- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
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- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
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- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
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- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
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- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
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- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
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- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Los Andes y el agua
Cascada en el alto río Combeima, Tolima. César David Martínez.
Lago Calima. Valle del Cauca. César David Martínez.
Sierra Nevada de Santa Marta. Magdalena. Cristóbal von Rothkirch.
Arenales. Volcán nevado del Ruiz, Caldas. César David Martínez.
Texto de: Manuel Rodríguez Becerra
Los ríos que nacen en la región andina acaban vertiendo sus aguas en el mar Caribe, el océano Pacífico y los ríos Orinoco y Amazonas. Y éste es un hecho que tiene importantes consecuencias prácticas para la conservación y buen uso de los ecosistemas que se ubican en regiones del país, distintas de la andina y sus valles interandinos.
Así, la protección de nuestro ecosistema amazónico no se puede reducir a la toma de medidas para evitar la deforestación de su selva, sino que también implica tomar medidas para la protección de los bosques y otros ecosistemas de las zonas montañosas andinas, donde nacen importantes tributarios del río Amazonas, como el Putumayo y el Apaporis. Es decir, la singular riqueza de la Amazonia está profundamente vinculada a las cadenas montañosas de los Andes, de donde recibe una gran porción de sus aguas y en donde se genera parte de su extraordinaria humedad, que constituyen una de las explicaciones fundamentales de su permanente verdor y su peculiar riqueza en especies de flora y fauna.
Tampoco la conservación y el buen uso de las aguas de las planicies de la Orinoquia puede reducirse a la protección de las riberas de los ríos de la región y sus humedales y a la prevención de la contaminación originada por las actividades agropecuarias y urbanas o de extracción de hidrocarburos. A semejanza de la Amazonia, el futuro de la Orinoquia está vinculado a la protección de aquellos ecosistemas de la región andina donde nace gran parte de las fuentes de agua que conforman los grandes ríos que cruzan sus planicies y zonas onduladas.
Los picos nevados, los páramos, los bosques andinos y el agua
Los picos nevados, los páramos y los bosques montanos de la región andina que componen una formación continua, son críticos en el ciclo del agua del país.
Cuando el agua se precipita sobre los altos picos de los Andes, aquellos cuya altitud oscila entre 4,800 m y 5,800 m sobre el nivel del mar, se torna sólida: nieves perpetuas y glaciares que forman muchas veces estalactitas y eras de nieve. Así se aprecia, por ejemplo, en la Sierra Nevada de Santa Marta, el nevado del Ruiz, el nevado del Tolima y la Sierra Nevada del Cocuy.
Este hábitat congelado solo permite la vida de unas pocas especies vegetales de musgos y líquenes que sobreviven a estas duras condiciones climáticas entre las grietas de las rocas. En las épocas más cálidas del año estas formaciones escurren agua por descongelamiento de sus capas superficiales, y en las épocas frías las zonas congeladas aumentan su volumen y superficie, proceso que contribuye a la regulación del ciclo del agua.
A una altura entre los 4,700 m y los 4,800 m el agua en estado sólido hace tránsito hacia el agua en estado líquido: estamos en el límite superior de los páramos. A menudo se afirma que estos ecosistemas son las fábricas de agua de Colombia. Si bien no es una imagen correcta desde el punto de vista de la forma como se produce el agua, sí sirve para señalar a los colombianos que este ecosistema —que solamente se encuentra en unos pocos países del mundo— tiene una enorme importancia para el ciclo del agua, por lo cual su protección es una prioridad nacional.
La zona alta de los páramos (superpáramos), que llega aproximadamente hasta los 4,100 m. se caracteriza por un paisaje rocoso y abrupto, donde surge una vegetación pequeña y escasa, que se adapta a las noches heladas, como se aprecia en la Sierra Nevada del Cocuy. Entre los 4,100 m y los 3,500/3,600 m, se ubica el páramo propiamente dicho, un paisaje dominado por frailejones o rosetales, pajonales y chuscales, como puede verse en el Parque Nacional Natural de los Nevados y en el Parque Nacional Natural de Puracé.
