- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
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- Luis Restrepo. construcciones (2007)
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- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
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- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Metal
Pectoral mamiforme prehispánico en oro martillado y repujado. S. X d. C. Cultura Sinú. Diego Samper.
Colgante prehispánico en oro con relieves. S. III d. C. Cultura San Agustín. Jorge Gamboa.
Poporo en oro con su respectiva varilla para chupar la cal. S. V d. C. Cultura Calima. José Fernando Machado.
Pectoral en oro con estilización antropomorfa, fundido a la cera perdida y martillado. S. IX d. C. Cultura Tolima. Jorge Gamboa.
Nariguera en oro con figura zoomorfa, elaborada con técnica de la cera perdida. S. X d. C. Cultura Tairona. Jorge Gamboa.
Aretes en oro con decoración en relieve. S. I d. C. Cultura Tumaco. Jorge Gamboa.
Aretes en oro repujado. S. XII d. C. Cultura Nariño. Jorge Gamboa.
Colgantes de oreja en oro, con figura zoomorfa. S. XII d. C. Cultura Nariño. Jorge Gamboa.
Caracol en tumbaga, fabricado con técnica de la cera perdida. S. X d. C. Cultura Muisca. Jorge Gamboa.
Objetos prehispánicos en oro. Anzuelos. Cuando llegaron los españoles en 1500, a la costa norte del país, impulsados por la leyenda del dorado, el oro que ostentaban las diferentes culturas prehispánicas estaba revestido de solemnidad y tenía un carácter ritual. Estas piezas presentan características propias de objetos de uso ordinario. En general, fueron hechos entre el S. I y XVI d. C., por las culturas Quimbaya, Calima, Tairona y Tolima. Se encontraron en las tumbas, aunque los anzuelos se han hallado a orillas de los ríos. José Fernando Machado.
Objetos prehispánicos en oro. Alfileres usados por las mujeres para sostener las mantas. José Fernando Machado.
Objetos prehispánicos en oro. Cinceles para trabajar el metal. José Fernando Machado.
Objetos prehispánicos en oro. Agujas y pinzas depilatorias. José Fernando Machado.
Taza ceremonial y cuchara prehispánica, en oro, con mango martillado y decorado. El recipiente en forma de totumo está elaborado con la técnica del martillado. El cronista J. Robledo registró el uso de estos objetos por los aborígenes, al escribir que: “…beben con vasos de oro,…tienen sus cucharas de oro y vasijas”. S. XI d. C. Cultura Quimbaya. La cuchara, que pertenece a la cultura Calima, es de la misma época. José Fernando Machado.
Reproducciones de orfebrería prehispánica. Haciendo uso de las técnicas de la fundición a la cera perdida, el repujado, la laminación y la incisión, que se utilizaron originalmente, se ha desarrollado actualmente un valioso rescate del arte y la técnica prehispánicas. Esta actividad representa una oportuna difusión del patrimonio cultural de los primeros habitantes del continente. Galería Cano. Bogotá. José Fernando Machado.
Reproducciones de collares prehispánicos en oro y piedras. Con los mismos materiales cuarzo, jade, cornalina, jaspe, jadeíta, y reproducciones exactas de las piezas originales en oro, se elaboran, actualmente, adornos y collares representativos del gusto y la calidad técnica de las diferentes culturas prehispánicas colombianas. Galería Cano. Bogotá. José Fernando Machado.
Collar en oro con incrustaciones en piedras preciosas. El tejido ha sido trenzado con hilos en oro retorcidos. Con la técnica de la filigrana se diseñan pétalos de flores, alas de mariposas, formas geométricas, cuentas para collar, pulseras, anillos, aretes o zarcillos. La producción orfebre de esta región es una de las más auténticas y de más antigua tradición, donde se trabaja con oro de buen quilataje y mínimo porcentaje de plata o cobre. Barbacoas. Nariño. Diego Miguel Garcés.
Collar en oro con incrustaciones en piedras preciosas. El tejido ha sido trenzado con hilos en oro retorcidos. Con la técnica de la filigrana se diseñan pétalos de flores, alas de mariposas, formas geométricas, cuentas para collar, pulseras, anillos, aretes o zarcillos. La producción orfebre de esta región es una de las más auténticas y de más antigua tradición, donde se trabaja con oro de buen quilataje y mínimo porcentaje de plata o cobre. Barbacoas. Nariño. Diego Miguel Garcés.
Collar en oro con incrustaciones en piedras preciosas. El tejido ha sido trenzado con hilos en oro retorcidos. Con la técnica de la filigrana se diseñan pétalos de flores, alas de mariposas, formas geométricas, cuentas para collar, pulseras, anillos, aretes o zarcillos. La producción orfebre de esta región es una de las más auténticas y de más antigua tradición, donde se trabaja con oro de buen quilataje y mínimo porcentaje de plata o cobre. Barbacoas. Nariño. Diego Miguel Garcés.
Taller de joyería de Emilio Cortés. Constituido por una mesa de trabajo, diferentes tipos de tenazas, pinzas, martillos, yunques, calabazos, estuches, frascos en donde reposan los metales preciados para la alquímica labor, y una balanza. En ella se pesa el oro luego de ser limpiado, después de efectuarse la aleación y, finalmente, al terminar la joya. La fragua está formada por una pequeña estufa que es avivada por un fuelle. Se usa para fundir el metal y para realizar, al final, el proceso del desborraje o dorado. Según la joya que se vaya a elaborar, la soldadura se hace con un soplete que permite ir encadenando, en secuencia, los hilos en oro o las uniones de las piezas. Barbacoas, Nariño. Diego Miguel Garcés.
Aretes en oro elaborados con la técnica de la filigrana. Mompós, Bolívar. Jorge Eduardo Arango.
Detalle de custodia en oro con prolija incrustación de piedras preciosas. La orfebrería y la platería en la época colonial tuvieron un amplio desarrollo en el ámbito religioso. Gran fastuosidad y riqueza se acogió y se propagó para el culto de la Iglesia. Esta custodia quizás sea uno de los más bellos ejemplares, salidos de las manos de los maestros de la orfebrería eclesiástica, elaborados en el país durante el siglo XVIII. Se le dio el nombre de La Lechuga, por la dominante tonalidad verde, dada por las 1.435 incrustaciones de esmeraldas que posee. Piedras salidas de las minas de Muzo, Coscuez, Chivor y Somondoco, que existían desde los tiempos prehispánicos y cuya fama las señala como las de mayor pureza y el más hermoso color verde del mundo. La parte superior, con forma de sol, está sostenida por un mástil, réplica de la imagen de un ángel. Bogotá. Óscar Monsalve.
Diseño contemporáneo de collar y pulsera, elaborados en oro con sodalita color azul y cristales de esmeraldas talladas a mano, imitando técnicas precolombinas, tanto en el trabajo lítico como en la conformación de la cuenta. Galería Cano, Bogotá. José Fernando Machado.
