- Botero esculturas (1998)
- Salmona (1998)
- El sabor de Colombia (1994)
- Wayuú. Cultura del desierto colombiano (1998)
- Semana Santa en Popayán (1999)
- Cartagena de siempre (1992)
- Palacio de las Garzas (1999)
- Juan Montoya (1998)
- Aves de Colombia. Grabados iluminados del Siglo XVIII (1993)
- Alta Colombia. El esplendor de la montaña (1996)
- Artefactos. Objetos artesanales de Colombia (1992)
- Carros. El automovil en Colombia (1995)
- Espacios Comerciales. Colombia (1994)
- Cerros de Bogotá (2000)
- El Terremoto de San Salvador. Narración de un superviviente (2001)
- Manolo Valdés. La intemporalidad del arte (1999)
- Casa de Hacienda. Arquitectura en el campo colombiano (1997)
- Fiestas. Celebraciones y Ritos de Colombia (1995)
- Costa Rica. Pura Vida (2001)
- Luis Restrepo. Arquitectura (2001)
- Ana Mercedes Hoyos. Palenque (2001)
- La Moneda en Colombia (2001)
- Jardines de Colombia (1996)
- Una jornada en Macondo (1995)
- Retratos (1993)
- Atavíos. Raíces de la moda colombiana (1996)
- La ruta de Humboldt. Colombia - Venezuela (1994)
- Trópico. Visiones de la naturaleza colombiana (1997)
- Herederos de los Incas (1996)
- Casa Moderna. Medio siglo de arquitectura doméstica colombiana (1996)
- Bogotá desde el aire (1994)
- La vida en Colombia (1994)
- Casa Republicana. La bella época en Colombia (1995)
- Selva húmeda de Colombia (1990)
- Richter (1997)
- Por nuestros niños. Programas para su Proteccion y Desarrollo en Colombia (1990)
- Mariposas de Colombia (1991)
- Colombia tierra de flores (1990)
- Los países andinos desde el satélite (1995)
- Deliciosas frutas tropicales (1990)
- Arrecifes del Caribe (1988)
- Casa campesina. Arquitectura vernácula de Colombia (1993)
- Páramos (1988)
- Manglares (1989)
- Señor Ladrillo (1988)
- La última muerte de Wozzeck (2000)
- Historia del Café de Guatemala (2001)
- Casa Guatemalteca (1999)
- Silvia Tcherassi (2002)
- Ana Mercedes Hoyos. Retrospectiva (2002)
- Francisco Mejía Guinand (2002)
- Aves del Llano (1992)
- El año que viene vuelvo (1989)
- Museos de Bogotá (1989)
- El arte de la cocina japonesa (1996)
- Botero Dibujos (1999)
- Colombia Campesina (1989)
- Conflicto amazónico. 1932-1934 (1994)
- Débora Arango. Museo de Arte Moderno de Medellín (1986)
- La Sabana de Bogotá (1988)
- Casas de Embajada en Washington D.C. (2004)
- XVI Bienal colombiana de Arquitectura 1998 (1998)
- Visiones del Siglo XX colombiano. A través de sus protagonistas ya muertos (2003)
- Río Bogotá (1985)
- Jacanamijoy (2003)
- Álvaro Barrera. Arquitectura y Restauración (2003)
- Campos de Golf en Colombia (2003)
- Cartagena de Indias. Visión panorámica desde el aire (2003)
- Guadua. Arquitectura y Diseño (2003)
- Enrique Grau. Homenaje (2003)
- Mauricio Gómez. Con la mano izquierda (2003)
- Ignacio Gómez Jaramillo (2003)
- Tesoros del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. 350 años (2003)
- Manos en el arte colombiano (2003)
- Historia de la Fotografía en Colombia. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1983)
- Arenas Betancourt. Un realista más allá del tiempo (1986)
- Los Figueroa. Aproximación a su época y a su pintura (1986)
- Andrés de Santa María (1985)
- Ricardo Gómez Campuzano (1987)
- El encanto de Bogotá (1987)
- Manizales de ayer. Album de fotografías (1987)
- Ramírez Villamizar. Museo de Arte Moderno de Bogotá (1984)
- La transformación de Bogotá (1982)
- Las fronteras azules de Colombia (1985)
- Botero en el Museo Nacional de Colombia. Nueva donación 2004 (2004)
- Gonzalo Ariza. Pinturas (1978)
- Grau. El pequeño viaje del Barón Von Humboldt (1977)
- Bogotá Viva (2004)
- Albergues del Libertador en Colombia. Banco de la República (1980)
- El Rey triste (1980)
- Gregorio Vásquez (1985)
- Ciclovías. Bogotá para el ciudadano (1983)
- Negret escultor. Homenaje (2004)
- Mefisto. Alberto Iriarte (2004)
- Suramericana. 60 Años de compromiso con la cultura (2004)
- Rostros de Colombia (1985)
- Flora de Los Andes. Cien especies del Altiplano Cundi-Boyacense (1984)
- Casa de Nariño (1985)
- Periodismo gráfico. Círculo de Periodistas de Bogotá (1984)
- Cien años de arte colombiano. 1886 - 1986 (1985)
- Pedro Nel Gómez (1981)
- Colombia amazónica (1988)
- Palacio de San Carlos (1986)
- Veinte años del Sena en Colombia. 1957-1977 (1978)
- Bogotá. Estructura y principales servicios públicos (1978)
- Colombia Parques Naturales (2006)
- Érase una vez Colombia (2005)
- Colombia 360°. Ciudades y pueblos (2006)
- Bogotá 360°. La ciudad interior (2006)
- Guatemala inédita (2006)
- Casa de Recreo en Colombia (2005)
- Manzur. Homenaje (2005)
- Gerardo Aragón (2009)
- Santiago Cárdenas (2006)
- Omar Rayo. Homenaje (2006)
- Beatriz González (2005)
- Casa de Campo en Colombia (2007)
- Luis Restrepo. construcciones (2007)
- Juan Cárdenas (2007)
- Luis Caballero. Homenaje (2007)
- Fútbol en Colombia (2007)
- Cafés de Colombia (2008)
- Colombia es Color (2008)
- Armando Villegas. Homenaje (2008)
- Manuel Hernández (2008)
- Alicia Viteri. Memoria digital (2009)
- Clemencia Echeverri. Sin respuesta (2009)
- Museo de Arte Moderno de Cartagena de Indias (2009)
- Agua. Riqueza de Colombia (2009)
- Volando Colombia. Paisajes (2009)
- Colombia en flor (2009)
- Medellín 360º. Cordial, Pujante y Bella (2009)
- Arte Internacional. Colección del Banco de la República (2009)
- Hugo Zapata (2009)
- Apalaanchi. Pescadores Wayuu (2009)
- Bogotá vuelo al pasado (2010)
- Grabados Antiguos de la Pontificia Universidad Javeriana. Colección Eduardo Ospina S. J. (2010)
- Orquídeas. Especies de Colombia (2010)
- Apartamentos. Bogotá (2010)
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Los rostros de Colombia
Rostros de Colombia.
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Rostros de Colombia.
Texto de: Germán Santamaría.
