- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
- Luis Caballero. Erótico (2010)
- Luis Fernando Peláez (2010)
- Aves en Colombia (2011)
- Pedro Ruiz (2011)
- El mundo del arte en San Agustín (2011)
- Cundinamarca. Corazón de Colombia (2011)
- El hundimiento de los Partidos Políticos Tradicionales venezolanos: El caso Copei (2014)
- Artistas por la paz (1986)
- Reglamento de uniformes, insignias, condecoraciones y distintivos para el personal de la Policía Nacional (2009)
- Historia de Bogotá. Tomo I - Conquista y Colonia (2007)
- Historia de Bogotá. Tomo II - Siglo XIX (2007)
- Academia Colombiana de Jurisprudencia. 125 Años (2019)
- Duque, su presidencia (2022)
Festival de Música Religiosa de Popayán
El laúd es uno de los muchos y variados instrumentos antiguos que han estado presentes en el Festival.
El grupo "Música de los Tiempos Pasados" en La Herrería.
El Coro de Estudiantes de la Universidad del Cauca, interviene en una de las procesiones.
La Sinfónica del Valle y el Coro de Cámara de Popayán, bajo la dirección de Agustín Cullel, en la iglesia de La Encarnación.
Concierto de la Orquesta de Cámara de Caldas, dirigida por el violinista Carlos Rocha, en el templo de La Encarnación. "El público ha respondido admirablemente. La ciudad tiene un ambiente extraordinario. Es un ambiente totalmente excepcional, por sus procesiones, sus preciosas casas coloniales, que afortunadamente lo han mezclado con música seria y con manifestaciones artísticas de muy alta categoría. Estoy muy contento de que se hayan llevado a cabo estos conciertos. Para mí es un honor volver a Popayán". Rafael Puyana.
Frank Preuss y su Orquesta de Cámara de Colombia.
Concierto de la Orquesta Sinfónica del Valle, bajo la dirección del maestro español Agustín Cullel.
La partitura, un testigo permanente e imprescindible.
El coro del Orfeón Obrero acompaña una de las procesiones.
I Festival Nacional de Música Religiosa . 1964. Diseño Álvaro Thomas. 70 x 50 cm.
II Festival Nacional de Música Religiosa. 1965. Diseño Augusto Rivera. 70 x 50 cm.
IV Festival Nacional de Música Religiosa. 1967. Diseño Álvaro Thomas. 100 x 35 cm.
III Festival Nacional de Música Religiosa. 1966. Diseño Álvaro Thomas. 100 x 35 cm.
V Festival Nacional de Música Religiosa. 1968. Diseño Augusto Rivera. 100 x 30 cm.
VI Festival Nacional de Música Religiosa. 1969. Diseño Augusto Rivera. 100 x 35cm.
VII Festival Nacional de Música Religiosa. 1970. Diseño Augusto Rivera. 100 x 35 cm.
VIII Festival Nacional de Música Religiosa. 1971. Diseño Fabio Lozano. 100 x 35 cm.
IX Festival Nacional de Música Religiosa. 1972. Diseño Iván Valencia. 100 x 35 cm.
X Festival de Música Religiosa. 1973. Diseño Grupo creativo Cartón Colombia. 100 x 35 cm.
XI Festival de Música Religiosa. 1974. Diseño Éver Astudillo. 100 x 35 cm.
XII Festival de Música Religiosa. 1975. Diseño Juan Cárdenas. 54 x 64 cm
XIII Festival de Música Religiosa. 1976. Diseño Augusto Rivera. 100 x 35 cm.
XIV Festival de Música Religiosa. 1977. Diseño Santiago Cárdenas. 100 x 35 cm.
XV Festival de Música Religiosa. 1978. Diseño Edgar Negret. 70 x 50 cm.
XVI Festival de Música Religiosa. 1979. Diseño Santiago Cárdenas. 84 x 56 cm.
XVII Festival de Música Religiosa. 1980. Diseño Juan Manuel Lugo. 58 x 33 cm.
XVIII Festival de Música Religiosa. 1981. Diseño Omar Gordillo. 70 x 50 cm.
XIX Festival de Música Religiosa. 1982. Diseño Pedro Alcántara. 70 x 50 cm.
XX Festival de Música Religiosa. 1983. Diseño Eduardo Ramírez Villamizar. 70 x 50 cm.
XXI Festival de Música Religiosa. 1984. Diseño Eduardo Ramírez Villamizar. 85 x 65 cm.
XXII Festival de Música Religiosa. 1985. Diseño Álvaro Garzón. 61 x 37 cm.
XXIII Festival de Música Religiosa. 1986. Diseño Maripaz Jaramillo. 70 x 50 cm.
XXIV Festival de Música Religiosa. 1987. Diseño Óscar Muñoz. 86 x 52 cm.
XXV Festival de Música Religiosa. 1988. Dibujo Fernando Botero. 70 x 50 cm.
XXVI Festival de Música Religiosa. 1989. Diseño Enrique Grau. 70 x 50 cm.
XXVII Festival de Música Religiosa. 1990. Diseño Alberto Arboleda. 70 x 50 cm.
XXVIII Festival de Música Religiosa. 1991. Diseño David Manzur. 100 x 70 cm.
XXIX Festival de Música Religiosa. 1992. Diseño Antonio Roda. 100 x 70 cm.
XXX Festival de Música Religiosa. 1993. Diseño Carlos Rojas. 70 x 50 cm.
XXXI Festival Nacional de Música Religiosa. 1994. Diseño Armando Villegas. 100 x 70 cm.
XXXII Festival de Música Religiosa. 1995. Diseño Omar Rayo. 70 x 44 cm.
XXXIII Festival de Música Religiosa. 1996. Diseño Iván Valencia. 97 x 50 cm.
XXXIV Festival de Música Religiosa. 1997. Diseño Mónica Herrán. 70 x 50 cm.
El director Alberto Grau, frente a su coral Schola Cantorum de Caracas.
El Coro de Cámara de Popayán, dirigido por Stella Dupont, en el templo de Santo Domingo.
El flautista austrohungaro Reneé Clemencic, con la Orquesta de Cámara de Colombia, dirigida por el maestro Frank Preuss.
El grupo Ballestrinque, dirigido por María Cristina Sánchez, en el templo de Santo Domingo.
La Orquesta Sinfónica de Colombia y la Coral Bach de Bogotá durante la interpretación de "La Pasión según San Mateo", de J. S. Bach, en el Teatro Guillermo Valencia. Al fondo, telón elaborado para el Festival por el maestro Augusto Rivera.
La coral Schola Cantorum de Bélgica.
Coros de Bogotá, Bucaramanga, Medellín y Popayán. Concierto popular del Martes Santo de 1983.