Joyería contemporánea en oro con esmeraldas en corte de cabochón o corte liso, acompañadas de brillantes. Diseño de inspiración precolombina. Galería Cano. Bogotá. José Fernando Machado.
Conjunto de platería estilo colonial, fundida, labrada, batida y ensamblada con las técnicas del siglo XVIII y XIX. Alonso Arte. Bogotá. José Fernando Machado.
Acetre e hisopo para el uso religioso del agua bendita. Elaborado en plata fundida, martillada y labrada, con relieve zoomorfo en la base del asa. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornado con zircones y ojos de tigre, es un buen ejemplo de ello. Diseñado por J. A. Roda y elaborado por Nuri Carulla. Juan Camilo Segura.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornados con zircones y ojos de tigre, con aleación de oro, es un buen ejemplo de ello. Diseñados por J. A. Roda y elaborado por Nuri Carulla. Juan Camilo Segura.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornados con zircones y ojos de tigre, es un buen ejemplo de ello. Diseñado por Nuri Carulla, quien a su vez lo elaboró. Juan Camilo Segura.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornados con zircones y ojos de tigre, es un buen ejemplo de ello. Diseñado por Nuri Carulla, quien a su vez lo elaboró. Juan Camilo Segura.
Collares o “cruceros” en plata fundida, con incrustaciones de piedras semipreciosas, elaborados por indígenas Guambiano. El mestizaje de los diseños deriva de la fusión de culturas y creencias. En ellos se han conservado el sentido de la belleza y la tradición del arte orfebre prehispánico. En materiales semejantes a los utilizados en la Colonia, los Guambiano se adornan con zarcillos y alfileres metálicos. Silvia, Cauca. José Fernando Machado.
Estribos en cobre de formas clásicas españolas y europeas, con motivos decorativos neogranadinos. Los estribos se fabricaron durante la Colonia, especialmente en la región andina, donde también se realizaba, a gran escala, la fundición de campanas, pailas, morteros y fondos. A comienzos del siglo XIX a los estribos se les dio la forma de zapatos o zuecos, que luego se conocieron como estribos de baúl o moriscos. En los estrechos caminos de herradura que bordeaban la cordillera, servían especialmente para proteger el pie contra los golpes de las rocas. Tibirita, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Estribos en cobre de formas clásicas españolas y europeas, con motivos decorativos neogranadinos. Los estribos se fabricaron durante la Colonia, especialmente en la región andina, donde también se realizaba, a gran escala, la fundición de campanas, pailas, morteros y fondos. A comienzos del siglo XIX a los estribos se les dio la forma de zapatos o zuecos, que luego se conocieron como estribos de baúl o moriscos. En los estrechos caminos de herradura que bordeaban la cordillera, servían especialmente para proteger el pie contra los golpes de las rocas. Tibirita, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Recipientes y morteros en bronce, obtenidos con diferentes aleaciones, con relieves e incisiones. Morteros en el mismo material. Siglos XVIII y XIX. Bogotá. José Fernando Machado.
Pailas en cobre de diferente aleación, en grandes dimensiones, utilizadas en los trapiches de caña de azúcar para el proceso de preparación de la panela. Rosas, Cauca. José Fernando Machado.
Recipiente globular de gran tamaño, en aleación de bronce, ensamblado y martillado, con asas tejidas, ornamentadas y reforzadas con hilo del mismo material. Su forma está inspirada en los recipientes cerámicos prehispánicos. Bogotá. José Fernando Machado.
Cenefa de cobre grabada con ácido, utilizada como enchape para baños y cocina. Marcelo Villegas. Manizales, Caldas. Diego Samper.
Detalle de calado fundido en hierro gris. Marcelo Villegas. Manizales. Caldas. Archivo Villegas Editores.
Reja fundida en hierro gris, con motivos vegetales característicos de la zona cafetera. Genaro Mejía. Manizales, Caldas. Archivo Villegas Editores.
Detalle de una reja en hierro, con remaches, para ventanilla de puerta. Cartagena, Bolívar. Archivo Villegas Editores.
Puerta forjada en hierro, utilizada como división entre el zaguán de acceso y el patio de una casa colonial. El desarrollo y dominio de las técnicas del hierro permitieron durante la Colonia, particularmente en Mompós y en Popayán, gran versatilidad en las diferentes aplicaciones de la metalúrgica. Los descendientes de peninsulares, con ilustres abolengos, fueron anexando como un motivo más a la ornamentación, los escudos familiares de variados diseños. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. Archivo Villegas Editores.
Silla contemporánea forjada en hierro, dentro de la técnica tradicional, con aplicaciones de bronce y cobre. Taller de Forja Catalana. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Cama en hierro forjado con apliques en cobre. Siglo XIX. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Lámpara en hierro y bronce patinados. Guillermo Arias. Bogotá. José Fernando Machado.
Lámpara en hierro y bronce patinados. Guillermo Arias. Bogotá. Jorge Eduardo Arango.
Recipiente contemporáneo en aleación de cobre, patinado con plata martillada. Juana Méndez. Bogotá. Juan Camilo Segura.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Más de quince milenios después del establecimiento de los primeros habitantes en el territorio americano, vino la colonización europea. Los asentamientos de las más antiguas sociedades prehispánicas se habían organizado alrededor de las mejores tierras agrícolas, conformadas por los valles de los grandes ríos, en las estribaciones del sistema andino, donde existían ricos yacimientos auríferos.
Aunque las diversas culturas habían ideado tecnologías, formas y estilos diferentes, puede hablarse de una “cultura metalúrgica” común a todas ellas. Así, la tradición orfebre que se extiende desde el siglo III a. de C., aproximadamente, hasta el X d. de C., comprende las culturas Tumaco, Calima, San Agustín, Tierradentro, Nariño, Tolima y Quimbaya. Un milenio después de nuestra era, la producción orfebre involucra a Sinúes, Taironas y Muiscas, las dos últimas comunidades afirmadas como entidades políticas hasta la época de la Conquista. Subsiste una tecnología similar, pero contrasta con la precedente, por el uso continuo de oro bajo y por el dominio del cobre en algunas de las aleaciones. La tumbaga, la fundición a la cera perdida, la falsa filigrana y el dorado de los objetos, son las técnicas que más se refinan en los cacicazgos interandinos.
De esta manera, el fino trabajo elaborado y la concepción de los diseños de la cultura Sinú, en oro, dan prueba de la pericia de sus artífices. Son elementos de uso frecuente a juzgar por la variedad y cantidad de los objetos hallados: pectorales con figuras zoomorfas, narigueras circulares, en semicírculo y en forma de U, orejeras decoradas en forma de abanico y adornos de todo tipo. Piezas más complejas con figuras de hombres y animales, —caimán, oso hormiguero, jaguar, babilla, pecarí, venado—, aparecen adornando remates de bastones, colgantes y campanas, vistosamente compuestos por medio de hilos, círculos y espirales, en el mismo material fundido y trenzado.
