Eduardo Caballero Calderón captó en su obra Tipacoque la profusión de su empleo, en un bello y elogioso párrafo: “Desde la enjalma para el asno que baja del páramo con las angarillas cargadas de carbón de palo, hasta la cincha del caballo en que Bolívar escaló los Andes: el pretal, el bozal, el cabestro, la mochila, la cabuya, el alpargate, el costal, el lazo, toda una cultura mestiza de páramo y tierra caliente, de burra y de caballo, de chapetón y de indígena, se trenza con la dorada fibra de fique…”. El fique es una planta originaria de la América tropical que crece en abundancia en la zona andina de Colombia, prácticamente en todos los climas. Ha recibido muy variados nombres, según la región en donde se cultive: pita, motua, maguey, cocuy, cabuya o penca. En el siglo XVIII, en el departamento del Valle, se instaló una pequeña factoría para dar un impulso a la producción artesanal del fique. Desde entonces, pequeñas industrias en el Valle, Antioquia y Boyacá, alimentan la demanda. Con la industrialización del país se crearon verdaderas fábricas para satisfacer un mercado proveniente de las industrias que utilizan esta fibra, en enormes cantidades, para los empaques de sus productos comerciales. A nivel artesanal, hay una gran diversidad de artículos elaborados en fique, en varias regiones del país, como fajas, mochilas, chinchorros, tapetes, individuales y bolsos, pero nada tan cotidiano como las alpargatas. Ese sustituto del zapato es el calzado popular en muchas regiones rurales. Las suelas son realizadas en trenzas de fique. La puntera suele ser de hilo de algodón, lo mismo que el talón. Algunas alpargatas presentan una sobria y delicada ornamentación de hilo negro. Fueron introducidas por los españoles en el siglo XVI, llamadas por ellos aspardanyes, esparteñas o alpargatas. En España eran el cáñamo, el yute o el esparto, las materias primas de este calzado, usado por los labradores y por la gente del pueblo.
Dentro del campo de la tejeduría, hay un oficio que ocupa a cientos de artesanos de distintas comunidades y es la confección del sombrero. La variedad de sombreros fabricados en forma artesanal en el país, muestra las diferentes soluciones dadas a la necesidad de cubrirse y adornarse la cabeza, con distintos materiales, formas y técnicas. Más de cien estilos han dado la pauta para la elaboración artesanal e industrial del sombrero en Colombia.
En el interior del país, en varias regiones de Boyacá, se fabrica aún el llamado sombrero de “tapia-pisada”, que data del siglo XVIII. El origen de su diseño puede rastrearse en aquellos conocidos sombreros españoles llamados “cordobeses”, pero es visible la intervención nativa. En el departamento de Nariño, Sandoná ha sido un gran centro productor de esta prenda, con La Unión, La Cruz y El Tambo. Allí se elaboran varios estilos de sombreros, con nombres que corresponden a las formas, utilización o diseño de los mismos como Jipa, Ranchero, Palmeado, Coronilla, Común y Vaquero.
El sombrero de paja de iraca, obra maestra de los tejedores nariñenses, tuvo alguna importancia en Antioquia, cuando cierto porcentaje de su producción fue exportado a las islas del Caribe y a los Estados Unidos. En el Huila el oficio se acentuó en Suaza, convirtiéndose en la principal ocupación de las mujeres, en las veredas de Guayabal y San Calixto. Los sombreros “Suazas”, como son conocidos, alcanzaron gran auge a principios de este siglo, durante la construcción del canal de Panamá, de allí que, comúnmente, se les denomine como “Panamá” o Jipijapa. Actualmente se producen tres tipos de sombreros, el común o gardeliano, el llanero y el sombrero de quiebre. La fabricación de este tipo de sombreros, en Aguadas, Caldas, es una actividad que tiene más de un siglo de existencia, tiempo durante el cual los tejedores han organizado, en torno a este trabajo, una actividad de tipo familiar.
En los Llanos Orientales de Colombia, al sombrero se le llama Corrosca. De ala flexible, liviano, y de color claro, es parte de la personalidad del campesino llanero. Además, para él es imprescindible, pues gran parte del día discurre en las labores a campo abierto, bajo el fuerte sol del llano.
Enormemente popular, dentro y fuera del país, es el uso del “sombrero vueltiao”, originario de la región del Sinú. Se caracteriza por las franjas blancas y negras que, en el trenzado, resultan de la combinación de las fibras de la caña flecha, luego de ser tratadas. Las figuras geométricas que se forman son símbolos totémicos, al parecer, de origen Maya. Las piezas de cerámica y orfebrería encontradas en la zona dan cuenta del uso de un sombrero semejante al actual, en donde, muy probablemente, está localizado su origen. En una época pasada podía establecerse la identidad del trenzador y su clan familiar, basándose en la observación de las pintas. Este sentido de pertenencia se ha disuelto con el tiempo, popularizándose y generalizándose, las menos complejas o más familiares, en las manos del artesano trenzador. Este sombrero se ha convertido en símbolo de la actividad artesanal.
En La Guajira, en la Sierra de Macuira, existe desde tiempos remotos un centro productor de esparto llamado “paja macwiza”. De esta planta gramínea se extrae la paja para ser utilizada en la fabricación de un sombrero sin mayores pretensiones. Sus diseños son uniformes y sólo se presentan limitadísimas variaciones. En otras zonas del país se fabrican sombreros con diversas fibras y materiales naturales, como los de palma de “pindo” del Tolima, los de hoja de “bonia” de Guapi, o los de esparto de Boyacá.