Un ensayo antes del concierto.
Coro "Magnificat", de Chile. Templo de La Encarnación.
Homenaje al Coro de Cámara de Popayán y a su directora, Stella Dupont, con motivo de sus 30 participaciones en los festivales.
Concierto de el pianista Harold Martina, en la iglesia de La Encarnación.
El maestro Roots dirige por œltima vez "El Mesías", con la Coral Bach y la Sinfónica de Colombia.
El maestro Olav Roots y la Sinfónica de Colombia en el primer concierto del Festival de 1964.
Texto de: Carlos Zambrano Ulloa
Los Orígenes del Festival
Debió de ser en alguna de sus habituales tertulias musicales, cuando a alguno de ellos se le ocurrió la idea.
Esa vez sólo habían concurrido cuatro jóvenes profesionales popayanejos, tres de ellos, recién egresados de la Facultad de Derecho, y el otro, Alvaro Thomas, de Arquitectura. Hacían parte de un grupo de buenos amigos, quienes se encontraban a menudo en la finca del ingeniero Enrique Toro para echar a volar su más alta bohemia, con el inefable fondo de una selecta colección de música grabada.
De los cinco que estaban ese día de comienzos del 64, el único músico de verdad era José Tomás Illera, quien había cambiado sus códigos por un violín que, por cierto, llegó a tocar con especial maestría. Toro tenía una excelente cultura musical, y los otros tres, Edmundo Mosquera, Ricardo León Rodríguez y Thomas, quienes serían después consumados melómanos, en aquella época eran apenas unos iniciados en el arte maravilloso de escuchar música culta.
Para efectos de esta crónica, la paternidad responsable del Festival de Música Religiosa de Popayán, la comparten armónicamente los cinco. Aunque ellos reconocen que el origen de la idea había sido de Wolfgang Schneider, un chelista vienés que llegó a Popayán, después de que, en plena gira de conciertos, se había desintegrado el cuarteto del que hacia parte, por la muerte repentina de un violinista en Bogotá.
El Profesor Schneider dirigía por entonces la Escuela de Música de la Universidad del Cauca y se le había ocurrido reunir, cinco años antes del Primer Festival, a los Conservatorios de Cali, Pasto y Popayán, para dar unos conciertos durante la Semana Santa.
Schneider, y después los fundadores del Festival, habían llegado a la misma conclusión: había que aprovechar el público que venía a ver las procesiones, para entretenerlo durante el día. Los desfiles religiosos son nocturnos. Estaban libres las horas del día para dar conciertos de música religiosa, con los cuales se integraría un programa completo y agradable. Además, se utilizarían como escenario algunos de los bellos templos de la ciudad, verdaderas joyas de arte colonial.
La magnífica idea del Profesor Schneider, sólo alcanzó a realizarse el primer año. En la Semana Santa de 1959. Como ocurre casi siempre con tantos proyectos culturales fallidos, no tuvo continuidad. Las causas debieron ser las mismas de siempre: lo dejaron solo, no se pudo conseguir financiación, declinó su entusiasmo.
El Primer Festival de Música Religiosa
Con todas las limitaciones que es dable suponer para llevar a cabo este tipo de empresas, los gestores no vacilaron en lanzarse a la aventura de organizar el primer Festival. Afortunadamente tuvieron eco en Olav Roots, el inolvidable Director de la Orquesta Sinfónica de Colombia, y en León J. Simar, quien dirigía los Coros de la Universidad del Valle.
Roots, por su lado, y Simar, por el suyo, se contagiaron del entusiasmo de esos cuatro jóvenes ilusos que pretendían emparejar un certamen cultural, en cierta forma exótico en el medio, con una tradición tantas veces centenaria, como las Procesiones de la Semana Santa. Y los asesoraron para hacer un programa decoroso que, obviamente, incluyó la participación de la Orquesta Sinfónica de Colombia, del Coro Magno de la Universidad del Valle y del Conservatorio de la Universidad del Cauca. Para completar el programa, la penuria los obligó a recurrir, –hoy lo cuentan con ruborosa sonrisa–, a las Bandas Departamentales de Nariño y de la Fuerza Aérea Colombiana. Pero realizaron su sueño. Y fue eso lo importante.
Había nacido el Festival de Música Religiosa de Popayán: Semana Santa de 1964.
Algunos medios de comunicación nacional acogieron la iniciativa con prudente escepticismo. Antonio Panesso, en su leída columna, fue más enfático y cordial: “Excelente la noticia de que en Popayán se aprovecharán las festividades de la Semana Santa para realizar el primer festival de música sacra [… el mejor programa, en la ciudad más adorable del país”.
Ni los organizadores, ni la burocracia de la cultura, ni nadie, podían prever ni imaginarse, que, a ese certamen que había tenido un comienzo tan modesto, lo seguirían, sin interrupciones, treinta y cinco festivales más.
Popayán, ¿Ciudad Musical?
No. Definitivamente, no. La ciudad no ha tenido nunca una gran tradición musical.
Aunque algunos investigadores de las incipientes culturas aborígenes que florecían a la llegada de los conquistadores ponderan el temperamento musical de los Pubenenses, la legendaria tribu que habitaba la planicie en donde después se construyó Popayán.
Al respecto, afirma Vergara Cerón: “Los Pubenenses no sólo acostumbraban la música de nutridos conjuntos para sus ‘areitos y beambucos’, sino que todas sus formaciones militares iban precedidas de ‘chirimías’ que no cesaban de tocar sus aires de combate, lo cual les daba a los guerreros extraordinaria animosidad en la pelea y ardor ofensivo en la contienda. La ‘chirimía’ la componían hasta cincuenta músicos, bajo las órdenes de un director o ‘puil’, que tocaba varios instrumentos. El ‘puil’ marchaba a la cabeza del grupo, tocando una especie de cornetín de madera, cuyos sonidos regulaba con los dedos, cubriendo o dejando libres unos agujeros que tenía en la parte superior; este instrumento se llamaba propiamente ‘chirimía’.
”Luego seguían las flautas de Pan. Enseguida iban los ‘maizcos’, que eran instrumentos formados con cortezas secas de ciertas frutas, en cuyo interior metían granos de maíz y, finalmente, las “tamboras” de diversos tamaños”
Básicamente, la “chirimía” de hoy es, instrumentalmente, igual a la de entonces. Pero, el repertorio de esos antiguos conjuntos populares, que todavía recorren y alegran las calles de los diciembres navideños, tanto en el Departamento del Cauca como en otros del sur del país, fue enriquecido notablemente con una abundante producción de bellísimos bambucos, marchas y pasillos compuestos, a lo largo de los años, por notables músicos caucanos. Esa fue una de las formas como se popularizó y difundió la producción folclórica de excelentes compositores de la región, entre los cuales es imperioso recordar a Efraín Orozco, Francisco Eduardo Diago, Luis Carlos Espinosa, Sergio Rojas, Benjamín Iragorri, Francisco Velasco, Silvio Fernández, Luis Carlos Valencia, Luis Diago, Francisco y Satú Torres, Ligia Espinoza y Leonardo Pazos, como los más destacados.