Colombia no es un paraíso. Tampoco está muy cerca de serlo. Se halla, eso sí, lejos de todo infierno humano. Con toda certeza Colombia es una nación aún sin descubrir del todo para el mundo contemporáneo, y por ello quienes penetran en su entraña padecen la fascinación de su realidad y su magia, de su grandeza y su miseria.
Cuando alguien se adentra en ella palpa el sabor de un mundo en formación, los vientos de un país que está por cuajar, un mundo con el dolor real de que muchos de sus niños no tengan un porvenir seguro, pero un mundo tan hermosamente mágico que sus campos y pueblos aún se empapan de lluvias de mariposas amarillas.
Es un país tan joven que, como en el Macondo del colombiano más universal de todos los tiempos, Gabriel García Márquez, las cosas son tan recientes que algunas carecen de nombre y para distinguirlas es necesario señalarlas con el dedo. Y no es un artificio literario. En los grandes bosques y selvas del país existen ríos y poblados que aún no aparecen en los mapas, y plantas y animales que aún no se llaman de alguna manera porque permanecen ocultos a la mirada del hombre.
Es también un país primigenio porque cada semana más de 250 familias colombianas se desplazan hacia remotas regiones y comienzan una hazaña humana, que ya en Europa y en los Estados Unidos pertenece a la leyenda: Colonizar. Estos intrépidos colonos, errando con sus familias, animales y enseres, penetran en las húmedas selvas de la Amazonia, en los bosques lluviosos del Pacífico o en los tremedales del Urabá en la costa del Caribe, y allí surcan ríos, abren caminos, despejan montañas, construyen sus casas bajo los árboles e inician, en pleno siglo XX, el bíblico deber de colocar por primera vez la semilla entre la tierra.
Pero no todo en Colombia es un bíblico amanecer. Esta sería apenas una imagen fragmentaria del país. Simultáneamente al desarrollo de este proceso primigenio, cerca de 20 millones de colombianos se encuentran asentados en centros urbanos donde se levantan torres de edificios de hasta 50 pisos. Es ésta la Colombia de grandes ciudades, a tal punto que es el país hispanoamericano que, en proporción a su extensión y densidad de población, cuenta con el mayor número de grandes e importantes ciudades. La principal es Bogotá, una urbe de 6 millones de habitantes, y que para muchos viajeros se ofrece como la sorprendente visión de un Manhattan en plenos Andes. Pero igualmente está Medellín, la más importante ciudad industrial del país, enclavada en las más desafiantes montañas, o Cali en el Valle del Cauca, tal vez la región del país cuyo verdor y feracidad la convierten en el territorio colombiano que más se asemeja a la idea del El Paraíso, tal como se llamara la estancia donde se desarrolló "María" de Jorge Isaacs, la más famosa y perfecta novela del Romanticismo Hispanoamericano. En pleno Caribe se encuentra Barranquilla, populoso puerto comercial llamado con acierto "la puerta de oro de Colombia", pues allí penetró el progreso al país a través del Río Grande de la Magdalena, que es el gran río de la patria, y hasta mediados del presente siglo la espina vertebral de las comunicaciones y de los transportadores e intercambios interiores. Por Barranquilla llegaron desde los pianos de cola hasta las máquinas de la industria textil.
Pero las ciudades por sí solas no son progreso. Tal vez lo sea que en las cuatro principales ciudades del país más de tres millones de obreros laboren en las fábricas, que las 20 principales agrupaciones urbanas cuenten con aeropuertos aptos para aviones jet, que los ocho puntos fronterizos más distantes del país estén comunicados con la capital de Colombia por vía satélite, o que pese a sus graves problemas, el país sea el menos endeudado de América Latina, y que su economía haya logrado sobreaguar con relativa solvencia la grave crisis mundial de los últimos años.
Pero hay una verdad inequívoca que cobija a todo el país: Colombia es apenas una nación en desarrollo. Otros nos suelen llamar países subdesarrollados o del Tercer Mundo. Lo cierto es que esta determinación abstracta se traduce en términos concretos: desnutrición y malnutrición de la población, altísimo déficit de vivienda?un millón de viviendas es la carencia colombiana? agudos problemas de salubridad, bajo nivel de ingreso por habitante ?en Colombia es de 1.385 dólares atraso en los medios y técnicas de explotación agrícola, hacinamiento en las ciudades y concentración en éstas de la población profesional calificada.
No hay duda de que éstos son problemas graves. Pero para un pueblo que lleva escasos 175 años como nación, los problemas también son desafíos para apuntalar su marcha hacia el destino de la esperanza.
Un reto muy difícil de cumplir para un país como Colombia, donde parece que aún sus habitantes no se acaban de acomodar en sus puestos. Se trata de una verdadera eclosión humana, ya que en lo que va corrido de este siglo Colombia ha multiplicado su población nueve veces, mientras que Francia en los últimos 500 años sólo se ha duplicado tres veces. Por fortuna, uno de los grandes logros de Colombia en los últimos años fue precisamente reducir su crecimiento de casi el 5% anual a casi el 2%.
Pero no obstante el anterior esfuerzo, en Colombia cada día se funda un nuevo pueblo, nace una aldea, o una población mediana se transforma en ciudad. Tropical, exuberante, con una vitalidad de rítmica sensualidad, se diría que Colombia es un país que se siente crecer, y tal vez su carencia de historia milenaria ?sin olvidar su riqueza arqueológica y antropológica?, hace que no sea un pueblo fatigado, sino por el contrario, es una sociedad briosa, a veces injusta, humilde y opulenta, que asemeja un gran fresco de la evolución de todas las virtudes y deficiencias de la condición humana.
El colombiano que puede.
Hace algún tiempo, un joven de 16 años se escondió entre el tren de aterrizaje de un jet y viajó así hasta Méjico, soportando temperaturas de siete grados bajo cero y una presión atmosférica de diez mil metros de altura. Cuando le preguntaron cómo lo había logrado, el ícaropolizón respondió serenamente: "Porque soy colombiano". Sus palabras señalan la condición esencial de la estirpe colombiana, un pueblo que ha luchado como pocos para domeñar una tierra arisca y unas condiciones sociales extremadamente difíciles, hasta llegar a establecer un estadio de desarrollo significativo dentro de¡ contexto latinoamericano.
Es el hombre colombiano quien civilizó ?y aún lo está haciendo -las llanuras y las selvas, las cumbres nevadas, las tres cordilleras que atraviesan el país, las sabanas limpias que desembocan en la Amazonia o las montañas y valles interandinos donde se desarrolla la mayor explotación agrícola de Colombia. Se trata del hombre colombiano del café, de las minas de oro y de carbón, de la caña de azúcar y del algodón, el negro y el llanero, el mulato y el mestizo, el buscador de esmeraldas, pero también el hombre colombiano obrero, trabajador de astilleros y siderúrgicas, operario y técnico de las industrias textiles, constructor de enormes centrales hidroeléctricas, y también el industrial, la mujer campesina, el estudiante y el ejecutivo de las grandes empresas.