El oficio de la tejeduría de sombreros, fuertemente arraigado en varios núcleos del sector rural, se vio afectado por la presencia del sombrero de paño o fieltro, cuyo uso se popularizó entre los campesinos, disminuyendo la demanda del sombrero tejido. Aún así, la rica variedad de los estilos y fibras hacen de Colombia uno de los países más ricos en la producción artesanal de sombreros.
#AmorPorColombia
Tejidos
Mochila y sombreros Arhuaco tejidos en algodón, con la forma técnica y los diseños tradicionales. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena. José Fernando Machado.
Estuche indígena para llevar flechas, tejido en fibras de yarumo teñidas con tintes vegetales. Vichada. José Fernando Machado.
Detalle de tejido en macramé con flecos en galón de seda. Hace parte de la indumentaria regional andina y es una derivación de la mantilla española. Gachancipá, Cundinamarca. Broche en oro. Luis A. Cano. Bogotá. Jorge Eduardo Arango.
Pesebre en trapo. Popayán, Cauca. Juan Camilo Segura.
Cestería en rollos de paja en espiral, envueltos en fibra de fique teñido. Saboyá, Boyacá. Óscar Monsalve.
Detalle de tapiz tejido en crin de caballo. Olga de Amaral. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalle de la cubierta de una maloca, tejida en palma. Río Mirití-Paraná, Caquetá. Diego Miguel Garcés.
Panera en fibra de palma de iraca. Usiacurí, Atlántico. José Fernando Machado.
Mujer con sombrero en paja “mawisa”, con diseño de sucesiones seriadas de cruces. Puerto Estrella, Guajira. Lucas Schmeekloth.
Balay en fibras de yarumo, utilizado en el proceso de tamizado de la mandioca. Vaupés. José Fernando Machado.
Gualdrapa tradicional en lana. Nobsa, Boyacá. Jorge Eduardo Arango.
Ornamentos en chaquiras, usados en la cabeza y en el cuello. Indígenas Noanamá. Chocó. José Fernando Machado.
Detalle del bordado de una casulla, con tejido en hilos de plata, oro y seda. Con esta técnica se confeccionaron capas, estolas, manteles y otros objetos con fines litúrgicos. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Torteros prehispánicos en cerámica con decoración incisa. El tortero es el volante del huso, que atravesado por una cañuela y provisto de un gancho en uno de sus extremos, cuando el hilandero lo hace girar libremente, imprime un movimiento de rotación que va dando torsión a las fibras que se le van suministrando. Diversas culturas. Jorge Eduardo Arango.
Tela prehispánica tejida en algodón, teñida con sustancias vegetales. Cultura Muisca. José Fernando Machado.
Fragmento de manta tejida en telar primitivo. La mayoría de los artefactos tejidos no han sobrevivido por la humedad del clima. Pero algunos fragmentos que aún existen, nos muestran los métodos utilizados por los primeros tejedores. La decoración con meandros y demás figuras geométricas, se hacía en el telar, usando hilos teñidos previamente y repartidos en la urdimbre, de acuerdo con su color. S. XI a XV d. C. Cultura Guane. Gustavo Pérez.
Fragmento de tejido prehispánico en algodón, pintado con tintes vegetales. Cultura Muisca. José Fernando Machado.
Chinchorros guajiros guindados en una ranchería. Indígenas Wayuu, Guajira Lucas Schmeekloth.
Venta de hamacas. San Onofre, Sucre. José Fernando Machado.
Detalles de urdimbre. San Jacinto, Bolívar. José Fernando Machado.
Tela de hamaca tejida en algodón en telar vertical. San Jacinto, Bolívar. José Fernando Machado.
Chinchorro en fibra de palma de cumare. Se elabora enlazando cuerdas delgadas y largas horizontalmente, en torno a dos postes verticales. Llanos Orientales. José Fernando Machado.
Chinchorros guajiros tejidos en hilo de algodón. Son un elemento de prestigio y simbolizan el rango social y económico del grupo. Sirven para el trueque, cubrir deudas o efectuar pagos. Una familia acomodada debe poseer, mínimo, diez chinchorros para atender a las visitas. Como objeto artesanal, el chinchorro recoge toda la técnica del tejido, manejo de hilos y colores, de esta región costera. En su diseño, se expresan formas simbólicas que pertenecen a la tradición cultural de la comunidad. Jorge Eduardo Arango.
De acuerdo con la técnica utilizada, se conocen dos tipos de chinchorros: los que se basan en el tejido de urdimbre y los que tienen por trama una cadeneta sencilla o una cadeneta doble. A lado y lado del chinchorro se cosen cenefas, tejidas previamente en crochet, hermosamente decoradas. Indígenas Wayuu, Guajira. José Fernando Machado.
De acuerdo con la técnica utilizada, se conocen dos tipos de chinchorros: los que se basan en el tejido de urdimbre y los que tienen por trama una cadeneta sencilla o una cadeneta doble. A lado y lado del chinchorro se cosen cenefas, tejidas previamente en crochet, hermosamente decoradas. Indígenas Wayuu, Guajira. José Fernando Machado.