El Maestro Gonzalo Vidal
En este intento de marco histórico al Festival de Música Religiosa, el maestro Gonzalo Vidal, sin lugar a dudas, merece un capítulo especial.
Aunque casi toda su existencia transcurrió en Medellín –donde vivió más de 65 años y se hizo popular al componer el Himno de Antioquia, sobre un sencillo y vigoroso texto del poeta Epifanio Mejía–, Popayán lo reivindica como la cumbre más alta de su historia musical.
Había nacido allí, el 23 de noviembre de 1863, en el seno de una familia de músicos: lo fueron su padre, y un tío, y sus dos hijos. Fue un verdadero autodidacta. A su afán de conocimientos, le agregó severas disciplinas de estudio. Por eso, sin haber salido del país, llegó a conocer todas las técnicas y a acumular una inmensa cultura musical.
Prolífico compositor, fue además, director de orquesta, profesor, fundador de revistas, promotor cultural y notable instrumentista: organista, pianista, violinista, contrabajista, y conocía, además, todos los vientos.
Por algo, el consagrado compositor Luis A. Calvo, afirmaba: “El modestísimo maestro Vidal es el más nacional de nuestros músicos y verdadera joya de arte.[…]. En Colombia apenas se conocen sus trabajos y en España, se le admira. Ante él, me descubro respetuoso”.
Honroso concepto corroborado por el gran Director Rodolfo Pérez: “Lo que nosotros podemos hacer ahora, más que rendirle homenajes, –porque sería muy poco–, es invitar a que la figura ejemplar y maravillosa de Gonzalo Vidal sea de verdad estudiada y gustada... Y que la gente de hoy se encuentre con que hubo momentos de paz, en los que se produjo música de una gran calidad –como la que escribía el maestro Vidal a principios de siglo–, en medio de los fogonazos de las guerras. En esos momentos de tribulación, de desorden espantoso, florece esa personalidad arquetípica que es Vidal, componiendo música magistral en todos los géneros, guiando bandas y orquestas, y formando una pléyade de músicos, gracias a los cuales todavía estamos vivos...”
Música Sacra, antes del Festival
La única música sacra que se conocía entonces, era la que se escuchaba en los oficios religiosos solemnes: misas “cantadas”, Te Deums, honras fúnebres, modestamente interpretada en pequeños armonios, por lo general desafinados. Pero lo más común, eran los cantos gregorianos, interpretados por coros diversos, particularmente por los seminaristas, los coros de religiosas de las diferentes comunidades y por un coro bastante afinado de los Hermanos Maristas.
Solamente en la Catedral había un órgano tubular traído de Europa, a comienzos del siglo, por el Arzobispo Manuel Antonio Arboleda. Con el órgano, el previsivo prelado trajo también al organista, un músico español llamado Francisco Belloso. Pero cuando el instrumentista regresó a su tierra, muy pocos años después, el órgano, luego de cincuenta años de silencio, enmudeció para siempre: el día del terremoto del 31 de marzo de 1983, le cayó encima la cúpula de la Catedral y lo destrozó por completo.
El acompañamiento musical más constante que han tenido las procesiones de Semana Santa, ha sido el Orfeón Obrero. Un antiguo coro que va dentro de la procesión, interpretando, lo mejor que puede, las muy conocidas “Estaciones” del maestro Vidal, o las inconfundibles marchas de los hermanos Torres, de Nicolás González, de Anastasio Bolívar, de Marco Tulio Ante o de Avelino Paz.
Los demás sonidos vinculados a lo procesional y a lo sacro, corrían por cuenta de los campanarios que, en Popayán, no tienen la unidad sinfónica de los carrillones. Por eso, los popayanejos tuvimos que aprender a identificar la procedencia individual de sus voces de bronce, para no equivocar el sitio de la cita, cuando acudíamos a su convocatoria.
Los Primeros Festivales
Detrás de cada certamen cultural que logra realizarse, hay una gran cantidad de gestión, de luchas, de esfuerzos. Eso sólo lo saben los trabajadores de la cultura, cuya labor siempre es anónima, silenciosa, abnegada. Coronar un proyecto, en un país que no se ha comprometido de verdad con la cultura, supone dosis muy altas de constancia, de terquedad, de persistencia.
Los organizadores de los primeros Festivales de Música Religiosa debieron afrontar múltiples obstáculos. Pues, además de aquellos inherentes a su ingente labor, debieron adelantar una vasta campaña pedagógica. El público local estaba acostumbrado a asistir a los templos solamente para cumplir obligaciones religiosas. Jamás para escuchar música. En esos recintos sagrados, no se concebían aplausos, mucho menos ovaciones. Los sectores tradicionalistas más reacios, veían el certamen como algo exótico e intruso, que había irrumpido intempestivamente, como “cuerpo extraño”, para competir con las procesiones de la Semana Santa, cuya vivencia la percibimos y la sentimos, los nacidos aquí, como una forma de ser popayanejos.
A tanto llegó la audacia juvenil de los organizadores del Festival, que se les ocurrió montar un ballet en pleno presbiterio. Durante el lV Festival, el Arzobispo Miguel Angel Arce, sin duda un prelado innovador y progresista, les autorizó la presentación de una bella obra de Monteverdi: El Combatimento de Tancredo y Clorinda, en cuya versión alternan bailarines y solistas con la orquesta. No creo que hubiera antecedentes en Colombia, ni en otras partes, de un espectáculo semejante. El público abarrotó el Templo de Santo Domingo. El éxito fue total para satisfacción de quienes se resolvieron a asistir, entre asombrados y atónitos, y para frustración de una minoría que se quedó afuera, santiguándose, compuesta por lo más granado de la beatería local.
En la Semana Santa de 1969, cuando se llevaba a cabo el Sexto Festival, asistió el entonces Presidente de la República, doctor Carlos Lleras Restrepo, y en su honor se ofreció el Concierto del Viernes Santo. Durante el concierto se interpretó “La Pasión, según San Juan”, de J.S. Bach. La asistencia del Primer Magistrado de la Nación al Festival fue el espaldarazo oficial definitivo. Porque, a partir de entonces, vivamente impresionado por la importancia de ese certamen cultural, el Presidente Lleras institucionalizó la vinculación de Colcultura, cuyo valioso aporte y respaldo ha sido decisivo para su continuidad.
