- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Barro
Urnas funerarias prehispánicas en barro cocido, con figuras antropomorfas. S. XI d. de C. Diversas culturas. Tamalameque y Moskito, bajo Magdalena. Alonso Arte José Fernando Machado.
Anfora prehispánica para bebidas, en barro cocido, ornamentada. S. XII d. C. Cultura Nariño. Diego Samper.
Rodilllos cerámicos prehispánicos, usados en la estampación de telas, cortezas vegetales y decoración corporal. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Ejemplo de estampación con rodillo cerámico. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Horno en cerámica para procesar oro. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Ocarinas cerámicas prehispánicas. S. XII - XV d. de C. Cultura Nariño. Óscar Monsalve.
Plato en cerámica decorada. La loza del Carmen de Viboral, un pueblo industrioso del oriente antioqueño, se reconoce por el sentido de la decoración y por los motivos utilizados. Cada artesano deja plasmada su individualidad creadora, en el manejo del color y de la pincelada. Carmen de Viboral, Antioquia. Alfredo Pinzón.
Plato en cerámica decorada. La loza del Carmen de Viboral, un pueblo industrioso del oriente antioqueño, se reconoce por el sentido de la decoración y por los motivos utilizados. Cada artesano deja plasmada su individualidad creadora, en el manejo del color y de la pincelada. Carmen de Viboral, Antioquia. Alfredo Pinzón.
Recipientes prehispánicos en barro cocido, tono marrón, con decoración incisa. S. VIII d. C. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Recipientes en cerámica contemporánea. Cooperativa de ceramistas. Chía, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Cerámica contemporánea. Tatiana Montoya. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Alcarrazas en barro cocido de doble vertedera, con asa en forma de puente, usadas para almacenar líquidos. S. X d. C. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Filtro de agua en cerámica: colonial. Con una combinación de greda y sustancias minerales sometidas a altas temperaturas, se obtiene una textura semejante a la de la piedra, que da la porosidad necesaria para filtrar el agua. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Filtros de agua en cerámica: prehispánico. Con una combinación de greda y sustancias minerales sometidas a altas temperaturas, se obtiene una textura semejante a la de la piedra, que da la porosidad necesaria para filtrar el agua. Cultura Tumaco. José Fernando Machado.
Filtros de agua en cerámica: contemporáneo. Con una combinación de greda y sustancias minerales sometidas a altas temperaturas, se obtiene una textura semejante a la de la piedra, que da la porosidad necesaria para filtrar el agua. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipientes cerámicos almacenados durante el proceso de secado. Después de moldeadas y antes de ser llevadas al horno, las vasijas deben secarse al aire. Este es el momento en el que los artesanos les dan a sus piezas un tratamiento especial, de acuerdo con el uso para el cual están destinadas. Algunos las aliñan, les añaden las orejas y las emparejan con pedazos de totuma para reducir la porosidad. Cada pieza, cuando está blanqueada y seca, se moja, se pule, y luego se pinta. Se aprecia también un cajón con cerámicas más pequeñas, conocidas como “maíz tostao”, que contiene loza, pitos y animales. Estos objetos son posiblemente herencia de la cerámica ritual Chibcha. Actualmente, son adquiridos por los peregrinos como recuerdo de sus visitas a santuarios religiosos. Familia Rubiano. Ráquira, Boyacá. Diego Miguel Garcés.
Eva Villanueva elaborando, a mano, un recipiente en barro. El procedimiento consiste en realizar el modelado sobre un plato de bailar la loza, a partir de una bola de barro que se ahueca y que será la pieza que forme el fondo de la vasija. De este primer material se van a levantar las paredes al yuxtaponer nuevo material, en forma de rollos, que al estirar hacia arriba se va adelgazando. Los otros procedimientos tradicionalmente utilizados son el moldeado y el torneado. Ráquira, Boyacá. Diego Miguel Garcés.
Caballito de Ráquira en barro cocido. Este objeto utilizado como alcancía, se convirtió en uno de los símbolos de la producción alfarera de la región. A veces lleva encima ollas, leña o un jinete. Antes se coloreaban, como reminiscencia de los tallados y policromados en madera, de los pesebres coloniales. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Alcancía en barro cocido en forma de gallina. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Teteras en barro cocido, con estilizaciones de figuras zoomorfas y relieves con escenas campestres y de contenido mitológico indígena. Representan figuras del entorno. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Pangua, chorote y otros recipientes en barro cocido. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Portacomidas en cerámica, con soporte metálico. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Horno para la cocción de piezas en barro. Es la versión local del horno español simple, de tipo mediterráneo, hecho de adobe y tiestos, con cámara alta y abierta que remata en una chimenea. Ráquira, Boyacá. Pilar Gómez.
Recipientes en barro cocido, moldeado y decorado, realizados en formas variadas. Se utilizan para transportar agua fresca en el desierto. Indígenas Wayuu, Guajira. Lucas Schmeekloth.
Alfareras produciendo “loza de dedo”. En diferentes regiones ha sido tradicional, paralelamente a la fabricación de tiestos y recipientes, la elaboración de loza en miniatura, que se vende en los mercados de pueblo. Es una réplica de los objetos domésticos hechos en barro, relacionados con las costumbres culinarias, y con el uso social, que se extiende a más de treinta elementos diferentes. La Capilla, Cundinamarca. Alfredo Pinzón.
Materos en barro cocido de diversos tamaños y formas, globulares o alargados, decorados y sin decoración. Son conocidos como moyos. Por sus dimensiones, se modelan con planchas de arcilla y algunos alcanzan los dos metros de altura. Zipaquirá, Cundinamarca. Pilar Gómez.
Reproducción en cerámica vidriada de escenas de riña de gallos. Chiquinquirá, Boyacá. José Fernando Machado.
Reproducción en cerámica vidriada de escenas de corrida de toros. Chiquinquirá, Boyacá. José Fernando Machado.
Vasijas en el mismo material. Chiquinquirá, Boyacá. José Fernando Machado.
Vasijas en barro rojo. La Chamba, Tolima. José Fernando Machado.
Objetos utilitarios en barro negro. La Chamba, Tolima. José Fernando Machado.