Conjunto de mochilas en fique. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Pérsides Criollo termina el tejido de la base de una mochila en fique. Sandoná, Nariño. Diego Miguel Garcés.
Indias Guambiano en sus trajes típicos. Una de ellas inicia el tejido de una jigra o mochila en fique, mientras otra enmadeja lana después de hilarla. Las mujeres visten una serie de anacos o faldas de lana de color negruzco, adornadas con franjas transversales de otro color, que ellas mismas tejen en telar vertical. Las envuelven en su cuerpo asegurándolas a la cintura con una vistosa faja o chumbe tejido en hilo de varios colores y adornado con figuras. Sobre los hombros se colocan no menos de cuatro rebozos azules, de tradición española, cogidos a la altura del pecho con ganchos metálicos. Silvia, Cauca. Alfredo Pinzón.
Alejo Agreda, cacique Kamsá, tejiendo una red. Viste un poncho característico, tejido en hilo sobre telar vertical. Los Kamsá viven en las montañas andinas que cruzan el valle de Sibundoy. La población actual es de cuatro mil, derivan su sustento de la agricultura, de la pesca y de la producción artesanal. San Francisco, Putumayo. Diego Miguel Garcés.
Mochila guajira tejida en hilo de algodón. Makú, Guajira. José Fernando Machado.
Mochila guajira, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Mochila guajira, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Detalles del tejido de la base de mochila, tejida en hilo de algodón. Las talegas, como también se les denomina, son variadas y se utilizan, según su condición, como bolsos de mano, para cargar dinero, el chinchorro y aun para transportar objetos pesados. Karemé, Guajira. José Fernando Machado.
Mochilas tejidas en hilo de algodón, con agujas de macana, perforadas y cortas. La mochila forma parte de la herencia prehispánica. Están provistas de una ancha manija para colgarla al cuerpo. Las mochilas blancas sólo las portan los líderes espirituales de los indígenas Kogi. Sierra Nevada de Santa Marta, Magdalena José Fernando Machado.
Faja tejida en hilo de algodón. La faja o cinto, llamada siíra en guajiro, es utilizada alrededor de la cintura para ceñir el guayuco. Se confecciona mezclando hilos de colores vistosos y se termina en flecos largos, agarrados, al final, por un cordón que remata en una borla. Indígenas Wayuu, Guajira José Fernando Machado.
Faja tejida en hilo de algodón. La faja o cinto, llamada siíra en guajiro, es utilizada alrededor de la cintura para ceñir el guayuco. Se confecciona mezclando hilos de colores vistosos y se termina en flecos largos, agarrados, al final, por un cordón que remata en una borla. Indígenas Wayuu, Guajira José Fernando Machado.
Cobijas en lana natural con franjas de color, elaboradas en puntadas de costal y espina de pescado, en Villa de Leiva. Este pequeño pueblo colonial ha atraído numerosos artesanos, especialmente tejedores. Los fines de semana, en la plaza del pueblo, se reúnen a comprar y vender sus productos. Villa de Leiva, Boyacá. José Fernando Machado.
Manta tejida en telar horizontal, con diferentes fibras de lana teñida, superpuestas sobre hilaza de algodón teñido. Ricardo Carrizosa. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Gualdrapas confeccionadas en telar con lana en mota, sobre algodón hilado en huso. Estos pequeños tapetes anudados, vinculados tradicionalmente a la cabalgadura como apoyo de las monturas, se usan hoy, ante todo, como adorno o “pie de cama”. Nobsa, Boyacá. José Fernando Machado.
Mujer tejiendo paño de lana para una ruana, sobre telar vertical. En las zonas rurales del altiplano andino son bastante comunes los telares rústicos en las casas. Santa Rosa, Santander. Jorge Eduardo Arango.
Ruana abierta, en lana virgen, elaborada en telar horizontal. Ricardo Carrizosa. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Grupo de campesinos luciendo ruanas tejidas en lana. Chita, Boyacá. Santiago Harker.
Ruanas clásicas dobladas. Tejidas en lana virgen sobre telar vertical y cardadas. Sogamoso, Boyacá. Jorge Eduardo Arango.
Detalle de ruanas clásicas en lana virgen, donde puede apreciarse la unión de los dos paños que la conforman, la abertura para introducir la cabeza y el remate de los bordes. Sogamoso, Boyacá. José Fernando Machado.
Alpargatas tejidas en algodón de vivos colores, sobre suela de fique. Chiquinquirá. Boyacá. José Fernando Machado.
Alpargatas tejidas en algodón y moldes para el tejido de las punteras. Tradicionalmente la suela es de trenzas de fique y la puntera es de algodón. Monguí, Boyacá. José Fernando Machado.
Cotizas tejidas en fibras vegetales teñidas, sobre una suela de caucho o cuero. Es el calzado del guajiro. Maku, Guajira. José Fernando Machado.
Guaireñas, sandalias guajiras tejidas en lana, sobre suela de cuero repujado. Prenda tradicional de las mujeres guajiras elaborada a base de un cordón trenzado de lana, que se afianza a una suela de cuero, por medio de tres agujeros. Lucen encima las “kamushulas” o borlas de lana, de mayor o menor tamaño, según la prestancia social de sus dueñas. Maku, Guajira. José Fernando Machado.