Grupos Orquestales y Corales Invitados
A lo largo de su ya extensa historia, han participado los grupos orquestales y corales más importantes del país y un alto número, perteneciente a 23 países, que vale la pena enumerar, para medir la condición internacional del Festival y el enorme esfuerzo de sus organizadores.
En los treinta y seis Festivales que se han llevado a cabo, han participado grupos y solistas de países como Alemania, Argentina, Austria, Bélgica, Corea del Sur, Costa Rica, Curazao, Checoeslovaquia, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Hungría, Inglaterra, Irán, Italia, Japón, México, Marruecos, Polonia, Rusia y Venezuela.
La seriedad, el prestigio y la calidad del Festival se han consolidado con la participación de muy buenas orquestas, como la Sinfónica de Colombia, la Sinfónica del Valle, la de Cámara de Caldas, la de Música Antigua de Medellín, entre las nacionales. Y con grupos orquestales de otros países, como la Virtuosi da Camera de New York, el Deller Consert de Londres, el Quinteto de Vientos del Mozarteum Argentino, el Trío Inglés con miembros de la famosa Academy of St.Martin-in-the-Fields, el grupo Música de los Tiempos Pasados, de México, el conjunto IBN Arabi de Marruecos, el conjunto Performance Multimediales de Viena y el Grupo Musical de la República Islámica de Irán, entre otros.
Son muchos los grupos corales que han intervenido. Entre todos ellos recordamos excelentes presentaciones de la Coral Tomás Luis de Victoria, Arte Nuevo y Antiguo de Medellín, Ballestrinque y Palestrina de Bogotá, Schola Cantorum de Caracas, Schola Cantorum Cantate Domino de Bélgica y, obviamente, con satisfacción y orgullo, el gran Coro de Cámara de Popayán.
Solistas Invitados
Es una larga lista. La encabeza, por derecho propio, el maestro Rafael Puyana, eximio clavichembalista colombiano, cuya magistral participación en cuatro certámenes le confirió gran altura al Festival.
Popayán tuvo también la suerte de escuchar, en uno de sus mejor rematados carteles de Festival, a John Williams, el famoso guitarrista mundial. Grandes violinistas, como Carlos Villa, Isabel O’Byrne, Ruth Lamprea, Mario Díaz, Hugo Valencia, Frank Preuss. Destacados pianistas como Blanca Uribe, Harold Martina, Teresita Gómez.
Intérpretes vocales como Martha Senn, la consagrada mezzo-soprano nacional, quien cantó por primera vez como solista en uno de los Festivales, Marina Tafur, Leonor González Mina, Carmiña Gallo, Alejandro Ramírez, Orlando Rengifo, Gilberto Escobar.
Directores Invitados
Cierra esta apretada reseña el brillante grupo de los directores: Olav Roots, León J. Simar, Luis Biava, Jaime León, Luis Carlos Espinosa, Blas Emilio Atehortúa, Luis Carlos Figueroa, Daniel Lipton, Francesco Belli, Ernesto Díaz y Arthur Oldham, el excelente músico inglés, que sobrado de amor y de valor dirigió, pocas horas después del terremoto, el “Requiem” de Fauré –que iba a ser la obra central del concierto de la tarde–, que fue cantado entre lágrimas por un grupo improvisado de cantores, en acto estremecedor y emocionante, sobre las ruinas de Popayán.
Los Críticos y el Festival
La presencia de notables autoridades de la crítica musical, entre las cuales cabe un recuerdo especial para uno de los más calificados y entusiastas impulsores del Festival, el Profesor Otto de Greiff, ha servido de orientación y pauta.
Cada Festival ha motivado crónicas y reseñas. Con ellas se ha conformado una historia condensada, que permite el seguimiento y la evaluación de sus resultados. Críticos tan respetados como Manuel Drezner, Hernando Caro Mendoza, Germán Borda, Carlos Barreiro, Basso Di Cornetto y Mario Gómez de Vignes, han consignado sus comentarios y conceptos en diversos medios de comunicación.
El Coro de Cámara de Popayán
Son muchos los aportes del Festival a la cultura. Pero, quizás, uno de los más importantes, ha sido la creación de una gran agrupación coral: el Coro de Cámara de Popayán.
Fundado por Stella Dupont Arias en diciembre de 1967, el coro ha participado en todos los Festivales y ha realizado giras exitosas por varias ciudades colombianas y el exterior.
Entre sus presentaciones más brillantes hay que destacar la que hizo ante Su Santidad el Papa Juan Pablo ll durante su visita a Popayán, en julio de 1986, y la que realizó ante diecisiete Jefes de Estado iberoamericanos, en Santa Marta, el 18 de diciembre de 1980, como única coral invitada a los actos conmemorativos del primer sesquicentenario de la muerte del Libertador.
Stella Dupont no es sólo una excelente pianista. Es, en concepto de la crítica, una de las mejores directoras de coros de la actualidad. Su disciplinado trabajo profesional se refleja en la altísima calidad de la agrupación que dirige, considerada por el maestro Rafael Puyana como “un coro muy afinado. No me atrevo a decir que es el mejor del país, porque no los conozco a todos. Pero, si tenemos varios coros de esta categoría, estaríamos muy bien en ese ramo”.
El Festival y el Arte
Para anunciar y promocionar anualmente el Festival, su Director Edmundo Mosquera tuvo la luminosa idea de vincular a los más consagrados artistas colombianos, invitándolos a elaborar el afiche respectivo.
En el mosaico que cierra este bellísimo libro, se pueden admirar todos ellos, elaborados por artistas de la más alta categoría, como Edgar Negret, Augusto Rivera, Santiago Cárdenas, Juan Cárdenas, Fernando Botero, David Manzur, Enrique Grau, Maripaz Jaramillo, Eduardo Ramírez Villamizar, entre otros.
El Artífice del Festival
Edmundo Mosquera Troya ha podido realizar en solitario la magna proeza de organizar 36 certámenes de tanta calidad cultural porque convirtió el Festival en el eje central de su vida. Sólo ahora cuenta con un grupo de colaboradores eficientes, formados por él. Pero él es el alma, el hombre-orquesta, el hombre-festival. Él es su garantía, pero también su riesgo.
No contento con colocarlo a la altura de los más selectos públicos, le han sobrado visión y energías para organizar paralelamente conciertos populares en los rincones coloniales más bellos de la ciudad y para llevar el Festival a las ciudades de la provincia caucana. En Santander de Quilichao se han realizado ya siete festivales. Y dos en Timbío. Y seguirá con Silvia en el futuro inmediato. Una forma de descentralizar la cultura; de despojarla de su condición elitista; de acercarla, sin demagogia, a los grandes núcleos populares.