Frutero en barro negro. Eduardo Sandoval. La Chamba, Tolima. José Fernando Machado.
Teteras y cafetera, fabricadas en gres. Mezcla de arcilla y arena muy resistente, modelados en torno, cocido a alta temperatura. Galería Deimos, Bogotá. José Fernando Machado.
Recipiente fabricado en gres. Mezcla de arcilla y arena muy resistente, modelados en torno, cocido a alta temperatura. Galería Deimos, Bogotá. José Fernando Machado.
Recipiente-tambor en cerámica, cuero y tejido de fique. Ana María Botero. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Budare o ántaro en barro cocido, decorado. Es un plato en cerámica, usado en la preparación del cazabe, sostenido sobre tres bases cilíndricas, con dibujos que simbolizan lo masculino y lo femenino. Vaupés. José Fernando Machado.
Tambor en cerámica y cuero templado, con fibras de fique. Ana María Botero. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Representación popular, en cerámica, de iglesia del altiplano andino. María Otilia Jerez. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Representación popular, en cerámica, de iglesia del altiplano andino. María Otilia Jerez. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Representación funeraria en barro cocido. Desde las urnas funerarias precolombinas, hasta en este tipo de objetos, se manifiesta la importancia que las gentes de Colombia asignan a esta ceremonia. Teodolindo Ovalle. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Chiva en cerámica, con escenas de un matrimonio. Estos buses andan repletos de gente, y cargados con paquetes, bultos, racimos de plátano y animales. Cecilia Vargas. Pitalito, Huila. Jorge Eduardo Arango.
Pesebre, en cerámica. Cecilia Vargas. Pitalito, Huila. José Fernando Machado.
Baldosa en cerámica esmaltada, con representación de músicos y danzantes. La Mesa, Cundinamarca. Óscar Monsalve.
Cúpula en ladrillo y teja de barro vidriado, de la iglesia de San Ignacio. Siglo XVII. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalles de construcción en ladrillo. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalles de construcción en ladrillo. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalles de tejas agrupadas en un chircal. Bogotá. Jorge Eduardo Arango.
Piso en ladrillo. Conjunto residencial. Bogotá. José Fernando Machado.
Piso en ladrillo encerado y techo en teja de barro, coloniales. Siglo XVIII. Casa del Marqués de San Jorge. Bogotá. Diego Samper.
Chircal para la producción de ladrillo dentro de la técnica tradicional. Dosquebradas, Risaralda. José Fernando Machado.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Según hallazgos arqueológicos, se ha podido establecer en el territorio colombiano que las cerámicas más antiguas datan aproximadamente del año 3.5Oo a.C.. Gerardo Reichei-Dolmatoff ubicó en Puerto Hormiga, departamento de Bolívar, a los pobladores de estas viejas comunidades, de quienes proceden esos vestigios.
El conjunto de las culturas prehispánicas posee una dilatada y hermosa producción de cerámica para diversos usos, realizada con técnicas de fabricación más o menos comunes a todas ellas, pero con diferencias particulares muy definidas en las forma y en la decoración.
Las culturas Calima, Tumaco, Nariño, Quimbaya, Sinú, Tairona y Muisca, fueron pueblos de importante desarrollo alfarero. En los objetos utilizados, llegaron a integrar sus formas de representaciones mágicas, míticas y religiosas. Si una buena parte de la producción de elementos materiales estaba orientada a servir de herramienta para la vida cotidiana: ollas, ánforas múcuras, vasos, copas y vasijas, o los instrumentos musicales: pitos quenas, flautas, ocarinas, otra va a conformar un repertorio de objetos festivos y ceremoniales, como las urnas funerarias.
En la cerámica Muisca, el uso de la decoración, sin mayor ostentación, se realizaba con un carácter pictórico abstracto. Líneas rojas y negras de diferentes tonalidades y de trazos regulares y geométricos, puntos, espirales y curvas, daban su estilo final a las formas de esta cerámica. Algunas veces, aparecen incisiones con las cuales dibujaban, sobre las superficies, formas antropomorfas y zoomorfas, por lo general ranas y reptiles. Los Tairona trabajaron la cerámica con gran sentido artístico y con una admirable destreza técnica en el uso del material. La cerámica encontrada presenta el empleo de tres tipos de barro: negro, crema y rojizo. Siendo el negro, utilizado en la cerámica ceremonial, con el que se representaba la fauna de la región, el crema usado en las ofrendas funerarias, y el rojizo destinado al uso doméstico.
La cultura Sinú moldeó una cerámica de color crema, sobre la cual se aplicaba una decoración con pintura roja. Su uso estaba relacionado con la vida ordinaria: ollas para la cocina, grandes vasijas para el almacenamiento de líquidos y copas de diversas formas y tamaños, rodillos de estampar y volantes de huso. También elaboraron ofrendas funerarias.
Características propias de la cultura Quimbaya son la formas zoomorfas y antropomorfas que conforman, con sus representaciones cerámicas, la visión de un mundo mítico con figuras, a veces, de expresión terrorífica y atemorizante. Otras veces, según el uso, aparecen los trabajos más sutiles que exhiben las delicadas vasijas, esbeltas en su fina estructura y elegantes en su formas y perfiles. La imaginación de esta cultura llega a límites verdaderamente delirantes, cuando reproducen los seres extraños, que seguramente imaginan poblando mundos desconocidos, pero vivamente vinculados con el entorno natural.
En la Costa Pacífica, los tumaco elaboraban sus piezas a partir de moldes cerámicas en los que vertían la blanda y gris arcilla que tomaba la forma preestablecida. Numerosas cabezas y figuras antropomorfas con distintas expresiones y actitudes, indican la especialización en este tipo de producción alfarera. Se ha llegado a suponer que algunas de estas cabezas remiten a deidades o a importantes personajes: cabezas realizadas, supuestamente, en forma de retratos conmemorativos. Así, esta civilización fue produciendo una alfarería característica y un dominio de la técnica, por medio de la cual logró captar diversas situaciones de la vida cotidiana y de su cultura. En la región del Cauca la producción cerámica prehispánica se centró en objetos de depurado estilo, de tonos rojizos y con características de elegantes líneas y contornos.