Es una variedad humana propia de una nación nutrida de la etnia española, cimentada en la presencia y mezcla de la población aborigen, enriquecida con la negritud africana; así, Colombia es una forja de razas, de costumbres, de culturas. En ella, el hombre del mar y de la cumbia nada tiene que ver con el hombre de Nariño, que en su morada del sur, se hunde en lo profundo de un silencio de raíces incaicas. De igual manera los negros mineros del Chocó, en el Pacífico occidental, atrapados en la selva más lluviosa del mundo, son como seres de otro planeta comparados con los habitantes de las Llanuras Orientales, vaqueros de a caballo y rejo de enlazar que cabalgan a su arbitrio por la libertad de las vastas sabanas ganaderas.
Durante el siglo pasado, más de 32 guerras civiles asolaron el territorio colombiano, durante un tiempo en que la República aún no cuajaba en un país que acababa de independizarse de España. Y no hace treinta años, los enfrentamientos sangrientos de sectarismos partidistas entre los dos partidos políticos tradicionales dejaron el saldo de por lo menos 250 mil muertos en una guerra civil jamás declarada.
Sin embargo, a pesar de esta increíble diversidad humana y de los radicales enfrentamientos políticos, Colombia es uno de los países que ofrecen una mayor identidad cultural y étnica dentro del contexto latinoamericano. Sobre los 1’142.748 kilómetros cuadrados de extensión lo de su territorio, y sobre los 28 millones de personas que lo habitan, se puede afirmar sin temor al equívoco que no existe un solo habitante que no sea consciente y participante de su nacionalidad colombiana. De igual manera, el idioma castellano y la religión católica son conceptos culturales unánimes a lo largo y ancho del país. De esta forma, en contraste con algunos países vecinos, donde la mitad de la población no habla español ni se halla integrada a la nación, Colombia es un país integral a nivel cultural, racial, lingüístico y religioso.
Esta unidad en la diversidad es la condición de posibilidad de un proyecto común que comprometa a toda la población en una empresa y un sueño de felicidad y bienestar humano, aún más allá de los dos sistemas en que peligrosamente el mundo contemporáneo ha sido dividido.
Lo anterior no quiere decir que Colombia sea una unidad monótona. Por el contrario, dentro de una heterogeneidad coherente se destacan pueblos como el antioqueño. Empotrado en las altas montañas andinas, este pueblo construyó allí no solamente la infraestructura industrial del país, sino que creó toda una civilización que protagonizó una de las grandes epopeyas de América.
Se trata de la colonización antioqueña del occidente colombiano el mayor desplazamiento colonizador que se haya llevado a cabo en el continente después de la conquista del Oeste norteamericano, según lo demuestra el historiador estadinense James Parson. En efecto, más de 200.000 personas provenientes de las montañas de Antioquia, desde finales del siglo pasado y hasta sólo hace 40 años, se desplazaron por entre ríos y selvas inextricables para extender la frontera agrícola, a la manera de las roturaciones medievales, fundando lo que es hoy día la región productora del 80 por ciento del café colombiano, a su vez columna vertebral de la economía nacional.
También como parte integral de la armónica diversidad del país se destacan pueblos como los de la región del Caribe y los de las montañas de los departamentos de Santander y el Tolima. Los primeros, descendientes de los antiguos indígenas Caribes y de los esclavos negros traídos del África, son los habitantes de las planicies del norte colindantes con el Océano Atlántico, constituyen toda una cultura vivencial y espiritual. Pertenecen al gran pueblo Caribe?Antillano de América, pero son genuinamente colombianos. Tolima y Santander, en el centro y en el oriente andino del país, expresan toda la capacidad del hombre colombiano para imponerse sobre la naturaleza arisca y para forjar su propio destino. Los santandereanos y los tolimenses arrancaron de la tierra el tabaco y el café, y la impronta de ambos pueblos es su rebeldía casi altanera para luchar por la libertad.
Pero tal vez es la población indígena la que revela cómo Colombia es un país infinito y único al mismo tiempo, Se calcula que cerca de 250 mil aborígenes de directa ascendencia precolombina subsisten aún en el país. Están ubicados principalmente en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde se encuentran junto al mar Caribe los más altos picos de todo el territorio nacional. Allí permanecen fieles a sus tradiciones, cultura y religión milenarias, los Aruacos y los Koguis, quienes jamás se quisieron doblegar ante las creencias de los blancos y se mantienen intactos como los Tayronas de hace cinco siglos, los legendarios constructores de ciudades de piedra, inexpugnables fortalezas que nunca lograron traspasar los conquistadores españoles. Pero la mayor parte de los indígenas colombianos se encuentra en las comunidades organizadas de los departamentos de Cauca y Nariño. Cerca de 200 mil indígenas Paeces y Guambianos habitan los resguardos que les fueron adjudicados desde la Colonia. En las selvas de la Orinoquia y la Amazonia y en las del departamento del Chocó habitan otras comunidades menores. Como en todos los países del sector andino de Suramérica, en Colombia los indígenas viven el conflicto de la tierra, pues se hallan replegados hacia las más inhóspitas regiones del país; por ello entre indígenas, blancos y mestizos, no se vive propiamente la armonía social.
Un país mediterráneo.
En los albores del siglo XVI, cuando se iniciaba la conquista española de América, se encontraron por casualidad, cerca a lo que hoy es Bogotá, los conquistadores Sebastián de Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada y Nicolás de Federman. Venían del mar Caribe, de Venezuela a través de los Llanos Orientales y del remoto Perú. Escuálidos, diezmados sus hombres por el ataque de numerosas tribus bélicas y por el hambre, la fatiga, las enfermedades y las fieras, eran tres guerreros extraviados en el corazón de América Andina, y cuando se vieron frente a frente lo primero que se preguntaron unos a otros fue dónde quedaba el mar. Su travesía era un viaje casi delirante a través de una geografía y una naturaleza desconocidas e inexplicables para el hombre europeo. Lo único universal, lo único que los unía, la era el mar.
Esta cita de los tres procelosos conquistadores en lo más alto de los Andes colombianos, a 2.600 metros, muy lejos de¡ mar, tipifica el carácter estrictamente mediterráneo que caracteriza a Colombia. "¡Tierra buena! ¡Tierra buena! Tierra para hacer perpetua casa... Tierra de bendición..." exclamó el cronista Castellanos cuando Jiménez de Quesada fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá el 6 de agosto de 1538; entonces el sacerdote Las Casas, que acompañaba las tropas dijo allí una misa y después el fundador, arrancó un puñado de hierba y la esparció al viento, desenvainó la espada y dijo que tomaba posesión de aquella tierra a nombre de su señor Carlos V. Luego preguntó a la multitud si alguno se oponía, lo que era también esparcir voces al viento. Precisamente esta ciudad vendría a ser la capital del país y en ella se inicia su desarrollo.