Las lagunas, la mayor parte de ellas formadas en la última desglaciación, son parte integral del paisaje del páramo. La contemplación del sobrecogedor paisaje de las lagunas de la Sierra Nevada del Cocuy, de Siecha, en el páramo de Chingaza, y las del páramo de Sumapaz, nos explican por qué éste es uno de los lugares predilectos de los naturalistas amantes de los páramos. Nos permite, también, intuir por qué para los muiscas estos eran sitios sagrados, ceremoniales y de peregrinación: allí está el origen mismo del agua y de la vida.
Finalmente, entre 3,500 m y 3,200 m se encuentra la zona de transición hacia el bosque de alta montaña (subpáramo), caracterizada por el predominio de una vegetación arbustiva y de matorrales (Rangel, 2000).
“El páramo no debe considerarse un productor de agua (que viene de la lluvia, la neblina y los deshielos) sino un recogedor de ella y un regulador de su flujo. No es exagerado decir que prácticamente todos los sistemas fluviales de los países andinos septentrionales nacen en el páramo y que los sistemas de riego, agua potable e hidroelectricidad dependen, en gran medida, de esta capacidad del ecosistema páramo de regulación hídrica” (Hofstede, 2002).
En los páramos colombianos se encuentran suelos de turba, que son capas de gran espesor de suelo orgánico, en donde el agua se filtra y se libera hasta formar corrientes de agua:
“Las turbas desempeñan diversas funciones como control de inundaciones, ya que actúan como esponjas almacenando y liberando lentamente el agua de lluvia, recargando y descargando los acuíferos, controlando la erosión y reteniendo los sedimentos” (Castaño, 2003).
Los páramos son, entonces, un ecosistema de gran valor por el servicio que prestan en la regulación del agua, y, si bien no son muy ricos en diversidad de especies de fauna y flora, son ricos por sus endemismos. Son un ecosistema que forma una especie de corredor interrumpido entre la cordillera de Mérida en Venezuelas hasta la depresión de Huancabamba en el norte del Perú, con dos complejos más separados —los páramos en Costa Rica y la Sierra Nevada de Santa Marta—, y que tienen una continuidad en el sur, las jalcas peruanas. Nuestro país cuenta con una extensión de aproximadamente 1,400,000 ha de páramo, equivalente al 40 por ciento de la totalidad de la extensión de los páramos que se encuentran en esta región andina del norte de Suramérica y Costa Rica (Hofstede, 2002).
Los bosques de los Andes colombianos juegan un papel crítico en el ciclo del agua. A su vez, su gran diversidad y el verdor que predomina en su paisaje están relacionados con nuestra gran riqueza en agua dulce.
Los ecosistemas de bosques de montaña limitan en su parte alta con los páramos y llegan hasta las tierras bajas de las sabanas del Caribe, la costa pacífica, los llanos orinocenses, las planicies amazónicas y los valles interandinos. Su estructura y sus características presentan grandes variaciones determinadas por la compleja interrelación de un conjunto de factores que incluye, entre los fundamentales, la altitud, la accidentada topografía, la diversa precipitación del agua y la humedad, las características de los suelos y el régimen de los vientos. Y es esta conjunción de factores lo que explica que en los Andes colombianos, en su conjunto, se ubique una de las mayores riquezas de biodiversidad del mundo.
Los bosques montanos de los Andes, como parte de las funciones que este tipo de ecosistema cumple en el ciclo del agua, interceptan parte de la lluvia, o la toman del subsuelo a través de sus raíces, y la devuelven en forma de vapor a la atmósfera. Pero estos bosques también capturan el agua directamente de la neblina, es decir, de las nubes cerca de la superficie del suelo, un fenómeno común a todos los bosques montanos. Y la neblina y su condensación en la superficie de las hojas se hace más frecuente en ciertas altitudes (2,300 y 3,200 m), en donde reciben la denominación de bosques de niebla. Y ellos se caracterizan por la abundancia de musgos, bromelias, orquídeas y hepáticas, que crecen sobre las ramas y troncos de los árboles, sin extraerles agua ni nutrientes, entre otras plantas epifíticas que se dan en este ambiente cargado de humedad. Quizás los musgos y quiches (bromelias), rebosantes de agua, sean uno de los fenómenos que más impresiona a los visitantes de estos bosques de niebla (Cavelier, 1991).
