- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Piedra
Cabeza antropomorfa tallada en piedra de grandes dimensiones. Dolmen con guerreros custodiando sarcófago, destinado a personas de alto rango, también en piedra. Cultura San Agustín. Alfredo Pinzón.
Colgante prehispánico en cuarzo pulido en forma tubular, montado sobre aro de plata, en collar contemporáneo. Cultura Tairona. Pilar Gómez.
Cariátide con representación de guerrero. Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Cariátide con representación de águila devorando una serpiente Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Cariátide con representación de una figura femenina con los dedos curvados. Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Pilastra con figura de guerrero. Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Pedestal labrado en piedra con relieves geométricos y adornos florales. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. Diego Miguel Garcés.
Herramientas prehispánicas hechas en piedra. Hachuelas, cortadores, pulidores y picos. S. V— XII d. de C. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Canaleta para el agua lluvia. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Moledor prehispánico en piedra, para triturar alimentos. El hallazgo, en diferentes regiones del país, de “manos de moler” con su respectivo mortero tallado en forma ovalada, indica nuevas formas de asentamientos de grupos vinculados a un desarrollo agrícola, basado en el cultivo del maíz. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Collares prehispánicos elaborados con cuentas de cuarzo, jade, ónix y cornalina. Dentro de un minucioso trabajo lítico y combinadas con dijes de metal, las piedras, algunas veces talladas en forma redonda, alargada o tubular, formaban espléndidos collares y adornos corporales. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Collares prehispánicos elaborados con cuentas de cuarzo, jade, ónix y cornalina. Dentro de un minucioso trabajo lítico y combinadas con dijes de metal, las piedras, algunas veces talladas en forma redonda, alargada o tubular, formaban espléndidos collares y adornos corporales. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Escalera espiral labrada en roca de origen volcánico, conocida como toba. La escalera conduce a un recinto funerario subterráneo y su ingreso se sellaba con una pesada losa de piedra. Era el lugar donde se efectuaban los entierros secundarios, con los restos de los cuerpos o con sus cenizas. S. VI d. de C. Tierradentro, Cauca. Diego Miguel Garcés.
Hipogeo tallado en roca de la montaña. Casi por la misma época de la cultura agustiniana, floreció en Tierradentro otra misteriosa civilización. Los pobladores de esta región también realizaron un laborioso trabajo lítico, tanto en su estatuaria como en sus recintos sagrados. Se obtenía un espacio que albergaba siete nichos donde se colocaban las urnas funerarias, dos columnas centrales y catorce pilastras, bajo un techo abovedado. Estas llevaban talladas, en la parte superior, figuras antropomorfas, posiblemente representando los guardianes del lugar. El interior del recinto era pintado de blanco y luego lo decoraban con diferentes motivos y colores. Tierradentro, Cauca. Diego Miguel Garcés.
Camino de piedra de Ciudad Perdida. Aparte de su función intercomunicadora, los caminos recogen y canalizan las aguas lluvias de las terrazas, desaguándolas, por medio de pequeños giros, en ciertos lugares de la ladera. Presentan especial elaboración en las bifurcaciones, donde aparecen piedras talladas y grandes lajas, como pasos, debajo de los cuales se depositaban objetos rituales, como ofrendas a dioses protectores. Todo ello dentro de una solución urbanística de gran respeto hacia la naturaleza. Ciudad Perdida, Magdalena. Benjamín Villegas.
Fortificación en piedra de las murallas de Cartagena. Fundada por los españoles en el siglo XVI, Cartagena se convirtió en el puerto colonial de mayor movimiento del mar Caribe. Transitaban frecuentemente galeones españoles cargados con oro y ricas mercancías, siendo, por ello, presa fácil de los ataques piratas. Para proteger la ciudad y sus bienes, los españoles fortificaron el puerto construyendo grandes murallas que, finalmente, la hicieron inexpugnable a los frecuentes atentados. Cartagena, Bolívar. Diego Miguel Garcés.