Detalle del complejo tejido de una mola. Indígenas Cuna. Golfo de Urabá. Jesús Vélez.
Tapiz elaborado a partir de un conjunto de molas con figuras zoomorfas, cocidas entre sí. Clara Lucía de Villegas. Bogotá. Juan Camilo Segura.
Elaboración tradicional de cubierta para vivienda, aprevechando ramas de la palma amarga, superpuestas y amarradas con bejuco a una estructura de madera. Amazonas Diego Miguel Garcés.
Paneros de trama oblicua en fibra de yarumo, trenzada espiralmente en la base. De rápida elaboración, se usan para guardar, conservar y transportar la fariña o mandioca. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Catarijanos. Empaques indígenas que resultan de trenzar la hoja y la vena de las ramas de las palmas. Son improvisados sobre la marcha, en la selva, para recoger y transportar frutos y alimentos. Los habitantes del Amazonas aprenden desde muy niños a hacer estos empaques con cualquier tipo de fibra del entorno selvático. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Catarijanos. Empaques indígenas que resultan de trenzar la hoja y la vena de las ramas de las palmas. Son improvisados sobre la marcha, en la selva, para recoger y transportar frutos y alimentos. Los habitantes del Amazonas aprenden desde muy niños a hacer estos empaques con cualquier tipo de fibra del entorno selvático. Amazonas. Diego Miguel Garcés.
Cubierta de bohío, elaborada con ramas de palma de coco, atadas con bejuco sobre una construcción de estructura cónica en madera. El techo se construye sobre canaletas fijadas a la estructura de madera. También la cubren con paja de enea atada con bejuco. Sierra de la Macuira, Guajira. José Fernando Machado.
Conjunto de esteras tejidas en fibras de palma sobre pita. Para su elaboración se utilizan hojas jóvenes que se desflecan, se cuelgan y se ponen a secar y a blanquear al sol. Tradicionalmente se teñían con achiote. Se usan para cubrir los pisos. Ovejas, Sucre. José Fernando Machado.
Atados en corteza de plátano. Se utilizan para envolver diferentes productos agrícolas y facilitar su transporte. Al fondo esteras en junco. Barbosa, Santander. Diego Samper.
Venta de esterillas en junco, tejido sobre cabuya de fique. Se usan como colchón o sobre el lomo de las bestias, para protegerlas de la carga. El junco crece en abundancia en lugares pantanosos de climas fríos y templados. Tota, Boyacá. Diego Samper.
Cedazos elaborados en cerdas de crin en un telar rústico. Una vez terminado el tejido, la madera se curva para colocar la tela entre dos aros que aprisionan el tejido. De esta manera permanece tenso y fijo para ser usado como cernidor de alimentos. Tenza, Boyacá. José Fernando Machado.
Detalle de cincha elaborada en cerdas de crin. Con ella se asegura la silla a la cabalgadura. Tota, Boyacá. Diego Samper.
Lazos en cerdas de crin sobre telar vertical. Al ser trenzada y tejida la crin, posee una gran resistencia. Con ella también se hacen frontaleras y pellones. Tabio, Cundinamarca. Jorge Eduardo Arango.
Cestos en fibra de palma güerregue, tejidos para contener líquidos, gracias a su fina y apretada trama. Indígenas Noanamá, Chocó. José Fernando Machado.
Cestos en fibra de palma güerregue, tejidos para contener líquidos, gracias a su fina y apretada trama. Indígenas Noanamá, Chocó. José Fernando Machado.
Cestos en fibras de yarumo, teñidas con colorantes negro y rojo, fijados con zumo de guamo. El diseño de las puntas se acopla a la forma de la canoa y no permite que el agua humedezca los objetos que porta. Vaupés. José Fernando Machado.
Cestería en corteza de plátano. Se desprende del tronco cuando está verde, se raja, se descascara, se deja secar al sol y se ripea en tiras delgadas. Manizales, Caldas. Diego Samper.
Canasto en fibras de yarumo. Lo usan las mujeres para transportar la yuca. Vaupés. Jorge Eduardo Arango.
Tipití o sebucán elaborado en fibras de yarumo. El tipití tiene la función de extraer el ácido prúsico que contiene la yuca amarga. Simbólicamente representa una boa que transforma la yuca y la purifica. Guainía. Diego Miguel Garcés.
Canasto en fibra de palma, usado por las mujeres, para transportar alimentos. Vaupés. José Fernando Machado.
Detalle de diferentes tipos de balay en fibras e yarumo, fabricados por diversas comunidades indígenas del Amazonas y de los Llanos Orientales. La forma como entretejen la fibra y su coloración, al igual que el remate de los bordes, distinguen no sólo el uso dado a cada uno de ellos, sino a un grupo humano de otro. Son utilizados en el proceso de elaboración de la yuca brava. Tras su rallado, la pulpa se aprieta contra el balay colocado sobre un trípode. Luego se introduce en el sebucán para extraer el veneno. El producto resultante es un polvo blanco y harinoso que puede ser utilizado en dos formas: como casabe o como mañoco. José Fernando Machado.
Nieves Pinilla tejiendo sombreros de tapia pisada en trencilla enrollada de palmiche. Han recibido este nombre por su tejido compacto y resistente, semejante a los tapiales de barro y paja. Villa de Leiva, Boyacá. José Fernando Machado.