En los Muiscas, la mayor parte de las piezas votivas son planas. Se caracterizan por la frecuencia de representaciones antropomorfas, escenas familiares y cotidianas. Fundidas con la técnica de la cera perdida, algunas fueron elaboradas en serie. Su producción estuvo basada en la utilización de láminas triangulares, sobre las que el artífice colocaba hilos de oro, definiendo en forma sencilla y estilizada, las figuras que buscaba representar, generalmente caciques y divinidades. Sobre otras piezas, realizaban rayados con características propias, a base de líneas punteadas o continuas. De ahí salió un buen número de las más hermosas piezas, como los pectorales y las ajorcas. En estos objetos puramente ornamentales, la silueta reproducía la imagen de algún animal y, sobre ésta, las figuras con que el artífice remataba la parte superior, indicaban, seguramente, jerarquías. Reservaban el “macizo” para factura de miniaturas, pececillos y ranas.
Los Tairona, una sociedad fuertemente jerarquizada, coronada por una poderosa casta sacerdotal, hicieron de las figuras trabajadas en oro un motivo para crear una iconografía compleja. Las formas mezclan simbólicamente hombres y animales, que aparecen con funciones totémicas. Así, forman los colgantes llamados caciques, figuras humanas con caras felinas, coronados con grandes tocados. Las narigueras con alambres espirales que semejan mariposas, y remates de bastón con figuras zoomorfas.
Su producción orfebre es rica, tanto en la variedad de sus piezas como en su ornamentación, acorde con los usos para los cuales están destinadas. Collares, narigueras, diademas, orejeras, máscaras con sus complicados diseños, recuerdan siempre la función simbólica y quizás distintiva en la ordenación de la comunidad.
Se ha señalado que la orfebrería Quimbaya constituye el más precioso legado de las comunidades prehispánicas. Las piezas que conforman el “Tesoro Quimbaya”, por el significado de su iconografía, como por el desarrollo de técnicas, sobre todo las relacionadas con la fundición, el frecuente empleo del cobre en sus aleaciones, la sobriedad del diseño y la decoración de las piezas, muestran el grado de refinamiento que alcanzó este pueblo. Objetos redondos y macizos, como cascos y cuentas de collar, poporos, recipientes de formas antropomorfas, colgantes y alfileres, hablan del trabajo que desarrollaron con verdadera maestría artesanal. Son también típicas las pequeñas botellitas de oro, lisas o con decoración.
En la orfebrería Tolima se usó la técnica de la cera perdida, y son característicos los pectorales en los que representan esquematizaciones de hombres murciélago, aves estilizadas, y los colgantes de oreja que simbolizan seres imaginarios. La mayoría de las piezas fueron elaboradas en oro fino.
La Calima se caracteriza por el empleo del laminado de grandes placas de oro en los adornos corporales, como en los pectorales, máscaras, narigueras y diademas. Algunos de estos objetos poseían piezas móviles, elaboradas con láminas plegadas y fijadas por medio de clavos. El repujado, temas zoomorfos en relieve, y la decoración de los bordes de las piezas, son los motivos más frecuentes de la ornamentación.
En la producción orfebre Nariño, las piezas permiten suponer un adelanto tecnológico en el tratamiento del oro y la tumbaga, empleada, a su vez, en las regiones ecuatoriales. Usaron técnicas de fundición a la cera perdida, el martillado, el laminado y el dorado de las piezas por franjas, en complicados diseños. Con el último procedimiento, el objeto presentaba doble textura, una dorada que contrastaba magistralmente por su color brillante, y la otra mate. De esta manera, fabricaron discos rotatorios, pectorales, narigueras de diferentes formas y dimensiones, orejeras en forma circular repujadas, pezoneras, diademas y demás adornos característicos. Estos iban generalmente decorados con caras humanas, con motivos zoomorfos en forma de jaguar, de simio o, simplemente, geométricos. Algunos de estos motivos eran agregados a las piezas con soldadura del mismo material. En la costa de la misma zona ecuatorial, la orfebrería de las culturas Tumaco, en nuestro territorio, y Tolita, en el Ecuador, son muy semejantes y según los análisis del carbono 14, data de tres siglos antes de nuestra era. Por fuera de la orfebrería, que presenta rasgos culturales semejantes, existe otra constituida por una serie de objetos de excelente elaboración, tal vez producto de las interrelaciones de los distintos grupos precolombinos. El frenesí de la conquista en la búsqueda de todo aquello que reluciera, trajo como consecuencia, sobre los aborígenes, el fin de su producción orfebre. La fiebre del oro se inició con el saqueo y la conquista del más grande imperio del Nuevo Mundo: el de los Aztecas en México. Agotada la riqueza que poseía en sus dominios Moctezuma, se intensifica la búsqueda de los lugares de donde seguramente procedía esta riqueza. Desde entonces surgieron numerosas leyendas acerca de legendarios dorados, que se suponían sitios extraordinariamente ricos. En esta obsesiva búsqueda, la idea de hallar templos con láminas de oro, estatuas macizas, como las halladas luego en el imperio Inca, en el Perú, intensificó la codicia de los conquistadores. En territorio colombiano, inician la búsqueda de dos legendarios lugares que poseían ricos tesoros: el de Dabeida, en Antioquia, y el de la laguna de Guatavita, situado en el altiplano central.
Toda la riqueza de nuestros aborígenes se encontraba enterrada en tumbas, miles de piezas de oro que muchas generaciones habían enterrado junto con sus muertos. La financiación de la empresa colonizadora provino del saqueo de las sepulturas.
Después de apropiarse de los tesoros acumulados, los españoles se dedicaron a la búsqueda de las minas de oro. Emplearon en un primer momento la mano de obra indígena, que al diezmarse por enfermedades, entre otras causas, fue reemplazada paulatinamente por grupos de esclavos provenientes del Africa. Esta actividad la prolongaron durante los cuatro siglos que duró el dominio español en América. Según informes oficiales de la administración colonial española, aproximadamente un siglo después de iniciada la conquista, se transportaron a la península ibérica 181 toneladas de oro y 16.000 toneladas de plata.
Terminada la Conquista, se inicia el proceso de poblamiento y de conformación de una nueva sociedad. Españoles, indios, mestizos y esclavos, la fueron estructurando en un orden jerárquico dependiente de la corona española. En esta sociedad, el artesano es una de sus figuras destacadas. Orfebres españoles y algunos italianos llegan al Nuevo Reino de Granada para dar curso a la producción de elementos de plata, oro y otros metales, esta vez relacionados principalmente con el culto eclesiástico, piedra de toque de la evangelización cristiana en tierra americana. La necesidad de propagar la cristiandad en el Nuevo Mundo, creó una gran demanda de los elementos de la liturgia. Iglesias, templos y capillas doctrineras se levantaron a lo largo del territorio colonizado, y en ellas, el esplendor de los metales era un privilegio arrebatado a las creencias paganas de los nativos.