Interior de capilla subterránea labrada en una salina. Nemocón, Cundinamarca. Diego Miguel Garcés.
Fachada central de la iglesia de San Agustín. Siglo XVIII. Bogotá. José Fernando Machado.
La banca de piedra, el soporte de la matera, como los escalones y el piso, señalan la importancia de la mampostería en las casas coloniales. Bogotá. Pilar Gómez.
Mampostero tallando el capitel para una columna. Bojacá, Cundinamarca. Sandra Peña.
Portada en piedra de cantera tallada. El jambaje que rodea puertas y ventanas de la época colonial, es variado, tanto por la forma como por la calidad del material. Las portadas, compuestas por dos pilastras sobre las que se colocaba una cornisa, se fabricaban, generalmente, de adobe y ladrillo. Sólo en las casas de familias prestantes, se ejecutaban en piedra. El dintel, constituido por un bloque de piedra de forma rectangular, se sostenía sobre jambas o columnas verticales, a uno y otro lado. Bogotá José Fernando Machado.
Pavimento construido con diferentes segmentos de piedra de cantera. Siglo XVIII. Plaza de Santo Domingo. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Piso de casa colonial en piedra y ladrillo. El diseño geométrico en diagonal toma como punto de partida el centro del patio, donde frecuentemente se localizaba una fuente de agua, también construida en piedra. Siglo XVIII. Bogotá. José Fernando Machado.
Piso mixto, con diferentes materiales: piedra, vértebras de animales y tablón cerámico. Se conformaba a partir de un borde cuadrado, hecho de vértebras de animales y su interior con piedras de río. Siglo XIX. Bogotá. Archivo Villegas Editores.
Pavimento con piedras de río. La Pintada, Caldas. Archivo Villegas Editores.
Representación de barco en piedra y madera. Escultura contemporánea. Ezequiel Alarcón. Barichara, Santander. José Fernando Machado.
Cenicero, mortero y recipiente, tallados en mármol rústico de Villa de Leiva. Galería Deimos, Bogotá. José Fernando Machado.
Mesa en cristal y lajas de piedra, ensambladas en dos de sus extremos. A través del vidrio se aprecia el piso, también en piedra, finamente trabajado. Hugo Zapata. Medellín, Antioquia. Simón Vélez.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
La talla en piedra fue ampliamente utilizada en todas las culturas prehispánicas. Desde el raspador de madera con incrustaciones de piedra, para el uso culinario, hasta la monumental estatuaria agustiniana, cargada de significados esotéricos, el uso de la piedra estuvo asociado con un conjunto amplio de actividades domésticas y ceremoniales. En las culturas precolombinas colombianas, dos pueblos se destacan en el uso majestuoso de la piedra, aunque con fines bien diversos: la talla entre la cultura agustiniana y la construcción de complejos arquitectónicos entre los Tairona.
El arte estatuario en la cultura San Agustín indica un impresionante desenvolvimiento de técnicas y conceptualizaciones mediante las cuales, los nativos representaron, con las pétreas formas, toda la emblemática de sus figuras míticas y ancestrales. Se trata, en este caso, de una inquietante interacción de ideas religiosas y un cierto rito nocturno, con trazos de servir de culto a los muertos. Aquí y allá, diseminadas en un territorio otrora sagrado, se encuentran pequeñas esculturas que representan a seres difuntos, conviviendo con imponentes figuras. Con ellas, se eleva la representación al rango de invocación de las divinidades. La cultura agustiniana sigue siendo un enigma para los historiadores y arqueólogos. Desvinculada de cualquier nexo con otras culturas precolombinas, su existencia parece remontarse a muchos siglos atrás. Son más, desde luego, los enigmas suscitados que las respuestas halladas. Preuss, científico alemán, autor de la obra Arte Monumental Prehistórico, ha planteado en términos correctos estos interrogantes, al señalar el arduo problema que ofrece una civilización que produce gigantescas estatuas de piedra, “marcadas con el sello de un gusto bárbaro”, que, a la vez, son producto de una fuerza espiritual, cuyo poder sorprende y domina a quien las mira. Pero uno de los motivos que más se reiteran en la estatuaria, corresponde al mito del jaguar, representado en la boca felínica de grandes colmillos cruzados, siendo este uno de lo rasgos característicos de los personajes agustinianos. Deidades, masculinas y femeninas, que portan diversos símbolos y expresiones en sus manos, guerreros armados de mazas y piedras redondeadas, sacerdotes cubiertos con máscaras o pieles, son parte de la extensa temática plasmada en sus esculturas. Sobre muchas de ellas se grabó una figura femenina, portando en la mano la media luna, símbolo universal de la noche. También hace parte del repertorio simbólico, una fauna variada: la serpiente, la iguana, el murciélago y la lechuza.