Además, todos los bosques montanos, incluyendo los subandinos que limitan con los bosques de niebla en su franja superior y con los bosques húmedos montanos en la parte baja, cumplen también, como todo bosque, con el papel de evitar la erosión del suelo que se da con la lluvia, y que ejercen con la capa de hojarasca relativamente homogénea que los cubre. Por eso la deforestación de los bosques montanos no solo implica pérdida de biodiversidad, sino también pérdida de los suelos, mucho más allá de lo que es natural, dado que expuestos, y sin ninguna protección frente a la lluvia, se erosionan y ruedan por las pendientes que en las partes más altas suelen ser muy abruptas. Con la pérdida de los suelos aumenta el flujo del agua de lluvia que corre por la superficie y disminuye la capacidad de infiltración. Seguramente es posible recuperar, en el mediano plazo, parte del bosque desmontado mediante la reforestación, pero la recuperación del suelo puede tomar miles de años.
Amenazas sobre los ecosistemas andinos y su protección
Parte de los páramos del país han sido degradados a causa del pastoreo y la sustitución de su vegetación por cultivos agrícolas, papa en especial. En años recientes, la minería se ha perfilado como nueva amenaza según revela el hecho de que Ingeominas ha otorgado títulos mineros en aprximadamente 40 por ciento de su área.
A su vez, los bosques de la región andina han sufrido todavía mayores transformaciones como consecuencia de la tala para abrir tierras para la actividad agropecuaria, la explotación de maderas, la construcción de infraestructuras y el establecimiento de asentamientos humanos, como lo atestigua el hecho de que solo reste el 30 por ciento de este ecosistema.
Así, por ejemplo, la colonización del occidente colombiano, que tuvo lugar en el siglo xix y la primera mitad del siglo xx, conllevó la fundación de cientos de poblaciones en el sur de Antioquia y en el territorio que hoy constituye los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío, el oriente del Tolima y el norte del Valle. Conllevó, también, la transformación del paisaje del bosque de niebla por uno que dio paso a la gran industria cafetera, base fundamental de la economía colombiana en el pasado siglo. Pero así como existen otras historias de transformación del paisaje andino que, como ésta, se justifican ampliamente en relación con nuestro desarrollo económico y social, la destrucción de mucha parte del bosque de montaña ha sido injustificada, como prueba hoy la baja productividad de muchas de las tierras ubicadas en las montañas de Colombia, que se encuentran en grave proceso de erosión.
Si bien en las anteriores líneas hemos reconocido los procesos de destrucción y degradación que sufren nuestros ecosistemas de montaña, por fortuna, muchos de los picos nevados, páramos y bosques de la región andina están hoy relativamente protegidos puesto que hacen parte del sistema de parques nacionales naturales. De hecho, 26 de los 54 parques naturales de Colombia albergan algunos de los más importantes picos nevados, páramos y bosques andinos del país, como lo testimonia el libro Colombia, Parques Naturales (Villegas Editores, 2006).
Mencionemos algunos: Chingaza que provee el 80 por ciento del agua potable de Bogotá, mediante una transferencia de aguas que predominantemente hacen parte de la cuenca del Orinoco; Sumapaz, considerado el páramo más extenso del mundo, en donde confluyen las cuencas del Magdalena y el Orinoco, y que constituye la reserva para proveer de agua a Bogotá en el futuro; los Nevados, con un valor hidrográfico excepcional, que comprende la reserva de agua más importante para los departamentos de Risaralda, Caldas y Quindío, abasteciendo a más de 2?000?000 de habitantes y 37 municipios; el Cocuy que contiene 150 de las 690 lagunas de la cordillera Oriental de los Andes y 25 picos nevados, los más elevados de esta cordillera, en donde nacen más de 80 ríos y quebradas; nevado del Huila en cuya estrella hidrográfica nacen los ríos que abastecen a una amplia población y son tributarios de los ríos Cauca y Magdalena; la cordillera de los Picachos, origen de importantes fuentes de agua que surten las cuencas de los ríos Magdalena, Orinoco y Amazonas; Paramillo, en donde nacen los ríos Sinú y San Jorge, convirtiéndolo en la estrella fluvial más significativa para el departamento de Córdoba; Tatamá, en donde se encuentran algunos de los últimos páramos y bosques andinos vírgenes de Colombia, cuyas fuentes hídricas que nacen en el occidente del área protegida corresponden a las cuencas de los ríos Atrato y San Juan, mientras los ríos del oriente corresponden a la cuenca del río Cauca.