Con las armas, armaduras, cascos y herrajes, se introduce el trabajo del hierro en el Nuevo Mundo. Luego se usa como herramienta para los oficios agrícolas. Y más tarde, las técnicas de la forja y la fundición se perfeccionan con los maestros que vienen de otros lugares colonizados, especialmente de Quito, en donde se formaron importantes centros de producción metalúrgica, gracias a la presencia de musulmanes conversos que llegaban con los ejércitos españoles.
En Popayán encontraron un centro de expansión para sus muebles y herrajes, y para sus trabajos en cobre y en hierro. Así, en el país, se establecieron talleres en donde se elaboraban lámparas y cañones, pistolas, mosquetes y espadas, se fundían campanas y también se practicaba el taraceado.
Durante la Colonia, el trabajo del hierro y del cobre sirvió para la fabricación de múltiples objetos. El hierro se empleó ampliamente en el desarrollo de las ciudades. En la elaboración de las rejas para ventanas, en las pesadas puertas de iglesias y conventos, así como en los edificios civiles y militares. El hierro se utilizó también como un elemento decorativo. Sobre las puertas, las aldabas, las cerraduras, los herrajes y los clavos, propios de un estilo según el uso de Castilla. Las chapas, cortadas al estilo ojival, estaban acompañadas, muchas veces, por bisagras góticas. En el Nuevo Reino, en la misma época, se llegaron a fabricar clavos de cabeza plana, lo mismo que goznes, fallebas y cerrojos, lo que supone la incipiente iniciación del arte de la forja en nuestro medio. En la época republicana, favorecido por el establecimiento de las primeras ferrerías, a mediados de siglo XIX, se amplía la utilización del hierro, tanto en la decoración como en el cerramiento de espacios con verjas y barandas, además de utilizarse para rieles de ferrocarril.
Los estribos de cobre, así como algunas artesas y vasijas de uso doméstico y decorativo, fueron introducidos al país en este período de la Colonia. En Tibirita, Cundinamarca, se levantó una fábrica que producía estribos de cobre y latón, junto con campanas, pailas, fondos y objetos de hierro cincelado.
Al lado de la elaboración de objetos destinados al culto religioso en el siglo XVII, ricas colecciones de objetos de plata salían de los talleres de los plateros con destino a las salas y comedores de las familias españolas. La platería estaba representada en vasijas, copas, candelabros, fuentes, cubiertos, bandejas y adornos. En el siglo XVIII, el barroco americano florece en el país con toda su exuberancia. Parece ser el estilo que, con mayor naturalidad, brota de las manos de los creadores de la Colonia. Es fama cómo este acentuamiento lujuriante de la forma, viene a ser el punto de encuentro ideal entre un arte europeo recargado y de grandes movimientos, y el entorno natural de una América tropical. Surgen obras maestras de orfebrería representadas, en parte, por famosas custodias, como “La lechuga” y “La preciosa”. Ambas poseen forma de sol y están rematadas, igualmente, con abundante pedrería.
A comienzos del siglo XIX, con la guerra de la Independencia, los fundidores, oribes, plateros y demás artesanos, se ven impelidos a dar un vuelco a su trabajo. La conocida Calle de los Plateros de Bogotá inicia entonces un período de febril actividad con la demanda de objetos para la vida castrense, lo cual no significa que abandonen la fabricación de vajillas de plata y demás objetos de uso doméstico. Sencillamente, cambia el orden de las prioridades. Los trajines militares imponen un nuevo uso de la metalúrgica. Aparte de la alta producción balística aparece la demanda de sables y vainas, chapas y enchapes, botones para los uniformes, medallas para la condecoración de los valientes, espuelas, charreteras, espolines, brochas de oro y adornos de arneses e insignias, entre otras muchas piezas.
En el desarrollo de la orfebrería colombiana se produjo una imbricación de tradiciones. Así, se combinan técnicas precolombinas, españolas de procedencia árabe, y las que aporta el grupo africano en las postrimerías del siglo XIX. Todas generan, en su conjunto, las modalidades de fabricación que subsisten en Barbacoas, Mompós, Santa Fe de Antioquia y Ciénaga de Oro.
Fundada en 1600, Barbacoas fue, hasta la mitad del siglo XIX, la más grande productora de oro del Nuevo Reino de Granada. En Barbacoas sobrevivió, en la época de la Colonia, la técnica usada por las comunidades precolombinas de la extracción del oro y de la forma de trabajarlo. De un modo semejante, hasta nuestros días, el desborraje también proviene de un procedimiento tradicional para dar brillo y lustre a las joyas, el cual se difundió en varias regiones de minería colonial, adquiriendo, en cada una de ellas, nombre diferente: color de cazuela en Antioquia, color de borraja en Quibdó y color seco en Mompós.
En los años veinte, época de la explotación del banano, fue grande el esplendor de Mompós, lo mismo en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando capitales de origen judío se vincularon a la ciudad y llevaron a casi la totalidad de sus habitantes, a depender de la elaboración del oro. Los collares momposinos como los prendedores y zarcillos, son verdaderas joyas de delicada artesanía. Elaborados con la técnica de la filigrana, adquieren diseños de gran finura y belleza, que evocan sutilmente la exuberante naturaleza tropical. En Ciénaga de Oro, en tiempos precoloniales de gran desarrollo orfebre, las manos del artesano intentan extraer formas que identifiquen su producción, logrando, en el intento, piezas de origen prodigioso. Y en los talleres de Santa Fe de Antioquia, los artesanos, haciendo uso de su larga experiencia, fabrican cadenas, aretes, pulseras y anillos con técnicas de filigrana, al lado de otras joyas con diseños más recientes.
La joyería contemporánea en Colombia ha adquirido, con los diversos estilos y fabricantes, muy variadas formas de expresión. Joyeros de profesión con creaciones únicas, exhiben hoy un nuevo aspecto del trabajo de los metales preciosos y semipreciosos. El actual joyero colombiano utiliza, de muy diversas maneras, los variados metales que somete a su labor. Entre la conservación y la invención, y entre la tradición y la innovación, él siente la necesidad de integrar las joyas al mundo moderno. Para ello cuenta con los diseños propios pero también con la evocación de las culturas precolombinas que, desde las edades remotas, siguen hablando a los modernos creadores.Y aún, algunos joyeros, renunciando voluntariamente a todo afán de originalidad, encuentran en los diseños precolombinos toda una tarea para realizar su réplica exacta. Con aleaciones que semejan el oro de los antiguos, imitan las piezas de la producción precolombina con gran perfección, haciendo casi indescifrable la similitud entre la copia y el original. Allí están representadas todas las culturas en sus variadísimas manifestaciones orfebres. Es otra manera de hacer viva y presente la estética propia de nuestros antepasados, exhibida orgullosamente como patrimonio de nuestra herencia prehispánica.
#AmorPorColombia
Metal
Pectoral mamiforme prehispánico en oro martillado y repujado. S. X d. C. Cultura Sinú. Diego Samper.