El reto es continuar, sin dejarlo decaer, en el ambiente señorial y austero de Popayán, la eterna, “sembrada en un remanso del tiempo, sin más porvenir que un pasado colmado de destino”. Precisamente allí, donde el tesón perseverante de Mosquera Troya, haciéndole honor a sus ancestros musicales y guerreros, repite cada año el esperado milagro de un nuevo Festival. Amén.
#AmorPorColombia
Festival de Música Religiosa de Popayán
El laúd es uno de los muchos y variados instrumentos antiguos que han estado presentes en el Festival.
El grupo "Música de los Tiempos Pasados" en La Herrería.
El Coro de Estudiantes de la Universidad del Cauca, interviene en una de las procesiones.
La Sinfónica del Valle y el Coro de Cámara de Popayán, bajo la dirección de Agustín Cullel, en la iglesia de La Encarnación.
Concierto de la Orquesta de Cámara de Caldas, dirigida por el violinista Carlos Rocha, en el templo de La Encarnación. "El público ha respondido admirablemente. La ciudad tiene un ambiente extraordinario. Es un ambiente totalmente excepcional, por sus procesiones, sus preciosas casas coloniales, que afortunadamente lo han mezclado con música seria y con manifestaciones artísticas de muy alta categoría. Estoy muy contento de que se hayan llevado a cabo estos conciertos. Para mí es un honor volver a Popayán". Rafael Puyana.
Frank Preuss y su Orquesta de Cámara de Colombia.
Concierto de la Orquesta Sinfónica del Valle, bajo la dirección del maestro español Agustín Cullel.
La partitura, un testigo permanente e imprescindible.
El coro del Orfeón Obrero acompaña una de las procesiones.
I Festival Nacional de Música Religiosa . 1964. Diseño Álvaro Thomas. 70 x 50 cm.
II Festival Nacional de Música Religiosa. 1965. Diseño Augusto Rivera. 70 x 50 cm.
IV Festival Nacional de Música Religiosa. 1967. Diseño Álvaro Thomas. 100 x 35 cm.
III Festival Nacional de Música Religiosa. 1966. Diseño Álvaro Thomas. 100 x 35 cm.
V Festival Nacional de Música Religiosa. 1968. Diseño Augusto Rivera. 100 x 30 cm.
VI Festival Nacional de Música Religiosa. 1969. Diseño Augusto Rivera. 100 x 35cm.
VII Festival Nacional de Música Religiosa. 1970. Diseño Augusto Rivera. 100 x 35 cm.
VIII Festival Nacional de Música Religiosa. 1971. Diseño Fabio Lozano. 100 x 35 cm.
IX Festival Nacional de Música Religiosa. 1972. Diseño Iván Valencia. 100 x 35 cm.
X Festival de Música Religiosa. 1973. Diseño Grupo creativo Cartón Colombia. 100 x 35 cm.
XI Festival de Música Religiosa. 1974. Diseño Éver Astudillo. 100 x 35 cm.
XII Festival de Música Religiosa. 1975. Diseño Juan Cárdenas. 54 x 64 cm
XIII Festival de Música Religiosa. 1976. Diseño Augusto Rivera. 100 x 35 cm.
XIV Festival de Música Religiosa. 1977. Diseño Santiago Cárdenas. 100 x 35 cm.
XV Festival de Música Religiosa. 1978. Diseño Edgar Negret. 70 x 50 cm.
XVI Festival de Música Religiosa. 1979. Diseño Santiago Cárdenas. 84 x 56 cm.
XVII Festival de Música Religiosa. 1980. Diseño Juan Manuel Lugo. 58 x 33 cm.
XVIII Festival de Música Religiosa. 1981. Diseño Omar Gordillo. 70 x 50 cm.
XIX Festival de Música Religiosa. 1982. Diseño Pedro Alcántara. 70 x 50 cm.
XX Festival de Música Religiosa. 1983. Diseño Eduardo Ramírez Villamizar. 70 x 50 cm.
XXI Festival de Música Religiosa. 1984. Diseño Eduardo Ramírez Villamizar. 85 x 65 cm.
XXII Festival de Música Religiosa. 1985. Diseño Álvaro Garzón. 61 x 37 cm.
XXIII Festival de Música Religiosa. 1986. Diseño Maripaz Jaramillo. 70 x 50 cm.
XXIV Festival de Música Religiosa. 1987. Diseño Óscar Muñoz. 86 x 52 cm.
XXV Festival de Música Religiosa. 1988. Dibujo Fernando Botero. 70 x 50 cm.
XXVI Festival de Música Religiosa. 1989. Diseño Enrique Grau. 70 x 50 cm.
XXVII Festival de Música Religiosa. 1990. Diseño Alberto Arboleda. 70 x 50 cm.
XXVIII Festival de Música Religiosa. 1991. Diseño David Manzur. 100 x 70 cm.
XXIX Festival de Música Religiosa. 1992. Diseño Antonio Roda. 100 x 70 cm.
XXX Festival de Música Religiosa. 1993. Diseño Carlos Rojas. 70 x 50 cm.
XXXI Festival Nacional de Música Religiosa. 1994. Diseño Armando Villegas. 100 x 70 cm.
XXXII Festival de Música Religiosa. 1995. Diseño Omar Rayo. 70 x 44 cm.
XXXIII Festival de Música Religiosa. 1996. Diseño Iván Valencia. 97 x 50 cm.
XXXIV Festival de Música Religiosa. 1997. Diseño Mónica Herrán. 70 x 50 cm.
El director Alberto Grau, frente a su coral Schola Cantorum de Caracas.
El Coro de Cámara de Popayán, dirigido por Stella Dupont, en el templo de Santo Domingo.
El flautista austrohungaro Reneé Clemencic, con la Orquesta de Cámara de Colombia, dirigida por el maestro Frank Preuss.
El grupo Ballestrinque, dirigido por María Cristina Sánchez, en el templo de Santo Domingo.
La Orquesta Sinfónica de Colombia y la Coral Bach de Bogotá durante la interpretación de "La Pasión según San Mateo", de J. S. Bach, en el Teatro Guillermo Valencia. Al fondo, telón elaborado para el Festival por el maestro Augusto Rivera.
La coral Schola Cantorum de Bélgica.
Coros de Bogotá, Bucaramanga, Medellín y Popayán. Concierto popular del Martes Santo de 1983.
Un ensayo antes del concierto.
Coro "Magnificat", de Chile. Templo de La Encarnación.
Homenaje al Coro de Cámara de Popayán y a su directora, Stella Dupont, con motivo de sus 30 participaciones en los festivales.
Concierto de el pianista Harold Martina, en la iglesia de La Encarnación.