Aunque Cartagena llegó a convertirse en la Llave de las Indias para los españoles como el puerto de entrada a todas sus colonias de ultramar, lo cierto es que primero Bogotá, y después algunos pueblos de Santander y del Tolima, es decir, siempre centros urbanos en el centro del país, fueron los focos fundamentales de las iniciativas económicas y políticas en la historia de Colombia. Así, al contrario de casi todos los países, el desarrollo colombiano, su identidad y constitución de unidad, se genera de adentro hacia afuera, desde lo más profundo de la montaña andina hasta las costas Caribe y Pacífica. Y aún hoy día los polos económicos más importantes del país se encuentran ubicados en el interior. La industria en Medellín y el café en los departamentos de Caldas, Tolima, Quindío y Risaralda, así como la agricultura más avanzada en la región del Valle del Cauca, hacen que prácticamente el país dependa, esencialmente de la actividad agrícola y manufacturera que se produce en el interior de su geografía.
Y aún más, de manera paradójica, se diría que en Colombia las zonas costeras, que sumadas en su sector Pacífico y Caribe totalizan tres mil kilómetros de litoral, muestran todavía un mayor grado de estancamiento en sus estructuras sociales que represan su evolución a superiores estadios y su apertura a nuevas perspectivas. Por ejemplo, en el Caribe, especialmente en el departamento de la Guajira, subsisten estructuras sociales de tipo tribal como clanes familiares cerrados. También se conocen todavía manifestaciones feudales en las relaciones entre los trabajadores y los propietarios terratenientes. De¡ Chocó, entre tanto, no es exagerado afirmar que se trata de un cosmos lejano y desconocido de selvas lluviosas y hombres de color, que conforman un estadio vital que se asemeja en mucho a lo que es el África ecuatorial.
El destino mediterráneo de Colombia se expresa también en el ansia de mar que ha marcado a sus poetas. Hacia 1920 uno de los mayores juglares del país, León de Greiff, escribió "Poema al mar no visto". En efecto, por entonces el creador no conocía el océano, pero su poema es una de las mejores odas al mar en lengua castellana. Porque además, hasta cuando en el país no irrumpieron los modernos medios de transporte, era una odisea larga y difícil viajar a conocer el mar. Todavía en las montañas de Boyacá, Santander o el Tolima nacen, viven y mueren millones de personas sin conocer el mar. Pero esta indiferencia al mar de ninguna manera es un orgullo. El país necesariamente tendrá que dejar de ofrecer la espalda a sus océanos, para empezar a explotar a fondo su riqueza turística y pesquera.
Todo lo verde.
Una de las sentencias apocalípticas sobre América y la tierra toda, fue la del novelista argentino Eduardo Mallea: "Se ha de extinguir todo lo verde". Pero Colombia es un país tan verde, tan denso y exuberante, que si esta fatal premonición se cerniera sobre el continente, es seguro que se cumpliría de última en Colombia.
Porque sin duda no es falaz afirmar que Colombia es de los países más verdes de América. Además de tener el privilegio de poseer todos los climas por ser país tropical, Colombia posee todos los contrastes en razón de su excepcional posición geoastronómica al ubicarse bajo dos ecuadores ?el climático y el geográfico, lo que hace que la luminosidad solar sea intensa y directa los 365 días del año. Esto sin contar la multiplicidad de ecosistemas que proporcionan los tres ramales de los Andes que atraviesan todo el país. La infinita gama vegetal que Colombia ofrece desde el nivel del mar hasta los páramos y cumbres nevadas no tiene similar en América y quizá en el mundo.
Los pajonales y sabanas de los Llanos Orientales, las inescrutables selvas pluviales del Amazonas y del Pacífico, los bosques andinos, los hermosos bosques de niebla y los páramos que se remontan hacia las cumbres nevadas que yacen perpetuas a más de cinco mil metros de altura, forman en su conjunto un ajedrez de verdes matices, pálidos, intensos y profundos que finalmente se asemejan a una gigantesca esmeralda de más de un millón de kilómetros cuadrados ubicada en la esquina de Suramérica.
Aunque cada año se están talando en el país aproximadamente más de un millón de hectáreas de bosques, y en los últimos 15 años se ha arrasado con la mitad de los recursos forestales del país, toda su esperanza yace en su verdor. De vocación agrícola por tradición, Colombia cuenta con una naturaleza tan feraz que sólo el atraso social y el tecnológico explican que no sea en la actualidad una nación exportadora de alimentos.
Entre este verdores sobre él existe igualmente una de las faunas más ricas del continente. De manera unánime los científicos han afirmado que Colombia es el país más rico del mundo en avifauna. Los pájaros adornan de luz y de colores todo el territorio nacional.
La riqueza avifáunica colombiana se inmortaliza en dos hechos mayores del arte colombiano. El primero es el famoso verso del máximo poeta nacional José Asunción Silva, cuando escribió: "Una noche, una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas"; y los cóndores mitológicos de Alejandro Obregón, uno de los más importantes pintores del país.
Tres regiones resumen la densidad de la naturaleza colombiana. Los Llanos Orientales en el límite hacia Venezuela, son como un mar de tierra interior y constituyen la tercera parte del país. Es una vasta sabana a campo abierto surcada por ríos largos y profundos, y de una superficie tersa, de infinitos pajonales encorvados por el viento. Alrededor de la capital se halla la Sabana de Bogotá, que tiene los suelos más fértiles y caros del país. Cuando un viajero internacional llega por primera vez a Colombia y desde el avión que se aproxima al aeropuerto El dorado vislumbra el espectáculo de la verde geometría de la Sabana, tiene la sensación de estar arribando a una ciudad situada en la campiña europea. La tercera región no es una sino muchas. Se trata de los páramos, que son las fábricas de agua del país; se encuentran a alturas superiores a los 3.500 metros sobre el nivel del mar, y sus valles y planicies desoladas, sus lagunas y sus altas cumbres constituyen un territorio misterioso de silencio donde nacen las corrientes que se van a convertir en los grandes ríos colombianos.
Y el colombiano.
Más de dos millones de colombianos se encuentran actualmente radicados fuera de las fronteras del país. Se sabe de un colombiano que vende camellos en el desierto del Sahara, de un antioqueño propietario de un almacén de alfombras en Bagdad. Más de diez mil colombianos viven en Australia. Cerca de300 mil colombianos se encuentran radicados en Nueva York. Hay quienes afirman que los colombianos que viven y trabajan en Venezuela pueden llegar al millón.
Con sólo 4 años de régimen militar real en lo que va corrido de este siglo (1953?1957), los colombianos no huyen, como lo hacen los habitantes de otros países latinoamericanos, de una dictadura aciaga, sino que emigran jalonados por la necesidad de buscar una mejor fortuna económica, pero también impulsados por el afán de aventura. El colombiano es por esencia un viajero, un errante inventor de cosas, un rebuscador de la vida. Esta faceta de su personalidad y su destino lo pueden llevara recreara conciencia toda la picaresca del ingenio humano hasta alcanzar alguna intrincada dimensión de su condición de hombre. En varios países se considera a los colombianos como unos excelentes trabajadores, ejemplares obreros de fábrica o hábiles ejecutivos y empresarios. Pero igualmente en Centroamérica los hombres colombianos son considerados como los más "peligrosos enamorados"; y en muchos otros países el pasaporte colombiano no deja de despertar inquietud en las aduanas. Esto hay que reconocerlo porque al escribir sobre el hombre colombiano hay que recordar una vieja sentencia del filósofo francés Jean Paul Sartre: "Si voy a hablar del hombre tengo que hacerlo de todo él, y no sólo de sus zonas llamadas nobles..."