Colgante prehispánico en oro con relieves. S. III d. C. Cultura San Agustín. Jorge Gamboa.
Poporo en oro con su respectiva varilla para chupar la cal. S. V d. C. Cultura Calima. José Fernando Machado.
Pectoral en oro con estilización antropomorfa, fundido a la cera perdida y martillado. S. IX d. C. Cultura Tolima. Jorge Gamboa.
Nariguera en oro con figura zoomorfa, elaborada con técnica de la cera perdida. S. X d. C. Cultura Tairona. Jorge Gamboa.
Aretes en oro con decoración en relieve. S. I d. C. Cultura Tumaco. Jorge Gamboa.
Aretes en oro repujado. S. XII d. C. Cultura Nariño. Jorge Gamboa.
Colgantes de oreja en oro, con figura zoomorfa. S. XII d. C. Cultura Nariño. Jorge Gamboa.
Caracol en tumbaga, fabricado con técnica de la cera perdida. S. X d. C. Cultura Muisca. Jorge Gamboa.
Objetos prehispánicos en oro. Anzuelos. Cuando llegaron los españoles en 1500, a la costa norte del país, impulsados por la leyenda del dorado, el oro que ostentaban las diferentes culturas prehispánicas estaba revestido de solemnidad y tenía un carácter ritual. Estas piezas presentan características propias de objetos de uso ordinario. En general, fueron hechos entre el S. I y XVI d. C., por las culturas Quimbaya, Calima, Tairona y Tolima. Se encontraron en las tumbas, aunque los anzuelos se han hallado a orillas de los ríos. José Fernando Machado.
Objetos prehispánicos en oro. Alfileres usados por las mujeres para sostener las mantas. José Fernando Machado.
Objetos prehispánicos en oro. Cinceles para trabajar el metal. José Fernando Machado.
Objetos prehispánicos en oro. Agujas y pinzas depilatorias. José Fernando Machado.
Taza ceremonial y cuchara prehispánica, en oro, con mango martillado y decorado. El recipiente en forma de totumo está elaborado con la técnica del martillado. El cronista J. Robledo registró el uso de estos objetos por los aborígenes, al escribir que: “…beben con vasos de oro,…tienen sus cucharas de oro y vasijas”. S. XI d. C. Cultura Quimbaya. La cuchara, que pertenece a la cultura Calima, es de la misma época. José Fernando Machado.
Reproducciones de orfebrería prehispánica. Haciendo uso de las técnicas de la fundición a la cera perdida, el repujado, la laminación y la incisión, que se utilizaron originalmente, se ha desarrollado actualmente un valioso rescate del arte y la técnica prehispánicas. Esta actividad representa una oportuna difusión del patrimonio cultural de los primeros habitantes del continente. Galería Cano. Bogotá. José Fernando Machado.
Reproducciones de collares prehispánicos en oro y piedras. Con los mismos materiales cuarzo, jade, cornalina, jaspe, jadeíta, y reproducciones exactas de las piezas originales en oro, se elaboran, actualmente, adornos y collares representativos del gusto y la calidad técnica de las diferentes culturas prehispánicas colombianas. Galería Cano. Bogotá. José Fernando Machado.
Collar en oro con incrustaciones en piedras preciosas. El tejido ha sido trenzado con hilos en oro retorcidos. Con la técnica de la filigrana se diseñan pétalos de flores, alas de mariposas, formas geométricas, cuentas para collar, pulseras, anillos, aretes o zarcillos. La producción orfebre de esta región es una de las más auténticas y de más antigua tradición, donde se trabaja con oro de buen quilataje y mínimo porcentaje de plata o cobre. Barbacoas. Nariño. Diego Miguel Garcés.
Collar en oro con incrustaciones en piedras preciosas. El tejido ha sido trenzado con hilos en oro retorcidos. Con la técnica de la filigrana se diseñan pétalos de flores, alas de mariposas, formas geométricas, cuentas para collar, pulseras, anillos, aretes o zarcillos. La producción orfebre de esta región es una de las más auténticas y de más antigua tradición, donde se trabaja con oro de buen quilataje y mínimo porcentaje de plata o cobre. Barbacoas. Nariño. Diego Miguel Garcés.
Collar en oro con incrustaciones en piedras preciosas. El tejido ha sido trenzado con hilos en oro retorcidos. Con la técnica de la filigrana se diseñan pétalos de flores, alas de mariposas, formas geométricas, cuentas para collar, pulseras, anillos, aretes o zarcillos. La producción orfebre de esta región es una de las más auténticas y de más antigua tradición, donde se trabaja con oro de buen quilataje y mínimo porcentaje de plata o cobre. Barbacoas. Nariño. Diego Miguel Garcés.
Taller de joyería de Emilio Cortés. Constituido por una mesa de trabajo, diferentes tipos de tenazas, pinzas, martillos, yunques, calabazos, estuches, frascos en donde reposan los metales preciados para la alquímica labor, y una balanza. En ella se pesa el oro luego de ser limpiado, después de efectuarse la aleación y, finalmente, al terminar la joya. La fragua está formada por una pequeña estufa que es avivada por un fuelle. Se usa para fundir el metal y para realizar, al final, el proceso del desborraje o dorado. Según la joya que se vaya a elaborar, la soldadura se hace con un soplete que permite ir encadenando, en secuencia, los hilos en oro o las uniones de las piezas. Barbacoas, Nariño. Diego Miguel Garcés.
Aretes en oro elaborados con la técnica de la filigrana. Mompós, Bolívar. Jorge Eduardo Arango.
Detalle de custodia en oro con prolija incrustación de piedras preciosas. La orfebrería y la platería en la época colonial tuvieron un amplio desarrollo en el ámbito religioso. Gran fastuosidad y riqueza se acogió y se propagó para el culto de la Iglesia. Esta custodia quizás sea uno de los más bellos ejemplares, salidos de las manos de los maestros de la orfebrería eclesiástica, elaborados en el país durante el siglo XVIII. Se le dio el nombre de La Lechuga, por la dominante tonalidad verde, dada por las 1.435 incrustaciones de esmeraldas que posee. Piedras salidas de las minas de Muzo, Coscuez, Chivor y Somondoco, que existían desde los tiempos prehispánicos y cuya fama las señala como las de mayor pureza y el más hermoso color verde del mundo. La parte superior, con forma de sol, está sostenida por un mástil, réplica de la imagen de un ángel. Bogotá. Óscar Monsalve.
Diseño contemporáneo de collar y pulsera, elaborados en oro con sodalita color azul y cristales de esmeraldas talladas a mano, imitando técnicas precolombinas, tanto en el trabajo lítico como en la conformación de la cuenta. Galería Cano, Bogotá. José Fernando Machado.
Joyería contemporánea en oro con esmeraldas en corte de cabochón o corte liso, acompañadas de brillantes. Diseño de inspiración precolombina. Galería Cano. Bogotá. José Fernando Machado.