La denominada cultura Nariño usó técnicas cerámicas muy depuradas. Las formas fueron trabajadas con delicada elegancia en la decoración y el acabado. Se ha dicho que entre los habitantes de Túquerres, Ipiales y el Valle de Pasto, se lograron verdaderas «representaciones escenográficas” que eran un reflejo de la vida, en las que está presente la fauna, tanto la real como la imaginaria. Tres estilos bien diferenciados se distinguen en la cerámica de esta cultura: aquel que utiliza la pintura negra, como negativo, sobre el rojo de las vasijas, las vasijas color crema con diseños realizados en blanco y rojo, y la cerámica de tono marfil, sobre la cual se aplicó una decoración de variados colores y tonalidades.
La cultura Calima, que habitó el extenso valle del Cauca, trabajó la cerámica con diseños decorativos geométricos. También allí aparecen asociadas a las vasijas, o en forma independiente, figuras zoomorfas, feroces felinos, y otras formas antropomorfas.
En cuanto a los Pijao, la cerámica que salió de su cultura pertenece tanto al ámbito de lo utilitario, como a la producción destinada a servir de ofrendas y a los ritos funerarios. Fue un trabajo orientado a la producción de figuras y estatuillas, con la representación de la imagen de algunas deidades. Los habitantes de esta región adoraban ídolos de barro o elaborados con gruesos helechos que pintaban de distintos colores, y a quienes ponían en las manos dardos y lanzas para «tenerlos propicios en las guerras». También se han encontrado vestigios que demuestran que la producción cerámica del Tolima se extendió a asientos de arcilla para usos ceremoniales.
Gracias al aislamiento y al nomadismo, algunas tribus escaparon al abrazo colonizador conservando, hasta hoy, las antiguas tradiciones a través de sus producciones materiales, como lo hacen los Kogi, Sikuani, Tunebo, Tukano y Emberá, entre otros.
Actualmente, los Emberá del Chocó producen trece tipos de vasijas, de las cuales seis pertenecen a la tradición heredada y siete a las nuevas necesidades.
La cultura material de los indígenas de la selva amazónica y del Vaupés, produce, con características semejantes, una cerámica utilitaria y ritual, adecuada también a su forma de vida colectiva. Dentro de estos grupos, los indígenas Tukano hacen uso, para el consumo del yagé, de una vasija ceremonial ornamentada con diversos motivos figurativos tornasolados, en blanco, amarillo y.ojo, producto de sus «visiones». Para esta cultura, los colores representan lo masculino y lo femenino, la fertilización y la gestación, y la vasija reproduce el lugar le la gestación.
En el desarrollo de la nueva sociedad hispanoamericana que se inicia en la época de la conquista, cobra singular relevancia la cuadrícula en el nuevo trazado arquitectónico de las ciudades y el uso de la teja de barro, el adobe y el ladrillo, en la construcción de casas de habitación, conventos, iglesias, cuarteles y demás edificios civiles. A pesar de que este es el hecho dominante en la arquitectura colonial, con ella convive y se desarrolla la herencia indígena, representada por la tapia pisada. En las zonas rurales del altiplano andino, en Cundinamarca, Boyacá, Nariño y Cauca, se pueden encontrar vestigios que atestiguan el uso frecuente de ese tipo de construcción.
En la arquitectura virreinal neogranadina, la teja es un elemento constante y típico de las edificaciones que se van levantando a lo largo y a lo ancho del Nuevo Reino, y, en todos los territorios de la colonia española.
La casa colonial, en las diversas latitudes del país, ofrece innumerables ejemplos arquitectónicos. Patio central claustrado, en dos o tres de sus costados, arcos de ladrillo o piedra, sobre columnatas de piedra en la planta baja y en el segundo piso, con dinteles horizontales. En la parte claustrada, largos corredores de tablón, o bien, piso de piedra o ladrillo. Acceso al interior a través de un ancho zaguán que desemboca en el centro del patio. Son estas algunas de las características básicas de la casa colonial, en donde el ladrillo y el tablón aparecen en toda su dimensión. Desde entonces, el ladrillo ha estado indisolublemente unido al desarrollo de la ciudad y ha definido, en buena parte, su arquitectura. A finales del siglo XlX? se consolida el ladrillo como elemento formador, por excelencia, del contexto urbano.
La región de Ráquira, en Boyacá, ha sido de tiempo atrás un centro de producción de cerámica de alto rango.
Por la calidad de sus productos ha sido llamado, desde la época de la Conquista, «pueblo de olieros». La actividad legendaria que se desarrolló en Ráquira, dentro de la región habitada por los Muiscas, tiene un principio sobrenatural: Chiminigagua, deidad creadora y origen de toda forma de vida, hizo el mundo, le dio consistencia y formó, luego de haber fabricado al primer hombre de tierra amarilla y a la mujer del tallo hueco del junco, dos caciques divinos: Ramiriquí e Iraca, sol y luna, día y noche. Por ello, el mismo hecho de trabajar con barro viene a ser una réplica de las propiedades de la divinidad, con lo que se imitaba el arquetipo celeste.
Desde los tiempos remotos, hasta nuestros días, la comunidad de Ráquira, en su aparente inmovilidad, ha llegado a ser, como es obvio, fuertemente modificada por el desarrollo del país. Las técnicas artesanales han cambiado, debido, en primer término, a la utilización del torno, introducido por los españoles, quienes, además, trajeron al Nuevo Mundo el horno mediterráneo, que alcanza temperaturas mucho más altas que las logradas por el aborigen. Igualmente los europeos aportaron a la cerámica la técnica del vidriado, ampliando y enriqueciendo, con estos aportes, las posibilidades de color y la textura.
El alfarero de Ráquira goza de una posición privilegiada para la consecución de los materiales destinados a su labor artesanal. La materia prima la extrae de las grandes vetas de creta y caolín que existen en la región y que, de alguna manera, son un bien común. Por eso, también, llegan allí alfareros de regiones distintas: Sáchica, Tinjacá, Tunja y Villa de Leiva. Los ceramistas de Ráquira han venido empleando, de tiempo atrás, varios tipos de arcilla: la negra, con cierto contenido de carbón que es muy pesada, la roja con óxido de hierro, la blanca y la amarilla. En muchos casos el alfarero, según sus necesidades, conocimientos o apreciaciones, mezcla porciones de una y otra, para trabajar, más a gusto, según sus propios procedimientos. Puede decirse que, aunque no existan patrones estrictos en la preparación del material o en el acabado, el alfarero se basa en las experiencias que han sido transmitidas de padres a hijos y que, en general, no varían de unos a otros ceramistas.