La expresión sobresaliente del arte agustiniano se encuentra en la fuente sagrada de Lavapatas, labrada en el lecho rocoso de la quebrada del mismo nombre y reservada, indudablemente, al culto de las deidades acuáticas. Toda la superficie de la roca fue aprovechada, mostrando, entre los serpenteantes canales por donde fluye el agua, además de estilizaciones humanas, las de lagartos y simios, entre otros animales. Del intrincado conjunto se destacan tres piletas adornadas con figuras que reciben las aguas, para luego devolverlas sobre la extensa superficie de la plancha.
En las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, el hallazgo de Ciudad Perdida significó un paso de extremada importancia para profundizar en el conocimiento, que hoy se puede tener, de esa antigua cultura. Situada sobre una ladera del Cerro Correa, la ciudad está formada por ciento cuarenta basamentos, hechos de terraza lítica, comunicados por un camino central y otros laterales. El camino principal parte del nivel más bajo de la ciudad, a orillas del río Buritaca, ascendiendo hacia las terrazas superiores, sostenidas por gruesos muros de contención. Los Tairona trabajaron la piedra en grandes bloques. Con estos bloques y losas construyeron anillos, calzadas, largos y ascendentes caminos, escaleras, puentes, sistemas de recolección de agua y alcantarillado, así como obras de irrigación y terrazas para los cultivos. Los caminos fueron construidos con diferentes clases de piedra, también con lajas de pizarra, granito tallado y lajas pulimentadas, según lo significativo del tramo, formando una superficie perfectamente pulida y pavimentada. En el arte funerario, los Tairona utilizaron la piedra para construir sus cámaras mortuorias. Bóvedas de piedra con un nicho orientado hacia el este, construidas en piedra labrada y provistas de un dintel. Tumbas rectangulares, con muros y piso de lajas y tumbas de pozo, las cuales eran acompañadas de una cámara lateral, son las diferentes formas de la arquitectura funeraria realizadas por esta comunidad.
Objetos ceremoniales, utilitarios y ornamentales, se fabricaron con una técnica depurada entre los Tairona. Bastones ceremoniales, cucharas de piedra con forma de caracol, utilizadas para servir las hojas de coca, morteros en forma de mesas de piedra o sillares para macerar, collares, placas colgantes fabricados con piedras de muy diverso origen, como el granito, el cuarzo, el cristal de roca, la cornalita y la jadeíta, que ofrecían una gama de colores diversos: blanco traslúcido, blanco opaco, rojo, negro, gris y verde. El cristal de roca fue utilizado en la elaboración de cuentas de collares, objetos rituales y placas colgantes. Los bastones ceremoniales o cetros de piedra pulida, solían elaborarse con un remate en la empuñadura que representaba, generalmente, figuras de aves con la forma simétrica de sus alas en vuelo.