Pero los parques nacionales naturales —de los cuales encontramos, también, representativas unidades en las regiones de la Amazonia, el Pacífico y el Caribe—, no son la única estrategia de conservación y protección de nuestra naturaleza. Es más: resulta peligroso que se llegue a creer, que con ella basta. Se requiere también proteger y hacer buen uso del agua y de todos nuestros ecosistemas, allí donde vivimos y a lo largo y ancho de todo el territorio nacional.
Impactos del calentamiento global en el ciclo del agua
La imagen del oso polar que navega solitario en un glaciar desprendido en el Ártico ha golpeado la conciencia de millones de ciudadanos que la interpretan como símbolo de la extinción de multitud de especies a que puede conducir el calentamiento global. El volumen de agua salada y el nivel del mar se están incrementando como consecuencia del derretimiento del casquete de hielo del polo norte, que se estima que estará totalmente descongelado en el verano a mediados de siglo, y como resultado del descongelamiento de los glaciares del Ártico y la Antártica.
Y, como sabemos, el cambio climático está también afectando todos los glaciares de las altas montañas del planeta. En el caso de Colombia, se estima que el 78 por ciento de sus picos nevados desaparecerán en los próximos cuarenta años, fenómeno que los casos del nevado de Santa Isabel y el nevado del Ruíz ilustran en forma dramática. Y los glaciares “al retroceder propiciarán deshielos, avalanchas, inundaciones y disminución de agua de fusión, cambiando los patrones de circulación del agua y el aumento de los caudales; cambios que se aumentarán dada la presión de actividades humanas en zonas cada vez más altas” (Chavarro et., al, 2008).
Asimismo, se estima que, en solo 40 años, el 56 por ciento del área de los páramos colombianos desaparecerá como consecuencia del calentamiento global, lo cual afectará negativamente la regulación del agua, aunque hoy no se conoce con certeza la profundidad de ese impacto (Ideam, 2001).
En el mediano y largo plazo se producirá una reducción de la precipitación en la región andina que afectará negativamente la provisión de agua en algunas zonas. Pero, al mismo tiempo, el calentamiento global está determinando que las estaciones secas y las estaciones lluviosas sean más extremas, lo cual implica, en el primer caso, menos disponibilidad de agua y, en el segundo caso, el incremento de la frecuencia y la rigurosidad de las inundaciones, un fenómeno que ya hemos presenciado en los últimos años en la cuenca del Magdalena.
En la región Caribe, de la cual nos ocuparemos en la siguiente sección, la precipitación también disminuirá, situación que causará una menor disponibilidad de agua en zonas que, como La Guajira o las islas de San Andrés y Providencia, presentan una escasez natural del recurso. Además, se estima que el nivel del mar se incrementará entre 40 y 60 cm hacia finales de siglo, lo cual traerá como consecuencia que muchos de los acuíferos costeros se salinicen, con lo cual se perderán otras fuentes de agua dulce. Acerca de los impactos del calentamiento global en la Orinoquia y la Amazonia nos referiremos más adelante.
Como se ha subrayado (Chavarro et., al, 2008), cuanto mayores sean las presiones humanas sobre los ecosistemas que prestan el servicio del agua, mayor será su vulnerabilidad al calentamiento global. Precisamente, la ciencia nos está demostrando cómo entre mejor estado se encuentren los ecosistemas naturales y transformados por el hombre, más resistentes serán estos a los efectos del calentamiento, lo cual se convierte en un argumento crítico para fortalecer la gestión ambiental pública en Colombia, que ha demostrado no estar en capacidad de afrontar con solvencia sus problemas de deterioro y contaminación ambiental.