Conjunto de platería estilo colonial, fundida, labrada, batida y ensamblada con las técnicas del siglo XVIII y XIX. Alonso Arte. Bogotá. José Fernando Machado.
Acetre e hisopo para el uso religioso del agua bendita. Elaborado en plata fundida, martillada y labrada, con relieve zoomorfo en la base del asa. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornado con zircones y ojos de tigre, es un buen ejemplo de ello. Diseñado por J. A. Roda y elaborado por Nuri Carulla. Juan Camilo Segura.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornados con zircones y ojos de tigre, con aleación de oro, es un buen ejemplo de ello. Diseñados por J. A. Roda y elaborado por Nuri Carulla. Juan Camilo Segura.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornados con zircones y ojos de tigre, es un buen ejemplo de ello. Diseñado por Nuri Carulla, quien a su vez lo elaboró. Juan Camilo Segura.
La joyería en Colombia continúa siendo una manifestación artística desarrollada con creatividad. El diseño está enriquecido con nuevos materiales e innovadoras ideas. Este broche de plata adornados con zircones y ojos de tigre, es un buen ejemplo de ello. Diseñado por Nuri Carulla, quien a su vez lo elaboró. Juan Camilo Segura.
Collares o “cruceros” en plata fundida, con incrustaciones de piedras semipreciosas, elaborados por indígenas Guambiano. El mestizaje de los diseños deriva de la fusión de culturas y creencias. En ellos se han conservado el sentido de la belleza y la tradición del arte orfebre prehispánico. En materiales semejantes a los utilizados en la Colonia, los Guambiano se adornan con zarcillos y alfileres metálicos. Silvia, Cauca. José Fernando Machado.
Estribos en cobre de formas clásicas españolas y europeas, con motivos decorativos neogranadinos. Los estribos se fabricaron durante la Colonia, especialmente en la región andina, donde también se realizaba, a gran escala, la fundición de campanas, pailas, morteros y fondos. A comienzos del siglo XIX a los estribos se les dio la forma de zapatos o zuecos, que luego se conocieron como estribos de baúl o moriscos. En los estrechos caminos de herradura que bordeaban la cordillera, servían especialmente para proteger el pie contra los golpes de las rocas. Tibirita, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Estribos en cobre de formas clásicas españolas y europeas, con motivos decorativos neogranadinos. Los estribos se fabricaron durante la Colonia, especialmente en la región andina, donde también se realizaba, a gran escala, la fundición de campanas, pailas, morteros y fondos. A comienzos del siglo XIX a los estribos se les dio la forma de zapatos o zuecos, que luego se conocieron como estribos de baúl o moriscos. En los estrechos caminos de herradura que bordeaban la cordillera, servían especialmente para proteger el pie contra los golpes de las rocas. Tibirita, Cundinamarca. José Fernando Machado.
Recipientes y morteros en bronce, obtenidos con diferentes aleaciones, con relieves e incisiones. Morteros en el mismo material. Siglos XVIII y XIX. Bogotá. José Fernando Machado.
Pailas en cobre de diferente aleación, en grandes dimensiones, utilizadas en los trapiches de caña de azúcar para el proceso de preparación de la panela. Rosas, Cauca. José Fernando Machado.
Recipiente globular de gran tamaño, en aleación de bronce, ensamblado y martillado, con asas tejidas, ornamentadas y reforzadas con hilo del mismo material. Su forma está inspirada en los recipientes cerámicos prehispánicos. Bogotá. José Fernando Machado.
Cenefa de cobre grabada con ácido, utilizada como enchape para baños y cocina. Marcelo Villegas. Manizales, Caldas. Diego Samper.
Detalle de calado fundido en hierro gris. Marcelo Villegas. Manizales. Caldas. Archivo Villegas Editores.
Reja fundida en hierro gris, con motivos vegetales característicos de la zona cafetera. Genaro Mejía. Manizales, Caldas. Archivo Villegas Editores.
Detalle de una reja en hierro, con remaches, para ventanilla de puerta. Cartagena, Bolívar. Archivo Villegas Editores.
Puerta forjada en hierro, utilizada como división entre el zaguán de acceso y el patio de una casa colonial. El desarrollo y dominio de las técnicas del hierro permitieron durante la Colonia, particularmente en Mompós y en Popayán, gran versatilidad en las diferentes aplicaciones de la metalúrgica. Los descendientes de peninsulares, con ilustres abolengos, fueron anexando como un motivo más a la ornamentación, los escudos familiares de variados diseños. Siglo XVIII. Popayán, Cauca. Archivo Villegas Editores.
Silla contemporánea forjada en hierro, dentro de la técnica tradicional, con aplicaciones de bronce y cobre. Taller de Forja Catalana. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Cama en hierro forjado con apliques en cobre. Siglo XIX. Popayán, Cauca. José Fernando Machado.
Lámpara en hierro y bronce patinados. Guillermo Arias. Bogotá. José Fernando Machado.
Lámpara en hierro y bronce patinados. Guillermo Arias. Bogotá. Jorge Eduardo Arango.
Recipiente contemporáneo en aleación de cobre, patinado con plata martillada. Juana Méndez. Bogotá. Juan Camilo Segura.
Texto de: Liliana Villegas y Benjamín Villegas
Más de quince milenios después del establecimiento de los primeros habitantes en el territorio americano, vino la colonización europea. Los asentamientos de las más antiguas sociedades prehispánicas se habían organizado alrededor de las mejores tierras agrícolas, conformadas por los valles de los grandes ríos, en las estribaciones del sistema andino, donde existían ricos yacimientos auríferos.
Aunque las diversas culturas habían ideado tecnologías, formas y estilos diferentes, puede hablarse de una “cultura metalúrgica” común a todas ellas. Así, la tradición orfebre que se extiende desde el siglo III a. de C., aproximadamente, hasta el X d. de C., comprende las culturas Tumaco, Calima, San Agustín, Tierradentro, Nariño, Tolima y Quimbaya. Un milenio después de nuestra era, la producción orfebre involucra a Sinúes, Taironas y Muiscas, las dos últimas comunidades afirmadas como entidades políticas hasta la época de la Conquista. Subsiste una tecnología similar, pero contrasta con la precedente, por el uso continuo de oro bajo y por el dominio del cobre en algunas de las aleaciones. La tumbaga, la fundición a la cera perdida, la falsa filigrana y el dorado de los objetos, son las técnicas que más se refinan en los cacicazgos interandinos.
De esta manera, el fino trabajo elaborado y la concepción de los diseños de la cultura Sinú, en oro, dan prueba de la pericia de sus artífices. Son elementos de uso frecuente a juzgar por la variedad y cantidad de los objetos hallados: pectorales con figuras zoomorfas, narigueras circulares, en semicírculo y en forma de U, orejeras decoradas en forma de abanico y adornos de todo tipo. Piezas más complejas con figuras de hombres y animales, —caimán, oso hormiguero, jaguar, babilla, pecarí, venado—, aparecen adornando remates de bastones, colgantes y campanas, vistosamente compuestos por medio de hilos, círculos y espirales, en el mismo material fundido y trenzado.