Una de las piedras de más impresionante belleza es la esmeralda. Entre la población prehispánica colombiana, en especial entre los Muzos y los Chibchas, la posesión y el uso de las esmeraldas fue un símbolo de sacralidad de la madre tierra, más que de fastuosidad y de poder. Los indígenas vieron en ella el reflejo mítico de alguna divinidad, ya que tejieron curiosas leyendas y relatos fantásticos de germinación. Se sabe que los Muzos idolatraban esmeraldas, como a piedras preciosas descendientes de los dioses tutelares. Igualmente, el entrar a la mina y trabajarla, equivalía para el aborigen a introducirse en una zona sagrada, rodeada de misterios y creencias.
Así, los indios de Somondoco creyeron que, con ingerir ciertas bebidas, podían encontrar las mejores vetas con las más grandes piedras. Y al parecer, según relatos de cronistas, existía la creencia de que si algún indio forastero osaba buscar esmeraldas, o aun ver las minas, podía desatar la furia de poderes sobrenaturales y morir un día después, o como decían, “dentro de una luna”. Es sabido que en Colombia se encuentran las esmeraldas de mayor tamaño y pureza del mundo. Se destacan las esmeraldas “puras”, que presentan un intenso color verde de brillo excepcional, llamadas también “gota de aceite”, originarias de las minas de Muzo.
Como soberbio representante del arte litúrgico, “La Lechuga” es la más espléndida joya de la Colonia. Elaborada entre 1700 y 1707, en oro fundido, fue repujada, cincelada y adornada con piedras preciosas. Se le llamó así por la profusa utilización de esmeraldas, estimadas en 1.485 unidades. Sobre el pie se levanta una columna o mástil que sostiene un espléndido sol, en donde se coloca la sagrada forma. El vestido del ángel fue pintado con polvo de esmeralda y zafiro, y el rojo que adorna sus botas, es de rubíes. Tiene incrustadas 62 perlas, 168 amatistas, 13 rubíes, un topacio, un zafiro y 28 diamantes. O sea, un total de 1.758 piedras preciosas. Esta custodia representa tanto el esplendor del arte religioso de la Colonia, como la realización plena del mestizaje artístico que floreció en esta época histórica en Colombia, y que, guardadas proporciones, se sigue expresando en el trabajo de los joyeros contemporáneos, que dan un nuevo marco de diseño a la calidad de siempre, de estas hermosas piedras.
En términos arquitectónicos, la piedra fue uno de los materiales más utilizados de la Colonia. Con ella se erigieron vastos edificios y fortalezas. Sobre ella se labraron, las superficies principales de las fachadas, en las plazas y patios interiores y en las fuentes de agua. Las columnas que sostenían pilastras y arcos, tan propias de este período, fueron también construidas de piedra. Es un material que ofrece muchos ejemplos espléndidos en el país, como las fachadas de las iglesias, conventos y edificios públicos, de las ciudades de Cartagena, Popayán, Tunja, Mompós y Bogotá, al lado de de elementos ornamentales que, aquí y allá, ofrecen sus variaciones y repeticiones bajo los estilos arquitectónicos imperantes.
Las murallas de Cartagena son un buen ejemplo de la importancia de la utilización de la piedra en todo el proceso de la Conquista y la Colonia. EL valor estratégico de las murallas y de los fuertes de piedra quedó demostrado tras la defensa que, de la ciudad, hicieron los españoles, asediados por los ataques de sus enemigos. El castillo de San Felipe representa una suma de características propias de las construcciones de piedra, dentro de este contexto histórico.
Ya sea en función de las estructuras arquitectónicas, como elemento ornamental, o para la elaboración de objetos útiles dentro de las viviendas, o del espacio público, durante las diferentes épocas y bajo la influencia de los diversos estilos, los talladores han venido realizando su trabajo aportando, en cada caso, variaciones de las formas establecidas y soluciones acordes con las necesidades, con la cultura y con el gusto particular de los constructores. El oficio de tallar la piedra está inserto en la tradición de la mayor parte de las regiones de Colombia.
Algunos escultores contemporáneos trabajan el duro material para erigir obras de arte, que pueden estar cercanas a la estatuaria.