El maestro Roots dirige por œltima vez "El Mesías", con la Coral Bach y la Sinfónica de Colombia.
El maestro Olav Roots y la Sinfónica de Colombia en el primer concierto del Festival de 1964.
Texto de: Carlos Zambrano Ulloa
Los Orígenes del Festival
Debió de ser en alguna de sus habituales tertulias musicales, cuando a alguno de ellos se le ocurrió la idea.
Esa vez sólo habían concurrido cuatro jóvenes profesionales popayanejos, tres de ellos, recién egresados de la Facultad de Derecho, y el otro, Alvaro Thomas, de Arquitectura. Hacían parte de un grupo de buenos amigos, quienes se encontraban a menudo en la finca del ingeniero Enrique Toro para echar a volar su más alta bohemia, con el inefable fondo de una selecta colección de música grabada.
De los cinco que estaban ese día de comienzos del 64, el único músico de verdad era José Tomás Illera, quien había cambiado sus códigos por un violín que, por cierto, llegó a tocar con especial maestría. Toro tenía una excelente cultura musical, y los otros tres, Edmundo Mosquera, Ricardo León Rodríguez y Thomas, quienes serían después consumados melómanos, en aquella época eran apenas unos iniciados en el arte maravilloso de escuchar música culta.
Para efectos de esta crónica, la paternidad responsable del Festival de Música Religiosa de Popayán, la comparten armónicamente los cinco. Aunque ellos reconocen que el origen de la idea había sido de Wolfgang Schneider, un chelista vienés que llegó a Popayán, después de que, en plena gira de conciertos, se había desintegrado el cuarteto del que hacia parte, por la muerte repentina de un violinista en Bogotá.
El Profesor Schneider dirigía por entonces la Escuela de Música de la Universidad del Cauca y se le había ocurrido reunir, cinco años antes del Primer Festival, a los Conservatorios de Cali, Pasto y Popayán, para dar unos conciertos durante la Semana Santa.
Schneider, y después los fundadores del Festival, habían llegado a la misma conclusión: había que aprovechar el público que venía a ver las procesiones, para entretenerlo durante el día. Los desfiles religiosos son nocturnos. Estaban libres las horas del día para dar conciertos de música religiosa, con los cuales se integraría un programa completo y agradable. Además, se utilizarían como escenario algunos de los bellos templos de la ciudad, verdaderas joyas de arte colonial.
La magnífica idea del Profesor Schneider, sólo alcanzó a realizarse el primer año. En la Semana Santa de 1959. Como ocurre casi siempre con tantos proyectos culturales fallidos, no tuvo continuidad. Las causas debieron ser las mismas de siempre: lo dejaron solo, no se pudo conseguir financiación, declinó su entusiasmo.
El Primer Festival de Música Religiosa
Con todas las limitaciones que es dable suponer para llevar a cabo este tipo de empresas, los gestores no vacilaron en lanzarse a la aventura de organizar el primer Festival. Afortunadamente tuvieron eco en Olav Roots, el inolvidable Director de la Orquesta Sinfónica de Colombia, y en León J. Simar, quien dirigía los Coros de la Universidad del Valle.
Roots, por su lado, y Simar, por el suyo, se contagiaron del entusiasmo de esos cuatro jóvenes ilusos que pretendían emparejar un certamen cultural, en cierta forma exótico en el medio, con una tradición tantas veces centenaria, como las Procesiones de la Semana Santa. Y los asesoraron para hacer un programa decoroso que, obviamente, incluyó la participación de la Orquesta Sinfónica de Colombia, del Coro Magno de la Universidad del Valle y del Conservatorio de la Universidad del Cauca. Para completar el programa, la penuria los obligó a recurrir, –hoy lo cuentan con ruborosa sonrisa–, a las Bandas Departamentales de Nariño y de la Fuerza Aérea Colombiana. Pero realizaron su sueño. Y fue eso lo importante.
Había nacido el Festival de Música Religiosa de Popayán: Semana Santa de 1964.
Algunos medios de comunicación nacional acogieron la iniciativa con prudente escepticismo. Antonio Panesso, en su leída columna, fue más enfático y cordial: “Excelente la noticia de que en Popayán se aprovecharán las festividades de la Semana Santa para realizar el primer festival de música sacra [… el mejor programa, en la ciudad más adorable del país”.
Ni los organizadores, ni la burocracia de la cultura, ni nadie, podían prever ni imaginarse, que, a ese certamen que había tenido un comienzo tan modesto, lo seguirían, sin interrupciones, treinta y cinco festivales más.
Popayán, ¿Ciudad Musical?
No. Definitivamente, no. La ciudad no ha tenido nunca una gran tradición musical.
Aunque algunos investigadores de las incipientes culturas aborígenes que florecían a la llegada de los conquistadores ponderan el temperamento musical de los Pubenenses, la legendaria tribu que habitaba la planicie en donde después se construyó Popayán.
Al respecto, afirma Vergara Cerón: “Los Pubenenses no sólo acostumbraban la música de nutridos conjuntos para sus ‘areitos y beambucos’, sino que todas sus formaciones militares iban precedidas de ‘chirimías’ que no cesaban de tocar sus aires de combate, lo cual les daba a los guerreros extraordinaria animosidad en la pelea y ardor ofensivo en la contienda. La ‘chirimía’ la componían hasta cincuenta músicos, bajo las órdenes de un director o ‘puil’, que tocaba varios instrumentos. El ‘puil’ marchaba a la cabeza del grupo, tocando una especie de cornetín de madera, cuyos sonidos regulaba con los dedos, cubriendo o dejando libres unos agujeros que tenía en la parte superior; este instrumento se llamaba propiamente ‘chirimía’.
”Luego seguían las flautas de Pan. Enseguida iban los ‘maizcos’, que eran instrumentos formados con cortezas secas de ciertas frutas, en cuyo interior metían granos de maíz y, finalmente, las “tamboras” de diversos tamaños”
Básicamente, la “chirimía” de hoy es, instrumentalmente, igual a la de entonces. Pero, el repertorio de esos antiguos conjuntos populares, que todavía recorren y alegran las calles de los diciembres navideños, tanto en el Departamento del Cauca como en otros del sur del país, fue enriquecido notablemente con una abundante producción de bellísimos bambucos, marchas y pasillos compuestos, a lo largo de los años, por notables músicos caucanos. Esa fue una de las formas como se popularizó y difundió la producción folclórica de excelentes compositores de la región, entre los cuales es imperioso recordar a Efraín Orozco, Francisco Eduardo Diago, Luis Carlos Espinosa, Sergio Rojas, Benjamín Iragorri, Francisco Velasco, Silvio Fernández, Luis Carlos Valencia, Luis Diago, Francisco y Satú Torres, Ligia Espinoza y Leonardo Pazos, como los más destacados.