Conjunto de sombreros en palma de iraca, aireándose en la calle. Esta práctica es tradicional y se repite varias veces para cada sombrero. Sandoná, Nariño. José Fernando Machado.
Artesanas tejiendo sombreros en palma de iraca, que crece espontáneamente en los climas templados. Sus hojas se multiplican desde el suelo. Para la fabricación del sombrero se utiliza el cogollo de la palma, aún no abierto, y se parte verticalmente. A finales del siglo pasado se conocieron como “sombreros Panamá”, en ese entonces departamento de Colombia. Sandoná, Nariño. José Fernando Machado.
Sombrero ceremonial Guambiano,“Kwari”, en fibra de paja teñida con tintes vegetales. Es de copa baja y adornado con torzales de lana. Generalmente lo teje el pretendiente de la novia como obsequio de boda. Silvia, Cauca. José Fernando Machado.
Sombrero en palma de iraca elaborado en Aguadas, pueblo ubicado al norte de la región cafetera. Esta zona se ha destacado por una industria doméstica de elaboración de sombreros, que se practica tanto en las áreas urbanas como en las rurales. Aguadas, Caldas Diego Samper.
Sombreros sinuanos llamados también “vueltiaos”, elaborados en caña flecha, originarios de la cultura Sinú. La trenza resulta del entrelazamiento de un número impar de prenses blancos y negros. Está realizada a base de “pintas” o combinación de las fibras, en una sucesión prolongada de ricas y variadas formas geométricas. Los campesinos de Córdoba, Sucre y Bolívar, lo llevan desde pequeños como parte obligada de su indumentaria. El sombrero que se elabora en vueltas, es más valioso a medida que el número de vueltas aumenta. San Andrés de Sotavento, Córdoba. José Fernando Machado.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Son varios los indicios que permiten suponer que el oficio de los tejidos precolombinos estaba bastante desarrollado, desde remotas edades, en algunas regiones del país, como en el Quindío, en todo el altiplano cundiboyacense y parte de Santander, donde existían asentamientos Quimbaya, Chibcha y Guane. Las crónicas registran su origen mítico cuando Bochica, el civilizador del pueblo Chibcha, apareció con su larga barba blanca, cabello también largo y recogido con una cinta, vestido con una túnica de algodón, quien según la leyenda, les enseñó a hilar, tejer y estampar. Después de visitar varios pueblos, donde siempre dejó representado en rocas el oficio para que no fuese olvidado, y luego de llegar hasta la provincia Guane, volvió al este, entró a Sogamoso y desapareció. El empleo de ropas de algodón con algunos adornos pintados, está atestiguado, en Antioquia y Caldas, por los relatos que al respecto nos dejaron los escritores de la Conquista. No obstante, los vestigios del tejido indígena son escasos en el país, debido a la facilidad con que éstos se deshacen con el tiempo al contacto del medio ambiente, la humedad del clima y la acidez de la tierra, lo cual no sucede en comunidades que habitaron en climas mucho más secos, como las sociedades del Perú y Guatemala. Sin embargo, se han encontrado trozos de telas en regiones de Santander, Cundinamarca y Boyacá, que son muestra de la calidad de los tejidos y de la gracia y riqueza de los diseños.
Entre los Chibchas fue, la del tejido, una de las industrias más populares. Era a tal punto apreciado el arte que, como obsequio, constituía un valioso homenaje a quien estuviese destinado. Telas finamente pintadas y mantas, en su uso sostenidas con alfileres de oro, conformaban este comercio lujoso y honorífico, presente en varias circunstancias de la vida, especialmente en aquellas que tenían por objeto la celebración de un acontecimiento social.
Durante la época de la Conquista, el grupo español introdujo los ovinos y con ellos un nuevo aporte a la industria de los tejidos: la lana. Posteriormente, en la Colonia, con el telar horizontal de marcos y pedales y la rueca para el hilado, se mejora la técnica y la elaboración de telas. Al mismo tiempo que la rueda de hilar y el telar español significaban, en el siglo XVIII, un avance en la industria del tejido en nuestro continente, en Europa se consolidaba un movimiento que, desde el siglo XV, se estaba concentrando en la industria textil y que, como es sabido, provocó la segunda fase de la llamada revolución industrial, cuyos métodos y objetivos no llegan al país sino hasta finales del siglo XIX.
En Colombia la tradición textil está amplia y ricamente representada en las diferentes regiones del territorio. Cada departamento, a su manera, posee una expresión propia, típica, si se quiere, de un estilo y de una solución artesanal a las necesidades básicas del vestuario y del uso doméstico. El algodón se cultiva en abundancia en zonas templadas y cálidas. Las ovejas se han aclimatado a nuestros climas fríos, y el gusano de seda es un nuevo producto que, en el país, está siendo adaptado con el objeto de crear una nueva industria.
En las sabanas de Bolívar, en los municipios de San Jacinto y Morroa, los tejedores fabrican las conocidas hamacas, uno de los más interesantes inventos americanos, y las mochilas, objetos también de origen indígena. El uso de la mochila en toda la Costa Caribe está tan extendido que, para el campesino costeño, es parte de su diario vivir. Su utilización está generalizada también, bajo muy diferentes formas y versiones, a lo largo y ancho del país. Las mochilas de Atanquez se tejen con fique, materia prima abundante en la región próxima a la Sierra Nevada de Santa Marta.