En los Muiscas, la mayor parte de las piezas votivas son planas. Se caracterizan por la frecuencia de representaciones antropomorfas, escenas familiares y cotidianas. Fundidas con la técnica de la cera perdida, algunas fueron elaboradas en serie. Su producción estuvo basada en la utilización de láminas triangulares, sobre las que el artífice colocaba hilos de oro, definiendo en forma sencilla y estilizada, las figuras que buscaba representar, generalmente caciques y divinidades. Sobre otras piezas, realizaban rayados con características propias, a base de líneas punteadas o continuas. De ahí salió un buen número de las más hermosas piezas, como los pectorales y las ajorcas. En estos objetos puramente ornamentales, la silueta reproducía la imagen de algún animal y, sobre ésta, las figuras con que el artífice remataba la parte superior, indicaban, seguramente, jerarquías. Reservaban el “macizo” para factura de miniaturas, pececillos y ranas.
Los Tairona, una sociedad fuertemente jerarquizada, coronada por una poderosa casta sacerdotal, hicieron de las figuras trabajadas en oro un motivo para crear una iconografía compleja. Las formas mezclan simbólicamente hombres y animales, que aparecen con funciones totémicas. Así, forman los colgantes llamados caciques, figuras humanas con caras felinas, coronados con grandes tocados. Las narigueras con alambres espirales que semejan mariposas, y remates de bastón con figuras zoomorfas.
Su producción orfebre es rica, tanto en la variedad de sus piezas como en su ornamentación, acorde con los usos para los cuales están destinadas. Collares, narigueras, diademas, orejeras, máscaras con sus complicados diseños, recuerdan siempre la función simbólica y quizás distintiva en la ordenación de la comunidad.
Se ha señalado que la orfebrería Quimbaya constituye el más precioso legado de las comunidades prehispánicas. Las piezas que conforman el “Tesoro Quimbaya”, por el significado de su iconografía, como por el desarrollo de técnicas, sobre todo las relacionadas con la fundición, el frecuente empleo del cobre en sus aleaciones, la sobriedad del diseño y la decoración de las piezas, muestran el grado de refinamiento que alcanzó este pueblo. Objetos redondos y macizos, como cascos y cuentas de collar, poporos, recipientes de formas antropomorfas, colgantes y alfileres, hablan del trabajo que desarrollaron con verdadera maestría artesanal. Son también típicas las pequeñas botellitas de oro, lisas o con decoración.
En la orfebrería Tolima se usó la técnica de la cera perdida, y son característicos los pectorales en los que representan esquematizaciones de hombres murciélago, aves estilizadas, y los colgantes de oreja que simbolizan seres imaginarios. La mayoría de las piezas fueron elaboradas en oro fino.
La Calima se caracteriza por el empleo del laminado de grandes placas de oro en los adornos corporales, como en los pectorales, máscaras, narigueras y diademas. Algunos de estos objetos poseían piezas móviles, elaboradas con láminas plegadas y fijadas por medio de clavos. El repujado, temas zoomorfos en relieve, y la decoración de los bordes de las piezas, son los motivos más frecuentes de la ornamentación.
En la producción orfebre Nariño, las piezas permiten suponer un adelanto tecnológico en el tratamiento del oro y la tumbaga, empleada, a su vez, en las regiones ecuatoriales. Usaron técnicas de fundición a la cera perdida, el martillado, el laminado y el dorado de las piezas por franjas, en complicados diseños. Con el último procedimiento, el objeto presentaba doble textura, una dorada que contrastaba magistralmente por su color brillante, y la otra mate. De esta manera, fabricaron discos rotatorios, pectorales, narigueras de diferentes formas y dimensiones, orejeras en forma circular repujadas, pezoneras, diademas y demás adornos característicos. Estos iban generalmente decorados con caras humanas, con motivos zoomorfos en forma de jaguar, de simio o, simplemente, geométricos. Algunos de estos motivos eran agregados a las piezas con soldadura del mismo material. En la costa de la misma zona ecuatorial, la orfebrería de las culturas Tumaco, en nuestro territorio, y Tolita, en el Ecuador, son muy semejantes y según los análisis del carbono 14, data de tres siglos antes de nuestra era. Por fuera de la orfebrería, que presenta rasgos culturales semejantes, existe otra constituida por una serie de objetos de excelente elaboración, tal vez producto de las interrelaciones de los distintos grupos precolombinos. El frenesí de la conquista en la búsqueda de todo aquello que reluciera, trajo como consecuencia, sobre los aborígenes, el fin de su producción orfebre. La fiebre del oro se inició con el saqueo y la conquista del más grande imperio del Nuevo Mundo: el de los Aztecas en México. Agotada la riqueza que poseía en sus dominios Moctezuma, se intensifica la búsqueda de los lugares de donde seguramente procedía esta riqueza. Desde entonces surgieron numerosas leyendas acerca de legendarios dorados, que se suponían sitios extraordinariamente ricos. En esta obsesiva búsqueda, la idea de hallar templos con láminas de oro, estatuas macizas, como las halladas luego en el imperio Inca, en el Perú, intensificó la codicia de los conquistadores. En territorio colombiano, inician la búsqueda de dos legendarios lugares que poseían ricos tesoros: el de Dabeida, en Antioquia, y el de la laguna de Guatavita, situado en el altiplano central.
Toda la riqueza de nuestros aborígenes se encontraba enterrada en tumbas, miles de piezas de oro que muchas generaciones habían enterrado junto con sus muertos. La financiación de la empresa colonizadora provino del saqueo de las sepulturas.
Después de apropiarse de los tesoros acumulados, los españoles se dedicaron a la búsqueda de las minas de oro. Emplearon en un primer momento la mano de obra indígena, que al diezmarse por enfermedades, entre otras causas, fue reemplazada paulatinamente por grupos de esclavos provenientes del Africa. Esta actividad la prolongaron durante los cuatro siglos que duró el dominio español en América. Según informes oficiales de la administración colonial española, aproximadamente un siglo después de iniciada la conquista, se transportaron a la península ibérica 181 toneladas de oro y 16.000 toneladas de plata.
Terminada la Conquista, se inicia el proceso de poblamiento y de conformación de una nueva sociedad. Españoles, indios, mestizos y esclavos, la fueron estructurando en un orden jerárquico dependiente de la corona española. En esta sociedad, el artesano es una de sus figuras destacadas. Orfebres españoles y algunos italianos llegan al Nuevo Reino de Granada para dar curso a la producción de elementos de plata, oro y otros metales, esta vez relacionados principalmente con el culto eclesiástico, piedra de toque de la evangelización cristiana en tierra americana. La necesidad de propagar la cristiandad en el Nuevo Mundo, creó una gran demanda de los elementos de la liturgia. Iglesias, templos y capillas doctrineras se levantaron a lo largo del territorio colonizado, y en ellas, el esplendor de los metales era un privilegio arrebatado a las creencias paganas de los nativos.