#AmorPorColombia
Piedra
Cabeza antropomorfa tallada en piedra de grandes dimensiones. Dolmen con guerreros custodiando sarcófago, destinado a personas de alto rango, también en piedra. Cultura San Agustín. Alfredo Pinzón.
Colgante prehispánico en cuarzo pulido en forma tubular, montado sobre aro de plata, en collar contemporáneo. Cultura Tairona. Pilar Gómez.
Cariátide con representación de guerrero. Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Cariátide con representación de águila devorando una serpiente Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Cariátide con representación de una figura femenina con los dedos curvados. Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Pilastra con figura de guerrero. Cultura San Agustín. S. I a. de C. IX d. C. Alfredo Pinzón.
Pedestal labrado en piedra con relieves geométricos y adornos florales. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. Diego Miguel Garcés.
Herramientas prehispánicas hechas en piedra. Hachuelas, cortadores, pulidores y picos. S. V— XII d. de C. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Canaleta para el agua lluvia. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Moledor prehispánico en piedra, para triturar alimentos. El hallazgo, en diferentes regiones del país, de “manos de moler” con su respectivo mortero tallado en forma ovalada, indica nuevas formas de asentamientos de grupos vinculados a un desarrollo agrícola, basado en el cultivo del maíz. Costa Atlántica. José Fernando Machado.
Collares prehispánicos elaborados con cuentas de cuarzo, jade, ónix y cornalina. Dentro de un minucioso trabajo lítico y combinadas con dijes de metal, las piedras, algunas veces talladas en forma redonda, alargada o tubular, formaban espléndidos collares y adornos corporales. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Collares prehispánicos elaborados con cuentas de cuarzo, jade, ónix y cornalina. Dentro de un minucioso trabajo lítico y combinadas con dijes de metal, las piedras, algunas veces talladas en forma redonda, alargada o tubular, formaban espléndidos collares y adornos corporales. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Escalera espiral labrada en roca de origen volcánico, conocida como toba. La escalera conduce a un recinto funerario subterráneo y su ingreso se sellaba con una pesada losa de piedra. Era el lugar donde se efectuaban los entierros secundarios, con los restos de los cuerpos o con sus cenizas. S. VI d. de C. Tierradentro, Cauca. Diego Miguel Garcés.
Hipogeo tallado en roca de la montaña. Casi por la misma época de la cultura agustiniana, floreció en Tierradentro otra misteriosa civilización. Los pobladores de esta región también realizaron un laborioso trabajo lítico, tanto en su estatuaria como en sus recintos sagrados. Se obtenía un espacio que albergaba siete nichos donde se colocaban las urnas funerarias, dos columnas centrales y catorce pilastras, bajo un techo abovedado. Estas llevaban talladas, en la parte superior, figuras antropomorfas, posiblemente representando los guardianes del lugar. El interior del recinto era pintado de blanco y luego lo decoraban con diferentes motivos y colores. Tierradentro, Cauca. Diego Miguel Garcés.
Camino de piedra de Ciudad Perdida. Aparte de su función intercomunicadora, los caminos recogen y canalizan las aguas lluvias de las terrazas, desaguándolas, por medio de pequeños giros, en ciertos lugares de la ladera. Presentan especial elaboración en las bifurcaciones, donde aparecen piedras talladas y grandes lajas, como pasos, debajo de los cuales se depositaban objetos rituales, como ofrendas a dioses protectores. Todo ello dentro de una solución urbanística de gran respeto hacia la naturaleza. Ciudad Perdida, Magdalena. Benjamín Villegas.
Fortificación en piedra de las murallas de Cartagena. Fundada por los españoles en el siglo XVI, Cartagena se convirtió en el puerto colonial de mayor movimiento del mar Caribe. Transitaban frecuentemente galeones españoles cargados con oro y ricas mercancías, siendo, por ello, presa fácil de los ataques piratas. Para proteger la ciudad y sus bienes, los españoles fortificaron el puerto construyendo grandes murallas que, finalmente, la hicieron inexpugnable a los frecuentes atentados. Cartagena, Bolívar. Diego Miguel Garcés.