En La Guajira, la artesanía tradicional por excelencia es el tejido. Es hasta tal punto una actividad arraigada en los hábitos de la vida cotidiana, que se ha llegado a decir de la mujer guajira que “hasta la hora del amor está tejiendo”. De hecho, en cada ranchería, es usual encontrar el telar vertical de madera. Los chinchorros guajiros son similares a la hamaca. De él se ha dicho que “en el chinchorro, nace, vive, muere el guajiro y le acompaña a la sepultura”. En la elaboración del chinchorro se entrecruzan los más variados y hermosos diseños de gran colorido. El chinchorro es utilizado como signo de valor en el trueque: “vale más que una res gorda”.
Con una marcada influencia de los grupos étnicos del Caribe, los indios Cuna han desarrollado una cultura material, vivamente identificada con el entorno natural en el que habitan. Las llamadas “molas” hacen parte de su arte y en ellas van dejando las representaciones de un mundo, más que simbólico, real, el que tienen a su alcance. Allí, la naturaleza es el primer gran motivo de inspiración. Así como reproducen figuras zoomorfas, en su inmensa gama de especies, también pueden representar formas puramente geométricas, ricas en ornamentaciones cromáticas y tonalidades. La característica de estos tejidos está determinada por la superposición de telas, de tres o más piezas, que permiten, mediante el recorte de las figuras, la aparición de las formas de colores, recortadas en los tres o más planos que la estructuran.
En Nariño se destacan los tapetes anudados a mano por los artesanos del municipio de Contadero y las mantas que rememoran los diseños indígenas de Guachucal, en el Valle de Sibundoy, las ruanas y los chumbes de alegre colorido. Entre los Páez y Guambiano, están los tejidos de lana con que confeccionan sus vestidos, ruanas y chales y en los que predominan el color azul y el gris, con adornos magenta y negro. Estas comunidades heredaron de sus antepasados tanto las técnicas del telar como su sentido del uso de los colores, que hoy rigurosamente conservan.
Obviamente, es en las regiones de tierra fría en donde se encuentra más desarrollado el arte del tejido de lana. En Nariño sobreviven, de la época precolombina y colonial, algunas variedades de tejido, por lo general de lana virgen: mantas, ruanas y cobijas. Los centros artesanales están localizados en Pasto, Ipiales, Puerres, Túquerres, Gualmatán, Sapuyes, Mallama y otras poblaciones menores.
En la región de Guacamayas, Boyacá, la actividad textil cuenta con una larga trayectoria que se remonta al pasado prehispánico, cuando el oficio fue enseñado por Bochica, con toda la variedad de sus atractivos diseños. Allí también se encuentra la mayor población bovina del país. Tunja, Sogamoso, Chiquinquirá, El Cocuy, Iza, Paipa, Pesca, Güicán, La Uvita, Nobsa, son los centros textiles más importantes del departamento.
En Santander la producción de los tejidos de algodón, hasta fines del siglo pasado, abastecía el consumo local así como parte de la demanda de sus vecinos. En aquella época trabajaban ya unos seis mil telares que pertenecían a la industria casera.
Aunque Antioquia no poseía las materias primas en su territorio, pudo realizar un gran salto en la producción textil, ya como industria propiamente dicha, entre los siglos XIX y XX. Hoy es reconocida como una de las regiones de mayor producción, prestigio y pujanza de América Latina.
La elaboración de cestos y recipientes, de objetos para la caza y la pesca y para la recolección y almacenamiento de alimentos, en diferentes fibras y bejucos, —que denominamos cestería—, se cuenta entre las más antiguas técnicas desarrolladas por el hombre primitivo, para satisfacer sus necesidades. Al parecer, la actividad cestera fue desarrollada por grupos seminómadas que habitaron las partes bajas, entre el cuarto y el tercer milenio. La variedad de técnicas y diseños de la cestería colombiana, está basada en las diversas etapas de una larga tradición aborigen y campesina, ampliamente desarrollada, que perdura y evoluciona con nuevas formas, adaptándose a las necesidades contemporáneas.
La producción cestera en la selva del Vaupés es rica, no tanto por su variedad, sino por su alta calidad y contenido simbólico. Esta cestería se teje con un tipo de palma silvestre llamada Yarumo, que se encuentra fácilmente dispersa en el bosque tropical. Para hacer un cesto son necesarias, además de esta fibra, materias primas complementarias como el fique, el guamo y los colorantes. Sus habitantes poseen, de tiempo atrás, el modelo de los objetos que les son necesarios para la vida en comunidad. El “balay”, en forma circular, sirve para colar la masa de yuca y para servir el cazabe, especie de torta típica de la región. El “sebucán”, que es un exprimidor flexible de forma cilíndrica, de más de un metro de largo, con el que se extrae el líquido de la yuca, y el soplador, especie de abanico que se utiliza para avivar el fuego y para dar vuelta a las tortas de cazabe.