Algunos realizan la labor sobre la cerámica cruda, otros, como el llamado «terminado’, sobre la cerámica ya cocida. En la primera técnica se aplica la incisión, el estampado y la superposición de pequeños moldes. También se hacen ondulados por presión digital, y con la utilización de la mezcla de tierras se obtienen diferencias en el color de las piezas. Recientemente apareció una forma de decoración que rápidamente se popularizó: usando pinturas comerciales se dibujan, sobre la superficie de la cerámica, formas, figuras y dibujos de variada índole. Generalmente los motivos son abstractos y geométricos.
El artesano de Ráquira suele utilizar técnicas de dibujo y ornamentación realizadas sobre el esmaltado o vidriado, al que se llega por medio de óxidos de cobre y manipulando las diferentes temperaturas, destinadas a la cocción. En este procedimiento, las piezas se sumergen totalmente en los elementos químicos y luego, para fijar la película de barniz sobre su superficie, se someten a una segunda horneada.
Además de Ráquira, en Sáchica y Sutamarchán, se elaboran, para diversos usos domésticos, vasijas, múcuras y jarras, cuencos, ollas y chorotes de diversas proporciones y tamaños, decorados con una pasta rojiza llamada «chica’. En Zipaquirá, Tausa y Nemocón, se fabrican, con métodos ancestrales, los antiquísimos «moyos» para la preparación de sal.
En el departamento de Santander, en las poblaciones de Guane y el Socorro, una región que no cae en el círculo de influencia de las técnicas de los Chibchas, sobrevive una gama interesante en la producción cerámica. Ollas de cuello estrecho y boca abierta, platos con asa al borde para cocinar arepas, cuencos con dos asas en los bordes, ollas de forma redondeada, borde vertical y asas horizontales, son ejemplos de algunos diseños que, en esta región, adquieren sus propias características.
En el departamento del Huila, el grupo de ceramistas de Pitalito es ampliamente conocido por el esmerado y paciente trabajo artesanal de pintoresco colorido y alegre ornamentación. Las llamadas «chivas», medio popular de transporte en todo el país, son objeto de hermosas, prolijas e ingenuas réplicas, por parte de los ceramistas de esta zona. Ellos reproducen características y costumbres de la región, al reflejar en las «chivas» y en las «tiendas» todo un acontecer que gira en torno a las actividades de la vida ordinaria. Las pequeñas tiendas acumulan detalle tras detalle enriquecidos, todos, con brillantes colores.
En la producción de vasijas, ollas y otros elementos de uso doméstico, el artesano local cubre, prácticamente, las necesidades de la región, incluso, parte de este trabajo llega a los mercados de los departamentos vecinos. Características semejantes poseen los alfareros del Tolima, ollas, moyos, tinajas, urnas, múcuras y vasijas de todo orden, salen actualmente de las manos de los artífices tolimenses. El material, extraído en abundancia de la propia región, es preparado y trabajado según las técnicas ancestrales, aplicando el pulimento y brillado de la arcilla antes de la cocción.
En el camino que conduce del centro al oriente, en el departamento de Antioquia, se alza un pequeño pueblo llamado Carmen de Viboral. Es un patrimonio y un modelo de la industriosidad antioqueña. De allí sale, también, la más alta producción de vajillas decoradas a mano, sin mencionar otros productos de alfarería. La industria alfarera de esta población tuvo su origen en 1898, cuando se instaló allí una pequeña planta para el trabajo artesanal. Desde entonces, la loza de Carmen de Viboral, por su gran temple, bellos y durables esmaltados, es enormemente apreciada, tanto en el país como fuera de él. Desde la época de la fundación de aquella planta, esta localidad se constituyó en el centro de una industria que propagó su entusiasmo a toda la región. En esta población de viejas tradiciones, sus talleres artesanales producen bellos objetos y fabrican piezas industriales, tales como aisladores para la conducción de la energía eléctrica, y otros elementos con destino a la gran industria.
En la Costa Atlántica se conservan, de tiempo atrás, pequeños centros alfareros. Las cerámicas que se fabrican en estos lugares, reflejan rasgos de un pasado auténticamente indígena. Los pequeños poblados del bajo Magdalena son especialmente pródigos en la expresión de una cultura cerámica. San Martín de Loba, Bocas de Chinú, Yati, Juana Sánchez y Tacalasuma, sobresalen como centros de producción artesano alfarera.
Los niños, desde pequeños, ayudan a sus padres en la alfarería, juegan con el barro, elaboran pequeñas piezas y poco a poco se van involucrando en su labor. Generalmente, el barro se trabaja a mano y la cocción se realiza sin horno. En el proceso de fabricación, tras el moldeado de una buena cantidad de objetos, considerada suficiente para iniciar el fuego, se realiza el quemado de las cerámicas. Al aire libre, sobre un piso de leños, se colocan boca abajo las vasijas. Sobre éstas, en idéntica posición, se dispone una nueva serie y luego se cubre con varias capas de madera. Cubierto el conjunto, se prende fuego y se aviva, hasta que éste consume por completo los leños tendidos sobre las vasijas. Al final de la cocción, y tras un tiempo para el enfriado, aparecerá el color definitivo, rojizo o naranja, de las piezas. Luego, se aplican sobre la superficie de las vasijas, dibujos lineales con pintura blanca.
La región de La Guajira ha sido reconocida también como centro cerámico de alguna importancia. Lo que allí se produce posee características rudimentarias, que son inherentes a la cultura material de su pueblo.
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Barro
Urnas funerarias prehispánicas en barro cocido, con figuras antropomorfas. S. XI d. de C. Diversas culturas. Tamalameque y Moskito, bajo Magdalena. Alonso Arte José Fernando Machado.
Anfora prehispánica para bebidas, en barro cocido, ornamentada. S. XII d. C. Cultura Nariño. Diego Samper.