Pero esta apertura internacional se da principalmente en el hombre de ciudad, así el campesino sea capaz también de emprender por las "trochas verdes" su viaje de indocumentado hacia Venezuela. En realidad es el habitante de las grandes ciudades, ya sea de Bogotá, Medellín o Cali, el que se juega la carta de la marcha hacia mejor fortuna en el extranjero, sea un profesional recién graduado o un hombrecito anónimo sin oficio conocido.
Por lo anterior, muy distante de la imagen del colombiano cosmopolita, existe ese otro apegado a la tierra, aún sembrado en la institución española de la hacienda, ya sea como propietario latifundista o como simple peón de los campos. Puede ser un trabajador afincado en su heredad o un cosechero errante que vagabundea por todo el país recogiendo en abril la cosecha de café en Caldas, la de algodón en julio en el Tolima y también trasegando los calurosos algodonales de la costa Atlántica en diciembre.
Desde los campos de Boyacá hasta las cumbres macizas de Nariño, existe un campesino que con su arquitectura y su vestuario y su cultura alimentaría conforma pueblos y veredas y senderos que a veces producen la sensación de vivir un instante de la Edad Media. Desde las espadañas de las iglesias doctrineras, como lo hicieran los jesuitas hace más de tres siglos, aún se llama en los atardeceres de pueblos a los labriegos para que concurran a misa.
Pero ésta también es una visión fragmentaria de la geografía humana del país. En esta nación de contrastes, no muy lejos del hombre del buey y del arado que se ve en Boyacá, en Cauca y Nariño, está el técnico, el operario y el ingeniero que explota la soya, el ajonjolí y la caña de azúcar utilizando las más avanzadas técnicas agrícolas, logrando de la tierra, mediante la agricultura mecanizada, uno de los más altos niveles de productividad de toda la zona tropical del planeta.
Habitante de un país que en algunas zonas urbanas y rurales aún es un territorio decimonónico, pero que en otras se mueve por computadoras gran parte de la vida, el hombre colombiano tiene el ingenio, la osadía y la decisión para hacerlo todo. Puede ser taxista en Nueva York, profesor de alemán en Berlín, ingeniero espacial en Houston, cantante de bambucos en Calcuta. Aun ilusionador de serpientes en París, allí con los saltimbanquis de todo el mundo se congrega en los atardeceres de verano a la entrada de¡ Centro Georges Pompidou.
Este colombiano imprevisible es el producto de casi 500 años de historia americana y es el resultado del cruce o la perseverancia de la raza indoamericana que ya poblaba estas tierras cuando arribó Cristóbal Colón, del blanco venido de España y del negro africano traído desde el siglo XVI para los trabajos de la minería.
Pero pasan los años y el colombiano siempre regresa a su tierra, así ya sea demasiado tarde y apenas le alcance el tiempo para morir. José Arcadio Buendía, uno de los personajes principales de la novela "Cien años de Soledad" ?la grandiosa saga que retrata de cuerpo entero la magia, el esplendor y la miseria del pueblo colombiano después de darle varias vueltas al mundo detrás de los gitanos, retorna a Macondo tatuado de pie a cabeza. Su aventura se asemeja a la de muchos colombianos contemporáneos, aunque éstos, al contrario de los habitantes de Macondo, viven en un territorio real y providencial y constituyen un pueblo que merece una segunda oportunidad sobre la tierra.
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Los rostros de Colombia
Rostros de Colombia.
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Rostros de Colombia.
Texto de: Germán Santamaría.
Colombia no es un paraíso. Tampoco está muy cerca de serlo. Se halla, eso sí, lejos de todo infierno humano. Con toda certeza Colombia es una nación aún sin descubrir del todo para el mundo contemporáneo, y por ello quienes penetran en su entraña padecen la fascinación de su realidad y su magia, de su grandeza y su miseria.
Cuando alguien se adentra en ella palpa el sabor de un mundo en formación, los vientos de un país que está por cuajar, un mundo con el dolor real de que muchos de sus niños no tengan un porvenir seguro, pero un mundo tan hermosamente mágico que sus campos y pueblos aún se empapan de lluvias de mariposas amarillas.
Es un país tan joven que, como en el Macondo del colombiano más universal de todos los tiempos, Gabriel García Márquez, las cosas son tan recientes que algunas carecen de nombre y para distinguirlas es necesario señalarlas con el dedo. Y no es un artificio literario. En los grandes bosques y selvas del país existen ríos y poblados que aún no aparecen en los mapas, y plantas y animales que aún no se llaman de alguna manera porque permanecen ocultos a la mirada del hombre.
Es también un país primigenio porque cada semana más de 250 familias colombianas se desplazan hacia remotas regiones y comienzan una hazaña humana, que ya en Europa y en los Estados Unidos pertenece a la leyenda: Colonizar. Estos intrépidos colonos, errando con sus familias, animales y enseres, penetran en las húmedas selvas de la Amazonia, en los bosques lluviosos del Pacífico o en los tremedales del Urabá en la costa del Caribe, y allí surcan ríos, abren caminos, despejan montañas, construyen sus casas bajo los árboles e inician, en pleno siglo XX, el bíblico deber de colocar por primera vez la semilla entre la tierra.
Pero no todo en Colombia es un bíblico amanecer. Esta sería apenas una imagen fragmentaria del país. Simultáneamente al desarrollo de este proceso primigenio, cerca de 20 millones de colombianos se encuentran asentados en centros urbanos donde se levantan torres de edificios de hasta 50 pisos. Es ésta la Colombia de grandes ciudades, a tal punto que es el país hispanoamericano que, en proporción a su extensión y densidad de población, cuenta con el mayor número de grandes e importantes ciudades. La principal es Bogotá, una urbe de 6 millones de habitantes, y que para muchos viajeros se ofrece como la sorprendente visión de un Manhattan en plenos Andes. Pero igualmente está Medellín, la más importante ciudad industrial del país, enclavada en las más desafiantes montañas, o Cali en el Valle del Cauca, tal vez la región del país cuyo verdor y feracidad la convierten en el territorio colombiano que más se asemeja a la idea del El Paraíso, tal como se llamara la estancia donde se desarrolló "María" de Jorge Isaacs, la más famosa y perfecta novela del Romanticismo Hispanoamericano. En pleno Caribe se encuentra Barranquilla, populoso puerto comercial llamado con acierto "la puerta de oro de Colombia", pues allí penetró el progreso al país a través del Río Grande de la Magdalena, que es el gran río de la patria, y hasta mediados del presente siglo la espina vertebral de las comunicaciones y de los transportadores e intercambios interiores. Por Barranquilla llegaron desde los pianos de cola hasta las máquinas de la industria textil.
Pero las ciudades por sí solas no son progreso. Tal vez lo sea que en las cuatro principales ciudades del país más de tres millones de obreros laboren en las fábricas, que las 20 principales agrupaciones urbanas cuenten con aeropuertos aptos para aviones jet, que los ocho puntos fronterizos más distantes del país estén comunicados con la capital de Colombia por vía satélite, o que pese a sus graves problemas, el país sea el menos endeudado de América Latina, y que su economía haya logrado sobreaguar con relativa solvencia la grave crisis mundial de los últimos años.