Interior de capilla subterránea labrada en una salina. Nemocón, Cundinamarca. Diego Miguel Garcés.
Fachada central de la iglesia de San Agustín. Siglo XVIII. Bogotá. José Fernando Machado.
La banca de piedra, el soporte de la matera, como los escalones y el piso, señalan la importancia de la mampostería en las casas coloniales. Bogotá. Pilar Gómez.
Mampostero tallando el capitel para una columna. Bojacá, Cundinamarca. Sandra Peña.
Portada en piedra de cantera tallada. El jambaje que rodea puertas y ventanas de la época colonial, es variado, tanto por la forma como por la calidad del material. Las portadas, compuestas por dos pilastras sobre las que se colocaba una cornisa, se fabricaban, generalmente, de adobe y ladrillo. Sólo en las casas de familias prestantes, se ejecutaban en piedra. El dintel, constituido por un bloque de piedra de forma rectangular, se sostenía sobre jambas o columnas verticales, a uno y otro lado. Bogotá José Fernando Machado.
Pavimento construido con diferentes segmentos de piedra de cantera. Siglo XVIII. Plaza de Santo Domingo. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Piso de casa colonial en piedra y ladrillo. El diseño geométrico en diagonal toma como punto de partida el centro del patio, donde frecuentemente se localizaba una fuente de agua, también construida en piedra. Siglo XVIII. Bogotá. José Fernando Machado.
Piso mixto, con diferentes materiales: piedra, vértebras de animales y tablón cerámico. Se conformaba a partir de un borde cuadrado, hecho de vértebras de animales y su interior con piedras de río. Siglo XIX. Bogotá. Archivo Villegas Editores.
Pavimento con piedras de río. La Pintada, Caldas. Archivo Villegas Editores.
Representación de barco en piedra y madera. Escultura contemporánea. Ezequiel Alarcón. Barichara, Santander. José Fernando Machado.
Cenicero, mortero y recipiente, tallados en mármol rústico de Villa de Leiva. Galería Deimos, Bogotá. José Fernando Machado.
Mesa en cristal y lajas de piedra, ensambladas en dos de sus extremos. A través del vidrio se aprecia el piso, también en piedra, finamente trabajado. Hugo Zapata. Medellín, Antioquia. Simón Vélez.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
La talla en piedra fue ampliamente utilizada en todas las culturas prehispánicas. Desde el raspador de madera con incrustaciones de piedra, para el uso culinario, hasta la monumental estatuaria agustiniana, cargada de significados esotéricos, el uso de la piedra estuvo asociado con un conjunto amplio de actividades domésticas y ceremoniales. En las culturas precolombinas colombianas, dos pueblos se destacan en el uso majestuoso de la piedra, aunque con fines bien diversos: la talla entre la cultura agustiniana y la construcción de complejos arquitectónicos entre los Tairona.
El arte estatuario en la cultura San Agustín indica un impresionante desenvolvimiento de técnicas y conceptualizaciones mediante las cuales, los nativos representaron, con las pétreas formas, toda la emblemática de sus figuras míticas y ancestrales. Se trata, en este caso, de una inquietante interacción de ideas religiosas y un cierto rito nocturno, con trazos de servir de culto a los muertos. Aquí y allá, diseminadas en un territorio otrora sagrado, se encuentran pequeñas esculturas que representan a seres difuntos, conviviendo con imponentes figuras. Con ellas, se eleva la representación al rango de invocación de las divinidades. La cultura agustiniana sigue siendo un enigma para los historiadores y arqueólogos. Desvinculada de cualquier nexo con otras culturas precolombinas, su existencia parece remontarse a muchos siglos atrás. Son más, desde luego, los enigmas suscitados que las respuestas halladas. Preuss, científico alemán, autor de la obra Arte Monumental Prehistórico, ha planteado en términos correctos estos interrogantes, al señalar el arduo problema que ofrece una civilización que produce gigantescas estatuas de piedra, “marcadas con el sello de un gusto bárbaro”, que, a la vez, son producto de una fuerza espiritual, cuyo poder sorprende y domina a quien las mira. Pero uno de los motivos que más se reiteran en la estatuaria, corresponde al mito del jaguar, representado en la boca felínica de grandes colmillos cruzados, siendo este uno de lo rasgos característicos de los personajes agustinianos. Deidades, masculinas y femeninas, que portan diversos símbolos y expresiones en sus manos, guerreros armados de mazas y piedras redondeadas, sacerdotes cubiertos con máscaras o pieles, son parte de la extensa temática plasmada en sus esculturas. Sobre muchas de ellas se grabó una figura femenina, portando en la mano la media luna, símbolo universal de la noche. También hace parte del repertorio simbólico, una fauna variada: la serpiente, la iguana, el murciélago y la lechuza.