Rodilllos cerámicos prehispánicos, usados en la estampación de telas, cortezas vegetales y decoración corporal. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Ejemplo de estampación con rodillo cerámico. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Horno en cerámica para procesar oro. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Ocarinas cerámicas prehispánicas. S. XII - XV d. de C. Cultura Nariño. Óscar Monsalve.
Plato en cerámica decorada. La loza del Carmen de Viboral, un pueblo industrioso del oriente antioqueño, se reconoce por el sentido de la decoración y por los motivos utilizados. Cada artesano deja plasmada su individualidad creadora, en el manejo del color y de la pincelada. Carmen de Viboral, Antioquia. Alfredo Pinzón.
Plato en cerámica decorada. La loza del Carmen de Viboral, un pueblo industrioso del oriente antioqueño, se reconoce por el sentido de la decoración y por los motivos utilizados. Cada artesano deja plasmada su individualidad creadora, en el manejo del color y de la pincelada. Carmen de Viboral, Antioquia. Alfredo Pinzón.
Recipientes prehispánicos en barro cocido, tono marrón, con decoración incisa. S. VIII d. C. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Recipientes en cerámica contemporánea. Cooperativa de ceramistas. Chía, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Cerámica contemporánea. Tatiana Montoya. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Alcarrazas en barro cocido de doble vertedera, con asa en forma de puente, usadas para almacenar líquidos. S. X d. C. Cultura Quimbaya. Jorge Eduardo Arango.
Filtro de agua en cerámica: colonial. Con una combinación de greda y sustancias minerales sometidas a altas temperaturas, se obtiene una textura semejante a la de la piedra, que da la porosidad necesaria para filtrar el agua. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Filtros de agua en cerámica: prehispánico. Con una combinación de greda y sustancias minerales sometidas a altas temperaturas, se obtiene una textura semejante a la de la piedra, que da la porosidad necesaria para filtrar el agua. Cultura Tumaco. José Fernando Machado.
Filtros de agua en cerámica: contemporáneo. Con una combinación de greda y sustancias minerales sometidas a altas temperaturas, se obtiene una textura semejante a la de la piedra, que da la porosidad necesaria para filtrar el agua. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. José Fernando Machado.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipiente prehispánico en cerámica pintada. La aplicación de los colorantes a la vasija cocida, conocida como pintura negativa, consistía en un recubrimiento de cera sobre los fragmentos que no se deseaban pintar. Después se introducía la pieza en la tintura, para impregnar las partes descubiertas, y la sometían a una nueva cocción. La cera, al derretirse, le daba un brillo característico que también ayudaba a fijar el color. S. XII- XV d. C. Diversas culturas. Diego Samper.
Recipientes cerámicos almacenados durante el proceso de secado. Después de moldeadas y antes de ser llevadas al horno, las vasijas deben secarse al aire. Este es el momento en el que los artesanos les dan a sus piezas un tratamiento especial, de acuerdo con el uso para el cual están destinadas. Algunos las aliñan, les añaden las orejas y las emparejan con pedazos de totuma para reducir la porosidad. Cada pieza, cuando está blanqueada y seca, se moja, se pule, y luego se pinta. Se aprecia también un cajón con cerámicas más pequeñas, conocidas como “maíz tostao”, que contiene loza, pitos y animales. Estos objetos son posiblemente herencia de la cerámica ritual Chibcha. Actualmente, son adquiridos por los peregrinos como recuerdo de sus visitas a santuarios religiosos. Familia Rubiano. Ráquira, Boyacá. Diego Miguel Garcés.
Eva Villanueva elaborando, a mano, un recipiente en barro. El procedimiento consiste en realizar el modelado sobre un plato de bailar la loza, a partir de una bola de barro que se ahueca y que será la pieza que forme el fondo de la vasija. De este primer material se van a levantar las paredes al yuxtaponer nuevo material, en forma de rollos, que al estirar hacia arriba se va adelgazando. Los otros procedimientos tradicionalmente utilizados son el moldeado y el torneado. Ráquira, Boyacá. Diego Miguel Garcés.
Caballito de Ráquira en barro cocido. Este objeto utilizado como alcancía, se convirtió en uno de los símbolos de la producción alfarera de la región. A veces lleva encima ollas, leña o un jinete. Antes se coloreaban, como reminiscencia de los tallados y policromados en madera, de los pesebres coloniales. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Alcancía en barro cocido en forma de gallina. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Teteras en barro cocido, con estilizaciones de figuras zoomorfas y relieves con escenas campestres y de contenido mitológico indígena. Representan figuras del entorno. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Pangua, chorote y otros recipientes en barro cocido. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Portacomidas en cerámica, con soporte metálico. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Horno para la cocción de piezas en barro. Es la versión local del horno español simple, de tipo mediterráneo, hecho de adobe y tiestos, con cámara alta y abierta que remata en una chimenea. Ráquira, Boyacá. Pilar Gómez.
Recipientes en barro cocido, moldeado y decorado, realizados en formas variadas. Se utilizan para transportar agua fresca en el desierto. Indígenas Wayuu, Guajira. Lucas Schmeekloth.
Alfareras produciendo “loza de dedo”. En diferentes regiones ha sido tradicional, paralelamente a la fabricación de tiestos y recipientes, la elaboración de loza en miniatura, que se vende en los mercados de pueblo. Es una réplica de los objetos domésticos hechos en barro, relacionados con las costumbres culinarias, y con el uso social, que se extiende a más de treinta elementos diferentes. La Capilla, Cundinamarca. Alfredo Pinzón.
Materos en barro cocido de diversos tamaños y formas, globulares o alargados, decorados y sin decoración. Son conocidos como moyos. Por sus dimensiones, se modelan con planchas de arcilla y algunos alcanzan los dos metros de altura. Zipaquirá, Cundinamarca. Pilar Gómez.
Reproducción en cerámica vidriada de escenas de riña de gallos. Chiquinquirá, Boyacá. José Fernando Machado.
Reproducción en cerámica vidriada de escenas de corrida de toros. Chiquinquirá, Boyacá. José Fernando Machado.
Vasijas en el mismo material. Chiquinquirá, Boyacá. José Fernando Machado.