#AmorPorColombia
Los Andes y el agua
Cascada en el alto río Combeima, Tolima. César David Martínez.
Lago Calima. Valle del Cauca. César David Martínez.
Sierra Nevada de Santa Marta. Magdalena. Cristóbal von Rothkirch.
Arenales. Volcán nevado del Ruiz, Caldas. César David Martínez.
Texto de: Manuel Rodríguez Becerra
Los ríos que nacen en la región andina acaban vertiendo sus aguas en el mar Caribe, el océano Pacífico y los ríos Orinoco y Amazonas. Y éste es un hecho que tiene importantes consecuencias prácticas para la conservación y buen uso de los ecosistemas que se ubican en regiones del país, distintas de la andina y sus valles interandinos.
Así, la protección de nuestro ecosistema amazónico no se puede reducir a la toma de medidas para evitar la deforestación de su selva, sino que también implica tomar medidas para la protección de los bosques y otros ecosistemas de las zonas montañosas andinas, donde nacen importantes tributarios del río Amazonas, como el Putumayo y el Apaporis. Es decir, la singular riqueza de la Amazonia está profundamente vinculada a las cadenas montañosas de los Andes, de donde recibe una gran porción de sus aguas y en donde se genera parte de su extraordinaria humedad, que constituyen una de las explicaciones fundamentales de su permanente verdor y su peculiar riqueza en especies de flora y fauna.
Tampoco la conservación y el buen uso de las aguas de las planicies de la Orinoquia puede reducirse a la protección de las riberas de los ríos de la región y sus humedales y a la prevención de la contaminación originada por las actividades agropecuarias y urbanas o de extracción de hidrocarburos. A semejanza de la Amazonia, el futuro de la Orinoquia está vinculado a la protección de aquellos ecosistemas de la región andina donde nace gran parte de las fuentes de agua que conforman los grandes ríos que cruzan sus planicies y zonas onduladas.
Los picos nevados, los páramos, los bosques andinos y el agua
Los picos nevados, los páramos y los bosques montanos de la región andina que componen una formación continua, son críticos en el ciclo del agua del país.
Cuando el agua se precipita sobre los altos picos de los Andes, aquellos cuya altitud oscila entre 4,800 m y 5,800 m sobre el nivel del mar, se torna sólida: nieves perpetuas y glaciares que forman muchas veces estalactitas y eras de nieve. Así se aprecia, por ejemplo, en la Sierra Nevada de Santa Marta, el nevado del Ruiz, el nevado del Tolima y la Sierra Nevada del Cocuy.
Este hábitat congelado solo permite la vida de unas pocas especies vegetales de musgos y líquenes que sobreviven a estas duras condiciones climáticas entre las grietas de las rocas. En las épocas más cálidas del año estas formaciones escurren agua por descongelamiento de sus capas superficiales, y en las épocas frías las zonas congeladas aumentan su volumen y superficie, proceso que contribuye a la regulación del ciclo del agua.
A una altura entre los 4,700 m y los 4,800 m el agua en estado sólido hace tránsito hacia el agua en estado líquido: estamos en el límite superior de los páramos. A menudo se afirma que estos ecosistemas son las fábricas de agua de Colombia. Si bien no es una imagen correcta desde el punto de vista de la forma como se produce el agua, sí sirve para señalar a los colombianos que este ecosistema —que solamente se encuentra en unos pocos países del mundo— tiene una enorme importancia para el ciclo del agua, por lo cual su protección es una prioridad nacional.
La zona alta de los páramos (superpáramos), que llega aproximadamente hasta los 4,100 m. se caracteriza por un paisaje rocoso y abrupto, donde surge una vegetación pequeña y escasa, que se adapta a las noches heladas, como se aprecia en la Sierra Nevada del Cocuy. Entre los 4,100 m y los 3,500/3,600 m, se ubica el páramo propiamente dicho, un paisaje dominado por frailejones o rosetales, pajonales y chuscales, como puede verse en el Parque Nacional Natural de los Nevados y en el Parque Nacional Natural de Puracé.