Pero hay una verdad inequívoca que cobija a todo el país: Colombia es apenas una nación en desarrollo. Otros nos suelen llamar países subdesarrollados o del Tercer Mundo. Lo cierto es que esta determinación abstracta se traduce en términos concretos: desnutrición y malnutrición de la población, altísimo déficit de vivienda?un millón de viviendas es la carencia colombiana? agudos problemas de salubridad, bajo nivel de ingreso por habitante ?en Colombia es de 1.385 dólares atraso en los medios y técnicas de explotación agrícola, hacinamiento en las ciudades y concentración en éstas de la población profesional calificada.
No hay duda de que éstos son problemas graves. Pero para un pueblo que lleva escasos 175 años como nación, los problemas también son desafíos para apuntalar su marcha hacia el destino de la esperanza.
Un reto muy difícil de cumplir para un país como Colombia, donde parece que aún sus habitantes no se acaban de acomodar en sus puestos. Se trata de una verdadera eclosión humana, ya que en lo que va corrido de este siglo Colombia ha multiplicado su población nueve veces, mientras que Francia en los últimos 500 años sólo se ha duplicado tres veces. Por fortuna, uno de los grandes logros de Colombia en los últimos años fue precisamente reducir su crecimiento de casi el 5% anual a casi el 2%.
Pero no obstante el anterior esfuerzo, en Colombia cada día se funda un nuevo pueblo, nace una aldea, o una población mediana se transforma en ciudad. Tropical, exuberante, con una vitalidad de rítmica sensualidad, se diría que Colombia es un país que se siente crecer, y tal vez su carencia de historia milenaria ?sin olvidar su riqueza arqueológica y antropológica?, hace que no sea un pueblo fatigado, sino por el contrario, es una sociedad briosa, a veces injusta, humilde y opulenta, que asemeja un gran fresco de la evolución de todas las virtudes y deficiencias de la condición humana.
El colombiano que puede.
Hace algún tiempo, un joven de 16 años se escondió entre el tren de aterrizaje de un jet y viajó así hasta Méjico, soportando temperaturas de siete grados bajo cero y una presión atmosférica de diez mil metros de altura. Cuando le preguntaron cómo lo había logrado, el ícaropolizón respondió serenamente: "Porque soy colombiano". Sus palabras señalan la condición esencial de la estirpe colombiana, un pueblo que ha luchado como pocos para domeñar una tierra arisca y unas condiciones sociales extremadamente difíciles, hasta llegar a establecer un estadio de desarrollo significativo dentro de¡ contexto latinoamericano.
Es el hombre colombiano quien civilizó ?y aún lo está haciendo -las llanuras y las selvas, las cumbres nevadas, las tres cordilleras que atraviesan el país, las sabanas limpias que desembocan en la Amazonia o las montañas y valles interandinos donde se desarrolla la mayor explotación agrícola de Colombia. Se trata del hombre colombiano del café, de las minas de oro y de carbón, de la caña de azúcar y del algodón, el negro y el llanero, el mulato y el mestizo, el buscador de esmeraldas, pero también el hombre colombiano obrero, trabajador de astilleros y siderúrgicas, operario y técnico de las industrias textiles, constructor de enormes centrales hidroeléctricas, y también el industrial, la mujer campesina, el estudiante y el ejecutivo de las grandes empresas.
Es una variedad humana propia de una nación nutrida de la etnia española, cimentada en la presencia y mezcla de la población aborigen, enriquecida con la negritud africana; así, Colombia es una forja de razas, de costumbres, de culturas. En ella, el hombre del mar y de la cumbia nada tiene que ver con el hombre de Nariño, que en su morada del sur, se hunde en lo profundo de un silencio de raíces incaicas. De igual manera los negros mineros del Chocó, en el Pacífico occidental, atrapados en la selva más lluviosa del mundo, son como seres de otro planeta comparados con los habitantes de las Llanuras Orientales, vaqueros de a caballo y rejo de enlazar que cabalgan a su arbitrio por la libertad de las vastas sabanas ganaderas.
Durante el siglo pasado, más de 32 guerras civiles asolaron el territorio colombiano, durante un tiempo en que la República aún no cuajaba en un país que acababa de independizarse de España. Y no hace treinta años, los enfrentamientos sangrientos de sectarismos partidistas entre los dos partidos políticos tradicionales dejaron el saldo de por lo menos 250 mil muertos en una guerra civil jamás declarada.
Sin embargo, a pesar de esta increíble diversidad humana y de los radicales enfrentamientos políticos, Colombia es uno de los países que ofrecen una mayor identidad cultural y étnica dentro del contexto latinoamericano. Sobre los 1’142.748 kilómetros cuadrados de extensión lo de su territorio, y sobre los 28 millones de personas que lo habitan, se puede afirmar sin temor al equívoco que no existe un solo habitante que no sea consciente y participante de su nacionalidad colombiana. De igual manera, el idioma castellano y la religión católica son conceptos culturales unánimes a lo largo y ancho del país. De esta forma, en contraste con algunos países vecinos, donde la mitad de la población no habla español ni se halla integrada a la nación, Colombia es un país integral a nivel cultural, racial, lingüístico y religioso.
Esta unidad en la diversidad es la condición de posibilidad de un proyecto común que comprometa a toda la población en una empresa y un sueño de felicidad y bienestar humano, aún más allá de los dos sistemas en que peligrosamente el mundo contemporáneo ha sido dividido.
Lo anterior no quiere decir que Colombia sea una unidad monótona. Por el contrario, dentro de una heterogeneidad coherente se destacan pueblos como el antioqueño. Empotrado en las altas montañas andinas, este pueblo construyó allí no solamente la infraestructura industrial del país, sino que creó toda una civilización que protagonizó una de las grandes epopeyas de América.
Se trata de la colonización antioqueña del occidente colombiano el mayor desplazamiento colonizador que se haya llevado a cabo en el continente después de la conquista del Oeste norteamericano, según lo demuestra el historiador estadinense James Parson. En efecto, más de 200.000 personas provenientes de las montañas de Antioquia, desde finales del siglo pasado y hasta sólo hace 40 años, se desplazaron por entre ríos y selvas inextricables para extender la frontera agrícola, a la manera de las roturaciones medievales, fundando lo que es hoy día la región productora del 80 por ciento del café colombiano, a su vez columna vertebral de la economía nacional.
También como parte integral de la armónica diversidad del país se destacan pueblos como los de la región del Caribe y los de las montañas de los departamentos de Santander y el Tolima. Los primeros, descendientes de los antiguos indígenas Caribes y de los esclavos negros traídos del África, son los habitantes de las planicies del norte colindantes con el Océano Atlántico, constituyen toda una cultura vivencial y espiritual. Pertenecen al gran pueblo Caribe?Antillano de América, pero son genuinamente colombianos. Tolima y Santander, en el centro y en el oriente andino del país, expresan toda la capacidad del hombre colombiano para imponerse sobre la naturaleza arisca y para forjar su propio destino. Los santandereanos y los tolimenses arrancaron de la tierra el tabaco y el café, y la impronta de ambos pueblos es su rebeldía casi altanera para luchar por la libertad.