Vasijas en barro rojo. La Chamba, Tolima. José Fernando Machado.
Objetos utilitarios en barro negro. La Chamba, Tolima. José Fernando Machado.
Frutero en barro negro. Eduardo Sandoval. La Chamba, Tolima. José Fernando Machado.
Teteras y cafetera, fabricadas en gres. Mezcla de arcilla y arena muy resistente, modelados en torno, cocido a alta temperatura. Galería Deimos, Bogotá. José Fernando Machado.
Recipiente fabricado en gres. Mezcla de arcilla y arena muy resistente, modelados en torno, cocido a alta temperatura. Galería Deimos, Bogotá. José Fernando Machado.
Recipiente-tambor en cerámica, cuero y tejido de fique. Ana María Botero. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Budare o ántaro en barro cocido, decorado. Es un plato en cerámica, usado en la preparación del cazabe, sostenido sobre tres bases cilíndricas, con dibujos que simbolizan lo masculino y lo femenino. Vaupés. José Fernando Machado.
Tambor en cerámica y cuero templado, con fibras de fique. Ana María Botero. Tabio, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Representación popular, en cerámica, de iglesia del altiplano andino. María Otilia Jerez. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Representación popular, en cerámica, de iglesia del altiplano andino. María Otilia Jerez. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Representación funeraria en barro cocido. Desde las urnas funerarias precolombinas, hasta en este tipo de objetos, se manifiesta la importancia que las gentes de Colombia asignan a esta ceremonia. Teodolindo Ovalle. Ráquira, Boyacá. José Fernando Machado.
Chiva en cerámica, con escenas de un matrimonio. Estos buses andan repletos de gente, y cargados con paquetes, bultos, racimos de plátano y animales. Cecilia Vargas. Pitalito, Huila. Jorge Eduardo Arango.
Pesebre, en cerámica. Cecilia Vargas. Pitalito, Huila. José Fernando Machado.
Baldosa en cerámica esmaltada, con representación de músicos y danzantes. La Mesa, Cundinamarca. Óscar Monsalve.
Cúpula en ladrillo y teja de barro vidriado, de la iglesia de San Ignacio. Siglo XVII. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalles de construcción en ladrillo. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalles de construcción en ladrillo. Bogotá. José Fernando Machado.
Detalles de tejas agrupadas en un chircal. Bogotá. Jorge Eduardo Arango.
Piso en ladrillo. Conjunto residencial. Bogotá. José Fernando Machado.
Piso en ladrillo encerado y techo en teja de barro, coloniales. Siglo XVIII. Casa del Marqués de San Jorge. Bogotá. Diego Samper.
Chircal para la producción de ladrillo dentro de la técnica tradicional. Dosquebradas, Risaralda. José Fernando Machado.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Según hallazgos arqueológicos, se ha podido establecer en el territorio colombiano que las cerámicas más antiguas datan aproximadamente del año 3.5Oo a.C.. Gerardo Reichei-Dolmatoff ubicó en Puerto Hormiga, departamento de Bolívar, a los pobladores de estas viejas comunidades, de quienes proceden esos vestigios.
El conjunto de las culturas prehispánicas posee una dilatada y hermosa producción de cerámica para diversos usos, realizada con técnicas de fabricación más o menos comunes a todas ellas, pero con diferencias particulares muy definidas en las forma y en la decoración.
Las culturas Calima, Tumaco, Nariño, Quimbaya, Sinú, Tairona y Muisca, fueron pueblos de importante desarrollo alfarero. En los objetos utilizados, llegaron a integrar sus formas de representaciones mágicas, míticas y religiosas. Si una buena parte de la producción de elementos materiales estaba orientada a servir de herramienta para la vida cotidiana: ollas, ánforas múcuras, vasos, copas y vasijas, o los instrumentos musicales: pitos quenas, flautas, ocarinas, otra va a conformar un repertorio de objetos festivos y ceremoniales, como las urnas funerarias.
En la cerámica Muisca, el uso de la decoración, sin mayor ostentación, se realizaba con un carácter pictórico abstracto. Líneas rojas y negras de diferentes tonalidades y de trazos regulares y geométricos, puntos, espirales y curvas, daban su estilo final a las formas de esta cerámica. Algunas veces, aparecen incisiones con las cuales dibujaban, sobre las superficies, formas antropomorfas y zoomorfas, por lo general ranas y reptiles. Los Tairona trabajaron la cerámica con gran sentido artístico y con una admirable destreza técnica en el uso del material. La cerámica encontrada presenta el empleo de tres tipos de barro: negro, crema y rojizo. Siendo el negro, utilizado en la cerámica ceremonial, con el que se representaba la fauna de la región, el crema usado en las ofrendas funerarias, y el rojizo destinado al uso doméstico.
La cultura Sinú moldeó una cerámica de color crema, sobre la cual se aplicaba una decoración con pintura roja. Su uso estaba relacionado con la vida ordinaria: ollas para la cocina, grandes vasijas para el almacenamiento de líquidos y copas de diversas formas y tamaños, rodillos de estampar y volantes de huso. También elaboraron ofrendas funerarias.
Características propias de la cultura Quimbaya son la formas zoomorfas y antropomorfas que conforman, con sus representaciones cerámicas, la visión de un mundo mítico con figuras, a veces, de expresión terrorífica y atemorizante. Otras veces, según el uso, aparecen los trabajos más sutiles que exhiben las delicadas vasijas, esbeltas en su fina estructura y elegantes en su formas y perfiles. La imaginación de esta cultura llega a límites verdaderamente delirantes, cuando reproducen los seres extraños, que seguramente imaginan poblando mundos desconocidos, pero vivamente vinculados con el entorno natural.
En la Costa Pacífica, los tumaco elaboraban sus piezas a partir de moldes cerámicas en los que vertían la blanda y gris arcilla que tomaba la forma preestablecida. Numerosas cabezas y figuras antropomorfas con distintas expresiones y actitudes, indican la especialización en este tipo de producción alfarera. Se ha llegado a suponer que algunas de estas cabezas remiten a deidades o a importantes personajes: cabezas realizadas, supuestamente, en forma de retratos conmemorativos. Así, esta civilización fue produciendo una alfarería característica y un dominio de la técnica, por medio de la cual logró captar diversas situaciones de la vida cotidiana y de su cultura. En la región del Cauca la producción cerámica prehispánica se centró en objetos de depurado estilo, de tonos rojizos y con características de elegantes líneas y contornos.