La expresión sobresaliente del arte agustiniano se encuentra en la fuente sagrada de Lavapatas, labrada en el lecho rocoso de la quebrada del mismo nombre y reservada, indudablemente, al culto de las deidades acuáticas. Toda la superficie de la roca fue aprovechada, mostrando, entre los serpenteantes canales por donde fluye el agua, además de estilizaciones humanas, las de lagartos y simios, entre otros animales. Del intrincado conjunto se destacan tres piletas adornadas con figuras que reciben las aguas, para luego devolverlas sobre la extensa superficie de la plancha.
En las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, el hallazgo de Ciudad Perdida significó un paso de extremada importancia para profundizar en el conocimiento, que hoy se puede tener, de esa antigua cultura. Situada sobre una ladera del Cerro Correa, la ciudad está formada por ciento cuarenta basamentos, hechos de terraza lítica, comunicados por un camino central y otros laterales. El camino principal parte del nivel más bajo de la ciudad, a orillas del río Buritaca, ascendiendo hacia las terrazas superiores, sostenidas por gruesos muros de contención. Los Tairona trabajaron la piedra en grandes bloques. Con estos bloques y losas construyeron anillos, calzadas, largos y ascendentes caminos, escaleras, puentes, sistemas de recolección de agua y alcantarillado, así como obras de irrigación y terrazas para los cultivos. Los caminos fueron construidos con diferentes clases de piedra, también con lajas de pizarra, granito tallado y lajas pulimentadas, según lo significativo del tramo, formando una superficie perfectamente pulida y pavimentada. En el arte funerario, los Tairona utilizaron la piedra para construir sus cámaras mortuorias. Bóvedas de piedra con un nicho orientado hacia el este, construidas en piedra labrada y provistas de un dintel. Tumbas rectangulares, con muros y piso de lajas y tumbas de pozo, las cuales eran acompañadas de una cámara lateral, son las diferentes formas de la arquitectura funeraria realizadas por esta comunidad.
Objetos ceremoniales, utilitarios y ornamentales, se fabricaron con una técnica depurada entre los Tairona. Bastones ceremoniales, cucharas de piedra con forma de caracol, utilizadas para servir las hojas de coca, morteros en forma de mesas de piedra o sillares para macerar, collares, placas colgantes fabricados con piedras de muy diverso origen, como el granito, el cuarzo, el cristal de roca, la cornalita y la jadeíta, que ofrecían una gama de colores diversos: blanco traslúcido, blanco opaco, rojo, negro, gris y verde. El cristal de roca fue utilizado en la elaboración de cuentas de collares, objetos rituales y placas colgantes. Los bastones ceremoniales o cetros de piedra pulida, solían elaborarse con un remate en la empuñadura que representaba, generalmente, figuras de aves con la forma simétrica de sus alas en vuelo.