Pero tal vez es la población indígena la que revela cómo Colombia es un país infinito y único al mismo tiempo, Se calcula que cerca de 250 mil aborígenes de directa ascendencia precolombina subsisten aún en el país. Están ubicados principalmente en la Sierra Nevada de Santa Marta, donde se encuentran junto al mar Caribe los más altos picos de todo el territorio nacional. Allí permanecen fieles a sus tradiciones, cultura y religión milenarias, los Aruacos y los Koguis, quienes jamás se quisieron doblegar ante las creencias de los blancos y se mantienen intactos como los Tayronas de hace cinco siglos, los legendarios constructores de ciudades de piedra, inexpugnables fortalezas que nunca lograron traspasar los conquistadores españoles. Pero la mayor parte de los indígenas colombianos se encuentra en las comunidades organizadas de los departamentos de Cauca y Nariño. Cerca de 200 mil indígenas Paeces y Guambianos habitan los resguardos que les fueron adjudicados desde la Colonia. En las selvas de la Orinoquia y la Amazonia y en las del departamento del Chocó habitan otras comunidades menores. Como en todos los países del sector andino de Suramérica, en Colombia los indígenas viven el conflicto de la tierra, pues se hallan replegados hacia las más inhóspitas regiones del país; por ello entre indígenas, blancos y mestizos, no se vive propiamente la armonía social.
Un país mediterráneo.
En los albores del siglo XVI, cuando se iniciaba la conquista española de América, se encontraron por casualidad, cerca a lo que hoy es Bogotá, los conquistadores Sebastián de Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada y Nicolás de Federman. Venían del mar Caribe, de Venezuela a través de los Llanos Orientales y del remoto Perú. Escuálidos, diezmados sus hombres por el ataque de numerosas tribus bélicas y por el hambre, la fatiga, las enfermedades y las fieras, eran tres guerreros extraviados en el corazón de América Andina, y cuando se vieron frente a frente lo primero que se preguntaron unos a otros fue dónde quedaba el mar. Su travesía era un viaje casi delirante a través de una geografía y una naturaleza desconocidas e inexplicables para el hombre europeo. Lo único universal, lo único que los unía, la era el mar.
Esta cita de los tres procelosos conquistadores en lo más alto de los Andes colombianos, a 2.600 metros, muy lejos de¡ mar, tipifica el carácter estrictamente mediterráneo que caracteriza a Colombia. "¡Tierra buena! ¡Tierra buena! Tierra para hacer perpetua casa... Tierra de bendición..." exclamó el cronista Castellanos cuando Jiménez de Quesada fundó la ciudad de Santa Fe de Bogotá el 6 de agosto de 1538; entonces el sacerdote Las Casas, que acompañaba las tropas dijo allí una misa y después el fundador, arrancó un puñado de hierba y la esparció al viento, desenvainó la espada y dijo que tomaba posesión de aquella tierra a nombre de su señor Carlos V. Luego preguntó a la multitud si alguno se oponía, lo que era también esparcir voces al viento. Precisamente esta ciudad vendría a ser la capital del país y en ella se inicia su desarrollo.
Aunque Cartagena llegó a convertirse en la Llave de las Indias para los españoles como el puerto de entrada a todas sus colonias de ultramar, lo cierto es que primero Bogotá, y después algunos pueblos de Santander y del Tolima, es decir, siempre centros urbanos en el centro del país, fueron los focos fundamentales de las iniciativas económicas y políticas en la historia de Colombia. Así, al contrario de casi todos los países, el desarrollo colombiano, su identidad y constitución de unidad, se genera de adentro hacia afuera, desde lo más profundo de la montaña andina hasta las costas Caribe y Pacífica. Y aún hoy día los polos económicos más importantes del país se encuentran ubicados en el interior. La industria en Medellín y el café en los departamentos de Caldas, Tolima, Quindío y Risaralda, así como la agricultura más avanzada en la región del Valle del Cauca, hacen que prácticamente el país dependa, esencialmente de la actividad agrícola y manufacturera que se produce en el interior de su geografía.
Y aún más, de manera paradójica, se diría que en Colombia las zonas costeras, que sumadas en su sector Pacífico y Caribe totalizan tres mil kilómetros de litoral, muestran todavía un mayor grado de estancamiento en sus estructuras sociales que represan su evolución a superiores estadios y su apertura a nuevas perspectivas. Por ejemplo, en el Caribe, especialmente en el departamento de la Guajira, subsisten estructuras sociales de tipo tribal como clanes familiares cerrados. También se conocen todavía manifestaciones feudales en las relaciones entre los trabajadores y los propietarios terratenientes. De¡ Chocó, entre tanto, no es exagerado afirmar que se trata de un cosmos lejano y desconocido de selvas lluviosas y hombres de color, que conforman un estadio vital que se asemeja en mucho a lo que es el África ecuatorial.
El destino mediterráneo de Colombia se expresa también en el ansia de mar que ha marcado a sus poetas. Hacia 1920 uno de los mayores juglares del país, León de Greiff, escribió "Poema al mar no visto". En efecto, por entonces el creador no conocía el océano, pero su poema es una de las mejores odas al mar en lengua castellana. Porque además, hasta cuando en el país no irrumpieron los modernos medios de transporte, era una odisea larga y difícil viajar a conocer el mar. Todavía en las montañas de Boyacá, Santander o el Tolima nacen, viven y mueren millones de personas sin conocer el mar. Pero esta indiferencia al mar de ninguna manera es un orgullo. El país necesariamente tendrá que dejar de ofrecer la espalda a sus océanos, para empezar a explotar a fondo su riqueza turística y pesquera.
Todo lo verde.
Una de las sentencias apocalípticas sobre América y la tierra toda, fue la del novelista argentino Eduardo Mallea: "Se ha de extinguir todo lo verde". Pero Colombia es un país tan verde, tan denso y exuberante, que si esta fatal premonición se cerniera sobre el continente, es seguro que se cumpliría de última en Colombia.
Porque sin duda no es falaz afirmar que Colombia es de los países más verdes de América. Además de tener el privilegio de poseer todos los climas por ser país tropical, Colombia posee todos los contrastes en razón de su excepcional posición geoastronómica al ubicarse bajo dos ecuadores ?el climático y el geográfico, lo que hace que la luminosidad solar sea intensa y directa los 365 días del año. Esto sin contar la multiplicidad de ecosistemas que proporcionan los tres ramales de los Andes que atraviesan todo el país. La infinita gama vegetal que Colombia ofrece desde el nivel del mar hasta los páramos y cumbres nevadas no tiene similar en América y quizá en el mundo.
Los pajonales y sabanas de los Llanos Orientales, las inescrutables selvas pluviales del Amazonas y del Pacífico, los bosques andinos, los hermosos bosques de niebla y los páramos que se remontan hacia las cumbres nevadas que yacen perpetuas a más de cinco mil metros de altura, forman en su conjunto un ajedrez de verdes matices, pálidos, intensos y profundos que finalmente se asemejan a una gigantesca esmeralda de más de un millón de kilómetros cuadrados ubicada en la esquina de Suramérica.