La denominada cultura Nariño usó técnicas cerámicas muy depuradas. Las formas fueron trabajadas con delicada elegancia en la decoración y el acabado. Se ha dicho que entre los habitantes de Túquerres, Ipiales y el Valle de Pasto, se lograron verdaderas «representaciones escenográficas” que eran un reflejo de la vida, en las que está presente la fauna, tanto la real como la imaginaria. Tres estilos bien diferenciados se distinguen en la cerámica de esta cultura: aquel que utiliza la pintura negra, como negativo, sobre el rojo de las vasijas, las vasijas color crema con diseños realizados en blanco y rojo, y la cerámica de tono marfil, sobre la cual se aplicó una decoración de variados colores y tonalidades.
La cultura Calima, que habitó el extenso valle del Cauca, trabajó la cerámica con diseños decorativos geométricos. También allí aparecen asociadas a las vasijas, o en forma independiente, figuras zoomorfas, feroces felinos, y otras formas antropomorfas.
En cuanto a los Pijao, la cerámica que salió de su cultura pertenece tanto al ámbito de lo utilitario, como a la producción destinada a servir de ofrendas y a los ritos funerarios. Fue un trabajo orientado a la producción de figuras y estatuillas, con la representación de la imagen de algunas deidades. Los habitantes de esta región adoraban ídolos de barro o elaborados con gruesos helechos que pintaban de distintos colores, y a quienes ponían en las manos dardos y lanzas para «tenerlos propicios en las guerras». También se han encontrado vestigios que demuestran que la producción cerámica del Tolima se extendió a asientos de arcilla para usos ceremoniales.
Gracias al aislamiento y al nomadismo, algunas tribus escaparon al abrazo colonizador conservando, hasta hoy, las antiguas tradiciones a través de sus producciones materiales, como lo hacen los Kogi, Sikuani, Tunebo, Tukano y Emberá, entre otros.
Actualmente, los Emberá del Chocó producen trece tipos de vasijas, de las cuales seis pertenecen a la tradición heredada y siete a las nuevas necesidades.
La cultura material de los indígenas de la selva amazónica y del Vaupés, produce, con características semejantes, una cerámica utilitaria y ritual, adecuada también a su forma de vida colectiva. Dentro de estos grupos, los indígenas Tukano hacen uso, para el consumo del yagé, de una vasija ceremonial ornamentada con diversos motivos figurativos tornasolados, en blanco, amarillo y.ojo, producto de sus «visiones». Para esta cultura, los colores representan lo masculino y lo femenino, la fertilización y la gestación, y la vasija reproduce el lugar le la gestación.
En el desarrollo de la nueva sociedad hispanoamericana que se inicia en la época de la conquista, cobra singular relevancia la cuadrícula en el nuevo trazado arquitectónico de las ciudades y el uso de la teja de barro, el adobe y el ladrillo, en la construcción de casas de habitación, conventos, iglesias, cuarteles y demás edificios civiles. A pesar de que este es el hecho dominante en la arquitectura colonial, con ella convive y se desarrolla la herencia indígena, representada por la tapia pisada. En las zonas rurales del altiplano andino, en Cundinamarca, Boyacá, Nariño y Cauca, se pueden encontrar vestigios que atestiguan el uso frecuente de ese tipo de construcción.
En la arquitectura virreinal neogranadina, la teja es un elemento constante y típico de las edificaciones que se van levantando a lo largo y a lo ancho del Nuevo Reino, y, en todos los territorios de la colonia española.
La casa colonial, en las diversas latitudes del país, ofrece innumerables ejemplos arquitectónicos. Patio central claustrado, en dos o tres de sus costados, arcos de ladrillo o piedra, sobre columnatas de piedra en la planta baja y en el segundo piso, con dinteles horizontales. En la parte claustrada, largos corredores de tablón, o bien, piso de piedra o ladrillo. Acceso al interior a través de un ancho zaguán que desemboca en el centro del patio. Son estas algunas de las características básicas de la casa colonial, en donde el ladrillo y el tablón aparecen en toda su dimensión. Desde entonces, el ladrillo ha estado indisolublemente unido al desarrollo de la ciudad y ha definido, en buena parte, su arquitectura. A finales del siglo XlX? se consolida el ladrillo como elemento formador, por excelencia, del contexto urbano.
La región de Ráquira, en Boyacá, ha sido de tiempo atrás un centro de producción de cerámica de alto rango.
Por la calidad de sus productos ha sido llamado, desde la época de la Conquista, «pueblo de olieros». La actividad legendaria que se desarrolló en Ráquira, dentro de la región habitada por los Muiscas, tiene un principio sobrenatural: Chiminigagua, deidad creadora y origen de toda forma de vida, hizo el mundo, le dio consistencia y formó, luego de haber fabricado al primer hombre de tierra amarilla y a la mujer del tallo hueco del junco, dos caciques divinos: Ramiriquí e Iraca, sol y luna, día y noche. Por ello, el mismo hecho de trabajar con barro viene a ser una réplica de las propiedades de la divinidad, con lo que se imitaba el arquetipo celeste.
Desde los tiempos remotos, hasta nuestros días, la comunidad de Ráquira, en su aparente inmovilidad, ha llegado a ser, como es obvio, fuertemente modificada por el desarrollo del país. Las técnicas artesanales han cambiado, debido, en primer término, a la utilización del torno, introducido por los españoles, quienes, además, trajeron al Nuevo Mundo el horno mediterráneo, que alcanza temperaturas mucho más altas que las logradas por el aborigen. Igualmente los europeos aportaron a la cerámica la técnica del vidriado, ampliando y enriqueciendo, con estos aportes, las posibilidades de color y la textura.