Una de las piedras de más impresionante belleza es la esmeralda. Entre la población prehispánica colombiana, en especial entre los Muzos y los Chibchas, la posesión y el uso de las esmeraldas fue un símbolo de sacralidad de la madre tierra, más que de fastuosidad y de poder. Los indígenas vieron en ella el reflejo mítico de alguna divinidad, ya que tejieron curiosas leyendas y relatos fantásticos de germinación. Se sabe que los Muzos idolatraban esmeraldas, como a piedras preciosas descendientes de los dioses tutelares. Igualmente, el entrar a la mina y trabajarla, equivalía para el aborigen a introducirse en una zona sagrada, rodeada de misterios y creencias.
Así, los indios de Somondoco creyeron que, con ingerir ciertas bebidas, podían encontrar las mejores vetas con las más grandes piedras. Y al parecer, según relatos de cronistas, existía la creencia de que si algún indio forastero osaba buscar esmeraldas, o aun ver las minas, podía desatar la furia de poderes sobrenaturales y morir un día después, o como decían, “dentro de una luna”. Es sabido que en Colombia se encuentran las esmeraldas de mayor tamaño y pureza del mundo. Se destacan las esmeraldas “puras”, que presentan un intenso color verde de brillo excepcional, llamadas también “gota de aceite”, originarias de las minas de Muzo.
Como soberbio representante del arte litúrgico, “La Lechuga” es la más espléndida joya de la Colonia. Elaborada entre 1700 y 1707, en oro fundido, fue repujada, cincelada y adornada con piedras preciosas. Se le llamó así por la profusa utilización de esmeraldas, estimadas en 1.485 unidades. Sobre el pie se levanta una columna o mástil que sostiene un espléndido sol, en donde se coloca la sagrada forma. El vestido del ángel fue pintado con polvo de esmeralda y zafiro, y el rojo que adorna sus botas, es de rubíes. Tiene incrustadas 62 perlas, 168 amatistas, 13 rubíes, un topacio, un zafiro y 28 diamantes. O sea, un total de 1.758 piedras preciosas. Esta custodia representa tanto el esplendor del arte religioso de la Colonia, como la realización plena del mestizaje artístico que floreció en esta época histórica en Colombia, y que, guardadas proporciones, se sigue expresando en el trabajo de los joyeros contemporáneos, que dan un nuevo marco de diseño a la calidad de siempre, de estas hermosas piedras.
En términos arquitectónicos, la piedra fue uno de los materiales más utilizados de la Colonia. Con ella se erigieron vastos edificios y fortalezas. Sobre ella se labraron, las superficies principales de las fachadas, en las plazas y patios interiores y en las fuentes de agua. Las columnas que sostenían pilastras y arcos, tan propias de este período, fueron también construidas de piedra. Es un material que ofrece muchos ejemplos espléndidos en el país, como las fachadas de las iglesias, conventos y edificios públicos, de las ciudades de Cartagena, Popayán, Tunja, Mompós y Bogotá, al lado de de elementos ornamentales que, aquí y allá, ofrecen sus variaciones y repeticiones bajo los estilos arquitectónicos imperantes.
Las murallas de Cartagena son un buen ejemplo de la importancia de la utilización de la piedra en todo el proceso de la Conquista y la Colonia. EL valor estratégico de las murallas y de los fuertes de piedra quedó demostrado tras la defensa que, de la ciudad, hicieron los españoles, asediados por los ataques de sus enemigos. El castillo de San Felipe representa una suma de características propias de las construcciones de piedra, dentro de este contexto histórico.
Ya sea en función de las estructuras arquitectónicas, como elemento ornamental, o para la elaboración de objetos útiles dentro de las viviendas, o del espacio público, durante las diferentes épocas y bajo la influencia de los diversos estilos, los talladores han venido realizando su trabajo aportando, en cada caso, variaciones de las formas establecidas y soluciones acordes con las necesidades, con la cultura y con el gusto particular de los constructores. El oficio de tallar la piedra está inserto en la tradición de la mayor parte de las regiones de Colombia.
Algunos escultores contemporáneos trabajan el duro material para erigir obras de arte, que pueden estar cercanas a la estatuaria.