Las lagunas, la mayor parte de ellas formadas en la última desglaciación, son parte integral del paisaje del páramo. La contemplación del sobrecogedor paisaje de las lagunas de la Sierra Nevada del Cocuy, de Siecha, en el páramo de Chingaza, y las del páramo de Sumapaz, nos explican por qué éste es uno de los lugares predilectos de los naturalistas amantes de los páramos. Nos permite, también, intuir por qué para los muiscas estos eran sitios sagrados, ceremoniales y de peregrinación: allí está el origen mismo del agua y de la vida.
Finalmente, entre 3,500 m y 3,200 m se encuentra la zona de transición hacia el bosque de alta montaña (subpáramo), caracterizada por el predominio de una vegetación arbustiva y de matorrales (Rangel, 2000).
“El páramo no debe considerarse un productor de agua (que viene de la lluvia, la neblina y los deshielos) sino un recogedor de ella y un regulador de su flujo. No es exagerado decir que prácticamente todos los sistemas fluviales de los países andinos septentrionales nacen en el páramo y que los sistemas de riego, agua potable e hidroelectricidad dependen, en gran medida, de esta capacidad del ecosistema páramo de regulación hídrica” (Hofstede, 2002).
En los páramos colombianos se encuentran suelos de turba, que son capas de gran espesor de suelo orgánico, en donde el agua se filtra y se libera hasta formar corrientes de agua:
“Las turbas desempeñan diversas funciones como control de inundaciones, ya que actúan como esponjas almacenando y liberando lentamente el agua de lluvia, recargando y descargando los acuíferos, controlando la erosión y reteniendo los sedimentos” (Castaño, 2003).
Los páramos son, entonces, un ecosistema de gran valor por el servicio que prestan en la regulación del agua, y, si bien no son muy ricos en diversidad de especies de fauna y flora, son ricos por sus endemismos. Son un ecosistema que forma una especie de corredor interrumpido entre la cordillera de Mérida en Venezuelas hasta la depresión de Huancabamba en el norte del Perú, con dos complejos más separados —los páramos en Costa Rica y la Sierra Nevada de Santa Marta—, y que tienen una continuidad en el sur, las jalcas peruanas. Nuestro país cuenta con una extensión de aproximadamente 1,400,000 ha de páramo, equivalente al 40 por ciento de la totalidad de la extensión de los páramos que se encuentran en esta región andina del norte de Suramérica y Costa Rica (Hofstede, 2002).
Los bosques de los Andes colombianos juegan un papel crítico en el ciclo del agua. A su vez, su gran diversidad y el verdor que predomina en su paisaje están relacionados con nuestra gran riqueza en agua dulce.
Los ecosistemas de bosques de montaña limitan en su parte alta con los páramos y llegan hasta las tierras bajas de las sabanas del Caribe, la costa pacífica, los llanos orinocenses, las planicies amazónicas y los valles interandinos. Su estructura y sus características presentan grandes variaciones determinadas por la compleja interrelación de un conjunto de factores que incluye, entre los fundamentales, la altitud, la accidentada topografía, la diversa precipitación del agua y la humedad, las características de los suelos y el régimen de los vientos. Y es esta conjunción de factores lo que explica que en los Andes colombianos, en su conjunto, se ubique una de las mayores riquezas de biodiversidad del mundo.
Los bosques montanos de los Andes, como parte de las funciones que este tipo de ecosistema cumple en el ciclo del agua, interceptan parte de la lluvia, o la toman del subsuelo a través de sus raíces, y la devuelven en forma de vapor a la atmósfera. Pero estos bosques también capturan el agua directamente de la neblina, es decir, de las nubes cerca de la superficie del suelo, un fenómeno común a todos los bosques montanos. Y la neblina y su condensación en la superficie de las hojas se hace más frecuente en ciertas altitudes (2,300 y 3,200 m), en donde reciben la denominación de bosques de niebla. Y ellos se caracterizan por la abundancia de musgos, bromelias, orquídeas y hepáticas, que crecen sobre las ramas y troncos de los árboles, sin extraerles agua ni nutrientes, entre otras plantas epifíticas que se dan en este ambiente cargado de humedad. Quizás los musgos y quiches (bromelias), rebosantes de agua, sean uno de los fenómenos que más impresiona a los visitantes de estos bosques de niebla (Cavelier, 1991).