Con las armas, armaduras, cascos y herrajes, se introduce el trabajo del hierro en el Nuevo Mundo. Luego se usa como herramienta para los oficios agrícolas. Y más tarde, las técnicas de la forja y la fundición se perfeccionan con los maestros que vienen de otros lugares colonizados, especialmente de Quito, en donde se formaron importantes centros de producción metalúrgica, gracias a la presencia de musulmanes conversos que llegaban con los ejércitos españoles.
En Popayán encontraron un centro de expansión para sus muebles y herrajes, y para sus trabajos en cobre y en hierro. Así, en el país, se establecieron talleres en donde se elaboraban lámparas y cañones, pistolas, mosquetes y espadas, se fundían campanas y también se practicaba el taraceado.
Durante la Colonia, el trabajo del hierro y del cobre sirvió para la fabricación de múltiples objetos. El hierro se empleó ampliamente en el desarrollo de las ciudades. En la elaboración de las rejas para ventanas, en las pesadas puertas de iglesias y conventos, así como en los edificios civiles y militares. El hierro se utilizó también como un elemento decorativo. Sobre las puertas, las aldabas, las cerraduras, los herrajes y los clavos, propios de un estilo según el uso de Castilla. Las chapas, cortadas al estilo ojival, estaban acompañadas, muchas veces, por bisagras góticas. En el Nuevo Reino, en la misma época, se llegaron a fabricar clavos de cabeza plana, lo mismo que goznes, fallebas y cerrojos, lo que supone la incipiente iniciación del arte de la forja en nuestro medio. En la época republicana, favorecido por el establecimiento de las primeras ferrerías, a mediados de siglo XIX, se amplía la utilización del hierro, tanto en la decoración como en el cerramiento de espacios con verjas y barandas, además de utilizarse para rieles de ferrocarril.
Los estribos de cobre, así como algunas artesas y vasijas de uso doméstico y decorativo, fueron introducidos al país en este período de la Colonia. En Tibirita, Cundinamarca, se levantó una fábrica que producía estribos de cobre y latón, junto con campanas, pailas, fondos y objetos de hierro cincelado.
Al lado de la elaboración de objetos destinados al culto religioso en el siglo XVII, ricas colecciones de objetos de plata salían de los talleres de los plateros con destino a las salas y comedores de las familias españolas. La platería estaba representada en vasijas, copas, candelabros, fuentes, cubiertos, bandejas y adornos. En el siglo XVIII, el barroco americano florece en el país con toda su exuberancia. Parece ser el estilo que, con mayor naturalidad, brota de las manos de los creadores de la Colonia. Es fama cómo este acentuamiento lujuriante de la forma, viene a ser el punto de encuentro ideal entre un arte europeo recargado y de grandes movimientos, y el entorno natural de una América tropical. Surgen obras maestras de orfebrería representadas, en parte, por famosas custodias, como “La lechuga” y “La preciosa”. Ambas poseen forma de sol y están rematadas, igualmente, con abundante pedrería.
A comienzos del siglo XIX, con la guerra de la Independencia, los fundidores, oribes, plateros y demás artesanos, se ven impelidos a dar un vuelco a su trabajo. La conocida Calle de los Plateros de Bogotá inicia entonces un período de febril actividad con la demanda de objetos para la vida castrense, lo cual no significa que abandonen la fabricación de vajillas de plata y demás objetos de uso doméstico. Sencillamente, cambia el orden de las prioridades. Los trajines militares imponen un nuevo uso de la metalúrgica. Aparte de la alta producción balística aparece la demanda de sables y vainas, chapas y enchapes, botones para los uniformes, medallas para la condecoración de los valientes, espuelas, charreteras, espolines, brochas de oro y adornos de arneses e insignias, entre otras muchas piezas.
En el desarrollo de la orfebrería colombiana se produjo una imbricación de tradiciones. Así, se combinan técnicas precolombinas, españolas de procedencia árabe, y las que aporta el grupo africano en las postrimerías del siglo XIX. Todas generan, en su conjunto, las modalidades de fabricación que subsisten en Barbacoas, Mompós, Santa Fe de Antioquia y Ciénaga de Oro.
Fundada en 1600, Barbacoas fue, hasta la mitad del siglo XIX, la más grande productora de oro del Nuevo Reino de Granada. En Barbacoas sobrevivió, en la época de la Colonia, la técnica usada por las comunidades precolombinas de la extracción del oro y de la forma de trabajarlo. De un modo semejante, hasta nuestros días, el desborraje también proviene de un procedimiento tradicional para dar brillo y lustre a las joyas, el cual se difundió en varias regiones de minería colonial, adquiriendo, en cada una de ellas, nombre diferente: color de cazuela en Antioquia, color de borraja en Quibdó y color seco en Mompós.
En los años veinte, época de la explotación del banano, fue grande el esplendor de Mompós, lo mismo en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando capitales de origen judío se vincularon a la ciudad y llevaron a casi la totalidad de sus habitantes, a depender de la elaboración del oro. Los collares momposinos como los prendedores y zarcillos, son verdaderas joyas de delicada artesanía. Elaborados con la técnica de la filigrana, adquieren diseños de gran finura y belleza, que evocan sutilmente la exuberante naturaleza tropical. En Ciénaga de Oro, en tiempos precoloniales de gran desarrollo orfebre, las manos del artesano intentan extraer formas que identifiquen su producción, logrando, en el intento, piezas de origen prodigioso. Y en los talleres de Santa Fe de Antioquia, los artesanos, haciendo uso de su larga experiencia, fabrican cadenas, aretes, pulseras y anillos con técnicas de filigrana, al lado de otras joyas con diseños más recientes.
La joyería contemporánea en Colombia ha adquirido, con los diversos estilos y fabricantes, muy variadas formas de expresión. Joyeros de profesión con creaciones únicas, exhiben hoy un nuevo aspecto del trabajo de los metales preciosos y semipreciosos. El actual joyero colombiano utiliza, de muy diversas maneras, los variados metales que somete a su labor. Entre la conservación y la invención, y entre la tradición y la innovación, él siente la necesidad de integrar las joyas al mundo moderno. Para ello cuenta con los diseños propios pero también con la evocación de las culturas precolombinas que, desde las edades remotas, siguen hablando a los modernos creadores.Y aún, algunos joyeros, renunciando voluntariamente a todo afán de originalidad, encuentran en los diseños precolombinos toda una tarea para realizar su réplica exacta. Con aleaciones que semejan el oro de los antiguos, imitan las piezas de la producción precolombina con gran perfección, haciendo casi indescifrable la similitud entre la copia y el original. Allí están representadas todas las culturas en sus variadísimas manifestaciones orfebres. Es otra manera de hacer viva y presente la estética propia de nuestros antepasados, exhibida orgullosamente como patrimonio de nuestra herencia prehispánica.