Aunque cada año se están talando en el país aproximadamente más de un millón de hectáreas de bosques, y en los últimos 15 años se ha arrasado con la mitad de los recursos forestales del país, toda su esperanza yace en su verdor. De vocación agrícola por tradición, Colombia cuenta con una naturaleza tan feraz que sólo el atraso social y el tecnológico explican que no sea en la actualidad una nación exportadora de alimentos.
Entre este verdores sobre él existe igualmente una de las faunas más ricas del continente. De manera unánime los científicos han afirmado que Colombia es el país más rico del mundo en avifauna. Los pájaros adornan de luz y de colores todo el territorio nacional.
La riqueza avifáunica colombiana se inmortaliza en dos hechos mayores del arte colombiano. El primero es el famoso verso del máximo poeta nacional José Asunción Silva, cuando escribió: "Una noche, una noche toda llena de murmullos, de perfumes y de músicas de alas"; y los cóndores mitológicos de Alejandro Obregón, uno de los más importantes pintores del país.
Tres regiones resumen la densidad de la naturaleza colombiana. Los Llanos Orientales en el límite hacia Venezuela, son como un mar de tierra interior y constituyen la tercera parte del país. Es una vasta sabana a campo abierto surcada por ríos largos y profundos, y de una superficie tersa, de infinitos pajonales encorvados por el viento. Alrededor de la capital se halla la Sabana de Bogotá, que tiene los suelos más fértiles y caros del país. Cuando un viajero internacional llega por primera vez a Colombia y desde el avión que se aproxima al aeropuerto El dorado vislumbra el espectáculo de la verde geometría de la Sabana, tiene la sensación de estar arribando a una ciudad situada en la campiña europea. La tercera región no es una sino muchas. Se trata de los páramos, que son las fábricas de agua del país; se encuentran a alturas superiores a los 3.500 metros sobre el nivel del mar, y sus valles y planicies desoladas, sus lagunas y sus altas cumbres constituyen un territorio misterioso de silencio donde nacen las corrientes que se van a convertir en los grandes ríos colombianos.
Y el colombiano.
Más de dos millones de colombianos se encuentran actualmente radicados fuera de las fronteras del país. Se sabe de un colombiano que vende camellos en el desierto del Sahara, de un antioqueño propietario de un almacén de alfombras en Bagdad. Más de diez mil colombianos viven en Australia. Cerca de300 mil colombianos se encuentran radicados en Nueva York. Hay quienes afirman que los colombianos que viven y trabajan en Venezuela pueden llegar al millón.
Con sólo 4 años de régimen militar real en lo que va corrido de este siglo (1953?1957), los colombianos no huyen, como lo hacen los habitantes de otros países latinoamericanos, de una dictadura aciaga, sino que emigran jalonados por la necesidad de buscar una mejor fortuna económica, pero también impulsados por el afán de aventura. El colombiano es por esencia un viajero, un errante inventor de cosas, un rebuscador de la vida. Esta faceta de su personalidad y su destino lo pueden llevara recreara conciencia toda la picaresca del ingenio humano hasta alcanzar alguna intrincada dimensión de su condición de hombre. En varios países se considera a los colombianos como unos excelentes trabajadores, ejemplares obreros de fábrica o hábiles ejecutivos y empresarios. Pero igualmente en Centroamérica los hombres colombianos son considerados como los más "peligrosos enamorados"; y en muchos otros países el pasaporte colombiano no deja de despertar inquietud en las aduanas. Esto hay que reconocerlo porque al escribir sobre el hombre colombiano hay que recordar una vieja sentencia del filósofo francés Jean Paul Sartre: "Si voy a hablar del hombre tengo que hacerlo de todo él, y no sólo de sus zonas llamadas nobles..."
Pero esta apertura internacional se da principalmente en el hombre de ciudad, así el campesino sea capaz también de emprender por las "trochas verdes" su viaje de indocumentado hacia Venezuela. En realidad es el habitante de las grandes ciudades, ya sea de Bogotá, Medellín o Cali, el que se juega la carta de la marcha hacia mejor fortuna en el extranjero, sea un profesional recién graduado o un hombrecito anónimo sin oficio conocido.
Por lo anterior, muy distante de la imagen del colombiano cosmopolita, existe ese otro apegado a la tierra, aún sembrado en la institución española de la hacienda, ya sea como propietario latifundista o como simple peón de los campos. Puede ser un trabajador afincado en su heredad o un cosechero errante que vagabundea por todo el país recogiendo en abril la cosecha de café en Caldas, la de algodón en julio en el Tolima y también trasegando los calurosos algodonales de la costa Atlántica en diciembre.
Desde los campos de Boyacá hasta las cumbres macizas de Nariño, existe un campesino que con su arquitectura y su vestuario y su cultura alimentaría conforma pueblos y veredas y senderos que a veces producen la sensación de vivir un instante de la Edad Media. Desde las espadañas de las iglesias doctrineras, como lo hicieran los jesuitas hace más de tres siglos, aún se llama en los atardeceres de pueblos a los labriegos para que concurran a misa.
Pero ésta también es una visión fragmentaria de la geografía humana del país. En esta nación de contrastes, no muy lejos del hombre del buey y del arado que se ve en Boyacá, en Cauca y Nariño, está el técnico, el operario y el ingeniero que explota la soya, el ajonjolí y la caña de azúcar utilizando las más avanzadas técnicas agrícolas, logrando de la tierra, mediante la agricultura mecanizada, uno de los más altos niveles de productividad de toda la zona tropical del planeta.
Habitante de un país que en algunas zonas urbanas y rurales aún es un territorio decimonónico, pero que en otras se mueve por computadoras gran parte de la vida, el hombre colombiano tiene el ingenio, la osadía y la decisión para hacerlo todo. Puede ser taxista en Nueva York, profesor de alemán en Berlín, ingeniero espacial en Houston, cantante de bambucos en Calcuta. Aun ilusionador de serpientes en París, allí con los saltimbanquis de todo el mundo se congrega en los atardeceres de verano a la entrada de¡ Centro Georges Pompidou.
Este colombiano imprevisible es el producto de casi 500 años de historia americana y es el resultado del cruce o la perseverancia de la raza indoamericana que ya poblaba estas tierras cuando arribó Cristóbal Colón, del blanco venido de España y del negro africano traído desde el siglo XVI para los trabajos de la minería.
Pero pasan los años y el colombiano siempre regresa a su tierra, así ya sea demasiado tarde y apenas le alcance el tiempo para morir. José Arcadio Buendía, uno de los personajes principales de la novela "Cien años de Soledad" ?la grandiosa saga que retrata de cuerpo entero la magia, el esplendor y la miseria del pueblo colombiano después de darle varias vueltas al mundo detrás de los gitanos, retorna a Macondo tatuado de pie a cabeza. Su aventura se asemeja a la de muchos colombianos contemporáneos, aunque éstos, al contrario de los habitantes de Macondo, viven en un territorio real y providencial y constituyen un pueblo que merece una segunda oportunidad sobre la tierra.