Además, todos los bosques montanos, incluyendo los subandinos que limitan con los bosques de niebla en su franja superior y con los bosques húmedos montanos en la parte baja, cumplen también, como todo bosque, con el papel de evitar la erosión del suelo que se da con la lluvia, y que ejercen con la capa de hojarasca relativamente homogénea que los cubre. Por eso la deforestación de los bosques montanos no solo implica pérdida de biodiversidad, sino también pérdida de los suelos, mucho más allá de lo que es natural, dado que expuestos, y sin ninguna protección frente a la lluvia, se erosionan y ruedan por las pendientes que en las partes más altas suelen ser muy abruptas. Con la pérdida de los suelos aumenta el flujo del agua de lluvia que corre por la superficie y disminuye la capacidad de infiltración. Seguramente es posible recuperar, en el mediano plazo, parte del bosque desmontado mediante la reforestación, pero la recuperación del suelo puede tomar miles de años.
Amenazas sobre los ecosistemas andinos y su protección
Parte de los páramos del país han sido degradados a causa del pastoreo y la sustitución de su vegetación por cultivos agrícolas, papa en especial. En años recientes, la minería se ha perfilado como nueva amenaza según revela el hecho de que Ingeominas ha otorgado títulos mineros en aprximadamente 40 por ciento de su área.
A su vez, los bosques de la región andina han sufrido todavía mayores transformaciones como consecuencia de la tala para abrir tierras para la actividad agropecuaria, la explotación de maderas, la construcción de infraestructuras y el establecimiento de asentamientos humanos, como lo atestigua el hecho de que solo reste el 30 por ciento de este ecosistema.
Así, por ejemplo, la colonización del occidente colombiano, que tuvo lugar en el siglo xix y la primera mitad del siglo xx, conllevó la fundación de cientos de poblaciones en el sur de Antioquia y en el territorio que hoy constituye los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío, el oriente del Tolima y el norte del Valle. Conllevó, también, la transformación del paisaje del bosque de niebla por uno que dio paso a la gran industria cafetera, base fundamental de la economía colombiana en el pasado siglo. Pero así como existen otras historias de transformación del paisaje andino que, como ésta, se justifican ampliamente en relación con nuestro desarrollo económico y social, la destrucción de mucha parte del bosque de montaña ha sido injustificada, como prueba hoy la baja productividad de muchas de las tierras ubicadas en las montañas de Colombia, que se encuentran en grave proceso de erosión.
Si bien en las anteriores líneas hemos reconocido los procesos de destrucción y degradación que sufren nuestros ecosistemas de montaña, por fortuna, muchos de los picos nevados, páramos y bosques de la región andina están hoy relativamente protegidos puesto que hacen parte del sistema de parques nacionales naturales. De hecho, 26 de los 54 parques naturales de Colombia albergan algunos de los más importantes picos nevados, páramos y bosques andinos del país, como lo testimonia el libro Colombia, Parques Naturales (Villegas Editores, 2006).
Mencionemos algunos: Chingaza que provee el 80 por ciento del agua potable de Bogotá, mediante una transferencia de aguas que predominantemente hacen parte de la cuenca del Orinoco; Sumapaz, considerado el páramo más extenso del mundo, en donde confluyen las cuencas del Magdalena y el Orinoco, y que constituye la reserva para proveer de agua a Bogotá en el futuro; los Nevados, con un valor hidrográfico excepcional, que comprende la reserva de agua más importante para los departamentos de Risaralda, Caldas y Quindío, abasteciendo a más de 2?000?000 de habitantes y 37 municipios; el Cocuy que contiene 150 de las 690 lagunas de la cordillera Oriental de los Andes y 25 picos nevados, los más elevados de esta cordillera, en donde nacen más de 80 ríos y quebradas; nevado del Huila en cuya estrella hidrográfica nacen los ríos que abastecen a una amplia población y son tributarios de los ríos Cauca y Magdalena; la cordillera de los Picachos, origen de importantes fuentes de agua que surten las cuencas de los ríos Magdalena, Orinoco y Amazonas; Paramillo, en donde nacen los ríos Sinú y San Jorge, convirtiéndolo en la estrella fluvial más significativa para el departamento de Córdoba; Tatamá, en donde se encuentran algunos de los últimos páramos y bosques andinos vírgenes de Colombia, cuyas fuentes hídricas que nacen en el occidente del área protegida corresponden a las cuencas de los ríos Atrato y San Juan, mientras los ríos del oriente corresponden a la cuenca del río Cauca.