El Maestro Gonzalo Vidal
En este intento de marco histórico al Festival de Música Religiosa, el maestro Gonzalo Vidal, sin lugar a dudas, merece un capítulo especial.
Aunque casi toda su existencia transcurrió en Medellín –donde vivió más de 65 años y se hizo popular al componer el Himno de Antioquia, sobre un sencillo y vigoroso texto del poeta Epifanio Mejía–, Popayán lo reivindica como la cumbre más alta de su historia musical.
Había nacido allí, el 23 de noviembre de 1863, en el seno de una familia de músicos: lo fueron su padre, y un tío, y sus dos hijos. Fue un verdadero autodidacta. A su afán de conocimientos, le agregó severas disciplinas de estudio. Por eso, sin haber salido del país, llegó a conocer todas las técnicas y a acumular una inmensa cultura musical.
Prolífico compositor, fue además, director de orquesta, profesor, fundador de revistas, promotor cultural y notable instrumentista: organista, pianista, violinista, contrabajista, y conocía, además, todos los vientos.
Por algo, el consagrado compositor Luis A. Calvo, afirmaba: “El modestísimo maestro Vidal es el más nacional de nuestros músicos y verdadera joya de arte.[…]. En Colombia apenas se conocen sus trabajos y en España, se le admira. Ante él, me descubro respetuoso”.
Honroso concepto corroborado por el gran Director Rodolfo Pérez: “Lo que nosotros podemos hacer ahora, más que rendirle homenajes, –porque sería muy poco–, es invitar a que la figura ejemplar y maravillosa de Gonzalo Vidal sea de verdad estudiada y gustada... Y que la gente de hoy se encuentre con que hubo momentos de paz, en los que se produjo música de una gran calidad –como la que escribía el maestro Vidal a principios de siglo–, en medio de los fogonazos de las guerras. En esos momentos de tribulación, de desorden espantoso, florece esa personalidad arquetípica que es Vidal, componiendo música magistral en todos los géneros, guiando bandas y orquestas, y formando una pléyade de músicos, gracias a los cuales todavía estamos vivos...”
Música Sacra, antes del Festival
La única música sacra que se conocía entonces, era la que se escuchaba en los oficios religiosos solemnes: misas “cantadas”, Te Deums, honras fúnebres, modestamente interpretada en pequeños armonios, por lo general desafinados. Pero lo más común, eran los cantos gregorianos, interpretados por coros diversos, particularmente por los seminaristas, los coros de religiosas de las diferentes comunidades y por un coro bastante afinado de los Hermanos Maristas.
Solamente en la Catedral había un órgano tubular traído de Europa, a comienzos del siglo, por el Arzobispo Manuel Antonio Arboleda. Con el órgano, el previsivo prelado trajo también al organista, un músico español llamado Francisco Belloso. Pero cuando el instrumentista regresó a su tierra, muy pocos años después, el órgano, luego de cincuenta años de silencio, enmudeció para siempre: el día del terremoto del 31 de marzo de 1983, le cayó encima la cúpula de la Catedral y lo destrozó por completo.
El acompañamiento musical más constante que han tenido las procesiones de Semana Santa, ha sido el Orfeón Obrero. Un antiguo coro que va dentro de la procesión, interpretando, lo mejor que puede, las muy conocidas “Estaciones” del maestro Vidal, o las inconfundibles marchas de los hermanos Torres, de Nicolás González, de Anastasio Bolívar, de Marco Tulio Ante o de Avelino Paz.
Los demás sonidos vinculados a lo procesional y a lo sacro, corrían por cuenta de los campanarios que, en Popayán, no tienen la unidad sinfónica de los carrillones. Por eso, los popayanejos tuvimos que aprender a identificar la procedencia individual de sus voces de bronce, para no equivocar el sitio de la cita, cuando acudíamos a su convocatoria.
Los Primeros Festivales
Detrás de cada certamen cultural que logra realizarse, hay una gran cantidad de gestión, de luchas, de esfuerzos. Eso sólo lo saben los trabajadores de la cultura, cuya labor siempre es anónima, silenciosa, abnegada. Coronar un proyecto, en un país que no se ha comprometido de verdad con la cultura, supone dosis muy altas de constancia, de terquedad, de persistencia.
Los organizadores de los primeros Festivales de Música Religiosa debieron afrontar múltiples obstáculos. Pues, además de aquellos inherentes a su ingente labor, debieron adelantar una vasta campaña pedagógica. El público local estaba acostumbrado a asistir a los templos solamente para cumplir obligaciones religiosas. Jamás para escuchar música. En esos recintos sagrados, no se concebían aplausos, mucho menos ovaciones. Los sectores tradicionalistas más reacios, veían el certamen como algo exótico e intruso, que había irrumpido intempestivamente, como “cuerpo extraño”, para competir con las procesiones de la Semana Santa, cuya vivencia la percibimos y la sentimos, los nacidos aquí, como una forma de ser popayanejos.
A tanto llegó la audacia juvenil de los organizadores del Festival, que se les ocurrió montar un ballet en pleno presbiterio. Durante el lV Festival, el Arzobispo Miguel Angel Arce, sin duda un prelado innovador y progresista, les autorizó la presentación de una bella obra de Monteverdi: El Combatimento de Tancredo y Clorinda, en cuya versión alternan bailarines y solistas con la orquesta. No creo que hubiera antecedentes en Colombia, ni en otras partes, de un espectáculo semejante. El público abarrotó el Templo de Santo Domingo. El éxito fue total para satisfacción de quienes se resolvieron a asistir, entre asombrados y atónitos, y para frustración de una minoría que se quedó afuera, santiguándose, compuesta por lo más granado de la beatería local.
En la Semana Santa de 1969, cuando se llevaba a cabo el Sexto Festival, asistió el entonces Presidente de la República, doctor Carlos Lleras Restrepo, y en su honor se ofreció el Concierto del Viernes Santo. Durante el concierto se interpretó “La Pasión, según San Juan”, de J.S. Bach. La asistencia del Primer Magistrado de la Nación al Festival fue el espaldarazo oficial definitivo. Porque, a partir de entonces, vivamente impresionado por la importancia de ese certamen cultural, el Presidente Lleras institucionalizó la vinculación de Colcultura, cuyo valioso aporte y respaldo ha sido decisivo para su continuidad.
Grupos Orquestales y Corales Invitados
A lo largo de su ya extensa historia, han participado los grupos orquestales y corales más importantes del país y un alto número, perteneciente a 23 países, que vale la pena enumerar, para medir la condición internacional del Festival y el enorme esfuerzo de sus organizadores.