El alfarero de Ráquira goza de una posición privilegiada para la consecución de los materiales destinados a su labor artesanal. La materia prima la extrae de las grandes vetas de creta y caolín que existen en la región y que, de alguna manera, son un bien común. Por eso, también, llegan allí alfareros de regiones distintas: Sáchica, Tinjacá, Tunja y Villa de Leiva. Los ceramistas de Ráquira han venido empleando, de tiempo atrás, varios tipos de arcilla: la negra, con cierto contenido de carbón que es muy pesada, la roja con óxido de hierro, la blanca y la amarilla. En muchos casos el alfarero, según sus necesidades, conocimientos o apreciaciones, mezcla porciones de una y otra, para trabajar, más a gusto, según sus propios procedimientos. Puede decirse que, aunque no existan patrones estrictos en la preparación del material o en el acabado, el alfarero se basa en las experiencias que han sido transmitidas de padres a hijos y que, en general, no varían de unos a otros ceramistas.
Algunos realizan la labor sobre la cerámica cruda, otros, como el llamado «terminado’, sobre la cerámica ya cocida. En la primera técnica se aplica la incisión, el estampado y la superposición de pequeños moldes. También se hacen ondulados por presión digital, y con la utilización de la mezcla de tierras se obtienen diferencias en el color de las piezas. Recientemente apareció una forma de decoración que rápidamente se popularizó: usando pinturas comerciales se dibujan, sobre la superficie de la cerámica, formas, figuras y dibujos de variada índole. Generalmente los motivos son abstractos y geométricos.
El artesano de Ráquira suele utilizar técnicas de dibujo y ornamentación realizadas sobre el esmaltado o vidriado, al que se llega por medio de óxidos de cobre y manipulando las diferentes temperaturas, destinadas a la cocción. En este procedimiento, las piezas se sumergen totalmente en los elementos químicos y luego, para fijar la película de barniz sobre su superficie, se someten a una segunda horneada.
Además de Ráquira, en Sáchica y Sutamarchán, se elaboran, para diversos usos domésticos, vasijas, múcuras y jarras, cuencos, ollas y chorotes de diversas proporciones y tamaños, decorados con una pasta rojiza llamada «chica’. En Zipaquirá, Tausa y Nemocón, se fabrican, con métodos ancestrales, los antiquísimos «moyos» para la preparación de sal.
En el departamento de Santander, en las poblaciones de Guane y el Socorro, una región que no cae en el círculo de influencia de las técnicas de los Chibchas, sobrevive una gama interesante en la producción cerámica. Ollas de cuello estrecho y boca abierta, platos con asa al borde para cocinar arepas, cuencos con dos asas en los bordes, ollas de forma redondeada, borde vertical y asas horizontales, son ejemplos de algunos diseños que, en esta región, adquieren sus propias características.
En el departamento del Huila, el grupo de ceramistas de Pitalito es ampliamente conocido por el esmerado y paciente trabajo artesanal de pintoresco colorido y alegre ornamentación. Las llamadas «chivas», medio popular de transporte en todo el país, son objeto de hermosas, prolijas e ingenuas réplicas, por parte de los ceramistas de esta zona. Ellos reproducen características y costumbres de la región, al reflejar en las «chivas» y en las «tiendas» todo un acontecer que gira en torno a las actividades de la vida ordinaria. Las pequeñas tiendas acumulan detalle tras detalle enriquecidos, todos, con brillantes colores.
En la producción de vasijas, ollas y otros elementos de uso doméstico, el artesano local cubre, prácticamente, las necesidades de la región, incluso, parte de este trabajo llega a los mercados de los departamentos vecinos. Características semejantes poseen los alfareros del Tolima, ollas, moyos, tinajas, urnas, múcuras y vasijas de todo orden, salen actualmente de las manos de los artífices tolimenses. El material, extraído en abundancia de la propia región, es preparado y trabajado según las técnicas ancestrales, aplicando el pulimento y brillado de la arcilla antes de la cocción.
En el camino que conduce del centro al oriente, en el departamento de Antioquia, se alza un pequeño pueblo llamado Carmen de Viboral. Es un patrimonio y un modelo de la industriosidad antioqueña. De allí sale, también, la más alta producción de vajillas decoradas a mano, sin mencionar otros productos de alfarería. La industria alfarera de esta población tuvo su origen en 1898, cuando se instaló allí una pequeña planta para el trabajo artesanal. Desde entonces, la loza de Carmen de Viboral, por su gran temple, bellos y durables esmaltados, es enormemente apreciada, tanto en el país como fuera de él. Desde la época de la fundación de aquella planta, esta localidad se constituyó en el centro de una industria que propagó su entusiasmo a toda la región. En esta población de viejas tradiciones, sus talleres artesanales producen bellos objetos y fabrican piezas industriales, tales como aisladores para la conducción de la energía eléctrica, y otros elementos con destino a la gran industria.
En la Costa Atlántica se conservan, de tiempo atrás, pequeños centros alfareros. Las cerámicas que se fabrican en estos lugares, reflejan rasgos de un pasado auténticamente indígena. Los pequeños poblados del bajo Magdalena son especialmente pródigos en la expresión de una cultura cerámica. San Martín de Loba, Bocas de Chinú, Yati, Juana Sánchez y Tacalasuma, sobresalen como centros de producción artesano alfarera.
Los niños, desde pequeños, ayudan a sus padres en la alfarería, juegan con el barro, elaboran pequeñas piezas y poco a poco se van involucrando en su labor. Generalmente, el barro se trabaja a mano y la cocción se realiza sin horno. En el proceso de fabricación, tras el moldeado de una buena cantidad de objetos, considerada suficiente para iniciar el fuego, se realiza el quemado de las cerámicas. Al aire libre, sobre un piso de leños, se colocan boca abajo las vasijas. Sobre éstas, en idéntica posición, se dispone una nueva serie y luego se cubre con varias capas de madera. Cubierto el conjunto, se prende fuego y se aviva, hasta que éste consume por completo los leños tendidos sobre las vasijas. Al final de la cocción, y tras un tiempo para el enfriado, aparecerá el color definitivo, rojizo o naranja, de las piezas. Luego, se aplican sobre la superficie de las vasijas, dibujos lineales con pintura blanca.
La región de La Guajira ha sido reconocida también como centro cerámico de alguna importancia. Lo que allí se produce posee características rudimentarias, que son inherentes a la cultura material de su pueblo.