Pero los parques nacionales naturales —de los cuales encontramos, también, representativas unidades en las regiones de la Amazonia, el Pacífico y el Caribe—, no son la única estrategia de conservación y protección de nuestra naturaleza. Es más: resulta peligroso que se llegue a creer, que con ella basta. Se requiere también proteger y hacer buen uso del agua y de todos nuestros ecosistemas, allí donde vivimos y a lo largo y ancho de todo el territorio nacional.
Impactos del calentamiento global en el ciclo del agua
La imagen del oso polar que navega solitario en un glaciar desprendido en el Ártico ha golpeado la conciencia de millones de ciudadanos que la interpretan como símbolo de la extinción de multitud de especies a que puede conducir el calentamiento global. El volumen de agua salada y el nivel del mar se están incrementando como consecuencia del derretimiento del casquete de hielo del polo norte, que se estima que estará totalmente descongelado en el verano a mediados de siglo, y como resultado del descongelamiento de los glaciares del Ártico y la Antártica.
Y, como sabemos, el cambio climático está también afectando todos los glaciares de las altas montañas del planeta. En el caso de Colombia, se estima que el 78 por ciento de sus picos nevados desaparecerán en los próximos cuarenta años, fenómeno que los casos del nevado de Santa Isabel y el nevado del Ruíz ilustran en forma dramática. Y los glaciares “al retroceder propiciarán deshielos, avalanchas, inundaciones y disminución de agua de fusión, cambiando los patrones de circulación del agua y el aumento de los caudales; cambios que se aumentarán dada la presión de actividades humanas en zonas cada vez más altas” (Chavarro et., al, 2008).
Asimismo, se estima que, en solo 40 años, el 56 por ciento del área de los páramos colombianos desaparecerá como consecuencia del calentamiento global, lo cual afectará negativamente la regulación del agua, aunque hoy no se conoce con certeza la profundidad de ese impacto (Ideam, 2001).
En el mediano y largo plazo se producirá una reducción de la precipitación en la región andina que afectará negativamente la provisión de agua en algunas zonas. Pero, al mismo tiempo, el calentamiento global está determinando que las estaciones secas y las estaciones lluviosas sean más extremas, lo cual implica, en el primer caso, menos disponibilidad de agua y, en el segundo caso, el incremento de la frecuencia y la rigurosidad de las inundaciones, un fenómeno que ya hemos presenciado en los últimos años en la cuenca del Magdalena.
En la región Caribe, de la cual nos ocuparemos en la siguiente sección, la precipitación también disminuirá, situación que causará una menor disponibilidad de agua en zonas que, como La Guajira o las islas de San Andrés y Providencia, presentan una escasez natural del recurso. Además, se estima que el nivel del mar se incrementará entre 40 y 60 cm hacia finales de siglo, lo cual traerá como consecuencia que muchos de los acuíferos costeros se salinicen, con lo cual se perderán otras fuentes de agua dulce. Acerca de los impactos del calentamiento global en la Orinoquia y la Amazonia nos referiremos más adelante.
Como se ha subrayado (Chavarro et., al, 2008), cuanto mayores sean las presiones humanas sobre los ecosistemas que prestan el servicio del agua, mayor será su vulnerabilidad al calentamiento global. Precisamente, la ciencia nos está demostrando cómo entre mejor estado se encuentren los ecosistemas naturales y transformados por el hombre, más resistentes serán estos a los efectos del calentamiento, lo cual se convierte en un argumento crítico para fortalecer la gestión ambiental pública en Colombia, que ha demostrado no estar en capacidad de afrontar con solvencia sus problemas de deterioro y contaminación ambiental.