En los treinta y seis Festivales que se han llevado a cabo, han participado grupos y solistas de países como Alemania, Argentina, Austria, Bélgica, Corea del Sur, Costa Rica, Curazao, Checoeslovaquia, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Hungría, Inglaterra, Irán, Italia, Japón, México, Marruecos, Polonia, Rusia y Venezuela.
La seriedad, el prestigio y la calidad del Festival se han consolidado con la participación de muy buenas orquestas, como la Sinfónica de Colombia, la Sinfónica del Valle, la de Cámara de Caldas, la de Música Antigua de Medellín, entre las nacionales. Y con grupos orquestales de otros países, como la Virtuosi da Camera de New York, el Deller Consert de Londres, el Quinteto de Vientos del Mozarteum Argentino, el Trío Inglés con miembros de la famosa Academy of St.Martin-in-the-Fields, el grupo Música de los Tiempos Pasados, de México, el conjunto IBN Arabi de Marruecos, el conjunto Performance Multimediales de Viena y el Grupo Musical de la República Islámica de Irán, entre otros.
Son muchos los grupos corales que han intervenido. Entre todos ellos recordamos excelentes presentaciones de la Coral Tomás Luis de Victoria, Arte Nuevo y Antiguo de Medellín, Ballestrinque y Palestrina de Bogotá, Schola Cantorum de Caracas, Schola Cantorum Cantate Domino de Bélgica y, obviamente, con satisfacción y orgullo, el gran Coro de Cámara de Popayán.
Solistas Invitados
Es una larga lista. La encabeza, por derecho propio, el maestro Rafael Puyana, eximio clavichembalista colombiano, cuya magistral participación en cuatro certámenes le confirió gran altura al Festival.
Popayán tuvo también la suerte de escuchar, en uno de sus mejor rematados carteles de Festival, a John Williams, el famoso guitarrista mundial. Grandes violinistas, como Carlos Villa, Isabel O’Byrne, Ruth Lamprea, Mario Díaz, Hugo Valencia, Frank Preuss. Destacados pianistas como Blanca Uribe, Harold Martina, Teresita Gómez.
Intérpretes vocales como Martha Senn, la consagrada mezzo-soprano nacional, quien cantó por primera vez como solista en uno de los Festivales, Marina Tafur, Leonor González Mina, Carmiña Gallo, Alejandro Ramírez, Orlando Rengifo, Gilberto Escobar.
Directores Invitados
Cierra esta apretada reseña el brillante grupo de los directores: Olav Roots, León J. Simar, Luis Biava, Jaime León, Luis Carlos Espinosa, Blas Emilio Atehortúa, Luis Carlos Figueroa, Daniel Lipton, Francesco Belli, Ernesto Díaz y Arthur Oldham, el excelente músico inglés, que sobrado de amor y de valor dirigió, pocas horas después del terremoto, el “Requiem” de Fauré –que iba a ser la obra central del concierto de la tarde–, que fue cantado entre lágrimas por un grupo improvisado de cantores, en acto estremecedor y emocionante, sobre las ruinas de Popayán.
Los Críticos y el Festival
La presencia de notables autoridades de la crítica musical, entre las cuales cabe un recuerdo especial para uno de los más calificados y entusiastas impulsores del Festival, el Profesor Otto de Greiff, ha servido de orientación y pauta.
Cada Festival ha motivado crónicas y reseñas. Con ellas se ha conformado una historia condensada, que permite el seguimiento y la evaluación de sus resultados. Críticos tan respetados como Manuel Drezner, Hernando Caro Mendoza, Germán Borda, Carlos Barreiro, Basso Di Cornetto y Mario Gómez de Vignes, han consignado sus comentarios y conceptos en diversos medios de comunicación.
El Coro de Cámara de Popayán
Son muchos los aportes del Festival a la cultura. Pero, quizás, uno de los más importantes, ha sido la creación de una gran agrupación coral: el Coro de Cámara de Popayán.
Fundado por Stella Dupont Arias en diciembre de 1967, el coro ha participado en todos los Festivales y ha realizado giras exitosas por varias ciudades colombianas y el exterior.
Entre sus presentaciones más brillantes hay que destacar la que hizo ante Su Santidad el Papa Juan Pablo ll durante su visita a Popayán, en julio de 1986, y la que realizó ante diecisiete Jefes de Estado iberoamericanos, en Santa Marta, el 18 de diciembre de 1980, como única coral invitada a los actos conmemorativos del primer sesquicentenario de la muerte del Libertador.
Stella Dupont no es sólo una excelente pianista. Es, en concepto de la crítica, una de las mejores directoras de coros de la actualidad. Su disciplinado trabajo profesional se refleja en la altísima calidad de la agrupación que dirige, considerada por el maestro Rafael Puyana como “un coro muy afinado. No me atrevo a decir que es el mejor del país, porque no los conozco a todos. Pero, si tenemos varios coros de esta categoría, estaríamos muy bien en ese ramo”.
El Festival y el Arte
Para anunciar y promocionar anualmente el Festival, su Director Edmundo Mosquera tuvo la luminosa idea de vincular a los más consagrados artistas colombianos, invitándolos a elaborar el afiche respectivo.
En el mosaico que cierra este bellísimo libro, se pueden admirar todos ellos, elaborados por artistas de la más alta categoría, como Edgar Negret, Augusto Rivera, Santiago Cárdenas, Juan Cárdenas, Fernando Botero, David Manzur, Enrique Grau, Maripaz Jaramillo, Eduardo Ramírez Villamizar, entre otros.
El Artífice del Festival
Edmundo Mosquera Troya ha podido realizar en solitario la magna proeza de organizar 36 certámenes de tanta calidad cultural porque convirtió el Festival en el eje central de su vida. Sólo ahora cuenta con un grupo de colaboradores eficientes, formados por él. Pero él es el alma, el hombre-orquesta, el hombre-festival. Él es su garantía, pero también su riesgo.
No contento con colocarlo a la altura de los más selectos públicos, le han sobrado visión y energías para organizar paralelamente conciertos populares en los rincones coloniales más bellos de la ciudad y para llevar el Festival a las ciudades de la provincia caucana. En Santander de Quilichao se han realizado ya siete festivales. Y dos en Timbío. Y seguirá con Silvia en el futuro inmediato. Una forma de descentralizar la cultura; de despojarla de su condición elitista; de acercarla, sin demagogia, a los grandes núcleos populares.
El reto es continuar, sin dejarlo decaer, en el ambiente señorial y austero de Popayán, la eterna, “sembrada en un remanso del tiempo, sin más porvenir que un pasado colmado de destino”. Precisamente allí, donde el tesón perseverante de Mosquera Troya, haciéndole honor a sus ancestros musicales y guerreros, repite cada año el esperado milagro de un nuevo Festival. Amén.