En la comunidad Emberá, que habita una zona donde se da en abundancia la palma de iraca y la palma amarga, la conga, el joro, además de una numerosa variedad de bejucos, la cestería se ha desarrollado de una manera sólo tribal. Tejen entre ellos, desde temprana edad, esteras, canastos y abanicos. Cada objeto tiene una utilidad práctica dentro de la vida de la comunidad. Las esteras las utilizan para dormir sobre ellas. Los canastos, de gran tamaño, sirven para transportar sus productos alimenticios. Con los abanicos avivan el fuego en donde cocinan sus alimentos, y en las petaquillas y pequeños canastos guardan sus objetos. Al lado de la cestería utilitaria, los Emberá tejen para los niños juguetes que, por lo general, imitan algún animal conocido. Los cangrejos, de fibra de iraca, y la pata de tigre, por ejemplo, recuerdan antiguas representaciones totémicas.
Entre los Noanamá, una expresión vernácula de gran belleza en el trabajo de la cestería, la constituye la que es elaborada con la fibra de güerregue. Con este material exhiben un trabajo de cestería pródigo, bien terminado y con un curioso y variado repertorio ornamental. Una característica destacada del güerregue es la forma perfecta como se ensamblan las fibras entre sí, hasta el punto de constituir paredes completamente sólidas que los hacen útiles para el transporte de agua. La forma de los canastos y el diseño geométrico, capaz de infinitas variaciones y gran belleza, hacen de ésta una de las más admiradas producciones artesanales de Colombia.
A lo largo de la Costa Pacífica puede encontrarse una abundante cestería, petacas y canastos bananeros, asas y canastos “colaos”, entre otros, hechos de una fibra que regionalmente se denomina chocolatillo, sometida a un proceso de teñido con un vegetal abundante en la región: la bijúa. Con bejucos, en combinaciones de colores negro y café, se elaboran en Guapi, Cauca, las petacas y canastos que tienen características formales propias de la raza negra, diferentes a los que, en el mismo material, elabora la población indígena.
En los campos colombianos la cestería, oficio ligado a las actividades de la vida campesina, se relaciona con diversas necesidades, a las que el nombre responde con distintas formas y tamaños. Entre las montañas y cordilleras que forman parte de los Andes, el clima medio y la topografía, han hecho de la región de Antioquia y del Viejo Caldas la zona productora de café por excelencia en el país. Allí y en el departamento del Huila, el cultivo del café produjo el famoso “canasto cafetero”, tejido en distintos bejucos, en formas y tamaños acordes con su función, como el recogedor o el de lavar y almacenar el café.
La caña de castilla y el esparto son las más difundidas materias primas para el trabajo de la cestería, en las inmediaciones de las poblaciones de Belén, Cerinza, Duitama y Ráquira, en Boyacá. El esparto se encuentra en estado silvestre en los climas fríos. Tras los procesos de recolección y preparación, y con las variadísimas técnicas desarrolladas, que dan bellos resultados, los artículos tienen que ver necesariamente con su utilidad, canastos de asas, algunos salpicados con un detalle de color, canastillas, bandejas y roperos. Sin mayores pretensiones en la creación de dibujos o motivos ornamentales, estos artículos, en su modesta presencia, se hacen más sugestivos y hermosos en su sencillez y naturalidad. Tan sólo algunas sobrias bandas longitudinales nos recuerdan la existencia del color en su cestería.
Los trabajos de cestería en cerda trenzada y tejida están especializados en la elaboración de cedazos, cinchas para las monturas, pellones, lazos trenzados y algunos objetos de tipo decorativo. Al sur de la laguna de Tota, en las veredas de Cuatro Esquinas y Tonquecha, se encuentra el mayor centro artesanal productor de cedazos o cernidores. El cedazo es simple en su factura como en su diseño y carece por completo de cualquier rasgo ornamental. La cañabrava posee calidades fibrosas de características tales que la hacen muy apta para manejarla en el trabajo de la cestería. Con esta fibra, también llamada chin, se fabrican canastas, jaulas, flautas y un repertorio colorido y sencillo de juguetería infantil.
En el departamento del Atlántico, los habitantes de Usiacurí han conservado una tradición que se remonta a siglos atrás. Allí se mantiene viva la originalidad y la destreza en el tejido de un tipo de artesanía de encaje clásica y delicada. Las tejedoras de Usiacurí utilizan un alambre especial para crear la estructura firme de su cestería ornamental, que es, posteriormente, recubierta con la fibra de paja “toquilla”. Esto garantiza tanto la duración como la permanencia de la forma del producto. Entre los artículos que producen los artesanos de Usiacurí se destacan las cestas, floreros, licoreras, baúles y paneras. Pueblos como Sandoná y Linares también producen algunos bellos objetos derivados de la palma de Iraca.
Entre las fibras más comúnmente usadas en todo el territorio nacional, se encuentra el fique. Este material pertenece a las culturas nativas como algo inherente a su diario existir. El campesino boyacense, entre otros, ostenta una actividad creadora gracias a esta fibra. El escritor Eduardo Caballero Calderón captó en su obra Tipacoque la profusión de su empleo, en un bello y elogioso párrafo: “Desde la enjalma para el asno que baja del páramo con las angarillas cargadas de carbón de palo, hasta la cincha del caballo en que Bolívar escaló los Andes: el pretal, el bozal, el cabestro, la mochila, la cabuya, el alpargate, el costal, el lazo, toda una cultura mestiza de páramo y tierra caliente, de burra y de caballo, de chapetón y de indígena, se trenza con la dorada fibra de fique…”. El fique es una planta originaria de la América tropical que crece en abundancia en la zona andina de Colombia, prácticamente en todos los climas. Ha recibido muy variados nombres, según la región en donde se cultive: pita, motua, maguey, cocuy, cabuya o penca. En el siglo XVIII, en el departamento del Valle, se instaló una pequeña factoría para dar un impulso a la producción artesanal del fique. Desde entonces, pequeñas industrias en el Valle, Antioquia y Boyacá, alimentan la demanda. Con la industrialización del país se crearon verdaderas fábricas para satisfacer un mercado proveniente de las industrias que utilizan esta fibra, en enormes cantidades, para los empaques de sus productos comerciales. A nivel artesanal, hay una gran diversidad de artículos elaborados en fique, en varias regiones del país, como fajas, mochilas, chinchorros, tapetes, individuales y bolsos, pero nada tan cotidiano como las alpargatas. Ese sustituto del zapato es el calzado popular en muchas regiones rurales. Las suelas son realizadas en trenzas de fique. La puntera suele ser de hilo de algodón, lo mismo que el talón. Algunas alpargatas presentan una sobria y delicada ornamentación de hilo negro. Fueron introducidas por los españoles en el siglo XVI, llamadas por ellos aspardanyes, esparteñas o alpargatas. En España eran el cáñamo, el yute o el esparto, las materias primas de este calzado, usado por los labradores y por la gente del pueblo.
Dentro del campo de la tejeduría, hay un oficio que ocupa a cientos de artesanos de distintas comunidades y es la confección del sombrero. La variedad de sombreros fabricados en forma artesanal en el país, muestra las diferentes soluciones dadas a la necesidad de cubrirse y adornarse la cabeza, con distintos materiales, formas y técnicas. Más de cien estilos han dado la pauta para la elaboración artesanal e industrial del sombrero en Colombia.
En el interior del país, en varias regiones de Boyacá, se fabrica aún el llamado sombrero de “tapia-pisada”, que data del siglo XVIII. El origen de su diseño puede rastrearse en aquellos conocidos sombreros españoles llamados “cordobeses”, pero es visible la intervención nativa. En el departamento de Nariño, Sandoná ha sido un gran centro productor de esta prenda, con La Unión, La Cruz y El Tambo. Allí se elaboran varios estilos de sombreros, con nombres que corresponden a las formas, utilización o diseño de los mismos como Jipa, Ranchero, Palmeado, Coronilla, Común y Vaquero.
El sombrero de paja de iraca, obra maestra de los tejedores nariñenses, tuvo alguna importancia en Antioquia, cuando cierto porcentaje de su producción fue exportado a las islas del Caribe y a los Estados Unidos. En el Huila el oficio se acentuó en Suaza, convirtiéndose en la principal ocupación de las mujeres, en las veredas de Guayabal y San Calixto. Los sombreros “Suazas”, como son conocidos, alcanzaron gran auge a principios de este siglo, durante la construcción del canal de Panamá, de allí que, comúnmente, se les denomine como “Panamá” o Jipijapa. Actualmente se producen tres tipos de sombreros, el común o gardeliano, el llanero y el sombrero de quiebre. La fabricación de este tipo de sombreros, en Aguadas, Caldas, es una actividad que tiene más de un siglo de existencia, tiempo durante el cual los tejedores han organizado, en torno a este trabajo, una actividad de tipo familiar.
En los Llanos Orientales de Colombia, al sombrero se le llama Corrosca. De ala flexible, liviano, y de color claro, es parte de la personalidad del campesino llanero. Además, para él es imprescindible, pues gran parte del día discurre en las labores a campo abierto, bajo el fuerte sol del llano.
Enormemente popular, dentro y fuera del país, es el uso del “sombrero vueltiao”, originario de la región del Sinú. Se caracteriza por las franjas blancas y negras que, en el trenzado, resultan de la combinación de las fibras de la caña flecha, luego de ser tratadas. Las figuras geométricas que se forman son símbolos totémicos, al parecer, de origen Maya. Las piezas de cerámica y orfebrería encontradas en la zona dan cuenta del uso de un sombrero semejante al actual, en donde, muy probablemente, está localizado su origen. En una época pasada podía establecerse la identidad del trenzador y su clan familiar, basándose en la observación de las pintas. Este sentido de pertenencia se ha disuelto con el tiempo, popularizándose y generalizándose, las menos complejas o más familiares, en las manos del artesano trenzador. Este sombrero se ha convertido en símbolo de la actividad artesanal.
En La Guajira, en la Sierra de Macuira, existe desde tiempos remotos un centro productor de esparto llamado “paja macwiza”. De esta planta gramínea se extrae la paja para ser utilizada en la fabricación de un sombrero sin mayores pretensiones. Sus diseños son uniformes y sólo se presentan limitadísimas variaciones. En otras zonas del país se fabrican sombreros con diversas fibras y materiales naturales, como los de palma de “pindo” del Tolima, los de hoja de “bonia” de Guapi, o los de esparto de Boyacá.
El oficio de la tejeduría de sombreros, fuertemente arraigado en varios núcleos del sector rural, se vio afectado por la presencia del sombrero de paño o fieltro, cuyo uso se popularizó entre los campesinos, disminuyendo la demanda del sombrero tejido. Aún así, la rica variedad de los estilos y fibras hacen de Colombia uno de los países más ricos en la producción artesanal de sombreros.